La
campaña de anuncios prosigue.
El
afán de deconstruir la campaña se mantiene intacto.
*****
Carlos
y María están en casa, un lunes por la mañana, viendo la TV.
Vestidos,
con las zapatillas de deporte de él bajo el banco donde se sientan y un jersey hecho un gurruño en el sofá, como puntos
destacados de un comedido desorden. Mirando un poco más, sorprende ver que
reservan un sitio preferente para una caldera de hierro que mantienen como ambientación
del hogar, y no como fuente de calor, lo que se deduce de que no que hayan
instalado una chimenea. La mesa, móvil gracias a unas ruedas, puede desplazarse,
habilitando el espacio necesario para convertir el sofá en cama y dormir (o hacer
lo que quiere que hagan cuando no ven la TV) en él. Se enfatiza el aire convertible
(y efímero) de la estancia.
Ven
el sorteo de la Lotería de Navidad, ¡qué sorpresa!, en un aparato flanqueado
por tres libros, a un lado, y una foto enmarcada, en el otro, en la que se ve a
Carlos espetándole un casto beso a María. En una silla, un gorro cuelga exánime.
La
cara de Carlos es un poema. No sé si ha tenido un retortijón o es que ha olvidado
dónde ha dejado la bici aparcada.
Mira
a María. Es notorio que es ella la que lleva la voz cantante.
La
ceja enarcada de María es el síntoma de que ya ha sido capaz de pergeñar un
plan.
“Si nos casamos…”. “¿Qué?”. No parece la mejor forma proponer
nada. Los caracteres de ambos se intuyen diferentes. María parece tener ánimo
lector. A su lado se apilan cuatro libros (aunque, examinados con atención, no
parecen gastados por el uso, con las esquinas dobladas y ese aspecto con el que
de un vistazo se aprecia si un libro ha sido leído, o no). Carlos es claramente
supersticioso. Sujeta el décimo en su mano derecha. A su vera hay ¡una cabeza
de ajos! y, más atrás, la radio con la que sigue Carrusel Deportivo, en la SER. No ha notado todavía el cambio del
equipo de Paco González a la
competencia. Quizá el casco amarillo, que guarda posado encima de un pallet, pudiera
salvarle la vida en el accidente de moto (aun no siendo integral), pero no ha
evitado que haya quedado un poco tardo en dar una respuesta.
María
se hinca de rodillas. “¡Cásate conmigo!”.
No lo pide; lo impone.
Carlos
esboza una media sonrisa que, traducida, viene a decir “mí no comprender”, mientras balbucea un lastimero “pero si ya estamos casados, cariño”,
como si la que tuviera déficits cognitivos fuera ella y María hubiera sufrido
un repentino borrado de memoria.
“Vestida de blanco (a estas alturas, hace falta echarle
morro), invitar amigos (y que nos
regalen cosas y tiramos esta mierda de muebles de pacotilla y renovamos la
decoración austera), con viaje de novios,
y luna de miel (como si fueran dos conceptos distintos; lo que quiere es
viajar de verdad y no una excursión en moto de fin de semana, como hicieron
tras la boda íntima a la que acudieron ellos dos y el concejal de festejos de
Villaverde, cuñado de Carlos, y único edil que se prestó a oficiar la ceremonia
exprés).
“Bueno, vale. Sí. Me
parece bien” (si Carlos
fuerza más la sonrisa se le terminará cayendo un empaste). “¿Cómo que bueno, vale?” (María es machacona y cansina hasta el
hastío). “Se dice ‘sí, quiero’”.
Carlos
toma la iniciativa, por primera vez en años. Se yergue, acción que permite apreciar
el gotelé casero que cubre las paredes de la casa y contemplar el único cuadro
que María ha transigido para dejárselo colgar, a la vista de las infrecuentes
visitas. El resto de ellos, escenas sangrientas y desnudos varios superan el
convencionalismo de una casta María, a la que la pasta no interesa (“bueno, no tanto”), ni le parece
importante (“no sigas”), ni se fija
en detalles superfluos (“me estás
hartando, majo”).
“Sí, quiero”. Cómo para no querer. Casi le sale
espontáneamente. En todo caso, rematan la escena con un beso, mientras el plano
se abre y permite observar algunos nuevos detalles en el hogar. Un sillón
orejero, esquinado, al lado de la TV, desde donde María observa a Carlos,
fingiendo leer, cuando éste se obstina en ver al Atlético. Encima de un
armarito blanco se ve el grueso de la librería de María: 8 libros, dispuestos
en dos filas. Parecen corresponder a una reedición en cartoné de “Esther y su mundo”, lo que explicaría
muchas cosas. Y, algo inexplicado (que ni la aparición de Iker Jiménez pilotando la Nave del Misterio podría arrojar luz al
asunto) ha surgido al lado izquierdo del cuadro (según se mira): una especie de
orla que, quizá, corresponda al día de graduación de María Gómez Cámara, la residente más famosa en Bélmez de la Mortaleda
Mortadela Moraleda.
Quizá
ambas Marías estén unidas por un vínculo de sangre, una hipótesis que aclararía
su empeño en recordar que a ninguna le mueve el dinero, pero que tampoco les
importa que, si les cae algún pellizco, cuanto más grande sea, mejor.
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Retrospectivamente
reconozco a la rubia y al que se vestía como Craig David poniéndose el gorro que reposaba en la silla blanca,
como participantes de la orgía festiva que se celebró en el bar de Antonio, en el
anuncio desencadenante de este pormenorizado análisis.
Verle
bailar descarta una (grave) lesión neuronal.
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Tras
ganar el Gordo, la vida de Carlos y María cambiará. Como primera medida, aparcarán
su anterior lema, “contigo, pan y cebolla”
(del que estaban hasta la …) y, con el aval de un premio conseguido por azar,
van a darle importancia capital a la apariencia: “casarse de blanco, invitar a más gente, un viaje, una luna de miel de
verdad”.
Claro
que el dinero cambia. María y Carlos podrán empezar una vida nueva.
Nadie
tiene la certeza de si será una mejor…
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En episodios anteriores:
Episodio 5 –
Dilo bien
Episodio 6 –
Llamada
Episodio 7 –
Carpeta
Episodio 8 – No
siempre se gana
Episodio 9 – No
la pierdas
Extras – Traca
final
Tras
la publicidad, la siguiente entrega.
Tremendo, esto avanza. Su anterior lema, “contigo, pan y cebolla” (del que estaban hasta la …). Que animalada.
ResponderEliminarYa te digo. La pareja más rancia de la TV nacional. Recuerda a Los Roper.
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