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lunes, 15 de junio de 2015

De flagelantes envueltos en túnicas llenas de sangre, profetas capaces de convocar multitudes y urdir milagros delante de los incrédulos, revolucionarios sociales que predicaban la abolición de las diferencias sociales y agitadores protoanarquistas que defendían la propiedad común




A pesar de ser finales de primavera, en Colonia hace un día oscuro y tormentoso. El cielo llena la ciudad alemana de sombras, pero las verdaderas tempestades bullen en la oscuridad de los callejones. Jean de Brünn, miembro de la Hermandad del Espíritu Libre, está siendo torturado por la Inquisición. La tormenta ahoga sus gritos, pero los rumores se han extendido por toda la ciudad. La consigna del poder ha sido clara, y sus órdenes se cumplirán una por una. El Espíritu Libre debe ser erradicado.
Desde casi un siglo antes de aquel oscuro día de 1335, la doctrina predicada por los adeptos al movimiento herético amenaza con destruir toda forma de poder y dominación en los lugares en los que ha ido arraigando. Las herejías y los movimientos contestatarios se han extendido como una plaga por la mayor parte de las ciudades del centro y oeste de Europa ante la mirada impotente de los guardianes del orden, pero el Espíritu Libre será diferente a todas ellas. Sus adeptos no buscan apuntalar las ruinas de una Iglesia que se hunde en la corrupción y la decadencia ni imponer nuevas formas de dominación. Lo que distinguirá a los miembros del Espíritu Libre de todos los demás herejes medievales será su total falta de moralidad. No se trataba de imponer un nuevo orden, sino de destruirlos todos.

Los miembros de la Hermandad se consideraban a sí mismos hombres y mujeres libres, y, por tanto, creían que no tenían por qué someterse a ninguna norma, fuese del tipo que fuese. Johan Hartman, un adepto arrestado y torturado en Erfurt al mismo tiempo que Brünn, lo había expresado con toda claridad en uno de los escritos que dejará tras su muerte: “El hombre verdaderamente libre es rey y señor de todas las criaturas. Todas las cosas le pertenecen, y tiene derecho a usar todo lo que le agrade. Si alguien intenta impedírselo, el hombre libre puede matarle y tomar sus bienes.” Los textos de Brünn, por los que será torturado hasta la muerte, serán todavía más explícitos. En ellos afirmaba que Dios había creado todas las cosas en común, lo que significaba que todas las cosas debían ser compartidas por los “libres de espíritu”. Si alguien poseía alimentos, era porque debía servir a las necesidades de los hermanos del Espíritu Libre. En la práctica, esta afirmación implicaba que el adepto era libre de comer en una taberna y negarse a pagar. Si el tabernero intentaba cobrarle, merecía ser azotado. En el caso de que un hermano necesitase dinero, debía pedir limosna. Si se la negaban, tenía total libertad para tomarla por la fuerza, y no debía sentir escrúpulos ni siquiera en el caso de que la otra persona muriera de hambre como consecuencia del robo. Cualquier tipo de acto violento estaba justificado, desde las amenazas y las extorsiones a los asaltos a mano armada o los asesinatos. En sus textos, Brünn reconocía haber cometido todos esos actos y afirmaba que eran muy comunes entre los miembros de la fraternidad. Los adeptos no sentían ningún respeto por nadie que no perteneciese a la comunidad y no reconocían la propiedad privada, por lo que sostenían que no tenían por qué someterse a ella. “Creen que todas las cosas son propiedad común”- escribía el obispo de Estrasburgo en 1317- “de donde deducen que el robo les está permitido”.

Esta doctrina de negación de todo orden existente que difundían los adeptos al espíritu Libre los convirtió en un enemigo peligroso para el poder. Durante más de cinco siglos, entre el XI y el XVI, los miembros del movimiento fueron perseguidos por papas, emperadores y príncipes. Primero de forma pública y luego en la clandestinidad, los miembros del Espíritu Libre predicaron su doctrina a lo largo y ancho del continente europeo, irradiándose a partir de Colonia, la ciudad que actuaría como epicentro de la herejía. El rechazo absoluto a cualquier tipo de sumisión o límite hizo a los miembros del Espíritu Libre sujetos peligrosos para los poderosos, que los persiguieron, torturaron y asesinaron sin descanso. Su desafío constante a todo tipo de límites y normas les llevará a rechazar todas las leyes y convenciones sociales, desde las bulas papales a las normas corrientes de conducta. En muchas ocasiones, los miembros de la Hermandad vestían como la nobleza, con joyas y tejidos caros. En la Edad Media, cuando la ropa era un signo claro del estamento al que se pertenecía, ese comportamiento creaba confusión y resentimiento entre los estamentos privilegiados, ya que suponían una amenaza a su posición: “No tienen uniforme”, se lamentaba un clérigo alemán, “a veces visten de modo costoso y disoluto, otras muy miserablemente, siempre según el tiempo y lugar. Como creen que no pueden pecar, piensan realmente que les está permitido cualquier modo de vestir”.


La mayoría de los miembros del Espíritu Libre acabarán asesinados por la Inquisición después de interminables sesiones de tortura. El poder no podía permitir la extensión de una doctrina que negaba cualquier tipo de norma o limitación y que dinamitaba el orden social existente, así que perseguirá sin descanso a cualquier sospechoso de profesar ideas sediciosas. Sin embargo, esta persecución será muchas veces en vano. Papas, reyes y príncipes se verán incapaces de contener la oleada de movimientos heréticos que se extenderá por el continente europeo. Procesiones de flagelantes envueltos en túnicas llenas de sangre, profetas capaces de convocar multitudes y urdir milagros delante de los incrédulos, revolucionarios sociales que predicaban la abolición de las diferencias sociales y agitadores protoanarquistas que defendían la propiedad común recorrían ciudades y pueblos llevando con ellos la semilla de la insurrección. En la base de su pensamiento estará la doctrina milenarista, que defendía la llegada del reino de los mil años después del Juicio Final. En ese reino, el hombre volvería a su condición primitiva, lo que implicaba la eliminación de los malvados, la abolición de la propiedad privada y la eliminación de las diferencias entre unos estamentos y otros. Cuando el milenarismo impregne las capas más desfavorecidas de la sociedad, se convertirá en un movimiento revolucionario cuyos partidarios no dudarán en levantarse en armas para acelerar la llegada del reino de los cielos. La toma de la ciudad de Münster por los anabaptistas o las revolución inglesa de los campesinos serán algunos ejemplos de estos levantamientos, pero el incendio será mucho más extenso y prolongado. Como señala Cohn en el monumental ensayo reeditado ahora por Pepitas de Calabaza, este incendio será finalmente extinguido por la llegada de un nuevo orden social que dará origen al capitalismo, pero las semillas plantadas por los revolucionarios milenaristas continuarán creciendo en la sombra, esperando el momento más adecuado para volver a germinar. Ese momento llegará con la eclosión de los movimientos anarquistas y comunistas a partir del siglo XIX, cuando los conspiradores vuelvan a abandonar las sombras para cuestionar de nuevo el orden social existente. 



[Artículo publicado originalmente en la edición en papel y digital del periódico Diagonal. Enlace aquí]

domingo, 2 de noviembre de 2014

Últimas lecturas: Roorda, Leguin, Perec.

[Henri Roorda]



Últimamente no leo tanto como antes, pero aún así a veces tengo la suerte de encontrar libros que me hacen estallar el cerebro. Normalmente los encuentro por casualidad o por intuición, casi siempre porque olvido las recomendaciones, pero también porque encuentro bastante placer en deambular por los pasillos de la biblioteca y escoger algo casi al azar. 




Mi suicidio, Henri Roorda (Trama). Henri Roorda decidió quitarse la vida el 7 de noviembre de 1925. Tenía 54 años y desde hacía varios meses dormía con una pistola debajo del colchón. "No tengo ningún miedo del porvenir desde que oculté un revólver cargado entre los muelles de mi cama", escribió justo antes de dispararse una bala en el corazón. Mi suicidio es la justificación de ese acto. En apenas cincuenta páginas, Roorda explica las razones que le han llevado a tomar la decisión que cumpliría solo unos días después de acabar el libro. Roorda no es alguien desesperado ni enfermo, no tiene depresión, no está en una situación límite. Simplemente no quiere seguir viviendo. Ha gozado y ha sufrido, ha disfrutado de todos los placeres y ha visto muchas miserias, ha jugado sus cartas y ha sobrevivido como ha podido. Y no quiere seguir haciéndolo: "Hay existencias anormales que conducen de manera natural al suicidio. Eso es todo. Soy un jugador que no pediría otra cosa que seguir jugando, pero que no quiere aceptar las reglas del juego".





Los desposeídos, Úrsula K. Leguin (Minotauro). La primera vez que leí este libro debía de tener unos diecisiete años. Recuerdo cuánto me gustó y cuánto me reafirmó en las ideas que empezaban a darme vueltas en la cabeza en aquel momento. Los desposeídos contaba la historia de una utopía. Después de un levantamiento revolucionario en un planeta llamado Urras, el gobierno decidía ceder a los rebeldes el control del satélite que giraba alrededor de ese planeta. Allí, en Anarres, los rebeldes habían establecido una sociedad basada en los principios anarquistas. Sin gobierno, sin estado, sin leyes, sin jerarquías, sin liderazgos. Para mostrar los contrastes entre los dos mundos, la autora cuenta la historia de un personaje de Anarres que viaja a Urras para enseñar en la universidad. No os voy a contar cómo acaba, pero recuerdo cuánto me gustó y cuánto significó para mí en aquel momento. Hace unos días lo volví a leer. Creo que no debería haberlo hecho. La historia me pareció muy floja y los personajes muy planos y predecibles, pero eso no fue lo peor. Lo peor fue comprobar que si yo hubiese nacido en Anarres habría odiado aquella sociedad casi tanto como odio esta. Quizá diez años después creo mucho menos en la gente. Quizá hay personas que nunca estaremos del todo a gusto en ningún sitio. No lo sé. Lo que sí sé es que no deberíamos volver a los sitios donde vivimos ciertas cosas ni releer los libros que significaron demasiado. 





Un hombre que duerme, Georges Perec (Impedimenta). No sé si alguna vez habéis vivido una de esas etapas de vacío en la que todo pierde sentido. No es desesperación, ni pena, ni depresión. No estás enfermo, no tienes problemas excesivamente graves. Simplemente estás perdido. A mí me ha pasado dos veces. Una a los diecinueve años, otra entre los veinticinco y los veintiséis. Sigues haciendo muchas de las cosas que hacías, sigues viviendo como puedes, sigues reproduciendo la rutina a la que estás acostumbrado. Pero no estás ahí. Eso es exactamente lo que cuenta Un hombre que duerme. Ese vacío. Ese abismo. Ese dolor en los pulmones. Me alegro de haberlo leído ahora, que esa etapa queda lejos. Ahora que he podido aguantar cómo me hacía pedazos sin que doliera demasiado. 




jueves, 14 de agosto de 2014

Del abismo que se abrió en una celda de la prisión de El Dueso


 
[Asamblea en el patio de la cárcel de Carabanchel, 1978]




Cárcel de El Dueso, 1978. Hace solo unas semanas el GRAPO ha asesinado de varios tiros a Jesús Haddad, el Director General de Instituciones Penitenciarias. El atentado era una respuesta a la muerte de Agustín Rueda, un militante anarquista catalán torturado durante días en la cárcel de Carabanchel tras su participación en un motín. El sustituto de Haddad se llama Carlos García Valdés y solo tiene 31 años. Le han elegido a él porque nadie quiere ese cargo. Durante los últimos meses han estallado decenas de motines en las prisiones de todo el Estado. Los presos comunes reclaman una amnistía similar a la que han recibido los presos políticos, pero el Gobierno se niega. No importan las instalaciones destrozadas, las huelgas de hambre, las autolesiones, las denuncias de torturas, las muertes a manos de funcionarios. Solo importa mantener el orden. 

García Valdés decide visitar personalmente algunas prisiones nada más llegar al cargo. Necesita hacerse fotos, contarle a la prensa que se preocupa, aparentar que va a hacer algo para que las cosas cambien. En El Dueso se entrevista con varios presos para que sean ellos mismos los que le transmitan sus reclamaciones. Frente a él, al otro lado de la mesa, García Valdés se encuentra con Daniel Pont. El preso ha sido elegido por sus compañeros para hablar por ellos. Es uno de los líderes más lúcidos, brillantes y combativos de la COPEL, la Coordinadora de Presos en Lucha. La COPEL había nacido en Carabanchel para denunciar la situación de los presos comunes y articular formas de lucha colectivas que les permitiesen reclamar la amnistía. Sus miembros habían estado detrás del motín que había iniciado la oleada de protestas, huelgas y motines que después se había extendido por todo el Estado. Como forma de represalia, la COPEL había sido dispersada y algunos de sus miembros había acabado en El Dueso. Pont era uno de ellos. 

García Valdés y Pont tenían algún punto en común en su biografía, pero sobre todo muchas diferencias. Esas diferencias que hacen que uno esté sentado a un lado de la mesa y otro al otro. Ambos tenía una edad parecida -31 años García Valdés, 29 Pont-, pero su trayectoria era muy distinta. García Valdés procedía de una clase acomodada, se había licenciado en Derecho y había conseguido el doctorado con una tesis sobre el régimen penitenciario español. Pont era hijo de una madre soltera, no había podido estudiar y tenía una prometedora carrera como atracador de bancos cuando le detuvieron. Los dos eran dos personas inteligentes, cultas y brillantes, pero los separaba un abismo. García Valdés representaba la máxima represión que es capaz de ejercer el Estado, el poder para decidir sobre la vida de las personas que permanecían encerradas en las prisiones. Pont personifica la lucha de alguien que no abandona a pesar de estar en la situación de máxima vulnerabilidad, de alguien que no se rinde a pesar de tenerlo todo en contra. No sabemos con exactitud qué se dijeron aquel día, pero por las fotos de la prensa sabemos que, al menos, se miraron a los ojos. 




[Datos extraídos del magnífico libro de César Lorenzo Rubio "Cárceles en llamas. El movimiento de presos sociales en la Transición" (Virus, 2014]

miércoles, 23 de julio de 2014

Tríptico del canibalismo



I


[El general Butt Naked, convertido en predicador]


Liberia, 1999. El norte del país es invadido por un grupo rebelde apoyado por el Gobierno de la vecina Guinea. El objetivo es hacer caer del poder a Charles Taylor, que había ganado las elecciones después de una guerra civil que él mismo había comenzado cuando sitió la capital, Monrovia. La invasión genera un nuevo conflicto armado, el segundo en apenas una década. El país estalla. Por todos lados comienzan a surgir señores de la guerra que tratan de conseguir su cuota de poder para seguir traficando con armas, con drogas y con personas. Liberia se convierte en un infierno, aunque en realidad nunca ha sido otra cosa. Los señores de la guerra pronto son mucho más poderosos que el ejército del Estado. Los dos asesinan, secuestran, violan, saquean y mutilan, pero los segundos han comprendido mucho mejor los resortes internos del capitalismo. Esos resortes que permiten explotar a niños en minas de diamantes drogándolos con cocaína insertada directamente en el cerebro. Los que premian a los emprendedores que trafican con personas. Los que te hacen rico y poderoso.

Los señores de la guerra creen en el capitalismo, pero también creen en muchas otras cosas. Creen en el canibalismo, en la sangre, en la ingestión del cuerpo del enemigo. En la oscuridad que hay en los recovecos de las vísceras, en la pureza de los niños, en las sustancias que entran en el cerebro y lo hacen pedazos, en los ritos sagrados. El general Butt Naked, uno de los señores de la guerra más poderosos de Liberia, oficiará ceremonias que le permitirán ser inmune a las balas. En ellas, cogía niños menores de seis años, les abría una herida por la espalda y les sacaba el corazón mientras estaban todavía vivos. Después se lo comía y se embadurnaba el cuerpo con la sangre todavía caliente. Peleaba desnudo porque la sangre y las vísceras protegían de las balas.




II


[Enriqueta Martí]


Es 1999 pero podría ser cualquier otro año. En realidad la fecha no importa. El tiempo no es lineal, avanza y retrocede mediante la repetición de ritos. Comer vísceras de niños para alcanzar algo de su pureza, para evitar la vejez, para ser inmune a la muerte. Podría ser, por ejemplo 1912. Estamos en una Barcelona enterrada en pólvora y dinamita, pero los atentados anarquistas y los tiroteos de los sicarios enviados por la patronal no son las únicas sombras que acechan en la oscuridad de los callejones. Las bombas estallan, los cadáveres de los poderosos crecen en las aceras, las alcantarillas se llenan de murmullos. Es el 27 de febrero de 1912 y el brigada Ribot, miembro de la policía municipal de la ciudad, se encuentra frente a la puerta del número 29 de la calle de Ponent. Una vecina ha denunciado que en ese piso está Teresa Guitart Congost, una niña de diez años que lleva varios días desaparecida. No era el primer niño que desaparecía en el Raval, pero qué importaba, eran pobres, los pobres ni siquiera saben cuántos hijos tienen, los habrán mandado a pedir. Cuando los policías entran en el piso lo que ven es mucho peor de lo que se habían imaginado. Hay dos niñas en lugar de una y las dos llevan el pelo rapado y la ropa hecha jirones. La segunda niña, llamada Ángela, cuenta que ha visto cómo la dueña asesinaba a un niño en la mesa de la cocina. Cómo le inmovilizaba, le clavaba un cuchillo y recogía su sangre en una palancana.

Fuera estallan las bombas, pero el infierno está allí dentro. Ribot inspecciona el piso y se encuentra con el horror. En un cuarto cerrado con llave hay decenas de jarras, frascos y cubos que conservan restos humanos de todo tipo: sangre coagulada, grasa hecha manteca, esqueletos enteros, cráneos agujereados. Detrás de las paredes y en los falsos techos duermen decenas de cadáveres, todos de niños de entre tres y seis años. La casa es un enorme cementerio. Durante años, la dueña, Enriqueta Martí, se había dedicado a secuestrar y asesinar niños que luego emparedaba en los muros y los techos de las propiedades que tenía repartidas por toda la ciudad. Como si repitiese algún rito.

Pero aquella no sería la única sorpresa que aguardaba en el piso de la calle Ponent. En medio del horror había un papel escrito a mano, una lista que contenía los nombres de las familias más ricas e influyentes de Barcelona. Un listado de clientes. Los poderosos compraban ungüentos y pociones a Enriqueta para mantenerse jóvenes y sanos. Los ricos se comían a los hijos de los pobres. Las autoridades evitaron que el contenido de la lista trascendiera a la prensa, pero los rumores decían que en ella había políticos, médicos, empresarios, banqueros. La versión oficial dijo que era solo un listado de las familias a las que Enriqueta mendigaba, pero los murmullos que se oían en la calle eran muy distintos. Los que los pronunciaban había visto a Enriqueta salir de noche con joyas y vestidos de lujo, montarse en coches de caballos y dirigirse a la zona rica de la ciudad. De hecho, esos vestidos y esas joyas fueron encontrados en los pisos de Enriqueta, todos de su talla.

La asesina fue detenida y encarcelada, pero las autoridades nunca investigaron aquellas listas ni aquellos rumores. La semana trágica bullía todavía en las alcantarillas de la ciudad, pesaba en el ambiente como una neblina densa y pegajosa que lo anegaba todo. Las autoridades tenían que acallar aquel murmullo insistente que susurraba en los oídos de los pobres que los poderosos no solo les explotaban hasta la extenuación en los talleres y las fábricas, sino que también secuestraban, asesinaban y devoraban a sus hijos.




III


[soldados japoneses con prisioneros de guerra]



 Los ritos se repiten, el tiempo retrocede y avanza de forma caótica. La sangre y las vísceras que dan la salud, que curan la enfermedad, que alejan la muerte unos instantes. Los suficientes para sobrevivir a una guerra, para volver a casa y guardar silencio. Nueva Guinea, 1944. El ejército japonés está perdido en un país extraño y terrorífico. Sus líneas de suministros han sido cortadas por los aliados y los soldados se mueren de hambre. Pero por qué morir de hambre si tienes prisioneros, si su carne sabe como cualquier otra, quizá algo más dulce, pero carne al fin y al cabo.

El soldado indio Lance Naik Hatam Ali (más tarde ciudadano de Pakistán), testificó que en Nueva Guinea: “los japoneses empezaron a seleccionar prisioneros y todos los días uno era llevado fuera, asesinado y comido por los soldados. Personalmente, vi que esto ocurría y alrededor de 100 prisioneros fueron comidos en el mismo lugar por los japoneses. El resto fuimos trasladados a otro lugar a 80 kilómetros  de distancia, donde 10 prisioneros sucumbieron a las enfermedades. Allí, los japoneses nuevamente empezaron a seleccionar prisioneros para comérselos. Los escogidos eran llevados a una choza donde se separaba la carne de sus cuerpos mientras estaban vivos y, luego, eran tirados a una fosa donde más tarde morían.”

Pero el canibalismo no era producto solo del hambre y la desesperación. Después de la II Guerra Mundial, el Estados australiano inició una investigación para esclarecer la muerte de varios soldados de esa nacionalidad que habían sido hechos prisioneros por el ejército japonés. Los resultados de la investigación nunca salieron a la luz. La realidad era demasiado terrible, y aquellos documentos cogieron polvo en algún sótano del Ministerio del Interior. Décadas después, en los años noventa, el historiador japonés Yuki Tanaka encontró esos archivos mientras realizaba una investigación sobre el papel de las tropas japonesas en la contienda. Allí, entre decenas de documentos clasificados, otra vez el mismo rito, perfectamente documentado. Los soldados japoneses habían practicado el canibalismo, se habían comido a los prisioneros. Había declaraciones de testigos que afirmaban haber visto esta práctica con sus propios ojos, haber presenciado cómo los soldados japoneses devoraban soldados enemigos muertos y utilizaban a los vivos como ganado humano. Según Yuki Tanaka no eran simples casos aislados, sino que "el canibalismo era a menudo una actividad sistemática conducida por escuadrones enteros y bajo la dirección de oficiales". Esta misma tesis sería confirmada solo unos años más tarde por el historiador Antony Beevor, que investigó los archivos australianos y los contrastó con documentos desclasificados por el gobierno estadounidense. En ellos, se confirmaba que el ejército japonés había utilizado a prisioneros de guerra como ganado humano, manteniéndolos con vida solo para ser asesinados y devorados de uno en uno, como parte de “una estrategia militar sistemática y organizada.”

Comer la carne del enemigo, protegerse de las balas, alejar la muerte, repetir el rito. Murmullos que susurran al oído, vísceras que hablan de la oscuridad que todos llevamos dentro. 

domingo, 1 de junio de 2014

De lo que le dije a Víctor Serge en una prisión de Petrogrado


[Víctor Serge, 1890-1947)




Esta no es nuestra casa, Víctor,
esta no será nunca nuestra casa.
Este es solo el hogar
de los incendios y las orquídeas,
el lugar donde enterramos 
decenas de caballos
en un agosto terrible,
donde dormimos entre los lirios
y lloramos por los fusiles
que nos habían arrebatado.

Nosotros, que no reconocemos
los tribunales de los justos
ni acatamos ninguna de sus leyes,
solo podemos comprar la libertad
con los cantos de los caimanes, Víctor,
pero hasta los caimanes enmudecen
con las crueles enfermedades del abismo.

Por qué no fuimos feroces,
por qué no asesinamos
con nuestras propias manos
a los hermosos adolescentes
que teorizaban sobre la revolución,
por qué les concedimos el don de la locura
y les llenamos el pecho de amapolas.

Esta no es nuestra casa, Víctor,
esta no será nunca nuestra casa.
Este es solo el lugar
donde los días fueron atroces
y nos molieron a golpes,
donde me trenzaste el cabello
en señal de luto
y nuestro lecho se llenó de cenizas.

Marchémonos de aquí, Víctor,
no estamos destinados
a morir entre la nieve.
Para nosotros está reservada
la única muerte que es luminosa. 



[Muy recomendada su autobiografía "Memorias de un revolucionario"]

domingo, 18 de mayo de 2014

cartas, revistas e incendios




Londres, 1871. Friederich Engels se sienta en su escritorio y saca la pluma y el tintero del cajón. Su labor como secretario de la Primera Internacional le obliga a escribir decenas de cartas a diario, pero en esta ocasión no tiene que ver con la política. O no solo con ella. Engels le está escribiendo a Paul Lafargue, el marido de Laura, una de las hijas de Marx. Durante toda su vida, Engels tratará a las hijas de su amigo como si fuesen las suyas, así que es una carta personal. Lafargue se encuentra en un París a punto de arder en uno de los incendios más hermosos y trágicos que se recuerdan, y en la carta aparecen referencias continuas a la situación política que se vive en la ciudad. Los anarquistas conspiran en cada esquina y llenan París del petróleo que hará que todo salte por los aires cuando alguien encienda una cerilla. Engels se queja de los libertarios. Le molesta que acusen a los socialistas de autoritarios, que les guste juntarse con la chusma de los barrios bajos de la ciudad, que sean una canalla indisciplinada e ingobernable. En público se muestra mucho más comedido, pero se trata de una carta privada, y Engels se siente en libertad para reírse de los anarquistas y burlarse de su gusto por la chusma, el vino y la dinamita. Bakunin tampoco saldrá indemne. Engels se burla de él sin piedad, se ríe de lo gordo que está, de que con su "obeso cuerpo" podría "hacer una barricada él solo". Cuando Lafargue reciba la carta, no tendrá mucho tiempo para leerla. Las predicciones se han cumplido. París arde.





Londres, 1983. Los jóvenes activistas de una pequeña revista local llamada The Alarm se mudan a Londres y entran en contacto con el movimiento autónomo. De ese contacto saldrá Class War, una publicación mucho más ambiciosa que se acabará convirtiendo en un referente generacional. Con un humor negro y macabro, Class War llamará a la violencia directa contra las clases privilegiadas. El capitalismo puede ser atacado y lo más sencillo es hacerlo en su encarnación más directa: los ricos. Una a una, sus portadas dejarán claro su punto de vista. Uno de los primeros números recogía la imagen de un cementerio acompañada de la frase "Hemos encontrado un nuevo hogar para los ricos". El nacimiento del príncípe William en septiembre de 1984 será celebrado con un número titulado "Otro puto parásito" y el de la boda del duque y la duquesa de York con un especial llamado "Mejor muertos que casados". Pero Class War será mucho más que una revista. Con el nombre de "Golpea a los ricos", entre 1983 y 1984 organizarán varias campañas que consistían en incursiones a barrios acomodados y eventos en los que se reunía la gente de clase alta. Allí, ante los ojos aterrirzados de los presentes, desplegaban una pancarta en la que se podía leer "¡Contemplad a vuestros futuros verdugos!".





Londres, 1666. Un relojero francés llamado Robert HUbert confiesa bajo tortura ser un agente del Papa y haber provocado el incendio que acaba de consumir la ciudad. Londres ha ardido durante tres días, convirtiéndose en la puerta del infierno. Cinco sextas partes de la ciudad han quedado destruidas y las llamas han devorado más de trece mil viviendas. Las pruebas demuestran que el fuego ha comenzado en una panadería de Pudding Lane, pero la realidad no tiene mucha importancia. Solo unos días después del incendio, el 28 de septiembre, Hubert era ahorcado en Tyburn, Londres. 

jueves, 13 de marzo de 2014

el instante preciso antes de que todo cambiase

[Gabriele D´Anunzio]


El instante preciso en el que Gabriele D´Annunzio, poeta alucinado, canalla y héroe de la Primera Guerra Mundial, abre a patadas las puertas del cementerio de Venecia. Está a punto de forzar la cerradura del osario, sacar varias calaveras humanas y oficiar un rito de magia negra. Necesita la protección que los muertos puedes proporcionar, la suerte que se esconde en el interior de los huesos. Unos días después marchará a la conquista de la ciudad yugoslava de Fiume con un ejército de aventureros y canallas como él, aburrido ante la perspectiva de la vida monótona que se le viene encima después de haber regresado triunfante del infierno de las trincheras. Aún no sabe que logrará conquistar la ciudad, que los espíritus convocados aquel día le protegerán durante años y que él les rendirá culto el resto de su vida. Hasta que un día esa suerte se acabe. Benito Mussolinni, capaz de convocar también a las oscuras fuerzas que residen en el interior de los hombres, ordenará que le arrojen desde un balcón, temeroso de las dudas que están empezando a ensombrecer el rostro de D´Annunzio, hasta entonces devoto fiel de los ritos fascistas.


[Arthur Conan Doyle]


El instante preciso en el que Arthur Conan Doyle decide contratar como chófer a un joven francés de aspecto serio y mirada desafiante llamado Jules Bonnot. El joven acaba de llegar a Londres y apenas habla inglés, pero tiene un brillo de determinación en la mirada que Doyle sabe apreciar. El escritor no sabe que Bonnot ha tenido que abandonar Francia porque está incluido en todas las listas negras que manejan los patrones y nadie le da trabajo, pero sabe que no es quien dice ser. Doyle es capaz de percibir el brillo de interés en la mirada de Bonnot cuando habla de política, la leve agitación de su rostro cuando el chófer lee la prensa. Lo que no sabe todavía es que dentro de unos años Bonnot se convertirá en el atracador de bancos más famoso del mundo, que será el primero en utilizar el coche para huir después de los robos, que la policía le perseguirá sin descanso pero él será más rápido.


[Agustín Rueda]



El instante preciso en que Agustín Rueda, militante libertario nacido en una chabola de la colonia minera de Sallent, en Barcelona, termina el túnel con el que planea escapar de la cárcel de Carabanchel. Agustín solo tiene veinticinco años, pero ya sabe que no le dejarán salir vivo de aquella prisión si no es él mismo el que se escapa. Lo que no sabe es que los carceleros están a punto de descubrir el túnel, que los días siguientes será torturado sin descanso por los funcionarios, que la Transición va a hacerse sobre los cadáveres de cientos de militantes y sindicalistas. No sabe que nunca le dejarán salir, que aquellas palizas van a costarle la vida, pero también que su muerte encenderá la lucha en las prisiones y que esa lucha será feroz, como todas las que libran los animales enjaulados.



[Lucy Parsons]

El instante preciso en el que Lucy González ve por primera vez a Albert Parsons, un ex soldado que cojeaba por el tiro en la pierna que acababa de recibir y que estaba amenazado por defender el derecho al voto para los negros. El instante en el que se enamoran y deciden marcharse a Chicago, donde los matrimonios interraciales no están prohibidos y los movimientos revolucionarios conspiran en cada esquina. Lo que Lucy no sabe es que la felicidad no durará para siempre, que Albert será detenido y ejecutado junto con otros cuatro anarquistas por luchar por la jornada laboral de ocho horas, que su ejecución será la causa de que el 1 de mayo se fije como el día de los trabajadores. Tampoco sabe que ella luchará el resto de su larga vida, que será feliz, que se convertirá en el un referente del movimiento feminista y en una figura clave de las luchas obreras en Estados Unidos. Que morirá con ochenta y nueve años y una sonrisa enorme en el rostro.

viernes, 21 de febrero de 2014

Las historia de Geronimo Caserio, que vengó la muerte de Émile Henry; quien a su vez había vengado la de August Vaillant; quien había vengado la de Ravachol; quien había vengado la de catorce obreros en una manifestación.

[Ejecución de August Vaillant]


El primero de mayo de 1891 una multitudinaria manifestación recorrió Fourmies, un pueblo minero del norte de Francia. La patronal había estado utilizando a sus pistoleros para disparar a los huelguistas y los ánimos estaban caldeados. No sería la primera ni la última vez que se levantasen los adoquines de las calles  para ser lanzados contra escaparates, edificios y furgones policiales, pero aquel día la rabia vibraba en el ambiente con especial intensidad. Los guardianes del orden supieron percibirlo, y comenzaron a hacer funcionar los mecanismos de La Máquina, de La Reluciente Apisonadora. Los disparos de la policía causaron catorce muertos.


[Ravachol]


François Claudius Koënigstein observa las muertes y sienten también esa vibración leve pero sostenida que produce la rabia. Encuentra el hilo y tira. Todavía no sabe que será conocido como Ravachol, que se escribirán canciones sobre sus hazañas, que se convertirá en un mito. Tres atentados, todos con dinamita. Uno contra un juez, otro contra un procurador y otro contra una comisaría. No se produce ninguna muerte, pero a pesar de ello Ravachol es condenado y ejecutado en la guillotina. Su cabeza rueda, pero Ravachol ha conseguido cumplir su cometido: la primera venganza se ha consumado.

[August Vaillant]

August Vaillant ve rodar la cabeza de Ravachol sobre la tarima de madera. Ve también el hilo y decide tirar de nuevo. Los mecanismos de La Reluciente Apisonadora siguen su marcha, pero qué importa mientras la dinamita siga explotando, mientras los revólveres sigan escupiendo plomo. Vaillant coloca una bomba en la Cámara de Diputados, en París. Más de ciencuenta heridos, de nuevo ninguna muerte. A pesar de ello, también es condenado a muerte y ejecutado en la guillotina. Otra cabeza rueda sobre la tarima, pero Vaillant también ha cumplido su cometido vengando la muerte de Ravachol. Las segunda venganza se ha consumado.


[Émile Henry]


Émile Henry conoce las dos ejecuciones, las ha leído en la prensa, pero la de Vaillant le ha dolido especialmente. Él también puede ver el hilo, sentir la leve inclinación del suelo que producen las sacudidas de la rabia, percibir los engranajes. Coloca una bomba delante de la sede de la principal empresa minera de Fourmies, aunque el artefacto acabará estallando en una comisaría de policía, cuando alguien sospeche del paquete y lo lleve allí . Esta vez sí habrá muertes: cinco personas fallecen como consecuencia directa de la explosión y una por un ataque al corazón. Henry abandona el lugar a toda prisa, pero un oficial de policía le persigue. Sin pensárselo dos veces, abre fuego sobre el policía, que es herido de gravedad. Henry consigue escapar. Las cuentas se han igualado, pero el hilo sigue estando en sus manos, la venganza no se ha completado. Un año más tarde, atenta en el lujoso Café Terminus, uno de esos sitios que los ricos utilizan para no tener que acercarse a los pobres. Un muerto y veinte heridos. Esta vez el plomo no sirve, y Henry es detenido en aquel mismo lugar. Es condenado a muerte, pero ha conseguido igualar la cuenta, vengar la muerte de Vaillant, poner el contador a cero. La tercera venganza se ha consumado.



[Sante Geronimo Caserio]


Sante Geronimo Caserio es italiano, pero vive en Lyon. Tiene muchas muertes en las retinas, y acaba de encontrar el hilo que las une a todas. Cuando se entera de que el Presidente de la República va a asistir a un banquete a finales de junio de aquel año, 1894, decide prepararlo todo. El día señalado acude al lugar donde se va a celebrar el banquete y espera en la puerta. Hay mucha gente, así que no es difícil pasar desapercibido. Cuando se abre la puerta del carruaje, Geronimo Caserio se abalanza hacia ella y clava un cuchillo en el pecho del Presidente, justo a la altura del corazón. No hace falta plomo ni dinamita para hacer chirriar la mecanismos de la Reluciente Apisonadora. A veces basta con un simple cuchillo de cocina. El Presidente muere, Geronimo Caserio será ejecutado unos días después. El hilo se rompe, pero ha conseguido su objetivo. La cuarta y última venganza también se ha consumado.

viernes, 14 de febrero de 2014

especie de apología sobre hablar con los desconocidos en la calle, con la colaboración de Al Pacino, Albert Libertad, el demonio y la antropología urbana

[Al Pacino y Keanu Reeves en "Pactar con el diablo"]



En una charla que dio el antropólogo Manuel Delgado en la librería Traficantes de Sueños proyectó una secuencia de la película "Pactar con el diablo" (The Devil´s Advocate en inglés). En esa secuencia, Al Pacino, que interpretaba al diablo, subía a un vagón de metro y empezaba a hablar con la gente que había en él. Simplemente eso, hablaba con la gente. Mendigos, inmigrantes, personas con aspecto de ir o volver de un trabajo precario y mal pagado. Además, como el diablo conoce todas las lenguas, hablaba con ellos en su propio idioma. Castellano, árabe, ruso, polaco. Les preguntaba por su familia, por su país, por su día a día, por cualquier cosa sin importancia. 

Si conocéis la película, sabéis que no tiene contenido político, al menos no a simple vista. Es una película más de las que hace Hollywood casi a diario, con un Al Pacino correcto en su interpretación y un Keanu Reeves que la industria trataba de convertir en el sex symbol de finales de los noventa. Sin embargo, al ponernos la escena, Delgado nos hizo reflexionar sobre la carga ideológica tan brutal que hay en ella. El que sale a la calle y habla con la gente es el personaje del diablo, la representación del mal más absoluta que hay en nuestra cultura. El mensaje que hay en esa escena es que salir a la calle, hablar con los demás y, sobre todo, hablar con desconocidos es algo propio de personas malvadas, es el mal. Es lo que hace el diablo. La gente buena no habla con los desconocidos: los teme. 

El director y el guionista tenían muchas opciones para hacernos ver la maldad del demonio -podría haberse puesto a acuchillar gente en el vagón-, pero curiosamente eligieron precisamente esa: la comunicación entre desconocidos. Ni siquiera era lo que se decían, el contenido de la conversación no era importante, eran charlas intrascedentes. Lo que importaba era el acto de comunicación en sí mismo. El hecho de salir a la calle y hablar con la gente. Probablemente el director y el guionista ni siquiera lo hicieron a propósito, la escena no es importante en la película. Simplemente reproducían el discurso de la dominación. Un discurso que propaga el miedo porque nos teme, porque le aterroriza la idea de que hablemos entre nosotros. De que la calle sea un sitio en el que encontrarse con los demás y compartir experiencias. Un discurso que nos quiere metidos en casa detrás de cuatro cerrojos porque en el interior de las casas no puede haber actos de comunicación directos, que no estén mediados por su tecnología. Porque la calle es el escenario de lo político, no los platós de televisión ni el Congreso. Porque la calle es el lugar del encuentro con los demás, el sitio donde hablamos con otros y compartimos experiencias.

Por eso me gusta cada vez más la gente que habla con los desconocidos en la calle, las charlas intrascendentes en la cola de la frutería, saber el nombre del tendero que me vende el pan, que el conductor del autobús me cuente que le duelen los ojos de las luces de los coches, que el chico que curra por las tardes en la biblioteca de Aluche me diga que el último libro de Franzen le ha hecho dar cabezadas de aburrimiento. Por eso me gustan cada vez menos las teorías perfectamente construidas, la gente que solo ve la realidad a través de los libros, los que pretenden cambiar el sistema con tesis impecables.

Cuando abrí el libro que recoge los escritos de Albert Libertad, en la primera página había una frase de Víctor Serge en la que decía que a Libertad le gustaba la calle, la bronca, el vino, las mujeres. Que no tenía tesis brillantes ni teorías irrebatibles, pero que no las necesitaba. Creo que por eso me ha gustado tanto. 




viernes, 3 de enero de 2014

sexualidad infantil y control social



Hace unos días se publicaba el tercer número de la revista Estudios. El año pasado ya colaboré en ella con un artículo llamado "Hartémonos de amor ya que no podemos hartarnos de pan" que se ha difundido bastante a través de la red. En él hacía un repaso de cómo el anarquismo siempre se había ocupado de todo lo relacionado con el sexo y la sexualidad, llevando la iniciativa en la reflexión de temas como los métodos anticonceptivos, la familia, el amor o la maternidad consciente. En el artículo también proponía volver a recuperar esa iniciativa, porque la sexualidad es uno de los escenarios claves de la dominación. El disciplinamiento de los cuerpos, y especialmente de la sexualidad (entendida en un sentido amplio como los deseos, los afectos, las fantasías, las prácticas, etc.) es una de las estrategias claves con las que cuenta el sistema en la actualidad para imponer unas determinadas relaciones de poder y de dominación. Como dicen los de Tiqqun, el capitalismo no es el FMI o el BCE: el capitalismo es sobre todo un poder de fascinación, un ideal de seducción, una promesa de paraíso en la tierra, y esa promesa tiene mucho que ver con unas determinadas ideas sobre la sexualidad y los cuerpos. El amor se ha convertido en una máquina de guerra, y la están utilizando contra nosotros.

Siguiendo con esa línea de recuperar la reflexión sobre la sexualidad, el artículo de este año trata sobre la etapa de la infancia. En concreto sobre cómo el discurso de los abusos infantiles que tanto oímos repetido en los medios una y otra vez esconde una voluntad de control social, un método de disciplinamiento. Bajo una supuesta intención de proteger a los niños, lo que se esconde es la repetición constante de una única idea: la asociación del sexo con el peligro. Esa idea nos la repetirán a lo largo de toda la vida (charlas sobre sexualidad que únicamente tratan de enfermedades de transmisión sexual y embarazos no deseados, películas en las que la víctima siempre es una mujer a la que han violado, asesinos en serie que fueron abusados sexualmente de pequeños, etc), pero se empieza a fijar en una etapa clave para la sexualidad como es la infancia. Esto no significa que los abusos no existan, pero sí que la continua repetición de ese discurso cumple unos objetivos que no tienen que ver con proteger a los niños. Así, consiguen convertir nuestra vida sexual en algo miserable, algo así como una gestión de los genitales de otra persona. El sexo pasa a convertirse en una especie de trabajo, y como todo trabajo es aburrido, monótono y alienante. La dominación se ha introducido así en todos los resquicios de nuestra existencia.


Por si queréis leerla, la revista entera está en libre descarga AQUÍ.

lunes, 30 de diciembre de 2013

amontonamiento de recomendaciones de 2013 (junto con algunas anteriores)



Este año he pensado mucho si hacer o no una lista con mis lecturas de 2013. Desde que tengo el blog he hecho una todos los años, pero éste he ido retrasándolo hasta que al final estamos a 30 de diciembre. Al fin y al cabo, hace nada hice una con mis ochenta libros, y me da la sensación de que muchos de ellos van a repetirse. Además, en realidad leo muy pocas novedades editoriales porque mi presupuesto me da sobre todo para bibliotecas y librerías de segunda mano, donde no hay precisamente muchas novedades. Cuando invierto en libros nuevos suele ser de poesía y de ensayo especializado, porque son las dos cosas en las que más suelen flojear las bibliotecas que tengo cerca. Eso explica que mi lista no coincida en nada con ninguna de las que se han publicado en los medios a lo largo de este mes: por decir algunas, con la de El país solo comparto un libro ("Limbo", de Ada Salas) y con la de ABC y El Mundo ninguno. Solo he visto algún parecido con la de Playground,  aunque no comparto el orden: poner "La casa de hojas" en primer lugar, quince puestos antes que el monumental "Cuentos completos" de J.G. Ballard y veintiuno que "La Máscara" del enorme Stalislaw Lem me ha parecido una herejía. Pero ya se sabe lo que pasa con las listas, que nunca le gustan a nadie salvo al que la hace.

Una vez que he soltado todo este montón de excusas balbuceantes, al final he decidido hacer la lista. Como no he leído muchas novedades, he decidido dividirla en libros publicados este año y libros publicados otros años que yo he descubierto ahora. Al final también dejaré un hueco para hablar de algunos poemarios que han salido este año, que son las únicas novedades con las que me siento algo cómoda. A pesar de los números, el orden es aleatorio.


Libros publicados en 2013


1. Cuentos completos, de J.G Ballard (RBA). RBA ha publicado algo así como la Biblia. 1275 páginas del maestro de las distopías, los mundos postapocalípticos y las cosas horribles y atroces en general. Daño cerebral asegurado, sobre todo si se lee a continuación de "La exhibición de atrocidades", como ha sido mi caso.


2. En cualquier caso, ningún remordimiento, Pino Cacucci (Hoja de Lata). Uno de los descubrimientos del año sin ninguna duda. Cacucci novela la historia real de Jules Bonnot, chófer de Arthur Conan Doyle, asaltador de bancos, anarquista, obrero metalúrgico y líder de una banda de dandis que fue pionera en utilizar el coche como forma de huida después de los atracos. Y atención a Hoja de Lata, porque lleva ya publicadas unas cuantas cosas interesantes (por ejemplo "Paz, amor y cócteles molotov", ambientada en el movimiento antiglobalización).


3. Máscara, Staislaw Lem (Impedimenta). Posiblemente, el mejor escritor de ciencia ficción de la historia, aunque me fusilen los adoradores de Philip K. Dick. Máscara que es un conjunto de relatos que todavía no habían sido traducidos al castellano, a pesar de que tiene lo mejor de este escritor.


4. En el bosque, bajo los cerezos en flor, Ango Sakaguchi (Satori). Otro descubrimiento deslumbrante. Tres relatos macabros, crueles y grotescos de un autor del que no sabía nada hasta ahora pero del que pienso leer más en 2014.


5. Antología universal del relato fantástico. VVAA (Atalanta). Qué decir. Una maravilla como las que suele hacer Atalanta. Otras 1200 páginas de las que te hacen estallar el cerebro. A la selección no se le puede hacer ningún reproche, las traducciones son muy buenas y la edición es impecable.


6. Cómo hacer bien el mal, Harry Houdini (Capitán Swing). Seguramente lo que más se recuerde del catálogo de este año de Capitán Swing sea "Sociofobia" (que tengo pendiente), pero "Cómo hacer bien el mal" es una maravilla. En realidad, es como una especie de clase magistral sobre cómo cometer crímenes y salir impune. Houdini entrevistó a un montón de delincuentes y policías y llegó a algunas conclusiones interesantes sobre lo que se debe hacer y lo que no si quieres asesinar, robar y, en general, hacer todo el mal posible.



Libros publicados antes de 2013 que he leído este año

Aquí me dejo un montón, pero tenía que seleccionar algunos. De la mayoría ya he hablado en el blog hasta el aburrimiento, así que no voy a repetirme. Los dos primeros fueron publicados a finales de 2012 y para mí han sido auténticos descubrimientos que he recomendado a todo el mundo que tenía cerca. Los otros cuatro son bastante anteriores, de autores mucho más conocidos. Si alguien quiere preguntar algo sobre cualquiera de ellos, que deje un comentario y amplío.

1. La insólita reunión de los 9 Ricardo Zacarías, Colectivo Juan de Madre (Aristas Martínez)
2. El anarquista que se llamaba como yo, Pablo Martín Sánchez (Acantilado)
3. Inferno, August Strindberg (Acantilado)
4. El caballo amarillo, Boris Savinkov (Impedimenta)
5. La flor roja, Vasévolod Garshín (Nevsky)
6. ¿Estáis locos?, René Crevel (Cabaret Voltaire)



Poesía de 2013

Este año he leído bastante poesía, tanto de autores consolidados como de otros que son menos conocidos o están empezando. De ahí que haya esa mezcla en la lista de más abajo. En algunos casos (como el de Ted Hughs, Natalia Litvinova y Unai Velasco) son reediciones, pero se han editado también este año y además yo los he leído en estos meses. El orden es aleatorio, según me iba acordando.


1. Hiela sangre, Francisco Ferrer Lerín (Tusquets)
2. Limbo y otros poemas, Ada Salas (Pre-Textos)
3. [imperia], Daniela Camacho (El perro y la rana)
4. La postpunk amante de Tiresias, Álvaro Guijarro (Canalla Ediciones)
5. Esteparia, Natalia Litvinova (Ártese quien pueda)
6. Contra la niebla, Giovanni Collazos (Unaria)
7. Cartas de cumpleaños, Ted Hughs (Lumen)
8. La tumba del marinero, Luna Miguel (La Bella Varsovia)
9. En este lugar, Unai Velasco (Esto no es Berlín)
10. Estoy gritando, María Sotomayor (Canalla Ediciones)
11. Poesía completa, Anne Sexton (Linteo)

lunes, 25 de noviembre de 2013

El momento exacto en el que aún no sabían nada.

[José Canalejas]


El momento exacto en el que José Canalejas decide detenerse frente al escaparate de la librería San Martín, en la Puerta del Sol, para contemplar un mapa de la guerra de los Balcanes. El instante en el que levanta la cabeza y ve reflejado en el cristal a un joven rubio y bien vestido que se acerca hacia él con paso decidido. Aún no sabe que ese joven es Manuel Pardiñas Serrano, al que solo le quedan unos minutos de vida. Aún no sabe que lleva una pistola Browning en el bolsillo y que la pistola va a funcionar a la perfección. Aún no sabe que le va a disparar un único tiro en la cabeza y que, antes de dispararse otro a él mismo, ese joven gritará "¡Viva la anarquía!"




[Louis de Saint-Just]

El momento exacto en el que Louis de Saint-Just, hermoso y terrible como la turbulenta noche en que lo engendraron, es abandonado por su amor de adolescencia, que le deja para casarse con un partido más ventajoso. El instante en el que decide marcharse a París y roba las joyas de su madre para costearse el viaje. Él aún no lo sabe, pero en París la revolución acecha ya en todas las alcantarillas. Él aún no lo sabe, pero será el responsable directo de la ejecución de miles de personas como miembro del Comité de Salud Pública. Él aún no lo sabe, pero la Historia le conocerá como el arcángel del terror. 




[José Pellicer]

El momento exacto en el que José Pellicer, algo aburrido en su clase de esperanto, levanta la cabeza y cruza la mirada con Maruja Veloso, que le observa desde hace un rato. El instante en que se sonríen y Pellicer tiene la certeza absoluta de que será el amor de su vida. Ninguno de los dos lo sabe todavía, pero está a punto de estallar la revolución social española. Ninguno de los dos lo sabe todavía, pero él fundará la Columna de Hierro y luchará hasta el último aliento. Ninguno de los dos lo sabe todavía, pero la guerra se perderá y José será fusilado junto a su hermano Pedro el triste año de 1942.




[Louise Michel]

El momento exacto en el que Louise Michel alza la vista y sonríe divertida porque se acaba de proclamar la Comuna de París y los comuneros lo están celebrando disparando a los relojes de la ciudad. El instante en el que sabe que el tiempo acaba de detenerse y que el hecho de ganar o perder no tiene mucha importancia. Ella aún no lo sabe, pero será juzgada y deportada a una colonia en Nueva Caledonia, donde ayudará al movimiento independentista. Ella aún no lo sabe, pero el pueblo de París la llenará de flores a su regreso. Ella aún no lo sabe, pero se enamorará y él se llamará Ernest Girault. 


domingo, 10 de noviembre de 2013

Hoy he matado a una mujer hermosa




Cuando leo la biografía de alguien, no puedo evitar pensar en los pequeños momentos que pasan desapercibidos. Normalmente nos interesan mucho más los otros, los que suponen grandes éxitos o grandes fracasos: el momento en el que el Marqués de Sade grita desde la ventana de su celda para los revolucionarios asalten la Bastilla, el momento en el que Mateo Morral lanza el ramo de flores con la carga explosiva, el momento en el que el verdugo hace girar la manivela y un hierro de un palmo de largo entra por la nuca de Salvador Puig Antich. Pero qué pasa con los otros momentos. Esos que nunca cuentan, de los que nadie se acuerda, pero que son casi más importantes que los otros. El momento en el que Sade recorre las calles de París desorientado y confuso, intentando deshacerse de las ropas y el peinado que le identifican como un miembro de la nobleza. El momento en el que Morral llega a Madrid y deja su maleta en el andén. El momento en el que Puig Antich carga el arma. El momento en el que su verdugo llega a casa y le dice a su mujer "hoy he matado a un muchacho hermoso". 

Leyendo la biografía de Rosa Luxemburgo para preparar la reseña del último texto que escribió me ha vuelto a pasar. He vuelto a pensar en esos instantes que nadie tiene en cuenta. Concretamente en uno de ellos: el preciso momento en el que decide quedarse en Alemania a pesar de que la revolución había acabado. Fracasado el levantamiento popular de noviembre, el Gobierno inicia la caza de las cabezas visibles del movimiento. En las semanas siguientes, decenas de militantes serán detenidos, encarcelados, torturados y ejecutados, y Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht eran los primeros de la lista. Durante dos meses conseguirán esconderse moviéndose de un piso franco a otro, pero el cerco se estrecha cada vez más. El libro que he leído no lo decía, pero estoy segura de que en ese tiempo les propusieron salir del país muchas veces. Los dos tenían contactos en otros países de Europa, y el movimiento obrero de cualquier país los habría acogido sin dudarlo. Pero decidieron quedarse, y yo no puedo parar de pensar en ese preciso momento en el que decidieron que no se marchaban. En ese instante en el que alguien le tendió un pasaporte falso y ella dijo que no. 

Pero hay muchos otros momentos, y también pienso en ellos. El instante en el que Runge recibe la primera salpicadura de sangre de las heridas que está haciendo con su culata en la cabeza de Rosa Luxemburgo. El instante en el que se mira asqueado el uniforme y se pregunta cómo va a limpiar aquello. El instante en el que llega a casa y su mujer mira las manchas de sangre y no dice nada. El instante en el que se tumba en la cama y piensa "hoy he hecho algo bueno por Alemania". O "esa cerda no paraba de gritar". O " he matado a una mujer hermosa". El instante en el que se da la vuelta y se duerme.  



[La reseña de "El orden reina en Berlín", el último texto de Rosa Luxemburgo, puede leerse aquí]

sábado, 28 de septiembre de 2013

de aquellos que se resisten a obedecer a su destino



Hay vidas que merecen ser vividas varias veces. O una sola vez pero por muchas personas diferentes. Si esto último fuese posible, una de las vidas que yo elegiría vivir sería la de Albert Libertad. No porque fuese fácil, que no lo fue, sino porque siempre he sentido debilidad por la gente que ha hecho lo que ha querido, a pesar incluso de sí mismo. De hecho, si Libertad hubiese sido mínimamente respetuoso con su destino, habría muerto de hambre con apenas 20 años en alguna calle de París, mientras mendigaba para lograr aguantar un día más. Es posible incluso que hubiese muerto mucho antes, cuando la polio le hizo perder la movilidad en las piernas porque en el orfanato donde vivía los niños no tenían derecho al lujo de la asistencia médica. 

Pero a pesar de todo, Libertad sobrevivió, y, mientras mendigaba y se moría de hambre en algún callejón, uno de los miembros del periódico Le Libertaire decidía acogerlo en la redacción del periódico. Allí vivió durante varios meses, codeándose con activistas como Louise Michel, heroína de la Comuna de París, o Sébastian Faure, que había evolucionado desde el socialismo al anarquismo. Aunque tenía estudios elementales, en la redacción de Le Libertaire sería donde aprendería a escribir los artículos que le harían famoso y donde desarrollaría las dotes oratorias que harían que sus mítines estuviesen siempre repletos. De hecho, estos mítines acabarían convirtiéndose en actividades desestabilizadoras y subversivas por sí mismas, lo que tendría como consecuencia que muchos de ellos fuesen interrumpidos y disueltos por la policía. Lejos de intentar marcharse, Libertad solía acabar encabezando el enfrentamiento contra los gendarmes, lo que hizo que no tardase en convertirse en un viejo conocido de la policía. Al fin y al cabo, la cojera que le obligaba a llevar alzas y dos muletas y el aspecto desaliñado de las túnicas con que solía vestirse le hacía fácilmente reconocible. 



Sin embargo, a pesar de sus evidentes limitaciones, Libertad no fue una persona sombría ni oscura. Para él, la revolución social debía ser ante todo una revuelta, un asalto a la normalidad. Buena parte de su militancia política consistía en la celebración de fiestas, bailes y excursiones al campo, y se jactaba de que todas las mujeres con las que había estado eran "inteligentes, hermosas y anarquistas". Ya lo dijo Víctor Serge: "le gustaba la calle, la muchedumbre, la gresca, las ideas, las mujeres". De todas ellas, quizás las más importantes fueron Anna y Amandine Mahé, con las que fundaría y dirigiría el semanario de culto 
L´Anarchie y con las que mantendría una relación sentimental de la que nacerían dos hijos.  

Libertad se resistió a su destino todo lo que pudo, pero éste acabó venciéndole. El 13 de noviembre de 1908, con 32 años, murió en el hospital de Laboisière como consecuencia, al parecer, de la agresión salvaje de unos policías a la salida de una charla. No era la primera vez -algunos años antes, varios gendarmes le habían abandonado en la calle dándole por muerto después de una paliza-, pero sería la última. 



[Algunos de los artículos que escribió Albert Libertad a lo largo de su vida pueden encontrarse traducidos al castellano en el libro "La ficción democrática" (La linterna sorda, 2013), hasta el momento el único que incluye textos de este autor]

miércoles, 7 de agosto de 2013

sobre lo que aprendí en los fanzines



Muchos de los mejores textos que he leído han sido en formato fanzine. Recuerdo la emoción que sentí cuando tuve por primera vez en las manos "El placer armado", que venía precedido por la noticia de la detención de su autor, Alfredo María Bonnano, en Italia. Bonnano fue acusado y condenado a dieciocho meses de cárcel por ese texto, y me parecía tener en la manos algo prohibido y secreto, que iba pasando de mano en mano y fotocopiándose una y otra vez. Recuerdo también el "Manifiesto anticivilización", que me entró directamente en el fondo del cerebro y no dejó en pie nada de lo que había. Gracias a los fanzines y a las distribuidoras alternativas leí textos de Bakunin, de Emma Goldman, de John Zerzan. Conocí los sucesos de Kronsdat, la Comuna de París, las colectividades aragonesas durante la guerra, los levantamientos campesinos de la Edad Media. Supe de luchas lejanas, de israelís que se oponían al muro de la vergüenza que construía su país y eran encarcelados por ello, de líderes sindicales bolivianos que eran torturados y asesinados por sicarios pagados por Coca-cola, de jóvenes que acudían a luchar con las manos desnudas contra los asesinos del FMI, de presos que denunciaban las torturas del régimen FIES. 

Tenía dieciocho o diecinueve años y los fanzines me enseñaron que el mundo era un lugar sucio y violento porque los poderosos lo querían así. Pero también me enseñaron que el sistema está lleno de grietas, que los muros acaban cayendo, que la mayoría de cámaras de vigilancia solo son disuasorias. Por eso sigo comprando fanzines cada vez que puedo y por eso es un placer cuando alguien decide incluir algún texto mío en el suyo, sobre todo si además es para financiar un proyecto tan bonito como éste: 

sábado, 20 de julio de 2013

sobre los muchachos que sangran sobre el asfalto o sobre cómo Ellos exterminan la belleza




Hoy no tenía pensado escribir sobre él. Ni siquiera recordaba que era el aniversario de su asesinato. Pero he abierto facebook y la realidad me ha golpeado en pleno estómago. No había desayunado, pero dudo que ya pueda hacerlo. Introduzco su nombre en el buscador y aparecen cientos de imágenes de él. Bello y pálido como un ángel. Como los ángeles que lanzan piedras y queman contenedores. Que conocen los secretos de las fórmulas alquímicas, las sustancias que deben mezclarse en una botella para que aparezca la explosión y el fuego. Que cubren sus rostros porque son demasiado hermosos para que Ellos puedan verlos o tocarlos. 





Miro las fotografías tomadas minutos antes de su asesinato. Delgado y frágil, tan bello que duele. Los ángeles tomaban las calles, construían barricadas, amontonaban piedras. Y Ellos no podían consentirlo. No pueden dejar que exista nada que sea hermoso, porque entonces nos alzaríamos contra Ellos. Tienen que reducir el mundo a la miseria, a la fealdad, a la abominación, porque es la única manera que tienen de sobrevivir. 




Aquel 20 de julio sacaron sus armas y dispararon contra los ángeles. Los golpearon, los torturaron, aplastaron sus cuerpos contra el asfalto. La belleza debía ser exterminada. No podían arriesgarse a que alguien se diese cuenta de lo hermosos que eran aquellos muchachos. Porque una vez que has visto la belleza, no puedes volver a vivir en el mundo que Ellos han creado. 





Aquel muchacho cayó sobre el asfalto y lo llenó de sangre. Pero aún así seguía siendo hermoso. Sus manos manchadas, su camiseta blanca, sus ojos cerrados, su piel pálida. Le quitaron el pasamontañas y le abrieron la camiseta y su belleza deslumbraba a todo el mundo. Por eso tuvieron que esconderlo, rodear su cuerpo, impedir que nadie lo viese. Solo así consiguen que sigamos soportando un mundo hecho a su imagen y semejanza. 










miércoles, 10 de julio de 2013

cadáveres que resplandecen como si hubieran visto todos los incendios






Son las cinco de la mañana cuando el sonido de unos disparos rompe la tranquilidad de Vera, un pueblo navarro cercano a la frontera con Francia. En el tiroteo mueren dos guardias civiles y varios militantes anarquistas. Pablo Martín Sánchez aún no lo sabe, pero el disparo que ha recibido en la pierna acaba de decidir su futuro. Lo que sí sabe mientras huye por el monte intentando alcanzar la frontera es que la intentona de Vera ha fracasado. Traicio­nados por los infiltrados y vigilados por la Policía, los anarquistas españoles en el exilio no han podido derribar la dictadura de Primo de Rivera, que se hace fuerte a base de represión. En privado, el dictador se jacta de estar acabando con los anarquistas, que mueren a centenares con un hierro clavado en la nuca por los verdugos del Estado o con una bala en la cabeza gracias a los pistoleros de la patronal. La censura hará su trabajo y los periódicos del momento apenas mencionarán lo sucedido. La intentona de Vera caerá en uno de los olvidos más oscuros de la historia del anarquismo español, a pesar de que en ella participaron algunos de los que luego serán figuras clave de la Guerra Civil, como Durruti, Ascaso o Vivancos.
Pero las dictaduras caen, o al menos son sustituidas por otras, y los censores acaban olvidando algunos episodios. Entonces alguien llamado Pablo Martín Sánchez teclea su nombre en Google y encuentra una página que habla de un militante anarquista que se llamaba como él. La información es muy escasa, apenas un par de fechas y unas pocas líneas, pero lo suficiente para encontrar un hilo del que tirar. Un hilo que lleva a una novela de Baroja, al Registro Civil de Barakaldo, a la residencia de ancianos donde está internada la sobrina de Martín Sánchez, que a pesar de sus 90 años aún recuerda perfectamente la sonrisa ladeada de su tío. Basándose en las conversaciones mantenidas con ella durante meses y en una exhaustiva documentación histórica, ese otro Martín Sán­chez ha reconstruido la historia del militante anarquista, desde su nacimiento en 1890 hasta que fue condenado a garrote vil en 1924. La historia de su amor por Ángela, que le costó un disparo en el pulmón, y una búsqueda de años que solo acabó cuando estaba a punto de ser ajusticiado. La historia de su exilio en París al estallar el golpe de Estado, de su encuentro con Emma Goldman en EE UU, de su trabajo como corresponsal en el matadero de Verdún. La historia de alguien que había luchado y había perdido. Que había conocido demasiado pronto a los que engrasan los fusiles y ajustan las camisas de fuerza, a los que introducen las larvas en los oídos de los hombres mientras duer­men, a los que engendran la enfermedad y la peste. Que había muerto demasiadas veces.
La historia de Martín Sánchez tenía que ser contada porque hay cadáveres demasiado hermosos para ser enterrados, que desprenden luz como si hubiesen visto todos los incendios o hubiesen masticado cientos de luciérnagas. Su historia tenía que ser contada, pero no era sencillo hacerlo sin convertir al militante anarquista en carnaza para el mercado de camisetas, parches y llaveros que devora constantemente frases y rostros. El autor ha conseguido algo tremendamente difícil: contar una historia compleja con sencillez. No hay juegos con el lector ni técnicas narrativas rebuscadas: sólo se cuenta una historia, y esa historia es suficientemente hermosa por sí misma. El anarquista que se llamaba como yo es una novela enorme, de esas que no quieres que se acaben, de las que te hacen pasar las páginas con un nudo en el estómago porque sabes que la insurrección fracasó, que los rebeldes de Vera nunca consiguieron acabar con la dictadura, que Pablo fue condenado a morir por un Estado con las manos demasiado manchadas de sangre. O quizás no. Quizás los incendios nunca se apaguen del todo. Quizás las condenas a muerte no sean tan seguras.

[Reseña publicada originalmente en Diagonal]