Mostrando entradas con la etiqueta paranoia en la menor. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta paranoia en la menor. Mostrar todas las entradas

jueves, 4 de septiembre de 2014

Alcanzar la madurez

Ponga sobre la mesa un pequeño platillo de café que esté seco. Deposite sobre el platillo una simpleza y déjela brotar. Si el platillo no estuviera completamente seco, o si hubiera sido colocado boca abajo, la simpleza se marchitará. Sin embargo, si es usted de los que saben seguir las instrucciones, si es de ésos que improvisan correctamente, la simpleza se hinchará en todo su esplendor de magnolia rosada, rebosando el platillo y contagiando como esponja-colibrí su más inmediato derredor.
Es ahora su deber el compromiso de mantenimiento, el rechazo de la vergüenza, el orgullo de la comprensión. Si la simpleza se deja alzar debe usted lucirla en el ojal de la chaqueta, siempre fresca, a la vista.
No es sencillo hacer gala de portar una simpleza, o varias; sin embargo es enriquecedor. Piense que la gente sabrá que es usted capaz de llevar una simpleza en el ojal.

viernes, 17 de mayo de 2013

FFWD

Se aplastan las venas
-no sabía-
cuando muere alguien.

Y quedan planas,
vanas,
como cintas inútiles
de un cassette destripado.

Y no sé adónde
va la sangre,
ni el sonido
de las cintas,
de las venas.

Ni si sirve de algo
pretender rebobinar
con un bolígrafo gastado
atravesando el ombligo.

martes, 30 de abril de 2013

Lions are made for cages


El grueso cristal de la pecera deforma la imagen de quien baila fuera, y de lo que hace. El vaso y los hielos, y el lento girar del taburete junto a la barra. También deforman.
Los barrotes no. La reja, la malla, la verja, difuminan. Pero no deforman. Por eso la verdad está en los ojos del león. Y es una verdad triste, una verdad rencor, una verdad paciente.
Y el león que corta su melena quiere sólo transformar la reja en cristal, y cambiar el nombre a quien baila fuera, y tornar su verdad triste y sólida en una verdad blanda y psicodélica, translúcida a media voz; una resignación de caramelo; una verdad en la que no haga falta creer.

lunes, 18 de febrero de 2013

Silicona fungicida

No era un bote tan grande. O tubo, como se llame, no soy un experto. A lo largo de las primeras seis o siete pulgadas se percibe mi pulso inestable, la presión desigual. Luego es más sencillo. Una línea gruesa de sellador blanco recorre la grieta entre la bañera y el mueble. Sigo hacia abajo, prolongando ese relleno inocuo y permanente. Paseo por los rincones recónditos del baño, sorteando una horquilla, varios pelos; salgo al pasillo y alzo hasta el techo la punta de la pistola. Tapo las ranuras que aparecen en la pintura cuando la casa se mueve, voy hasta el rincón y rodeo a la araña y su columpio malabarista. El cordón blanco prosigue interminable -un cable de antena-, y baja las escaleras hasta la cocina, para escapar pegado a la pared, como un ratón con frío, y salir a la calle. Allí me detengo junto a baldosas sueltas que a veces salpican bajo la pernera del pantalón, como escupitajos traidores de gentes de las cloacas. Voy por la calle y ciego esa ruidosa ranura bum, bum, bum, en la ventanilla del coche del adolescente, inflo con presión increíble el neumático de un vecino y duplico la línea continua de la calzada principal. Voy sellando los agujeros que encuentro, en la cabeza de un asesinado, en la rama de un árbol. Tapo de aséptica buena intención los ojos y la vagina de la puta que enamoró a mi amigo.

jueves, 25 de octubre de 2012

El siamo

A Pablo Gonz

Toda mi parte delantera no es sino aquello que fueron las tripas del siamo.
El siamo nació simétrico, con dos nucas, dos espaldas, cuatro glúteos. Las manos de doble dorso y talones a norte y sur.
No sé qué sierra, qué laser, qué ingenio desgajó al siamo. Ni dónde fue a parar mi gemela confrontación. Sólo sé que, a veces, si me enmimismo, siento una nariz mía apoyada en mi nariz.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Dejar correr

Ayer empecé a bajar la persiana. Suave, sin hacer ruido.
Después de nueve o diez brazadas comprendí que no iba a terminar. La persiana corría ante mis ojos y desaparecía tras la pared. Algún rollo infinito alimentaba el universo con mi persiana. Una cinta interminable corría en mis manos laceradas.
Ha amanecido. Oigo los pájaros.
Sigo haciendo correr la cinta. No pienso detenerme. No voy a subir la persiana. ¿Qué clase de mundo puede haber ahí fuera?

lunes, 27 de agosto de 2012

Bemol, sostenido

El animal más extraño que yo recuerdo son los agujeros de la nariz de aquella chica libanesa. Puertas para respirar, con vida propia. Se movían, dilataban y crecían como si fueran a engullir todo en derredor. De frente, la nariz víctima de aquellos agujeros era una probóscide simple, ni alta ni baja, ni chata ni asesina. Sin embargo, una vez, una sola, me aventuré, desde el supuesto cobijo del regazo subyacente, a mirarlos desde abajo.
No eran iguales. Adiós al mito bilateral.
Tenían en común el portal como función, ser barbacana de un territorio pituitario; ocular, tal vez, de un periscopio para el cerebro. Sin embargo, y esto es lo temible, sus curvas eran desiguales, como si fueran a silbar notas dispares en una especie de polifonía nasal.

viernes, 17 de agosto de 2012

Instrucciones para resucitar

Escucho al vecino vociferar, y me noto muerto. Pongo la tele, les advertimos de la dureza de las imágenes que acaban de ver. Yo no miraba, pero lo he oído todo; el golpe, los lloros, el tumulto, yo qué sé; una mierda.
Tomo un libro y me detengo en las esquinas superiores, apenas dobladas; las palabras dan igual si te notas muerto.
Un refresco, una cerveza, lo que sea que haya en la nevera. Por pasar el rato. Agua del grifo. Al final, agua del grifo. Para notarme muerto bebo un vaso.
Clan, clan, me noto vivo.
Estoy.
Movería las orejas si pudiera.
Clan, clan, trrr, clan.
En el baño, clan, clan.
Me siento allí, delante, a observar. Mejor que la tele. Entre la espuma. Aunque haya sido sin querer. Para sentirse vivo hay que escuchar monedas en la lavadora.

jueves, 21 de junio de 2012

Límites


Una noche de insomnio, Wurlington tomó un lápiz y se subió a la mesa. Dibujó durante horas sus pesadillas más espantosas entre las sombras del gotelé. Y luego durmió tranquilo, saboreando la idea de que lo aterrador es la ausencia de contorno.

miércoles, 18 de abril de 2012

Ritual

Abro mi baulito de herramientas, tomo el destornillador del abuelo Walter, con sus cachas de madera, con sus manchitas de sangre. Recuerdo a la abuela Doris, tan linda, tan bruja, tan llena de agujeros después. Lo empuño con fuerza y me acerco a la caja. Hay muescas en el borde, bajo la tapa, allí donde cada año apoyo el destornillador para hacer palanca y abrir la caja y mirar dentro y decir hola Doris y cerrar la tapa.
Este año Doris no está.
Me agacho tras dejar escapar un grito en blanco y tomo de nuevo el destornillador. Me acerco a la caja del abuelo Walter. Hay muescas en el borde, allí donde antes no había ninguna.

martes, 3 de abril de 2012

Evarcha falcata 2.0 Tdi









La araña tiene esos ojos, ocho, bixenon, adaptativos; asistente de aparcamiento para la jungla y almohadillas en los tarsos de su tracción total. Navegador no lleva, porque siempre anda cerca, saltando, precisa, en un ir y venir meditado.
Llama la atención el palpo, engrosado, erguido, gemelo inverso de su destino, que acciona el émbolo con el gesto del espía que coloca un micrófono bajo la mesa.
Y la seda, cribelo, calamistro de algunas, monstruos perfectos de la ingeniería animal, incomprensibles para la estupidez humana.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Cosas que ver en una foto

A Odilio, Pablo, Cortázar y Saki


El evidente pulso firme del fotógrafo hace improbable que aquello que se mueve al fondo sea otra cosa que un espíritu -llamémoslo Odilio-. Los pies, otra prueba irrefutable, no son capaces de traspasar los raíles por los que discurren las estanterías que contienen las joyas, pues Odilio vive allí. No sale.
Para no desentonar –no todo el mundo gusta de tratar con entes de tacto difuso–, Odilio viste conforme a lo establecido en cada día, en cada año, y por su camisa remangada deducimos una agradable temperatura. Esto no concuerda con el largo jersey que Pablo muestra cubriendo sus muñecas, signo inequívoco de una breve y pacífica convalecencia, vesícula, amígdalas, extirpaciones nimias.
La larga línea de la vida, las uñas cuidadas, el mimo para con los grandes objetos, no son más que muestras de que la literatura, en manos de este hombre, tiene un futuro prometedor. Gracias.
Lo demás es obvio. Una espiral de grandes autores. Tres.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Caracola

Surgió el tiburón de la caracola y arrancó la cabeza del niño que escuchaba el mar, tan real. Y luego, esa agonía rasposa del tiburón en el suelo de la cocina se vio interrumpida por un latigazo de pulpo, que brotó de la caracola para enrollarse alrededor del escualo y llevarlo de vuelta al fondo del mar, con las olas y la cabeza del niño.



Surgió el tiburón de la caracola y arrancó la cabeza del niño que escuchaba el mar, tan real. Y luego, esa agonía rasposa del tiburón en el suelo de la cocina se vio interrumpida por un latigazo de pulpo, que brotó de la caracola para enrollarse alrededor del escualo y llevarlo de vuelta al fondo del mar de la imaginación, con las olas y la cabeza del niño.

martes, 13 de marzo de 2012

Sus labores

Mamá era plañidera en una fábrica de pañuelos. Tenía los ojos marrones, de hayedo húmedo, descoloridos y azules de tan gastados. Empapaba los pañuelos y decía «una capa más, un gramo menos de fibra».
Mamá no tenía horario, se iba cuando le dolía la cabeza, y a menudo trabajaba en casa. Le pagaban el desconsuelo a peso.
Así nos mantuvo durante años, hasta que un día se secó y murió sentada en el sofá; con la foto de papá en una mano y un paquete de «aloe tissue fresh sensation» en la otra.

martes, 6 de marzo de 2012

Retrato impersonal

Trácese una sonrisa
mermada,
despacio,
con un rotulador
Carioca
de punta despeinada;
un milagro de tinta vieja.

Se añaden unos dientes
bonitos,
de brillo innecesario
bajo las mantas arrugadas
de unos labios en desuso.

Se cincela una nariz.
No es fácil;
huesuda,
importante y articulada.
Que no sea holandesa,
altiva e impertinente.

Se arranca uno
los ojos
con la cucharilla del jarabe
y los pega en el papel.

Se ofrece el retrato
al doctor
y se le dice
con toda sinceridad:
Así era mi mamá,
qué le voy a contar.



jueves, 2 de febrero de 2012

Eugenesia






Abro la ventana.
Sí, ahí está. Oigo la flauta.
Viene el afilador.
Rebusco en la cocina y elijo el cuchillo largo, el de cachas de madera. El mango está mellado cerca del filo, y allí reposa el pulgar, la cadera del pulgar. Acaricio la muesca con el dedo. Y la muesca responde con la sólida aspereza de un roto en un cuchillo.
Viene el afilador. Todos corremos ahora escaleras abajo. Oigo la flauta. Oigo el ruido de un millón de pasos. Sólo los locos quieren llegar primero. Sólo los torpes y los suicidas llegan segundo, tercero, cuarto... Y el resto, los sumisos, esperamos en la fila.
El afilador lleva un sombrero de dios y una sonrisa del diablo. Conoce su trabajo. Sus dedos cicatrizados se dejan querer por ese infierno entre filo y piedra. Hace su labor y se va. No se detiene a mirar cómo el primero comprueba el filo con el segundo, con el tercero, con el cuarto.

lunes, 16 de enero de 2012

Sana


En la sala de disección nunca se mueve nada. Los cuerpos, acartonados, descansan sobre las camillas mientras esperan a los estudiantes. Hoy no hay muertos a la vista. Sólo sábanas en el suelo y un rastro de charcos de formol hasta el aula; y allí, un rumor de voces sin laringe, un olor a pedos sin tripas, una pena de almas sin cerebro. Y al fondo, entre maternal y enloquecida, la voz de Damián, el vigilante, que les canta: «cura, sana, cura, sana, culito de rana».


lunes, 5 de diciembre de 2011

Escribe tu propio epitafio


Haz la tarea antes de morirte.
El 25 de Diciembre
escribe tu propio epitafio
y publícalo en tu blog.

Esta iniciativa nace
como homenaje a Nicanor Parra,
Premio Cervantes 2011.

miércoles, 20 de julio de 2011

Algún día verás

El mosquito sube a trompicones por el espejo del baño.
Resbala y sigue.
Su reflejo de mosquito lo acompaña boca arriba.
Resbala y sigue.
Pronto, mosquito y reflejo alcanzan lo más alto. El mosquito se acerca a la bombilla y se quema. El reflejo no. Y queda allí atrapado, viudo de sombra, huérfano de la reflexión.

lunes, 27 de junio de 2011

Piedra por camisa (hermanamiento tantócrono)

Wínnappu está a tiro de piedra si la piedra la tira un niño.

Saliendo de Chimbacuaya por la campa grande, al final del camino que lleva al río, hay un árbol enorme, aunque nadie sabe si es olmo, arce o platanero del Kurdistán. No pertenece a Chimbacuaya, pues aquí sólo la gente es particular; las cosas y el entorno, al ser normales, nos mantienen amarrados al mundo.
Bien. Wínnappu está a tiro de piedra a través del árbol.
Tome un niño pequeño, dele una piedra y sitúelo frente al árbol. Si el niño tira la piedra con un mínimo de puntería, la verá desaparecer a través del olmo. Luego, tras una breve espera observando el arce, verá usted cómo, desde las tripas astillosas del platanero surge una bola informe de tela. Es una camisa de cuadros, arrugada y envuelta en una camiseta blanca.
El árbol es de Wínnappu. Sólo allí suceden cosas tan extrañas. Sólo allí cuelgan carteles de los árboles. Carteles que dicen “árbol de Wínnappu.
Si la piedra la tira un adulto hay que agacharse, porque ésta vuelve por detrás y le golpea en la espalda o en la cabeza; señal de que hay otro árbol de Wínnappu en Chimbacuaya.
No hemos probado a guardar la piedra y tirar el niño.