El grueso cristal de la pecera deforma la imagen de quien baila fuera, y de lo que hace. El vaso y los hielos, y el lento girar del taburete junto a la barra. También deforman.
Los barrotes no. La reja, la malla, la verja, difuminan. Pero no deforman. Por eso la verdad está en los ojos del león. Y es una verdad triste, una verdad rencor, una verdad paciente.
Y el león que corta su melena quiere sólo transformar la reja en cristal, y cambiar el nombre a quien baila fuera, y tornar su verdad triste y sólida en una verdad blanda y psicodélica, translúcida a media voz; una resignación de caramelo; una verdad en la que no haga falta creer.