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sábado, 29 de diciembre de 2012

Dalma tangencial

Y quién iba a imaginar que algo así ocurriría, demonios, quién iba a sospechar siquiera la sensación extraña de alivio, mientras mamá desgranaba lamentos y sumaba puntos entre los dedos, entrechocando aquellos ganchillos enredados de lana roja, como si tejiera los hilos de sangre que brotaran de su hija unos minutos atrás.
Y quién, en fin, perdonaría ese rehuir la visión de la agonía, ese darnos la vuelta todos en formación; la cara contra la pared y la espalda expuesta a la extinción de Dalma, joven aún, que jadeaba en un degüello. Dalma, que fue tanto tiempo centro de nuestras vidas orbitales; que derramó su ausencia en medio de un salón, de una insólita sobremesa abrupta.


El año pasado nos pareció mal que el Círculo Cultural Faroni
declarara desierto su certamen anual de hiperbreves.
Este año alguien se la ha metido doblada.
Doblada e inédita.
Indómita y mística.
Dindúmila y cacafufa.

jueves, 2 de febrero de 2012

Eugenesia






Abro la ventana.
Sí, ahí está. Oigo la flauta.
Viene el afilador.
Rebusco en la cocina y elijo el cuchillo largo, el de cachas de madera. El mango está mellado cerca del filo, y allí reposa el pulgar, la cadera del pulgar. Acaricio la muesca con el dedo. Y la muesca responde con la sólida aspereza de un roto en un cuchillo.
Viene el afilador. Todos corremos ahora escaleras abajo. Oigo la flauta. Oigo el ruido de un millón de pasos. Sólo los locos quieren llegar primero. Sólo los torpes y los suicidas llegan segundo, tercero, cuarto... Y el resto, los sumisos, esperamos en la fila.
El afilador lleva un sombrero de dios y una sonrisa del diablo. Conoce su trabajo. Sus dedos cicatrizados se dejan querer por ese infierno entre filo y piedra. Hace su labor y se va. No se detiene a mirar cómo el primero comprueba el filo con el segundo, con el tercero, con el cuarto.