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viernes, 8 de octubre de 2010

Made in Porrúa

Teodomiro Alwin Thurstonbury, de madre asturiana, compró una mochila en “Artesanía Mitológica Serafín”, de Gulpiyuri. Dentro encontró un papel que rezaba “Libro de Instrucción”. Y en otra línea: “Usar antes de las decisiones importantes. Made in Porrúa”.

Y la usó, siempre; cada noche antes de un juicio.

Ayer la asistenta encontró la mochila en un armario. La lavó a mano. Al tenderla en la terraza vio salir una enorme burbuja; una pompa de jabón, llena de un aire verdoso, que cayó al suelo y reventó con un ruido de lloros.

Esta mañana el Juez Thurstonbury, desoyendo un Real Decreto y una encuesta del CIS, ha fallado a favor de Sun Innovation & Development of Rustic Areas, otorgándoles la exclusividad de la palabra SIDRA.

Por la tarde el Juez Thurstonbury se ha colgado. A sus pies, un telegrama de Serafín Texu Carbayu: “Volcó la mochila, ¿verdad? Derramósele la justicia toda. Stop”

viernes, 20 de agosto de 2010

Scusi


Mamá era abogada, de ésas que consiguen que los malos no salgan bajo fianza. Decían que incluso el estrado temblaba cuando mamá interrogaba.
Yo sólo recuerdo que cantaba canciones de Sarah Vaughan mientras untaba la mermelada en mis tostadas. Cantaba como los ángeles, o, mejor, como Sarah. Y exprimía las naranjas, y dejaba el zumo sobre la mesa al tiempo que me revolvía el pelo y tarareaba “despierta marmota”.
Hace ya veinte años que mamá no está.
Y hace ya veinte años que recibo por correo, cada seis de Enero, un disco de vinilo de Sarah Vaughan. Alguno se ha repetido. Lo que no cambia nunca es la nota que lo acompaña:

Mis excusas, bambino. Jamás maté a otra mujer con la voz tan bella.
Palermo, a 31 de Diciembre...

lunes, 16 de agosto de 2010

Cool Hand Luke

Cool Hand Luke
Damián era un respetable hombre de letras. Dueño de su propio bufete, siempre actuó de forma cabal, demostrando, en conjunto, buen juicio y saber hacer.
Sus amigos, sin embargo, sabíamos que tenía en la cabeza un pequeño interruptor con forma de Óscar, una palanca escondida que sonaba con un ruido como de claqueta. Algo capaz de hacer que se quedara mirando al cielo y dijera: “Me encanta el olor del Napalm por la mañana”, o “Yo tenía una granja en África”.
El día que lo encerraron, todos pudimos imaginar la mirada indomable en sus pardos ojos de Paul Newman mediterráneo. Defendía a su propio hijo por pisarle la cabeza a un hombre con bigote, cuando, sobre un andamio, una joven comenzó a limpiar con su esponja la ventanilla abatible de la cristalera de la sala número tres.
Damián sonrió, miró al juez y gritó: “Puedo comer cincuenta huevos”.