Guillermo Saccomanno, premio Seix Barral
2.09.2010El escritor argentino Guillermo Saccomanno ganó el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral con la novela El oficinista. El jurado estuvo integrado por José Manuel Caballero Bonald, Pere Gimferrer, Rosa Montero, Elena Ramírez y Ricardo Menéndez Salmón. Dicen que está deslumbrado y que, desde hacía años, no se sentían tan entusiasmados con un ganador. Lo cierto es que la simple referencias a sus influencias literarias (Ballard, Kafka, Dostoievski, Philip K. Dick, Gogol) han generado muchas expectativas para quienes, como yo, conocíamos su nombre pero no su obra. Lamentablemente, Saccomanno no pudo asistir a la ceremonias pues estaba reponiéndose de una meningoencefalitis en Buenos Aires. Silvina Friera en Página12 comenta extensamente la noticia:
El título, tan anodino y prometedor, atizó la llamita de la curiosidad desde el comienzo. Los miembros del jurado se quedaron “boquiabiertos” después de leer la “extraña” e “inquietante” El oficinista, de Guillermo Saccomanno, con la que acaba de ganar el premio Biblioteca Breve, dotado de 30 mil euros. Cuando relajaron las mandíbulas y cerraron la boca, aún bajo los efectos de la intensidad y originalidad del texto, no tuvieron que discutir el veredicto. Por unanimidad, entre los 414 manuscritos que concursaban, eligieron la novela del escritor argentino, presentada bajo el seudónimo de Calemo, que se publicará a fin de mes, en España y la Argentina, a través del sello Seix Barral. En el Museo Marítimo de Barcelona, durante la conferencia de prensa, Rosa Montero elevó el texto premiado a la categoría de “suceso literario” y garantizó que no dejará “indemne” a ningún lector porque contiene una “moral sumamente turbadora”. Dicen que nunca un jurado se mostró tan exaltado y contundente. El telón de fondo de la historia premiada es una ciudad arrasada por atentados guerrilleros, amenazada por hordas de hambrientos, niños asesinos y perros clonados. En esta urbe infernal, vigilada por helicópteros y bautizada con lluvia de ácido, se recorta el opaco y desencajado protagonista de la historia, un hombre dispuesto a la humillación con tal de conservar, con uñas y dientes, su trabajo. En este mundo absurdo, que responde a la lógica de la degradación del sujeto, el oficinista, un asesino en potencia, se enamora y se permite soñar con ser otro. Una pregunta sobrevuela por las páginas de esta novela, que encierra una antiutopía, un mundo Ballard, pero también Dostoievski: ¿de qué abyecciones es capaz un hombre por aferrarse a un sueño? Saccomanno, él mismo lo reconoce, ha incentivado el culto del “escritor salvaje” desde que se recluyó en Villa Gesell, hace más de veinte años, para desintoxicarse de la ciudad y del ambiente literario. Algún malintencionado podría sospechar que ese costado salvaje del flamante ganador se impuso y que por eso decidió no viajar a Barcelona a recibir el premio Biblioteca Breve, que han ganado nada más ni nada menos que Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Juan Marsé, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes y Gioconda Belli, entre otros. Seguirá siendo un “buen salvaje” y empecinado, pero las razones de ese faltazo obedecen a un virus que suena a trabalenguas macabro. (...) Rodrigo Fresán recogió el premio en su nombre. “Es un libro extraño, en el mejor sentido de la palabra, pero coherente con la obra de Guillermo. No es un libro común, va a sorprender mucho”, anticipó Fresán, para quien los libros de Saccomanno “se pasean por muchos lados, son como postales”. (...)Aunque el ganador no pudo hacer declaraciones, en un texto de su autoría distribuido por la editorial Planeta, Saccomanno cuenta que escribió la primera versión de El oficinista en el verano de 2003, tan sólo en un mes. “Ignoraba que su proceso de corrección y ajuste me llevaría seis años”, admitía allí el flamante ganador del premio Biblioteca Breve. “Seis años en los que pasé por diferentes estados de ánimo. En todos fui el oficinista. Es cierto, lo fui alguna vez. Quizás ahora, al escribir, no tenía que observar tanto a los otros como a mí mismo. Si hay una clase que conozco y repudio es la clase media. La clase a la que pertenezco. Se define por su capacidad de sometimiento y traición. Una clase que, en su afán de trepada y con tal de no descender un peldaño en la escala social, se identifica con sus enemigos, los ricos. Es decir, el poder.” Saccomanno plantea que lo peor del poder es que “nos inficiona”. Después de despotricar contra la clase media, “tan prolija”, “tan capaz de canalladas cobardes”, se pregunta, en una vuelta de tuerca flaubertiana: “¿Acaso soy mejor tipo por ser escritor? El oficinista también soy yo”. [...] Ballard, Kafka, Dostoievski y Philip K. Dick son algunos de los nombres que lanzó el jurado como brújulas para orientar la atmósfera de la novela premiada. “Por la noche, cuando la city se apaga, en los umbrales de esas catedrales del dinero, bajo las recovas de una avenida y hasta en las cabinas de los cajeros automáticos, empieza a verse a los sin techo, aquellas y aquellos desgraciados pestilentes expulsados de un sistema en el que creyeron”, recuerda Saccomanno en su texto. “Más de una vez, mientras observaba este contrapunto macabro, me preguntaba cómo escribir sobre estos personajes, que quizá no sean tan diferentes en su degradación del Akaki Akákievich de El capote, de Gógol. O del hombre del subsuelo de Dostoievski. También, ¿por qué no?, Bartleby. ¿Y Samsa? También. Nada es casual: en un principio esta novela se llamaría La perspectiva Nevski. Porque ésta sería una novela rusa. Existencias desesperadas en un mundo absurdo que responde a una lógica: la destrucción del sujeto. En este sentido, al modo ruso, esta novela no es de amor, sino de la búsqueda de amor. Aunque suene cursi. Aunque el amor esté en extinción. Una novela de soledad. Si lo prefieren, una experiencia rusa. De hecho, el protagonista de esta novela es ‘tan ruso’.” Saccomanno tiene una gran obra que comienza a instalarse poco a poco en España. El año pasado obtuvo el primer reconocimiento internacional cuando 77, la tercera parte de su trilogía conformada por La lengua del malón (2003) y Un amor argentino (2004), ganó el prestigioso premio Dashiell Hammett a la mejor novela publicada en español en la Semana Negra de Gijón. Entonces, se tomó tres bourbon para festejar lo que consideraba una “grata sorpresa”, porque no se tenía mucha fe. Lo que más le importaba de ese premio es que lleva “el nombre de Hammett, un escritor que dijo ‘no’ en tiempos en que escasean los hombres que dicen ‘no’”. [...] Colaborador habitual de Página/12 y maestro de talleres literarios en los que se han fogueado varias generaciones, el escritor suele advertir que “son las escrituras las que tienen que establecer las discusiones”. Cuando se publique El oficinista, en breve, los lectores podrán disfrutar esa perturbadora, sobria, onírica e incluso profética novela que ha deslumbrado al jurado español.
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