MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Anglofílicos ¡pero no tanto!

7.15.2009
Libros. Fuente: 123RF

El día de hoy, Pedro Escribano del diario La República comenta una nota en La Tercera de Chile sobre la polémica y anglofílica lista de 100 mejores libros de Newsweek y anota erróneamente:

La lista solo cuenta con dos escritores de habla no inglesa, Gabriel García Marquez con Cien años de Soledad y el chino Mao Tse- tung con Pensamiento.

Escribano leyó apresuradamente. La nota de La Tercera nunca dice eso. Lo que dice es que García Márquez es el único en castellano y Mao Tse-Tung el único asiático. Pero obviamente la lista tiene más autores que no son de habla inglesa. Como lo comenté antes en Moleskine Literario, entre los 10 autores aparece el ruso León Tolstoi en el número uno, y entre los 10 primeros también se cuentan al italiano Dante Aligheri y el griego Homero. Y la lista de autores de habla no-inglesa es extensa, sin dejar de predominar los ingleses y norteamericanos por supuesto. Los de Newsweek son anglofílicos ¡pero no tanto!

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Anglofilia: 100 libros Newsweek

7.13.2009
Libros en instalación. Fuente: convalor

La revista Newsweek ha hecho una lista, o más propiamente una "Meta-Lista", de los 100 mejores libros de todos los tiempos. ¿Por qué la llaman Meta-Lista? porque para su elaboración se han basado en 10 listas anteriores, con similares preguntas, hechas por medios de prensa. Se refieren a las listad siguientes: The Telegraph’s 110 best books/The Perfect Library, The Guardian’s top 100 books, Oprah’s Book Club, the St. John’s College reading list, Wikipedia’s list of all-time bestsellers, the New York Public Library’s books of the century, the Radcliffe Publishing Course’s list of the 100 best English-language novels of the 20th century, The Modern Library’s 100 best novels and 100 best works of nonfiction, Time’s 100 best English-language novels from 1923 to the present, and NEWSWEEK’s own list of current top 50 choices. Es obvio que las novelas elegidas siguen los cánones anglosajones de lo que es una buena novela y lo que son obras "esenciales" para ellas. Entre los 1o primeros puestos, por ejemplo, aparecen solo tres no anglófonos (Tolstoi, Homero y Dante Aligheri) aunque, cabe resaltar, La Guerra y la Paz está en primer lugar. Y entre los primeros 25, solo hay cinco autores no anglófonos. Kafka no aparece, Flaubert está en el 46 y Proust tiene que hacer cola hasta el puesto 65. Obviamente, no esperen demasiado en castellano, por si acaso. O no esperen nada (el único mencionado, en el puesto 17, es Cien años de soledad de García Márquez, y Miguel de Cervantes- increíblemente- no aparece). En diversos blogs han rebotado y traducido la Meta-lista. Dejo aquí los primeros 25 puestos.

1) Guerra y paz, León Tolstoi

2) 1984, George Orwells

3) Ulises, Joyce

4) Lolita, Vladimir Nabokov

5) El sonido y la furia, William Faulkner

6) El hombre invisible, Ralph Ellison

7) Al faro, Virginia Woolf

8) La iliada y la Odisea, Homero

9) Orgullo y prejuicio, Jane Austen

10) Divina Comedia, Dante

11) Cuentos de Canterbury, Geoffrey Chaucer

12) Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift

13) Middlemarch, George Eliot

14) Todo se desmorona, Chinua Achebe

15) El guardián entre el centeno, J. D. Salinger

16) Lo que el viento se llevó, Margaret Mitchell

17) Cien años de soledad, Gabriel García Márquez

18) El gran Gatsby, Scott Fitzgerald

19) Catch 22, Joseph Heller

20) Beloved, Toni Morrison

21) Viñas de Ira, John Steinbeck

22) Hijos de la medianoche, Salman Rushdie

23) Un mundo feliz, Aldous Huxley

24) Mrs. Dalloway, Virginia Woolf

25) Hijo nativo, Richard Wright

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El enorme Tolstoi

3.09.2009
León Tolstoi. Fuente: elmundo

La edición de Cuentos completos (Relatos, Sudamericana) de León Tolstoi le ha servido a Guillermo Saccomanno para escribir un texto extenso en "Radar Libros" de Página12, lleno de dmiración, por aquel narrador ruso que incluso antes de su muerte alcanzaba alturas proteicas, de gigante. Cada vez es más cierto que en un siglo de grandes genios, como lo fue el XIX, el nombre de Tolstoi empieza a echar sombra a la mayoría hasta convertirse en un verdadero titán literario más allá de sus anacronismos. Tolstoi no solo era el mejor contador de historias de su tiempo, sino un escritor capaz de mirar el mundo e interrogarlo con razón e inteligencia. Y el único, realmente el único, que se enfrentó a la muerte sin armaduras, tratando describirla tal como es. Si lo logró o no, solo Dios sabe. Pero no le tuvo miedo, y eso es seguro. Dice Saccomanno:

¿Quién se cree Tolstoi?, se pregunta uno. ¿Dios? La idea de Tolstoi como Dios no es nueva. “Este hombre es como Dios”, dice Máximo Gorki. León Trotsky, en uno de sus artículos de Literatura y revolución, comenta que al leer a Tolstoi su fuerza le recuerda La Ilíada y el Pentateuco. Lejos de Trotsky, Harold Bloom comparte a su modo la opinión: cuando lo lee a Tolstoi, como al leer a Homero, siente que la voz narradora es la de Dios. Tolstoi propugnaba la humildad en la fe, pero, ¿hasta dónde, con su omnipotencia, no se creía él mismo Dios? Al mirar sus fotos, como un coloso de Miguel Angel, su gran barba, su porte gigante, su mirada severa, Tolstoi impone un instintivo respeto. Dios, padre, patriarca. Tolstoi es un torrente. Las pasiones lo desbordan. Para bosquejar su ideología literaria puede ser un aporte internarse en esta recopilación (formato pocket, más de 600 páginas en tipografía diminuta) que incorpora relatos inéditos, otros poco conocidos y unos pocos clásicos. Como prodigio de orfebrería, lo integran también muchos relatos de los “libros de lectura” que Tolstoi compiló con ficciones de tono moral. Cuentos cortísimos, parábolas que, hacia acá, pueden asociarse con un anti La Fontaine, más próximo a Kafka o Monterroso. Tolstoi dio a leer algunos de estos textos a Scholem Aleijem y se publicaron antes en yiddish que en ruso. Sus fábulas suelen respirar un aire taoísta. En Buda anticipa, varias décadas antes y en pocas páginas, Siddharta, de Herman Hesse. Sus crónicas de aventuras y “hechos reales”, nouvelles introspectivas y amargas, pueden juzgarse un esbozo pionero de fiction non fiction. Como en su mayoría estos materiales fueron publicados originalmente en revistas, se recortan pequeños núcleos narrativos que, sin perder la gracia de lo autoconclusivo, enriquecen la lectura de sus grandes novelas. El escritor ajusta y perfecciona su técnica de la síntesis narrativa en función de una transparencia que le permita un impacto más directo, más certero. Porque Tolstoi pretende ser recordado no como el autor de Guerra y paz y Ana Karenina sino como el educador de estos libros de lectura. Este es el Tolstoi predicador pero, aun cuando pone en primer plano la cuestión de la fe, su bajada de línea no molesta. En muchas ocasiones, la incorporación de lo maravilloso (un milagro, una visión, una aparición celestial) produce el estupor de la literatura fantástica. Y si el gancho de cada pieza (en particular las más breves) sorprende, se debe sin duda a que Tolstoi extrema con austeridad el realismo de sus novelas.

El artículo también se detiene a comentar la relación entre Tolstoi y el arte:

A los cincuenta años, cuando podría reposar en su fama de artista y hacendado, Tolstoi lanza Mi confesión: “Sentí que aquello en que se apoyaba mi vida se rompía, que no encontraba ningún asidero, que lo que había construido mi vida ya no existía, que moralmente no podía vivir”. En el mismo período de crisis escribe el ensayo ¿Qué es el arte?, dueño de una mordacidad que le significará un camino sin retorno. Le indigna que una gorda soprano gesticulando a los gritos, como si alguien pudiera así expresar sus sentimientos con tanta estridencia, o un director de orquesta, con ese autoritarismo caprichoso típico, puedan ganar más que el obrero detrás de escena que se amasija como tramoyista. Le indigna que se gasten millones de rublos en academias, teatros y conservatorios, y apenas la centésima parte en educación. Le indigna que, en las grandes ciudades, centenares de millares de obreros –carpinteros, albañiles, pintores, tapiceros, sastres, peluqueros, joyeros, impresores– consuman su vida en trabajos forzados para satisfacer la necesidad de “arte” de un público aburrido y pretencioso. Tolstoi traza un relevamiento concienzudo de las discusiones sobre estética desde la antigüedad. No hay disciplina como la estética que se haya prestado, según Tolstoi, a tantas y tantas lucubraciones abstrusas. Y la definición de belleza, en tanto, sigue en discusión. Cualquier petimetre habla de arte, pero nadie sabe para qué sirve. A una edad en que tantos se jubilan y apoltronan, Tolstoi carga contra los críticos, las modas y la frivolidad, da vuelta otra página de su biografía y se dedica a construir escuelas, redactar un Nuevo Abecedario, una compilación de relatos brevísimos, y cuatro Libros rusos de lectura. Contra los juicios más adversos, estos libros venden más de un millón de ejemplares. Tolstoi se explica: “Mi ambicioso sueño es el siguiente: que durante dos generaciones todos los niños rusos, tanto los de la familia imperial como los de los mujiks, se formen con estos libros y extraigan sus primeras impresiones poéticas, y yo pueda morir en paz”. Hilarantes y filosos, cuentos como El abuelo se había vuelto viejo, La niña ratón o Las liebres exceden el género “para chicos”. Pero Tolstoi, el educador, no se engaña: sabe que no basta con predicar y cada uno debe ingeniárselas para descubrir su verdad. En todos los relatos que Tolstoi crea y también adapta para la educación popular (saqueando, cuando una historia le entusiasma, tanto Las mil y una noches como Herodoto), es el lector quien debe tomarse el trabajo de pensar. Qué hace vivir a los hombres, un relato fantástico con un ángel caído (y hay que animarse a un relato con un ángel, a menos que se sea García Márquez), tiene un sinfín de citas bíblicas como epígrafes, pero su capacidad para conseguir que el extrañamiento sea verosímil deslumbra. Mientras muchos escritores practican el cuento como entrenamiento para la novela, en Tolstoi pareciera que el proceso es al revés: del todo al uno, sus novelas monumentales devienen el laboratorio de ensayo para adquirir, en el relato corto, una sutileza que, más tarde, será influencia poderosa en Chejov. Tolstoi cuestiona la utilidad del arte. No jugar, no sorprender: enseñar. El cuento como sermón que propicia la meditación. Su contundencia es tal que impide saltar con apuro de un cuento a otro.

Finalmente, este párrafo, dedicado a la muerte y Tolstoi, en el que se menciona uno de mis libro favoritos (La muerte de Iván Ilich) me parece lo mejor del artículo:

En una carta a Gorki, escribe: “Cuando un hombre ha aprendido a pensar, todos sus pensamientos se ocupan de su propia muerte”. Esta idea, la muerte que se presenta como revelación, impregna, además de su clásico La muerte de Ivan Illich, varios de estos relatos. La oración es un ejemplo. En tiempos de la guerra ruso-japonesa, un bebé muere de hidrocefalia. En sus rezos, la madre interpela a Dios. Tiene una alucinación: divisa un viejo libertino con una puta. En el viejo reconoce los rasgos de su bebé. Despierta horrorizada. La mucama le explica que Dios supo lo que hacía al llevarse al bebé. Dios, ese azar que llamamos Dios, en este cuento se comporta como un demonio implacable a lo Stephen King, que abdujo esa almita. El cuento puede leerse como fantástico, pero también, por qué no, como de terror. Cabe consignarlo: el terror, en su eficacia, nubla el mensaje. Se vuelve boomerang: Dios es un poder arbitrario y letal. Una digresión y no tanto ahora: si este cuento, que se pretende evangelizador, opera como relato de terror; si transmite, contra su voluntad, una concepción monstruosa de Dios, ¿no será porque a Tolstoi le importa más escribir una buena historia, ser potente en la seducción, cincelar la forma, subyugar el lector, tenerlo agarrado, antes que suministrar una monserga? Desde esta interpretación, ¿no pesa más su vanidad de escritor que su intención predicadora? De ser así, estaría en juego ya no su idea de Dios tanto como su poder demiúrgico. “Vanidad de vanidades.” Con variaciones distintas, en estos relatos fluye la desesperación por vencer el dolor y superar el miedo a la muerte. Si un sentido se encuentra en este tránsito, machaca Tolstoi, es en el amor, pero el amor es un compromiso con los otros. Inflexible, Tolstoi es un creador de ficciones memorables, pero en su imaginar no abandona nunca la denuncia. Chejov, menos expansivo y más desencantado, coincidirá en su mirada: “Si los hombres pudieran ver cómo viven, el mundo sería tal vez mejor”

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Libros leídos que nadie lee

3.05.2009
Dos libros que todos presumen falsamente haberlos leído. Fuente: theguardian

Seguramente motivados por el libro de Pierre Bayard, Cómo hablar de los libros que no leímos, el diario The Guardian ha querido celebrar el Día Mundial del Libro (se anticipan más de un mes al 23 de abril) con una encuesta en la que se preguntaba qué libros son los que más se presume sin haberlos leídos. La encuesta, que se llevó a cabo entre lectores del Reino Unido, lanzó el siguiente resultado:

Un 42 por ciento de los encuestados admitieron haber mentido al decir que habían leído la distopía de Orwell (1984) mientras que un 31 reconocieron lo mismo respecto al gran retrato de la sociedad rusa antes de la invasión napoleónica que es la novela de Tolstói (La Guerra y La Paz). Un 25 por ciento hizo una admisión similar con respecto a la obra maestra del irlandés Joyce (Ulises) y cerca de un 24 por ciento dijo haber mentido sobre la lectura de la Biblia. Cuando se les preguntó qué autores leían con mayor gusto, un 61 por ciento de los encuestados citó a J.K. Rowling, la autora de la saga de Harry Potter y un 32 por ciento al autor de best-sellers John Grisham.

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La mujer interna de Abraham B. Yehoshúa

2.12.2009
Abraham B. Yehoshúa. Foto: Joan Sánchez. Fuente: El país

Con mi grupo de lectura de los miércoles estamos leyendo Una mujer en Jerusalén de Abraham B. Yehoshúa. Para darles un contexto, busqué una entrevista al narrador israelí y encontré una que, aunque es anterior a esta novela en castellano (es del 2007 y la novela se publicó en el 2008), y se refiere especialmente a la extraordinaria La novia liberada, no deja de ser interesante su referencia a la necesidad de todo escritor hombre de buscar su mujer interior y escribir desde ahí. La pregunta cae por su propio peso: ¿Esa idea fue la que motivó la escritura de Una mujer en Jerusalén? Responde el autor sobre el carácter de las mujeres en sus novelas:

Me da gusto que haya encontrado y descubierto el carácter de las mujeres, compuestas de fuerza y entereza. Es una búsqueda en la comprensión de la relación entre la mujer y el hombre. Para el hombre, en relación con su mujer, esta funciona únicamente para satisfacer sus propios deseos. La mujer es igual al hombre, como su par. La realidad de ella en la vida es que no hay una verdadera división de trabajo, mientras que éste no se ocupa de los niños, sólo realiza acciones en función de su propia carrera profesional, sin ningún tipo de responsabilidad en la familia. Hay carencia total de igualdad. Las mujeres representan siempre su expresión de brillantez, soñadoras, de mayor fuerza, creatividad. Por lo tanto el cambio que debe darse —es mi opinión— es como el papel actuado por la diosa Shiva de la India: su insatisfacción, y eso lo podemos ver en las diosas, especialmente en las hindúes. Asimismo, en mi novela [La novia liberada] aparece Jagit, una mujer dominante, que se enfrenta a su marido y demuestra rotundamente su total falta de satisfacción. Sin embargo, hasta ahora he escrito mis novelas de acuerdo con una mirada masculina, no he logrado todavía realizar un escrito con la mirada femenina. La novela que escribo ahora está construida como una especie de dueto, y una parte es la de la mujer y la otra parte es la del hombre, son una pareja de casados. Espero lograr esa mirada femenina. (...) Debo decir, recapacitando un momento, que encontré que desde mis primeros escritos las mujeres siempre han sido representadas como representativas de una gran fuerza, a veces más, otras menos, pero las mujeres siempre son fuertes. Finalmente para un escritor hombre, es importante que busque y encuentre a la mujer que lleva adentro, como puede pensarse en lo logrado por Flaubert o Tolstoi; si llego a obtenerlo, para mí será un logro real.

Como un aparte interesante, les dejo esta respuesta referida a la literatura latinoamericana a la que califica, pese a los elogios, como "falta de moral" (me imagino que más bien se refiere a "falta de compromiso"):

Obviamente [conozco] a García Márquez, el cual escribe cosas admirables, en su estilo del realismo fantástico. De sus libros me seduce especialmente El amor en los tiempos del cólera. Conozco a Borges, el cual nos entrega esas realidades deslumbrantes, que han hecho escuela en la literatura latinoamericana. Lo que me resulta difícil de asimilar, a veces, en esa literatura, es la falta de una moral, una ética. Por lo tanto es difícil decir que haya sido atraído especialmente por ella, pero hubo libros que me otorgaron gran placer leerlos.

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La novela tras la novela

1.06.2009
Boris Pasternak. Fuente: abc

Si Doctor Zhivago, de Boris Pasternak, no fuera una insuperable novela, podríamos decir que la historia en torno a su publicación y el premio Nóbel es mejor que la novela misma. Un pariente de León Tolstoi, de nombre Iván, ha investigado ese argumento de novela de espionaje que incluye un miembro de la Academia Sueca que pertenecía a la CIA en el 58, un editor comunista italiano, espías de la KGB, varios vuelos en avión de último momento y un escritor genial encerrado en su propio país. Lo cuenta la nota en el ABC a partir de la publicación de «La Novela Blanqueada de Pasternak. «Doctor Zhivago» entre el KGB y la CIA», de Iván Tolstoi. En la entrevista declara:

(...) cada libro tiene su propia vida y la de «Doctor Zhivago» es una de las más interesantes. Tuve la suerte de cruzarme en ese camino y por pura casualidad. Hace 20 años, recalé en Munich, en donde conocí en la redacción de Radio Liberty a Grigori Danílov, el tipógrafo que hizo los moldes para imprimir la primera edición en ruso de «Doctor Zhivago». Durante los años 50, trabajó en una editorial llamada Unión Central de Emigrantes Políticos (TsOPE). Fue creada por la CIA y sus colaboradores eran fundamentalmente exiliados rusos. Su misión era editar libros y propaganda antisoviética. Danílov fue quien me contó la historia relacionada con las primeras ediciones de «Doctor Zhivago» y la concesión a Pasternak del premio Nobel. Después, durante casi dos décadas, me he dedicado a documentar la historia y el resultado ha sido el libro que acabo de publicar. Corrían los años de la «guerra fría», con lo que ello implica de enfrentamiento ideológico entre la URSS y Occidente. Pasternak terminó de escribir «Doctor Zhivago» en 1955 y, obviamente, no encontró editor en su país para su publicación. Pero EE.UU. necesitaba propinar un golpe al régimen soviético en el terreno de la cultura y Pasternak, sin saberlo, se convirtió en el instrumento. La CIA decidió tomar cartas en el asunto. Se lo envió a un editor comunista llamado Giangiacomo Feltrinelli de Milán. El problema es que su intención era editar la obra en italiano y hacía falta que fuera en ruso, la lengua del escritor, para poder optar al premio Nobel. La concesión del prestigioso premio a Pasternak era precisamente el sopapo que Washington quería atizar en la cara de Nikita Jrushiov y para ello empleó todos los medios y el dinero necesarios. Le diré como primicia para su periódico, ahora que se han desclasificado los documentos sobre el asunto, que la CIA tenía una persona entre los miembros de la Academia sueca. (...) se organizó una operación para capturar la copia. No sé si fue el propio Feltrinelli el que llevó personalmente el manuscrito en avión a Roma, en donde iba a ser traducido al italiano, o lo hizo alguien de su confianza. Puede incluso que se tratase sólo de un paquete enviado por correo aéreo. Lo cierto es que los servicios secretos americanos se las ingeniaron para que el avión se pasase de largo varios centenares de kilómetros y aterrizase en Malta. Allí habían preparado una habitación especial en el aeropuerto con lámparas especiales y las cámaras para fotografiar los folios. La operación duró dos horas y después la copia fue devuelta a su lugar en la bodega. Esto sucedió en 1956. (...) en el verano de 1958, se envió a una imprenta holandesa llamada «Mouton». Fue todo clandestino. Ni siquiera el dueño de «Mouton» se enteró de lo que estaba pasando. La tirada fue de 1.160 ejemplares y terminó de prepararse en agosto de 1958. Era la primera edición en ruso. En italiano apareció en 1957 y en francés y alemán en 1958, pero antes del mes de agosto. La rusa, por tanto, era la cuarta edición y la quinta fue la inglesa, que vio la luz en septiembre, el mes en el que se falló el premio Nobel. El que tenía los derechos era Feltrinelli y su editorial estaba en Milán. La CIA recurrió a una hábil estratagema. Se encargaron de hacer que a oídos de Feltrinelli llegase la información de que en Holanda había aparecido la edición rusa. El editor, indignado, viajó a Amsterdam y amenazó con llevar a todos ante los tribunales por piratear su copia. La CIA logró convencerle de que el Nobel sería para Pasternak y de que los libros, al no llevar en la portada el lugar, año de impresión ni el nombre de la editorial, impedían presentar cualquier demanda. Al final, tras comprobar que el manuscrito utilizado era efectivamente el suyo, Feltrinelli aceptó poner su nombre y Milán como lugar de impresión. El editor italiano, sin embargo, no puso el signo del copyright, por lo que la edición era ilegal.

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Listas: momentos románticos

12.08.2008
El amor existe. Foto del restaurant Boulevard Lavaud, en Santiago, que quise robarme sin éxito.

Tengo que aceptar (asumir es la palabra precisa) que lo que más me gusta de las mujeres son sus momentos de fragilidad. Me gustan las mujeres algo neuróticas, olvidadizas, vulnerables, pedigüeñas, desordenadas, que desconfían de sí mismas aunque no son necesariamente inseguras, algo hipocondriacas e incluso ligeramente enfermizas (gripes súbitas, asma bajo control, alergias desconocidas, breves dolores de estómago, bajadas y subidas de presión intermitentes). Juan Carlos Onetti confesó que se enamoró de una Dolly, una muchacha rubia y baja de estatura entonces, que cargaba un contrabajo y esperaba un taxi improbable en la acera. Yo colecciono también esos momentos, y no solo en la vida sino en la literatura. Aquí dejo mi lista de cinco escenas de obras distintas que tuvieron un efecto inmediato en mí: me enamoré de sus protagonistas perdidamente y para siempre.

1.- Cuando Anna Karenina, después de conocer a Vronsky, regresa en tren donde su marido y lee una novela con los pliegues aún no cortados. Lleva un estilete para ayudarse. De pronto, en medio de la confusión de sus últimos días (el propio Vronsky la ha seguido en ese tren) confunde su abrigo de piel con un animal verdadero. ¿Es un abrigo o un animal? ¿Qué es aquello? ¿Quién soy yo?

2.- Cuando el hermano y detallista biógrafo del fallecido narrador exiliado Sebastián Knight, narrador de la novela, conoce a la novia de su hermano Claire Bishop. Ella está con una gripe atroz, se suena la nariz roja con disimulo, y busca por todo el restaurante unos guantes que ha perdido. Cuando al fin los encuentra y salen del restaurante, recuerda unas cuadras más adelante que ha dejado unos paquetes. Sebastián regresa al lugar para recuperar sus bongs-bongs.

3.- Cuando luego de pasarse los tres primeros tomos de la novela El cuarteto de Alejandría pensando en Justine, el narrador en medio de una travesía en bote de pesca junto a su gran amiga y cómplice Clea es testigo de cómo un arpón desviado alcanza su brazo y la desangra. Podría morir si no actúan a tiempo. Y en ese momento descubre que ama perdidamente a esa mujer-real que observa cómo brota su sangre con miedo y curiosidad.

4.- Cuando la provinciana e infantil Ana Sergevna -la dama del perrito- perdió sus impertinentes, una tarde que se la pasó espiando a los recién llegados en barco a Yalta junto a Gurov. Luego tendría que conseguirse otros impertinentes para ir a óperas mediocres en el pueblo de S. donde vivía con el lacayo de su esposo. 

5.- Cuando el celoso y posesivo perro del hortelano narrador de Agnes, la novela de Peter Stamm, lee un cuentito ingenuo de Agnes y lo critica con una frialdad, una pedantería y dureza injustificada. Agnes se defiende diciéndole "pero si solo es una historia cortita", pero él continúa la devastación. Al final, Agnes hizo aparecer otra vez el relato en la pantalla cuando mueve el mouse, apreta un par de teclas y el texto desaparece. Entonces anuncia: "Lo he borrado, olvidado. ¿Damos un paseo?" 

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El gruñón Naipaul

9.28.2007
V.S. Naipaul. Fuente: the guardian


V.S. Naipaul ha dado una entrevista al programa de la BBC Today y, tal como estaba previsto, ha escandalizado nuevamente con sus ataques molotov contra todos los escritores habidos y por haber, menos él mismo obvio. Se quiere bastante Vidia (eso lo sabíamos por Theroux). En el blog de The Guardian aparece una corta pero contundente reseña de la conversación. Esta vez, por ejemplo, enfiló contra los pinos usuales como Charles Dickens, Henry James y Jane Austen. Chuza. Y luego, este era imprevisto, contra su amigo Anthony Powers, sobre quien ha escrito un copioso libro. Dice que en el camino de su investigación fue descubriendo que sus libros no eran muy buenos. Al final, y ya para irse sin remilgos, declaró que los profesores de los Departamentos de Literatura en Inglaterra deberían dejar sus pupitres y empezar a condudir autobuses. Aclarando, ciertamente, que eso no sería muy bueno para los autobuses. Para sí mismo, en cambio, se guardó la comparación con Tolstoi e Ibsen.

¿Hay que tomarlo en serio? se pregunta The Literary Saloon. Y la pregunta va con un argumento contundente: quien dice no leer autores contemporáneos no tiene derecho a declarar la muerte de la novela. La ignorancia, incluso la de un Nobel estupendo, es atrevida.

Opina The Literary Saloon: "We haven't heard the interview, but much as we enjoy much of his work have found it impossible to take Naipaul's pronouncements on literature seriously since that Reuters interview we mentioned a few months back (now only available here, as best we can tell), where: Naipaul, who sometimes needed assistance in walking at the event, told Reuters he had no favourites among current writers.

"I stopped reading contemporary writing with the last generation of writers, you know, the Evelyn Waugh, Graham Greene kind of generation," he said.

As we said back then: that claim (or admission) immediately disqualifies him entirely from the debate . You only get to moan about the death of the novel or the death of literature if you really can't find any life-signs -- but you have to be open to possible life-signs: you can't just shut the book(s) before even seeing what is being done in them".

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