Mostrando entradas con la etiqueta emperador de los franceses. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta emperador de los franceses. Mostrar todas las entradas

sábado, 11 de septiembre de 2010

La Casa de la Emperatriz

La “Etiqueta del palacio imperial”, publicada en 1806, prevé cada instante de la vida de los soberanos, sea que la corte esté establecida en París o en viaje por el extranjero. Así, el 2º Capítulo, titulado “De la distribución de los aposentos y de las entradas a cada uno de ellos”, cuenta con cuarenta y seis puntos detallados, donde se indica el comportamiento en el gran salón de recepciones, el aposento ordinario del emperador o la recámara de la emperatriz. Se requieren cuarenta y tres puntos para tratar “de las comidas de Sus Majestades”. Los otros capítulos no dejan nada librado al azar, ya se refieran a la ceremonia de levantarse o de acostarse de Sus Majestades (a la manera de los Grand Lever o Petit Lever en el Versailles del Antiguo Régimen), las misas, los bailes, los conciertos y hasta los duelos de la corte.


Al formar la Casa de la emperatriz, separada de la del emperador, se incluyen los más grandes apellidos nobles del Antiguo Régimen. La componen cuatro primeros oficiales, cada uno de ellos jefe de un servicio: el primer capellán, la dama de honor, el primer chambelán y el caballerizo mayor. El primer capellán es un Rohan, simple adjunto del gran capellán, pero hermano del cardenal implicado en el asunto del collar de María Antonieta y que, después del divorcio, quedará al servicio de María Luisa.



La emperatriz de rodillas asistida por Mme. de la Rochefoucauld y Mme. de La Valette


La dama de honor, Madame de la Rochefoucauld, es una prima hermana de Alejandra de Beauharnais. Tiene preeminencia sobre el gran chambelán y autoridad sobre el servicio de honor, las damas de palacio y, hasta 1806, sobre los chambelanes. También tiene bajo sus órdenes a la dama del guardarropa, personaje importante que reina sobre el vestuario y las alhajas personales de la emperatriz. Las damas de palacio, que inicialmente son cuatro, forman el círculo más habitual de Josefina. Muy pronto los efectivos llegarán a veintinueve, entre las cuales habrá dos damas supernumerarias (mientras que en el Antiguo Régimen la reina no tenía más que doce). La cifra parece considerable, pero no hay que olvidar que sirven por períodos; cada trimestre, el emperador nombra a cuatro damas, dos de las cuales sirven a la emperatriz y la acompañan cuando sale. En esta lista hay algunos apellidos ilustres adheridos al Imperio, como las señoras de Mortemart, de Montmorency o de Chevreuse, otras provienen de la nueva nobleza imperial, como Madame de Savary o de Maret, en una mezcla que el emperador utiliza para lograr su sueño imposible, la fusión de las dos noblezas que tanto habló en Santa Elena. La dama de palacio de más confianza es Madame d’Arberg, que pertenece a una de las más antiguas familias de Alemania y es prima segunda de la reina viuda de Prusia. Gran conocedora de las costumbres de las cortes, es la guía indispensable para aconsejar a Josefina en lo tocante a la etiqueta.


La Tiara de Camafeos, oro y perlas que hoy está en poder de la Casa Real de Suecia

En el servicio de los aposentos, la emperatriz es atendida por la primera doncella, Madame Marco-Saint-Hilaire, quien, con su asistente Madame Bassan, tiene bajo sus órdenes a cuatro doncellas más, pronto apodadas damas introductoras, cuya misión es admitir en las habitaciones privadas a las personas autorizadas a franquear los umbrales del apartamento interior. Generalmente se las conoce como “damas rojas” en razón del color de su uniforme. Mucho más importante es la dama de atavíos y sus cuatro damas, asistidas por dos jóvenes del guardarropa.


Con relación a la reina de Francia, Josefina posee un primer chambelán un chambelán introductor de embajadores y seis chambelanes que la sirven por períodos. Todos pertenecen a la antigua nobleza y ostentan ilustres apellidos: Monsieur d’Aubusson conde de la Feuillade, Monsieur de Galard conde de Béarn, Monsieur de Montesquiou y el príncipe de Grave. Pero como el emperador no reconoce los antiguos títulos, figuran en el “Almanaque Imperial” como Messieurs Hector Daubusson, Galard Béarn, Montesquiou y Degrave.


El dormitorio de Josefina en Fontainebleau


Durante los viajes, ya sea por las provincias del reino o por otros países, el séquito de Josefina está compuesto por quince personas para su servicio particular. Presiden el grupo la dama de honor principal, el introductor de embajadores y chambelán y el mayordomo. Tal como a una soberana, cuatro damas de honor secundarias la acompañan en todos sus desplazamientos. Cuando la emperatriz viaja sola, el emperador le confecciona un itinerario del que le está prohibido apartarse. Él determina el número de carruajes que deben acompañarla, decreta su orden de marcha y la cantidad de caballos que habrá de atarse a cada uno. Dicta igualmente las respuestas que ella debe dar a cada delegación que reciba y le indica el alojamiento que debe ocupar en las ciudades donde se detenga. Napoleón dicta estas directrices a su secretario, quien las transcribe a pequeñas agendas entregadas luego a Josefina.

El servicio de las cuadras atiende la caballeriza propia de la emperatriz. El caballerizo mayor es Monsieur d’Harville, que cede su lugar en 1806 al general Ordener. Tiene bajo sus órdenes cierta cantidad de caballerizos elegidos entre soldados de buenas y antiguas familias, pero que poco aparecen en la corte, pues constantemente están en guerra. Si bien no hay coches de gala reservados al emperador, albergan algunos muy elegantes de variados colores, unos con escudo de armas, otros simplemente numerados. Para ese importante servicio se requiere no menos de un centenar de caballos. Contados los picadores, los criadores de pie, los postillones y los cocheros, el personal subalterno de las caballerizas de la emperatriz pasa de cuarenta y tres personas al crearse el Imperio a ochenta y tres en momentos del divorcio.


Josefina y sus damas en el jardín de rosas de Malmaison


Tal es el marco impuesto por el emperador, en el que Josefina se mueve durante los brillantes años del Imperio.

Una vez separada del emperador, Josefina conserva su categoría y su título de emperatriz reina coronada. La corona imperial y el manto salpicado de abejas siguen adornando su escudo de armas. Por decreto de 16 de diciembre de 1809, Napoleón pone a su disposición el palacio del Elíseo, el más bello de París, y le otorga el dominio de Malmaison. A esa brillante dote añade el 11 de marzo de 1810 el castillo de Navarra, cerca de Evreux y agrega a esas tierras y castillos ofrecidos de un plumazo fuentes de recursos casi inagotables y rentas para que Josefina pueda vivir acorde a su rango.

Un vestido de corte de la emperatriz



Su nueva Casa se organiza en seis rubros bien definidos. El primero es el servicio de honor y se compone de un capellán principal, una dama de honor, seis damas de palacio, un caballero de honor, seis chambelanes, un caballerizo mayor, cuatro caballerizos y un mayordomo. Es decir que desaparece la dama de las joyas y el número de damas de palacio se reduce de veintisiete a seis, pero Josefina conserva un personal decoroso y muy similar al que la servía cuando reinaba. El segundo rubro es el del mayordomo, al que se agrega el servicio de salud compuesto por un médico de cabecera, otro médico, un cirujano, un cirujano de cabecera y un farmacéutico.


El rubro III, afectado al culto, es muy modesto con sus dos capellanes, comparado al servicio de cámara y de música (rubro IV), que incluye dos ujieres del gabinete, seis ayudas de cámara, una lectora, una encargada de las joyas, cuatro doncellas, un ayuda de cámara para el guardarropa, un director de orquesta y sus músicos. Aquí se encuentra la caja para gastos menores (limosnas y pensiones) y vestuario.

El divorcio de Napoleón

El servicio de alimentación y librea, que constituye el rubro V, es el que implica mayor cantidad de personal: el supervisor y su adjunto tienen sesenta y seis personas bajo sus órdenes. La cocina, la despensa, la bodega, el mantenimiento de la platería, de la porcelana y de la cristalería requieren veintiún empleados, sin contar dos maestresalas, dos trinchadores y un encargado de poner la mesa. Tres personas están afectadas a la ropa blanca y catorce al servicio de iluminación y calefacción. El servicio de los aposentos comprende dos porteros y un primer ayuda de cámara que tiene bajo sus órdenes a no menos de otros veinte ayudas de cámara. Por fin, el rubro VI, el de las cuadras, está organizado sobre la base del mantenimiento de sesenta caballos.


El dormitorio de Josefina en Malmaison


Las personas del servicio de honor, de trato diario con Josefina, provienen de las mejores familias y la mayoría seguirá siéndole fiel. El capellán principal, arzobispo de Tours y cuñado de una Beauharnais, es el encargado de todo lo que concierne al culto y la distribución de las limosnas. La dama de honor, Madame d’Arberg, dirige toda la casa y reglamenta el servicio de los aposentos, el del guardarropa y el de las joyas y tiene bajo sus órdenes a ocho damas de palacio. Es el pilar sobre el que reposa todo el edificio. El caballero de honor, Monsieur de Beaumont, ex introductor de embajadores de la emperatriz, tiene la misión de acompañar a Josefina en sus desplazamientos, de velar por su guardia y de ocuparse de la policía y la distribución de los alojamientos en las diferentes habitaciones de Su Majestad. Es asistido por cuatro nuevos chambelanes. Finalmente las cuadras están dirigidas por el caballerizo mayor, el barón de Mónaco, asistido por otros tres caballerizos: Pourtalès, dÀndlau y Chaumont-Quitry.

martes, 7 de septiembre de 2010

Las Reinas de Francia


La ley de los varones impide la ascensión de una mujer al trono, por lo que el país galo nunca ha tenido una reina gobernante por derecho propio (aunque algunas mujeres han gobernado Francia como regentes).

Desde el año 987, de la boda de Hugo I de Francia, se cuentan 53 consortes de los monarcas franceses, de ellas 49 han llevado el título de Reina de Francia, Reina Consorte o Reina de los Franceses. Tres de ellas han llevado el título de Emperatriz de los Franceses y una fue conocida como Consorte Real.


Boda de Henri II con Catalina de Médicis

Ingeborg de Dinamarca y Ana de Bretaña fueron cada una reinas por más de una vez. María Josefina Luisa de Saboya fue reina de jure durante los períodos republicano e imperial, pero nunca esposa de facto del jefe del Estado francés.

Desde 1285 a 1328 las coronas de Navarra y Francia estuvieron unidas en virtud del matrimonio de Juana I, reina reinante de Navarra, con Felipe IV, rey de Francia, y por la sucesión de sus tres hijos, Luis X, Felipe V y Carlos IV. Así, las esposas de estos tres reyes eran reinas consortes, no sólo de Francia sino también de Navarra. Con la muerte de Carlos IV, sin embargo, Navarra pasó de las manos de los reyes de Francia hasta 1589, cuando Enrique III de Navarra se convirtió en Enrique IV de Francia.

Tras la sucesión de Enrique, su esposa, Margarita de Valois, que ya era reina consorte de Navarra, también se convirtió en reina consorte de Francia. A partir de entonces y hasta 1791, las reinas de Francia también fueron reinas de Navarra; la corona de Navarra se fusionó con la corona francesa en 1620, pero los reyes franceses continuaron usando el título de rey de Navarra hasta 1791. Se retomaría con la restauración de 1814-1815 y acabaría con la Revolución de 1830; las consortes Bonaparte y Orleans no lo usaron.

Henri IV y Margarita de Valois


Entre las integrantes de la lista de reinas francesas, resaltan algunas que fueron regentes del reino en distintas circunstancias:
  • Ana de Kiev: desde 1060 y hasta 1066, durante la minoría de edad de su hijo Felipe I
  • Adela de Champaña: entre 1090 y 1092, durante la participación de su hijo Felipe II Augusto en la Tercera Cruzada
  • Blanca de Castilla:
    o entre 1226 y 1234 por la minoría de edad de su hijo Luis IX
    o desde 1248 y hasta 1252 por la ausencia de su hijo en las Cruzadas
  • Juana de Borgoña: durante las varias ausencias de su esposo, Felipe VI, por la Guerra de los Cien Años
  • Isabel de Baviera-Ingolstadt: informalmente, durante la demencia de su esposo Carlos VI (1393-1420)
  • Catalina de Médicis:
    o en 1552, pues su esposo Enrique II se encontraba en una Campaña Militar
    o por tres años desde 1560, pues su segundo hijo Carlos IX aun era menor de edad al asumir
    o por un breve período en 1574, mientras su hijo Enrique III arribaba desde Polonia para asumir la corona
  • María de Médicis: desde 1610 y hasta 1614, su hijo Luis XIII aun era menor de edad al morir Enrique IV
  • Ana de Habsburgo: a partir de 1643 y hasta 1651, en nombre de su hijo Luis XIV, aun menor de edad.
  • Eugenia de Montijo: en tres oportunidades durante las ausencias de su esposo Napoleón III

María de Médicis, consorte de Enrique IV


Dinastía de los Capetos

• Adelaida de Aquitania (945-1004)
• Susana de Italia (937-1003)
• Berta de Borgoña (964-1010)
• Constanza de Arles (973-1064)
• Matilde de Frisia (m. 1044)
• Ana de Kiev (1024-1075)
• Berta de Holanda (1055-1094)
• Bertrada de Montfort (1070-1117)
• Adela de Saboya (1092-1154)
• Leonor de Aquitania (1122-1204); Duquesa de Aquitania, Duquesa de Gascuña y Condesa de Poitou.
• Constanza de Castilla (1141-1160); Infanta de Castilla.
• Adela de Champaña (1140-1206)
• Isabel de Henao (1170-1190)
• Isambur de Dinamarca (1175-1276); Princesa de Dinamarca.
• Inés de Méran (1172-1201)
• Isambur de Dinamarca (1175-1276); Princesa de Dinamarca.
• Blanca de Castilla (1188-1252); Infanta de Castilla.
• Margarita de Provenza (1221-1295)
• Isabel de Aragón (1245-1271); Infanta de Aragón.


Isabel de Aragón, primera consorte de Felipe III


• María de Brabante (1254-1321)
• Juana I de Navarra (1271-1305); Reina de Navarra, Condesa de Champaña y Condesa de Brie.
• Margarita de Borgoña (1290-1315); Reina de Navarra.
• Clemencia de Hungría (1293-1328); Princesa de Hungría.
• Juana de Borgoña (1293-1330); Condesa de Borgoña y Condesa de Poitiers.
• Blanca de Borgoña (1296-1326); Condesa de La Marche.
• María de Luxemburgo (1304-1324)
• Juana de Evreux (1310-1370); Señora de Brie-Comte-Robert.

Dinastía Capetina de los Valois

• Juana de Borgoña (1293-1348); Condesa de Maine, Condesa de Valois y Anjou.
• Blanca de Evreux (1333-1398; Infanta de Navarra.
• Juana de Auvergne (1326-1360); Condesa de Auvergne y Boulogne.
• Juana de Borbón (1339-1378)
• Isabel de Baviera-Ingolstadt (1370-1435)
• María de Anjou (1404-1463); Princesa de Nápoles e Infanta de Aragón.
• Carlota de Saboya (1441-1483)
• Ana de Bretaña (1477-1514); Duquesa de Bretaña.

Isabel de Baviera, consorte de Carlos VI

Línea de los Valois-Orléans

• Juana de Valois (1464-1505); Duquesa de Berry.
• Ana de Bretaña (1477-1514); Duquesa de Bretaña.
• María Tudor (1496-1533); Duquesa de Suffolk.


Línea de los Valois-Angulema

• Claudia de Valois (1499-1524); Duquesa de Bretaña.
• Leonor de Habsburgo (1498-1558); Reina Consorte de Portugal.
• Catalina de Médici (1519-1589); Condesa de Auvergne.
• María Estuardo (1542-1587); Reina de Escocia.
• Isabel de Austria (1554-1592); Archiduquesa de Austria.
• Luisa de Lorraine-Vaudémont (1553-1601)

Louise de Lorraine, consorte de Henri III


Dinastía Capetina de los Borbón

• Margarita de Valois (1553-1615); Reina Consorte de Navarra.
• María de Médicis (1573-1642)
• Ana de Habsburgo (1601-1666); Infanta de España y Portugal y Archiduquesa de Austria.
• María Teresa de Habsburgo (1638-1683); Infanta de España y Archiduquesa de Austria.
• Francisca de Aubigne (1635-1719); Marquesa de Maitenon. Consorte Real (1685-1715)
• María Leszczynska (1703-1768); Princesa de Polonia.
• María Antonieta de Habsburgo-Lorena (1755-1793); Archiduquesa de Austria. Reina de Francia (1774-1791) y Reina de los Franceses (1791-1792)


Dinastía Bonaparte

• Josefina de la Pagerie (1763-1814); Vizcondesa de Beauharnais. Emperatriz de los Franceses (1804-1810)
• María Luisa de Habsburgo-Lorena (1791-1847); Archiduquesa de Austria. Emperatriz de los Franceses (1810-1815)

María Luisa de Austria, segunda consorte de Napoleón I


Dinastía Capetina de los Borbón (Restauración)

• María Teresa de Borbón (1778-1851); Madame Royale.


Línea Borbónica de los Orleáns

• María Amalia de Borbón-Dos Sicilias (1788-1866);Princesa de las Dos Sicilias, Reina de los Franceses (1830-1848)


Dinastía Bonaparte

• Eugenia de Montijo (1826-1920); Condesa de Teba. Emperatriz de los Franceses (1853-1871)

La corona de la emperatriz Eugénie

domingo, 5 de septiembre de 2010

Cambios en el tratamiento real




Antiguo Régimen


987–1031 Por la Gracia de Dios, Rey de los Francos (Hugo Capeto, Roberto II)


1031–1032 Por la Gracia de Dios, Rey de los Francos, Duque de Borgoña (Enrique I)

1032–1137 Por la Gracia de Dios, Rey de los Francos (Enrique I, Felipe I, Luis VI)

1137–1152 Por la Gracia de Dios, Rey de los Francos y Duque de los Aquitanos, Conde de los Poitevinos (Luis VII)

1152–1180 Por la Gracia de Dios, Rey de los Francos (Luis VII)

1180–1190 Por la Gracia de Dios, Rey de los Francos, Conde de Artois (Felipe II)

1190–1223 Por la Gracia de Dios, Rey de los Francos (Felipe II)



Philippe II


1223–1237 Por la Gracia de Dios, Rey de los Francos, Conde de Artois (Luis VIII, Luis IX)

1237–1285 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia (Luis IX, Felipe III)

1285–1305 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia y Navarra, Conde de Champagne (Felipe IV)

1305–1314 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia (Felipe IV)

1314–1316 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia y Navarra, Conde de Champagne (Luis X, Juan I)

1316–1322 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia y Navarra, Conde de Champagne y Borgoña (Felipe V)

1322–1328 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia y Navarra, Conde de Champagne (Carlos IV)

1328–1350 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia (Felipe VI)

1350–1360 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia, Conde de Auvernia y Boloña (Juan II)

1360–1361 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia (Juan II)

1361–1363 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia, Duque de Borgoña (Juan II)

1363–1364 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia (Juan II)

1364–1422 Por la Gracia de Dios, Rey de Francia; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Carlos V, Carlos VI)



Charles V


1422-1429 Por la Gracia de Dios, Rey de Inglaterra y Francia y Señor de Irlanda; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Enrique VI de Inglaterra)

1422/1429-1486 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Carlos VII, Luis XI, Carlos VIII)

1486–1491 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Carlos VIII)

1491–1495 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia, Duque de Bretaña; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Carlos VIII)

Febrero-Julio 1495, Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia, Nápoles y Jerusalén, Duque de Bretaña; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes (Carlos VIII)

1495–1498 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia, Duque de Bretaña; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Viennois, Conde de Valentinois y de Diois (Carlos VIII)


Charles VIII

April 1498-1499 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia, Duque de Bretaña; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Viennois, Conde de Valentinois y de Diois (Luis XII)

1499–1505 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia, Duque de Bretaña; Rey de Nápoles y Jerusalén, Duque de Milán, Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Luis XII)

1505–1512 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia, Duque de Bretaña; Duque de Milán, Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Luis XII)

1512–1514 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia, Duque de Bretaña; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Luis XII)

1514–1515 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Luis XII)

1515–1521 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia, Duque de Bretaña; Duque de Milán, Conde de Asti, Señor de Génova; Conde de Provenza, , Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Francisco I)


Francisco I


1521–1524 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia, Duque de Bretaña; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes (Francisco I)

1524–1559 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes (Francisco I, Enrique II)

1559–1560 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia y Escocia; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Francisco II)

1560–1589 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Carlos IX, Enrique III)

1589–1607 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia y Navarra, co-Príncipe de Andorra, Duque de Albret, Beaumont y Vendôme, Conde de Foix, Armagnac, Comminges, Bigorre y Marle, Señor de Béarn y Donezan; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Enrique IV)

1607–1620 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia y Navarra, co-Príncipe de Andorra, Señor de Béarn y Donezan; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Enrique IV, Luis XIII)



Luis XIII


1620–1641 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia y Navarra; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Luis XIII)

1641–1652 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia y Navarra; Conde de Barcelona, Rosellón y Cerdeña; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Luis XIII, Luis XIV)

1652–1791 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia y Navarra; Conde de Provenza, Forcalquier y las tierras adyacentes; Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois (Luis XIV, Luis XV, Luis XVI)

1791-1814 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia y Navarra (Luis XVI, Luis XVII, Luis XVIII)

1791–1792 Por la Gracia de Dios y por el derecho Constitucional del Estado, Rey de los Franceses (Luis XVI)


Monumento funerario de Luis XVI y María Antonieta en Saint Denis


Primer Imperio

1804–1805 Por la Gracia de Dios y las Constituciones de la República, Emperador de los Franceses (Napoleón I)

1805–1806 Por la Gracia de Dios y las Constituciones de la República, Emperador de los Franceses, Rey de Italia (Napoleón I)

1806–1809 Por la Gracia de Dios y las Constituciones de la República, Emperador de los Franceses, Rey de Italia, Protector de la Confederación del Rin (Napoleón I)

1809–1814 Por la Gracia de Dios y las Constituciones de la República, Emperador de los Franceses, Rey de Italia, Protector de la Confederación del Rin, Mediador de la Confederación Helvética (Napoleón I)


El emperador Napoleón


Restauración

1814–1815 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia y Navarra (Luis XVIII)

Marzo-Junio 1815 Por la Gracia de Dios y las Constituciones de la República, Emperador de los Franceses (Napoleón I, Napoleón II)

1815–1830 Por la Gracia de Dios, Cristianísimo Rey de Francia y Navarra (Luis XVIII, Carlos X, Luis XIX, Enrique V)

Monarquía de Julio

1830–1848 Por la Gracia de Dios y el derecho Constitucional del Estado, Rey de los Franceses (Luis-Felipe)

Segundo Imperio

1852–1870 Por la Gracia de Dios y las Constituciones de la República, Emperador de los Franceses (Napoleón III)


Napoleón III


viernes, 3 de septiembre de 2010

Tratamientos y títulos de los monarcas franceses

El tratamiento preciso de los soberanos de Francia varió a través de los años. Actualmente no hay monarquía en Francia, pero tres distintas tradiciones existen (Legitimistas, Orleanistas y Bonapartistas), cada una reclamando diferentes fórmulas de titulación.


Estandarte Real de Francia


Las tres formas de tratamientos reclamadas por los pretendientes al trono francés son:


  • Legitimista: “Muy Alto, Muy Poderoso y Muy Excelso Príncipe (X), por la Gracia de Dios, Rey de Francia y de Navarra, Majestad Cristianísima” (Très haut, très puissant et très excellent Prince, X, Par la grâce de Dieu, Roi de France et de Navarre, Roi Très-chrétien).

  • Orleanista : « (X), por la Gracia de Dios y el derecho constitucional del Estado, Rey de los Franceses » (X, Par la grâce de Dieu et par la loi constitutionnelle de l'État, Roi des Français).

  • Bonapartista : « (X), por la Gracia de Dios y las Constituciones de la República, Emperador de los Franceses » (X, par la grâce de Dieu et les Constitutions de la République, Empereur des Français.)

La Galería de Reyes en la fachada Oeste de la catedral de Notre Dame. Representa una línea de estatuas de los 28 reyes de Judá e Israel, rediseñada por Viollet-le-Duc para reemplazar las estatuas destruidas durante la Revolución. Los revolucionarios creían que estas imágenes representaban a los reyes franceses, por lo que las decapitaron.

Francorum Rex

El termino latino Francorum Rex era el título oficial en latín del Rey de los Francos luego de la ascensión de la dinastía carolingia (muchas veces tomando la forma de Rex Francorum); este título era usado en documentos oficiales hasta que el francés reemplazó al latín como el lenguaje formal de la documentación y permaneció siendo usado en la moneda hasta el siglo XVIII. No obstante, desde el siglo XII también se usaba la forma Franciae Rex ("Rey de Francia").

Monograma de Carlomagno, de la subscripción de un diploma real: "Signum (monograma: KAROLVS) Karoli gloriosissimi regis".


Rey Cristianísimo


El título Rex Christianissimus, o Roi Très-chrétien, tuvo sus orígenes en la larga, y deferente, relación entre la Iglesia Católica y los Francos. Francia fue el primer estado moderno en ser reconocido por el Papado: era la “Hija Mayor de la Iglesia” y Clovis, Rey de los Francos, era considerado protector de los intereses de Roma. Así, este título fue frecuentemente otorgado a los reyes franceses (aunque en determinadas ocasiones monarcas de otros reinos serían tratados como tales por la Iglesia) y su uso se hizo frecuente durante el reinado de Carlos VI; bajo su hijo, Carlos VII, se reconoció como un título exclusivo y hereditario de los Reyes de Francia.


El Papa Julio II, aliado entre 1510 y 1513 con Henry VIII de Inglaterra contra Luis XII de Francia, consideró transferir el título del monarca francés al soberano inglés, redactando un breve papal a estos efectos; sin embargo, este documento nunca se hizo público. Los reyes franceses continuaron así usando el título, en particular en los documentos diplomáticos, menos frecuentemente dentro de Francia o en el habla cotidiana del reino.

Sello personal de Luis IX, San Luis


Rey de los Franceses

Con la Revolución francesa vino la Constitución. Dentro de las reformas propuestas, el monarca cesó de ser un gobernante absoluto de tierras hereditarias y poder derivado de Dios; en su lugar, se convirtió en un gobernante constitucional por la voluntad del pueblo francés y para lograr su bienestar. Por decreto de 12 de octubre de 1789, el título del Rey cambió de “Por la Gracia de Dios, Rey de Francia y de Navarra” a “Por la Gracia de Dios y por el derecho constitucional del Estado, rey de los Franceses” (Par la grâce de Dieu et par la loi constitutionnelle de l'État, Roi des Français), convirtiéndose en oficial al igual que la nueva Constitución el 1º de octubre de 1791.

La monarquía fue abolida un año después y los partidarios de los Borbones apoyaron a Luis XVI, y luego a Luis XVII y Luis XVIII, como “Rey de Francia y de Navarra” antes que “Rey de los Franceses”, bajo cuyo título fueron restaurados en 1815. No obstante, la monarquía constitucional revivió en 1830, con la deposición borbónica. Aunque la llamada “Monarquía de Julio” (Orleanista) fue abolida en 1848, los herederos de Luis Felipe continuaron reclamando el título y el legado.



Representación barroca de las Armas reales de Francia sostenidas por querubines


Emperador de los Franceses

Este título fue instituido en 1804 por Napoleón Bonaparte, quien se coronó a sí mismo Emperador. Es el título con el cual los Bonapartistas y sus partidarios continúan estableciendo reclamo hoy.


Otros títulos

Los Reyes de Francia portaron, en un momento u otro, diferentes títulos agregados a la Corona.


Bretaña

Bretaña, durante la Edad Media, era parte del Reino de Francia (es decir, se encontraba dentro de las fronteras tradicionales del reino y el soberano era considerado señor del Ducado); efectivamente, sin embargo, fue un estado por mucho tiempo independiente. Este período llegó a su fin con la muerte de Francisco II de Bretaña; el Ducado fue heredado por su hija, Ana, pero Carlos VIII de Francia, determinado a traer aquel territorio bajo control real, la forzó a casarse con él y, como resultado, Francia y Bretaña pasaron a ser una unión personal, convirtiéndose el rey de Francia también en duque de Bretaña.


El pabellón de Bretaña


Legalmente, el ducado permanecía separado de la propia Francia; los dos títulos estaban vinculados solo por el matrimonio del rey y la reina y cuando el monarca murió sin descendencia, el título “Duque de Bretaña” permaneció en poder de Ana antes que pasar al heredero del reino, Luis XII. Éste, sin embargo, casó también con la reina viuda, por lo que el rey de Francia fue una vez más Duque de Bretaña. Cuando la reina murió, Bretaña pasó directamente a su hija y heredera, Claudia, pero al casarse Claudia con el sucesor de Luis XII, Francisco I, el rey nuevamente se convirtió en Duque en virtud de tal matrimonio.

La muerte de Claudia de Francia en 1524 separó el ducado de la corona una vez más y esta vez para siempre. Como Claudia, al igual que su madre, era Duquesa soberana, el título de “Duque” no permaneció en poder de su esposo, sino que pasó a su hijo, Francisco IV de Bretaña, quien era también Delfín de Francia. Legalmente, la corona y el ducado estaban separados pero el Duque era un niño, por lo que el ducado por años sería gobernado como una parte integral de Francia. Bretaña cesó de ser usado como título del rey de Francia luego de la muerte de la duquesa Claudia.

La fleur de lys, tradicional emblema de la realeza francesa, en la arquitectura


Navarra

Navarra estuvo dos veces unida con Francia: entre 1314 y 1328 (efectivamente desde 1284, luego del matrimonio de Felipe IV de Francia y Juana I de Navarra) y desde 1589 hasta hoy.

En el primer caso, la unión fue meramente la de dos coronas: aunque los reyes portaban ambos títulos, los dos reinos eran legalmente diferentes, ligados solo por los descendientes del matrimonio entre Felipe y Juana de Navarra. Cuando murieron sus descendientes directos en línea masculina, los dos dominios se separaron: Francia pasó a Felipe de Valois, sobrino de Felipe IV y Navarra fue heredada por la nieta de éste (y heredera mayor), Juana II de Navarra. Las otras posesiones de Juana I en Francia, heredadas de sus antepasados los Condes de Champagne, no pasaron con Navarra a sus herederos, sino que, por tratado, Juana las intercambió por otras tierras y Felipe fusionó la herencia Champenois a la Corona francesa.


Unidos, los blasones de Francia y de Navarra


Francia y Navarra estuvieron unidas nuevamente en 1589, en la persona de Enrique IV de Francia: su madre, Juana III de Navarra, había sido Reina de Navarra (y heredera mayor de Juana II); su padre, Antoine de Borbón, había sido el heredero mayor después de la Casa de Valois. Así que se convirtió en “Rey de Francia y Navarra”. En 1590 declararía por patente real que sus propiedades personales permanecerían separadas de la corona y no sujetas a la ley Sálica; en 1596 declaró que sus dominios en Navarra, Béarn y Donazan, Flandes y otros ducados, condados y señoríos serían separados de la casa de Francia y no serían fusionados a ella a menos que él así lo dispusiera o tuviera hijos a los que desearía proveer de herencia.

En 1620, por edicto de Luis XIII, Navarra, Béarn, Andorra y Donazan quedaron unidas e incorporadas a la corona de Francia: aunque, como en el caso de Escocia e Inglaterra en 1707, mientras los dominios navarros estuvieran política y monárquicamente unidos a Francia, retenían sus instituciones separadas; de esa manera, estaban confinados irrevocablemente a Francia, pero no fusionadas a ella. No obstante, en reconocimiento a la naturaleza separada del Reino de Navarra (y los señoríos de Béarn, Andorra y Donazan, los cuales se consideraban agregados a la corona de Navarra), los reyes Borbones de Francia tradicionalmente usaron el título “Rey de Francia y Navarra”.


Un luis de oro de 1786, donde se aprecian las armas de Francia y de Navarra


En 1789, por voto de la Asamblea General, el título del rey fue cambiado a “Rey de los Franceses” (denegando así la separación entre los dos reinos y enfatizando la –presunta- unidad del pueblo francés). Por la constitución de 1791, este cambio fue efectivo y la fusión de Navarra fue completa –perdió todas sus instituciones separadas y fue denegado cualquier reconocimiento como estado separado de la nación francesa-. Aunque los últimos Borbones se autotitularon “Rey de Francia y Navarra” una vez más, sólo era un mero título: Navarra había cesado de existir como algo más que un nombre.

Otros títulos

El Rey de Francia era también gobernante de tierras fuera de fronteras del reino en sí. Si deseara o pudiera fusionar esas tierras a la Corona y, por ende, al estado, legalmente sería soberano de ellas de una forma separada a su rol como rey francés. En tales casos, los tratamientos del rey serían considerados de forma diferente en el territorio relevante. Sin embargo, el título sería usado solo dentro del territorio, o en documentos referidos a él; no sería formalmente utilizado como parte del título del rey fuera de las tierras correspondientes.


  • El Delfinado (Dauphiné): el área había sido cedida al rey de Francia por el Delfín de Vienne en 1349, bajo la condición que la tierra y el título siempre fueran usados por el hijo mayor del rey. Como el territorio era legalmente parte del Sacro Imperio Romano antes que de Francia, los Emperadores prohibieron que la región fuera unida a Francia. Cuando no hubiera Delfín de Francia, el rey sería personalmente soberano del Delfinado. En este caso su título allí sería Par la grâce de Dieu roi de France, dauphin de Viennois, comte de Valentinois et de Diois ("Por la Gracia de Dios Rey de Francia, Delfín de Vienne, Conde de Valentinois y de Diois").
Corona heráldica del Delfín de Vienne, luego Delfín de Francia


  • Provenza: el territorio fue cedido a Luis XI por Margarita de Anjou, la heredera, en 1480 y unido a la corona al año siguiente; no obstante, la unión fue legalmente revertida en 1486 por el Edicto de Unión, el cual estipulaba que Provenza y sus territorios “no estarían subordinados de ninguna manera a la corona o reino de Francia”. El rey de Francia estaba titulado en relación a Provenza, Par la grâce de Dieu roi de France, comte de Provence, Forcalquier et terres adjacentes ("Por la Gracia de Dios Rey de Francia, Conde de Provenza, Forcalquier y los territorios adyacentes").


  • Carlos VIII usaba el título "Rey de Nápoles y Jerusalén" en relación al Reino de Nápoles; su sucesor, Luis XII, se autotitulaba Ludovicus Dei Gratia Francorum Neapolis et Hierusalem Rex Dux Mediolani ("Luis, Por la Gracia de Dios Rey de los Francos, de Nápoles y de Jerusalén, Duque de Milán"). Lo abandonó por el Tratado de Blois de 22 de octubre de 1505.

Armas de Carlos VIII de Francia, Nápoles y Jerusalén


  • Francisco I usaba el título Roi de France, duc de Milan, comte d'Asti, seigneur de Gênes ("Rey de Francia, Duque de Milán, Conde de Asti, Señor de Génova") en relación al Ducado de Milán.


  • En enero de 1641, el rey de Francia fue elegido por los catalanes como “Conde de Barcelona, Rosellón y Cerdeña”; los documentos oficiales relacionaban al rey con esa área entre 1641 y 1652 y lo describían como Dei gratia Galliarum et Navarrae Rex, comes Barcinonae, Rossilionis et Ceritaniae ("Por la Gracia de Dios Rey de las Galias y Navarra, Conde de Barcelona, Rosellón y Cerdeña"). Rosellón y Cerdeña fueron más tarde cedidas a Francia por España, pero fueron fusionadas directamente a la corona.
Asimismo, Alsacia requirió que el rey tomara el título de “Landgrave de Alta y Baja Alsacia” en relación con tal territorio, pero esto nunca se llevó a cabo.


El Salón de Apolo, o sala del trono, del Château de Versailles

domingo, 15 de agosto de 2010

La Emperatriz Eugenia

Doña María Eugenia Ignacia Augustina de Palafox de Guzmán Portocarrero y Kirkpatrick, 18ª Marquesa de Ardales, 18ª Marquesa de Moya, 19ª Condesa de Teba, 10ª Condesa de Montijo y Condesa de Ablitas, se convirtió por su matrimonio con Napoleón III Bonaparte en Eugénie, Emperatriz de los Franceses, 475ª Dama de la Real Orden española de María Luisa.

Hasta su propio matrimonio en 1853, Eugenia usaba los títulos de condesa de Teba (19º en su nombre, heredado luego de la muerte de su padre) o condesa de Montijo, pero algunos títulos familiares heredados legalmente por su hermana mayor, “Paca”, pasaron luego de su matrimonio a la Casa de Alba. Eugenia utilizó frecuentemente como apellido el de Guzmán, en lugar de los de Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, por ser titular del mayorazgo fundado en 1463 por doña Inés de Guzmán sobre el señorío de Teba, elevado a condado en 1522 por Carlos V. Sus sobrinos, hijos de su hermana Francisca y del duque de Alba, utilizaron como segundo apellido el de Portocarrero.

Eugenia fue educada en París en el convento católico del Sacré Coeur. Cuando Luis Napoleón se convirtió en presidente de la Segunda República, ella aparecía junto a su madre en los bailes que daba el príncipe-presidente en el Palacio del Elíseo; allí conocería a su futuro esposo. Y debió ocurrir un flechazo, un coup de foudre, como se hubiera dicho en su lengua. Luis Napoleón quedó hechizado ante la joven aristócrata granadina, aunque, de acuerdo a los cánones actuales, su belleza era corriente, lo insuperable era su gracia y elegancia.

Madame Carette, quien más tarde será su lectora, describe el vivo reflejo de su seducción: “Era más bien alta, sus rasgos eran regulares y la línea delicadísima del perfil tenía la perfección de una medalla antigua, con un encanto muy personal, un poco extraño incluso, que hacía que no pudiera comparársela con ninguna otra mujer. La frente, alta y recta, se estrechaba hacia las sienes; los párpados, que ella bajaba con frecuencia, seguían la línea de las cejas, velando así sus ojos bastante cercanos uno de otro, lo que constituía un rasgo particular de la fisonomía de la emperatriz: dos bellos ojos de un azul vivo y profundo rodeados de sombra, llenos de alma, de energía y de dulzura (…) Los hombros, el pecho y los brazos recordaban a las más bellas estatuas. La cintura era pequeña y redondeada; las manos, delgadas; los pies, diminutos. Nobleza y mucha gracia en el porte, una distinción nata, un andar ligero y suave (…)”.




Eugenia interesa, luego cautiva, luego maravilla al príncipe. Su vivacidad intelectual, el delicioso rubor que enciende sus mejillas en el calor de la conversación, esa libertad muy española, tan alejada de la púdica y aburrida reserva de las jóvenes francesas de la época, terminan por encantar al amo de Francia.

Dos años duró el cortejo entre Luis Napoleón y Eugenia. Y se cuenta que el futuro emperador tuvo que ser frenado en sus ansias carnales por la joven andaluza, lo que corresponde plenamente con el comportamiento y moral de cada uno. Luis Napoleón, tras su matrimonio, mantuvo públicas infidelidades con diversas amantes, mientras que Eugenia, rabiosamente conservadora y católica, mantenía estrechas relaciones con Roma y protegía económicamente a comunidades religiosas.

En el otoño de 1852 una partida de caza en el castillo de Fontainebleau va a precipitar los acontecimientos. Para ella, la caza es una de sus actividades predilectas. Cuando se presenta, orgullosamente montada sobre su alazán, el busto graciosamente erguido y la cintura grácil en un traje de montar Luis XV, su espléndida cabellera color caoba acentuada por un pequeño tricornio negro, Napoleón queda maravillado. A lo largo de todo el día la joven entusiasta hace caracolear su caballo a la cabeza de los cazadores, franqueando obstáculos cómodamente, ofreciendo a todos el espectáculo de una Diana cazadora irresistible. Por supuesto que cuando llega el momento de rendir los honores, a la luz de los candelabros, es ella quien los recibe y la sonrisa que ilumina el rostro de Eugenia es significativa.

En 1853 tendría lugar la boda y algunas cortes europeas, como en la conservadora Gran Bretaña, vieron con sorna tan desigual unión. Los periódicos ingleses lanzaron comentarios sarcásticos: una aristócrata española de 26 años, de título legítimo y antiguo linaje, no era considerada lo suficientemente buena para la Casa Bonaparte (surgida desde hacía apenas dos generaciones de la oscuridad de Córcega). Napoleón III tuvo que justificar ante el Senado francés su proyectado enlace matrimonial con Eugenia de Montijo, ya que, aunque esta era de noble estirpe, no llevaba sangre real en sus venas. Su argumento principal fue que, de esta forma, se rompía la tradición de los matrimonios por conveniencias dinásticas.

El domingo 29 de enero se viste de satén rosa y se toca de jazmines para el casamiento civil en las Tullerías. A la mañana siguiente, de blanco, va a Notre Dame. Al descender del carruaje delante del pórtico, tiene una idea brillante: volviéndose hacia la multitud le hace una reverencia, esa famosa reverencia tan “gran siglo” cuyo secreto posee. En un instante, los parisienses pasan de la indiferencia gentil al entusiasmo y las aclamaciones estallan por doquier. Esa calurosa acogida se repite cuando sale al balcón de las Tullerías luego de ser consagrado su matrimonio religioso, luciendo un vestido de terciopelo color rubí que le sienta de maravillas. Para visitar Versailles durante su luna de miel elige terciopelo azul bordado con arabescos de seda y cubre sus hombros con un gran mantón de cachemira blanco.

Gracias a su elegancia y charme, Eugenia contribuyó de forma destacada al brillo del régimen imperial. Su forma de vestir era alabada e imitada en toda Europa. Cuando usó las nuevas crinolinas en 1855, la moda europea siguió su ejemplo y cuando ella abandonó las vastas faldas al final de los ’60, estimulada por su legendario couturier, Charles Worth, la silueta de los vestidos femeninos siguió su dirección nuevamente. El esplendor de sus trajes y sus joyas legendarias están representadas en innumerables pinturas, especialmente las de su retratista favorito, Winterhalter. Su interés por la vida de la reina María Antonieta expandió la moda por el mobiliario y los interiores en estilo neoclásico, tan popular durante el reinado de Luis XVI.




Los primeros tiempos de su matrimonio los repartía entre salidas oficiales, bailes, recepciones y obras de caridad. Quiso consagrar una parte de sus actividades a la beneficencia, a la que había dedicado una parte de sus regalos de boda. De ahí en más, vestida de la manera más sencilla y con un par de anteojos negros, partía, acompañada de una sola dama de honor, a visitar hospicios y hospitales. Al actuar así, obedecía no solamente a su generosidad natural, sino además al deseo de conquistar a ese pueblo francés tan versátil en el amor. Y logró su objetivo, ya que si bien sus visitas se desarrollaban bajo la máscara del incógnito, la prensa anunciaba a tambor batiente la fama para festejar “la bondad de Su Majestad”. No había día en que no se magnificara de ese modo algún rasgo de la nueva soberana.

La oposición, en cambio, veía con malos ojos a la emperatriz, tal como había visto al emperador. Legitimistas, orleanistas y republicanos se pusieron de acuerdo para aplastar con su ironía a la consorte. El futuro presiden del Consejo de Napoleón III, Emile Ollivier, no se mostraba tierno con Eugenia, como tampoco lo iba a ser cuando llegara al poder: “Ayer, en el Gimnasio, vi a Napoleón y a su Montijo. ¡Cuánto embellece el poder! Esperaba ver a una maravilla ante la cual me quedaría embelesado: he visto a una mujer linda, como tantas otras. Hay en esa fisonomía algo mate y opaco. Ninguna claridad. No se siente el destello de ninguna lámpara interior. Puede que sea una mujer inteligente para la mayoría de las personas. No es, a las claras, una mujer superior que podría, llegado el caso, sostener con su mano un imperio que está al borde del precipicio.”




En aquella primera época, no habiendo sido atacada aún por el virus de la política, se contentaba con ser nada más que un ornamento de la Corona. Era pleno período autoritario del Imperio. Las actividades inherentes a su cargo se repartían esencialmente entre manifestaciones oficiales y visitas de caridad; sus actividades personales eran casi enteramente absorbidas por la compra de vestidos, sombreros, joyas y chucherías diversas. Una de sus preocupaciones era mostrarse a la altura de su cargo pues el emperador estaba muy apegado a la etiqueta y, en este terreno, Eugenia trataba de no decepcionarlo.

Insensiblemente la señorita de Montijo cederá el lugar a la emperatriz de los franceses. En Las Tullerías su departamento privado se componía, en primer lugar, de tres salones: el salón verde, reservado a las damas de honor, el salón rosa o salón de espera y el salón azul, donde tenían lugar las audiencias. El gabinete de trabajo que seguía a estos salones era el preferido de la emperatriz. Allí vivía a la española, reclinada, la mayoría de las veces, sobre un pequeño canapé, después de haber reemplazado sus elegantes vestidos por una falda y una blusa de seda. Al lado estaba su alcoba, ricamente decorada, que se abría a un pequeño balcón. El cuarto de baño contiguo era luminoso y espacioso y tenía como principales adornos una bañera de metal… y un pequeño oratorio en el que Eugenia rezaba cada mañana.



La emperatriz tenía la preocupación del orden y la manía de que todo estuviera en su sitio: inspeccionaba constantemente sus armarios, verificaba su imponente guardarropa, controlaba que no faltaran ni una cinta ni una puntilla. Cada vez que compraba un vestido nuevo éste quedaba catalogado en un fichero especial, al igual que todos los documentos, cartas e informes, que conservaba cuidadosamente. El cuarto de baño se comunicaba a través de un montacargas disimulado en un rosetón del techo con el piso superior, donde estaba ubicado su guardarropa, y por él descendía cada día el vestido que había decidido ponerse. Así se evitaba que pudiera arrugarse. Sobre la fiel Pepa, su camarera española, recaía la tarea –nadie sabía cuán delicada- de custodiar el guardarropa de su ama. Un verdadero ceremonial guiaba la operación cuando la emperatriz decidía mostrarse con uno de sus “vestidos políticos”, como llamaba a los fastuosos trajes que lucía en público –en cuanto se quedaba sola, se apresuraba a ponerse esos vestidos sencillos que tanto le gustaban-.

Esos vestidos, tratados con tanta precaución, eran siempre escotados, como en los tiempos en que la joven condesa de Teba dejaba admirar sus hombros. Cuando había una recepción, la emperatriz lucía todas sus joyas, bastante numerosas, y este alarde, destinado también a fines políticos, le valdrá la reputación de dilapidar los fondos del Estado. Toda su vida, o por lo menos, hasta el momento de su exilio, gastaba mucho dinero en sus prendas y cuando las usaba dos o tres veces las regalaba a sus camareras, quienes las revendían en América. Allí eran recibidas como verdaderas reliquias.



A propósito de su apariencia, cuando Eugenia tuvo su primer contacto con el exterior como emperatriz, en Inglaterra, supo aprovechar su capacidad para salir adelante ante un apuro. En el castillo de Windsor todos se preparaban para la gran cena de bienvenida que la reina Victoria daría a sus huéspedes, cuando un cataclismo se abatió sobre Eugenia. El Pétrel, barco que seguía al de la emperatriz, atracó con retraso a causa de la niebla. Ahora bien, era la nave que transportaba sus maletas, sus joyas y… a Félix, su peluquero. Eugenia debió arreglárselas sola: como no tenía a mano ni vestido ni joyas, pidió prestado a una de sus damas de honor un vestido azul, que fue inmediatamente ajustado a su talle, y suplió la falta de joyas con nomeolvides, con los que adornó su cabellera y su vestido. Así ataviada cautivará a todos los invitados, impresión que se confirmará durante toda la visita, incluso a la propia soberana inglesa, quien hasta su muerte mantendrá con ella una perdurable amistad.

Además de las Tullerías y de Saint-Cloud, la pareja imperial poseía otras dos residencias: Fontainebleau y Compiègne. Esta última desempeñará, con el correr de los años, un papel cada vez más importante en el programa de actividades de la corte. Eugenia se trasladaba de un castillo a otro, esforzándose por animar cada uno de ellos, lo cual no era poca tarea. El General du Barail, que un día de junio cena en las Tullerías, cuenta que la atmósfera reinante allí es de lo más campechana. Después de cenar, alguien arroja una pelota en el salón de Apolo, que rueda hasta los pies de la emperatriz. Esta se pone de pie y “en una chiquillada verdaderamente encantadora”, le da un vigoroso puntapié. La pelota se eleva hasta una araña y apaga una vela. No hace falta más para que se desate un partido de pelota tan poco protocolar como inesperado en semejante sitio, al cual se pliega el emperador, que abandona así su actitud eternamente pensativa.



En el fondo, en medio de sus cuatro palacios y su nube de cortesanos todavía más solícitos que en el ancien régime, Napoleón y Eugenia llevaban una existencia de burgueses. Cuando el emperador estaba con su esposa utilizaba, aún en público, el tuteo, y todo el mundo se divertía cuando la llamaba a su modo: Ugenia. Más ceremoniosa, Eugenia lo trataba de “Señor” o de “Su Majestad”; sólo cuando estaban solos se permitía llamarlo Luis, que era el verdadero nombre de Napoleón. Un poco más adelante, cuando conoció sus infortunios conyugales, le haría escenas violentas, acompañadas de rotura de objetos diversos, como cualquier otra esposa engañada. Los primeros tiempos de vida conyugal Eugenia manifestaba cambios de humor frecuentes y en el transcurso de un mismo día podía ofrecer a sus visitantes dos rostros completamente disímiles.

La emperatriz adoraba pasar sus vacaciones en Biarritz, donde se sentía como en casa, pues tenía a España al alcance de su vista. En un acantilado que daba sobre el mar, Napoleón había hecho construir una amplia residencia que recibió el nombre de “Mansión Eugenia”. Desde la mañana, la joven realizaba grandes caminatas solo en compañía de su hermana, de visita, o de una de sus damas de honor, sustituyendo sus suntuosos atavíos por sencillos vestidos de percal y protegiendo su tez de leche de los ardores del sol con una sombrilla amarilla. Con el tiempo, tuvo la idea práctica de suprimir en el campo los vestidos que se arrastraban, lo que, por otra parte, hizo decir en el barrio de Saint Germain que había inventado la moda de pasear con falda corta “como las bailarinas de la Opera”. La sacrosanta etiqueta de las Tullerías también estaba de vacaciones.


En aquel escenario, la princesa Paulina de Metternich, esposa del embajador austríaco, había quedado impresionada por el atractivo físico de Eugenia y en sus “Memorias” ofrecía detalles sobre los artificios con lo que la andaluza cultivaba su belleza: “Lo que me sorprendió fue que la emperatriz subraya sus cejas y el contorno de sus ojos –y de modo muy evidente- con gruesos trazos de lápiz negro. Más tarde supe, y de sus propios labios, que había adquirido esa costumbre porque tenía horror a las cejas y pestañas blancas que, según decía, ‘¡daban un aspecto tonto e insignificante!’”.

En el otoño se producía otra tradición inamovible para la corte de Napoleón III: las “series de Compiègne”, un evento al que había que asistir cada año si quería preservar su rango dentro de la sociedad. La invitación se hacía en general por ocho días, eventualmente renovables si uno era aceptado o si formaba parte de los altos dignatarios del régimen. Al cabo de una semana, la primera tanda se de invitados se despedía para dejar su lugar a un segundo grupo. El emperador ponía un tren especial a disposición de sus huéspedes, quienes lo colmaban con maletas y criados. Eran una sucesión de cenas (verdaderos concursos de ostentación entre las damas), representaciones teatrales, conciertos, partidas de caza o tardes de té. Las veladas de Compiègne eran particularmente exitosas o, como escribió Stéphanie Tascher de La Pagerie: “¡Eran enloquecedoras de placer!”.




El 16 de marzo de 1856, Eugenia dio a luz a su único hijo, Eugène, que recibió el título de Príncipe Imperial. Como era una mujer educada e inteligente, después del nacimiento de su hijo decidió tomar parte activa en la política del Segundo Imperio. Ferviente católica, se opuso a la política de su marido en lo tocante a Italia y defendió allí los poderes y prerrogativas del Papa. Desempeñó la regencia del imperio en tres ocasiones: durante las campañas de Italia en 1859; durante una visita de su marido a Argelia en 1865 y en los últimos momentos del Segundo Imperio, ya en 1870. Poseedora de un carácter bastante enérgico -otros dicen que desagradable y engreído, ya que humillaba constantemente a los que estaban a su alrededor- ejerció una poderosa influencia sobre el emperador.

La emperatriz, entre otros errores políticos que cometió, apoyó la desafortunada expedición que intentó situar a Maximiliano de Austria en el trono de México y, en 1869, condujo a Napoleón III a la guerra contra Prusia, donde el emperador cayó prisionero y Francia perdió Alsacia y Lorena. Eugenia tuvo que abandonar precipitadamente París, junto con su único hijo, buscando refugio en Inglaterra y estableciéndose en Chislehurst, Kent, donde el emperador se le reunió tras haber sido destituido por la Asamblea.

A la muerte de Luis Napoleón en 1873, Eugenia mantuvo su residencia en Inglaterra aunque realizaba frecuentes viajes al continente. Su vida adquirió tintes de tragedia novelesca cuando su único hijo pereció en Sudáfrica en 1879, en una escaramuza en la guerra contra los zulúes, tras desobedecer una orden dada por sus superiores. Cuando en 1880 regresó a Inglaterra luego de haber visitado los lugares del martirio de su hijo, todavía le quedaban cuarenta años por vivir. Nacida durante el reinado del hermano de Luis XVI, mientras el Antiguo Régimen pretendía en un último intento gobernar aún sobre el principio del derecho divino, Eugenia conocerá la formidable revolución política, económica e industrial del siglo XX y la llegada de esos inventos que conmocionarán el universo, desde la aviación hasta la telegrafía sin hilos.

En 1885 se mudó a Farnborough, Hampshire, y alternaba su residencia allí con estadías en su villa “Cyrnos” (el antiguo nombre griego de Córcega), que se había hecho construir en Biarritz, cerca de Cannes. Allí vivía en retiro, absteniéndose de toda interferencia en la política de Francia, pero su salud comenzó a deteriorarse. Su médico recomendaba para ella estadías en Bournemouth, lugar que era, en tiempos victorianos, famoso como resort. Durante una de sus visitas un jardinero encendió cientos de pequeñas velas en los parques de Bournemouth para iluminar la senda que Eugenia seguía rumbo al mar durante la noche. Este evento todavía se conmemora anualmente con el encendido de velas en aquellos jardines cada verano.

La antigua emperatriz murió en julio de 1920, a la avanzada edad de 94 años, durante una visita a los duques de Alba en su nativa España. Fue enterrada en la cripta imperial de Saint Michael's Abbey, en Farnborough, con su esposo y su hijo. Así, los restos mortales de la controvertida aristócrata nacida en Granada, que llegó a emperatriz de los franceses, reposan para siempre en Inglaterra.