Sonido Fulgor

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lunes, 2 de enero de 2012

"Amo vuestros hechizos provincianos, muchachas de los pueblos..."


A MI PRIMA AGUEDA

a Jesús Villalpando


Mi madrina invitaba a mi prima Águeda
a que pasara el día con nosotros,
y mi prima llegaba
con un contradictorio
prestigio de almidón y de temible
luto ceremonioso. 
Águeda aparecía, resonante
de almidón, y sus ojos
verdes y sus mejillas rubicundas
me protegían contra el pavoroso
luto...

Yo era rapaz
y conocía la o por lo redondo,
y Águeda que tejía
mansa y perseverante en el sonoro
corredor, me causaba
calosfríos ignotos...
(Creo que hasta le debo la costumbre
heroicamente insana de hablar solo.)

A la hora de comer, en la penumbra
quieta del refectorio,
me iba embelesando un quebradizo
sonar intermitente de vajilla
y el timbre caricioso
de la voz de mi prima.
Águeda era
(luto, pupilas verdes y mejillas
rubicundas) un cesto policromo
de manzanas y uvas
en el ébano de un armario añoso.

R. L. V.

A LA GRACIA PRIMITIVA DE LAS ALDEANAS

Hambre y sed padezco: Siempre me he negado
a satisfacerlas en los turbadores
gozos de ciudades -flores de pecado.
Esta hambre de amores y esta sed de ensueño
que se satisfagan en el ignorado
grupo de muchachas de un lugar pequeño.
Vasos de devoción, arcas piadosas
en que el amor jamas se contamina;
jarras cuyas paredes olorosas
dan al agua frescura campesina...
Todo eso sois muchachas cortijeras
amigas del buen sol que os engalana,
que adivináis las cosas venideras
cual hacerlo pudiese una gitana.
Amo vuestros hechizos provincianos,
muchachas de los pueblos, y mi vida
gusta beber del agua contenida
en el hueco que forman vuestras manos.
Pláceme en los convites campesinos,
cuando la sombra juega en los manteles,
veros dar la locura de los vinos,
pan de alegría y ramos de claveles.
En el encanto de la humilde calle
sois a un tiempo, asomadas a la reja,
el son de esquilas, la alternada queja
de las palomas, y el olor del valle.
Buenas mozas: no abrigo mas empeños
que oír vuestras canciones vespertinas,
llegando a confundirme en las esquinas
entre el grupo de novios lugareños.
Mi hambre de amores y mi sed de ensueño
que se satisfagan en el ignorado
grupo de doncellas de un lugar pequeño.

R.L.V.

domingo, 17 de julio de 2011

La combustión de mis huesos, RLV.


Ramón en la Rotonda
Vicente Quirarte
El 12 de junio de 1963, septuagésimo quinto aniversario del nacimiento de Ramón López Velarde, sus restos fueron trasladados a esta Rotonda en que hoy conmemoramos 123 años de la llegada del poeta al mundo. Si ocupa uno de los lugares destinados a las mujeres y los varones más altos de la patria, es “en reconocimiento al prestigio que su obra ha dado a la poesía mexicana”, como señala el decreto presidencial de don Adolfo López Mateos.
¿Qué hace un poeta al lado de otros artistas, guerreros, hombres de Estado, científicos y humanistas que engrandecen a este país tan necesitado de seres como ellos? Aquí se encuentran también Guillermo Prieto, Amado Nervo, Salvador Díaz Mirón, José Juan Tablada, Enrique González Martínez, Carlos Pellicer, Rosario Castellanos, forjadores de cantos que llevaron la poesía al terreno de la acción y demostraron que el discurso de las letras puede imponerse al discurso de las armas. Ramón López Velarde nos enseñó a desconfiar de las palabras, a templarlas en un fuego inédito y devolverlas como si acabaran de nacer, prestas a resistir el paso de los años. En el instante de su muerte, fue consagrado como poeta nacional por haber cantado con nuevo acento la intimidad de un país apenas salido de la violencia revolucionaria. La suave Patria, poema genuinamente cívico, salva escollos y fórmulas retóricas, incluidos los declamadores menos agraciados. Nadie había hablado de la patria con la desacralización y la irreverencia de López Velarde; nadie le había comprado trajes de tanta sencillez y tanto lujo; nadie la había tomado por la cintura para decirle al oído lo hermosa que es; nadie se había enamorado con tanta ley para hacer de lo nimio un escándalo mayúsculo, como esa estrofa donde la hipérbole deja de ser tal y se convierte en la sensación que todos hemos vivido alguna vez cuando al aroma del cuerpo femenino se une el perfume del vestido destinado a su piel: “Inaccesible al deshonor, floreces;/ creeré en ti, mientras una mexicana/ en su tápalo lleve los dobleces/ de la tienda, a la seis de la mañana,/ y al estrenar su lujo, quede lleno/ el país, del aroma del estreno.”

Ramón López Velarde a los dos años
Sin embargo, López Velarde es un autor sin fronteras, de México para el mundo. Los intensos y breves treinta y tres años de su existencia bastaron para que se convirtiera en el poeta de su presente y en el indiscutible, siempre joven maestro del futuro. Punto final del movimiento modernista fue, de acuerdo con la afortunada expresión de Hugo Gutiérrez Vega, padre soltero de la poesía mexicana. Pocos como él supieron traducir las dudas y zozobras del animal humano, pero también sus alegrías ante los simples rituales cotidianos y la incandescencia de la patria chica. Si a un poeta le basta escribir un verso perdurable para sentirse satisfecho, los poemas de amor de López Velarde vulneran para siempre, y para siempre quedarán en nuestro patrimonio emotivo, en el caudal de nuestra lengua. Una divisa signó cada una de sus palabras: “Yo anhelo expulsar de mí cualquier palabra, cualquier sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos.”
Los cinco últimos años de su vida, vivió en esta ciudad donde arde su polvo enamorado. En una de las colaboraciones que desperdigaba por los diarios capitalinos, y donde como al azar, sin aparente esfuerzo, lograba hallazgos fulminantes, distinguió la prosa del vivir cotidiano de la poesía que eterniza al instante. Porque comprendió y nos enseñó que el lenguaje es un sistema arterial, Ciudad de México se halla en sus escritos con una intensidad que los oriundos de ella no podían ver frente a sus ojos. Trotacalles profesional, soñador con los ojos abiertos, sabía que cada una de las conquistas de su cuerpo y su espíritu eran para siempre. Por eso se tomaba su tiempo, todo el tiempo. No usaba reloj, y en el fondo agradecía a quienes lo despojaron del que alguna vez tuvo, durante una de sus célebres y prolongadas caminatas nocturnas. Antes que el enamorado de la novedad pasajera, con su levita de otro tiempo, escuchaba y almacenaba, acendraba y pulía para el futuro.
En 1919, con motivo de la muerte de su amigo el pintor acalitemse Saturnino Herrán, Ramón escribió una “Oración fúnebre.” No sabía que además de rendir homenaje al artista plástico con el que tantas afinidades tiene, estaba escribiendo el mejor de sus autorretratos. Herrán había sido su compañero de caminatas por la ciudad. Caminar junto a él era caminar con el cuerpo, en el cuerpo, de la ciudad. De esa pieza, obra maestra del género, donde López Velarde se muestra en la plenitud de sus poderes de escritor, dice que Ciudad de México dio a Herrán “paisaje y figura”, que él “la acarició piedra por piedra, habitante por habitante, nube por nube”. Saturnino se posesionó de la ciudad mediante los cinco sentidos. Así lo demuestra su criolla rozagante, gloriosamente desnuda, con la severidad de la Catedral al fondo y rodeada de elementos que conforman la suave patria cuya riqueza cromática Ramón supo traducir en el poema inimitable con que se despidió de nosotros.

Niño, circa 1900 Fotos: revistadelauniversidad.unam.mx
Durante la ceremonia que en esta Rotonda tuvo lugar en 1963, correspondió al poeta José Gorostiza hacer uso de la palabra. El autor de Muerte sin fin conoció personalmente al jerezano, y trazó una vívida remembranza de él: “Habría que haberlo visto. Alto, no encorvado, sino derecho, con una tímida verticalidad que apuntaba a lo majestuoso, lento en el andar, acompasado y digno en los ademanes, la sonrisa encantadora, el habla cortés y recatada, y los traicioneros ojos oscuros que, oscilando entre la mera vivacidad y la franca picardía, parecían subrayar todo lo que calaba su lengua. Era un vigoroso ejemplar de virilidad y nada había en su figura que hubiese podido proporcionar el menor indicio de la angustia que lo desgarraba.”
De haber permanecido en Jerez, de instalarse en Venado, de ser un jurisconsulto famoso en Aguascalientes o San Luis Potosí, acaso López Velarde no hubiera amado tanto a Ciudad de México. Si no hubiera salido de su villa, hubiera tenido esposa e hijos y hubiera conocido el mundo por un solo hemisferio: “el niño iría de luto pero la niña no.” De su muerte prematura puede culparse sólo al fervor que el poeta sentía por caminar, solo y a las altas horas, por una ciudad “millonésima en el placer y en el dolor.” Ojerosa y pintada, morganática y sacrílega, sempiterna y piramidal, la ciudad lo hizo suyo y lo mató de amor.
Para el poeta la muerte es la victoria, pero la muerte joven es una injusticia mayúscula. Ramón dejó este mundo sin decrepitud ni humillaciones, privilegio que fue el primero en solicitar: “Señor, Dios Mío: no vayas/ a querer desfigurar/ mi pobre cuerpo, pasajero/ más que la espuma del mar.”
Para fortuna suya y la de sus lectores, la concreción de su existencia es más cautivadora que la fantasía. La materia palpable de una vida que conoció los secretos de la alquimia más refinada basta para sentirlo vivo entre nosotros. Poeta sobre los otros seres que fue a lo largo de su breve estancia en la Tierra, sinceramente pudoroso, supo orientar las dos alas de su ángel para librar la lucha íntima que su poesía permite vislumbrar sólo por instantes. El homenaje que le rendimos demuestra que tuvo la visión y el coraje para vivir “él solo la vida de su raza”, pero sus hijos indirectos nos reconocemos en sus elevaciones y caídas.
Que no nos alarme celebrarlo porque siempre irá por delante de todos sus homenajes y mitologías. Luego de que en su honor los fuegos de artificio atruenen cielos zacatecanos, Ramón López Velarde se sacudirá la pólvora, la harina y el polvo de su traje para volver al temible luto ceremonioso que lo caracteriza. Continuará mirándonos con su apenas sonrisa, ambigua como los actos de su vida, igual que sus palabras prodigiosas.


Panteón Francés de la Piedad, 12 de junio de 2011

martes, 6 de mayo de 2008

Tres poemas del modernismo mexicano


ROMANCE DEL MUERTO VIVO
de Enrique González Martínez

Hay horas en que imagino
que estoy muerto;
que sólo percibo formas
amortajadas del tiempo;
que soy apenas fantasma
que algunos miran en sueños;
que soy un pájaro insomne
que más canta por más ciego;
que me fugué -no sé cuándo-
a donde ella y él se fueron;
que los busco,
que los busco y no los veo,
y que soy sombra entre sombras
en una noche sin término.

Pero de pronto la vida
prende su aurora de incendio
y oigo una voz que me llama
como ayer, a grito abierto;
y en la visión se amotina
la turba de los deseos,
y se encrespan los sentidos
como leones hambrientos...

Y hay un alma que está aquí,
tan cercana, tan adentro,
que fuera arrancar la mía,
arrancármela del pecho...
Y soy el mismo de enantes,
y sueño que estoy despierto
y cabalgando en la vida
como en un potro sin freno...

Sólo tú, la que viniste
a mí como don secreto,
tú por quien la noche canta
y se ilumina el silencio;
sólo tú, la que dejaste
con vuelo de amor el centro
de tu círculo glorioso
para bajar a mi infierno;
sólo tú, mientras tus manos
alborotan mis cabellos
y me miras a los ojos
en el preludio del beso,
sólo tú podrás decirme
si estoy vivo o estoy muerto.

Tres rosas en el ánfora, 1939

HORMIGAS

de Ramón López Velarde

A la cálida vida que transcurre canora
con garbo de mujer sin letras ni antifaces,
a la invicta belleza que salva y que enamora,
responde, en la embriaguez de la encantada hora,
un encono de hormigas en mis venas voraces.

Fustigan el desmán del perenne hormigueo
el pozo del silencio y el enjambre del ruido,
la harina rebanada como doble trofeo
en los fértiles bustos, el Infierno en que creo,
el estertor final y el preludio del nido.

Mas luego mis hormigas me negarán su abrazo
y han de huir de mis pobres y trabajados dedos
cual se olvida en la arena un gélido bagazo;
y tu boca, que es cifra de eróticos denuedos,
tu boca, que es mi rúbrica, mi manjar y mi adorno,
tu boca, en que la lengua vibra asomada al mundo
como réproba llama saliéndose de un horno,
en una turbia fecha de cierzo gemebundo,
en que ronde la luna porque robarte quiera,
ha de oler a sudario y a hierba machacada,
a droga y a responso, a pabilo y a cera.

Antes de que deserten mis hormigas, Amada,
déjalas caminar camino de tu boca
a que apuren los viáticos del sanguinario fruto
que desde sarracenos oasis me provoca.

Antes de que tus labios mueran, para mi luto,
dámelos en el crítico umbral del cementerio
como perfume y pan y tósigo y cauterio.

El Universal Ilustrado, diciembre 14, 1917 - Zozobra, 1919

HAIKUS DE UN DÍA...

de José Juan Tablada


EL SAÚZ


Tierno saúz

casi oro, casi ámbar,

casi luz...


El PAVO REAL


Pavo real, largo fulgor,

por el gallinero demócrata

pasas como una procesión...


HOJAS SECAS


El jardín está lleno de hojas secas;

nunca vi tantas hojas en sus árboles,

verdes, en primaveras.


LOS SAPOS


Trozos de barro,

por la senda en penumbra

saltan los sapos.


MARIPOSA NOCTURNA


-Devuelve a la desnuda rama,

nocturna mariposa,

las hojas secas de tus alas.


EL RUISEÑOR


Bajo el celeste pavor

delira por la única estrella

el cántico del ruiseñor.


LA ARAÑA


Recorriendo su tela

esta luna clarísima

tiene a la araña en vela.


EL BAMBÚ


Cohete de larga vara,

el bambú apenas sube se doblega

en lluvia de menudas esmeraldas.


LA LUNA


Es mar la noche negra,

la nube es una concha,

la luna es una perla.


La esperanza, Colombia, febrero-mayo, 1919, Un día, 1919
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