EL PROGRESO MORAL
Muchos problemas se atribuyen a la degradación moral, pero muchos otros se deben al progreso moral.Se supone que tal progreso no existe, y que, de haberlo, está rebasado por el progreso material. Pero sucede lo contrario: el progreso moral ha avanzado tanto que rebasa la capacidad material. El desarrollo tecnológico, productivo, institucional, no cambia el mundo con la rapidez que exige la conciencia.
Fritz Kunkel, un psicoanalista cuyos libros ya no circulan (fuera de uno, excelente: La formación del carácter, Paidós), decía que la capacidad de acción debería avanzar paralelamente al desarrollo de la conciencia. Tanto la fuerza sin conciencia como la conciencia sin fuerza acaban mal. Esto es obvio cuando aumentan los recursos sin que aumente la conciencia de cómo usarlos bien. Pero tener mayor conciencia que recursos también crea problemas.
En otros tiempos, las personas no se sentían tan mal si fumaban o estaban pasadas de peso, si no educaban a sus hijos con los métodos más modernos, si no participaban en la vida cívica, si su matrimonio no era tan perfecto, si no avanzaban rápidamente en el trabajo y en su posición social, si no hacían ejercicio, aprendían idiomas, viajaban por el mundo, sabían desenvolverse en la web, tenían títulos universitarios o usaban desodorantes. Asumir (ya no digamos realizar) tantas exigencias simultáneas, y estar conscientes de todos los progresos todavía no alcanzados, puede ser aplastante.
Hace no tantos milenios, el infanticidio era normal. No escandalizaba ni al patriarca Abraham, que estuvo a punto de ofrecer a Dios el sacrificio de su hijo. Hace no tantos siglos, la esclavitud era normal. No escandalizaba ni a Bartolomé de las Casas, que, en defensa de los indios, propuso la importación de esclavos negros. Todavía en el siglo XIX, el honor se lavaba en un duelo. A principios del XX, la guerra no escandalizaba ni a las mejores conciencias europeas. Charles Péguy y muchos otros fueron a la primera Guerra Mundial con la alegría de participar en algo noble, épico, glorioso. Todavía hoy, los himnos nacionales cantan así la guerra.
El desprestigio de la guerra es un progreso recientísimo, una mutación de la conciencia moral que apareció en el siglo XX, destruyó un fetiche milenario y tendrá consecuencias. La más obvia: alguna forma de gobierno mundial.
Más reciente aún es el reclamo de transparencia del poder, un progreso que rompe con la tradición del secreto de Estado, y que también tendrá consecuencias. Por lo pronto, gobiernos de mayor calidad.
En otros tiempos, el imperialismo, la conquista, la violencia, las hambrunas, la miseria, la discriminación, la pena de muerte, el mal trato a los subordinados, las mujeres, los niños, los pobres, los presos, los animales, los bosques, los mares y el ambiente parecían realidades de la vida, no escándalos que exigen solución inmediata.
La no violencia de Gandhi y Martin Luther King, los enjuiciamientos de Nuremberg y de Pinochet, el pacifismo, los movimientos por el desarme y los derechos humanos, el repudio a la pena de muerte, la defensa de la vida y la naturaleza, la nueva conciencia contra el genocidio y los abusos del poder, el feminismo, la defensa de los consumidores, son progresos recientes.
El siglo XX fue tan genocida y científico al destruir la vida que, quizá por lo mismo, acabó siendo un siglo de mayor conciencia moral. Y han sido los progresos morales, que sí existen y que son confrontados con el progreso material, los que han hecho sentir (con razón) que estamos mal. Pero no hay que perder de vista la historia: estamos mal con respecto a unas exigencias mayores que nunca.
El progreso moral no está exento de ambigüedades. ¿Qué decir de la consigna pacifista Better red than dead? ("Mejor soviético que muerto")? Era como buscar la paz diciendo: "Mejor nazi que muerto", a la manera de Neville Chamberlain, el ministro británico que trató de evitar la segunda Guerra Mundial dejando avanzar a Hitler. Legitimar el derecho de conquista no favorece la paz, sino la violencia.
Lo deseable es que todo se arregle pacíficamente, pero basta con alguien decidido a usar la fuerza contra los que renuncian a la fuerza (y aprovechándose de eso, precisamente), para que el buen deseo resulte contraproducente: para que todo dependa de la fuerza (del abusivo).
Aunque parezca más bonito quedar del lado de los ángeles, la nueva conciencia moral es muy poco realista cuando exige no usar la fuerza jamás. El uso de la violencia legítima contra la violencia abusiva es lo sensato, mientras llega el día (si llega) en que nadie quiera abusar.
Gabriel Zaid, Reforma, julio de 2010