Sonido Fulgor

Mostrando entradas con la etiqueta Gabriel Zaid. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Gabriel Zaid. Mostrar todas las entradas

sábado, 16 de junio de 2012

"El progreso moral ha avanzado tanto que rebasa la capacidad material"



EL PROGRESO MORAL

Muchos problemas se atribuyen a la degradación moral, pero muchos otros se deben al progreso moral.

Se supone que tal progreso no existe, y que, de haberlo, está rebasado por el progreso material. Pero sucede lo contrario: el progreso moral ha avanzado tanto que rebasa la capacidad material. El desarrollo tecnológico, productivo, institucional, no cambia el mundo con la rapidez que exige la conciencia.

Fritz Kunkel, un psicoanalista cuyos libros ya no circulan (fuera de uno, excelente: La formación del carácter, Paidós), decía que la capacidad de acción debería avanzar paralelamente al desarrollo de la conciencia. Tanto la fuerza sin conciencia como la conciencia sin fuerza acaban mal. Esto es obvio cuando aumentan los recursos sin que aumente la conciencia de cómo usarlos bien. Pero tener mayor conciencia que recursos también crea problemas.

En otros tiempos, las personas no se sentían tan mal si fumaban o estaban pasadas de peso, si no educaban a sus hijos con los métodos más modernos, si no participaban en la vida cívica, si su matrimonio no era tan perfecto, si no avanzaban rápidamente en el trabajo y en su posición social, si no hacían ejercicio, aprendían idiomas, viajaban por el mundo, sabían desenvolverse en la web, tenían títulos universitarios o usaban desodorantes. Asumir (ya no digamos realizar) tantas exigencias simultáneas, y estar conscientes de todos los progresos todavía no alcanzados, puede ser aplastante.

Hace no tantos milenios, el infanticidio era normal. No escandalizaba ni al patriarca Abraham, que estuvo a punto de ofrecer a Dios el sacrificio de su hijo. Hace no tantos siglos, la esclavitud era normal. No escandalizaba ni a Bartolomé de las Casas, que, en defensa de los indios, propuso la importación de esclavos negros. Todavía en el siglo XIX, el honor se lavaba en un duelo. A principios del XX, la guerra no escandalizaba ni a las mejores conciencias europeas. Charles Péguy y muchos otros fueron a la primera Guerra Mundial con la alegría de participar en algo noble, épico, glorioso. Todavía hoy, los himnos nacionales cantan así la guerra.

El desprestigio de la guerra es un progreso recientísimo, una mutación de la conciencia moral que apareció en el siglo XX, destruyó un fetiche milenario y tendrá consecuencias. La más obvia: alguna forma de gobierno mundial.

Más reciente aún es el reclamo de transparencia del poder, un progreso que rompe con la tradición del secreto de Estado, y que también tendrá consecuencias. Por lo pronto, gobiernos de mayor calidad.

En otros tiempos, el imperialismo, la conquista, la violencia, las hambrunas, la miseria, la discriminación, la pena de muerte, el mal trato a los subordinados, las mujeres, los niños, los pobres, los presos, los animales, los bosques, los mares y el ambiente parecían realidades de la vida, no escándalos que exigen solución inmediata.

La no violencia de Gandhi y Martin Luther King, los enjuiciamientos de Nuremberg y de Pinochet, el pacifismo, los movimientos por el desarme y los derechos humanos, el repudio a la pena de muerte, la defensa de la vida y la naturaleza, la nueva conciencia contra el genocidio y los abusos del poder, el feminismo, la defensa de los consumidores, son progresos recientes.

El siglo XX fue tan genocida y científico al destruir la vida que, quizá por lo mismo, acabó siendo un siglo de mayor conciencia moral. Y han sido los progresos morales, que sí existen y que son confrontados con el progreso material, los que han hecho sentir (con razón) que estamos mal. Pero no hay que perder de vista la historia: estamos mal con respecto a unas exigencias mayores que nunca.

El progreso moral no está exento de ambigüedades. ¿Qué decir de la consigna pacifista Better red than dead? ("Mejor soviético que muerto")? Era como buscar la paz diciendo: "Mejor nazi que muerto", a la manera de Neville Chamberlain, el ministro británico que trató de evitar la segunda Guerra Mundial dejando avanzar a Hitler. Legitimar el derecho de conquista no favorece la paz, sino la violencia.

Lo deseable es que todo se arregle pacíficamente, pero basta con alguien decidido a usar la fuerza contra los que renuncian a la fuerza (y aprovechándose de eso, precisamente), para que el buen deseo resulte contraproducente: para que todo dependa de la fuerza (del abusivo).

Aunque parezca más bonito quedar del lado de los ángeles, la nueva conciencia moral es muy poco realista cuando exige no usar la fuerza jamás. El uso de la violencia legítima contra la violencia abusiva es lo sensato, mientras llega el día (si llega) en que nadie quiera abusar.



Gabriel Zaid, Reforma, julio de 2010

domingo, 25 de marzo de 2012

"Hay que cuidar esa república fantasmal (...) aunque sea ácrata y alborotadora"


Justicia literaria

Gabriel Zaid

La vida no es justa, y tampoco la vida literaria. Pero no hay que resignarse a la injusticia hecha a obras, autores, públicos, lenguas y países.


Hay injusticias irremediables: las obras perdidas, las lenguas extinguidas. Y no es fácil hacer justicia a todas las obras y lenguas ignoradas. ¿Qué sabemos de la literatura estonia, vietnamita o swahili? Se traduce poquísimo, y casi todo de unas cuantas lenguas. Se ha avanzado mucho en la justicia a la literatura náhuatl y maya, pero no hay nada semejante para las otras lenguas indígenas. Es injusto que el corpus de poesía cora recogido por Konrad Preuss en Die Nayarit-Expedition (1912) esté en cora y alemán, pero no todavía en español.
La traducción misma o las ediciones descuidadas pueden no hacer justicia a las obras. Hay que remediarlo. Las buenas traducciones y ediciones son perfectamente posibles. La buena crítica literaria también, incluso la que no se escribe, pero se ejerce por los editores de libros, periódicos y revistas, antólogos y jurados que dan premios.


Una injusticia irremediable está en el sufrimiento de los que sienten el llamado a las letras, pero no logran escribir algo importante. ¿Por qué las musas despiertan el deseo, y luego se resisten? Hay algo triste en los amores no correspondidos. Pero qué se va a hacer. Muchos son los llamados a la dicha de lo bien dicho y pocos los afortunados con ese encuentro feliz. Hasta los afortunados pueden acabar fuera del paraíso. No hay leyes ni cuidados que puedan reparar esa injusticia.
Nada glorioso, en cambio, es tomar un texto ajeno y firmarlo como propio. Es una confesión de impotencia. No hay mayor desgracia que el desdén de las musas, y se comprende que los desgraciados traten de consolarse con un maniquí al que le ponen lo que les gusta. Pero la desgracia empeora con el robo, que debe ser castigado legalmente o cuando menos exhibido.


Para los afortunados, el premio está en la obra misma (el encuentro feliz), especialmente si resulta memorable, aunque el autor se pierda de vista. Antonio Machado exaltó esa consagración invisible que reciben los autores anónimos de coplas, refranes y metáforas memorables. Desear eso es preferir la gloria de las palabras a la gloria del autor. Recrearse en la obra (hacerle justicia) es más importante que reconocer a su creador (hacerle justicia).


Las leyes, naturalmente, son fáciles de aplicar cuando se calcan párrafos exactos, no en casos menos obvios. Hay plagios involuntarios, cuando la lectura capta elementos atractivos que ni siquiera puede precisar en qué consisten, aunque después los use, recreándolos. No se puede llamar plagio a la influencia. La reinvención de la prosa que pasa de Julio Torri a Alfonso Reyes, de Reyes a Borges, Arreola y Monterroso, de Borges a Cortázar, es una creación personal en cada caso. Hay imitaciones legítimas, transparentes y hasta declaradas, como el famoso soneto de Fray Luis de León (“Ahora con la aurora se levanta”) que corre bajo el título de “Imitación del Bembo”. Hay hasta coincidencias asombrosas que no son plagios.
Sus escritos tienen esa savia y riqueza de carácter de alguien acostumbrado a lidiar los marrajos que la vida echa al ruedo.
Y que, cinco años después, en un arrebato de inspiración, Sealtiel Alatriste escriba también sobre Cela (“Un beso en una Alcarria soñada”, Revista de la Universidad de México, enero de 2007):
Sus novelas tienen esa savia y riqueza de carácter de alguien acostumbrado a lidiar los marrajos que la vida echa al ruedo.
El mismo Alatriste habla de sus plagios en una declaración “Sobre la naturaleza de lo original”, donde dice que no son plagios, sino homenajes (sumamente discretos: sin comillas ni referencia al texto homenajeado). Reconoce que una novela suya de 1994 sigue a otra de Henry James “hasta el punto de que prácticamente la secuencia anecdótica es la misma y muchos de los diálogos de mis personajes están tomados literalmente de los de James”. Lo único original del premiado es la desfachatez: dice que no fue un plagio, sino “una especie de cita literaria elevada al cuadrado” (“Alatriste habla sobre su producción literaria”El Universal, 2 de febrero de 2012, citado por Sheridan en “Que me equivoqué: que no son plagios”El Universal, 7 de febrero de 2012).

Me limito a esa frase inconfundible para no cansar al lector con una transcripción más amplia del plagio; y me limito a este aunque hay muchos otros. La página de “Enrique Sealtiel Alatriste y Lozano” en la Wikipedia tuvo una sección completa dedicada a las acusaciones de plagio, suprimida el 27 de enero de 2012 (como puede verse en el historial de la página).

Hay otras injusticias: los libros importantes que no se editan o reeditan, los que se editan mal o se traducen mal o no se traducen; las omisiones, errores, tonterías o sesgos de la crítica literaria; la piratería. Todas son, además, injusticias al lector.

Publicar un libro malo en una buena colección es un fraude al lector que confía en el editor. Juan José Arreola decía con resignación que toda buena editorial tiene su departamento de claudicaciones. Pero son claudicaciones. Defraudan. Van destruyendo un patrimonio social: la confianza del público lector.

Se dirá que los mediocres encumbrados no engañan a nadie, porque andan visiblemente desnudos ante los ojos de los buenos lectores. Se dirá que hasta los buenos críticos se equivocan. Es verdad. Si T. S. Eliot, Edmund Wilson, Xavier Villaurrutia, Octavio Paz y otras inteligencias semejantes votaran por las mejores obras literarias, coincidirían, digamos, en un setenta por ciento. Pero hasta sus diferencias de opinión orientarían al público, por inteligentes y creíbles. El buen juicio literario no necesita ser unánime para ser justo.

Escribir algo notable y celebrado por algunos conocedores es tan afortunado que no hace falta mucho más: basta con una buena edición. Que no salgan reseñas (o sean tontas), que no se venda mucho o que no gane premios, no es para ponerse a llorar. Pero no hay que olvidar el interés público: la injusticia a los lectores por los fraudes y ninguneos.

Ningún premio mal habido, ninguna reseña favorable para quedar bien, ninguna antología descuidada o complaciente, ninguna historia de la literatura con más oído para los nombres que ojo para los textos, ninguna claudicación editorial, engañará a los buenos lectores. Pero destruyen la fe pública, desorientan al público lector y hacen perder el tiempo.

Hoy que se publica tanto, es imposible leer todo para escoger lo que interesa. Los avisos de unos lectores a otros son indispensables: no te pierdas esto, no me convence aquello. La división del trabajo explorador sirve para compartir hallazgos y ahorrar tiempo. La recomendación creíble es un tesoro. La crítica profesional debería ser la extensión de este servicio amistoso a todos los lectores: los amigos desconocidos que necesitan y agradecen la orientación inteligente y sincera. Cuando no hay reseñas, antologías, editores ni premios en los cuales se pueda creer, pierde la sociedad: se vuelve menos.

Ignacio Solares, Ernesto de la Peña y Silvia Molina hicieron mal su trabajo como jurados al conceder el Premio Xavier Villaurrutia 2011 a Sealtiel Alatriste y Felipe Garrido. No lo merecen, y al encumbrarlos de esa manera los dejaron expuestos a un ridículo innecesario. En las redes electrónicas y en las conversaciones hay cientos de manifestaciones de burla o repudio.

El caso de Alatriste va más allá de su mediocridad literaria. En el mundo del chisme es un personaje de la picaresca intelectual. En el mundo del poder cultural dispone de un presupuesto multimillonario para hacer pesar su presencia. Recibe el Premio Villaurrutia cuando está a cargo de la poderosa Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional Autónoma de México. Es como si el premio Villaurrutia 1980 que recibió Alí Chumacero hubiera sido para Margarita López Portillo cuando su hermano era presidente. Como si hubiera pase automático de las cumbres del poder a las cumbres literarias.

Algún adulador le propuso al presidente López Portillo poner a su hermana como presidenta de la Asociación de Escritores de México, y estuvo de acuerdo (“Esa Mayo... es buena para escribir”). Afortunadamente, ella tuvo amigas que (arriesgándose a ser vistas como enemigas) la disuadieron de exponerse a una rechifla. Desafortunadamente, Alatriste no ha tenido amigos prudentes o no les ha hecho caso. Un alto funcionario que no es visto como un gran escritor, y además tiene fama de plagiario, debió, prudentemente, no dejarse encumbrar al premio prestigiado por Rulfo, Paz y otros.

Su fama de plagiario es merecida, como lo ha demostrado Sheridan acumulando ejemplos (“El plagiario, el mezquino, la leche”, blog de Letras Libres, 10 de febrero de 2012). Su impunidad es escandalosa. En los medios literarios, el plagio es objeto de escarnio, pero nada más (a menos que el plagiado proceda legalmente). Pero en los medios científicos conduce al desempleo para siempre. Por eso, como señaló Jesús Silva-Herzog Márquez (“Celebración del plagio”Reforma, 6 de febrero de 2012), es inadmisible que un rector de la unam (que, además, proviene de los medios científicos) tenga y mantenga a un plagiario como parte fundamental de su equipo. Menos aún cuando Alatriste lo arrastra al escándalo, declarándose institucional: “Ya lo pensé bien y yo no voy a decir nada. Y la UNAM tampoco va a responderles. Lo consulté con el rector y en eso quedamos” (“Impugnan el Premio Villaurrutia a Sealtiel Alatriste”Proceso, 29 de enero de 2012). Envolverse con la bandera de la UNAM, en vez de dar la cara como escritor, es exigir solidaridad corporativa y apelar a un fuero ajeno a la República Literaria.

Lo más ofensivo de todo es, precisamente, el atropello a la República Literaria: que las instituciones millonarias pesen más que el buen juicio lector. Hay que cuidar esa república fantasmal, aunque no tenga campus, burocracia, ni presupuesto; aunque sea ácrata y alborotadora, aunque pueda parecer poca cosa desde las alturas de un funcionario con sueldo comparable al presidente de la república: casi $200,000 mensuales ($144,000 netos, según www.transparencia.unam.mx).

El presupuesto de las actividades que coordina Sealtiel Alatriste es del orden de un millardo de pesos ($1,000 millones). No pude obtener la cifra exacta, pero según la página oficial de la Coordinación (www.cultura.unam.mx), tiene veinticuatro dependencias a su cargo: cinco secretarías, cuatro coordinaciones, siete direcciones generales y ocho direcciones que cubren artes visuales, música, teatro, danza, cine, literatura, publicaciones, librerías, radio, televisión, museos, centros culturales, recintos, extensión académica, formación integral, asuntos internacionales, finanzas y comunicación en el CCU, San Ildefonso, Casa del Lago, Palacio de la Autonomía, El Chopo, Tlatelolco, Santa Catarina y otros lugares.

Según el boletín 727 de la Dirección General de Comunicación Social, el presupuesto para “difusión cultural y extensión universitaria” de la UNAM en 2012 es de $2,602 millones. En 2011 fue de $2,426, de los cuales hay desglose (que redondeo a millones) para los siguientes conceptos (www.transparencia.unam.mx):



Coordinación de Difusión Cultural
174
Dirección Gral. de tv unam
128
Dirección Gral. Comunicación Social
111
Dirección General de Música
93
Dirección General de Artes Visuales
78
Dirección General de Publicaciones
72
Dirección Gral. Actividades Cinemat.
56
Centro Univ. Est. Cinematográficos
53
Dirección General de Radio unam
54
Museo Universitario del Chopo
35
Dirección de Teatro
33
Centro Universitario de Teatro
14
Dirección de Danza
27
Casa del Lago
27
Dirección de Literatura
20
Dirección Revista Universidad
20
No es fácil hacer un cruce completo entre el organigrama de la Coordinación y los renglones presupuestales. Es obvio que los 174 millones de pesos del primer renglón no se refieren a todo el presupuesto de la Coordinación, sino a la oficina principal. Por otra parte, hay dependencias que figuran en el organigrama, pero no tienen su propio renglón en el resumen presupuestal; y otras que tienen su propio renglón, pero no figuran en el organigrama. Por ejemplo: se ha dicho que Ignacio Solares, como director de laRevista de la Universidad, es un subordinado de Sealtiel Alatriste; pero no está en el organigrama de la Coordinación y, según el directorio de la revista, depende directamente del rector.

Siendo coordinador de Difusión Cultural, Sealtiel Alatriste fue jurado del Premio Nacional de Ciencias y Artes dado en 2010 a Ignacio Solares (que había sido coordinador de Difusión Cultural) y a Gonzalo Celorio (que también lo fue). Es lamentable, pero más aún la recíproca en el Premio Villaurrutia 2011, donde un excoordinador de Difusión Cultural (Solares) premió al coordinador de Difusión Cultural que está en el poder (Alatriste). El Villaurrutia nació, y todavía se anuncia, como un “premio de escritores para escritores”, no de funcionarios de la UNAM para funcionarios de la UNAM.

En la solemne ceremonia de entrega de los Premios Universidad Nacional 2011, el discurso estuvo a cargo de Sealtiel Alatriste que, entre otras cosas, dijo: “Estamos sumidos en una crisis moral, social y económica que requiere, de nuevo, replantearnos la hazaña que está simbolizada en nuestra Universidad” (Revista de la Universidad de México, diciembre de 2011). Hay universitarios ofendidos de que las hazañas de Alatriste sean vistas como símbolo de la UNAM. ~marzo 2012, Letras Libres.


viernes, 9 de marzo de 2012

La tercera cadena (de televisión abierta en México)

 El principio de que la competencia es buena para el consumidor puede dañar al consumidor, cuando se invoca ciegamente. El principio es válido si todos los competidores ofrecen lo mismo, y la diferencia está en el precio. Pero la realidad no es tan simple.

Si el mercado es perfecto, es decir: si todos los compradores y vendedores están igualmente informados; y no hay barreras para entrar ni salir; y la entrada o salida de ningún participante afecta los precios (nadie puede imponer los precios que le convengan); y el acceso a la tecnología es igual para todos; el mercado encuentra el precio de equilibrio (el más bajo para comprar y el más alto para vender) automáticamente: sin necesidad de que intervenga el Estado o cualquier otro regulador.

Suponer esto simplifica las demostraciones teóricas, pero no corresponde a las realidades prácticas. Para que la descripción se aproxime a la realidad, hay que modificar las teorías o modificar la realidad. Las matemáticas del mercado teórico empezaron en el siglo XIX, pero no avanzaron mucho. Prácticamente se abandonaron, cuando aparecieron las computadoras que permiten transformar los censos económicos en grandes tablas descriptivas de la economía censada (las llamadas tablas de insumo-producto). La econometría empírica desplazó a la teórica. En cuanto a modificar la realidad para que se parezca más al pizarrón, no deja de ser paradójico: intervenir para que el mercado funcione sin intervención...

El mercado nació precisamente como intervención. Nació para superar la ley de la selva. La tradición que permitió pasar (en muchos casos) de la guerra y el despojo a un intercambio de regalos entre tribus viene de la prehistoria. De esa reciprocidad ritual, que transformó la hostilidad en amistad, nació también la práctica del trueque y después la moneda y el mercado.

El mercado es una institución: la mejor solución para infinitas cosas (no para todas), dentro de un marco regulador establecido, primero por la costumbre y luego por el Estado. Otra cosa es que muchas intervenciones sean absurdas, innecesarias, destructivas o abusivas.

Cuando se habla de una tercera cadena de televisión abierta (no de paga), se apela ciegamente al principio de que aumentar la competencia es bueno para los televidentes. Así se ignora la cuestión central: el precio. La tercera cadena no puede bajar el precio a los televidentes porque siempre ha sido cero. Lo que bajaría es el precio para los anunciantes. Y ¿qué ganarían con eso los televidentes? Nada. Por el contrario, si los anuncios fueran más baratos, las televisoras tratarían de recuperarse metiendo más anuncios, a costa de los televidentes. Las interrupciones para comerciales aumentarían. Además, bajaría la calidad de la programación.

Cuando la segunda cadena entró a competir con la única empresa que había, muchos dijeron que el competidor estaba loco; que de dónde iba a conseguir anuncios y programas al precio necesario para sacar los gastos. Los contenidos propios son costosos de producir, y los proveedores internacionales, ¿qué le ofrecerían? Las sobras: lo que la empresa dominante no quisiera comprar. Pero sin programas atractivos, habría pocos televidentes y pocos anunciantes.

No es verdad que la programación más taquillera sea necesariamente chafa. Pero si bajar el precio es imposible (porque es cero) y es de vida o muerte tener más televidentes para tener anunciantes, pierde importancia que la programación sea chafa, mientras sea taquillera. La televisión mexicana empeoró cuando entró la segunda cadena y empezó la competencia. Va a empeorar más, si entra una tercera.

Esta degradación no le conviene al país. La tercera cadena que hace falta es una que ofrezca mejores contenidos, aunque no sean muy taquilleros; una especie de BBC o PBS y otras cadenas semejantes. Lo malo de estos ejemplos es que son de países donde el servicio público tiene una tradición menos mala que la nuestra. El apetito de los políticos mexicanos (inclusive rectores universitarios) por las cámaras y el micrófono es insaciable. Se ha visto en el escandaloso ejemplo de los funcionarios que otorgan recursos y concesiones a las televisoras para que les construyan una imagen de presidenciables. Y hasta en el mínimo ejemplo de Radio Universidad, puesta al servicio del narcisismo institucional con interrupciones larguísimas y autoelogios lamentables.

No hay que suprimir el sector público cultural. Por el contrario, necesita un presupuesto mayor. Pero hace falta más iniciativa privada. Hay antecedentes, desgraciadamente desaparecidos: la Estación de la Buena Música (XELA) y el Canal 9 de Televisa. La XELA existió mientras hubo patrocinadores dispuestos a sostenerla. El Canal 9 existió mientras Televisa temió que el gobierno le quitara un canal. Si el gobierno quería quitárselo, arguyendo que hacía falta una programación de nivel superior, no podía quedarse con el Canal 2 y sus utilidades: tenía que quedarse con el 9 y sus pérdidas. Desaparecido el peligro, el 9 dejó de ser cultural.

Hace falta más televisión cultural patrocinada por la iniciativa privada, aunque se limite (para reducir los costos) a los contenidos disponibles en la oferta internacional: películas concursantes en los festivales, buen cine que ya no se exhibe, documentales de todo tipo. Limitándose a escoger bien y subtitular, este enriquecimiento cultural no tendría un costo excesivo. La licitación de la cadena debería estipular la finalidad cultural, y los grandes empresarios deberían aprovechar la oportunidad de legitimarse con un buen servicio público. Todavía se habla de los Medici, y no por los grandes negocios que hicieron, que ya nadie recuerda, sino por la cultura que patrocinaron.

Otra cosa es impedir los abusos del duopolio televisivo. Pero esto no se logra aumentando a tres el número de los abusivos. Para enfrentar los abusos, no hace falta una tercera cadena, sino un buen número de autoridades dispuestas a poner el interés público por encima de su interés personal. Y muchos ciudadanos dispuestos a llamar a cuentas a las autoridades que no vean por el interés público.

Gabriel Zaid, Letras Libres, 27 de febrero 2012
 

miércoles, 4 de enero de 2012

"Desde que el poder está en manos de universitarios, las necesidades sociales están sujetas a las necesidades intelectuales de los expertos, funcionarios, políticos y comentaristas..."


Muros profesionales
, de Gabriel Zaid.
Estudiando las leyes de la historia, Marx y Engels, en su Manifiesto comunista (1848), anunciaron el fin del capitalismo. En esa perspectiva, la Gran Depresión de Europa y los Estados Unidos (1873-1896) y, sobre todo, el Crack de Wall Street en 1929 parecieron el principio del fin. Y no sólo para los marxistas. Hubo mucho pesimismo, y el optimismo consistía en considerar el desastre como la oportunidad de crear un mundo nuevo, ni capitalista ni comunista.
El papa León XIII, en la Rerum novarum (encíclica acerca "de las cosas nuevas", 1891), propuso una solución cristiana. El canciller Bismarck inventó el seguro social y creó en Alemania un socialismo / capitalismo que puso a los empresarios y trabajadores bajo la tutela del Estado benefactor (1879-1890). Algo parecido instituyó el New Deal (1933-1936) del presidente Roosevelt en los Estados Unidos. John Maynard Keynes, en su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), explicó las fallas coyunturales del mercado y justificó la intervención del Estado para superarlas. Se ha dicho que salvó el capitalismo con remedios socialistas.
Sin embargo, la verdadera solución para muchos era el Estado totalitario (comunista, nazi, fascista, falangista, maoísta) que se presentaba como creador de una nueva era. Afortunadamente, el Eje totalitario formado por Alemania, Italia y Japón fue derrotado por las armas con apoyo soviético. Desgraciadamente, los vencedores se repartieron el planeta y lo polarizaron en dos mundos militantes que "militarizaron" la verdad, la cultura, los viajes, las migraciones y los mercados, para seguir combatiendo en la llamada Guerra Fría. Esa militancia fue un mal menor frente a la posible Tercera Guerra Mundial, que se evitó. La prolongada paz en Europa, la no reincidencia en la bomba atómica y la intervención militar de las Naciones Unidas para desactivar guerras civiles han sido un logro histórico.
Nadie suponía que el socialismo soviético se hundiría por dentro. Nikita Jruschov supuso lo contrario cuando celebró el inminente triunfo socialista: "La historia está de nuestro lado. Los enterraremos" (1956). El lanzamiento del Sputnik (1957) parecía confirmar la victoria anunciada. La Unión Soviética dejaba atrás a los Estados Unidos.
Este triunfalismo se sumó a la rebelión juvenil que rechazaba la Guerra Fría con lemas masoquistas ("Better red than dead") y reprobaba en bloque toda autoridad. La fuerza contagiosa del espíritu libertario hizo pensar que el capitalismo se hundiría por dentro. Nadie se imaginaba en 1968 que ese mismo espíritu se lanzaría contra el Muro de Berlín (1989), cuya caída inició el derrumbe de la Unión Soviética.
Es muy difícil predecir, sobre todo el futuro. No hay leyes de la historia. Ahora, cuando se suponía que el capitalismo había ganado, los movimientos de "indignados" se lanzan contra el muro de la Calle del Muro (Wall Street), y hay quienes vuelven a soñar con el fin. Si el feudalismo desapareció y el comunismo va de salida, no cabe suponer que el capitalismo vaya a ser eterno. Seguramente, tiene los siglos contados...
Pero no hay que esperar siglos para acabar con la miseria y todo lo que indigna con justa razón. Desde hace muchos años, es perfectamente posible que a nadie le falten las calorías, proteínas y vitaminas necesarias para una buena alimentación. Las hambrunas transitorias y la desnutrición permanente son injustificables, aunque persisten bajo regímenes de todo tipo. Para que no haya hambre en el planeta, basta una parte pequeña del PIB. Pero los universitarios en el poder de los países capitalistas, comunistas y del Tercer Mundo siempre han tenido cosas más importantes que hacer.
Los muros que impiden acabar con el hambre no son físicos, ni están sostenidos por intereses económicos ni políticos. Por el contrario, facilitar que los pobres salgan de pobres sería un gran negocio económico y político. Los muros invisibles son las convicciones profesionales impermeables a la realidad.
Desde que el poder está en manos de universitarios, las necesidades sociales están sujetas a las necesidades intelectuales de los expertos, funcionarios, políticos y comentaristas. Si hay ideas que no les entran en la cabeza, que no encajan en sus marcos teóricos y consensos profesionales, no pasan a la práctica.
Por ejemplo: en 1961, los expertos chinos se oponían a las soluciones de mercado porque no encajaban en sus teorías. Fue entonces cuando Deng Xiaoping dijo famosamente: no importa si el gato es blanco o negro con tal de que cace ratones.
Por ejemplo: hace algunas décadas, el modelo mental de los expertos incluía el vaso de leche como un gran progreso; los incentivos fiscales en los Estados Unidos favorecían la producción excesiva de leche; los fabricantes de leche en polvo subrayaban las ventajas higiénicas de su producto (ignorando la contaminación del agua local y los trastes necesarios para reconstituirlo); los políticos y diplomáticos veían la oportunidad de adornarse regalando leche en polvo a los países pobres. Los indígenas que no tomaban leche ni podían digerirla (porque sus genes no producen lactasa más allá de la infancia) se enfermaban tomando leche; pero las pequeñas realidades incómodas son impotentes frente a las grandes teorías correctas.
Toda forma de ayuda o falta de ayuda puede verse como interesada y hasta mal intencionada. Pero eso distrae de ver lo decisivo: el modelo mental del progreso (capitalista o socialista) es el muro que impide las soluciones prácticas y sólo deja pasar las "soluciones" bonitas en el pizarrón: bonitas para las necesidades teóricas de los que están en el poder.
Las soluciones para acabar con la miseria, no sólo deben ser efectivas en la práctica; deben ser teóricamente bonitas, superar el muro del desprecio universitario que impide realizarlas.
Hay excepciones. Fritz Schumacher (autor de Small is beautiful) y Muhammad Yunus (autor de Banker to the poor) fueron economistas cuadrados hasta que tuvieron el realismo de aceptar que su ciencia era una maravilla en el pizarrón, pero no daba soluciones a la pobreza.
Yunus ha contado su experiencia del muro profesional, empezando por su propia resistencia a comprender que un crédito insignificante (27 dólares que dio impulsivamente de su propio bolsillo) pudiera ser una gran solución en manos de mujeres pobres. "En las teorías económicas que yo enseñaba no había lugar para esas realidades".
Significativamente, no creó nuevas teorías económicas que permitieran entender esa productividad desaprovechada. No se lanzó a desconstruir el muro teórico. Se lanzó a la práctica, y fundó el Grameen Bank que ha tenido resonancia mundial y le ganó el Nobel de la Paz. Significativamente, no le dieron el Nobel de economía. El Crack del 29 en Wall Street y el del 89 en Berlín se produjeron en la práctica, pero los fanatismos del mercado o el Estado siguen en pie.
en Letras Libres, enero 2 de 2012.

lunes, 12 de diciembre de 2011

"Hay absurdos que pueden ser una bendición"



Iván Ilich, el removedor

por Gabriel Zaid


Hay líquidos para aflojar piezas metálicas inmovilizadas por la oxidación. Para eso sirve el pensamiento de Iván Illich: para remover la oxidación cultural que inmoviliza la imaginación social, para recuperar la inspiración creadora de soluciones prácticas.
Abundan las críticas contra personas que hacen mal o dicen tonterías o simplemente disgustan. También contra prejuicios o prácticas comunes (no de tal o cual persona). Menos frecuentemente, hay críticas a la mala argumentación, la información deficiente o los propósitos absurdos. En todos estos casos, las críticas se dan en un contexto compartido que ayuda a discutirlas.

Pero Illich criticaba ese contexto. Aflojaba lo consabido que nadie cuestionaba. No criticaba, por ejemplo, la escuela autoritaria frente a la permisiva, sino el supuesto (en ambas) de que la escuela es indispensable. Por eso fue y sigue siendo desconcertante.

Ahora que cuestionar lo incuestionable, sobre todo en el arte, se ha vuelto un gesto vacío (complacido con su fácil audacia), se puede perder de vista a los que cuestionan de verdad. Sócrates y Galileo fueron condenados en su época. Hoy serían ignorados en la algarabía.

Afortunadamente, Illich desconcertó, pero no fue ignorado. Una minoría importante pasó del desconcierto al reconocimiento de sus críticas radicales: que iban hasta la raíz. Deschooling society (1971) fue escrito en Cuernavaca, pero dio la vuelta al mundo. Un scholar surgido de un medio escolarizado y escolarizador (doctorado en historia medieval por la Universidad de Salzburgo, vicerrector de la Universidad Católica de Puerto Rico) criticaba la escolaridad: el supuesto de que la escuela es el eje central de la educación.

Paul Goodman, su precursor (Compulsory mis-education, 1964), dijo algo que parecía un chiste, pero señalaba una gran verdad: Aprender a hablar es más difícil que aprender a leer y escribir. Los niños hablan sin haber ido a la escuela. Si fueran a la escuela para aprender a hablar, serían tartamudos.

Todos nos educamos a todos, a todas horas y en todas partes. También nos educan los animales, las cosas y las circunstancias: los gatos, la ciudad, las nubes, las herramientas, los libros, los museos, la música, la televisión. Y, desde luego, la experiencia, la curiosidad, el fracaso, que ayudan a entender la realidad. El apetito de observar y aprender mueve el desarrollo personal.

Illich no era un simple iconoclasta destructor de lo establecido, sino un crítico de lo que impide mejores soluciones. Criticó radicalmente la institución educativa de la cual formó parte (liberándose y liberándonos de la oxidación) para buscar algo mejor. En ese primer libro famoso, el capítulo más largo está dedicado a la creación de “learning webs” que faciliten la oportunidad de educarnos libremente, movidos por nuestra propia iniciativa de buscar y compartir conocimientos, entusiasmos, problemas y soluciones. No era una utopía. Era un sentido práctico profundo que se anticipó veinte años al lanzamiento de la World Wide Web en 1991.

No solo eso. En el mismo capítulo, habla de un “mechanical donkey”: un minivehículo motorizado que pueda andar por las brechas campesinas y sea fácil de entender, tanto para conducirlo como para repararlo: dos años antes de que E. F. Schumacher publicara Small is beautiful: Economics as if people mattered (1973).
En esta dirección continuó en Tools for conviviality (1973). Usó la palabra convivial para evocar el espíritu igualitario, libre y festivo del convivio frente al espíritu jerárquico, formal y obligatorio de las instituciones. Ya había usado esa palabra en Deschooling society, pero la volvió central en su nuevo libro.

Tools for conviviality apareció el mismo año que Small is beautiful, y los dos concuerdan en el sentido humano y las conclusiones prácticas, aunque parten de análisis distintos. Schumacher critica la ceguera de aplicar tecnologías de punta donde no es práctico. Propone una “tecnología intermedia” entre lo rudimentario y lo último de lo último. Illich celebra la tecnología del teléfono porque refuerza la convivialidad, y reprueba las tecnologías que sirven para crear dependencias (del Estado, las trasnacionales, los sindicatos, los expertos), además de que resultan contraproducentes. Por ejemplo: automóviles que pueden arrancar a 100 kilómetros por hora en unos cuantos segundos, y acaban a vuelta de rueda, cuando no embotellados, mientras producen contaminación.

Energy and equity (1974) criticó la ilusión de que los grandes consumos de energía eran generalizables a toda la población y propuso buscar soluciones de bajo consumo. Afortunadamente, en este caso, los precios del petróleo, que empezaron a subir desde entonces, facilitaron la aceptación de sus ideas. El ahorro de energía y las preocupaciones ambientales se han integrado a la conciencia pública.

Ahora también se reconoce que los hospitales son focos de infección y que un porcentaje importante de los daños a la salud son iatrogénicos: originados por los médicos, los medicamentos y los servicios hospitalarios. Lo había dicho Florence Nightingale (Notes on hospitals, 1863), la famosa enfermera que supo argumentar con estadísticas: El primer principio que debería regir en un hospital es no dañar. Pero resulta que “la mortalidad de la misma clase de enfermedades” es menor entre los pacientes que no van a los hospitales...

La iatrogenia se olvidó, bajo el supuesto piadoso de que era un problema del siglo xix, superado por la medicina moderna. Hasta que Illich sacudió la opinión piadosa con Medical nemesis: The expropriation of health (1976). Al narcisismo institucional del gremio no le hizo gracia verse como una nueva clerecía dueña del bien y del mal: la salud y la enfermedad.

Illich mostró que ignorar la iatrogenia le servía a un monopolio gremial para apoyarse en el Estado y vender sus remedios. Así los productores de leche en polvo lograron venderla a quienes no podían pagarla (ni la necesitaban) como una ayuda filantrópica de los países ricos a los pobres. Según los médicos, era más higiénica y nutritiva que amamantar, ignorando que la preparación de la fórmula con agua y vasijas insalubres resultaba infecciosa. Finalmente, amamantar dejó de ser lo tradicional para volverse lo último de lo último que recomiendan los expertos.

Illich fundó el Centro Intercultural de Documentación en Cuernavaca (CIDOC, 1961-1976), para impartir cursos de español y cultura hispanoamericana a los misioneros católicos destinados a América Latina. Fue mucho más que eso: un foro de reflexión y cuestionamientos (incluso del espíritu misional, de la ayuda a los pobres y del propio centro) que atrajo a numerosas personalidades internacionales y sembró inquietudes. Como sacerdote católico, padeció la oxidación de las instituciones eclesiásticas hasta que prefirió colgar los hábitos.

Illich no solo criticó la doxa (las opiniones consabidas y oxidadas): hizo su arqueología. Su familiaridad con la historia medieval le sirvió para investigar los orígenes de muchas creencias y prácticas sociales. The right to useful unemployment (1978), Shadow work (1981) y Gender (1982) critican la incapacidad actual para apreciar la mentalidad vernácula y el trabajo que no está en el mercado, especialmente de las mujeres. H2O and the waters of forgetfulness (1985), ABC: The alphabetization of the popular mind (1988), In the vineyard of the text: A commentary to Hugh’s Didascalicon (1995), son exploraciones brillantes sobre la formación del contexto mental contemporáneo, observado en el espejo del pasado, como se llama otro libro suyo (In the mirror of the past, 1992).

Kant dijo alguna vez, molesto contra un crítico: Hay quienes ven todo muy claro, una vez que se les indica hacia dónde hay que mirar. La extraordinaria perspicacia de Illich, y su función como líder intelectual, fue saber hacia dónde había que mirar. Sus exageraciones irritantes y hasta sus contradicciones servían para eso: para centrar la atención en lo que estaba perdido de vista. Tenía algo socrático, y, como Sócrates, sorprendía por su originalidad deslumbrante y su entusiasmo negativo: una especie de oxímoron vital.

Ramón Xirau me contó que, alguna vez, en la carretera a Cuernavaca lo descubrió caminando vigorosamente. Se detuvo para saludarlo y ofrecerle lugar en su automóvil. Naturalmente, se negó, aunque nunca dejó de tomar el avión cuando tuvo que hacerlo. Me pareció asombroso, absurdo y profundamente simpático. Lo del cáncer que no quiso operarse fue igual: Sócrates tomando la cicuta como un ejemplo indeleble de convicción moral. Hay absurdos que pueden ser una bendición.

La apertura de Illich a todas las culturas y todas las lenguas (hablaba una docena) fue correspondida con el interés universal que despertó su obra. Hay información biográfica y bibliográfica sobre él en 24 Wikipedias. Sus libros fueron traducidos en docenas de países. Sus análisis de las prácticas vigentes influyeron en muchos otros pensadores y en exploradores de prácticas alternas.

En español, sus Obras reunidas en dos volúmenes (2008) fueron editadas por Valentina Borremans (su colaboradora de muchos años, a la cual le reconoció aportaciones muy valiosas) y Javier Sicilia (su discípulo y amigo) para el Fondo de Cultura Económica.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Todo por el micrófono (Gabriel Zaid)

La aparición del micrófono transformó la política. Aunque el primer uso fue simétrico (entre dos personas que hablan por teléfono), pronto aparecieron los usos asimétricos (los altavoces, las estaciones de radio y televisión) para dirigirse a una multitud que no puede responder. En estas circunstancias, tener el micrófono es tener el poder.

Los altavoces fueron decisivos para que Hitler arrastrara a las multitudes con discursos mesiánicos desde 1922. La radio sirvió para que el presidente Franklin D. Roosevelt, con sus famosas fireside chats, apelara a los ciudadanos para imponer su agenda a los legisladores, desde 1933. A su vez, el senador Joseph McCarthy acusó al poder ejecutivo en 1954 de ser blando con sus funcionarios posiblemente comunistas, en debates televisados que fueron vistos por millones de personas. Desde 1956, Gamal Abdel Násser rebasó las fronteras de Egipto y llegó a despertar la esperanza de un resurgimiento árabe entre millones de campesinos que no sabían leer, pero tenían radios de pilas. El ayatola Jomeini encendió la revolución que derrocó al sha de Irán en 1979 con casetes (que hoy serían podcasts) reproducidos por todo el país. Fidel Castro y Hugo Chávez, enfermos, han tenido que delegar parte de su poder, pero no sueltan el micrófono.

En México, en los tiempos del PRI, hubo un solo dueño del micrófono: el Señor Presidente. En 1923, Calles sometió a la prensa creando la Unión de Voceadores. En 1937, Cárdenas inició "La Hora Nacional" con todas las estaciones de radio del país encadenadas (literalmente) a un solo micrófono; y en 1939 auspició la formación del Sindicato Mexicano de Trabajadores de la Industria de la Radio. En 1941, Ávila Camacho intervino en la creación de la Cámara Nacional de la Industria de Radiodifusión, presidida por Emilio Azcárraga Vidaurreta. En 1968, Díaz Ordaz creó un impuesto del 25% a los ingresos de la radio y la televisión cuando temió que se alebrestaran. Quiso darles un susto para imponer silencio sobre el 2 de Octubre; y, una vez que entendieron, antes de que entrara en vigor, lo redujo al 12.5% pagadero en especie: transmitiendo programas y grabaciones oficiales. En 1970, Echeverría autorizó que la CIR (ahora CIRT) incluyera a las televisoras, que pronto dominaron la cámara. En 1993, Salinas organizó una cena de millonarios donde pidió 25 millones de dólares a cada uno, como cooperación para la campaña presidencial del PRI. Emilio Azcárraga Milmo (que se había declarado "soldado del PRI") ofreció el triple.

La democracia terminó con el monopolio presidencial de una manera paradójica. Antes, el Señor Presidente dominaba el micrófono, y era suicida tomarlo sin su permiso. De él dependían el presupuesto y las oportunidades de lucirse. Ahora que no existe ese control, todos los funcionarios buscan el micrófono. Prácticamente se dedican a eso, como si estuvieran ahí para salir en televisión, no para hacerse cargo de lo que está a su cargo. Buscan balcones hacia la multitud y presupuesto para ser vistos. Así logran subir a balcones más altos, con mayores presupuestos, que reinvierten en buscar posiciones todavía más altas, multitudes mayores, acceso más frecuente al micrófono.

Curiosamente, la multitud supone que el mero hecho de salir en televisión es indicativo de valor, y que valen más los que salen más. En las encuestas, los resultados bajos en "Opinión favorable" corresponden a porcentajes altos de "No lo conoce"; y los personajes más valorados son los más conocidos. La mera repetición de la presencia va acumulando un capital de imagen reconocida por la multitud. El reconocimiento genera más reconocimiento, el presupuesto más presupuesto, el poder más poder. El círculo vicioso: dinero: televisión: popularidad: votos: poder: dinero: televisión, etcétera, reduce la democracia a un negocio cínico.

El tiempo triple A disponible para ser visto por la multitud es limitado. Al crecer la demanda, y lo que está dispuesta a pagar, crece la transferencia de dineros y poderes públicos a los nuevos king makers: los vendedores de balcón. Como si fuera poco, el presidente Fox atenuó la aplicación del 12.5% en 2002 para buscar favores que antes eran prerrogativas presidenciales. De los medios sumisos al Señor Presidente pasamos a los políticos sumisos al poder de los medios.

Mientras el régimen fue monolítico, el tigre ronroneaba mansamente a los pies de la presidencia. Cuando el poder se fragmentó, el tigre empezó a rugir e intimidar, porque la relación de fuerzas cambió. No es lo mismo enfrentarse a un solo cliente (presidencial) que a cada uno de los aspirantes, divididos y en pugna unos con otros. Cada aspirante ronronea mansamente frente al nuevo poder de los medios, como si el poder político fuese una concesión del poder mediático.

Pero se trata de un tigre de papel, cuyo poder es inseguro porque está concesionado. Los mismos tres partidos que (separadamente) cerraron la boca ignominiosamente y aprobaron al vapor la llamada Ley Televisa, después (unidos) limitaron sus alcances. El consenso legislativo puede actuar como el verdadero dueño del micrófono. Pero el consenso también es inseguro. La competencia entre los aspirantes, el temor a la oscuridad (o peor aún, el desprestigio) que resultan de malquistarse a los medios, así como otras razones poderosas que ofrecen los cabilderos, rompen los consensos. El interés público queda subordinado a los intereses particulares de los aspirantes a lucirse.

A pesar de todo, la fragmentación del poder es preferible. Pero hay que terminar con el negocio que de ahí derivó. El cacarear se ha desconectado del producir efectivamente algo valioso para la sociedad. El cacareo de spots es aburrido, costosísimo y poco democrático. El spot es un poder que no permite la respuesta. En vez de que los aspirantes se confronten cara a cara sobre lo que dicen haber hecho y lo que proponen, cada uno cacarea a la multitud en una fastidiosa algarabía.

Para la democracia, lo mejor es suprimir los spots, las pseudonoticias y las bardas pintadas. Las campañas electorales serían más democráticas y aleccionadoras si consistieran en muchísimos debates donde toda afirmación de un aspirante esté sujeta a la refutación inmediata de los otros.



Reforma, 25 de septiembre, 2011.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

.