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Francisco Uribe mira el performance sin inmutarse, como quien ve un perro. Sus ojos, más que ver, reflejan con imparcialidad el ambiente: jóvenes indignados que reclaman a gritos un voto informado.
En un círculo, media docena de jóvenes bailan con máscaras de cartón que simulan serpientes aztecas. Todos están unidos por un rebozo que es la piel de una víbora. De la cola nace un chupacabras y tres personajes con máscaras del expresidente Salinas de Gortari: un aborto de Quetzalcóatl.
La máscara de Salinas se repite, pero la escena es distinta. Salinas, de un blanco impecable, saca a pasear a su perro: un joven con una máscara de Peña Nieto que va arrastrando las rodillas y orinando todos los semáforos a su paso. El perro Peña es amigable, sin embargo, tiene arranques de furia a su paso entre la muchedumbre.
“El perro es dócil, manso, manipulable como Peña Nieto”, dice Héctor, quien sostiene la correa del perro Peña.
Una sábana de nubes borroneadas deja filtrar el sol mientras todos se dirigen al Ángel de la Independencia.
La chamarra de Francisco es un instrumento para medir el ánimo de la protesta: Raída con costuras en los bordes, manchada de fluidos, descuidada como su barba; sin embargo, él se mantiene lúcido en sus ideales: “Con el general colombiano, Peña Nieto va a seguir ensangrentando al pueblo, mientras los demás tengan su Big Cola y su café”.
-¿Qué representa #YoSoy132?- se le pregunta a Francisco.
-YoSoy132 es el ser o no ser, es la diferencia, es somos porque somos. El espíritu está despierto, pero la carne no. Los gobernantes les imponen el bastón, es decir, ellos quieren caminar, pero los van a obligar a usar un bastón. Como a nosotros, que nos dicen que estamos locos y nos inyectan.
“Yo tengo 65 años, ellos apenas 20. Yo he recorrido 20 mil kilómetros. A mí me desaparecieron los que mataron a Colosio. Lo que hago ahora es la operación Caballo de Troya. #YoSoy132 tiene que ser un Caballo de Troya”.
Francisco tiene 20 mil kilómetros atrapado en la misma canción: “Yo soy combate frontal, operación uno en acción directa, relámpago el águila, y no puedo dar pasos atrás o en falso”…
Francisco es un náufrago perdido en la multitud, tiene prisa porque prometió volver al Centro de Asistencia e Integración Cuemanco, un lugar donde llevan a todos los vagabundos con desórdenes mentales, como él. Francisco desaparece como un escapista.
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Las frases en las pancartas son animales filosóficos que caminan por encima de los jóvenes. Son jaulas de papel que exhiben un estado de ánimo: “Si estás leyendo esto, estás cambiando México”; “Si no nos dejan soñar no los vamos a dejar dormir”; “Y la verdad es que estoy bien enojada, bien pinche triste”; “Antes de que nos olviden haremos historia”.}
Al fondo de la marcha se ve la cabeza de Peña Nieto convertida en una calavera peligrosa. Alrededor de él la gente sostiene globos negros que dicen “No más PRI”, cartulinas que advierten: “Peligro. Sólo tu voto en contra de él nos salvará”.
Iván, un estudiante de posgrado de la UPN, analiza: “Recordando el pasado de México, vamos a entrar en un estado de tristeza y malestar permanente. Nuestra sociedad no logra transformar los sentimientos en acciones y los jóvenes que representan la rebeldía no llegan a concretar sus emociones”.
Prometeo cuenta: “Si Calderón me da miedo, Peña Nieto me da pavor”.
Jonathan, un joven escritor, dice: “Vamos a regresar a un estado de imposición, el país seguirá sumergido en el miedo y en la ignorancia; pero los movimientos sociales van a seguir”.
Eduardo se uniría a la revolución, pero antes consultaría a la Asamblea #YoSoy132 para trazar un plan de acción. Pero no cree que la gente tome las armas, “la mayoría está educada por la televisión”, señala.
Para Ingrid el regreso del PRI a Los Pinos es un deja vú. “Votar es reclamar”, dice con la conciencia de una colegiala. “No lo vamos a golpear, pero sí le haríamos un alboroto”. Para ella la vía de la revolución es el diálogo y no la violencia.
“Si EPN fuera un hombre de buenas intenciones, el PRI ya lo hubiera asesinado”, indica un letrero que carga Paulo, un preparatoriano.
Ana Reyes interpreta a Frida en su pintura Las dos Fridas. Su imaginación es una puerta al pasado: “Con Peña Nieto el país va a retroceder, lo que hemos logrado en los últimos años se va a borrar del mapa. No debe ganar el PRI, la ley de las cosas es el cambio”.
Según ella la imagen de Frida se sostiene en la búsqueda de justicia y en contradicciones ideológicas. “Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida, uno en el que un autobús me tumbó al suelo… el otro accidente es Diego”, grita su otredad.
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Las consignas al pie del Ángel y afuera de Televisa Chapultepec son un líquido que corre veloz entre los manifestantes: “Si hay imposición, habrá revolución”; “Enrique, culero, privatiza tu agujero”; “Aquí se ve que Peña Nieto presidente no va ser”; “Felipe, ojete, nos tienes hasta el copete”.
Ahí va un manso rebaño que se indigna si alguien pinta con aerosol las paredes o las puertas de Televisa. Máscaras de Salinas que beben Coca-Cola y fuman Marlboro. Estampas en contra de una dictadura copetona.
Del cielo caen unas cuantas gotas como si se embarraran con cariño. Los jóvenes se van de Televisa, como si lanzaran una piedra a un charco, espantando a los renacuajos del fondo.
Alejandro Saldívar, 24 de junio de 2012, Proceso