«...El tormento frente a la actividad sexual recuerda, por lo menos en un sentido, el tormento frente a la muerte y los muertos. En ambos casos la «violencia» nos sobrepasa extrañamente: lo que pasa es extraño al orden dado de las cosas, al cual se opone en cada oportunidad esta violencia. En la muerte hay una indecencia que es, sin duda, diferente a lo que la actividad sexual tiene de incongruente...»
«... Es evidente que el desorden sexual no nos produce lágrimas, pero siempre nos trastorna, a veces nos devasta y una de dos: o nos hace reír o nos compromete en la violencia del abrazo...»
«...El momento erótico es la cima de la vida cuya mayor fuerza e intensidad se muestran en el momento en que dos seres se atraen, se acoplan y se perpetúan. Se trata de la vida, se trata y de reproducirla, pero reproduciéndose la vida desborda: al desbordar alcanza el extremo delirio. Esos cuerpos mezclados, que se tuercen, que desfallecen y se abisman en excesos de voluptuosidad, van en sentido contrario al de la muerte que más tarde los consagrará en el silencio de la corrupción...»
«...No es menos cierto que el animal, el mono cuya sensualidad a veces se exaspera, ignora el erotismo. Lo ignora en la medida en que le falta el conocimiento de la muerte. Contrariamente, es a causa de que somos humanos y de que vivimos en la sombría perspectiva de la muerte, que conocemos la violencia exasperada, la violencia desesperada del erotismo...»
George Bataille
de Las lágrimas de Eros. Ediciones Signos, 1968