De pronto somos arrojados a una pesadilla. Esa grieta que se abre en la frágil seguridad del mundo que creamos. Una dimensión sutil donde el absurdo y lo incierto se manifiestan con violencia. Ningún escritor describió mejor que Kafka esta forma de ruptura. Al inevitable precio de su condena personal, su viaje hacia ninguna parte o punto de no retorno.
A partir de cierto punto no hay retorno.
Ese es el punto que hay que alcanzar.
Algunos niegan la miseria señalando hacia el sol.
El niega al sol señalando la miseria.
¿Por qué velas? Está dicho que alguno debe velar.
Alguno debe existir.
Esta vida nos parece intolerable, la otra inaccesible.
Una jaula fue en busca de un pájaro.
Los cuervos afirman que un solo cuerpo podría destruir los cielos.
Reclinar sobre el pecho la cabeza repleta de odio y repugnancia.
Se puede desintegrar al mundo con una luz demasiado fuerte.
Creer en el progreso no significa creer que haya habido ya un progreso. Eso sería fe.
En verdad no hay más que la luz proyectada sobre un rostro, que retrocede con una mueca de espanto.
Todo es falso.
La primera adoración a los dioses fue con certeza el miedo ante las cosas, pero junto con esto, miedo ante la necesidad de las cosas y miedo ante la responsabilidad por las cosas.
¿Hay algo que puedas conocer que no sea una ilusión? Si una ilusión se disipara no debes mirar o te convertirías en estatua de sal.
El solo hecho de vivir implica una fe inagotable. ¿Consistirá en eso la prueba de fe? No vivir es imposible. En ese imposible está precisamente la fuerza demencial de la fe; es en esta negación que adquiere forma.
No es necesario que salgas de tu casa. Quédate junto a la mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera solamente. Ni siquiera esperes, quédate solo y en silencio. El mundo llegará hasta ti para hacerse desenmascarar, no puede dejar de hacerlo, se prosternará estático a tus pies.
Es totalmente cierto que escribo porque estoy desesperado a causa de mi cuerpo y del futuro con este cuerpo.
...mantener tantas cosas como sea posible en este mundo que se desintegra...
...su personalidad es suicida, sólo tiene dientes para la propia carne y carne para los propios dientes...
La sensación de estar atado, y al mismo tiempo la otra, la de que si me desatara sería peor aún.
Cuando me he comportado humanamente unas horas, me siento ya orgulloso al ir a acostarme.
Mi fuerza no da ya para una frase más. Sí, si se tratara de palabras, si bastase colocar una palabra y pudiera uno apartarse con la tranquila conciencia de haberla llenado totalmente de uno mismo.
Si una noche he escrito algo bueno, lo quemo al día siguiente en la oficina y no puedo acabar nada.
Creo que este insomnio se debe únicamente a que escribo.
...me socava la noche de un modo estéril y nocivo. ¿Lo soportaré mucho tiempo? ¿Tiene objeto soportarlo, y podré tener tiempo?...
No puedo subir el escalón, pero tampoco desconocer su existencia.
Conmigo no has tenido propiamente una lucha. Yo fui prontamente vencido. El resto fue huida, amargura, lucha interior.
¿Estás desesperado?
¿Sí? ¿Estás desesperado?
¿Escapas? ¿Quieres esconderte?
—Como un perro- se dijo, cual si la vergüenza debiera sobrevivirle.
F. K.
CONVOCATORIA A LOS FANTASMAS — PRAGA GRIS
Su ciudad natal fue un escenario fantasmagórico dentro de una Europa previa al estallido. Creció en uno de los guetos más antiguos, entre sinagogas, edificios barrocos y barrios pobres infestados de ratas. Entre el antisemitismo creciente y, por debajo, un suelo que guardaba siglos y siglos de magia (místicos, cabalistas, astrólogos, la leyenda del golem y la creencia en la fuerza mágica del alfabeto hebreo).
En esa ciudad de calles grises, pasadizos, fantasmagoría y tenebrosidad forjó la obra capital del siglo.
Bien sabido es que un artista se nutre de sus obsesiones. Vale entonces citar alguna de las imágenes que se repiten invariablemente a través de su narrativa:
Las escaleras.
Las puertas.
Los pasillos interminables.
El transitar incesante y agobiante.
Las burocracias y postergaciones.
La ley absurda y arbitraria.
Kafka aludía a «los fantasmas que lo obligaban a escribir» («manos malignas se extienden hacia el que escribe»). Como en las peores pesadillas, donde todo viaje es hacia ninguna parte y la tinta en negro es desprendimientos de la noche.
EN EL NOMBRE DEL PADRE
Se recibió de abogado y tuvo durante años un oscuro y burocrático empleo en una compañía de seguros. Simultáneamente desarrollaba febrilmente y con autoexigencia, su trabajo de escritor. En vida publicó unos pocos relatos, capaces de otorgarle un mínimo prestigio.
Pero vivía, vivió en una cosmogonía enferma, en su universo hecho de miedos, dando el síntoma de la época que avecinaba. La mayoría de sus obsesiones visibles tienen un origen que K. resumió con implacable lucidez y rigor interno en la extensa Carta al padre (casi un alegato), donde con asombrosa lucidez da testimonio de sus conflictos. El temor hacia el gigante, su padre, ese hombre rústico y autoritario cuya voz de orden y presencia lo seguirían por siempre (como un fantasma cuya aparición temería por las noches). La escritura, a la que se consagró por completo, fue la defensa que desarrolló contra la forma paterna que vivía de modo avasallante. Guardó en su memoria cada desprecio, cada ambigüedad y herida. Y vivió hasta la autohumillación ese estado de derrota; en la comparación, la hipocondría y la enfermedad.
Sólo a través de la obra pudo medir la voluptuosidad del terror que lo habitaba. Pero también su búsqueda de la verdad. Una ética y un absoluto.
LA OBRA (UN ARTISTA DE INSOMNIO)
K. afirmaba: «mis escritos son un horroroso espectro personal. Habría que quemarlos y luego apagar los restos del incendio». Toda su obra tenía destino de llamas. De hecho, pidió que tras su muerte todos sus escritos fueran destruidos. La traición de su amigo y ejecutor de su testamento, Max Brod, es el motivo por el cual hoy podemos leer a Kafka. Pero no es posible en su caso satisfacer el hambre caníbal del intelectualidad y ver en «cómoda» perspectiva a este héroe de apariencia desvalida, por más estudios psicológicos que se le consagren. ¿Qué son esos espejos de un universo alienado? El proceso (la novela de un hombre que es juzgado y condenado por algo que jamás se sabrá qué es) o El castillo (esa agobiante metáfora de la inaccesibilidad).
INTERVALO—UN CUENTO CHINO— ZEN ENFERMO:
Kafka es autor de la narración más desoladora, un cuento alucinado donde la pesadilla supera lo imaginable, el golpe más certero perpretado por autor alguno a la patraña de este mundo:
¿Es Franz—Gregorio Samsa soñando despertar convertido en un horrible insecto o es una cucaracha repugnante soñando despertar en Kafka—Gregorio?)
Y sus cuentos, plenos de situaciones que describen «pequeñas fugas de la realidad» hacia otros mundos donde la sobrenaturalidad acecha, incluso con humor (negro, por supuesto) y hacia el final tres relatos devastadores acerca de la función del artista («Un artista de hambre», «Un artista de trapecio» y «Josefina la cantora o el pueblo de los ratones») o los detallados informes del absurdo donde espejaba el infinito donde ¿todo viaje es hacia ningún lugar?. La rebelión destinada al fracaso que destilan sus relatos. Todo es inútil pero aún así por qué no intentarlo. La rebelión contra los poderes. El absoluto. Los jefes. Su padre.
Su padre. La justicia. La autoridad. Dios.
Hacia 1924 esa enfermedad mortal llamada culpa gana la batalla: Kafka muere de tuberculosis en las afueras de Viena. No gozó ni tan siquiera de «la exaltada redención del olvido».
CONVOCATORIA A LOS FANTASMAS II (ESBOZO DE UNA IDEA):
Resulta casi imposible separar al escritor de su tiempo. De sus calles repletas de magia y horror, el avance implacable de la guerra y el holocausto. Su Apocalipsis personal y lo que sobrevendría. La angustia por una forma de autoritarismo a la que no se podría hacer frente donde su vergüenza y humillación sería la del mundo. Quizás sus notas desesperadas daban el toque de las sirenas, preanunciaban el atropello del poder, prefiguraban la definitiva asfixia de vivir en esta ilusión llamada progreso.
MILENA (UN CONJURO)
Mílena Jessenka, periodista y escritora, fue algo más que su traductora al checo. Fue la mujer que ensoñó sus fantasías, el lugar donde soñó descansar sus miedos («la luz de sus ojos extingue el dolor del mundo»). La presencia de Mílena parecía desafiar sus fantasías de muerte, esa obstinada y prolijamente fundamentada negación a la vida («en lugar de vivir juntos, por lo menos podremos tendernos, felices, uno junto al otro para morir»). Y hubo otra mujer, Ottla, su hermana preferida, que lo acompañó en sus últimos días. Poco después de la muerte de Kafka, Mílena y las tres hermanas de Kafka fueron deportadas y muertas en campos de concentración. Con esta perspectiva volvemos a preguntar: ¿cuál era la denuncia de Kafka? Vale citar un párrafo de sus «Cartas a Mílena»: «¿De dónde habrá surgido la idea de que las personas pueden comunicarse por cartas? Se puede pensar en una persona distante, se puede aferrar a una persona cercana, todo lo demás queda más allá de las fuerzas humanas. Escribir cartas, sin embargo, significa desnudarse ante los fantasmas, que lo esperan ávidamente. Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas». En efecto, en este siglo definitivamente kafkiano, vale prender una vela por esa obstinada voluntad de amar y pensar por un momento en todo, todo lo que en el camino se bebieron los fantasmas.
UN CUENTO DE KAFKA
Sumergirse en la noche. Así como a veces se hunde la cabeza para pensar, así, perderse de este modo en la noche. Los hombres duermen alrededor. Representar la comedia, la humilde ilusión de dormir en fuertes camas, bajo techos seguros, acurrucados o estirados sobre colchones, entre sábanas, bajo frazadas. En realidad se hallan reunidos como alguna vez antaño, en una comarca desierta o un campamento desprotegido, infinita cantidad de hombres, un ejército, un pueblo bajo el cielo helado, sobre la tierra helada, tirados como antes, la frente apoyada contra el brazo, el rostro vuelto hacia el suelo, respirando con tranquilidad. Fu velas, eres uno de los vigías, puedes ver al otro a través de la chispa de un leño encendido. ¿Por qué velas? Está dicho que alguno debe velar. Alguno debe existir.
UNA COLUMNA A MODO DE CONCLUSIÓN
INSCRIPTO EN EL CUERPOEn el cuento En La Colonia Penitenciaria Kafka describe a través de un mecanismo de tortura, como una máquina siniestra escribe mediante dos agujas, su sentencia sobre el cuerpo desnudo de los condenados.
La maquinaria acciona sobre el cuerpo sujetado del sujeto.
«—Mi principio fundamental es este: La Culpa es siempre indudable. »—dice en el cuento el oficial encargado de accionar la máquina.
Al igual que en la novela El Proceso, los supliciados no son juzgados ni conscientes de cual fue su «falta». Apenas queda claro que los condenados son declarados culpables por mecanismos que los trascienden, que están mucho más allá de ellos.
Tal vez por leyes y poderes que vienen de tiempos inmemoriales.
La inscripción de la culpa es algo atávico y arbitrario, de origen remoto y confuso.
Suele ser de este modo como el poder inscribe en el cuerpo sus mandatos, sus órdenes, su orden del mundo.
«No es fácil descifrar la inscripción con los ojos; pero nuestro hombre la descifra con sus heridas». —es la terrible frase del oficial.
«—¿Conoce él su sentencia?»— pregunta atónito el explorador.
« —Ya la sabrá en carne propia».
«Honra a tus superiores» —es la ley que le será inscripta en el cuerpo...
También el cuerpo escribe sus síntomas inconscientes.
(Kafka de alguna manera describió como una escritura el síntoma de la enfermedad que lo llevaría a la muerte: la tuberculosis).
«El cuestionamiento de las relaciones de poder es una tarea política incesante»— dice Michel Foucault y pensamos que a esta luz debería ser visto el ejercicio de la escritura de Kafka, aún pese a la tentación fácil de caer en su mito personal.
© JAVIER GALARZA
«—Mi principio fundamental es este: La Culpa es siempre indudable. »—dice en el cuento el oficial encargado de accionar la máquina.
Al igual que en la novela El Proceso, los supliciados no son juzgados ni conscientes de cual fue su «falta». Apenas queda claro que los condenados son declarados culpables por mecanismos que los trascienden, que están mucho más allá de ellos.
Tal vez por leyes y poderes que vienen de tiempos inmemoriales.
La inscripción de la culpa es algo atávico y arbitrario, de origen remoto y confuso.
Suele ser de este modo como el poder inscribe en el cuerpo sus mandatos, sus órdenes, su orden del mundo.
«No es fácil descifrar la inscripción con los ojos; pero nuestro hombre la descifra con sus heridas». —es la terrible frase del oficial.
«—¿Conoce él su sentencia?»— pregunta atónito el explorador.
« —Ya la sabrá en carne propia».
«Honra a tus superiores» —es la ley que le será inscripta en el cuerpo...
También el cuerpo escribe sus síntomas inconscientes.
(Kafka de alguna manera describió como una escritura el síntoma de la enfermedad que lo llevaría a la muerte: la tuberculosis).
«El cuestionamiento de las relaciones de poder es una tarea política incesante»— dice Michel Foucault y pensamos que a esta luz debería ser visto el ejercicio de la escritura de Kafka, aún pese a la tentación fácil de caer en su mito personal.
© JAVIER GALARZA
2 comentarios:
excelente ensayo Javier...
me dieron ganas de releer a Kafka
gracias
un abrazo
Leí por allí en estos días una frase de Benjamín referida a Kafka: su escritura es "un objeto de reflexión interminable".
Y así es. Kafka y su lucha con la palabra,y su lucidez al límite...
Así como Pizarnik tiene la mejor definición sobre la melancolía, Kafka respira con el suicida, con el culpable: escribe en nuestro cuerpo una de las mejores obras del siglo XX.
Un ensayo brillante.
Liliana.
Publicar un comentario