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viernes, 19 de marzo de 2021

Caminaré entre las ratas, de David Pérez Vega

 


Los que frecuentan la blogosfera literaria conocerán a David Pérez Vega como ese profesor de economía de Móstoles apasionado por la literatura que sube sesudas reseñas de todo cuanto lee cada domingo a su espacio Desde la ciudad sin cines (y a también a su canal de YouTube). Yo conocía dicho blog mucho antes de compartir por aquí mis impresiones sobre cada lectura y ha sido para mí desde entonces un modelo de crítica literaria que siempre he admirado por la trabazón de su contenido, que, sin rozar la pesada erudición de la academia, daba todas y cada una de las claves interpretativas de las diferentes novelas y colecciones de relatos que iban apareciendo en el panorama editorial como novedades de este siglo XXI o como obras clásicas del XIX o del XX (principalmente narrativa hispanoamericana). Esta labor de Pérez Vega como crítico no es un fin en sí mismo, como él ha afirmado numerosas veces en sus redes sociales, sino un mecanismo para darse a conocer como escritor, para demostrar que su sensibilidad literaria le permite interpretar tanto textos complejos y representativos de la literatura contemporánea como incorporarlos a su imaginario particular y valerse de ellos, junto a su propia experiencia vital, para redactar una prosa de gran valor. A pesar de este extraordinario bagaje lector y hermeneuta que sitúa Desde la ciudad sin cines como uno de los espacios de la blogosfera literaria alejada del circuito del bestseller con más visitas, el propio Pérez Vega no destaca por ser un autor muy leído. Y esto se debe muy posiblemente a que aún no ha podido dar el salto a una editorial grande. Pérez Vega escapó, como su personaje Domingo, protagonista de esta novela que hoy reseño, de la autopublicación, pero se ha movido siempre en editoriales medianas y pequeñas, saltando de una a otra y con un pequeño séquito de lectores que le seguimos la pista. 

Previamente a Caminaré entre las ratas, Pérez Vega publicó en Sloper su novela Los insignes, que representa una radiografía brutal de los bajos mundos de la comidilla literaria (especialmente de esos círculos poéticos que viven del amiguismo y que son tan frecuentes desde que la poesía se concibió como género). Yo pude leer Los insignes a finales de 2015 y sigo pensando que es una novelas más divertidas que se han escrito jamás en español (a ver si este verano la releo y reseño). Aunque las novelas no están conectadas entre sí, se aprecia en ambas una progresión en el pensamiento de Pérez Vega, que viaja del desenfreno tragicómico de Los insignes al tono predominantemente serio, pero con pinceladas de un humor muy inesperado, en Caminaré entre las ratas. Los protagonistas de ambas obras tratan de abrirse camino en el mundo literario, pero mientras que en Los insignes parece solo importar dicho mundo literario y todo lo que escapa a él se siente sumido por un aire de parodia, en Caminaré entre las ratas Pérez Vega busca construir una novela río, una novela total en la que tocar todos los aspectos que puedan condicionar la vida de un hombre de mediana edad (a punto de cumplir los cuarenta años) y que se siente incapaz de alcanzar una estabilidad vital, económica, sentimental, sexual, etc. Domingo, muy posiblemente al igual que el propio Pérez Vega, sabe que quizás es algo tarde para él dar ese salto a una editorial más grande que le garantice vivir únicamente de la escritura, como soñaba de pequeño. Caminaré entre las ratas es, pues, el relato de un desengaño que resulta no solo doloroso para todos los que hemos fantaseado con la idea de redactar los clásicos del mañana en nuestra adolescencia como estudiantes marginales, como empollones abatidos por las collejas de los más grandes que terminaron trabajando en una obra o en el campo, es la historia de una eterna crisis que nos impide vivir como han vivido nuestros padres, que alcanzaron la estabilidad antes que nosotros y con muchos menos estudios. Es el desengaño del éxito prometido

Domingo es forzado durante su juventud para convertirse en ingeniero como sus primos, pero es incapaz de seguir al tercer año y opta por una decisión intermedia entre sus verdaderos deseos de estudiar Filología Hispánica o Literaturas Comparadas y ese ideal de sus padres, inculcado socialmente de manera tácita acerca del éxito de las carreras de ciencias. Se decide por estudiar Economía como el propio Pérez Vega y asume que la literatura puede ser esa luz que le guíe de forma paralela. Asume que renunciar a su vocación de manera temporal por timidez y falta de garbo le garantizará un trabajo digno y estable tras el cual disponer de horas de sobra para cultivar sus sueños y su afición. Sin embargo, Domingo acaba siendo un infeliz, un hombre explotado en un ambiente que lo rechaza por no formar parte de ese linaje aristócrata-burgués de auditores que veranean en Boston y se han educado en las universidades privadas más caras y conservadoras dentro y fuera del país y que creen que todo lo que han conseguido (incluidos muchos de sus puestos por enchufe) se debe a sus dotes innegables para los negocios, que los pobres como Domingo no tienen, por supuesto. 

De un trabajo, Domingo rebotará a otro cada vez peor. Y lo mismo sucederá con sus relaciones sentimentales. Su formación estoica en resolver problemas de matemáticas en la mesa del comedor de su casa lo han convertido en un ser asocial, un hombre que solo ha sido capaz de establecer lazos con mujeres (más allá de su madre y sus hermanas) en su adultez. El tabú cuasireligioso del sexo y el aislamiento en los libros le han llevado a vivir francamente mal los diversos encuentros amorosos en una juventud tardía, en la que ha tenido que fingir muchas veces ser quien no era para granjearse el interés y el amor de sus parejas y compañeras de una noche.

Domingo vive en una crisis perpetua, pero es un disparo el que le hace despertar. Nada más comenzar la novela, se nos revela que uno de sus amigos de la infancia, muy cercano a él, se ha abierto la tapa de los sesos con una escopeta en la tranquilidad de su casa. A partir de aquí, Domingo tendrá que sumar un duelo más a la lista de duelos pendientes y de los que nos iremos enterando a medida que vaya transcurriendo la trama. A pesar de este aura de pesimismo que envuelve toda la obra, el final servirá para redimir en parte al personaje y hacerlo aprender de sus experiencias y errores.

Como ya he ido comentado, hay mucho del propio escritor en la obra. Pérez Vega es un lector entusiasta de autores como Rodrigo Rey Rosa, Horacio Castellanos Moya o Eduado Halfon, que también vierten mucho de sus vidas en sus historias. Por su parte, hay una herencia indudable aquí con La senda del perdedor de Bukowski, novela que yo no he leído, pero cuya trama y planteamientos conozco. A través de Bukowski, Pérez Vega entronca con Fante y con los personajes propios de Dostoievski: seres marginales que tienen grandes aspiraciones, pero cuyo encontronazo con la realidad resulta en fracaso. De igual forma, el capítulo Tarde bajo el volcán recuerda poderosamente a La uruguaya de Pedro Mairal, que pude leer hace poco, aunque sigo considerando que el escritor mostoleño se muestra aquí muy superior al argentino. Y así puedo ir dando una larga lista de referencias que se aprecian en la novela de manera directa o indirecta y que se hacen evidentes para aquel que, como yo, ha leído algo sin ser mucho. En cualquier caso, no se cae en ningún momento en la pedantería, lo que es de agradecer.

Pérez Vega se muestra constante en la frase larga, donde suele predominar la yuxtaposición y un ritmo muy fluido que hace que, a pesar de contar con párrafos particularmente densos, estos no se hagan pesados en exceso. El narrador es en primera persona y viaja al recuerdo constantemente, a pesar de que los capítulos, largos por extensión, transcurren en períodos de tiempo muy breves, normalmente de días. Como única pega cabría señalar la presencia de erratas diseminadas a lo largo del texto, que indican una corrección incompleta, pero que no son suficientes como para que este no deje de ser disfrutable.

He visto varios comentarios señalando que la novela refleja el sentimiento colectivo de la generación del autor. Esto es como mínimo cuestionable, ya que no me resulta difícil reconocer comportamientos y actitudes mías del pasado en el protagonista. Y Pérez Vega y yo nos llevamos más de 20 años, lo que se dice poco. Sin ser el público objetivo de la novela no me es nada difícil empatizar con el desgraciado personaje de Domingo y sus tribulaciones de proto-adulto de pueblo-ciudad-aldea, así como con su desengaño. En definitiva, que recomiendo la obra plenamente.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



viernes, 12 de marzo de 2021

Hamnet, de Maggie O' Farrell

 


Para muchos lectores estadounidenses, esta ha sido la gran novela del pasado 2020. Ganadora del Women's Prize for Fiction y con una trayectoria muy destacable, Hamnet de Maggie O' Farrell aterrizó en España el mes pasado de la mano de la editorial Libros del Asteroide con una traducción muy aplaudida y una edición muy cuidada, como la que nos tiene acostumbrados semejante sello editorial. Pero, ¿es tan buena como dicen los suplementos periodísticos? Quizás sí y quizás no. Aquí entraríamos en criterios subjetivos y tendríamos que valorar todo lo que se publicó (de peso) en Estados Unidos en 2020 para determinarlo. Sin embargo, y, aunque no va a ser una de mis lecturas del año (porque tengo demasiados clásicos pendientes de los siglos XIX y XX), debo reconocer que es una novela que roza la excelencia y se codea con otras tantas historias del género histórico.

Porque sí, Hamnet es una novela histórica, pero una novela histórica diferente y hasta cierto punto rupturista. Y eso es un gran acierto por parte de su autora. Cuando un escritor decide emplear para su trama unos personajes y unos ambientes tan alejados de nuestro tiempo como lo son los de las postrimerías del siglo XVI, la labor de documentación debe ser obligatoriamente amplia y rigurosa. ¿Pero qué ocurre cuando la información disponible, a pesar de rodear a alguien del que se ha dicho tanto como William Shakespeare, escasea? Pues se trazan hipótesis más o menos fiables, más o menos coherentes, y en los huecos incorregibles se deja paso a la duda. En esos huecos ambiguos, indemostrables, O' Farrell va a colocar con acierto todo un haz de magia. Un elemento que escapa a esa reconstrucción histórica, pero que nos retrotrae invariablemente al teatro del más grande dramaturgo en lengua inglesa. Si el teatro de Shakespeare está plagado de hadas, brujas y duendes, ¿por qué no deberían aparecer estos en una novela que busca rendirle tan claramente homenaje?

Esta novela habla del autor de Hamlet, Otelo y Romeo y Julieta, pero, curiosamente, no será él el protagonista. De William conocemos muchas cosas, pero serán sus facetas menos señaladas (la tormentosa relación con su padre y sus años previos al éxito teatral) las que saldrán a relucir. Por el contrario, la novela se centrará en la familia Shakespeare, especialmente en su mujer Agnes y en sus hijos gemelos Judith y Hamnet. El conflicto viene de una premonición de la propia Agnes, que sabe antes de tener gemelos que perderá a uno de sus hijos antes de morir. Históricamente, sabemos que quien muere en 1596 es Hamnet Shakespeare a la tierna edad de once años. Su muerte anunciada recuerda a la famosa novela Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez. El lector ya sabe de primeras qué va a ocurrir, pero desconoce el cómo y el por qué, así como las diversas consecuencias tras dicho acontecimiento, siendo esto lo que le motiva a seguir leyendo. 

La pieza se divide en dos partes y goza de una estructura diferente en cada una de ellas. La primera parte presenta una alternancia temporal. Se intercalan los días previos a la muerte de Hamnet en 1596 con los amores y el nacimiento de los hijos del matrimonio Shakespeare, así como sus penurias y conflictos, muy propios de los grandes dramas familiares de la narrativa del siglo pasado (pienso mucho en Faulkner, pero también y de nuevo en García Márquez). Una vez muere Hamnet, la segunda parte se deslizará desde las exequias hasta la primera representación en Londres de Hamlet, una de las cuatro tragedias shakespearianas más recordadas. Como se advierte en el prólogo, Hamlet y Hamnet son el mismo nombre encubierto y suenan a herida honda, abierta y puesta al sol.

Agnes como madre se corroe por la pérdida, que puede llegar a resultar desesperante, sobre todo si tenemos en cuenta que toda la novela se articula en torno a dicho evento, convirtiendo a Hamnet paradójicamente en antagonista al decidir morir en oposición al deseo de los protagonistas, en especial de su madre, que, como una heroína griega, es incapaz de alterar cualquier designio del destino a pesar de controlar ciertas fuerzas sobrenaturales, como irá descubriendo el lector. Agnes será, sin duda, el pilar de toda la novela. Se construye como un personaje complejo, enigmático y asocial, ya que no sigue los roles que la sociedad le asigna por ser mujer. Esto la hace probablemente el personaje menos fiel a su contraparte histórica de toda la trama, pues la sociedad inglesa era mucho menos permisiva con la mujer en esta época que la española, lo cual ya es decir mucho. La existencia de una mujer con tal rebeldía en una sociedad como la del Barroco inglés suena a licencia de la autora, pero, lejos de molestar, enriquece. O' Farrell no busca una novela totalmente fiel a la realidad, comprobable o posible, porque entiende que esto le resultaría aburrido al lector y como novelista ese es un pecado que no está dispuesta a pagar. 

La sintaxis es directa, con muchos diálogos breves, pero predomina una escasa acción que a veces cae en ciertos clichés. Con toda la profundidad que tiene Agnes detrás de sí, es imposible no ver en ella el rastro de otros tantos personajes parecidos. El hecho de conocer toda la trama desde la primera página resta bastante sorpresa y frescura al relato, que no se termina de solventar hasta su tramo final y que me ha parecido, en lo personal, innecesariamente largo. No obstante, la novela es muy buena y será las delicias de todos los enamorados de las memorables obras del poeta inglés.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



martes, 9 de febrero de 2021

Las 13 lunas de Berhert, de VV.AA.

 


Repaso la lista de obras reseñadas en esta esquina y me doy cuenta de que esta es la primera antología de relatos que traigo en los numerosos años de actividad de este espacio. Normalmente, soy reacio a comentar obras donde intervienen muchos autores, pero, como en este caso, los textos llegan de la mano de un amigo al que le he prometido reseñar la obra, no puedo negarme. Las 13 lunas de Berhert se trata de un libro de salida reciente al mercado, editado y redactado por escritores con una carrera bastante breve a sus espaldas, por lo que es lógico pensar que no estamos ante una obra maestra ni mucho menos. El librillo está maquetado con materiales más bien pobres e incluso carece de ISBN, lo cual tampoco es de extrañar, pues cada vez más y más libros de pequeñas editoriales o autopublicaciones están ignorándolo. Darle ISBN a tu libro cuesta en España alrededor de 45 euros, y teniendo en cuenta los gastos de impresión y los derechos de autor para cada uno de los escritores, lo más probable en este caso concreto es que el libro sufriera más pérdidas que ganancias. Gracias a estos sacrificios de edición, el precio a la venta, eso sí, es más barato y ligeramente competitivo.

Pero ya me estoy andando por las ramas. ¿Qué contiene Las 13 lunas de Berhert? La respuesta con ver la portada debería ser bastante obvia: 13 relatos de ciencia ficción por distintas plumas españolas, más un decimocuarto, que viene a modo de extra. Debido a la desigualdad entre la calidad y la temática de los relatos, conviene hablar de ellos uno por uno para dar posteriormente una valoración general:

  • Seis mil millones de mundos, de Jorge J. Coello: Relato cosmológico sobre un universo paralelo y una extraña especie que contribuye a su propia destrucción. Es con diferencia el que menos me ha gustado por varios motivos. Ya desde el inicio se nota que el escritor fuerza la máquina y acaba abusando y reiterando en los mismos adjetivos. Solo el párrafo inicial ya es capaz de enfurecer a cualquiera que haya leído un poco. Si a este intento malogrado de parecer Lovecraft le añadimos el rollo trascendentaloide, nos queda lo que es: un texto muy pobre.
  • Regreso a Mona, de Guillermo Fiscer: Por el contrario, el relato de Fiscer sí me parece realmente bien escrito. Se nos narra la vida de un hombre que, agotado por el estrés de la urbe, se traslada al campo como un nuevo Walden. Desde allí comienza su obsesión con una isla en las costas galesas, que de alguna forma lo llama. Fiscer maneja esencialmente bien las referencias e inserta elementos propios tanto de la ciencia ficción como de la novela de fantasmas en una historia que me recordó mucho a otros relatos de Fernando Codina que ya había leído, especialmente La última trinchera y La isla de los frailes.
  • El cuadro Bellafonte, de Astrid Antuña: También se compagina de una manera espectacular las tradiciones del terror y de la ciencia ficción en este relato de Antuña, que destaca por su giro de guion final. En él, se nos cuenta la historia de un misterioso cuadro maldito que lleva a la desgracia a sus poseedores. Una trama simple con una narradora sencilla, pero que demuestra funcionar bien.
  • Luz que se apaga, de César Ruiz: Un escritor es acosado por extraños seres venidos de otro mundo en un relato con momentos de mucha tensión. Ruiz consigue que sintamos rápidamente empatía por su personaje, que mantiene profundas reflexiones sobre su identidad y sobre la de quienes le rodean. Más allá de los extraterrestres y sus misteriosas intenciones, este relato habla del camino vital de cada uno, siendo la metáfora del final y la del propio título una señal del fin de la vida y de la idea de un más allá.
  • Smilodon, de Aldo López: Con López se pierde el tono adulto que se venía manteniendo en el resto de las piezas y pasamos a un narrador un tanto más juvenil e ingenuo. Lo cierto es que, si no fuera por la acción trepidante de sus páginas, este relato no lo habría acabado. Solo esa acción y una estructura bien llevada (y que recuerda algo a las viejas películas de espías) hace que me pueda medio olvidar de ciertos detalles de los personajes como la contradicción que representa que el antagonista le entregue sus poderes a Vladimir para luego proseguir a arrebatárselos en un sinsentido de manual.
  • Luces de aniversario, de Julián Romero: Interesante historia que mezcla la ficción zombi y la de extraterrestres. Será que he visto mucho The Walking Dead, pero este relato me ha resultado muy coherente y bien llevado. Mantiene la tensión de principio a fin y se nutre de personajes tipo con una gran atención a los diálogos. Tiene también momentos de absoluto escalofrío y hace que el lector tema por sus personajes. Además, el final es redondo.
  • La rebelión de los Hombres Rana, de Esther Pina: Un ser semi incorpóreo viaja sobre la estratosfera y tiene una visión que le lleva a acabar dialogando con una Polaroid y con un vinilo sobre cómo recuperar algo de ¿Humanidad? mientras que se narra la historia de la mítica civilización de los Hombres Rana. La verdad es que este relato me ha resultado el más soporífero de todos con mucha diferencia. Insufrible de principio a fin gracias a un tono metafísico que nadie le ha pedido mezclado con unos personajes absolutamente inverosímiles, incluso dentro de la ciencia ficción o la fantasía.
  • El resurgir de Teseo, de Beatrice Golden: Un hombre acude a su psicóloga alarmado por la repetición de un misterioso sueño en el cual es un héroe mitológico que enfrenta en el Coliseo romano a una bestia con cabeza de toro y cuerpo de titán. El protagonista poco a poco irá adentrándose en el sueño hasta descubrir que se le ha seleccionado para viajar entre dos mundos y traer la paz a ambos. Se trata de una historia entretenida y que mantiene bien el interés del lector, le atraiga o no la cultura clásica. El relato destaca por la sencillez de su expresión y por lo bien descritas que están las escenas de combate, así como por sus diálogos.
  • Destellos de otra realidad, de Danae Moreno: Dos mundos paralelos y uno que se destruye; dos mujeres a punto de hacer el viaje de su vida. Una historia sin mucho fondo, pero que cumple: entretiene.
  • Un nuevo día, de Jesús Muga: Este relato es el más oscuro de todos. Destaca por su inicio y la confusión del mundo que se crea. En él gobierna la esclavitud y la falta de derechos. Los trabajadores mantienen la ilusión de la falsa libertad mientras los poderosos se dedican a reducirlos y una guerrilla de proletarios disconformes se enfrentan a los perros de un gobierno corrupto. Con tintes kafkianos, el relato recuerda remotamente al expresionismo alemán. Mantiene también ciertas similitudes con La institución de Jorge P. López, particularmente en su escena inicial.
  • Más allá de las puertas de Tannhäuser, de Fernando Codina: Fernando Codina no es ningún extraño para los seguidores de esta esquina. No solo se han reseñado aquí algunas de sus obras, sino también tuve la oportunidad de hacerle una entrevista con motivo del mes de la ciencia ficción. En este caso, estamos ante un relato que narra la historia de la posible última mujer humana con vida, que viaja a bordo de una nave espacial junto a un androide. El texto habla desde la sencillez y plantea situaciones originales con un final satisfactorio para los lectores y los personajes. Las relaciones entre el androide y la mujer son el núcleo del relato, que es narrado desde la perspectiva del primero, que, por primera vez, llega a dudar de si siente lo que los hombres llaman en sus novelas "amor".
  • La fuga, de Javiera Vercelotti: Los terrícolas son engañados por hombres procedentes de otra dimensión y confinados a naves submarinas desde las que trabajan remando para suministrar energía a los incursores. La fuga se trata de un relato camuflado sobre la colonización de tantos otros territorios en el mundo y una crítica hacia los poderosos que explotan la mano de obra de los más pobres mientras sus familias permanecen en la inopia. Es un canto a la revolución narrado en forma de carta de una joven a su hermano pequeño.
  • Entre mil billones, de Pilar Rodríguez: Una asesina a sueldo para el Santo Pontificado deambula por las galaxias colindantes en busca de seres que se han reencarnado recientemente y que deben eliminarse antes de crecer y hacer el mal. Lo que no sabe, por supuesto, es que todo es una estratagema de la Iglesia para mantener su poder por el cosmos. Rodríguez nos ofrece una historia de abusos, poder e intrigas donde critica la doble moral de los sectores sociales que pueden permitírsela. Muy recomendable.
  • Mira atrás, de Jandra Dubois: Una joven vive en una ciudad de la que no puede escapar, solo transitar de un distrito a otro cuando acumule los puntos de ciudadano necesarios para dicho fin. El control del gobierno es total y un grupo revolucionario pretende dilapidarlo. De este texto, destaca sobre todo el carisma de la protagonista y cómo se introducen los distintos elementos de la trama. Consta con un final, eso sí, no demasiado sólido.
Y hasta aquí los catorce relatos. Como habéis podido comprobar, se trata de una colección bastante irregular. La mayoría de textos son buenos, otros tantos correctos y algunos detestables. La falta de conexión total entre los temas y el tono de cada uno de los relatos hace que parezca más una revista que una antología. Ciertas piezas encajan mejor que otras dentro de la ciencia ficción, que ya de por sí es una etiqueta muy amplia y que aglutina una gran cantidad de subgéneros que muchas veces no tienen nada que ver los unos con los otros. Aún así, se trata de un libro recomendable para aquellos que disfruten de este tipo de piezas breves. Yo lo he usado como descanso de lecturas más densas y estoy contento con el resultado.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



viernes, 29 de enero de 2021

Noche de pizza con mi villano, de Daniela L. Guzmán

 


Normalmente no suelo ser muy optimista con los escritores de mi generación, ya que, por lo general, tienen perspectiva, pero les suele faltar la técnica para hilvanar grandes historias. No obstante, el libro que reseño hoy me ha sorprendido para bien. Noche de pizza con mi villano se trata de una recopilación de cinco relatos de la joven promesa mexicana Daniela L. Guzmán, unidos por un nexo común: la villanía. Y, bueno,... también por la pizza. Los protagonistas de cada uno de ellos parten de personalidades reales de la historia mexicana más clásica. Tenemos a Hernán Cortés, a la Malinche, a Moctezuma, a Maximiliano de Habsburgo y a Porfirio Díaz. Y su protagonismo se integra con esos elementos que tanto me atraen de la literatura mexicana más reciente: la conciencia de que Méjico no es un país que funcione de acuerdo a una lógica, de que si en un país pueden llover cabras del cielo y bajar extraterrestres en un cono de helado para bailar una samba, ese es Méjico. Y eso es así porque si algo ha funcionado en la historia y la política del país es justamente lo inesperado. Los mejicanos que conozco rara vez se sorprenden, lo que hace que la literatura orbite por mundos mucho más fantásticos que los que acostumbramos en Europa. 

Méjico no es un país normal, como decía Juan Pablo Villalobos, y está plagados de villanos históricos, cuyas historias fascinan a los propios mejicanos, cuyas ideas son rescatadas una y otra vez por ellos en el día a día. Guzmán hace en este libro una reinterpretación de sus historias recurriendo al amplio abanico de la ciencia ficción y la ficción especulativa, dando lugar a textos muy bien cuidados y que apuntan formas. Son los siguientes:

  • Rehúso, señor presidente: El presidente del país trata de dejar el cargo, pero es reelegido una y otra vez. Se convierte en un ser despótico y en un auténtico tirano para el pueblo, pero este le sigue adorando. Ni siquiera le dejan suicidarse tranquilo.
  • No vayas, es una trampa: Un grupo hotelero vegano secuestra a un ingeniero y a sus hombres y les obliga a probar durante un tiempo su modo de vida, a la fuerza.
  • También en Plutón hay una ciudad llamada Estocolmo: Un padre conspirativo piensa que su vecino es un auténtico plutoniano y se va a vivir con él abandonando a sus hijos.
  • Mi mejor amiga vive en una pecera gigante: Un par de estudiantes adolescentes decide recaudar peces para salvar la extinción de los osos polares, pero una de ellas es maltratada por sus compañeros hasta el punto de despreciar a la raza humana.
  • El empleado enfermo: El hijo progre de un empresario hereda el imperio económico de su padre, pero no tiene ni idea de cómo dirigirlo. En las oficinas tiene permiso para hacer lo que se le antoje, salvo una sola cosa: abrir la puerta del sótano en la que trabaja "el empleado enfermo". Cuando ambos entren en contacto, su forma de ver el mundo cambiará drásticamente.
Se trata de textos bastante breves y que se pueden leer en su conjunto en unas dos horas. Están plagados de humor y de referencias a la cultura pop de mi generación (los que nacimos en los noventa), más allá de los localismos propios de Méjico. El lenguaje es ágil, pero también goza de una profundidad que parte de la reflexión y de lo simbólico. Guzmán juega con la referencia y se apropia de ella hasta darle forma y encajarla en su mundo literario. Su estilo es muy personal y colorido. No obstante, el marco narrativo puede desconcertar de alguna manera al lector y era por completo innecesario, pues ya los relatos son lo suficientemente buenos de por sí. Hay una breve introducción en la que se trata de explicar que los villanos han resurgido y han concedido entrevistas para la televisión nacional por una porción de pizza (y un vaso de vino), pero lo que uno encuentra luego son relatos que se vinculan con dichos villanos simbólicamente y en los que no hay ni rastro de la aparentemente prometida entrevista. Por decirlo de alguna forma, se trata de historias que no podrían aparecer en un programa de televisión al ser estrictamente literarias. Y luego está el tema de la pizza, que acaba siendo meramente anecdótico, a no ser que entendamos, claro, que en la referencia a la comida italiana reside esa intencionalidad de actualizar viejas historias. Salvando estos detalles y algunos descosidos propios de toda primera obra, se puede decir que es un libro de relatos muy en condiciones, demasiado si se tiene en cuenta de que la autora lo distribuye de manera totalmente gratuita por Google Play. Muchas veces pagamos por libros mucho peores y no le damos la oportunidad de ser leídos a estos autores menos conocidos, lo cual es una verdadera lástima.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



martes, 3 de noviembre de 2020

El festival de la matanza, de Lou W. Morrison

 


Hace unos meses reseñé aquí Jóvenes guerreros, del escritor español Lou Wild. Hoy vuelvo a la carga con su recientemente publicada colección de relatos de horror, titulada El festival de la matanza. Se trata de una pieza con dieciocho relatos muy breves donde se aprecia la diferencia profunda entre el terror y el horror. Algunos de los mismos podrían incluso considerarse de horror extremo o splatterpunk por su violencia gráfica y la descripción sin tapujos de evisceraciones y muertes sangrientas de todo tipo. 

Pero antes de hablar de los textos conviene hacer una distinción clara entre terror y horror. Ann Radcliffe distingue terror de horror, aunque admite que suelen ir de la mano. El terror se centra en la construcción de una atmósfera espeluznante, que advierte al lector o espectador de que puede esperarse lo peor. Se trata de los momentos de tensión previos a la aparición del monstruo, ya sea este humano (asesinos, violadores, psicópatas, etc.) o humanizado (vampiros, hombres lobo, zombis, etc.). Por su parte, el horror deviene del momento de pánico que genera el encuentro con el monstruo, independientemente de que se haya dedicado un gran espacio a la construcción de dicha atmósfera. Por ello, la autora inglesa determina que el horror es una sensación imperiosa que se sucede tanto en el susto como en la persecución y ejecución (cuando la hay) de los personajes. El horror suele ir de la mano con la repulsión, la cual se suele evitar en buena parte de las obras de este género por considerarse un salvoconducto fácil con una finalidad de escandalizar. Puesto que la atmósfera de El festival de la matanza es solo sugerida y se pasa de diálogos de lo más cotidiano a situaciones bizarras y escalofriantes, donde lo monstruoso se presenta desdibujado y acomete contra los protagonistas, podemos afirmar que estamos ante una obra netamente de horror. 

Cabe destacar, además, que la gracia de El festival de la matanza reside en la interconexión de los relatos. Estos se presentan bajo el mismo escenario: una casa deshabitada donde se está rodando una extraña película de serie B de horror erótico, donde hay vísceras por el piso y pechos femeninos a partes iguales. A medida que se van sucediendo los asesinatos en cada relato (durante las diez simbólicas jornadas del rodaje), el miedo va creciendo entre los que permanecen en la casa y que acabarán enloqueciendo tarde o temprano por el influjo de un poderoso ente sediento de sangre. No obstante, la autoridad de Joe, productor y director del filme, impedirá que se cancele el periodo de grabación y que todos permanezcan callados para disimular lo que verdaderamente ocurre dentro de la vieja mansión.

Los relatos están plagados de referencias a asesinos en serie reales o imaginarios y hay en ellos un uso estético de la antropofagia y del sexo lésbico, lo cual, por otra parte, es habitual en el autor si analizamos sus obras previas. También vuelve a aparecer el recurso musical del universo del rock and roll, como ocurría en Jóvenes guerreros. Sin embargo, aquí los temas son solo sugeridos y parte de la letra no es calcada en el relato, lo que considero un acierto, puesto que podía llegar a hartar y detener el ritmo. Y con esto llego al tema del ritmo mismo. El festival de la matanza es una obra rápida de leer, por su acción ágil y trepidante. Sus historias son las pequeñas dosis del horror que los entusiastas del género necesitamos.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Lou Wild en esta esquina: Jóvenes guerreros


viernes, 30 de octubre de 2020

Código binario, de Fernando Codina

 


Luis Rodríguez Márquez, ese es el nombre del último hombre vivo sobre la Tierra. O, al menos, que él sepa. Una serie de sucesos han arrasado con toda la vida sobre el planeta desde el año 2034. La Tierra, hasta ese momento reivindicaba su existencia, era un 1 en una cadena de códigos binarios. Un 1 frente a los otros ceros del sistema solar, frente a los otros tantísimos ceros del universo, que negaban la vida sobre su superficie y bajo esta. Hasta que un día todo cambia. Las distintas especies de animales comienzan a extinguirse. Primero es el plancton y a raíz de él, los peces más pequeños y los grandes cetáceos. Las bestias marinas comienzan a atacar a los bañistas de las playas de medio mundo como si de una secuela de Tiburón se tratase. Lo que sigue es verdaderamente aterrador. Ante la prohibición del baño, los peces comienzan a devorarse los unos a los otros hasta consumirse. Tras ellos, vienen las aves piscívoras. Muchas gaviotas enloquecen. Pasamos de Tiburón a Los pájaros de Hitchcock. Y una extinción llevará a la otra, salvo cuando los animales optan directamente por morir, por dejar de existir, por convertirse en un cero. Todos, además, de golpe y porrazo. La vida cambia, el mundo es distinto sin perros, sin cerdos, sin gatos, sin palomas. Es un mundo vegano, pero estable. No obstante, con la voluntad de la Tierra va todo lo que en esta habita y con ello quiero decir también la humanidad.

Estamos ante una novela de ciencia ficción apocalíptica que tiene lo mejor de las películas de catástrofes, con todo ese aroma a desesperación y situaciones límite, donde la muerte está siempre presente. No hay una explicación razonada para este latido final de la Tierra, pero no es necesaria. Su ausencia aporta mucho más que su aparición y esto lo sabe Codina. Aporta miedo, pánico e incomprensión. Además, es imposible que el narrador tenga los datos necesarios para desentrañar el porqué del apocalipsis. Solo es un periodista que vivía tranquilamente con su familia en un kibutz en Azuaga (un pueblito de Badajoz, España) cuando atisba que el mundo está cambiando y sospecha que las grandes ciudades ya no son seguras. Lo interesante de la historia es la visión de la hecatombe desde un doble prisma, pues mientras que Luis narra cómo vivió él y su familia los cambios en Azuaga, aprovecha también para relatar la experiencia de su amigo Gerardo, quien con su mujer y sus dos hijas, se vio obligado a escapar de una caótica Madrid, controlada por terroristas de extrema derecha.

Pero Luis alberga una esperanza, que es la de toda la humanidad y esa es el regreso de los hijos de las estrellas, de aquellos seres humanos que fueron enviados a Marte unos años antes. Luis espera que la Tierra pueda ser repoblada y que no permanezca como un planeta muerto. Y para ellos, para los marcianos, escribe, detallando minuciosamente cada suceso y explicando ciertas referencias a la cultura pop para que los viajeros del futuro puedan comprender mejor la riqueza cultural que se ha perdido. Para ellos adjunta tanto deuvedés de películas y series estadounidenses y españolas, como libros y revistas de diversa índole. Quiere que el legado humano, a pesar de la negligencia de otros, no se pierda y esto lo convierte en un héroe. Y es en esa heroicidad donde encuentra un motivo para vivir tras la muerte de todos sus seres queridos. Luis es el historiador, el cronista de una guerra contra la naturaleza y contra el propio ser humano, que trata de describir con toda la imparcialidad posible sucesos realmente espeluznantes y que llora y sufre, pero que es ante todo consciente de su misión, la cual parte de un misterioso sueño que considera premonitorio.

En Código binario, Codina retoma elementos que tanto caracterizan sus relatos de ciencia ficción de Hijos de la oscuridad, como lo son ese énfasis en que el apocalipsis puede llegar en cualquier momento y que su progresión puede responder a modelos inexplicables. Mi relato favorito de Hijos de la oscuridad y que tiene mucho que ver con Código binario es "Documentos para la memoria de la especie", posiblemente el texto más original de todos los que aparecen en el libro de relatos. En él, cada mes, en un día concreto, todas las personas de cierta edad empiezan a morir inexplicablemente empezando por los nonatos. De esta forma, la humanidad va llegando a su fin poco a poco, envejeciéndose la población, por un motivo imposible de deducir y con una esperanza que se presenta en las últimas páginas del relato. Al igual que en Código binario están presentes en la mente de Luis los marcianos, en "Documentos para la memoria de la especie" aparecen personas jóvenes mucho tiempo después de haber superado el día señalado para su muerte. Los últimos supervivientes logran crear bebés in vitro y depositan en ellos la responsabilidad de reconstruir el mundo, con la ayuda, eso sí, de androides programados para la crianza. Por ello, aunque Código binario  es una obra muy diferente tanto en concepto como en ejecución, se puede trazar una evolución de las premisas de Codina de un texto a otro. También nos sirve para valorar la evolución del estilo del autor. En cualquier caso, tanto Hijos de la oscuridad como Código binario son dos obras narrativas muy interesantes y que despliegan una excelente combinación de horror y ciencia ficción.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Fernando Codina en esta esquina: Hijos de la oscuridad,

PD. Por si alguien no lo ha visto, dejo también la entrevista que tuve la oportunidad de hacerle al autor a propósito de esta novela.


martes, 13 de octubre de 2020

Ruha / Alma, de Caryanna Reuven

 


No hace falta ser pesimista para darnos cuenta de que la vida en la Tierra tal y como se plantea actualmente está abocada a la más absoluta hecatombe. En Ruha / Alma se nos presenta un escenario donde la crisis climática, los virus pandémicos y la explosión de varias bombas nucleares han mermado la esperanza de vida del planeta hasta el punto de dejarlo en un estado catatónico. Los supervivientes se trasladan de un lugar a otro con trajes que protegen frente a la radiación y, en su mayoría, poseen todo tipo de enfermedades. La solución no es otra más que abandonar la Tierra a su suerte, pero los viajes interplanetarios son excesivamente costosos y no todos pueden permitírselo. Sin embargo, hay una solución: la Migración. Tras una serie de experimentos, cientos de científicos han encontrado la fórmula para poder trasladar consciencias de una dimensión a otras. Los migrantes abandonan sus cuerpos y penetran en los de sus pares en una dimensión donde la crisis humana de la Tierra aún no la ha conducido a esta situación cul de sac.

Con este contexto, seguimos a Arundhati, una adolescente que padece de un cáncer terminal y que lleva en la lista para ser migrante desde los tres años. Es consciente de su misión: llegar a su nuevo universo y asesinar a su anfitriona para apoderarse de su cuerpo. Lo que no sabe es que pronto sentirá lástima por esta chica: una adolescente transgénero, llamada Kiran, cuya principal preocupación hasta entonces era decidir si accedía a hormonarse al cumplir los dieciocho o se quedaba con el que cuerpo que le había tocado. Juntas, tendrán que aprender a vivir con el mismo cuerpo, llegar a ciertos compromisos y darse cuenta de que necesitarán ayuda.

Lo cierto es que el hecho de que las protagonistas sean dos adolescentes con sus típicos dramas adolescentes no le quita sustancia al asunto, pues toda la ambientación de la obra es bastante seria y oscura como para que capte mi atención. Ruha / Alma es una novela breve sobre la solidaridad humana, la aceptación de uno mismo y de los demás, así como la importancia del diálogo y de la lucha reivindicativa por cambiar el pésimo desarrollo humano de los últimos tiempos, que prioriza la producción industrial y el consumo por encima de las vidas humanas. Toca temas que me han llamado mucho la atención, como es el caso de la inclusión de personajes LGTB+ con papeles protagónicos, su normalización en este futuro imaginario, así como la del poliamor. De verás, que he perdido la cuenta de cuántos padres y madres tiene cada niña. Lo que me choca es cómo en una sociedad con tanta libertad y tanto amor, el mundo continúa yendo sin frenos hacia su destrucción. Parece que la autora quiere dar a entender que solo se ha avanzado en ese punto y esto no me deja claro si es una crítica o un intento de defensa de las orientaciones sexuales e identitarias de los personajes, aunque me inclino a optar por lo segundo. Y, claro, esto me parece genial, le aporta originalidad a la obra, la hace más fresca y la individualiza sobre otros textos parecidos donde los personajes son cisheteronormativos. Sin embargo, hay partes del relato que me rechinan los dientes. La más importante de todas es cuando emplea el mal llamado "lenguaje inclusivo". He de decir a favor de la autora que, al menos, usa un morfema leíble, porque si ya la "e" me parece ridícula e inapropiada, la "x" y la "@" ni os cuento. No os voy a soltar aquí una perorata sobre lo poco que me gusta el "lenguaje inclusivo" y por qué yo creo que no incluye a nadie y se usa mayoritariamente como subterfugio, como norma de prestigio, para no quedar mal en ciertos círculos. Mi único propósito aquí es señalar que la novela, a pesar de este detalle, merece la pena ser leída. Eso sí, hay que dejar claro que el público al que va dirigido la obra es eminentemente juvenil, pero que no tener dieciocho años no le impide a uno disfrutarla.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.


jueves, 14 de mayo de 2020

La mitad de un monstruo, de Alberto Ávila Salazar



He de decir que no soy un gran fan de Dante. De hecho, nunca pude concluir La divina comedia. La necesidad de excesivas notas al pie que marcaban la distancia entre el tiempo del italiano y el mío hacían que la lectura se me tornase pesada a más no poder. Por ello, cuando entendí que La mitad de un monstruo se inspiraba en un pasaje concreto de esta obra, me fue imposible no revisar qué historia dentro del cúmulo de historias infernales es la que adapta Ávila Salazar. Esta se refiere al canto quinto, que sitúa la acción en el segundo círculo del Infierno, el relativo al Rey Minos, quien decide en qué círculo pagarán sus pecados cada uno, y también en el que vuelan como almas en pena los lujuriosos. Entre estos lujuriosos se encuentran Francesca de Polenta y Paolo Malatesta, dos enamorados que habrían roto los votos del sagrado matrimonio y de la santa familia (Francesca estaba casada con el hermano de Paolo) para escapar junto, siendo asesinados por su traición. Estos personajes serán los trasuntos de Pablo y Francisca en La mitad de un monstruo.

El segundo círculo del Infierno es cambiado por una Madrid cubierta de polución tras un desastre climático gravísimo. El trabajo de Pablo es encargarse de detectar las fugas de azufre y de otros gases nocivos que perjudican la salud y que le obligan a desplazarse de un sitio a otro con una máscara de gas. El smog apenas le deja ver lo que tiene delante cuando conduce, pero una noche asiste a un terrible espectáculo: encuentra una pila de cabezas en un margen de la carretera y a un ser quimérico que lo aterra. Debido a este encuentro, se vuelve rápidamente sospechoso de asesinato y debe huir de la ciudad o aceptar su destino como reo. En un primer momento piensa en las ventajas de una cárcel con un aire limpio de toda la contaminación de la ciudad y con tiempo para hacer lo que quiera, pero hay algo que le inquieta. O más bien alguien. En su hotel, una mujer de piel pálida llamada Francisca ha tenido una extraña conexión con él. Pablo, conocedor de su enfermedad cutánea que lo quemará en prisión y ciego por el nuevo amor que le brinda Francisca, entiende que es el momento de dejarlo todo atrás y huir. Eso sí, no le resultará tan fácil.

La mitad de un monstruo es una novela que surge de la mezcla de géneros. Relata un amor romántico entre sus protagonistas que llega hasta la toxicidad cuando reconocen que no son nada sin el otro y que morirían por él. Este amor no es solo espiritual, sino también carnal y el deseo no se oculta o se sugiere, se muestra y se carga de fuerza con poderosas palabras, lo que hace que tenga un cierto componente erótico. Por otro lado, es una novela de terror en toda regla. Tenemos monstruos y fantasmas que persiguen a los protagonistas y que hablan ese idioma universal de los fantasmas de Virgilio: el latín. Hay asesinatos, investigaciones y persecuciones lo que le da ese cariz policíaco, siendo La Central la representación corrupta del poder que quiere solucionar sus problemas de cualquier forma sin reparar en sus empleados. Esta idea del poder corrupto me ha recordado mucho a Raymond Chandler. Y por el escenario, ciertos artilugios y la presencia de androides estamos también ante una novela que integra aspectos de la ciencia ficción. Por lo que como entenderéis, me es imposible clasificar esta obra dentro de un único género.

Otro punto es el viaje lisérgico que representa el crimen y la bajada a los infiernos de los personajes, que son inocentes y culpables por amar, por querer hacer lo que creen correcto, por luchar en un mundo contaminado. Este viaje se representa a través de los distintos contactos con los entes que pueblan las páginas de la novela y con los sueños de los protagonistas, en especial los de Francisca, que, como una profecía, van auspiciando el final. La novela, además, viene repartida en treinta y tres capítulos, a los que solo se les puede achacar que sean excesivamente breves en algunos tramos, aunque en líneas generales esta brevedad funciona bien como mecanismo para mantener la intriga. La obra viene acompañada también de bellísimas ilustraciones que no os puedo poner aquí debido a la pésima calidad de mi cámara. Por ello, me disculpo. No obstante, me parecía escandaloso no mencionar este detalle. Las imágenes combinan magníficamente con el texto y ayudan a sumergirse mejor en el sombrío universo del mismo. Sin duda, una de las novelas más originales y extrañas que he leído jamás.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Alberto Ávila Salazar: Lo que dicen los dioses