Una antigua epopeya muy moderna...
En la reseña de la Ilíada ya comentaba que en Homero se hallaban muchas características de lo que sería la narrativa moderna posterior. Si esto es apreciable en la Ilíada de forma sutil, en la Odisea puede verse de forma mucho más clara. El uso abrumador de digresiones, del que ahora hablaremos y que puede verse en autores tan modernos como Cervantes, Melville o Enrique Vila-Matas, y la estructura no lineal de la obra y no centrada en un único personaje, también muy propia de Melville, Heinrich Böll o Günter Grass, hacen que esta epopeya, a pesar de estar escrita en el siglo VIII antes de Cristo disponga de manifiesta modernidad. Es su brutal influencia la que hace que esté en el canon como una de las obras más grandes jamás escritas. La isla de Eolia nos hace pensar en el país flotante que describe Gulliver en sus viajes; el viaje al Hades sigue una estructura parecida al infierno de la Comedia divina de Dante. Y mucho más en lo que posiblemente no me he percatado.
La epopeya comienza con la Telemaquía. Ya han transcurrido casi veinte años que marchó el divino Odiseo, rey de Ítaca, a la lejana Ilión, de anchas calles, para conquistarla y arrasarla junto a los aqueos. La guerra de Troya, que concluyó con una genial artimaña de Odiseo, terminó diez años atrás y, sin embargo, muchas son las desgracias que le han ocurrido a Odiseo y a los itacenses, pues no han conseguido volver aún a la patria. En Ítaca Penélope, su mujer, lo llora, pensando que nunca más volverá a verlo, y no son pocos los pretendientes, sumamente soberbios, que desean tomarla por esposa, mientras comen pingües corderos y beben dulce vino a expensas de la fortuna de Odiseo, que poco a poco van dilapidando. Telémaco, que ya es lo suficientemente mayor para percatarse de estas cuestiones y hacer algo para impedirlo, decide embarcarse en busca de noticias de su padre, Odiseo, que demuestren que él sigue vivo y que algún día regresará a la patria. La Telemaquía, ese viaje que emprende Telémaco, se nos narra en los primeros cinco cantos de la Odisea. En el sexto olvidamos a Telémaco y nos centramos en Odiseo, que en ese momento se encuentra junto a la diosa Calipso, que lo retiene con ella en una isla del oscuro ponto. Atenea la incita a permitirle abandonarle y Odiseo construye una balsa que le llevará a la tierra de los feacios, donde Odiseo le narrará al rey quién es y cuáles fueron sus penurias en el viaje de retorno a su tierra. La historia del cíclope Polifemo, las sirenas, el viaje al Hades y otros episodios verdaderamente capaces de maravillar los encontramos, contados de la boca de Odiseo, entre los cantos octavo y duodécimo. Lo que sigue es el retorno a Ítaca, gracias a los feacios, y la ingeniosa treta para vengarse de los hombres que acosan a su esposa y se aprovechan de su hospitalidad y riquezas.
Las digresiones, como hemos comentado antes, son muchas y de diversa índole. Muchas de ellas nos sirven para cerrar el capítulo de la guerra de Troya, que la Ilíada deja incompleto. Hablamos, por supuesto, del famoso caballo de madero, pero también del asesinato de Agamenón Atrida por Egisto y su esposa o del retorno de Menelao a su patria y su episodio en la isla de Faro, que le es narrada a Telémaco en los primeros capítulos. Hay también historias sobre los dioses. Especialmente destacable e interesante es la narración de los amores de Afrodita y Ares que nos canta un aedo feacio en un banquete al que asiste Odiseo como huésped.
El juego de planos divino-humano se mantiene, aunque con menos fuerza, en la Odisea. Impera más lo mitológico, que lo religioso. No obstante, son muchas las escenas en las que Atenea intercede a favor del rey de Ítaca y tampoco es poca la furia que siente el dios del mar por excelencia –Poseidón- hacia él, derivaba de la injuria que ha cometido al cegar a uno de sus hijos -el cíclope Polifemo.
El estilo es ya mucho menos plano que en la Ilíada, parece que los roles de los personajes están mejor definidos, y eso constituye un gran avance. Por otra parte, siguen siendo muy visuales las imágenes que Homero nos propone, siéndolo algunas tanto que tendemos a estremecernos al leerlas. Hablo de las cenas de Polifemo, pero también del asesinato de las infieles esclavas casi al final del libro.
Para mí, personalmente, es una obra superior a la Ilíada. Goza, además, de un lenguaje más fluido que ésta y no se hace tan repetitiva. Es como si Homero se percatara de sus pequeños, casi insignificantes, fallos y los limara para generar una obra excelsa. Impresionante. Muy recomendable.