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lunes, 5 de noviembre de 2018

El día que la vea la voy a matar, de Guillermo Fadanelli



A veces uno tropieza con libros inusuales como este. Libros que no aspiran a mucho y donde convergen la escritura automática con situaciones de lo más variopintas y un sentido del humor llamémosle áspero. No voy a mentir, no soy un gran fan de este postvanguardismo literario que nos propone Fadanelli. Entiendo su intención. Creo atisbar el mensaje que trata de transmitir. Sin embargo, tengo un enorme conflicto con la forma de transmitirlo porque sospecho que no es la idónea para esta clase de obras. El día que la vea la voy a matar es un libro donde se intercalan relatos, microrrelatos y otro tipo de escritos que no sabría muy bien cómo clasificar. Hay en ellos tanto denuncia social como política y religiosa. Bastante ácida, pero de escasa profundidad. En definitiva, nada que no hayamos visto en un post de Facebook. Hay también una materialización de los deseos y los miedos de su escritor y de las personas que lo rodearon durante la redacción del volumen. Autoficción es la palabra. ¿Qué os voy a contar? ¿Que está centrada en la complejidad de vivir en una sociedad bicéfela y de doble moral donde lo tabú es revolucionario y donde la palabra "revolución" viene tildada con matices que se trasladan desde lo más necesario hasta lo más doloroso? ¿En la complejidad de llevar una vida bajo el influjo constante de la violencia y de la jerarquía de poderes hombre/mujer, maestro/alumno, blanco/negro, Dios/hombre? ¿En la compleja necesidad humana de desear el imposible y despreciar el posible deseado? ¿De odiar y amar la soledad y la compañía? ¿Con qué fin? También tenemos un intento de ser cómico a partir de lo vulgar y una especie de obsesión insana y cansina con la masturbación y el asesinato. Recordé por momentos a un Chuck Palahniuk poco inspirado y alejado de sus personajes, y cuando hablo aquí de longitud lo hago de distancias kilométricas. La frialdad del humor recuerda a Foster Wallace, solo que Fadanelli es mucho más simple, lo que le da al asunto mucha menos gracia. Aunque supongo que su intención es precisamente crear este efecto de pérdida de tiempo. En la página de la editorial no dudan en definir el libro como literatura basura. ¡"Atractiva malformación" le llaman a la broma!

Hay lectores que disfrutarían mucho con El día que la vea la voy a matar, pero no ha sido mi caso. Mi experiencia ha sido algo similar a desayunar cebollas crudas. Las ideas e imágenes se me han repetido una y otra vez hasta el punto de que el conjunto me parecía una especie de vertedero de relatos a medioconcretar, sin pulir, sin esperanza de encontrar un final satisfactorio. El estilo del autor tampoco ayuda, pues es excesivamente culto para las situaciones que plantea, lo cual nos saca de contexto una y otra vez. Personajes que argumentan sobre filosofía política o de la identidad mientras se sacan el miembro para escandalizar y cosas por el estilo. Acaba resultando muy gamberro, muy punky, pero también muy inverosímil. Choca al lector en un primer momento, pero tras cinco o seis relatos uno se harta de forma considerable. Lo cierto es que acabé el volumen por su brevedad. Sin embargo, estuve tentado de dejarlo varias veces. O de saltarme partes. La sensación de leer historias que ya había leído hace tan solo diez minutos estuvo presente en todo el proceso. 

Fadanelli quería buscar una forma de expresar las preocupaciones de la vida cotidiana de los marginados (los yonkis, las prostitutas, los delincuentes, ...) y sus duras condiciones. Este escrito me recuerda mucho al Movimiento McOndo, grupo de artistas latinoamericanos postboom que querían señalar los numerosos fallos y problemas que el "Realismo Mágico" tenía a la hora de construir el imaginario extranjero de Latinoamérica. Incluso hay en El día que la vea la voy a matar algunos relatos que se vuelcan contra la obra del mismísimo García Márquez en una mezcla de homenaje y crítica. Se nota el gran aprecio profesado hacia el colombiano por un aumento severo del respeto (y de la correción política) y una reducción de las gamberradas previas. El detalle, como mínimo, fue curioso. Hay que destacar que el libro pretende tener gags de humor. Digo pretende porque yo no me he reído casi nada. Y yo me río con prácticamente cualquier tontería. En serio, hasta con los vídeos de gatitos.