Quizás no haya una mejor definición del hambre...
Desde que leí Los mecanismos de la ficción de James Wood a comienzos de junio venía con unas ganas atroces de merendarme este libro, cuya existencia desconocía hasta entonces. En el ensayo de Wood se usaba un pasaje de esta novela noruega como un ejemplo que podía llegar a desconcertar bastante. Wood hablaba de un momento concreto de Hambre en el que el protagonista, a punto de morir de inanición, tiene la idea de comenzar a comerse a sí mismo; se mete un dedo de la mano en la boca, lo empapa de saliva con la lengua y entonces muerde hasta que brota al mismo tiempo la sangre del miembro mutilado y las lágrimas de sus ojos. Es entonces, con los ojos como platos, cuando debe detenerse. No recuerdo bien que quería ejemplificar Wood con esto; sólo sé que como poco me impactó y cuando encontré el libro en mi librería favorita no pude resistir en mí las ansías de comprarlo y de saber cómo se puede llegar a desarrollar un personaje que sea capaz de tales extremos.
Hambre nos sitúa en una ciudad costera de noruega en el último cuarto del siglo XIX. Su protagonista es sólo un hombre que pasa hambre. 234 páginas de hambre. El lector camina con él todo ese largo trayecto, lo acompaña en su búsqueda de comida, entiende su dilema, su resignación, su sufrimiento,... Sin embargo, el lector es capaz de entender también que el comportamiento de este protagonista es el que lo lleva a tal padecimiento. Hamsun crea un modelo de antihéroe muy similar al Raskolnikov de Dostoievski en Crimen y castigo, que, orgulloso hasta el extremo, cree ser mucho más de lo que es realmente. Es un hombre que se cree en la necesidad de demostrar a los demás una superioridad de la que no dispone y para tal cosa no duda en mentir por aquí y por allá. Mientras que él mismo no sea capaz de aceptar su condición será inútil cualquier esfuerzo por mejorarla. Piensa que ha nacido para ser un célebre hombre de letras, pero el nivel de sus artículos en los periódicos -su única fuente de ingresos, bastante intermitente por lo general- dista mucho de estas ensoñaciones. Cada día pasa más hambre, pero ese autoengaño y la casi necesidad que se impone de engañar a los que le rodean serán mucho más fuertes. Cuando quiera darse cuenta deberá tomar medidas drásticas, como el hurto o algo tan absurdo como comerse su propia ropa o a sí mismo.
Esta novela es también famosa por ser una de las primeras, sino la primera, en la que se desarrolla la técnica del monólogo interior con gran maestría. Hamsun recoge el legado de Dostoievski y somete a su personaje principal a una suerte de dialogismo interno (diversas voces, fruto de la locura, pugnarán por sobreponerse dentro del personaje y unas le dirán que robe y otra que él es un tipo honrado y el protagonista acabará manteniendo auténticas conversaciones consigo mismo que se prologarán páginas y páginas). Este modo de escribir es profundamente moderno para su época, además de absorbente: el lector queda sorprendido y no puede dejar de leer hasta descubrir que es lo último que pasará por la cabeza de este personaje tan poco en sus cabales. Siempre se ha dicho en las escuelas que el gran desarrollador del monólogo interior es James Joyce, pero este ya se encuentra a menor escala en autores como Knut Hamsun o Italo Svevo, del que hablaremos en unos días.
Como vemos, la caída del personaje en el hambre, deriva en la locura y ésta no contribuye a mejorar su situación de miseria absoluta. Cada encuentro callejero en Hambre es más memorable, si cabe, que el anterior porque hemos asistido a una evolución progresiva del protagonista que ha ido adoptando poco a poco un comportamiento atípico que muchos personajes atribuirán a una borrachera. Nadie creerá que ese hombre ha caído en la miseria después de todo lo que asegura él de sí mismo. La locura le lleva a molestar a los ciegos, a burlarse de las jóvenes que salen a pasear, a reírse en la cara de la misma policía, a mascar todo lo que encuentre por la calle, a hablar en voz alta, a gritar en voz alta y a decir cosas sin ningún tipo de coherencia ni sentido. Si tienes hambre no puedes trabajar, si no trabajas estás perdido. Es lo que viene a decirnos Hamsun.
Tendríamos que destacar también el importante componente amoroso del que dispone la obra. Nuestro antihéroe está enamorado de una mujer que parece corresponderlo, Ylajali, pero que desconoce toda la verdad acerca de la miseria y la locura de su querido. Las rígidas normas sociales -más rígidas si pensamos que la obra fue escrita en Noruega en 1888- impiden que una mujer de su categoría se entremezcle con alguien que roza la mendicidad. La distancia entre el deseo y lo real también chocan en este subtema de la obra, provocando dolor a los personajes.
Hamsun tiene, además, un recurso que me ha parecido muy curioso e interesante y que, quizás se debe a la agudeza que despierta el hambre en el protagonista, es el especial hincapié que hace en la descripción de encuentros con otros personajes que comen con voracidad. Así Hamsun genera un contraste que potencia la compasión que somos capaces de sentir por su personaje, aún cuando podamos pensar que se lo tiene merecido, aún cuando podamos pensar que ha obrado mal. Hamsun nos coloca ante un toma y daca con su protagonista que no es el que nos mostraba Céline con su Bardamu en Viaje al fin de la noche. No es difícil descubrir los pensamientos políticos filonazis de Hamsun a los largo de las acciones que llevo a cabo en su vida, pero lo que se dice en esta obra en concreto, no hay rastro alguno de ningún tipo de ideología y eso la beneficia y, sin duda, se agradece.
Tenéis una reseña interesantísima en El lamento de Portnoy, donde Avilés desarrolla una curiosa comparación con una obra de Goncharov que no he leído y se hablan de más detalles del filonazismo del escritor noruego,
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