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martes, 5 de septiembre de 2017

La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares



La invención de Morel es, probablemente, la novela más conocida de Adolfo Bioy Casares y no por nada constituye un hito dentro de la narrativa neofantástica y de ciencia ficción. La originalidad de su premisa es tal que comunicarla aquí sería como darle una patada en la boca a aquel que no la ha leído y quiere leerla, o va a querer leerla tras esta reseña, por lo que hablaremos de la novela esquivando el tema todo lo posible.

La invención de Morel cuenta a modo de diario de un fugitivo cómo éste se refugia en una isla aparentemente desierta. Allí se encuentra con varios edificios y con un conjunto de personajes que se comportan de una manera un tanto peculiar. Entre los habitantes de esta isla hay una bella mujer que todas las tardes se sienta en el mismo recodo de la playa a contemplar melancólicamente el subir y bajar de las mareas. Nuestro prófugo cae profundamente enamorado, sirviéndole este amor de escusa para evitar el suicidio que ya tenía asumido como necesario en su condición, pero ocurre un problema con la mujer y es que ésta parece no sólo ignorarlo, sino ni siquiera verlo.

Bioy Casares mezcla elementos de diferentes tradiciones narrativas (la neofantástica, la sentimental, la policíaca y la de sci-fi) en una original reelaboración del mito de Pigmalión y Dorotea que nos plantea una multitud de preguntas metafísicas que podemos enumerar hasta que nos reviente la cabeza de tanto darle vueltas: dónde se encuentra el alma y qué es el cuerpo, cómo puede el hombre llegar a la eternidad, es étíco querer llegar a dicha eternidad, se puede tener conciencia de la estancia en el Paraíso, puede crearse este Paraíso de forma artificial o el Paraíso es y siempre ha sido artificial, el amor es una unión de almas en la que se puede prescindir del cuerpo o el cuerpo debe ser un mediador necesariamente, etc. 

Estas preguntas unidas al uso de una buena prosa donde la intriga ha sido gestionada con cabeza para colocar increíbles giros de guión que dejen al lector en su asiento hacen que La invención de Morel merezca la pena y mucho. El personaje y la historia gozan además de la compleja ambigüedad de un laberinto en el que el protagonista -el fugitivo- no sabe bien si lo que ven sus ojos es la realidad, si la fiebre y el aislamiento le hacen ver cosas que no son o que si las ve es por qué quizás esté muerto y la isla no es más que un purgatorio en el que se le intenta poner a prueba. La originalidad del tema para su época (final de la década de los 1930s), pero aún vigente, le da un toque único al trabajo de Bioy Casares, quien al mismo tiempo no parte sino de la pregunta maestra de la ciencia ficción: adónde nos lleva la tecnología. ¿Si nos lleva a una posición buena debemos amarla y si hace lo contrario debemos temerla? ¿Tenemos el derecho a frenarla si la consideramos peligrosa? ¿Puede haber un doble filo tecnológico? ¿Es necesario su uso responsable? ¿Qué será de nosotros si el poder de la tecnología nos engulle, si nos atrapa y nos desprende de nuestras almas? Sólo nos queda esperar, tener conciencia y realizar las mediciones correctamente. 

Tenéis más reseñas de La invención de Morel en Un libro al día, El paseo de los Flamboyanes y Crónicas literarias.

Más reseñas de obras de Adolfo Bioy Casares en esta esquina: El sueño de los héroes, Dormir al sol



jueves, 30 de abril de 2015

Minireseña de "El Rey Lear", de Shakespeare


Poder, amor, ambición y traición…



Si bien es verdad que no es la única obra en la que Shakespeare recurre al concepto de la traición como mecanismo para impulsar el drama, en El Rey Lear juega un papel fundamental sin el cual el argumento sería muy distinto. De hecho, es quizás el tema central de la obra la traición de los que depositaron la confianza en personajes demasiado ambiciosos. La traición eleva a los príncipes al rango de reyes, a los hijos al de padres: la traición bien perpetrada nos da poder, y remordimientos a veces, pero en El Rey Lear sólo poder. Poder y amor, todo lo que ambicionamos y nunca tenemos es lo que mueve a los personajes a actuar en este drama, a posicionarse, a amarse, a matarse los unos a los otros como animales, a cometer equivocaciones de las que uno no puede arrepentirse. Quien nada tiene quiere el poder para luego, a partir de ahí, obtener el amor. En este caso Lear y Edmond son dos personajes de espejo roto, porque mientras uno consigue lo que aspira, Edmond -si bien es verdad que debe traicionar a su propio padre para ello-, el otro pierde el amor para luego perder también el poder, Lear. Es su sino como héroe trágico que ha cometido un error imperdonable, a pesar de toda su cuantiosa bondad, el verse como un paria, con la única hija que le amaba en el extranjero, y abandonado por las otras dos, vejado por ellas y sus criados. Por suerte, la justicia de la muerte que también aparece en otras obras del inglés como Hamlet u Otelo caerá del cielo para poner fin a esta compleja historia llena de reveses y de fuerza lírica. Lo que siempre decimos de Shakespeare: recomendable no; necesario.

Otra minireseña de otra obra del inglés:

Otelo, de William Shakespeare


lunes, 23 de febrero de 2015

Moby Dick, de Herman Melville

La épica moderna del cachalote blanco…


Moby Dick era una relectura necesaria que tarde o temprano debía caer. Lo cierto es que terminé de leer la última página del libro hará ya un considerable número de días, pero creo que he hecho bien en no comentar nada al respecto hasta hoy, ya que esto me ha permitido reflexionar bastante sobre los temas centrales y, como se dice a veces, sacarle su jugo al texto mastodóntico e interesantísimo que constituye está novela llena de digresiones y con marcado tono épico –especialmente en sus momentos finales-, que un hombre nacido en la ciudad de Nueva York, pero oriundo en espíritu de la inmensidad del mar, llamado Herman Melville bautizó con el nombre de la bestia que monomaníacamente persigue el capitán del barco ballenero en el cual el lector se adentra hasta escuchar el repiqueteo de las tablas de cubierta bajo los talones al caminar. Melville publica esta novela en 1851, siendo un desastre de ventas y casi también de crítica. De hecho, la buena consideración que se tiene de él procede casi exclusivamente de la crítica de comienzos del siglo XX, algo que ya comentamos hace unos meses en la reseña de Billy Budd

En Moby Dick, Melville recurre a la ambientación en la que se ha visto sumergido gran parte de su vida, a la del mar y los marineros, en este caso balleneros del famoso puerto de Nantucket que pasan varios años singlando por los océanos en busca del precioso esperma que recubre el esqueleto de cachalotes y ballenas y con el cual fabricarán aceite que permitirá alumbrar los hogares de los miles de personas que en tierra desconocen la existencia de este otro mundo que pinta el escritor. El narrador será uno de los personajes, uno de los marineros de la tripulación del Pequod, que se embarcará en este marfileño ballenero para desligarse de la vida terrenal –en el sentido literal del término-, que le ha llevado a caer en una especie de vacío existencial. Este marinero, llamado Ismael, cumplirá el papel de protagonista de la novela en los capítulos previos a la salida del barco del puerto, pero irá desapareciendo progresivamente, perdiendo continuo protagonismo, que primero se repartirá entre el resto de tripulantes del Pequod (los tres arponeros salvajes, los tres oficiales, etc.) para luego centrarse en la figura enigmática del taciturno capitán Ahab, quien ha accedido a comandar el navío por motivos personales que nada tienen que ver con el enriquecimiento de sus arcas y las de su familia. Ahab, que ha enloquecido tras la mutilación de una de sus piernas en el último viaje, sólo piensa en vengarse del monstruo que se la arrancó, la ballena blanca Moby Dick, convirtiéndose él mismo en otro monstruo que llevará al fin, a un viaje de nefastas consecuencias, a una tripulación de hombres débiles de espíritu, que no sabrán frenar su deseo autodestructivo a tiempo. Ahab los tienta con un doblón ecuatoriano, que vendría a valer casi como una finca en Benalmádena, para aquél que oteé por primera vez al cachalote maldito y dé el correspondiente aviso. Así todos se convierten en siervos de Ahab a través de la codicia y se vuelven igualmente culpables de su sino. Todos miran cada noche el doblón, como hechizados, soñando despiertos con todas las posibilidades que ese oro español permite.

“-Yo miro, tú miras, él mira, nosotros miramos, vosotros miráis, ellos miran…”

Moby Dick se convierte en un descenso a los infiernos, un tema recurrente en la literatura clásica grecolatina, aunque, mientras en ésta el descenso suele mostrarse tal cual –recordemos a Orfeo, Eneas u Odiseo, por ejemplo-, en la obra de Melville el descenso es alegórico, a pesar de que mantiene en muchos aspectos las estructuras de los textos clásicos. Poco a poco las señales de mal augurio se van acumulando, hasta el punto de que cualquier salida de lo esperable puede resultarnos desagradable por no cumplir nuestras expectativas. El personaje de Ahab, por otro lado, se ve constantemente tentado por lo que la tripulación define como una sombra, una especie de demonio persa mudo, Fedallah, que viajaba de polizón en el Pequod y al cual parece el capitán haber vendido su alma ante la promesa de la muerte del cachalote blanco. Las profecías del fin, pronunciadas por Elías, un hombre aparentemente loco que detiene a Ismael antes de subir al navío, y el autonombrado profeta del Jeroboam, uno de los balleneros con los que se cruza, ya ponen sobre alerta al lector. Del mismo modo, Ismael, que nos cuenta la historia una vez ha terminado esta, adelanta en ocasiones acontecimientos que consolidan esa idea de fin horrendo, de descenso definitivo al seno del infierno marino, al seno de la muerte. 

En algún momento de la narración, no recuerdo cuando, se hace la comparación de un barco con un ser humano. Es sumamente interesante, a mi parecer, la forma que tienen los tripulantes del Pequod de relacionarse entre sí y al mismo tiempo la que tiene el propio Pequod de relacionarse con otros barcos. El Pequod se impregna de la melancolía, la rabia y el malditismo de su capitán, llegando a un punto en el cual nos acostumbramos a ella. Para escapar del discurso monótono del espíritu de Ahab, Melville recurre a dos estratagemas: por un lado, a la incursión de balleneros que se cruzan con el Pequod y con los que mantiene lo que podríamos llamar un diálogo; y por otro lado, a la alternancia de la historia central con digresiones varias sobre la vida en los barcos balleneros, la anatomía de la ballena y otras cuestiones relacionadas de las que ahora hablaremos. Nueve son los barcos que se cruzan con el Pequod, cada uno con un comandante distinto, con una personalidad diferente, algunos nobles y respetuosos, otros viles y maleducados, algunos felices que vuelven a sus casas con las bodegas llenas de aceite, otros tristes porque pasan los meses y la campaña está siendo un fracaso,… Sea cual sea el caso, lo importante, creo yo, es el contraste que permite ver más mundo allende la infinita soledad del océano.

La importancia de las digresiones en la obra es palpable, pues de las aproximadamente quinientas páginas, según edición, que la componen, más de ciento cincuenta pueden ser sin exagerar artículos de Melville sobre las diferencias entre el cráneo de la ballena y el del cachalote y cosas por el estilo. Este uso exagerado de la digresión, que inunda páginas y páginas de saber enciclopédico es uno de los motivos de su fracaso comercial y también una de las características de la escritura de Melville y que ahora vuelve a estar tan de moda. El libro de Melville se convierte en una especie de fusión entre un texto científico, una novela de corte realista y una epopeya homérica. Él mismo se refiere con sorna a su predilección por la divagación en la novela de esta forma tan metafórica:

“Del tronco nacen las ramas; de éstas las ramillas, y así, de las obras de pensamiento, surgen también las digresiones.”

Sobre el tono empleado que ya hemos mencionado antes hay que remarcar que abunda la construcción épica homérica, con monólogos desgarradores y figuras que, a veces, imitan el estilo del aedo. En el Diálogo sobre poesía de 1800 Schlegel hablaba de cómo una nación debía de crear su propia mitología a partir de las obras literarias, fomentando la originalidad combinada con elementos de las obras de la grecolatinidad clásica. Algo así hace Melville con su novela más reconocida: una especie de primera épica de la incipiente historia de la literatura estadounidense, que no podría presumir de contar con muchos nombres de peso hasta el siglo XX. . Tampoco escasean las referencias bíblicas. En un capítulo de los primeros casi podemos decir que Melville, en boca de uno de los personajes, hace un remake de la historia de Jonás. También Job aparece en varias ocasiones mencionado por ahí.

Y seguramente se me escape algo así de importancia, pero creo que ya he dado una idea general de la obra, lo que era mi objetivo en primera instancia. Moby Dick es una gran novela que abarca un abanico de temas asombroso y que, a pesar de sus continuas salidas de texto, sigue siendo una obra imprescindible, una genialidad mayúscula.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Las Metamorfosis, de Ovidio

Una literaria enciclopedia de mitos grecolatinos...


Se me puede llamar vago por esto, soy consciente, porque quizás la edición de Austral sea la que más texto recorta al transcribir este extenso poema del latín al castellano; pero he de argumentar en mi defensa que era el único ejemplar del que disponían en la Biblioteca Pública de Andalucía y que mi economía últimamente no está para comprar libros. De todas formas no me disgusta del todo la edición: pasa por cada mito de cada uno de sus quince libros de forma escueta, pero proporcionando todos los detalles necesarios para su comprensión. Durante su lectura he aprendido mucho y ha sido, sin duda, una de las obras clásicas con las que nos hemos puesto este año que más he disfrutado. He ido elaborando un esquema de lo que ocurre principalmente en cada mito, apuntando la mayor parte de las metamorfosis, elemento que constituye la constante entre una serie de historias llenas de variables, para que cuando vuelva a leer este libro, ya, por supuesto, en otra edición, pueda acudir como un rayo a uno u otro mito, convirtiendo así a Las Metamorfosis un poco en lo que es: una de las más bellas enciclopedias de mitología clásica.

Aunque hablaremos de algunos mitos característicos en la reseña para hacer al lector de ésta a la idea de cómo es el libro a modo de ejemplos, preferiría comentar primero algunos aspectos acerca de la estructura de la obra. No puedo hablar del metro ni de otros temas referentes al verso, pues mi edición era completamente en prosa. De lo que sí puedo hablar y me gustaría es de cómo Ovidio conecta un mito con otro creando una secuencia, bien histórico-cronológica, bien topográfica, donde el mundo mitológico greco-latino forma una esfera en la cual no queda nada fuera. Desde el génesis, elemento básico en todas las religiones y culturas y no sólo en la cristiana como algunos puedan llegar a creer, y las edades del hombre (Oro, Plata, Bronce, Hierro) hasta la metamorfosis del caudillo romano Julio César en estrella por deseo de Venus, madre del héroe griego Eneas, fundador de la ciudad del Tíber, todo queda conectado en esta serie de leyendas, mitos, muy próxima a una antología de cuentos bien llevada a cabo.

Sobre el tratamiento de los personajes hay que decir que Ovidio pinta con colores más distintos de lo que cabría esperar en un poeta de la época las personalidades de los hombres y la de los dioses. Si bien es verdad que ambos sucumben a las pasiones más básicas, la frialdad de los dioses ligada a su inexorable e irreductible fuerza es mayor con creces a la de los hombres. Los dioses castigan cualquier acto, aunque no sea intencionado con la metamorfosis, un estado que estaría a medio camino entre la vida y la muerte. Un ejemplo de ello lo encontramos en el segundo libro donde Calisto, una hermosa doncella, es violada por Júpiter y castigada posteriormente por Juno, al haber despertado el deseo de su marido, siendo ella y sus hijos transformados en osos y luego en las constelaciones archiconocidas de la Osa Mayor y la Osa Menor. 

Las infidelidades de Júpiter no se quedan sólo ahí; a lo largo de los primeros capítulos descubriremos cómo una tras otra es engañada para acostarse con el rey de los dioses. Estas historias están plagadas de metamorfosis. Cuando, por ejemplo, se encapricha de la ninfa Io la acaba convirtiendo en vaca para yacer con ella sin despertar las sospechas de Juno. Al contrario, pero con la misma finalidad y el mismo éxito, sucede en el famosísimo rapto de Europa, donde Júpiter engaña a la que será su amante transformándose en toro. Otra historia muy distinta es la del engaño a Semele dispuesto por Juno, donde Júpiter acaba quemando a su amante con su abrazo y llora su pérdida. Pero el hijo de Saturno no es el único dios que mantiene relaciones íntimas con mortales. Sería suficiente con mencionar la historia de amor entre Apolo, el dios de la música y el sol, y Leucotae, la cual es enterrada viva cuando se descubre que ha sido infiel a su marido, un rey llamado Orchamo, pero hablaremos de alguna que otra más. Dentro del mismo mito también se habla del amor de Clicie por el mismo Apolo, con el que, hasta que la muerte de Leucotae le traspasó de dolor, se unía carnalmente. Mirando fijamente el Sol, que ya no puede abrazar, acaba metamorfoseándose en un árbol. Más tarde Apolo, siguiendo un poco el ejemplo de su padre, mantiene otras aventuras con mortales como puede ser la de Jacinto. A veces son dos los dioses los que se enamoran de una misma mortal como es el caso de Chione, hija de Dedalión. Apolo la engaña para yacer con ella y Mercurio, directamente, la viola. Teniendo un hijo de cada uno de ellos, la muchacha se jacta ante Diana, que la acaba cruzando de parte a parte con una saeta lanzada por la cuerda de su arco. La historia del enamoramiento de Plutón y del rapto de Proserpina, que luego sería diosa, puede constituir otro ejemplo que nos permita escapar un poco del protagonismo de Apolo. Tampoco podemos pasar a hablar de otro tema sin hacer mención del enamoramiento de Venus por Adonis, quien se acabará convirtiendo en flor.

Los castigos que acaban en metamorfosis pueden ser de diversa índole, pero llama especialmente la atención el castigo por blasfemia y arrogancia. Un personaje mortal se jacta de ser mejor que uno o varios dioses y acaba siendo convertido en animal, roca o árbol. Es el caso concreto de Alcítoe y sus hermanas que, renunciando a participar en las bacanales porque no consideran que un dios del vino pueda existir verdaderamente como tal, se encierran en casa y se ponen a contar historias, por supuesto, acerca de las metamorfosis de tal o cual personaje célebre. Son castigadas, finalmente, y convertidas en murciélagos. Otra de las mujeres arrogantes que presumen ante los dioses era Níobe, que tenía siete hijos y siete hijas y que se burlaba de Leto porque ésta sólo tenía dos: Apolo y Diana. Leto ordena a sus hijos que acaben con la progenie de Níobe, causando con ello su desgracia. Níobe terminará el mito convertida en dura piedra. También tenemos a Aracne, quien desafía a Minerva a una competición de hilado que pierde y que le vale su vida como humana. Minerva se venga del atrevimiento empequeñeciéndola hasta la talla y la forma de una araña.

También hay metamorfosis que son recompensas por lo bien que se han comportado los suplicantes y lo devotos que se han mostrado a lo largo de su vida como Pigmalión,  Ifis o Dafne. El primero era un hombre enamorado de una estatua a la que, un buen día, Venus da vida. Esto encuentra, cómo no, su trascendencia en obras como Pinocho. La segunda nace siendo mujer, pero toda su vida se hace pasar por hombre para que su padre no pueda renunciar a ella como hija y la mate. Concertado un matrimonio con la mujer que ama, Janta, no puede poseerla al carecer de miembro viril, y le pide a la diosa Isis que la haga hombre, lo que, al final, ésta consiente. La tercera encuentra en la metamorfosis en árbol una forma de huir de Apolo, a quien no ama y que, por decirlo de alguna forma, la acosa porque está enamorado.

También se toca levemente el tema del descenso a los infiernos en el mito de Orfeo y Eurídice cuando el aedo baja a la morada de Plutón y le suplica que le permita regresar al mundo de los vivos con su amada, con la cual hacía poco había contraído matrimonio. Éste se lo permite con la condición de no poder mirarla a los ojos hasta salir del averno y sólo le ofrece una oportunidad, que Orfeo, como es bien sabido, acabará desaprovechando.

También se tocan temas propios de una épica anterior. Se narran en los capítulos finales episodios de la Odisea y más concretamente de la Eneida, que casi se resume entera. Estos libros épicos (XII, XIII y XIV) contienen, a parte, elementos, historias, que no se encuentran en las otras dos obras clásicas antes menciones y que ya hemos reseñado, como pueden ser la muerte de Aquiles por una flecha disparada por Paris y clavada en el talón del héroe,  la Centauromaquia, conocida batalla entre centauros y hombre que queda representada en uno de los frisos del Partenón de Atenas, la disputa de las armas sagradas del hijo de Peleo entre Ulises y Ajax, la victoria del primero y el suicidio del segundo. También se habla de la historia de los sucesores de Eneas y qué es de él una vez concluye la acción de la Eneida con la muerte de Turno.

Y me podría detener en más aspectos, pero creo que ya es suficiente para ofrecer una idea general de lo que el lector va a encontrarse cuando decida abordar esta obra cumbre de Ovidio. Mi impresión con una primera lectura, repito, ha sido muy positiva. Es un texto muy rico del que se pueden decir muchas cosas, aún hoy, en la actualidad candente en la que vivimos. Lo he disfrutado mucho.


viernes, 14 de noviembre de 2014

Eneida, de Virgilio

Seguimos con los clásicos...


Sí, con los clásicos. En una edición de Euroliber, con un traductor que no se especifica. No, no se especifica y, sin embargo, no es una mala traducción, en el sentido de que no contiene errores gramaticales, incoherencias y es fiel a lo que entendemos por el antiguo mundo grecolatino; no puedo saber, no obstante, si es igualmente fiel al texto original de Virgilio puesto que, desde la modestia, mi nivel latín es bastante bajo.

Pero olvidémonos de traducciones por un momento y centrémonos en la historia que nos plantea Virgilio que es la siguiente: finalizada la guerra de Troya y destruida la ciudad, los teucros supervivientes de la masacre se consagran a su héroe Eneas y a los dioses que aún no les han abandonado y que les han  ofrecido una especie de Tierra Prometida en las lejanas costas italianas. Allí deberán fundar una ciudad que, posteriormente, se acabará llamando Roma. 

De esta forma tan interesante, Virgilio trata de conectar la cultura griega antigua con la latina. Cabe preguntarse si la historia que se narra en la Eneida circulaba entonces de forma oral o, por el contrario, proviene de la imaginación de su autor. Lo que sí que me parece muy importante es la innegable influencia que Homero tiene en esta obra. Porque, aunque la Eneida constituye una epopeya independiente, más de la mitad de la obra proviene de estilos ya marcados en la Ilíada y la Odisea. Podríamos decir casi que la obra empieza con una Odisea y acaba con una Ilíada sin llegar al nivel de estas dos obras por separado, pero con capítulos completamente memorables. Especialmente he disfrutado con la lectura del segundo libro, en el que Eneas les relata a la princesa Dido y a su corte los desastres de los últimos momentos de la ciudad de Ilión, que era cara a Zeus, con la artimaña, o treta, del divino Odiseo más conocida: hablamos, por supuesto, del caballo de madera gigante en cuyo vientre descansaban los soldados dánaos, esperando el silencio de la adormecida y oscura noche para descender y tomar la ciudad. La aparición de Héctor, el fin de Príamo y de sus últimos hijos, el combate por el honor perdido, la escena del fantasma de Creusa, la esposa de Eneas y la fuga de Troya. Cada detalle narrado con especial precisión y efecto trágico, con su magia visual, con la riqueza del lenguaje de Virgilio; todo eso, repito, ha hecho que se encumbre como uno de mis pasajes favoritos y al que volveré tarde o temprano. 

Otro momento especialmente potente, a mi juicio, ha sido el descenso a los infiernos en el libro sexto, con el que se concluye esa parte de Odisea y comienza la de Iliada (esta distinción, cabe destacar, proviene de mí mismo y creo que es importante, porque divide la obra en dos: una primera parte que se asemeja bastante a una antología de cuentos y una segunda que se aproximaría más a una narrativa más propia de la novela). Como decía, el descenso a los infiernos está muy bien logrado y constituye, a mi gusto, el mejor descenso a los infiernos de todos los que he leído (Odisea, Divina Comedia, Eneida). Se sigue una estructura similar a la de la Odisea (Eneas al igual que Odiseo entra porque tiene que reunirse con alguien que le diga qué debe hacer, a ambos se les aparece un amigo que murió recientemente y al cual aún no le ha dado nadie sepultura) con algunos cambios importantes que luego se reflejarán en la Divina Comedia. Es muy interesante como se plantea una estructuración del infierno más compleja y cómo sus habitantes sufren tormentos mucho mayores, que se acrecentarán en la obra del florentino Dante.

El resto de la obra es, tal vez, menos impactante, pero no deja por eso de estar bien escrita y de conservar un altísimo nivel para su época. Personalmente, me gusta mucho más lo que creo que es el estilo de escritura de Virgilio por la traducción que el de Homero. Goza de una mayor fluidez y no se torna, normalmente, pesado, sino todo lo contrario. El final es especialmente trágico con un acto que se produce en el momento justo en el que se tiene que producir y que nos deja con la incertidumbre de qué ocurriría después. No diré nada más, pero volveré, tarde o temprano, a la lectura de varios capítulos, los señalados y, quizás, algún otro, en otra traducción y los disfrutaré de nuevo.

Otras reseñas de este ciclo grecolatino antiguo de literatura:

Ilíada, de un apuesto señor llamado Homero

Odisea, de un apuesto señor llamado Homero

sábado, 1 de noviembre de 2014

Odisea, de un apuesto señor llamado Homero

Una antigua epopeya muy moderna...


En la reseña de la Ilíada ya comentaba que en Homero se hallaban muchas características de lo que sería la narrativa moderna posterior. Si esto es apreciable en la Ilíada de forma sutil, en la Odisea puede verse de forma mucho más clara. El uso abrumador de digresiones, del que ahora hablaremos y que puede verse en autores tan modernos como Cervantes, Melville o Enrique Vila-Matas, y la estructura no lineal de la obra y no centrada en un único personaje, también muy propia de Melville, Heinrich Böll o Günter Grass, hacen que esta epopeya, a pesar de estar escrita en el siglo VIII antes de Cristo disponga de manifiesta modernidad. Es su brutal influencia la que hace que esté en el canon como una de las obras más grandes jamás escritas. La isla de Eolia nos hace pensar en el país flotante que describe Gulliver en sus viajes; el viaje al Hades sigue una estructura parecida al infierno de la Comedia divina de Dante. Y mucho más en lo que posiblemente no me he percatado. 

La epopeya comienza con la Telemaquía. Ya han transcurrido casi veinte años que marchó el divino Odiseo, rey de Ítaca, a la lejana Ilión, de anchas calles, para conquistarla y arrasarla junto a los aqueos. La guerra de Troya, que concluyó con una genial artimaña de Odiseo, terminó diez años atrás y, sin embargo, muchas son las desgracias que le han ocurrido a Odiseo y a los itacenses, pues no han conseguido volver aún a la patria. En Ítaca Penélope, su mujer, lo llora, pensando que nunca más volverá a verlo, y no son pocos los pretendientes, sumamente soberbios, que desean tomarla por esposa, mientras comen pingües corderos y beben dulce vino a expensas de la fortuna de Odiseo, que poco a poco van dilapidando. Telémaco, que ya es lo suficientemente mayor para percatarse de estas cuestiones y hacer algo para impedirlo, decide embarcarse en busca de noticias de su padre, Odiseo, que demuestren que él sigue vivo y que algún día regresará a la patria. La Telemaquía, ese viaje que emprende Telémaco, se nos narra en los primeros cinco cantos de la Odisea. En el sexto olvidamos a Telémaco y nos centramos en Odiseo, que en ese momento se encuentra junto a la diosa Calipso, que lo retiene  con ella en una isla del oscuro ponto. Atenea la incita a permitirle abandonarle y Odiseo construye una balsa que le llevará a la tierra de los feacios, donde Odiseo le narrará al rey quién es y cuáles fueron sus penurias en el viaje de retorno a su tierra. La historia del cíclope Polifemo, las sirenas, el viaje al Hades y otros episodios verdaderamente capaces de maravillar los encontramos, contados de la boca de Odiseo, entre los cantos octavo y duodécimo. Lo que sigue es el retorno a Ítaca, gracias a los feacios, y la ingeniosa treta para vengarse de los hombres que acosan a su esposa y se aprovechan de su hospitalidad y riquezas.

Las digresiones, como hemos comentado antes, son muchas y de diversa índole. Muchas de ellas nos sirven para cerrar el capítulo de la guerra de Troya, que la Ilíada deja incompleto. Hablamos, por supuesto, del famoso caballo de madero, pero también del asesinato de Agamenón Atrida por Egisto y su esposa o del retorno de Menelao a su patria y su episodio en la isla de Faro, que le es narrada a Telémaco en los primeros capítulos. Hay también historias sobre los dioses. Especialmente destacable e interesante es la narración de los amores de Afrodita y Ares que nos canta un aedo feacio en un banquete al que asiste Odiseo como huésped.

El juego de planos divino-humano se mantiene, aunque con menos fuerza, en la Odisea. Impera más lo mitológico, que lo religioso. No obstante, son muchas las escenas en las que Atenea intercede a favor del rey de Ítaca y tampoco es poca la furia que siente el dios del mar por excelencia –Poseidón- hacia él, derivaba de la injuria que ha cometido al cegar a uno de sus hijos -el cíclope Polifemo.

El estilo es ya mucho menos plano que en la Ilíada, parece que los roles de los personajes están mejor definidos, y eso constituye un gran avance. Por otra parte, siguen siendo muy visuales las imágenes que Homero nos propone, siéndolo algunas tanto que tendemos a estremecernos al leerlas. Hablo de las cenas de Polifemo, pero también del asesinato de las infieles esclavas casi al final del libro.

Para mí, personalmente, es una obra superior a la Ilíada. Goza, además, de un lenguaje más fluido que ésta y no se hace tan repetitiva. Es como si Homero se percatara de sus pequeños, casi insignificantes, fallos y los limara para generar una obra excelsa. Impresionante. Muy recomendable.

jueves, 30 de octubre de 2014

Ilíada, de un apuesto señor llamado Homero

El comienzo de todo...


¿Qué es la Ilíada, a parte de la primera obra escrita de la literatura occidental, según los datos de los que disponemos, que se ha conservado por la tradición copista de la Antigüedad, la Edad Media y el Renacimiento convirtiéndose en el primer libro que aparece en la mayoría de cánones de la cultura a la que pertenecemos? Toynbee defiende que la cultura grecolatina no muere, sino que gran parte de su carga genética –por decirlo de alguna forma- descansa en su hija más inmediata: la actual cultura de lo que conocemos por Occidente. ¿Son de esta forma todos los libros escritos después de Homero en Europa y Estados Unidos una inmensa prole de la Ilíada y la Odisea? Bien es verdad que muchos de los elementos que han tenido éxito y han persistido en la historia de la novela aparecen ya, sino dibujados con precisión, al menos esbozados sutilmente. La enorme écfrasis que hace el poeta griego del escudo que Hefesto, el dios cojo de ambos pies, fabrica para Aquiles nos recuerda a las extensas descripciones típicas de las novelas realistas del siglo XIX. Las novelas de espías de Iam Fleming encuentran su más claro precursor en la rapsodia número diez de la Ilíada, que se ha encumbrado como mi canto preferido de la epopeya, junto con el de la triste muerte de Héctor, al que abandonan los dioses. De la misma forma, y esto es incontestable, toda la narrativa de tema bélico posterior ha debido beber, directa o indirectamente, de esta gran obra. 

Es así como la influencia que desprende Homero es vastísima. Volver la vista a atrás, a Homero y su Ilíada, es mirar los inicios de la literatura escrita, constituye una especie de paleontología de la escritura de ficción –aunque, como bien sabemos, Homero escribió sus obras con fines históricos para que quedara en papiro la historia de una gran batalla que debió de ocurrir hace muchos años en una sacra ciudad llamada Ilión, más conocida como Troya. Estudios recientes han demostrado que una ciudad de Asia Menor, al otro lado del ponto, podría ser la que acogió al legendario rey Príamo y a sus hijos. Homero trazó los motivos, pues, de un asedio que, sin duda, debió producirse, recogidos, probablemente, de la tradición oral, pero la fuga de la bella Helena, esposa de Menelao, hermano de Agamenón Atrida, con Paris, hijo de Príamo, apenas puede sostenerse históricamente hablando. Aún así da lugar a un conjunto de consecuencias que genera una historia argumentalmente admirable. Agamenón se embarca con Menelao, todos los reyes aqueos –entre los que descuellan por su fuerza y su valor Diomedes, Idomeneo, Odiseo, los dos Ayantes y, finalmente, Aquileo, hijo de la diosa Tetis- y un ejército numerosísimo en cientos de naves de negras velas que atraviesan el mar. Pero, esto es muy anterior a la narración, pues la historia comienza en el noveno año de asedio de la ciudad de Troya, una vez los argivos han conquistado los terrenos colindantes, hecho prisioneras y obtenido grandes fortunas con el saqueo. Tras una disputa entre Agamenón, rey de Micenas y principal caudillo de los dánaos, y Aquiles, a éste último se le arrebata la mujer que amaba, conseguida como trofeo tras el ataque a una ciudad aliada de Troya, llamada Briseida. Aquiles se enfurece con Agamenón y se niega a seguir batallando por la toma de Ilión. Al mismo tiempo les pide a los dioses que caiga inmensa desgracia sobre los argivos al mando de Agamenón.

Aparecen al fin los dioses en la historia. Homero crea un doble plano que nos puede recordar muy bien a cuadros de pintores como Tiziano o El  Greco. Por un lado está la cima del monte Ida y el mundo divino, y por otro la superficie terrestre donde viven, luchan y mueren, con gloria o sin ella, los hombres. La interacción de entre los dos planos suele ser de la siguiente forma: o bien un guerrero, teucro o dánao, pide un deseo a una deidad determinada y esta lo cumple, o bien es la divinidad la que, viendo en apuros a alguno de sus más insignes y queridos héroes, desciende ella misma o envía a otra en su auxilio. No son pocas las veces en las que creyendo muertos a alguno de los personajes centrales un dios o una diosa lo salva y le cura toda herida. El héroe por excelencia más salvado, a pesar de su escaso protagonismo en la obra, es quizás Eneas.

Ya he comentado que la historia, argumentalmente hablando, es genial, pero el estilo de Homero, castigado por el paso de los siglos, puede tener el defecto de resultar un poco plano, aunque no sé si esto puede deberse a la traducción literal del griego que hace Luis Segalá y Estalella para la editorial Aguilar, que ha sido la edición que he tenido el placer de leer –No obstante, en alguna parte Carlos García Gual comentaba que era una buena e interesante traducción. Volviendo al asunto del estilo, cabe destacar que muchas veces los personajes parecen carecer de personalidad propia. Todos parecen hablar de la misma forma, ser el mismo personaje. Por otro lado, resulta especialmente repetitivo en cuanto al uso de metáforas pertenecientes al reino animal y al pastoreo. No son malas metáforas, pero esa reiteración constante hace más pesada la lectura. De igual manera los epítetos, también profundamente repetidos, obstaculizan la lectura del texto. En cambio, la fuerza para crear imágenes de Homero es de altísimo nivel. Aún me estremezco al pensar en el detalle que muestra el primer escritor griego en la mayor parte de las muertes en los diversos combates que tienen lugar a lo largo del poema épico. 

Poco más tengo que decir de la lectura,  aparte de que es tremendamente recomendable y he disfrutado mucho con ella.


martes, 12 de agosto de 2014

Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski

La historia de Raskólnikov, un hombre que se creía extraordinario...


Como el curso que entra asisto a la asignatura de Historia de la Literatura Rusa II (es decir, siglo XIX y comienzos del XX) y sólo la quiero cursar para estudiar en profundidad a este gran peso pesado universal de las letras que es Dostoievski, me dije que este verano me tragaría alguna gran obra suya, porque, no es que hubiera leído poco del gran Dosto, sino que había evitado sistemáticamente todas sus obras largas por falta de tiempo. Ahora, en verano, disponiendo de un horario mucho más libre he podido echarle al fin el guante a una novela como "Crimen y Castigo", y me alegro mucho de haberlo hecho. Sobre "Crimen y Castigo" podrían perfectamente escribirse un ensayo de doscientas hojas sin la necesidad de escapar mucho del texto, pero veo mucho más cómodo, para mí y para los que leéis esto, resumir lo más importante en una carilla de folio. Así pues, allá vamos.

  "Crimen y castigo" desarrolla en el San Petersburgo de 1866 la historia de Rodión Romanich Raskólnikov, un ex estudiante de Derecho que vive en un cuchitril, viste como un pordiosero y lleva varios meses sin pagar el alquiler porque, en lugar de trabajar, por ejemplo, dando lecciones, dedica su tiempo a pensar sobre múltiples cuestiones.Entre sus pensamientos está la idea obsesiva de que él es un hombre extraordinario como Napoleón y que para que arrancase su carrera es necesario realizar algunos sacrificios, humanos. Sobre la existencia de hombres ordinarios y hombres extraordinarios, a los que les está permitido matar porque luego realizarán acciones que contribuirán a mejorar enormemente la sociedad, habla Raskólnikov en un artículo que escribe para una revista tiempo antes de comenzar la acción. La altanería de Raskólnikov es un punto clave para entender el por qué mata a una vieja usurera, al poco de comenzar la historia, y le roba lo que puede. Y es que para el ex estudiante esa anciana no era más que una "pulga", que ni siquiera tenía derecho a la vida; pensaba, o quería pensar, que le hacía un favor al mundo deshaciéndose de ella para siempre. Pero al poco de eliminar a la "pulga" y recoger de un baúl escondido debajo de la cama algunos de los tesoros empeñados, Raskólnikov cae en la cuenta de que se ha dejado la puerta abierta, y, mientras vuelve rápidamente a cerrarla, le sorprende un silueta humana que, de pie junto a la víctima, intenta dejar escapar un grito de terror, pero no puede. Es Lizaveta, la hermana menor de la anciana que había salido a la casa de unos amigos de la Plaza del Heno. Raskólnikov tendrá de nuevo que matar y huir, algo que, con una suerte increíble, consigue, porque alguien llama a la puerta que acaba de cerrar y se pregunta extrañado qué ocurre. Aquí está el crimen de Raskólnikov, ahora viene el castigo, más psicológico que físico, como podríamos esperar de Dostoievski.

  Un día antes del asesinato, Raskólnikov conoce a un borracho ex funcionario apellidado Marmeladov, que luego será muy importante porque permite la introducción de nuevos personajes muy interesantes, como por ejemplo Katerina Ivanovna, su esquelética mujer noble caída en desgracia, y Sonia, la hija de ambos que se ha visto, por necesidad, ejerciendo la prostitución en los barrios de la ciudad. El encuentro con Marmeladov ocupa todo un capítulo a través del cual se establecen similitudes entre la vida del borracho y la de Raskólnikov, al que el ex funcionario tilda de un hombre culto e inteligente como él, y es sumamente interesante porque aún no se han descubierto al lector los planes del ex estudiante con claridad con respecto a la avara vieja, si bien ya le ha hecho una visita de ensayo. Marmeladov le confiesa que ha dejado su trabajo, en el cual ganaba lo suficiente para alimentar a su familia de tres hijos, para gastárselo todo en bebida. Le cuenta también las desgracias que padece su familia, desgracias que recuerdan exageradamente a las de la de Raskólnikov, de la que ahora hablaremos. Esta escena es representativa como muchas otras y, como curiosidad, de ella se han pintado hasta cuadros como éste: 


  La sacrificada familia de Raskólnikov está compuesta por dos mujeres más él, su madre, Pulkeria Alexandrovna y su hermana, Abdotia Romanovna Raskolnikova. En el tercer capítulo envían a Raskólnikov una carta desde su remoto pueblo en el que le explican las penurias que han tenido que pasar debido a un personaje llamado Svidrigáilov, para el cual trabajaba Dunia (diminutivo de Abdotia) como institutriz, quien, rico, viejo y sádico, la desea como amante y la calumnia cuando ésta se niega a aceptarle por respeto a Marfa Petrovna, su mujer, y es entonces cuando el pueblo entero comienzan darles la espalda. Pronto se descubre la verdad sobre Abdotia y todo parece aclararse, Marfa Petrovna le pide disculpas a Dunia y luego, incluso, le dejará algo de su fortuna a la hora de realizar su testamento, por todas las molestias que les ha causado, y que se descubrirá a mediados del libro. En medio del rechazo del pueblo hay un hombre que se niega a aceptar lo que dicen de la hermosa Dunia las bocas mordaces y decide que se casará con ella y la sacará del pozo, el abogado Luzhin, un ser arrogante como nadie, hacia el cual cede Dunia sólo porque no hay otra salida, y, según piensa Raskólnikov, para sacrificarse por él y ayudarlo a terminar su carrera. Raskólnikov no quiere que nadie se sacrifique por él, y  menos su hermana a la que quiere, por lo que no tardará en rechazar al novio cuando éste se presente en su cuchitril para conocerle y pedirle permiso para proseguir con la boda. 

  Cuando se produce este escena ya ha pasado varios días de la muerte de la vieja. El dilema psicológico de Rakólnikov, su lucha contra el sentimiento de culpa, su deseo de huir de la ley y convertirse en un nuevo Napoleón, ya lo abruman, tanto, que incluso tiene fiebres altas. En una oficina de la administración, a la que tiene que ir no recuerdo ya para qué, escucha a dos oficiales hablar de la reciente muerte de la anciana y su hermana y comienza sentir mareos hasta que se desmaya en medio encima de la mesa. Comienza a sentir que sospechan de él. Comienza a culparse a sí mismo por no poder llevar su plan adelante. Ha escondido todo lo robado en una piedra, de momento, sin ni siquiera mirarlo, tras meditar si debía o no tirarlo al río Nevá. Esa misma tarde acude a la casa de su amigo Razumijin, quien luego se enamoraría de Dunia, sin saber muy bien por qué, y éste le ofrece trabajo como traductor al ver las pintas de su amigo. Raskólnikov acepta para luego volver y tirar por el suelo los textos. ¡Un hombre como él no se puede dedicar a cosas tan bajas! 

  Su problema, su lucha interna contra el sentimiento de pecado y culpa protagonizada por sus ideas, coge la forma de una enfermedad y las fiebres lo tienen atado a su cama tres días. Razumijin y Zosímov, un médico amigo, lo cuidarán hasta que mejore, pero el baile ya ha comenzado y el debate interior de Raskólnikov, su castigo, acaba de empezar, y tiene todo la pinta de que va a durar muchas páginas.

  Dostoievski coincide con la gran época del realismo y, si bien se adscribe a esta corriente literaria porque describe con gran minuciosidad todo lo que puede verse (paisajes, objetos, personas, momentos,...), no se para, simplemente, ahí, sino que indaga incluso en los confines más remotos de la naturaleza humana, logrando una profundidad psicológica que aún hoy es admirable y que lo encumbran como uno de los grandes genios de la literatura. En "Crimen y castigo" esto se aprecia, no sólo en los diálogos, muy logrados por cierto, sino en la multitud de ocasiones en las que nos deja a un individuo aislado del resto en sus elucubraciones, que pueden durar páginas y páginas de razonamientos más o menos lógicos, pero sobre todo verosímiles, que es de lo que aquí se trata. Basta con leer este fragmento que publiqué en el blog hace no mucho para hacernos una idea. El narrador, siendo típico del realismo porque así tiende a expresar mejor una apariencia de objetividad, es en tercera persona centrado principalmente en Raskólnikov, aunque a veces se hacen breves escapadas a otros personajes como Razumijin, Dunia, Luzhin o Svidrigáilov que le dan más dinamismo y refrescan, por decirlo de algún modo, la novela, dándole nuevos puntos de vista más que interesantes y necesarios para comprender la historia en su totalidad. Entre las técnicas literarias básicas de contar y mostrar, Dostoievski prefiere claramente el mostrar, hacerlo todo más visual, sin importarle el número de páginas que su historia pueda ocupar. Sólo parece cambiar de parecer en el epílogo, donde en veinte páginas se nos narran casi más acontecimientos que en la mitad del libro. En general, he disfrutado mucho con la lectura de "Crimen y castigo" y creo que no me he equivocado a la hora de escoger asignatura en la matrícula. La historia de Raskólnikov es una historia llena de matices con muchos grandes momentos puramente geniales por los que merece la pena para cualquier lector y es, por tanto, más que recomendable.