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domingo, 5 de abril de 2020

¿Fue un crimen? de James Hilton




1928. Revell, un joven estudiante de Oxford que ha escrito una novelita de género negro, es reclamado por el nuevo rector de su antiguo instituto para investigar la extraña muerte, aparentemente accidental, de un muchacho apellidado Marshall. Sorprendido por la enigmática carta, decide volver a la institución que habitó en un pasado. Una vez allí, y a pesar del peculiar comportamiento de todos, no le queda más remedio que marcharse. Simplemente, no hay pruebas que permitan siquiera sospechar de que se haya cometido un crimen. Pocos meses después, el hermano del primer Marshall aparece con el cráneo reventado en la piscina del centro.

A partir de aquí comenzará una novela negra donde todo apunta a que se ha cometido, al menos, un asesinato, pero no hay formas de encontrar pruebas. Estas son inexistentes. Sin embargo, Revell está convencido de poder encontrar a un culpable. De esta forma, la obra nos llenará páginas y páginas sobre posibles teorías que se irán resquebrajando a medida que la información se desvele. Sin la certeza del crimen, cualquier explicación puede ser válida, y el rector opta por la que menos puede afectar a la reputación de su centro: un accidente o, como mucho, un suicidio.

Sin embargo, a pesar de todo el juego que se plantea y la inclusión de tantos personajes, la novela se vuelve predecible por momentos y el final no es como para tirar cohetes. Las pistas que va dejando Hilton a lo largo de la historia, ya sean seguidas por Revell o no, son más que suficientes para que los lectores se anticipen. Generan una expectativa que sitúa a un buen lector a dos o tres giros de la trama por delante del investigador. En otras palabras, la trama, sin dejar de ser sólida, no es novedosa ni excesivamente creativa.

Lo mejor de la historia es, a todas luces, los diálogos entre Revell y el detective de Scotland Yard, Guthrie. A través de ellos se nos permite visualizar cómo Revell está a años luz de un verdadero investigador. Y esto nos hace dudar de la pericia y la fiabilidad de nuestro protagonista. Él no es un experto ni su camino tiene por qué ser el indicado. De hecho, no para de errar planteamiento tras planteamiento. Se deja guiar por sus sentimientos y su intuición, y esta no parece estar a la altura. Señala rápidamente a un culpable, aunque todo esto sea también una táctica del autor, que tiene como objetivo cambiarnos el escenario en el último momento. Mientras tanto, Guthrie sabe jugar sus cartas y actúa como una sombra, amparándose en Revell y colaborando con él, al tiempo que no revela sus auténticas sospechas.

Por otro lado, se nota que la novela está escrita con mimo. Pretende imitar a los grandes clásicos de la narrativa negra de su tiempo y transitar a un estilo propio. Por ello, es lógico también encontrarla en esta colección. Sin embargo, en comparación con otras obras de misterio de esta época se queda un peldaño por debajo.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.


jueves, 20 de febrero de 2020

¿Acaso no matan a los caballos? de Horace McCoy




Posiblemente ¿Acaso no matan a los caballos? sea la novela más conocida del autor estadounidense Horace McCoy y es para muchos un pilar del género negro. Sin embargo, es una obra muy particular dentro del mismo, pues no aparece ningún tipo de investigación en toda la obra. Esta se omite y es cambiada por la confesión del criminal, un tal Robert Syverten, un aspirante a actor que ha matado a su compañera de baile tras una desquicia competición de resistencia. Desde los inicios de la obra tenemos el nombre y apellido del asesino y de la víctima, por lo que lo que pasará a interesarnos serán las vicisitudes que llevaron a tal hecho y la motivación que hay detrás de todo. La víctima es Gloria, una joven hastiada de vivir que ha intentado ser actriz por activa y por pasiva en el mundo hollywoodiense sin ningún éxito. Ella y Robert se conocen por casualidad y forjan rápidamente una amistad. Tienen un sueño común (el oropel del cine en su Edad de Oro) y una necesidad (ganar dinero para subsistir). Cuando se les presenta la oportunidad de participar en en el concurso, no dudan ni un momento. La carpa está en frente de los estudios y las más brillantes estrellas del cosmos del celuloide se pasarán alguna que otra vez y, quién sabe, quizá los fichen.

La novela en su conjunto es una crítica al sueño americano y nos señala la cara triste y oscura de muchos soñadores que perdieron su vida tratando de entrar en Hollywood. Al mismo tiempo, nos señala el gran contraste entre una industria cultural millonaria y la necesidad de los pobres diablos en una Costa Oeste azotada por la Gran Depresión de los años treinta. Esta idea de la necesidad de "pan y circo" queda materializada en el bizarrísimo concurso, donde los aspirantes se juegan la vida por poder comer. Junto a Gloria y Robert, muchos otros son los participantes que nos presenta esta breve historia. Entre ellos tendremos a una embaraza, que bailará y correrá por la pista de tierra a riesgo de perder al niño, un asesino que huye de la ley y que interviene en la competición con un nombre falso y una pareja que se casa en la pista solo por el dinero.

Todo gira en torno a dos fuerzas que chocan: la realidad y el deseo. Gloria y Robert son demasiado lentos, conscientes de que van a perder de un momento a otro. No obstante, siguen, más que por un afán de superación, por inercia. Sus cuerpos ya no se mueven solos, son esclavos de una palanca, de un engranaje, de una cadena de montaje que los aliena y que está por encima de ellos. Esa misma palanca, ese mismo mundo gris y devastado que nos muestra la obra, será en buena parte la justificación del crimen. La chicha de la obra está en los episodios finales y en la reflexión que plantea Robert en torno al título de su confesión y el título de la obra que en un primer instante parece no tener nada que ver con la misma. Otro detalle curioso es la titulación de los capítulos consistente en la sentencia del tribunal contra el protagonista segmentada de forma que nos recuerda que en algún momento va a suceder el inevitable asesinato y que va a suceder por unas razones de peso. 

Otro de los temas centrales es el debate que circula en torno a lo inmoral. La competición es considerada como tal durante la obra en varias ocasiones, aunque desde la organización se pretenda dar una imagen de pureza y alegría. Los asistentes acuden para ver a las bailarinas en paños menores o para traficar con sustancias de un carácter dudosamente legal. A excepción de la señora Layden, que vive enamorada de la pareja protagonista y que siempre ha deseado participar en un concurso como este, pero que se ha quedado fuera por su edad. Frente a ella, que se cree el mundo pintado en color de rosas por el escenario, se sitúan las dos representantes de la Asociación de Madres que tratarán de cerrar el negocio a cualquier coste. Entre la postura de ambas se encuentra Gloria, para quien el concurso es una aberración total, pero necesaria, pues entiende que refleja la verdad del mundo: la lucha por la vida a cualquier precio.

Esta obra cuenta con una adaptación cinematográfica bastante conocida titulada en España Danzad, danzad malditos (1969) dirigida por Sydney Pollack y que ganó un Oscar a mejor actor de reparto. Yo no he tenido la oportunidad de verla, pero me han hablado muy bien de ella y no quería despedirme sin citarla. Tenéis más reseñas en Cicutrady y Entre montones de libros.

Y eso es todo esta semana. Lean mucho, coman con moderación y namasté. 

martes, 18 de junio de 2019

Espera a la primavera, Bandini, de John Fante




Espera la primavera, Bandini es el primero de los libros de la serie de novelas publicadas por John Fante que giran en torno a su más conocido alter ego: Arturo Bandini. Aquí se narra la pubertad de Arturo y las complicadas relaciones entre él, su entorno familiar y sus compañeros de la escuela.

Si bien, aquí a diferencia de en Pregúntale al polvo, Arturo actuará como coprotagonista junto con su padre, el mujeriego y alcohólico Svevo Bandini y el narrador no será en primera persona, sino en tercera con muchos momentos en los cuales Fante desplegará su maestría a través del estilo indirecto libre. Ya comenté en el resumen de lecturas hace un par de semanas que esta novela me había gustado mucho más que Pregúntale al polvo y uno de los motivos principales es este estilo indirecto libre que permite a los narradores en tercera persona focalizarse tanto en los personajes que el salto a la primera persona, no solo no es chocante para el lector, sino que puede resultar hermoso y particularmente inmersivo:

"María recogió los paquetes.
 —Se lo diré, señor Craik. Se lo diré esta misma noche.
¡Qué alivio salir a la calle! Y qué cansada estaba. Le dolía todo el cuerpo. Sonrió sin embargo al inhalar el aire frío de la noche y abrazó con afecto los paquetes como si fueran la vida misma
El señor Craik se equivocaba. Svevo Bandini era un hombre hogareño. ¿Y por qué no podía hablar con una mujer que poseía bienes inmuebles?" 
(capítulo 6) 
Por supuesto, no es un recurso único de Fante (no está tan presente en otras de sus novelas), pero aquí llama muchísimo la atención. A propósito de todo esto, dice la Tertulia del XXI sobre el estilo indirecto libre:

 "La denominación de estilo indirecto libre fue acuñada a principios del siglo XX por el gramático Ch. Bally, y también se conoce con el nombre de monólogo narrado. En esta técnica narrativa el narrador se embosca tras los personajes, les cede su voz para transmitir lo que el personaje siente, hay una reproducción no literal del pensamiento del personaje por medio de la tercera persona. El autor parece que está desvanecido, pero esta ausencia es sólo aparente porque el personaje no tiene voz propia sino que expresa su discurso a través de la voz prestada del narrador."

 ¿Esto quieren decir que narratológicamente hablando los personajes de Espera a la primavera no tienen voz propia? Pues, en teoría, no. No la tendrían. Sin embargo, se juega todo el tiempo a que sí que la tienen y eso, damas y caballeros, es pura magia.

Pero tampoco me quiero entretener demasiado con esto. Hay mucha sustancia dentro de la obra que comentar como, por ejemplo, las tramas de Bandini padre y Bandini hijo y su complicada relación. Ya dije en mi reseña sobre La hermandad de la uva, que la clásica y titánica problemática entre padre e hijo en Fante se veía muy enriquecida cuando entraban a jugar los personajes de los hermanos, por muy arquetípicos y secundarios que estos pudieran llegar a ser. Bandini al igual de Nick Molise, es el primogénito de un padre alcohólico, mujeriego y al que le pierde el dinero fácil. Siente sobre él la responsabilidad de llevar la familia adelante tras las continuas crisis de su católica madre (quien coquetea incluso con el suicidio al descubrir la infidelidad conyugal) y eso le supera en todos los aspectos por dos motivos. El primero de ellos es su pronta edad, Arturo es un adolescente soñador y enamoradizo que no está preparado para actuar porque aún no sabe cómo funciona el mundo, está perdidamente enamorado de una chica de su clase y constantemente lucha con sus hermanos por sobreponerse a ellos. Su vida reposa en un invierno que se va alargando a través de las páginas y páginas de la novela, como una crisálida esperando la venida del buen tiempo para despertar. El segundo de los motivos es que, Arturo, en el fondo quiere a su padre y tiene la esperanza de que vuelva y, si decidiera no volver, lo seguiría admirando por perseguir su sueño y escapar de la pobreza que la familia soporta como precarios inmigrantes italianos de segunda. Espera a la primavera, Bandini es una Bildungsroman si entendemos que su protagonista es Arturo. En ella asistimos al desengaño de un hijo que ve cómo la imagen heroica de su padre se va desplomando y cómo se le obliga a crecer prematuramente, dando golpes de ciego y sufrimiento muchísimo en una época de penurias para todos los Bandini.

La preocupación del qué dirán está, por supuesto, muy presente en esta obra. A través de sus descripciones y diálogos nos muestra la gran importancia de la aceptación social. Debemos aquí preguntarnos qué es aceptado y qué no en el universo de la obra. La señora Effie Hildegarde y su dinero está por encima de toda norma social. Es la mujer más rica de todo el pueblo y, además, es una reciente viuda, pero esto no le impide buscar mantener relaciones con Svevo Bandini, un hombre casado y pobre. Bandini implica para ella un juego. Es italiano y de allí proceden los grandes artistas del Renacimiento Europeo que tanto admira. Además, tiene sangre caliente y personalidad. Piensa en él como alguien suficientemente varonil como para imponérsele en la cama. Como personaje Hildegarde me recordó muchísimo a la vieja dama de "La visita de la vieja dama" de Friedrich Dürrenmatt, pues ambas pueden jugar con las vidas de las personas gracias a su poderío económico.  Representa las relaciones sociales de explotación capitalista donde el efectivo como valor universal y codiciado permite que los sueños de unos pocos puedan hacerse realidad a cambio del trabajo o la desesperación de otros tantos, propiciando el mantenimiento del establishment social, algo de lo que podríamos hablar mucho, pero tampoco quiero ponerme en plan crítico marxista. El poder de Hildegarde y sus auténticas intenciones se ponen de manifiesto especialmente en el cambio de trato hacia Svevo, casi concluyendo la obra. Recuerdo que disfruté mucho viendo el desmascaramiento que hace Fante del personaje en este fragmento:

"—¡Campesinos! —dijo la viuda— ¡Extranjeros! Sois todos iguales, vosotros y vuestros perros, todos iguales.
Svevo avanzó por el césped hacia la viuda Hildegarde. Entreabrió los labios. Llevaba las manos unidas ante sí.
 —Señora Hildegarde —dijo—, es mi hijo. Hágame el favor de no hablarle de ese modo. El chico es norteamericano. No es ningún extranjero.
 —¡Me refiero también a usted!"

Hasta ese momento se nos había mostrado como una filántropa enamorada de un hombre desgraciadamente casado, pero ese amor se acaba de pronto, cuando un perro le arranca los geranios del jardín. Un perro que, además dicho sea de paso, Arturo habría adoptado para compensar la pérdida de su padre, quien había decidido vivir con la viuda tras ser atacado por su celosa esposa, la cual, como veremos, tenía  sus motivos. En fin, todo un drama.

Y es que los personajes femeninos están muy bien construidos en Espera a la primavera, Bandini. Esto me sorprendió, puesto que estaba acostumbrado al arquetípico modelo de supermamá italiana que aguanta el maltrato del canalla de su marido, finge desmallarse cada vez que ve a su hijo y cocina cantidades ingentes de comida (como sucede en Llenos de vida y La hermandad de la uva). María Bandini tiene personalidad propia y que se ahonde en ella durante la obra es un grandísimo acierto. María no es la virgen divina, sino una mujer mundana que cree en Dios y trata de perdonar, pero se deja llevar por sus pasiones y sabe cómo imponerse al tirillas de Svevo cuando no hay más remedio. En el capítulo destinado a la celebración de Nochebuena (capítulo 7), en el cual ella espera y ve por fin llegar a su marido cargado de regalos, no puede resistirse a arañarle los ojos por considerar ese dinero producto del pecado. Como diría Arturo o su hermano August, de un pecado mortal: la infidelidad. Hasta ese momento no sabemos si Svevo ha sido infiel o no, pero lo suponemos y podemos entender el acto de María como justificado. Los lectores nos decimos: Svevo es un cabrón y se lo merece.

Pero, en el siguiente capítulo (el 8) llega de nuevo la magia de Fante. Se nos narra a modo de flashback toda la historia de Svevo y Hildegarde y se nos cuenta cómo este ha huido de las insinuaciones de la viuda, pero se ha mantenido cerca de ella porque pensaba que el dinero podría ayudarle tanto a él como a su familia, aunque más a él. Y esto no lo hace un mártir, pero tampoco un traidor a sus seres queridos. Lo hace humano y coloca al personaje en una difícil posición. Fante corrige nuestro error de enjuiciarlo prematuramente y aporta profundidad y complejidad tanto a este personaje como al de la viuda, hasta entonces presente solo en una dimensión atmosférica.

En la obra cumple un papel muy importante también la idea del amor romántico y platónico.


  • Hildegarde es una mujer con muchísimo poder que busca que Svevo, de una clase social muy inferior y extranjero, le degrade. Para ello le atribuye una pila de características "italianas" que él no posee. Busca una relación sadomasoquista "sana" a través de la cual ella puede liberarse del estrés sin ninguna atadura.
  • Por otro lado, están Rosa Pinelli y Arturo Bandini. Rosa es el primer amor superidealizado de nuestro protagonista, donde Arturo confunde el "por ti" con el "para poder llegar (o mejor dicho, tratar de poder llegar) a ti". Rosa desprecia a Arturo, no solo por quien es, sino por fingir quien no es.
  • Por último, está la idealización de María Bandini hacia Svevo. Esta se puede apreciar especialmente en los primeros capítulos, antes de que ambos personajes evolucionen. María reza cada noche por su esposo y cree en él a pesar de ser un borracho, un ludópata y un violento.  Cuando Svevo desaparece, María entra en una depresión ruinosa para toda la familia, donde lucha por levantarse de la cama, aunque no siempre es capaz.


Ya que mentamos por primera vez a Rosa Pinelli en esta reseña, me gustaría comentar sobre ella un par de cuestiones muy relacionadas con la pobre vida de los Bandini. Pinelli también es un apellido italiano, pero, a diferencia de Arturo, Rosa es aceptada por todo el instituto y tiene cientos de admiradores porque, a pesar de ser pobre, es guapa. Fante nos lo dice claro, con Rosa Pinelli y Svevo: ser guapo es pasarse la vida en modo fácil. La aceptación y el rechazo de lo italiano vienen de la mano de factores socioeconómicos y culturales. La belleza es valorada también como moneda de cambio, aunque ese cambio o no dependa en última instancia de la persona bella.

Y podríamos hablar de muchísimas más cuestiones, cómo el sentimiento de la moral cristiana católica muy interiorizada por todos los personajes y que lleva a la construcción de uno de los mejores capítulos de una novela jamás escrito (el quinto de Espera a la primavera, Bandini). Podríamos hablar sobre cómo la conciencia de culpa está implícita en todos los personajes. Svevo se siente culpable de aceptar dinero que no es suyo. María se siente culpable de sentir vergüenza si alguien la ve sacando a su marido de la casa de otra mujer. Podríamos preguntarnos si la búsqueda de Dios de August, el hermano monaguillo, y el buen obrar de Arturo se deben a la "ausencia de un padre", que antes de irse con la Hildegarde no se desempeñaba precisamente bien en este aspecto. También podríamos hablar del orgullo varonil de los personajes protagónicos y de la aporofobia general de la época, de cómo esta se mantiene, y de cómo afecta a los personajes, pero creo que por hoy ya es suficiente. Deciros solo que Espera a la primavera, Bandini, el título de la obra, es un leitmotiv dentro de la misma. Es decir, que más allá de su significado metafórico, se reutiliza como frase en los diálogos de los diferentes personajes a medida que se van desarrollando los acontecimientos. ¡Y eso es todo por hoy! Tenéis otra reseña en Caminos que no llevan a ningún sitio, blog que recomiendo siempre para los amantes de este autor estadounidense.  Dicho esto, ¡lean mucho, coman con moderación y namasté!

Reseñas de otras obras de John Fante en esta esquina: Llenos de vida, La hermandad de la uva

PD. Si queréis reseña de Pregúntale al polvo, este es el momento de pedirla, ya que aún tengo fresca la lectura. De lo contrario, la próxima será Sueño profundo de Banana Yoshimoto, que ya hacía un tiempo que quería leer a esta autora nipona. Por otro lado, me ha llegado recientemente un envío de la Editorial El Transbordador que tiene muy buena pinta también y que será reseñado, espero, antes de que acabe el mes. 



martes, 28 de mayo de 2019

El cartero llama dos veces, de James M. Cain




Frank Chambers es un joven vagabundo que deambula y estafa a quien encuentra en su camino y que un buen día se planta en Los robles gemelos, una venta de carretera a treinta kilómetros de Los Ángeles, California. Dicho establecimiento está regentado por Nick Papadakis, un inmigrante griego, y su mujer Cora. Frank aparece por allí, pide kilo y medio de comida e intenta hacerse un simpa. Sin embargo, el griego, totalmente ajeno a la auténtica naturaleza de su cliente, lo observa desde lejos y cree ver en él a un buen candidato para reponer al enésimo trabajador del cual, por hache o por be, se ha desecho. Frank, reacio en un principio a aceptar una propuesta que le obligue a permanecer durante mucho tiempo en un sitio, acepta nada más ver a la joven esposa. 

Y a partir de aquí se desarrolla una historia de sexo y amor muy en sintonía con la visión que pueda tener un esteriotipado hombre rudo blanco y heterosexual producto del patriarcado y del machismo intrínseco a una época y a una literatura que en ese momento colmaba los quioscos. Obviando ese tufillo rancio que desprenden aquellos momentos en los que Cora le pide a Frank que le pegue, aquellos otros en el que le comenta lo dispuesta que estaría a morir por amor a él o ese en el cual le perdona una infidelidad mientras su madre estaba muriendo (¡que eso ya es tener poca delicadeza!) nos queda un trío "abierto" amoroso entre personajes principales sobre los que se estructurará la trama. Digo trío "abierto", porque hay otro personaje que podría entrar y me refiero a Magde (el lío sexual de Frank que ya comentamos), la cual apenas tiene un papel relevante en la trama y que podría haberse suprimido sin mayor problemas. O al menos, yo no la habría echado en falta. 

Como digo, la relación clandestina entre Cora y Frank se va desarrollando (con mayores o menores dosis de pasión) en la absoluta ignorancia del griego. No pasa mucho tiempo (en algún punto de la trama se menciona el periodo aproximado de seis meses) hasta que toman la determinación de no tener que esconderse. Uno podría pensar que se acabarían fugando. Ya puestos era el estilo de vida al que estaba acostumbrado Frank desde hacía mucho. Pero, amigo, esto no es una road movie. ¡Aquí hay sangre y vísceras! Y por eso se compinchan para liquidar al griego, hacerlo pasar todo por un accidente y ya de paso agenciarse ellos mismos el negocio de la venta. 

Hasta este punto la novela deja mucho que desear. La relación entre Cora y Frank expuesta a través de diálogos, donde se censuran todas las sensaciones tanto de él como de ella, se construye en una elipsis innecesaria tras otra hasta el punto de que resulta, a día de hoy, del todo inverosímil. La idea de una potencial novela erótica o novela rosa se ve chafada (¡gracias a Dios!, porque las últimas sí que sí que las detesto) para dar paso a una trama mucho más interesante de novela policíaca. Una novela policíaca que en su momento, además, debió de ser atípica, pues recurre a un punto de vista diametralmente opuesto al adoptado comúnmente en aquella época (años 1930s): la novela escrita desde el propio criminal a modo de ¿confesión? El cartero llama dos veces tiene sus más y sus menos, pero no se puede negar que marcó un hito dentro de su género. Yo, que no he visto la película protagonizada por Jack Nicholson y Jessica Lange, reconozco que los tiene. No pude evitar recordar la mayoría de novelas de Patricia Highsmith que había leído, autora que recurre mucho a este recurso. Este tipo de novelas no le gusta a todos los aficionados del género porque expone el qué, el cómo y el cuándo. Literalmente te espetan en tu cara todas las respuestas que necesitas para encontrar a un personaje al que culpar. Pero El cartero llama dos veces no va de culpar a nadie, si no de compartir el miedo del protagonista de ser capturado, así como todas las consecuencias que acarrea el crimen, como puede ser, por ejemplo, el arrepentimiento. Presente aquí, de forma secundaria, en algunos capítulos como el del sepelio del viejo Nick Papadokis. Esto no es Crimen y castigo, pero la fiscalía es voraz y tiene mil ojos detrás de cada movimiento de Frank. Está expectante, como un cocodrilo que se hace el tronco musgoso frente a su presa. Pegará la dentellada de un momento a otro porque (uno) conoce la verdad y (dos) como lectores nosotros lo sabemos, Frank lo sabe y sabemos que Frank lo sabe. Cada reacción es una respuesta a un estímulo anterior. Un partido de tenis donde se decide si culpar o disculpar al narrador, a Frank, al asesino. 

Rebobinemos un poco. Antes he dicho que El cartero llama dos veces no busca que el lector culpe a alguien. Bien, esto no es del todo cierto. Analizando los hechos y atendiendo a esos diálogos que marcan constantemente el ritmo de la narración (parcializada, no lo olvidemos, en las vivencias que quiera destacar Frank) podemos sacar varias conclusiones. La primera de todas ellas es que Frank no era un asesino antes de conocer a Cora. Como mucho se había peleado un par de veces, como destaca el fiscal Kutz, pero no era un tipo capaz de matar. Es ella quien le mete la idea en la cabeza de que hay que matar al griego o eso parece darse a entender. De hecho, él opta por fugarse a México cuando el primer intento de acabar con Papadokis termina siendo un apabullante fracaso. ¿Con ello se nos quiere decir que las mujeres (o algunas mujeres) les sorben el seso a los hombres para emplearlos en sus luchas personales influyéndoles el mal en el cuerpo? Pregunta escolástica donde las haya. ¿Por eso quiere Cora que Frank la golpee? ¿ Por que se arrepiente? ¿Y luego se traicionan mutuamente? ¿Qué me quieres contar James M. Cain? Vamos, a ver si me entero...

Hay dos figuras determinantes en esta obra: el fiscal Kutz y el abogado Sacket. Ambos deberían representar el bien y el mal, la justicia. ¡Pero no es así! Kutz es un tipo extraordinariamente inteligente, pero, al igual que su homólogo, solo busca la victoria. Y esto se va a reflejar en el segundo de los juicios que aparecerá referenciado brevemente en el último capítulo y del cual no daré más detalles. Para ellos, Kutz y Sacket, la cuestión de que viva o muera un hombre no tiene mayor valor que sacarle el uno al otro ¡cien dólares en una apuesta! y, por supuesto, otros tantos a sus clientes. Representan la injusticia jurídica o la idea de falsa justicia democrática o cómo quieran llamarla.

El griego, por su parte, es quien posee el dinero, la "injusticia económica". Es un recién llegado y por ello despreciado incluso por su propia mujer. Basta con mencionar el primer diálogo de contacto entre Frank y Cora en el capítulo dos para darse cuenta de que no le hacen mucha gracia los inmigrantes. Y menos los inmigrantes con gruesas cuentas bancarias, porque entienden que no se las merecen. Son los años treinta y no podemos obviarlo. El crack del 29 y la Gran Depresión destruyen varias de las principales fortunas del país. Surgen nuevas microeconomías de inmigrantes y con esas microeconomías surgen también nuevas voces. El enfrentamiento da lugar a todo tipo de tesis de reelaboración sobre la raza aria que van a llevar a Hitler al poder en Alemania y desembocarán en la Segunda Guerra Mundial y que, por supuesto, se sienten al otro lado del mundo, en los Estados Unidos de América. 

La obra al completo se basa en la dualidad. Dos hombres (Nick y Frank). Dos mujeres (Cora y Magde). Dos letrados (Kutz y Sacket). Dos bodas. Dos entierros (el de Nick y el de la madre de Cora). Toda la estructura gira entorno al número dos. De ahí que la obra se titule así, a pesar de que no hay ningún cartero como tal. A no ser que entendamos la idea del destino, de la justicia y de la muerte como la de un mensajero que cada cierto tiempo avisa antes de golpear. Todo funciona gracias a la repetición de patrones y eso es suficiente para tener a cualquier lector pegado a la silla. Dos intentos de asesinar al griego. Dos huidas. Dos veces la aparición de felinos en momentos cruciales... Y puedo seguir, aunque creo que va siendo un buen momento para cortar. El cartero llama dos veces (o El cartero siempre llama dos veces según la traducción que manejen) es producto de su época, pero eso no debería echarnos para atrás a la hora de elegirlo como libro para pasar una tarde agradable. Yo, por lo menos, me he entretenido.

Y ya saben, lean mucho, coman con moderación y namasté. 

PD. ¡¡NOTICIARIO DE LA ESQUINA!!: Trataré de subir este fin de semana un resumen de mis lecturas de los dos últimos meses adaptando el modelo que está usando últimamente Das Bücherregal. Estoy preparando una oposición y no dispongo ni de tiempo ni del mejor humor posible para reseñar. No obstante, sigo leyendo. Deciros también que habrá, "algún día", una entrada para Espera la primavera, Bandini. Está escrita la reseña, solo que en papel y me da una flojera tremenda mecanografiarla.

Ahora sí, cuídense. ¡Un placer tenerles por aquí!


domingo, 29 de julio de 2018

La escalera de caracol, de Ethel Lina White



Años 1930s. Helen Capel, una joven de humilde familia, entra a trabajar como dama de compañía en una remotísima mansión de la Inglaterra fronteriza con Gales. El sitio no es agradable y no son los pocos quienes se niegan a viajar hasta la casa, no por nada está a varias millas de distancia del pueblo más cercano y se cierne sobre él algunas leyendas sobre misteriosos suicidios y asesinatos de doncellas. La Cúspide, nombre irónico donde los haya, está dirigida por los Warren, una envejecida familia de burgueses intelectuales lideradas por tres grandes y reservadas figuras. La primera de ellas es Lady Warren, matriarca del clan al borde de la muerte traída por la vejez y los malos cuidados, que asusta con solo imaginarla. La segunda y la tercera, la solterona Blanche Warren y el señor Sebastián Warren, ambos dedicados al mundo académico, aunque solo los trabajos del profesor sean reconocidos. Son hijastros de la primera y, a pesar de lo mucho que la detestan, no pueden evitar sentirse responsables de cuidarla lo máximo posible. El profesor cuenta a su vez con un hijo (Newton), cuya esposa (Simone) anda siempre detrás del nuevo aprendiz del anciano maestro. Durante la novela este papel con el que se cierra este típico triángulo amoroso le corresponderá a Stephen Rice, quien parece preferir las gracias de su perro a las de las mujeres. El círculo de habitantes de la casa queda completo con los Oates, un matrimonio de sirvientes donde la señora hace de cocinera y el señor de chófer.

Cuando Helen llega a La Cúspide no tarda en percatarse de que algo no está del todo en su sitio. Tiene un mal presentimiento acompañado de muy buenos motivos para tenerlo. Algo no marcha en la casa y quizás esto se deba a la sinuosa sombra de un asesino que anda rondando la zona y que tiene una cierta predilección por las jóvenes empleadas de las familias ricas. El miedo de la protagonista se verá incrementado poco a poco por una traumática experiencia en la arboleda nada más comenzar la historia y por las incongruentes advertencias de Lady Warren, cuyas intenciones no quedan del todo claras hasta los compases finales de la narración. La incursión de una enfermera muy poco femenina no le sentará nada bien. ¿Podría ser el asesino disfrazado que se habría infiltrado para liquidarla? La noche avanza lentamente y con ella todos y cada uno de los habitantes de la mansión irá desapareciendo como si todo formará parte de un plan establecido para dejar a la pobre Helen lo más indefensa posible.

Al igual que en La dama desaparece Lina White toma como protagonista a una mujer joven que recién ha adquirido una cierta independencia para colocarla ante una situación de máxima inseguridad y riesgo. Pretende jugar, y lo hace estupendamente, con la psicología del lector a través de la duda y el recelo de su protagonista. En la vida puede ocurrir cualquier cosa y las personas suelen actuar con máscaras, de forma que alguien tan monstruoso como un asesino no siempre es descubierto por el aparente día a día normal que lleva cuando no está cometiendo sus crímenes. Lina White lo sabe y lo traslada al texto y al imaginario de Helen, quien pasa de la idea romántica del asesino como alguien ajeno hasta la posibilidad del asesino como alguien muy cercano. Y aquí crece la paranoia del personaje hasta cotas altísimas, aunque siempre sin despegar los pies del suelo, sin perder los nervios y cobrando valentía donde antes no la había. La maduración de personajes en el transcurso de una noche -tiempo de la acción de la novela- es espectacular y hasta cierto punto increíble. Algunos detalles son incluso inverosímiles y eso es lo que quizás enturbia levemente un trabajo tan brillante como este. Hay ideas y sentimientos en los personajes que maduran demasiado rápido y que son fastidiosos. Aquí incluyo el final, con su tonto diálogo sacado de una película romántica mala de la época. Es de los peores con diferencia que he leído en mucho tiempo. A mí, por lo menos, me hizo sentirme estafado. Tras tantas y tantas páginas planteando un miedo psicológico, voraz e insólito, la novela parece convertirse de repente en un cuento de hadas lleno de arcoiris y amor. Y todo por dos párrafos, que la escritora o bien se podía haber ahorrado, o bien podía haber desarrollado para encajarlos mejor. Cualquiera de las dos opciones me hubiese bastado.

Exceptuando este detalle, el noventa y nueve por ciento del resto de la obra es una delicia para todos los amantes de la novela negra en general y de esta época en particular. Es pausada y angustiosa. Sobrelleva bien la intriga que genera y responde a las preguntas planteadas de manera satisfactoria y sin romper nunca esa sensación de peligro inmediato que parece ser la marca de la casa de la autora. Es una pena que el libro esté totalmente descatalogado. Aún así, es posible encontrarlo en alguna librería de viejo y puede descargarse por ahí en alguna web. No voy a hacer apología de la piratería aquí, pero si para poder leerla no os queda más remedio, en este caso está más que justificado. Os dejo esta vez otra reseña de Leer sin prisa (donde han leído y comentado ya una buena parte de la obra de esta autora galesa).

Más de reseñas de obras de E. L. White en esta esquina: La dama desaparece


sábado, 7 de abril de 2018

La dama desaparece, de Ethel Lina White



Una joven llamada Iris Carr regresa de sus vacaciones en un extraño país del centro de Europa tomando un tren expreso que debería dejarla en Trieste, desde dónde se embarcaría en un ferry que debería dejarla en su Inglaterra natal. Ha tenido unos últimos días algo turbulentos que le han llevado a separarse de su grupo de amistades y se encuentra presa de una fuerte inseguridad cuando una amable señorita también inglesa le tiende una mano en el compartimento del vagón. Es la enigmática señorita Froy, institutriz al servicio de un importante hombre del partido comunista que pretende derrocar al gobierno de este país que abandonan, jovial solterona que aún tiene gestos de adolescente romántica y sobre todo filantrópica lingüista, que por algún motivo se esfuma del tren sin dejar rastro mientras Iris se echa una cabezadita. Aunque Iris le ha presentado la señorita Froy a varios de los compatriotas que viajan con ellas, parece que ahora nadie se acuerda y esto la coloca en una complicada situación porque nuestra protagonista está segura de la existencia de la mujer y no va a rendirse hasta encontrarla, para ello no le importará lo más mínimo si tiene que perder su cordura.

La dama desaparece nos plantea una estructura básica de thriller psicológico que tanto le debió de gustar a Hitchcock si luego dirigió la adaptación. Un personaje desaparece sin dejar rastro y todo parece una conspiración en contra de la joven Iris, que al igual que la señorita Froy no tiene enemigos con la suficiente sangre fría para maquinar algo de tales proporciones. Dejando de lado explicaciones fantásticas que con el tono de la novela serían totalmente decepcionantes, nos quedan escasas o nulas opciones para resolver un misterio de habitación cerrada que se tornará más y más inquietante a cada página. La teoría de las alucionaciones de Iris (apoyadas principalmente en una insolación que sufrió antes de montarse en el ferrocarril) son asumidas como ciertas por todos los personajes salvo por ella misma, a quién, E.L. White, con gran habilidad le coloca un narrador focalizado que "parece" seguirla sin pestañear. Se construye así una pugna entre dos visiones de los hechos muy distintas y que ganan o pierden valor a medida que avanza la trama. No obstante, el final sigue siendo algo predecible y al  mismo tiempo deseado por el lector, por lo que se puede decir que sólo defrauda a medias.

Como novela La dama desaparece es ciertamente muy entretenida y genera una intriga que engancha mucho al lector. Los personajes se sienten sólidos, aunque algo manidos en relación con la novela británica que se estaba haciendo por aquella época (1930s); lo agradable es que se puede llegar a empatizar con ellos y entenderlos sin muchas complicaciones. Otro peso molesto en la narración es la sensación de desperdicio del espacio imaginado por la autora, que sitúa la obra en un país extranjero sin olvidar que sus lectores son ingleses, muy ingleses y mucho ingleses. Las alusiones a la madre patria y el espíritu londinense empapan toda la historia y uno tiene la sensación de que da igual a dónde va y de dónde viene el tren si al final todos los personajes con un mínimo de voz en la obra son ingleses muy orgullosos de ser ingleses. Los lugareños del país centroeuropeo quedan como patanes y sujetos cargados de malicia, con lo que no tengo mucho problema si no fuera porque la distinción realizada es tan simple que deja mucho que desear y refleja un desconocimiento y unos prejuicios mal llevados por parte de la autora. Aún y con todo, he de decir que no me ha disgustado la novela y que tiene giros argumentales bastante interesantes, muy bien dispuestos y que cumplen con creces con lo esperado de una novela de misterio. La acción no es un frenesí que te deje jadeando y eso es de agradecer porque se nota el mimo de la autora hacia Iris y sus compañeros de viaje. El motor principal de la narración son los devaneos de Iris que se parte la cabeza pensando en dónde puede andar una persona que quizás ni existe. De vez en cuando se introducen otras historias secundarias que acaban explicando los extraños comportamientos de los personajes secundarios en relación con la desaparición de la señorita Froy para que no queden cabos sueltos ni personajes que se sientan demasiado planos. Con algunos esto funciona y con otros no; la verdad es que no me hubiera importado una novela más detenida y extensa a cambio de una mayor profundización, pero es lo que hay. Insisto en que la novela no es mala, pero en mi opinión le falta algo. Tenéis una reseña mucho más detallada y entusiasta que esta en Leer sin prisas, donde le han cogido mucho gusto a la autora. Supongo que habrá que darle otra oportunidad, posiblemente lo siguiente será La escalera de caracol. ¡Ya os avisaré!



martes, 5 de septiembre de 2017

La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares



La invención de Morel es, probablemente, la novela más conocida de Adolfo Bioy Casares y no por nada constituye un hito dentro de la narrativa neofantástica y de ciencia ficción. La originalidad de su premisa es tal que comunicarla aquí sería como darle una patada en la boca a aquel que no la ha leído y quiere leerla, o va a querer leerla tras esta reseña, por lo que hablaremos de la novela esquivando el tema todo lo posible.

La invención de Morel cuenta a modo de diario de un fugitivo cómo éste se refugia en una isla aparentemente desierta. Allí se encuentra con varios edificios y con un conjunto de personajes que se comportan de una manera un tanto peculiar. Entre los habitantes de esta isla hay una bella mujer que todas las tardes se sienta en el mismo recodo de la playa a contemplar melancólicamente el subir y bajar de las mareas. Nuestro prófugo cae profundamente enamorado, sirviéndole este amor de escusa para evitar el suicidio que ya tenía asumido como necesario en su condición, pero ocurre un problema con la mujer y es que ésta parece no sólo ignorarlo, sino ni siquiera verlo.

Bioy Casares mezcla elementos de diferentes tradiciones narrativas (la neofantástica, la sentimental, la policíaca y la de sci-fi) en una original reelaboración del mito de Pigmalión y Dorotea que nos plantea una multitud de preguntas metafísicas que podemos enumerar hasta que nos reviente la cabeza de tanto darle vueltas: dónde se encuentra el alma y qué es el cuerpo, cómo puede el hombre llegar a la eternidad, es étíco querer llegar a dicha eternidad, se puede tener conciencia de la estancia en el Paraíso, puede crearse este Paraíso de forma artificial o el Paraíso es y siempre ha sido artificial, el amor es una unión de almas en la que se puede prescindir del cuerpo o el cuerpo debe ser un mediador necesariamente, etc. 

Estas preguntas unidas al uso de una buena prosa donde la intriga ha sido gestionada con cabeza para colocar increíbles giros de guión que dejen al lector en su asiento hacen que La invención de Morel merezca la pena y mucho. El personaje y la historia gozan además de la compleja ambigüedad de un laberinto en el que el protagonista -el fugitivo- no sabe bien si lo que ven sus ojos es la realidad, si la fiebre y el aislamiento le hacen ver cosas que no son o que si las ve es por qué quizás esté muerto y la isla no es más que un purgatorio en el que se le intenta poner a prueba. La originalidad del tema para su época (final de la década de los 1930s), pero aún vigente, le da un toque único al trabajo de Bioy Casares, quien al mismo tiempo no parte sino de la pregunta maestra de la ciencia ficción: adónde nos lleva la tecnología. ¿Si nos lleva a una posición buena debemos amarla y si hace lo contrario debemos temerla? ¿Tenemos el derecho a frenarla si la consideramos peligrosa? ¿Puede haber un doble filo tecnológico? ¿Es necesario su uso responsable? ¿Qué será de nosotros si el poder de la tecnología nos engulle, si nos atrapa y nos desprende de nuestras almas? Sólo nos queda esperar, tener conciencia y realizar las mediciones correctamente. 

Tenéis más reseñas de La invención de Morel en Un libro al día, El paseo de los Flamboyanes y Crónicas literarias.

Más reseñas de obras de Adolfo Bioy Casares en esta esquina: El sueño de los héroes, Dormir al sol



jueves, 20 de julio de 2017

La defensa, de Vladimir Nabokov






La defensa es la tercera novela publicada por Vladimir Nabokov en ruso cuando aún tenía poco menos de treinta años. En ella se aprecia la calidad formal y la precisión en el detalle descriptivo, así como la increíble capacidad de abstracción que luego le acompañaría en el resto de su vida. He aquí pues el germen de una literatura sumamente personal y trabajada hasta la extenuación como es la de Nabokov. Si bien el ruso es famoso por sus novelas llenas de carga erótica, aquí hay una ausencia por completo de dicho elemento y una focalización mayor en lo referente a dilemas existenciales, donde se trabaja genialmente el tema de los deseos reprimidos y de la necesidad de ser feliz en sociedad, lo que a veces, y en el caso del protagonista de esta novela especialmente, choca con la voluntad y la felicidad parcial que se haya en uno mismo. Este enfrentamiento no puede más que llevar a un fin trágico, donde se termina por asumir que la unión total de lo personal y lo socialmente correcto es, por completo, imposible de resolver en una vida y que si se resuelve, el período de estabilidad no es más que parcial y lo suficientemente efímero como para sentir que el dilema no queda superado del todo. En esta obra podemos apreciar también la atracción casi enfermiza del propio Nabokov por el ajedrez y por la literatura.

Luzhin es un chico de San Petersburgo con un don increíble para el ajedrez, juego y arte en el que descarga un alivio frente a un mundo que se le presenta hiriente e incomprensible, del que siente la necesidad imperiosa de escapar a toda costa. De hecho toda su vida, que se reflejará en este libro no es más que la búsqueda –primero en el ajedrez y luego en el amor- de otra atmósfera que le permita ser mínimamente feliz. Esta huida es, por supuesto, un tópico literario más, pero el enfoque en el mundo del ajedrez le aporta una esencia fría y matemática, alejada de toda pasión. Luzhin, tras lucirse como niño prodigio se convertirá en todo un gran maestro del ajedrez, acechante en todo momento del título y del reconocimiento como campeón mundial de su disciplina. El continuo esfuerzo lo llevará a agotarse mentalmente y una parte de él intentará rescatar los despojos de una pasión no vivida cuando conoce a una chica –que a diferencia de Luzhin, sí que se enamorará verdaderamente de él- con la que se acabará casando. A partir de este punto la lucha dentro de Luzhin entre los dos deseos –la explicación de su existencia a través del ajedrez y la experimentación tardía de un primer amor ante el cual no sabe cómo reaccionar- estará presente hasta la conclusión de la novela. 

Quizás uno de los puntos a comentar es el fuerte contraste entre Luzhin y su señora, que destaca aquí por ser un personaje muy humano y lleno de fuerza, frente al gélido comportamiento robótico del maestro, con una visión de su propia vida en base a múltiples elementos y con una voluntad de amar que desencadena en un temor a perder lo que tiene y por lo que ha luchado. La verdad es que la señora Luzhin le aporta algo de jugo a la obra, ya que con Luzhin es verdaderamente difícil empatizar por su encerramiento psicológico en sí mismo y sus acciones que parecen ejecutadas por una persona con graves problemas para relacionarse y controlar sus emociones. En Luzhin vemos como se desarrolla un problema existencial de búsqueda de uno mismo y de defensa ante lo que le hace daño que resulta ciertamente muy interesante y que puede servirnos para entendernos mejor a nosotros mismos. No obstante, no es en sí mismo un personaje en absoluto carismático, a diferencia de su esposa.

Los personajes que rondan la obra, contando al mismo Luzhin, son en su esencia muy rusos. Tenemos la figura del escritor emigrante en el padre del maestro que, sabiendo las carencias que posee en su campo, se limita a vivir en la literatura de forma lateral, sin aspirar nunca a convertirse en un segundo Tolstoi, publicando sólo literatura infantil. Por otro lado están los padres de la señora Luzhin, antiguos aristócratas rusos que han tenido que emigrar tras la revolución comunista y que encuentran en el trabajo de su yerno una labor deshonrosa que debe abandonar cuanto antes para que el matrimonio con su hija sea posible. En la madre es, sobre todo, en quien más se pueden apreciar los hábitos de la antigua aristocracia rusa, donde el mundo de la opulencia, de la educación y de la etiqueta están más que presentes. Las ideas de este matrimonio, que ya han sido inculcadas en la señora Luzhin antes que el ajedrecista la conozca, chocan con el discurso de alabanza de la URSS que recae en el personaje secundario de la amiga de la tía de Luzhin, que en un determinado momento aparece para visitar a los recién casados. Nabovok intenta generar con esto un relato polifónico que reflejase las auténticas preocupaciones en la Rusia del momento, vista, por supuesto, desde fuera como él la tuvo que ver. Todo es infinitamente ruso: la ceremonia del té, la preocupación política, los grandes clásicos del realismo que cimientan el nacionalismo ruso frente al gobierno de los soviets, el ajedrez como deporte nacional, la frialdad en el carácter y la infinita cortesía con la que se tratan los personajes hasta en los momentos más desagradables, etc.

Se puede decir que La defensa dista mucho de ser la mejor novela de Nabokov, pero bien podría ser una mejor novela de cualquier otro autor. Las cuestiones que plantean son sumamente interesantes y la expresión textual es de una calidad y de una minuciosidad brillante. Sin embargo, la poca carisma de Luzhin hace que cueste quizás demasiado para el lector ponerse en su piel y se echa de menos también una capacidad de desarrollo más compleja, que sí que puede llegar a apreciarse en muchas de sus obras posteriores.

Es un libro que hay trabajado mucho Javier Avilés, por lo que en El Lamento de Portnoy podréis encontrar una pila de apuntes sobre él (I y II). Del mismo modo, en Das Bücherregal también hay una reseña algo más sucinta, pero no por ello menos interesante.

Más reseñas de obras de Vladimir Nabokov en esta esquina: La verdadera vida de Sebastian Knight,





viernes, 11 de diciembre de 2015

Desde hace dos mil años, de Mihail Sebastian




Permítanme que comience la reseña con una cita del libro que nos interesa:

“Desde luego, jamás dejaré de ser judío. Esta no es una función de la que uno pueda dimitir. Se es o no se es. No se trata ni de orgullo ni de vergüenza. 
Es un hecho. Si intentara olvidarlo, sería inútil. Si alguien intentara rebatírmelo, lo sería igualmente. Pero tampoco dejaré de ser nunca un hombre del Danubio. Y eso también es un hecho. Que me lo reconozcan o me lo nieguen, no cuenta. Es cosa exclusiva de quien lo haga.” (pág. 247)

El hecho de que este fragmento aparezca casi al final del libro no me parece una excusa para no emplearlo. Tiendo a creer que en él hay concentrada gran parte de la esencia de las ideas que intenta transmitir la obra y por eso lo cito. Desde hace dos mil años es una historia sobre judíos del siglo pasado a la que no estamos acostumbrada. No trata sobre el Holocausto, pues fue escrita años antes de éste, en 1934, aunque en cierto modo lo profetiza tras un análisis crítico de la sociedad rumana de los años inmediatos a la dictadura de Antonescu y la Segunda Guerra Mundial. El antisemitismo se convierte en la moda de la época de la misma forma que, por ejemplo, hace un par de años lo han sido las gafas de pasta y esto es un hecho que no parece alarmar a nadie más que a las pobres víctimas, e incluso a éstas no siempre. El protagonista de la novela de Sebastian toma como verdad la hipótesis de que la etnia judía a la que pertenece está maldita y que debe ser castigada, como siempre lo ha sido desde hace dos mil años. De esta forma confunde las palizas que le propinan en la facultad por su condición religiosa con un mero chaparrón que va y viene con la estación. Se acostumbrará a tratar con antisemitas, a trabar una clase de amistad con muchos basada en concesiones de ellos hacia éste hasta el punto en el que Dronţu o Blidaru casi olvidan esta rareza que muchos atisban como un mal. El terco Drontu, quien en otros tiempos había golpeado hasta la extenuación a cientos de judíos sólo para divertirse, se convierte en el compañero de fatigas de nuestro protagonista y no tiene reparos en hablar con nostalgia de la felicidad de su pasado ante él, que había sido el saco de boxeo donde descargar todo el estrés diario para que esa felicidad fuera posible.

La novela está escrita en forma de diario lleno de todo tipo de omisiones en el que se viaja desde el comienzo de los estudios de Derecho de nuestro protagonista hasta la construcción de su primer edificio como arquitecto justo después de la toma de poder en Alemania del partido de Hitler. La evolución del personaje, de un marcado carácter sensible y reflexivo, está llena de escepticismo. Por su vida irán desfilando diversos personajes cada uno con su ideología (autócratas, marxistas, sionistas, antisemitas, esteticistas, urbanitas liberales, buenos salvajes,…) que intentarán ganárselo como adepto, pero que lograrán todo lo contrario. Quizás del mal ideológico sólo quede contagiado levemente en comparación con todo lo despreciado. El protagonista forma su criterio propio y saca sus propias conclusiones de lo que le envuelve, la explicación de su martirio y la razón del sentimiento de añoranza de dicho martirio, de placer del martirio y de la oposición a escapar al mismo. Él es judío, no extranjero. No sabe hebreo ni yidis. Ha nacido en el seno del Danubio y es rumano y nada más. No importa lo que de él pueda decir Parlea, curioso personaje que promueve la catástrofe como único medio de salvación.

“-Oye, yo tengo sed y estoy esperando a que llegue la lluvia. Y tú estás a un lado y me dices: “la lluvia será buena y estaría bien que viniera, pero ¿y si viene con granizo?, ¿y si viene con una tormenta? ¿y si me estropea los sembrados?”. Pues bien, yo te contesto: no sé cómo será esa lluvia. Sólo quiero que venga. Eso es todo. Con granizo, con tormenta o con rayos, pero que venga. Que haga estragos, que ahogue, que arrase, pero que venga. Del diluvio a lo mejor se escapan uno o dos. De la sequía no se escapa nadie. Si la revolución exige un pogromo. No se trata ni de mí ni de ti ni de él. Se trata de todos.” (pág. 243)

Es este tipo de discurso lo que más inquieta al narrador, más que las acciones físicas: las palizas de su juventud que ve como meras chiquilladas. Sin embargo, aún y con todo, no abraza como su amigo Winkler el sionismo o como su otro compañero S.T.H. el  marxismo, con un discurso mucho más humanitario y acogedor para él que el que tiende a defender Parlea a lo largo de la novela. Es el dogmatismo lo que no le convence, lo que le impide entrar en un grupo que pueda proporcionarle cierta protección. Es consciente de su visión judía del mundo, pero también es un defensor a ultranza de lo individual, de lo personal y lo íntimo, hasta el punto de que crece en él esta extraña, aunque preciosa idea:

“Yo no soy creyente, desde luego, y este problema me es ajeno, y no me crea dificultades serias. 
No aspiro a ponerme de acuerdo conmigo mismo a este respecto y acepto, sin rubor, todas mis inconsecuencias. Sé, lo digo, que Dios no existe y recuerdo con placer el manual de física y química de bachillerato, el cual no le hacía a Dios ningún sitio en el universo. Esto no me impide rezar. Cuando recibo una mala noticia o cuando quiero prevenir alguna. Hay un Dios familiar al que le ofrezco, de vez en cuando, sacrificios, según un culto con reglas establecidas por mí y creo que confirmadas por él. Le propongo fiebre tifoidea para mí a cambio de una gripe que tuviera él pensado darle a alguien a quien yo quiero. Le indico dónde preferiría que me golpease y dónde que me dispensase. Además, lo que le doy es mucho más de lo que conservo ya que lo que le doy es mío y lo que conservo es de otros, los pocos otros a los que yo quiero.” (pág. 62)

Estoy citando mucho para lo que viene siendo habitual en mí, pero tras casi una semana después de terminar el libro y con muchísimas notas tomadas siento que casi lo mejor en este caso es dejarle hablar al propio autor. Cualquier halago maravilloso sobre la prosa de Mihail Sebastian que yo hiciese ahora mismo sería por completo insuficiente para dar una idea, aunque fuera remota, de lo que este texto puede llegar a dar de sí. No conocía al autor y me alegro enormemente de haber dado con él. Hay escritores en este mundo realmente magníficos que amamos como lectores y muchos de ellos lo han tenido en cierto sentido fácil para llegar a dónde han sido encumbrados, a dónde nosotros lo hemos encumbrado, pero hay otros que no, otros que han sufrido una desgracia tras otra, como si hubieran sido, en efecto, maldecidos. No me refiero a los escritores de las drogas, de la borrachería y demás. Esos nunca me han dado ninguna pena porque son ellos los que se destrozan a sí mismos a pesar de las mil advertencias que se les dan. Me refiero, por el contrario, a otros como César Vallejo, uno de los poetas del dolor por antonomasia, que no era judío, pero que se sentía completamente desgraciado por la deidad:

Yo nací un díaque Dios estuvo enfermo.” (Espergesia, Los heraldos negros)

La humanidad, el vacío, el destrozo y el dolor se respira en ambos autores. ¿Serían grandes autores si la vida no los hubiera molido a palos? Qué sé yo. La vida muele a palos a mucha gente y no todo el mundo es capaz de transmitir ese sentimiento. Hay que tener una sensibilidad increíble y una precisión milimétrica. Ambos la tienen y eso mérito más que suficiente para aplaudirles.







domingo, 15 de noviembre de 2015

Las señoritas de Wilko, de Jarosław Iwaszkiewicz




Decía Heráclito de Abdera que en los mismos ríos entrábamos y no entrábamos, pues para cuando volvíamos a hacerlo ya no éramos los mismos. Esta máxima tan simple y lógica, que luego empleará también Neruda en su famoso verso “Tú, yo, los de entonces, ya no somos los mismos” de su poemario más juvenil, es entorno a la cual se estructura la obra maestra del escritor modernista polaco J. Iwaszkiewicz. Escrito sobre la misma fecha que En busca del tiempo perdido de Proust, comparte con ella gran cantidad de detalles, aunque la tesis que propone resulte radicalmente contraria y rápidamente concluyente. Frente a la enormidad de Proust (siete novelas) nos encontramos ante un relato no muy extenso del polaco, aunque bien medido y con imágenes muy bellas.

Iwaszkiewicz nos narra la historia de un exmilitar (Wiktor) que tras luchar en la Primera Guerra Mundial, sofocando la revuelta comunista en Rusia, y trabajar varios años como administrador de unas fincas en el poblado de Stokroc, decide volver al pueblo (Wilko) en el que fue tremendamente feliz en un remoto pasado (quince años), aprovechando unas vacaciones, con el fin de revivir esa felicidad que la madurez, el esfuerzo, la muerte de algún camarada y la soledad han mermado. Su juventud memorable queda vinculada con una casa en particular y las seis hermanas que viven en ella: Julcia, Jola, Kazia, Zosia, Tunia y Fela. Si bien para cuando regresa descubre que Fela lleva años muerta, su figura no nos abandonará en toda la narración. Cada una de las hermanas viene a representar un tipo de amor, cada uno idílico a su manera, que se verá resquebrajado por el contacto humano repentino que arranca Wiktor realizando dicha visita. La idealización (y esto es clave para entender la novela) no es sólo de Wiktor hacia las damas, sino también de ellas hacia Wiktor. Esta novela, pues, trata sobre la ruptura de lo ideal y la imposibilidad de recobrar lo perdido, así como sobre el cuestionamiento de si hay, a fin de cuentas, algo perdido. 

“Kazia alzó los ojos y los fijó en él atentamente. 
-Pero no te vayas a creer que a mí me gustaría volver a verte como eras entonces –le dijo con franqueza-. Sería algo horrible. Vería venirse abajo toda mi vida, que sólo Dios sabe cuánto me ha costado rehacer. No, lo único que quisiera es que tuvieses la certeza de que por lo que a mí respecta no corres ya ningún peligro, que si bien es cierto que te amé locamente hace años cuando no era más que una mocosa, ahora todo eso me parece digno de risa, y que no ha quedado ni sombra de ese sentimiento. Además, hoy ni siquiera me resulta concebible que se pueda amar tanto a una persona. Todo eso me parece un poco ridículo, pues tienes que reconocer que en todo gran amor hay siempre algo de humillación, de ridículo… 
-De humillación, tal vez –dijo con parsimonia-, pero de ridículo… 
-¿Nunca has sentido la inconveniencia, el lado ridículo de un afecto semejante? 
-No, nunca. 
-Pues entonces es que nunca has amado.”

¿Wiktor ha perdido un amor si no ha amado nunca? ¿Si no tiene claro qué es amar? ¿Si emplea el verbo indiscriminadamente para su atracción erótica por Julcia, sádica por Jola, intelectual por Kazia, mística por Fela –y luego por su casi idéntica hermana Tunia-? En Las señoritas de Wilko se crea un pasado a partir de los retazos del presente, construyéndose como un elemento plagado de subjetividad. No hay nada de objetivo en la percepción ni en los actos de las personas, de la misma forma que tampoco lo hay en las descripciones que nos hace el propio Iwaszkiewicz de los lugares y los sentimientos y pensamientos de los personajes que actúan en la obra. El final se establece como un fatum, no hay un ápice de la casa de Wilko que Wiktor pueda salvar para sí, no hay un ápice de Wiktor que para la casa de Wilko merezca ser salvado. La despedida es inevitablemente triste y molesta y una confirmación de que, a pesar de los males, debemos seguir viviendo. 

No diré que la obra formalmente sea una maravilla, pero su estructura decreciente –de encuentros entre Wiktor y cada una de nuestras señoritas- la vuelven tremendamente adictiva. Además, no es un texto especialmente largo y puede leerse en una tarde de domingo. Se puede decir que merece la pena.

miércoles, 29 de julio de 2015

Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline

Formalmente impecable, a pesar de la dificultad de empatizar con el personaje…


No sólo es éste uno de los mejores libros que he leído en lo que va de año, sino en lo que llevo de vida. No había leído nada de Céline hasta la fecha y no puedo menos que asombrarme y quitarme el sombrero ante su prosa formalmente impecable y la complejidad argumental que es capaz de desarrollar en ésta que fue su primera obra publicada. Otra cosa ya es que pueda llegar a sentir empatía por el protagonista-narrador y sus ideas, que, en muchos momentos, se presentan como la transcripción de las ideas antisemitas, racistas y misóginas del propio Céline. De hecho, Ferdinand Bardamu se transforma en muchos momentos en el alter ego de Céline. ¿Pero quién es Ferdinand Bardamu? ¿De qué trata todo esto? ¿Qué implica viajar a la noche?

Bardamu es una hombre que huye buscando siempre una felicidad que él mismo pronto asume que no encontrará nunca. Bardamu se alista por error en el ejército al comienzo de la novela y así escapa de la cotidianidad de su vida. Ya en la página tres de la novela comienza la huida sempiterna de Bardamu, aunque él no empiece siendo consciente de ella. Huye de la sociedad y va a la guerra, huye después de la guerra, pero lo que ha vivido le impide integrarse de nuevo en la sociedad. Céline hace aquí una doble crítica: ataca al conflicto bélico (la inutilidad de este) y la ignorancia buscada de la sociedad burguesa ante problemas de esta índole catastrófica. Bardamu debe recuperarse y una vez reinserto en la ciudad de París descubre que de nuevo necesita salir de ella, levanta las velas y marcha en barco a las colonias francesas para ver si de alguna forma puede encontrar allí el pan y la calma de espíritu. Es así como comienza una especie de periplo que lo llevará a poner los pies en tres continentes distintos y a intentar labrarse un futuro sin ningún tipo de resultado favorable. Una desgracia tras otra que lo impulsará a migrar constantemente y que nos mostrará la complejidad que poseen los seres humanos, así como lo que hay de repugnante en todos ellos. No hay héroes en Viaje al fin de la noche, ni siquiera buenos personajes, a excepción de la prostituta Molly y alguno que otro muy secundario. Todos los demás se traicionan, se abandonan, se dañan y se pisotean entre ellos para mejorar su posición en la sociedad y vivir así con mayor dignidad y comodidad. El protagonista se convierte muchas veces en un personaje infame que se queja de la baja condición que tiene en el mundo, pero no hace nada por cambiarla; es un antihéroe que, en lugar de luchar, prefiere rendirse ante la adversidad, defender que la vida es inexpugnable y que todo el esfuerzo de un hombre no sirve para aterciopelar su dureza lo más mínimo. Viajar al fin de la noche implica sumergirse en la dureza de esta vida, dejarse naufragar en ella y sortear los escollos para evitar la muerte hasta que ésta acabe llegando de forma natural.

Todo este cúmulo de pesimismo que inunda páginas y páginas de la amplia novela de Céline se entremezcla con la ideología bastante peculiar del escritor, lo cual consigue que la novela sea doblemente desagradable para un lector como yo. Viaje al fin de la noche está relleno de propaganda racista (Bardamu se apiada de los negreros que padecen enfermedades tropicales en el África, pero nunca de los negros esclavizados, a los que describe como si fueran parte del ambiente), antisemita (en algún que otro momento comenta el parecido de los cerdos con los judíos y añade que se les debe de agredir físicamente en las plazas), anticomunista (mientras que Bardamu está en el África delirando compara a los comunistas con violentas hormigas tropicales con cabezas rojas) y misógina (entre muchos de los ejemplos que podemos extraer del libro he elegido el que sigue):

“La pena es como una mujer horrible con la cual te hubieras casado. Mejor, quizá, terminar de amarla un poco antes de agotarse dándole palos de por vida.” (Pag. 264 de mi edición de Seix Barral en la traducción de Carmen Kurtz)

A pesar de todo esto, repito, ha sido una de las mejores lecturas de toda mi vida y ello se debe básicamente al perfeccionismo en la forma que tiene Céline, quien recoge el legado del también francés Flaubert para decir con la mayor precisión posible aquello que quiere expresar y no otra cosa, eliminando todo lo que sobra. No creo que sea verdad que Céline escriba con frases cortas, no. Seguramente, Céline debía escribir con frase largas en un principio y es a través de la reelaboración de las frases cómo éstas han podido reducirse al tamaño que tienen, demostrando una capacidad inaudita para condensar significados. De ahí que muchas veces alterne con maestría la frase corta y la frase larga.

Otro asunto formal sumamente importante para Céline, en Viaje al fin de la noche al menos, es el conjunto de variaciones verosímiles y muy difíciles de realizar de estilo entre lo más elevado y poético y lo más bajo y vulgar, con incursión de esas palabras que los padres les dicen a sus hijos cuando son pequeños que no digan jamás, en el momento en el que la ocasión lo precisa. En la obra de Céline encontramos muchas veces las palabras “mierda” o “joder” y es cierto que son necesarias. 

Céline pone en la mente de Bardamu estas frases:

“Decididamente tenía un alma tan desaliñada como una bragueta.” (Pag.183)

“Mi madre, bajo la guillotina, me hubiera regañado por haberme olvidado la bufanda. No marraba una, mi madre, cuando se trataba de hacerme creer que el mundo era benigno y que había hecho bien en concebirme. Es el gran subterfugio de la incuria materna: la supuesta Providencia. Por otra parte, me era bien fácil dejar sin respuesta las farfollas del patrón y de mi madre, y no contestaba jamás.”(Pag. 138)

Tanto en una frase como en las otras asistimos a esa variación tonal que nos asombra y nos descoloca. En la primera frase se eleva el tono con el uso de la palabra “alma” y cae de golpe con el de “bragueta”. Con las demás se produce como un cúmulo de olas tonales, por decirlo de algún modo: decae el tono con “marraba”, se eleva un poco con “benigno”, se coloca en la cúspide de lo literario (con carácter claramente irónico) con “subterfugio de la incuria materna: la supuesta Providencia” para decaer de pleno con la palabra coloquial en plural “farfollas”. Estos juegos son continuados en toda la novela.

Normalmente cuando Bardamu eleva el tono lo hace de súbito y pretende ser, como en el último ejemplo, irónico. La ironía y la mordacidad están muy presentes en la visión que tiene el personaje del mundo. Es el escepticismo el que llama a la ironía, la cual suele manifestarse en la obra de esta forma que hemos visto.

También Céline es un genio creando metáforas:

“La gran mermelada de hombres en la ciudad.” (Pag.165)

Así como es capaz de recoger el legado de Kafka para describir algunos lugares como el puerto de Topo o las letrinas de Nueva York y la influencia de la poesía surrealista muy en auge en su país para volcarla en frases como:

“Esplendorosas frondas semejantes a lechugas delirantes alrededor de cada casa, sólida clara de huevo duro dentro del cual se iba pudriendo un europeo amarillito.” (Pag.116)

La complejidad argumental llena de verosimilitud es otro punto a favor de la obra de Céline. Cada acción desencadena en otra y todo acaba en una maraña de relaciones entre personajes que no podía haberse entretejido de otra forma. Bardamu es acompañado sin que él lo busque muchas veces por un tal Robinson León que conoce en la guerra y que sigue el mismo itinerario que él, a pesar de no proponérselo. Las ideas de Robinson son muy parecidas a las de Bardamu, de forma que podemos decir que es un personaje espejo, una especie de doble que nos muestra qué podía haber sido de Bardamu si las circunstancias se hubieran terciado un poco. Son curiosos los diálogos que mantienen entre ellos, pues casi parece que se estén hablando a sí mismos de tan parecidos que son. Las relaciones que mantienen ambos personajes con los que les rodean determinarán el magnífico final de la novela.

En resumidas cuentas, podemos decir que vale, con mucho, la pena por la manera en la que está escrito y su estructura argumental, no tanto por las ideas que contiene y cómo éstas son expuestas. La carga ideológica desagrada bastante y le resta puntos.


Otras reseñas que te pueden interesar:

Moby Dick, de Herman Melville

La espada de los cincuenta años, de Mark Z. Danielewski


Hay más reseñas de Viaje al fin de la noche en:

Das Bücherregal (donde la valoran muy positivamente)

Un libro cada día (donde se centran en otros aspectos contenido y acaba haciendo un pequeño spoiler al final)


También puedes leer dos fragmentos de Viaje al fin de la noche en este blog:

Fragmento I

Fragmento II




viernes, 29 de agosto de 2014

Las cinco advertencias de Satanás, de Enrique Jardiel Poncela

Dí que fue cosa del Karma, Félix...


Si Eloísa está debajo de un almendro me pareció una auténtica joya del teatro de cualquier época, Las cinco advertencias de Satanás tampoco se quedan muy atrás. Me van a perdonar la portada, que no es de una edición física, sino de un ebook, pero es que no la encuentro separado de Eloísa, porque, al parecer, tradicionalmente estas dos obras han de ir a todos lados juntas o no ir en absoluto. El texto, que es lo importante, es el mismo. 

Las cinco advertencias de Satanás se encumbra como una interesante, más que comedia, tragicomedia en cuatro cortos e intensos actos. El primer acto constituye la presentación de los personajes principales. Félix es un hombre rico de unos cuarenta y cinco años que acostumbra a cambiar de mujeres constantemente, ya que el amor es para él efímero y se esfuma a los pocos meses de comenzar una nueva relación. A toda mujer que le aburre la despide con una indemnización que se encargar de extender un judío llamado Isaac Blum, que le hace de administrador y despierta al humor por su tacañería exagerada. Para que la escena no cause un gran daño a la joven, Félix invita siempre a casa, antes de estos despidos, a su amigo Ramón, un hombre engreído que vive de los restos que le da don Félix. Ramón toma a las mujeres que despecha Félix y recibe por ello una cantidad monetaria que le extiende el primero. Realiza, según él, una labor imprescindible que suprime las cargas y los pesares que atosigan a su amigo aristócrata. En el primer acto asistimos a uno de estos despidos, donde la despechada, Alicia, rechaza cualquier tipo de dinero y se toma este ofrecimiento como una ofensa. Al despreciar esta alta suma, Isaac ve en Alicia a su mujer ideal -aquella que no tiene gastos- y se lanza tras ella a conquistarla, abandonando la escena y dejando solos a Félix y Ramón, que siguen tal cual, como si nada hubiera pasado. 

De pronto comienza Félix a lamentarse. Su vida ha consistido en chocar una y otra vez contra el Destino en busca del amor. Todo esto nos puede recordar mucho a las novelas erótico-galantes e incluso a las telenovelas de la televisión, sólo que en otro tiempo. Es el objetivo del autor, parodiar. La gran negación del destino de los seres humanos es un tema central en la obra y se antoja como algo que se realiza por rebeldía y que, a pesar del empeño, es incapaz de obtener buenos resultados. Lo veremos claramente cuando Leonardo, más conocido como Satán, Lucifer, Belcebú o Mefistófeles "entre en escena" y comience, para impresión de los dos hombres, a soltar cada una de sus cinco advertencias, dejando la quinta en una incógnita que resolverá dentro de un año. Primero le dice a Félix que una joven se va a enamorar de él y que no podrá huir de ella. Después le anuncia que él se enamorará también de ella y que la conquistará tras vencer a un rival. Y finalmente que, tras tres meses de dicha y amándose mucho mutuamente, él renunciará a ella arrepentido de su relación, dándosela a su contrincante. También añade, y esto sobresalta a los dos, que este rival será Ramón y que conocerá a esa misma chica esa noche y en unos minutos, cuando el reloj toque las doce. Féilx, que no quiere volver a tropezar con el Destino, consigue que Ramón se vaya y cierra todas las puertas de la casa porque están tocando ya la hora anunciada para el encuentro, pero entonces una joven hermosa llamada Coral, que camina sonámbula de madrugada, se cuela por el balcón de la habitación mientras la escena está vacía. Félix, al ver esto se asusta a más no poder, y arranca auténticamente la obra.

Si bien no es tan cómica como Eloísa está debajo de un almendro, debido quizás a la ausencia de personajes secundarios llenos de tópicos, Las cinco advertencias no flojea ni un momento y te atrapa hasta el final. Jardiel tiene un cuidado característico con el escenario, como ya vimos en la anterior reseña. Llena de matices, es una obra interesante con muchas de las máximas de Jardiel Poncela entorno al amor y a la mujer que luego recogería él mismo en su obra Máximas mínimas. No es la mejor obra de teatro del mundo, pero sí que es muy buena y nos acerca al pensamiento de este gran autor al mismo tiempo que nos hace reír y preocuparnos por los personajes. Me alegro mucho de terminar agosto, porque es más que probable que ésta sea la última reseña del mes, con esta obra.

Otras reseñas que te podrían interesar:

Eloísa está debajo de un almendro, de Enrique Jardiel Poncela

Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura

viernes, 6 de junio de 2014

País de nieve, de Yasunari Kawabata



Yasunari Kawabata se caracteriza entre los escritores japoneses del s. XX por ser uno de los que más mira hacia la tradición y la cultura propias. En País de nieve nos vemos inmersos en el mundo de las geishas y de los baños termales en las montañas de la región de Hokuriku, región adonde el viento frío proveniente de Siberia llega cargado de humedad, y por consiguiente nieva. 

La historia cuenta como Shimamura, un estudiante adinerado viaja por primera vez a una aldea de esta región y conoce a una joven bailarina llamada Komako. Pronto se enamoran. Ella más de él que él de ella. Y comienzan una extraña relación. Shimamura es un hombre acostumbrado a contemplar la belleza de forma indirecta, a través de reflejos. Su pasión es el ballet occidental, a pesar de que nunca ha asistido a uno en la vida y todo lo que conoce de él es gracias a los libros. Un tanto de lo mismo le ocurre con las mujeres. Las ve mucho más hermosas a través de los espejos de una ventanilla de tren o de un trozo de hielo. Es, pues, algo tímido y a veces desabrido. Komako llegará a odiarlo en su primera conversación. 

En un segundo viaje Shimamura conoce a través de la ventanilla del tren a una joven con la que luego su vida se cruzará. Es el misterioso tercer elemento que conforma un falso triángulo (porque ahora veremos como las relaciones amorosas tienen en esta novela más de tres vértices): la enigmática Yoko. Una vez en la aldea (ha pasado un año, quizás dos desde que no se ven y no se han escrito) Shimamura y Komako se reencuentran. Ahora ella se ha convertido en geisha para poder pagar a los médicos que velan a su prometido Yukio, el hijo de la maestra de música del pueblo, que le dio cobijo en su casa años atrás, cuando ella abandonó Tokio. Yukio está al borde de la muerte, pero esto no parece importarles a los enamorados que siguen con su coqueteo particular, más interrumpido por las labores de geisha de Komako, que cada cinco páginas sale de escena con la escusa de amenizar una fiesta. Hay que tener cuidado aquí y no confundir los palabros geisha y puta, pues Kawabata nos esboza a lo largo de la novela la sutil diferencia. Una geisha no está obligada a permanecer una noche con su cliente si ésta y su casa no quieren. Si la casa no quiere, la geisha sabe que permanece por cuenta suya y que por cuenta suya corren también embarazos no deseados y enfermedades. Shimamura comienza a enamorarse cada vez más de Komako, pero siente curiosidad por Yoko, quien vive con ellos y cuida del  desvalido Yukio. Cada vez que le pregunta a Komako por ella, ésta se niega a darle una respuesta clara. Así acabamos la novela sin saber quién es exactamente Yoko. Komako dice en una ocasión que no es más que una envidiosa. Lo cierto es que sólo ella asiste al tal Yukio hasta la muerte y después va a recordar su memoria cada día en el cementerio de la aldea, junto a las pistas de esquí y la línea de ferrocarril.

País de nieve fue escrito entre 1937  y 1948 para una revista/periódico. Posteriormente fue editado para convertirse en una novela. De ahí su carácter inconcluso/concluso que nos deja en la boca el sabor de algo terminado y de algo sin terminar. Sus puntos fuertes son los diálogos, a través de los cuales el autor perfila la psicología de sus personajes. En general, es una buena novela, que muestra muchos aspectos de la vida tradicional japonesa y que, si estás interesado en el tema, puede resultar, si no más fructífero, sí menos pesado que leer manuales o revistas. Lo cierto es que he disfrutado bastante con su lectura y ya estoy con su siguiente libro: Mil grullas, del que pronto habrá también reseña.

Más reseñas de obras de Yasunari Kawabata en esta esquina: Mil grullas, La casa de las bellas durmientes,