La pole position no se gana sólo con suerte. Hacen falta constancia y esfuerzo y, sobre todo, hace falta mucho talento. Este Real Madrid de hoy es el fruto de años de maduración a la sombra del mejor Barça. Cuando miraban como ellos se comían el mundo y se repartían las copas, se miraban a los ojos y supieron que, aprendiendo a perder, quizán también serían capaces de aprender a ganar.
Durante un tiempo se agarraron a los goles de Cristiano y a los impulsos eléctricos, pero este ciclo ganador se explica desde otras perspectivas menos conceptuales. Mientras dirimíamos las diferencias entre dos futbolistas generacionales, nos dimos cuenta de que la verdaderas dificultades residían en lo que acontecía alrededor. Mientras el Barça no pudo sobreponerse a actuaciones limitadas de Messi, el Madrid sobrevivió a partidos malos de Cristiano; lo que aclaraba una cosa por encima de las demás: más allá de las estrellas, existía el equipo.
El Madrid ha juntado un grupo capaz de creer, capaz de resistir, capaz de deslumbrar y, como se ha comprobado, capaz de ganar. Por ello, por interponer el grupo por encima de la individualidad, ha sabido sobreponerse a la inopia de Ronaldo en los tres últimos partidos. Sus actuaciones en semifinales y la final fueron más testimoniales que presenciales y, sin embargo, el Madrid terminó ganando porque ha cuajado un equipo superlativo; un portero milagroso, dos laterales acongojadores, dos centrales solventes, tres medios de talento y tres tipos arriba que arrasan por donde pisan. El fútbol, más allá de las estrellas, es de quien sabe jugarlo. Bien lo sabe este Madrid y bien lo sabía aquel Barça que, a diferencia de este, no respiraba únicamente de las intenciones de Messi sino que era una coral donde hasta los saques de banda sonaban a música celestial.
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