El hambre, las fatigas, la malnutrición y la explotación infantil son un lastre contra el desarrollo físico. A cambio, la naturaleza nos priva de Hércules de acero pero nos regala hombres astutos, hábiles, ingeniosos. Nada agudiza el ingenio como la necesidad, nadie conoce realmente a qué sabe la gloria si no se ha empezado desde lo más bajo.
Raymond Kopa era un trabajador más en las minas del norte de Francia cuando apenas había cumplido los catorce años. La necesidad por llevar a casa un pedazo de pan hicieron que toda la familia Kopaszewski se echase la responsabilidad al hombro y acortasen su proceso de maduración bajo el negro carbón de las minas de Calais. El niño, menudo y flacucho, se entretenía en los descansos dando patadas a las piedras y el día que le tiraron un viejo balón descosido lo controló con clase, lo movió con habilidad y lo devolvió con precisión. Allí, bajo el negro carbón de las minas de Calais, nació la leyenda del primer futbolista que situó a Francia en el primer nivel del fútbol mundial.
De Kopa se han escrito muchas historias; unos recuerdan el maravilloso Stade Reims y su "Fútbol Champagne" sin corsés y sin miedos, otros recuerdan su personalidad arrolladora y otros viven embelesados con aquella pareja que formó junto a Fontaine en 1958 y que estuvo a punto de dejar sin mundial a Pelé, Garrincha y compañía.
Los detalles, los pases filtrados, los viajes camino al cielo, los driblings imposibles y las sonrisas tran cada gol solamente han quedado en la memoria de quienes realmente supieron saborear el juego de un tipo singular al que apodaron "Napoleón" por su baja estatura y por su manera de organizar a sus ejércitos en el terreno de juego; como un emperador al mando, todo el equipo jugaba para él.
Era aún un adolescente bisoño cuando sus más allegados le animaron a presentarse al concurso de jóvenes talentos que, cada año, organizaba la Federación Francesa de Fútbol. Fue un adolescente bisoño de baja estatura que ganó el campeonato en su región y accedió a la final nacional. Y fue por ser un adolescente bisoño y de baja estatura que los jueces le relegaron a un segundo puesto con un consejo que se llevó el diablo; "si no creces, chaval, no podrás jugar al fútbol". No sabían aquellos tipos cuánto se equivocaban. Kopa no sólo jugó al fútbol sino que lo hizo como los ángeles, en una carrera profesional que se alargó durante dieciocho años y que le reportó seis campeonatos de liga y tres copas de Europa.
El "fransuá", como le apodaron sus compañeros del Madrid, era un tipo listo, ágil, perspicaz. Un talento puro que deslumbró a muchos y provocó dolores de cabeza a muchos más. De haber hecho caso a aquellos profetas de la federación, las minas hubiesen ganado una espalda y el fútbol hubiese perdido un genio.
Con veintiún años recién cumplidos viste por vez primera la camiseta azul de la selección nacional francesa. Aquella convocatoria, en un país que aspiraba pero no alcanzaba, fue celebrada como un éxito por parte de la afición gala. Casi tanto como el día en que, años más tarde, decidió regresar a casa para vestir la nuevo la zamarra del Stade Reims y sacar brillo a su palmarés con dos nuevos títulos de liga.
En aquellos tiempos el fútbol competitivo de verdad se disputaba en sudamérica y en Europa había dos naciones, Inglaterra e Italia, que se disputaban el trono de candidatas a presidir el cortijo. Francia, sin tradición, sin figuras y sin una afición realmente implicada, simplemente aspiraba a crecer, a disputar un mundial y dar esplendor a su nombre después de la sufrida victoria en la gran guerra contra los nazis. Y aquella Francia, que aún supuraba el pus de la pólvora, se clasificó para el mundial de 1954. Y aquella Francia, con Kopa como estandarte y Fontaine como estilete, representó con honor un nuevo fútbol en el mundial de 1958, aquel en el que Raymond Kopaszewski fue nombrado mejor jugador del torneo y aquel que le reportó el Balón de Oro entregado a finales de año.
Es posible que los jueces de la FIFA hubiesen ignorado la presencia de Pelé y Garrincha en aquel torneo a la hora de valorar los méritos para hacer entrega del trofeo al mejor jugador. Y es posible que Kopa, liberado de toda responsabilidad, hubiese demostrado que su posición en el campo era la de artista libre. Una posición, la de organizador, que había ocupado en el Stade Reims y que desempeñaba en cada partido internacional con la selección francesa. Pero una posición que en el Real Madrid estaba vetada puesto que era propiedad legítima de Alfredo Di Stéfano. De esta manera, y tras aterrizar en Madrid, Kopa hubo de reinventarse y desplazar su radio de acción a la banda derecha. El genial centrocampista se convirtió en un habilidoso e incisivo extremo; un número siete que formó uno de los vértices de la que, cuentan, fue la mejor delantera jamás vista en un campo de fútbol: Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento. Habilidad, visión, dirección, gol y velocidad. Cinco elementos imprescindibles en una misma delantera. Un aplauso perpétuo, un sueño hecho realidad, un recuerdo imborrable.
Kopa llegó a Madrid en el verano de 1956 haciendo extensible la máxima que dice que si no puedes con tu enemigo únete a él. Meses antes, su Stade Reims había perdido la final de la primera edición de la Copa de Europa ante las huestes de Santiago Bernabéu. El presidente blanco, ávido por fabricar un equipo inolvidable, se hizo con el fichaje del mejor jugador francés y completo un repóker de ases. Tres años más tarde, exactamente después de que el Madrid le volviese a ganar la final de la Copa de Europa al Stade Reims, Kopa decidió regresar a casa. Allí permaneció ocho más hasta completar una carrera plagada de honores y momentos culminantes.
Cuentan que, durante el transcurso del mundial de 1958, Santiago Bernabéu envió a un emisario a Suecia para que le informase sobre los mejores futbolistas del campeonato y tantease su posible fichaje. Después de la exhibición de Francia frente a Irlanda del Norte en cuartos de final, el presidente del Madrid recibió una llamada en su despacho: "Presidente, no podemos fichar al mejor porque el mejor ya juega con nosotros". Aquel partido supuso la consagración definitiva de aquel chico que había empezado a trabajar siendo un adolescente, que conoció el miedo después de perder un dedo en la mina, que conoció el hambre en el seno de una familia de inmigrantes polacos y que conoció la duda el día que decidió acotar su apellido, llamarse Kopa, acentuar la "a" y vestir para siempre la camiseta de la selección francesa.
El miedo, el hambre y las forjaron un espíritu imbatible. Nunca se dejó derrotar por la decepción ni cuando fue fichado por un equipo de segunda tras llegar a la final del concurso de talentos. Nunca se conformó con mucho si podía tenerlo todo y por ello abandonó el Reims y el estatus de ídolo que se había fabricado para fichar por el Real Madrid. Nunca hubo un defensor que le intimidase mientras él escondía el cuero y salía de la jugada a base de quiebros, pisadas o túneles. Nunca hubo un techo para sus aspiraciones y así lo reflejaron sus ojos el día que fue nombrado como tercer mejor futbolista francés de todos los tiempos por la revista France Football.
Quizá Platini y Zidane fueran mejores. Ellos levantaron trofeos como capitanes de una Francia reinventada, ellos contaron con la ventaja de un fútbol en color y guardado en vídeo, ellos aún permanecen frescos en la memoria de los más jóvenes. A tipos como Kopa y otros tantos futbolistas de su generación, les cuesta demostrar lo buenos que fueron porque se ven obligados a recurrir al boca a boca y a la historia del abuelo cebolleta. Era otro tiempo y era otro fútbol, pero para que el aire recorra una casa primero hay que abrir la puerta. Kopa, Fontaine y sus compañeros abrieron las puertas al fútbol en Francia y desde entonces han sido muchos los que han cruzado el umbral y solamente uno fue el primero en ganar el Balón de Oro.
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