Durante años anduvimos glosando las divinidades
de los futbolistas que formaban la segunda unidad de la selección española.
Ellos dotaban al equipo de ese toque de distinción que solamente ofrece el
detalle certero, el pase en el momento justo, el regate solemne que desatasca
una jugada desde cualquier costado.
Resultaba que los Silva, Iniesta, Busquets, Pedro
y Fábregas funcionaban dentro del mecanismo porque, junto a ellos, jugaban otro
cuatro tipos con alma de líder y pie de seda. Probablemente España no
encontrará un líder silencioso como Puyol, experto, además en apagar cualquier
conato de incendio en la zona defensiva. Pero si España no sufría en el aspecto
defensivo no era por la exclusividad presencial de Puyol sino porque justo un
paso por delante, encontraba el tácto sutil de Xabi Alonso y el incansable
dinamismo de Xavi Hernández.
Xabi y Xavi han sido, probablemente, los dos
mejores centrocampistas en la historia de nuestro fútbol. Dos líderes que
escalonaban sus posiciones para no molestar su fútbol. Alonso iniciaba y
Hernández culminaba. Si a la hegemonía aplastante de la sala de máquinas
sumamos el irrepetible romance con el gol de David Villa, explicamos porque la
selección dominó durante un lustro el panorama futbolístico mundial.
Para los jugadores de la segunda unidad resultaba
fácil destacar porque, en realidad, viajaban en un yate capitaneado por cuatro
estupendos marineros. Pero cuando los capitanes se fueron bajando, uno a uno,
en los distintos puertos de su destino, acaeció el trauma de la sucesión. De
repente, los tipos que ejercían como complemento, debía ser los mismos que
tomaran el timón de la nave.
Los comienzos fueron duros. El mundial de Brasil
ya puso a España con los pies en el suelo y los primeros partidos de
clasificación de cara a la Euro de 2016 fueron tan traumáticos como
preocupantes. No era sólo que España jugase mal, es que no encontraba un tipo
sobre el que hacer circular la pelota. De repente nos dimos cuenta de que Piqué
no era Puyol, que Silva no era Xavi, que Koke no era Alonso y que Diego Costa
no era Villa. Eran excelentes jugadores, sí, pero no los mejores del mundo en
sus puestos. Asimilar aquello condujo a una intranquilizante depresión.
Es menester de un buen entrenador manejar los
recursos disponibles y saber encajar las piezas de modo que el engranaje
funcione de manera correcta. Del fútbol, como sabemos, se encargan los
jugadores. Si algo caracterizó a Del Bosque a lo largo de su carrera como
entrenador es su sapiencia en la gestión de grupos y en la tranquilidad a la
hora de superar las situaciones adversas. Ante el alarmismo, recapacitación.
Para encontar el equipo y, sobre todo, para
reencontrar el juego, Del Boque tuvo que tomar algunas decisiones que, aunque
perecieran sencillas, hubieron de resultar trascendentales. La confianza en el
eje de seguridad formado por Casillas, Ramos y Piqué fue plena y eso reforzó el
discurso por encima de las adversidades porque ningún otro futbolista ha
sufrido más la crítica que el portero del Oporto y el central del Barça. Ante
la ansiedad, confianza.
Lopetegui viró el timón de los designios
confiando en el bloque que le dio éxito como entrenador. Más allá de los
intocables, comenzó a introducir varias piezas de recambio a las que otorgó
plena confianza. La selección de hoy, más allá de los pesos pesados, es la
selección de Isco y Asensio. Y promete ser la selección de Thiago y Carvajal. Y
quien sabe si la de Saúl y Iago Aspas. Ante el desacierto, concienciación.
Pero la decisión más importante de este nuevo
plan de choque es la de retrasar la posición de Iniesta hacia el eje de
creación. Se trata de entregar al capitán el timón de la nave y hacerle saber
que él es, a día de hoy, nuestro mejor jugador. Iniesta no tiene la capacidad
organizativa de Xavi pero su fútbol es casi igual de intuitivo y, sobre todo,
más desequilibrante. Sin Xavi España dejó de gobernar la posesión, pero con
Iniesta espera conquistar la gloria de los últimos metros. Para ello se
necesita una rápida adaptación del trío de ataque. Isco, Busquets y Silva ya
conocen el sistema, ahora les toca a Rodrigo y a Diego Costa saber qué es lo
que el equipo quiere de ellos. Ante la duda, capacidad de resolución.