Aprendiz de todo y maestro de nada. La vida de los artistas es la vida de los tipos que miran al pasado
con ojos de futuro. Nada está escrito, todo está por escribir. La vida de los tipos que fijan nuestra memoria, es la vida de aquellos que, con mayor o menor empuje, disfrutaron su momento porque, en el filo de su condición, su único compromiso era el de hacer disfrutar a los demás.
A Houseman le apodaron "el loco" porque imaginaba lo imposible y ejecutaba lo elemental. Siempre con una pierna por fuera de la línea de cal, esperaba el momento para deslumbrar y deslumbraba por naturalidad antes que por talento. Como el talento, además, le sobraba, no le valía un detalle para acostumbrar al público, su verdadera condición le empujaba a seguir driblando incluso más allá del terreno de juego.
Bohemio, soñador y traficante de carcajadas, se perdió en la noche mientras intentaba buscarse en cada mañana. Se aferró al alcohol, como esos otros genios de la historia a los que llamaron incomprendidos y solamente se empeñaron en hacernos comprender lo puñetera que es la vida cuando no hay una tribuna que te arrope. Su caída a los infiernos fue lenta, pero sonora. La explosión, mientras duró, fue arrolladora, porque hacía mucho tiempo que no se veía un wing con sus condiciones. Porque ha pasado mucho tiempo y aún sigue sin haber un loco capaz de vivir de puntillas sobre la línea de cal.
El legado, más allá de su juego, vive en el recuerdo. Los artistas, como los bohemios, los locos o los juguetes rotos del destino, viven por delante y mueren por detrás. Y más allá de los errores, es cuando perdemos la referencia, cuando nos aferramos, firmemente, a los recuerdos. Huracán llora el adiós del mejor jugador de su historia. Y Argentina llora la muerte del tipo que, durante unos años, condujo la transición de un equipo que prometía sueños a un equipo que confirmó realidades.
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