La ilusión de que en Londres se iba a jugar al fútbol duró 9 minutos, los que tardaron Vrsaljko y un árbitro llamado Turpin, al que no habría problema en rebautizar como Torpón o como Lupin (Arséne Lupin), en convertir el partido en otra cosa. El croata demostró, otra vez, que su cabeza no está a la altura de sus condiciones con una entrada irresponsable ya con amarilla. El francés demostró que su nivel no está a la altura de unas semifinales, con una tarjeta injusta al minuto y una falta de criterio alarmante después. El caso es que, con la expulsión, se acabó el fútbol y empezó otra cosa: la supervivencia.
Y ahí se reencontró el Atleti.
Simeone montó una escena premeditada para devolver a su equipo a un terreno en el que se encuentra como en casa: el de víctima. Siempre incómodo como favorito, el Atleti del Cholo ha hecho del yo contra el mundo su hábitat natural. Del "molestamos" al "equipo del pueblo", sus conscientes disfraces han funcionado como un reloj: desquician al rival, encienden a los suyos. En Londres volvió a pasar.
El Atleti se olvidó de tener que demostrar nada a nadie que no fuera de su familia. Volvía a ser el equipo de 2013 y 2014, el abocado a perder convencido de que iba a ganar, el que no veía amigos a su alrededor por más Donettes que comprase. Empezó defendiendo su área como si la línea del mediocampo fuese Finisterre y el Arsenal, pese a un gran Lacazette, entendió que no tenía que marcar goles sino rendir a unos fanáticos. Imposible.
Sobre todo mientras exista Oblak. Que el Atlético ande racaneando con su renovación es esperpéntico. Si semejante portero te pide tu casa para quedarse, se la entregas reluciente y con una sonrisa. Lo único que hay que negociar con él es si se le paga en billetes grandes o pequeños.
Y cuando el Arsenal encontró el 1-0, el destino al fin le hizo un guiño está temporada a Griezmann. Un error suyo costó el gol inglés, una aparición de la nada suya convirtió la tragedia en comedia. Para eso están las estrellas y él lo es. No conviene olvidarlo con cada fallo.
Y así acabó la noche. El Atleti volvió a sentirse víctima y salió verdugo. Recordó la máxima que olvidó en Champions en el Bernabéu hace un año: sobrevivir para luchar otro día. Y vaya si sobrevivió. No fue fútbol, fue otra cosa. Fue el Atleti.
Y ahí se reencontró el Atleti.
Simeone montó una escena premeditada para devolver a su equipo a un terreno en el que se encuentra como en casa: el de víctima. Siempre incómodo como favorito, el Atleti del Cholo ha hecho del yo contra el mundo su hábitat natural. Del "molestamos" al "equipo del pueblo", sus conscientes disfraces han funcionado como un reloj: desquician al rival, encienden a los suyos. En Londres volvió a pasar.
El Atleti se olvidó de tener que demostrar nada a nadie que no fuera de su familia. Volvía a ser el equipo de 2013 y 2014, el abocado a perder convencido de que iba a ganar, el que no veía amigos a su alrededor por más Donettes que comprase. Empezó defendiendo su área como si la línea del mediocampo fuese Finisterre y el Arsenal, pese a un gran Lacazette, entendió que no tenía que marcar goles sino rendir a unos fanáticos. Imposible.
Sobre todo mientras exista Oblak. Que el Atlético ande racaneando con su renovación es esperpéntico. Si semejante portero te pide tu casa para quedarse, se la entregas reluciente y con una sonrisa. Lo único que hay que negociar con él es si se le paga en billetes grandes o pequeños.
Y cuando el Arsenal encontró el 1-0, el destino al fin le hizo un guiño está temporada a Griezmann. Un error suyo costó el gol inglés, una aparición de la nada suya convirtió la tragedia en comedia. Para eso están las estrellas y él lo es. No conviene olvidarlo con cada fallo.
Y así acabó la noche. El Atleti volvió a sentirse víctima y salió verdugo. Recordó la máxima que olvidó en Champions en el Bernabéu hace un año: sobrevivir para luchar otro día. Y vaya si sobrevivió. No fue fútbol, fue otra cosa. Fue el Atleti.