Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



Mostrando las entradas con la etiqueta agua. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta agua. Mostrar todas las entradas

miércoles, 29 de octubre de 2014

Lo que deja la lluvia



Andrajos del alma
que se van
por el cordón cuneta
enredados
con papeles,
ramas
y botellas de plástico.
La lluvia se lleva
la resaca.
Limpia.
Limpia...
Pero deja la certeza
de que todo
volverá a ensuciarse.

............................

miércoles, 3 de octubre de 2012

Luz


El agua se deslizó por las ventanas, dibujando tortuosos surcos en el polvo que cubría los cristales.

En la última hora de la tarde había comenzado a llover copiosamente, y ahora, ya entrada la noche, el suelo estaba anegado, y los relámpagos continuaban su intermitente irrupción en la oscuridad del cielo.

La violencia y el estruendo de un rayo se hicieron sentir por sobre el cercano bosque de pinos, y el eco de la descarga se fue apagando, lentamente, hasta perderse en los arbustos que rodeaban la ruinosa casa.

Adentro, el hombre permanecía ajeno a aquel despliegue de efectos visuales y sonoros que ofrecía la Naturaleza. La tormenta lo había sorprendido mientras caminaba hacia el pueblo, y se había guarecido en aquel lugar abandonado.

Su mirada se perdía tras la espesa cortina de agua, pero no veía la noche.

La carta que ella le enviara, cuidadosamente doblada junto a su pecho, había transformado su vida en un permanente día de sol.
..................................................................

martes, 4 de septiembre de 2012

Deslumbramiento


            Su vida era apacible. Un lugar cómodo para vivir, y la cercanía del agua, donde se procuraba con facilidad el alimento.

            Se deleitaba contemplando el cielo estrellado, por las noches, y el gozo era sublime cuando la luna aparecía, llena, espléndida, y bañaba todo con su luz plateada.

            También durante el día resultaba agradable vivir allí. Tenía un ambiente fresco y sombreado. Y al mediodía, cuando el sol alcanzaba su cenit, el espectáculo resultaba impresionante.

            Y esa belleza cegadora fue la desencadenante de la tragedia.

            El disco incandescente, que ese día parecía estar enviando toda su luz hacia aquel trozo de agua, le impidió prevenir el golpe, y éste resultó fatal.

                                                           * * *

            El casero tiró de la cadena, que giró, cantarina, en la rondana. Cuando el balde asomó a la luz del brocal del aljibe, el hombre observó, con tristeza, el cuerpecito inerte de la ranita flotando en el agua. Lo lamentó, por la importancia que tenía para mantener el agua limpia de insectos.
.......................................................................................................................

domingo, 20 de mayo de 2012

Vacaciones


           Parecen estrellas de mar. Giran... Giran... Sus brazos ondulan... Pero se ven enormes, y están suspendidas en el aire de mi dormitorio. Sí, reconozco mi habitación, aunque las paredes aparecen pintadas de colores fluorescentes, y los rincones han adquirido una oscuridad tan profunda, que me resulta imposible definirla.

            Desde allí, desde esos ignotos rincones,  me llegan voces, en animada conversación. Una de ellas es, claramente, la de mi abuela Orietta. Sí. Es inconfundible. La he extrañado mucho, ya hace dos años que murió. Entonces... ¡Claro! ¡Estoy soñando! Respiro, aliviado. Ya había empezado a preocuparme.

            Bebo un poco de agua, del vaso que está sobre la mesa de luz, y me dispongo a dormir nuevamente. Mañana es mi día libre, por lo que he apagado el reloj y el celular. Tal vez esa extraña danza de las estrellas de mar me sirva de arrullo, para conciliar el sueño.

            No sé cuánto tiempo he dormido. El estridente sonido de mi celular me saca, violentamente, del pozo profundo en que me veía, girando. Los párpados me pesan y, entre el embotamiento que me produce la somnolencia, alcanzo a distinguir que no es la alarma, sino una llamada. Atiendo, y de nuevo la sorpresa me invade

            — ¡Hola! ¡Mi nieto querido! ¿Cómo has estado? Soy tu abuela, Orietta.

            Mis labios se mueven, maquinalmente, y sé que he pronunciado algunas palabras, pero no escucho mi propia voz.

            — Claro que sí, cariño — su voz me suena como si la tuviera al lado— ¿Sabes?
Hace un momento estaba hablando de ti, con unas amigas. Les contaba de tu afición por el mar. Espero que mi accidente no te haya afectado, al punto de que reniegues de tus gustos.

            Mi abuela viajaba en un crucero, que se hundió cerca de las costas de Italia. Fue un accidente tonto, pero se cobró muchas vidas. Mientras las imágenes pasan por mi mente, le respondo algo, que tampoco puedo escuchar.

            — ¡Me alegro muchísimo! Eso me tranquiliza, y realmente hará más llevadera mi estancia aquí. ¡Te quiero mucho! ¡Un beso grande!

            Y cortó.

            Todavía aturdido, voy a dejar el celular sobre la mesa de luz, pero está llena de algas, que tengo que apartar. Entonces, recuerdo que había apagado el aparato, antes de acostarme. Comprendo que, nuevamente, estoy soñando. Esta vez el alivio es mayor. Por supuesto que mi abuela fue un ser muy especial para mi, y es lógico que la recuerde, aún en sueños. También es comprensible que aparezca el mar, dada la fascinación con que me atrae, desde niño. Pero la voz me ha sonado tan nítida, que todavía estoy estremecido por el horror.

            No se vislumbra, aún, la claridad del amanecer, pero decido que es mejor levantarme. Tal vez, más tarde, intente dormir otro poco. Me incorporo en la cama y, al bajar los pies, buscando mis pantuflas, éstos se hunden en el agua helada. El contraste entre el calor de mi piel, saliendo de entre las sábanas, y el frío inesperado del agua, termina de despertarme. ¿Qué está pasando? ¿Otra vez, la tubería del baño? Descalzo, camino hacia allí, notando que piso algo blando... ¡Arena! ¿Cómo es posible? ¡En el piso de mi dormitorio! ¡Ni siquiera en una inundación, estoy en un tercer piso!

            Me digo a mi mismo que debo tranquilizarme. Todo debe tener una explicación racional. Calma... Calma. ¡La ventana! ¡Eso es! Abrir, observar la noche, dejar que entre el aire fresco. Eso me ayudará a pensar. Camino hacia la pared, ya mis pies se han acostumbrado al frío del agua, dándome la sensación de que estoy totalmente sumergido. Intento abrir, pero... ¡Qué distraído! ¡Con mi experiencia, y no recordar que los ojos de buey no se abren! Me sonrío, agradeciendo que nadie me esté observando.

            Me dirijo al pasillo, viendo de reojo que ya el agua cubre la cama y la mesa de luz. ¡El celular! Pero ya es tarde. El agua, que se mece suavemente, ha deslizado el aparato, que se hunde rápidamente. ¡Qué contratiempo! ¿Cómo haré, ahora, para comunicarme con mi abuela, que viaja en un camarote al otro lado del barco?
................................................................................................................................................................

lunes, 12 de marzo de 2012

Jornada


Ha sido una tarde de mucho calor. Al anochecer, se levanta una brisa fresca, pero en el interior de las oficinas, el aire continúa pesado, húmedo, tibio.

Me siento frente al escritorio y tomo mis hojas en  blanco. Quisiera tener la facilidad de muchos escritores, que cuando deciden escribir algo, lo hacen y listo. Nada de luchas infructuosas con la inspiración, ni llamadas estériles a las Musas.

Miro hacia el fichero, donde las tarjetas de los empleados de la fábrica asoman, ordenadas, como teclas o peldaños, pero con números. Unos números grandes, dibujados con tinta oscura, que resalta sobre el suave rosado del cartón. Las Musas deberían marcar tarjeta. Cumplir un horario. Entonces, uno sabría a qué atenerse. Sería sencillo: uno escribiría en el horario –predecible- en que ellas estuvieran activas.

Sigo observando el fichero. Está ubicado justo bajo el aparato del aire acondicionado. Me han prevenido que, en días húmedos, como éste, es muy común que el aparato comience a gotear, y se debe evitar que las tarjetas se mojen. No termino de pensar en esto, cuando veo caer las primeras gotas. Cuando quiero reaccionar, ya es un chorro de agua.

Me pongo de pie, pero el oleaje sacude demasiado el barco. Debo agarrarme con ambas manos a los bordes del escritorio. Espero no sentir náuseas. El mar está embravecido. A la luz de los relámpagos, las crestas de las olas parecen garras, que se ciernen sobre las frágiles siluetas de los veleros. Sí, porque allí, más adelante, alcanzo a distinguir al otro barco, luchando denodadamente contra la tormenta. El viento infla las velas, y se nota la pericia de los capitanes, conduciendo sus naves. Se escuchan los gritos, las órdenes, el rechinar de las maderas, a punto de romperse, el estallido de las olas, golpeando contra el casco, y el agua que cae a raudales sobre la cubierta.

De pronto, tan sorpresivamente como comenzó, la tempestad amaina, y el mar vuelve a quedar sereno. Unas láminas rectangulares se ven flotando por doquier. Debe ser la carga de uno de los barcos, que ha sufrido una avería.

Aún estoy temblando, pero ya puedo soltar mis manos del escritorio y ponerme de pie. Necesito asegurarme que todo está en orden. Sí. El aire acondicionado continúa goteando, pero no alcanzó a mojar el fichero. ¡Qué alivio! Llegué a pensar que aquellas láminas, flotando... Tampoco se han mojado los dos cuadros, con imágenes de antiguos veleros, que cuelgan a los costados del fichero. ¡Son tan bonitos! ¡Parecen tan reales! Sería una lástima que se estropearan.

Escucho unos pasos. Es una Musa, que toma su tarjeta del fichero, y marca su salida.

Hugo Jesús Mion.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Recodo

La gran piedra observa,
desde la otra orilla,
cómo la corriente
se lleva los días.

Es ella la causa
de que haya desviado
sus pasos el río,
formando un recodo.

La arena, que viene
en el vientre del agua,
tenaz y paciente,
engendró la duna.

El cielo se acerca,
tímido, hasta el agua.
Pero la espesura
del bosque le impide

tocarla, y entonces,
con una infinita
ternura le deja
su faz reflejada.

Por sobre los árboles,
redonda y curiosa,
asoma la luna.
Y un collar de estrellas

anuda su brillo
al cuello de la noche,
realzando el vestido
de alargadas sombras.

Cuando todo calla,
y sólo se escucha
el rumor del agua,
besando las piedras,

tomo entre mis manos
un canto rodado
y lo acuno en lágrimas,
porque tú no llegas.