Parecen estrellas de mar. Giran... Giran... Sus brazos
ondulan... Pero se ven enormes, y están suspendidas en el aire de mi
dormitorio. Sí, reconozco mi habitación, aunque las paredes aparecen pintadas
de colores fluorescentes, y los rincones han adquirido una oscuridad tan
profunda, que me resulta imposible definirla.
Desde allí,
desde esos ignotos rincones, me llegan
voces, en animada conversación. Una de ellas es, claramente, la de mi abuela
Orietta. Sí. Es inconfundible. La he extrañado mucho, ya hace dos años que murió.
Entonces... ¡Claro! ¡Estoy soñando! Respiro, aliviado. Ya había empezado a
preocuparme.
Bebo un
poco de agua, del vaso que está sobre la mesa de luz, y me dispongo a dormir
nuevamente. Mañana es mi día libre, por lo que he apagado el reloj y el celular.
Tal vez esa extraña danza de las estrellas de mar me sirva de arrullo, para
conciliar el sueño.
No sé
cuánto tiempo he dormido. El estridente sonido de mi celular me saca,
violentamente, del pozo profundo en que me veía, girando. Los párpados me pesan
y, entre el embotamiento que me produce la somnolencia, alcanzo a distinguir
que no es la alarma, sino una llamada. Atiendo, y de nuevo la sorpresa me
invade
— ¡Hola!
¡Mi nieto querido! ¿Cómo has estado? Soy tu abuela, Orietta.
Mis labios
se mueven, maquinalmente, y sé que he pronunciado algunas palabras, pero no
escucho mi propia voz.
— Claro que
sí, cariño — su voz me suena como si la tuviera al lado— ¿Sabes?
Hace un momento estaba hablando de ti, con unas amigas. Les
contaba de tu afición por el mar. Espero que mi accidente no te haya afectado,
al punto de que reniegues de tus gustos.
Mi abuela
viajaba en un crucero, que se hundió cerca de las costas de Italia. Fue un
accidente tonto, pero se cobró muchas vidas. Mientras las imágenes pasan por mi
mente, le respondo algo, que tampoco puedo escuchar.
— ¡Me
alegro muchísimo! Eso me tranquiliza, y realmente hará más llevadera mi
estancia aquí. ¡Te quiero mucho! ¡Un beso grande!
Y cortó.
Todavía
aturdido, voy a dejar el celular sobre la mesa de luz, pero está llena de
algas, que tengo que apartar. Entonces, recuerdo que había apagado el aparato,
antes de acostarme. Comprendo que, nuevamente, estoy soñando. Esta vez el
alivio es mayor. Por supuesto que mi abuela fue un ser muy especial para mi, y
es lógico que la recuerde, aún en sueños. También es comprensible que aparezca
el mar, dada la fascinación con que me atrae, desde niño. Pero la voz me ha
sonado tan nítida, que todavía estoy estremecido por el horror.
No se
vislumbra, aún, la claridad del amanecer, pero decido que es mejor levantarme.
Tal vez, más tarde, intente dormir otro poco. Me incorporo en la cama y, al
bajar los pies, buscando mis pantuflas, éstos se hunden en el agua helada. El
contraste entre el calor de mi piel, saliendo de entre las sábanas, y el frío
inesperado del agua, termina de despertarme. ¿Qué está pasando? ¿Otra vez, la
tubería del baño? Descalzo, camino hacia allí, notando que piso algo blando...
¡Arena! ¿Cómo es posible? ¡En el piso de mi dormitorio! ¡Ni siquiera en una
inundación, estoy en un tercer piso!
Me digo a
mi mismo que debo tranquilizarme. Todo debe tener una explicación racional.
Calma... Calma. ¡La ventana! ¡Eso es! Abrir, observar la noche, dejar que entre
el aire fresco. Eso me ayudará a pensar. Camino hacia la pared, ya mis pies se
han acostumbrado al frío del agua, dándome la sensación de que estoy totalmente
sumergido. Intento abrir, pero... ¡Qué distraído! ¡Con mi experiencia, y no
recordar que los ojos de buey no se abren! Me sonrío, agradeciendo que nadie me
esté observando.
Me dirijo
al pasillo, viendo de reojo que ya el agua cubre la cama y la mesa de luz. ¡El
celular! Pero ya es tarde. El agua, que se mece suavemente, ha deslizado el
aparato, que se hunde rápidamente. ¡Qué contratiempo! ¿Cómo haré, ahora, para
comunicarme con mi abuela, que viaja en un camarote al otro lado del barco?
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