Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



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jueves, 5 de septiembre de 2013

Cábala


         La pelota está colocada en el punto penal. Siento que toda la adrenalina del mundo corre por mis venas. El arquero camina lentamente hacia el arco, llega al centro, y se da vuelta muy despacio, en una guerra de nervios. Se agazapa y mira fijamente el balón, como si quisiera detenerlo con la mirada.
         
         En las tribunas se ha hecho un silencio espeso, palpable. Parece que todos han dejado de respirar, y que el tiempo también se ha quedado en suspenso. No es para menos, el momento es decisivo: si el disparo termina en gol, mi equipo logrará el campeonato. Pero si sale desviado, o el arquero lo ataja, será nuestro eterno rival el que salga campeón. ¡No quiero ni pensarlo! He implorado a todos los santos habidos y por haber y, temerariamente, me he colocado la camiseta número trece. ¡Sí! ¡La trece! Contra la opinión de todos, yo no creo que la mala suerte pueda provenir de una cifra.

            Así que aquí estoy, preparado para la gran definición. Pero… ¿Qué pasa? ¡No puede ser! Siento un dolor muy fuerte en el pie derecho. ¡Es un calambre! ¡No, no, no, ahora no, por favor! ¡El árbitro se lleva el silbato a la boca, ya va a dar la orden!

            El dolor se torna insoportable, y ya no puedo mantenerme en pie. Todo gira a mi alrededor, y siento que caigo en cámara lenta. Todo se vuelve borroso: la pelota, el arco, la gente…


            Unos brazos me sostienen,  impiden que me golpee contra el suelo. El sombrero de colores me cubre los ojos. Alguien me quita la cerveza de las manos, mientras desde el televisor se escucha el grito de gol… ¡Somos campeones!

domingo, 24 de marzo de 2013

Gestación




            El titilar del cursor amenaza convertirse en una visión insoportable. Su sonido, inexistente, comienza a crecer en el centro de mi cabeza, como un martillo que, golpe a golpe, va hundiendo un clavo, que penetra hasta el tuétano de mi voluntad.
            Ese pequeño punto arriba, a la izquierda de la pantalla en blanco, se me aparece como el ojo de un remolino, por donde se fueron todas las palabras.
            El cursor sigue machacando, y el dolor llega hasta los dedos, que languidecen sobre el teclado. Las letras, otrora cómplices de incontables aventuras, han tornado signos incomprensibles, revoltijo de trazos desconocidos.
            El caos, ensombrecido, sube brazos arriba y acongoja al corazón, que no puede reprimir una lágrima. La angustiosa perla rueda mejillas abajo, y cae blandamente sobre la hoja en blanco. Mis ojos, enrojecidos por la estéril vigilia, reparan en la brevísima mancha que se ha dibujado en el papel. Entonces, el ensordecedor tableteo del cursor se detiene bruscamente, y mi mirada, atónita, asiste al nacimiento de las primeras letras:

Llanto que has venido
en auxilio de mi alma
que, desorientada,
imploraba el milagro
de ver destruidos
los muros horrendos
donde, prisionera,
mi musa clamaba.
Llanto que haces fértil
mi imaginación,
donde fluyen de nuevo,
en versos, mis palabras.
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martes, 12 de marzo de 2013

Vida




          La humeante taza de café, como otras veces, le ha servido de excusa para dejarse llevar por los recuerdos. Con los ojos entrecerrados, se reclina un poco en el sillón. La madera de haya cruje levemente. Los mullidos almohadones, forrados de piel natural, amortiguan su peso. Imágenes de diferentes momentos de su vida comienzan a desfilar, en una lenta secuencia, como si el inmenso televisor de plasma de cincuenta pulgadas, que domina la sala, se hubiera puesto de pronto a trasmitir su biografía.

          Se ve más joven, en las aulas de la Universidad, audaz y pujante, con la mirada llena de sueños por cumplir. Imposible olvidar el día de su graduación: el ingeniero más joven de su generación, con las máximas calificaciones. Los éxitos, que comienzan a sucederse en progresión geométrica, la fama, el reconocimiento… Y ella. Ella, que llena todos los espacios que quedaban vacíos, y redondea la perfección de su vida.

          La boda. Los viajes. Los hijos. ¡Ah, los hijos! ¡Cómo transformaron su vida! La alegría inundaba los rincones de la casa. Y todo coronado por la sonrisa, plena de felicidad, de la mujer amada.

          Un suave tintineo lo saca de su abstracción. Se incorpora, sin sobresalto. Ya está acostumbrado. Un transeúnte que, al pasar, ha dejado caer una moneda en el sucio cuenco de lata.

          Se arrebuja un poco más bajo las hojas de periódico que lo cubren –apenas- del intenso frío.
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viernes, 28 de diciembre de 2012

Libertad



Estaba sentado junto al enorme ventanal, que daba al jardín. La tarde era luminosa, y los rayos del sol atravesaban la habitación, haciendo resaltar el blanco a la cal que lucían las gruesas paredes.

A lo lejos, por el camino que llegaba hasta la entrada de la casa, se veía venir a alguien, caminando muy despacio. Cuando estuvo a una distancia que le permitió reconocerlo, el hombre se paró de un salto. Acercó su cara casi hasta tocar el cristal de la ventana, como no dando crédito a lo que veía. Luego, caminó nerviosamente por la habitación, de un lado a otro, tratando de decidir qué hacer. Finalmente, se dirigió a la maciza puerta de roble, la abrió, y salió al pasillo. Allí la luz llegaba a través de una claraboya, cuyos cristales de colores daban un aspecto particular al ambiente. Pero no era la luz diáfana que entraba por los ventanales. Aquí, los cuadros y las esculturas proyectaban unas sombras extrañas, matizadas de distintos tonos.

Caminó hasta el otro extremo, y desembocó en un pequeño hall, donde se encontraba la puerta principal. Un instante antes de llegar, recordó que no traía la llave, por lo que giró sobre sus pasos y regresó a la habitación.

Al abrir la puerta, la oscuridad lo envolvió totalmente. Sólo el resplandor que venía del pasillo le permitió caminar unos pasos sin tropezar, pero duró muy poco, porque la pesada puerta se cerró tras él, y todo se volvió negro.

La sorpresa y la oscuridad lo paralizaron por unos minutos. Sintió las manos húmedas y temblorosas. Estiró los brazos, buscando a tientas una de las paredes. Necesitaba llegar al interruptor de la luz. Sus dedos chocaron con la dureza del muro, y comenzaron a recorrerlo. Notaba claramente las aristas irregulares de los toscos ladrillos. Aquello no era su habitación, de paredes lisas y blancas...

De pronto, una tenue luz rasgó la oscuridad, y escuchó unos pasos. Alguien se acercaba por el pasillo, y la luz se hacía cada vez más clara. Podía verlo, a través del hueco de la puerta, que ahora... ¡aparecía cerrado con una reja!

Se acercó a los hierros oxidados, y se aferró a los barrotes, sacudiéndolos, pero no cedieron un ápice. La cadena y el candado evidenciaban no haber sido abiertos en mucho tiempo.

El desconocido llegó frente a la puerta, y colocó en un soporte la lámpara de aceite que traía en su mano izquierda. Una gruesa capucha le cubría la cabeza y le ocultaba el rostro. En su mano derecha traía un plato de lata, con un trozo de pan y un vaso de agua, que dejó al pie de la reja. Luego se fue, lentamente, por donde había venido.

Del otro lado de los barrotes, un grito de horror pugnaba por salir de una garganta, mientras un cuerpo, cubierto de andrajos, se deslizaba, despacio, hasta caer de rodillas, sobre las cucarachas que se disputaban el rancio trozo de pan.
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domingo, 11 de noviembre de 2012

Un blog amigo (III)


Comparto un enlace a mi participación, en este mes de Noviembre, en el blog amigo "Esta noche te cuento".

http://estanochetecuento.blogspot.com/2012/11/nov77-despedida-de-hugo-jesus-mion.html

Los invito a leer éste y los demás textos, de todos los participantes. El tema del mes es: "Como el fuego..."

viernes, 22 de junio de 2012

La siesta


Don Pablo dormitaba en la mecedora, instalada bajo el amplio alero de la vieja casona. Por la galería corría un poco de aire fresco, que resultaba agradable, para contrarrestar los efectos de la tarde veraniega. La calma, obligada, por la intensidad del sol, se había adueñado del jardín, y sólo podía oírse un vago rumor de hojas y algún insecto, que trajinaba a la sombra de los arbustos.

De pronto, ante los ojos entrecerrados del anciano, aquel paisaje, que parecía estático, adquirió vida y movimiento, en la forma de dos alegres niños que corrían de un lado a otro.

El semblante de don Pablo se transformó: todo su orgullo de abuelo afloró en la mirada que dedicó a los pequeños, que jugaban y reían, indiferentes al calor agobiante.

El espacio verde, que separaba la casa de la calle, fue adquiriendo, en los momentos que siguieron, distintas características, según las dictaba la fecunda imaginación infantil: primero fue océano encrespado, donde se debatía el barco del pirata más legendario; luego se transformó en un callejón polvoriento, donde los dos pistoleros más rápidos del Far West se batieron a duelo.

Hubo unos instantes en que la acción se trasladó al frondoso tilo, devenido en inexpugnable castillo, donde dormía el ogro malvado. Tras un breve reposo, a la sombra del “castillo”, y el disfrute del sabroso botín de higos maduros, de nuevo los aventureros coparon el jardín. Porque las naves espaciales necesitan mucho espacio, para sus viajes interplanetarios...

Después, el partido de fútbol: ¡infaltable! Sólo que, a poco de comenzar, se detuvo abruptamente, y la pelota rodó, olvidada, hacia el alambrado que daba a la calle. Es que, en ese momento, Adelaida volvía de la escuela, con su túnica impecablemente blanca, su cabello al viento, su risa...

Se miraron, sonrojados, y se lanzaron furiosamente tras la pelota que, a los pocos minutos, volvió a ser el centro de su atención.

El sol había declinado un poco, y algunos pájaros llegaron, para colgar su música en las ramas frescas de los frutales. Los primeros trinos despertaron a don Pablo que, antes de abrir los ojos, notó que estaba sonriendo. Miró hacia el jardín, sereno, limpio, intocado...

¡Ah! ¡La vida, que no había querido darle nietos!

Y volvió a quedar dormido.

martes, 19 de junio de 2012

Ultimátum


Los rostros evidenciaban nerviosismo y temor. El ambiente, débilmente iluminado, contribuía a aumentar la sensación de opresión. Todos estaban de pie, formando un medio círculo alrededor del enorme escritorio de roble, tras el cual se encontraba, sentado, el jefe supremo de la organización mafiosa: Don Benito.

El Capo fue observándolos, uno a uno, y ninguno fue capaz de soportarle la mirada, especialmente las dos mujeres, que se miraban las puntas de sus zapatos blancos, y restregaban fuertemente sus manos.

La voz surgió profunda y ronca, con una suave frialdad, que erizaba la piel:


— Quiero que sea eliminada. Y no toleraré ningún error, ¿entendido? Ninguno.

Sus ojos, escrutadores, notaron que uno de los hombres, el más obeso, temblaba visiblemente, como si quisiera decir algo y no se atreviera.

— ¿Qué sucede, Giovanni? ¿Hay algún problema? Tú eres el responsable de que no existan fallos.

El hombre hacía girar su gorra entre las manos, y miraba de reojo a sus compañeros, en busca de apoyo.

— Señor... Usted sabe que después... nuestras posibilidades se verán limitadas...

El gesto del jefe perdió algo de dureza, y habló en un tono comprensivo, paternal:

— Lo sé, lo sé. Pero...el médico ha dicho: Ni una pizca de sal. Por lo tanto, la eliminan totalmente de la cocina, ¿capito?
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martes, 12 de junio de 2012

Versión 2.0


            Cayó al suelo, exhausto. Su espada había quedado clavada en el pecho del horrible monstruo. Finalmente, había vencido. Pero estaba aturdido por los golpes recibidos y la cabeza le daba vueltas.

            Notó un hilo, atado fuertemente a uno de sus dedos. Acostumbraba anudarse un hilo para no olvidar las tareas importantes, pero ahora no podía recordar para qué lo había puesto allí.

            Empezó a caminar, buscando la salida, tratando de orientarse por los múltiples pasillos. Fue y vino por varios de ellos, pero siempre encontraba una pared que le cerraba el paso. Después de varias vueltas, el hilo se había enredado, y tuvo que cortarlo para moverse con comodidad.

            Pasó mucho tiempo intentando encontrar la salida, pero nunca lo logró. Aquello era un verdadero laberinto.

            Afuera, cansada de esperar, Ariadna recogió el hilo, hizo una madeja y se retiró, muy triste, pensando que Teseo había muerto a manos del Minotauro.
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miércoles, 30 de mayo de 2012

Resaca


Cuando se despertó, ya la mañana estaba avanzada. No descorrió las cortinas, no hubiera soportado el resplandor del sol.

El recuerdo de la pasada noche de copas, se transformó en náuseas. Fue a la cocina, a prepararse un café, y encendió el televisor. Puso un noticiero, necesitaba saber en qué día estaba viviendo.

El presentador hablaba de una nueva víctima del asesino serial... ¡Cuánta locura! ¡En pleno siglo XXI, alguien se dedicaba a desangrar a mujeres jóvenes, al estilo del conde Drácula!

Fue a beber un sorbo de café, y el tintineo de sus colmillos contra el borde de la taza lo trajo a la realidad.
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viernes, 25 de mayo de 2012

Espectador


El hombre tenía las piernas estiradas, con los pies apoyados sobre la pequeña mesa, que estaba cubierta de platillos con restos de comida. Había varias botellas vacías alrededor del sofá, y el cenicero desbordaba de colillas.


En la pantalla del televisor, la película llegaba a su momento más emotivo: el protagonista lograba rescatar a la muchacha, eliminando a todos sus captores, y la tomaba entre sus brazos, para declararle su amor.

Pero el hombre no pudo disfrutar del desenlace. Hacía más de media hora, el paro cardíaco había sido fulminante.
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jueves, 24 de mayo de 2012

De precauciones se trata


El viento, fortísimo, sacudió violentamente mi casa, y poco a poco, la fue desmantelando.

Afuera, en las sombras, brillaron por un instante aquellos ojos, que me venían acechando desde hacía varios días. No tuve otra opción que huir. Mi vida dependía, ahora, de mi velocidad.

Mientras corría, sintiendo muy cerca el fétido aliento de mi perseguidor, recordé las sabias palabras de mi hermano mayor. ¡Cuánta razón tenía!

Nunca debí construir mi choza de paja.

lunes, 14 de mayo de 2012

Martes y Sábados


             — No importa lo que haya hecho, ni lo que digan de él. Es mi nieto, y punto – dijo Etelvina, y salió de la pieza, apartando de un manotazo el raído trozo de tela que hacía las veces de puerta.


            Afuera, caía una fría y pertinaz llovizna. Todo se iba transformando, lentamente, en barro. Parecía que hasta los pensamientos se mezclaban, en una pasta pegajosa, con la tierra greda empapada.

            Pero a Etelvina nada de eso le importó. Con un pesado bolso en cada mano, se lanzó al camino que conducía al pueblo, si es que se podía llamar camino a aquel tortuoso sendero, donde competían las piedras, los yuyos, y las profundas huellas de los carros, que ahora aparecían llenas de un agua espesa y amarronada.

            El obeso cuerpo de la mujer se bamboleaba, equilibrando su andar con el peso de los bolsos. Aunque eran las dos de la tarde, la plomiza cortina de agua se había robado la luz. La silueta borrosa de Etelvina parecía un enorme pato, que avanzaba trabajosamente por el lodazal. No llevaba nada para protegerse de la lluvia, por lo que el agua se iba adueñando de sus cabellos y de su ropa, aunque no de los bolsos, que estaban bien envueltos en sendas bolsas de plástico.

            Llevaba unas viejas botas de cuero, agujereadas, que no hacían más que entorpecer su caminar, dado que, a cada paso, el barro se les adhería y se llenaban de agua, resultando cada vez más pesadas.

            Tras un rato, que pareció eterno, sus pasos comenzaron a sonar más firmes, en las primeras calles asfaltadas del pueblo. Se detuvo un momento, para alivianar sus botas del molesto barro, y quitarse los cabellos de la cara. Aterida, ya no sentía el frío. Sólo quería llegar a su destino.

            El badajo golpeó tres veces la campana de la iglesia. No se había extinguido aún el sonido del bronce cuando, entre el húmedo gris de la tormenta que arreciaba, apareció la mole, aún más oscura, del edificio de la cárcel.

lunes, 7 de mayo de 2012

Falso testimonio


             La serpiente se arrastraba, sigilosamente. El único sonido audible era el roce de su escamoso vientre, contra el pasto. Unos veinte metros más adelante, un hombre y una mujer discutían acaloradamente.

            De pronto, se escuchó una potente voz, aunque el reptil no pudo ver a nadie. La nueva presencia hizo callar a la pareja, y ellos bajaron sus cabezas, avergonzados. El hombre apuntó con su dedo índice a la mujer, y ésta se irguió, desafiante, mientras pronunciaba unas palabras que, hasta hoy, resultan incomprensibles para el rastrero animal.

            Dijo, señalando hacia el bosque:

            — La serpiente me sedujo, y comí.

lunes, 9 de abril de 2012

Demoledor


El puñetazo le dio de lleno en la cara y le hizo perder el equilibrio. Se golpeó contra la pared y ésta se resquebrajó, dando toda la impresión de que la casa iba a desmoronarse de un momento a otro. Mientras intentaba levantarse, sacudiendo la cabeza, aturdido, alguien trajo un largo tirante de madera, que encajó firmemente en la estructura, para evitar la caída del techo. Como se distrajo, mirando aquella solución de emergencia, el segundo puñetazo lo tomó totalmente desprevenido. Justo en el mentón, de abajo hacia arriba. Fulminante. Su cuerpo se elevó, para después caer con todo su peso sobre la mesa del comedor, que se hizo añicos. La misma persona que había sostenido el techo fue quien trajo los trozos de hielo que lo reanimaron. Todo giraba, sicodélicamente, a su alrededor.

            Hasta que todo se detuvo, bruscamente, tras una combinación de golpes: uno al ojo izquierdo y otro al derecho. Mientras se tambaleaba, observó que, desde la cercana Catedral, iban saliendo los novios, entre la algarabía de la gente, que les lanzaba puñados de arroz. Todos gritaban, aplaudían y reían. En ese momento, comenzaron a sonar las campanas.

            Milagrosamente, se mantenía en pie, cuando el técnico lo abrazó y lo llevó hasta su esquina.

            — ¡Tienes que defenderte! ¡Si te sigue golpeando así, vas a tener alucinaciones!

sábado, 31 de marzo de 2012

Rumbo a la noche


Has subido al autobús, con el corazón palpitante y las palmas de tus manos húmedas, por los nervios. Tu bolso va liviano. Llevas poco, a más de la prisa y la decisión.

Los edificios de la gran ciudad, que tanto te asfixian, ahora pasan veloces, hacia atrás, y se van quedando allá, en el lugar donde juntaste coraje para iniciar el camino.

También se quedan allí, atrás, la sorpresa de tu novio mañana, cuando lea tu carta, escrita en el último minuto, y la melancolía de Marzio, tu gato fiel, que ha entibiado tus manos durante las eternas madrugadas insomnes.

Y quedan, también, tus pequeñas amadas posesiones: la colección de muñecas de tela, que te acompaña desde la adolescencia y la media docena de bonsái, que has tenido la paciencia de cultivar, en ese claustro de treinta metros cuadrados, que se asoma a un décimo piso, y desde el cual puedes contemplar la deprimente faz de otro edificio, más alto y más gris.

Ahora, miras hacia delante. Ves el paisaje, monótono e interminable, y las líneas, blancas y amarillas de la ruta, que se pierden abúlicamente bajo la marcha cansina del vehículo. Será un viaje largo, pero sabes que será un viaje de vuelta: el de ida, lo has hecho tú, viviendo, malviviendo, desde el día en que naciste.

Porque hacia allí te diriges: hacia ese día en que la luz te dolió en los ojos por primera vez. Ese día en que pudiste ver los rostros de quienes, después, serían la razón de tus tormentos.

Las sesiones de hipnosis, a las que concurriste con tanto miedo e ilusión, te permitieron sentir, claramente, el rechazo que generaste en aquellos que debían amarte. Las penurias que siguieron, día tras día, las recuerdas con sólo cerrar los ojos, aunque desearías no hacerlo. Cada imagen que viene de tu pasado, es un fino puñal que abre una nueva herida, destinada a no cerrarse.

No fuiste niña. Nunca te lo permitieron. Debías pagar la culpa de haber nacido y la pagaste con encierro, oscuridad y golpes. Nada de juegos, ni escuela, ni cariño. Sólo odio, sordo e intenso: irracional. Pero un odio que no se atrevió a matarte en el vientre, y que nunca dio el golpe definitivo contra las descascaradas paredes de la miserable casa.

Había, sembrada en ti, una luz inextinguible. Una extraña fortaleza te mantuvo aferrada a los atisbos de vida que te llegaban a través del ventanuco de la pieza. En las casuchas vecinas había niños, perros, risas... Historias que podían catalogarse como normales, aunque hundidas, también, en la miseria.

El autobús se detiene, en medio de la nada, para levantar un pasajero. Eso te distrae y te evades de la tristeza de los recuerdos. Buscas un pañuelo, y recoges con cuidado esas lágrimas, que sientes como perlas.

Observas el entorno. Todo lo que ves es desconocido para ti. Sólo pasaste una vez por ese camino, hace muchos años, y venís huyendo. No tienes imágenes de aquel trayecto, porque en tu mente sólo habían dos cosas: el dolor que dejabas atrás, y la pequeñísima luz de esperanza que adivinabas delante. Tenías diez años, pero habías vivido un siglo.

La familia que te encontró, desmayada a un costado del camino, te salvó la vida. Pero luego, tuvo que darte una vida nueva. Aterrada, desnutrida, analfabeta...tenías miedo hasta de las caricias, porque no las conocías.

Ellos fueron tus ángeles, y decidieron ser tus padres, aunque ya eran ancianos. Doce años junto a ellos redescubrieron en ti al ser humano, aunque las huellas del horror no se han borrado todas, prueba de ello es este viaje.

Los ancianos se amaban entrañablemente, así que cuando uno de ellos murió, el otro no tardó en seguirlo. Pero ya habían hecho su obra, y esas partidas no fueron traumáticas para ti.

Te has hecho más fuerte. Has recibido una excelente educación y has conocido muchas personas. Eres una mujer independiente, vives con austeridad y valoras cada logro, porque sabes lo que es ser nadie. Porque has sobrevivido a un infierno.

En el horizonte, algunos tonos violáceos anuncian el atardecer. Sabes que el autobús llegará a destino apenas entrada la noche. Te pones algo tensa, esto es el presente, y estás llegando al lugar del comienzo.

De nuevo surgen, desordenadas, las imágenes lacerantes. El útero que te trajo al mundo, tampoco sucumbió a los embates del odio. Por otras dos veces volcó su contenido en aquel ambiente de promiscuidad e ignorancia. Y dos pares de ojos brillantes iluminaron tus días, ayudándote a no desfallecer. Sabes que fuiste, para ellos, la única calidez en medio de aquel frío de muerte.

Hoy de madrugada, muy temprano, te han llamado. Ellos, que sobrevivieron dentro del infierno, te buscaron. Y ahora, cuando te bajas del autobús, intentas reconstruir sus rostros, pero sólo aparecen sombras.

Los que sí aparecen, nítidos, son los ojos furiosos de tu “padre”, antes de cada golpiza. Él, -te han dicho- murió hace siete años, en medio de una orgía de alcohol y de cuchillos. No te inmutaste al escucharlo. Sabías que así terminaría.

Caminas, ya por lugares conocidos. Quince años no han borrado la miseria de aquel barrio, tal vez la han agudizado. Aunque es de noche, y las luces son muy pocas, todavía puedes orientarte por aquellas callejuelas. Tus zapatos –ahora llevas zapatos- se hunden en el barro y te cuesta avanzar, como si una extraña fuerza tratara de impedir que, finalmente, llegues a tu destino.

Ahora sí. Es allí. Hay un poco más de luz. Un farol y algunas velas alumbran, fantasmagóricamente, las mismas paredes destartaladas donde sufriste tus encierros. La cortina que hace las veces de puerta está recogida sobre las chapas del techo y, nada más entrar, te das de lleno contra el fin de tus búsquedas.

Unas pocas siluetas, de pelo enmarañado, rodean una caja, hecha de tablas mal clavadas. Y tú quisieras echarte dentro, para volver a entrar en ese vientre inanimado, y perderte por ese útero que ya no palpita, hacia el oscuro mundo del que nunca debiste haber salido.

martes, 27 de marzo de 2012

Caso cerrado



            — Lo que puedo decirte, es que el hombre estaba tranquilamente sentado, mirando la televisión y bebiendo una cerveza. Hacía una hora, más o menos, que había regresado a su casa. En ese momento sucedió todo.

            — ¿Y por qué lo eligieron a él?

            — Si vas al comienzo de la historia, Joao Francisco –que así se llamaba el hombre-, era oriundo del sur de Brasil. Siendo muy joven, se vino al Uruguay, para trabajar en la cosecha del arroz.

            — ¡Oye! ¿Y cómo llegó a hacerse millonario?

            — Siempre fue muy ambicioso y, en cuando pudo ahorrar algo de dinero, comenzó a contrabandear alimentos y cigarrillos. No tardó en ceder a la tentación de traficar drogas, dado que por allí había un trasiego importante hacia los balnearios de la costa oceánica. Corrió con mucha suerte y logró llevar a destino todos los envíos, por eso rápidamente se ganó el respeto de sus pares. Terminó liderando una importante banda de delincuentes.

            — También debe haberse ganado muchos enemigos.

            — Eso es lógico. Además, su ambición lo llevó a eliminar a algunos de sus socios, para quedarse con la mayor parte de las ganancias. Esto, a la larga, siempre causa problemas.

            — Entonces, se trató de un ajuste de cuentas...

            — Los investigadores también pensaron eso, pero al analizar las computadoras y los papeles encontrados en la casa, surgieron otras hipótesis. Por otra parte, viendo la escena del crimen, se nota que los métodos no concuerdan con los que utilizan las bandas de narcotraficantes.

            — ¡Se está poniendo emocionante!

            — ¡Sí! Y descubrieron, en una de sus manos, un objeto que delata la presencia de una mujer. Junto con otras muestras, lo enviaron a Buenos Aires, para que allí realizaran un análisis con las últimas tecnologías.

            — ¿Y cuál fue el resultado?

            — Aquí es cuando surgen los problemas. Por eso me has encontrado en este estado. Verás, la policía logró identificar una posible sospechosa. Si los resultados de los análisis concordaban, tendrían el caso resuelto. Pero, al llegar a este punto... ¡descubro que a la novela le faltan las tres últimas páginas! ¿Puedes creer? ¡Me quedé en ascuas!


viernes, 23 de marzo de 2012

Productividad

          Apoyó la mano derecha sobre la gruesa columna de hierro, que sostenía el foco de luz. Sintió que, de sus dedos, salía un calor abrasador y vio como la columna se doblaba, lentamente. Los cables se estiraron al máximo y luego comenzaron a cortarse, entre chispas y descargas eléctricas.
           Se le iluminó el rostro. Aquello, para él, era un espectáculo inefable, que lo revitalizaba.
           Vio que al otro lado de la calle un hombre observaba la escena, aterrorizado. Pensó que todo se le estaba dando a pedir de boca. Hacía diez minutos que se había materializado en este planeta, y ya había obtenido alimento y un espécimen para estudiar.

domingo, 18 de marzo de 2012

El ómnibus


             Salió corriendo a la calle, con el pelo mojado, recogido en una trenza, y el uniforme escolar puesto a medias. Cuando el ómnibus se detuvo en la parada, a ella le faltaba media cuadra para llegar, pero el conductor la conocía, y se entretuvo un poco, para darle tiempo a alcanzarlo. Cuando logró ubicarse en un asiento, soltó el aire de sus pulmones y terminó de arreglarse la ropa. Miró, distraídamente, por la ventanilla. Sus ojos de ama de casa ya no descubrían belleza en aquellos paisajes habituales, todo le parecía monótono. Para colmo, las náuseas del embarazo le hacían muy incómodo el viaje. A la mitad del recorrido, subió un vendedor de caramelos. La insistencia de su pequeño hijo logró que comprara dos bolsitas. Incluso comió algunos, con la esperanza de endulzar un poco la jornada. Cuando llegaron al cruce con la avenida principal, el tránsito estaba detenido, por una manifestación de trabajadores. Se puso muy nerviosa: no quería llegar tarde a la ceremonia de graduación de su hijo. ¡Le parecía mentira! ¡Verlo recibido de arquitecto! Pero la demora no fue demasiado y, en la siguiente parada, subieron sus amigas, sus compañeras inseparables del Club de la tercera edad que frecuentaban.

            El ómnibus se detuvo, y el conductor tuvo que acercarse a su asiento para despertarla.

            — ¡Abuela, despierte! Usted se baja aquí. Mire, ahí están sus nietos, esperándola.

jueves, 15 de marzo de 2012

El último


            — Es un trato.

            Dijo, lacónicamente, mientras guardaba el dinero en su billetera. Era mucho dinero, pero sólo era la mitad de lo convenido. La otra mitad, la recibiría cuando terminara el trabajo, algo que podía darse por descontado, puesto que siempre había cumplido. Eso le había dado un buen prestigio en el ambiente y le permitía exigir un precio elevado.

            En este trabajo, particularmente, pondría en juego toda su profesionalidad, porque pretendía que fuera el último. Sí. Ya estaba cansado, hastiado de todo aquello. Quería retirarse a tiempo, antes de empezar a sentir remordimientos. Y la oportunidad se había presentado cuando aquel hombre, angustiado, solicitó sus servicios sin poner reparos en el costo.

            — El dinero no es problema. Sólo mátelo.

            Él no necesitaba más detalles. Nunca hizo preguntas. Las razones de quién lo contrataba nunca fueron de su incumbencia.

            Dijo una cifra, y el otro aceptó, sin titubeos. Le entregó el dinero, en silencio, y le dejó un sobre con los datos necesarios para ubicar a su víctima.

            — Confío en usted. Es muy importante que no falle.

            Y salió.

            En el sobre, encontró una breve descripción del hombre en cuestión, dos o tres lugares donde solía concurrir habitualmente y algunos horarios. Era todo lo que necesitaba. Su experiencia le dijo, anticipadamente, cuál sería el lugar adecuado, así que comenzó a prepararse.

            El potente rifle, con la mira de largo alcance, se disimulaba perfectamente, desarmado, en un maletín mediano. Se sirvió un vaso lleno de aguardiente y lo bebió a tragos lentos. Había pasado la medianoche, y el hombre que debía matar salía muy temprano a correr por el parque. Allí lo esperaría.

            Condujo hacia el lugar y  aparcó en un lugar discreto y estratégico. Ni siquiera tendría que salir del auto, y tenía varias opciones para huir, si algo se complicaba. Pero conocía muy bien el lugar y sabía que, a la hora que el hombre apareciera, no habría nadie más en las inmediaciones.

            Estaba habituado a las esperas, pero esta vez, tal vez por ser la última, el paso de las horas lo impacientó un poco. Salió un par de veces del auto y caminó unos metros, aspirando profundamente. También recurrió a una pequeña botella de licor, que guardaba en la guantera. Pero cuando comenzó a amanecer, volvió a estar tranquilo, como siempre lo estaba al enfrentar estas situaciones.

            Preparó metódicamente el arma y dirigió la mira telescópica hacia el lugar por donde – sabía – aparecería su víctima, en cualquier momento. Alejó rápidamente el pensamiento de las innumerables veces que había jalado aquel gatillo. No podía dar cabida a los escrúpulos. Un poco más, y ya no volvería a pasar por esto.

            Frente a él, apareció la figura del hombre, por un sendero, entre los árboles. Cerró su ojo izquierdo y observó por la mira. Ajustó la distancia y pudo ver, claramente, el rostro enmarcado en el círculo, atravesado por las delgadas líneas en cruz. Algo se congeló en su pecho y sus manos temblaron, imperceptiblemente. Pero sólo fue un segundo. Enseguida afloró la frialdad de su profesionalismo, que llevaría hasta las últimas consecuencias. Nada le impediría terminar su trabajo. Nada.

            Centró perfectamente su objetivo, y disparó.

            Simultáneamente, soltó el arma y cayó hacia el asiento del acompañante. La bala le había entrado justo en medio de los ojos.

lunes, 12 de marzo de 2012

Jornada


Ha sido una tarde de mucho calor. Al anochecer, se levanta una brisa fresca, pero en el interior de las oficinas, el aire continúa pesado, húmedo, tibio.

Me siento frente al escritorio y tomo mis hojas en  blanco. Quisiera tener la facilidad de muchos escritores, que cuando deciden escribir algo, lo hacen y listo. Nada de luchas infructuosas con la inspiración, ni llamadas estériles a las Musas.

Miro hacia el fichero, donde las tarjetas de los empleados de la fábrica asoman, ordenadas, como teclas o peldaños, pero con números. Unos números grandes, dibujados con tinta oscura, que resalta sobre el suave rosado del cartón. Las Musas deberían marcar tarjeta. Cumplir un horario. Entonces, uno sabría a qué atenerse. Sería sencillo: uno escribiría en el horario –predecible- en que ellas estuvieran activas.

Sigo observando el fichero. Está ubicado justo bajo el aparato del aire acondicionado. Me han prevenido que, en días húmedos, como éste, es muy común que el aparato comience a gotear, y se debe evitar que las tarjetas se mojen. No termino de pensar en esto, cuando veo caer las primeras gotas. Cuando quiero reaccionar, ya es un chorro de agua.

Me pongo de pie, pero el oleaje sacude demasiado el barco. Debo agarrarme con ambas manos a los bordes del escritorio. Espero no sentir náuseas. El mar está embravecido. A la luz de los relámpagos, las crestas de las olas parecen garras, que se ciernen sobre las frágiles siluetas de los veleros. Sí, porque allí, más adelante, alcanzo a distinguir al otro barco, luchando denodadamente contra la tormenta. El viento infla las velas, y se nota la pericia de los capitanes, conduciendo sus naves. Se escuchan los gritos, las órdenes, el rechinar de las maderas, a punto de romperse, el estallido de las olas, golpeando contra el casco, y el agua que cae a raudales sobre la cubierta.

De pronto, tan sorpresivamente como comenzó, la tempestad amaina, y el mar vuelve a quedar sereno. Unas láminas rectangulares se ven flotando por doquier. Debe ser la carga de uno de los barcos, que ha sufrido una avería.

Aún estoy temblando, pero ya puedo soltar mis manos del escritorio y ponerme de pie. Necesito asegurarme que todo está en orden. Sí. El aire acondicionado continúa goteando, pero no alcanzó a mojar el fichero. ¡Qué alivio! Llegué a pensar que aquellas láminas, flotando... Tampoco se han mojado los dos cuadros, con imágenes de antiguos veleros, que cuelgan a los costados del fichero. ¡Son tan bonitos! ¡Parecen tan reales! Sería una lástima que se estropearan.

Escucho unos pasos. Es una Musa, que toma su tarjeta del fichero, y marca su salida.

Hugo Jesús Mion.