Desde una esquina del tiempo llega el rumor de sus voces. Mucho de lo que susurran a mi oído nunca será conocido. Pero algunas palabras verán la luz del papel, y serán.



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viernes, 28 de agosto de 2020

Mi refugio

La rutina se muere
y el tiempo ya no existe.
Hay una cadencia de besos
que borra los ayeres,
las ingratitudes,
lo triste,
lo superfluo.
La lluvia
sobresalta los techos
y los pastos,
pero el amor ni se inmuta,
ajeno totalmente
al relámpago impetuoso,
que quiebra la oscuridad,
en un vano intento de opacar
el fulgor de tu risa
entre las sábanas.
La penumbra nos abraza
húmedos,
despeinados,
palpitantes.
El aire se estremece
una y otra vez,
con el temblor del abrazo,
y sobreviene una calma
que enlaza los susurros
y las miradas.
El nuevo día
lucha por nacer
tras las nubes grises,
sin darse cuenta
que el sol
brilló toda la noche
en tus ojos,
en tu asombro,
en mis manos
llenas de tu vida,
en la complicidad
de la ternura.
Amanece.
El cielo estalla
desde el trueno amenazante.
Pero yo sé
que quiero
quedarme a vivir
en el refugio de tu piel. 

domingo, 18 de septiembre de 2016

Latido extramundis



Cuando la plenitud
se pinta
en tu sonrisa
tengo que buscar
mi corazón allá,
lejos,
revoloteando tal vez
alrededor
de Sirio

o Betelgeuse...

................................

Nombre




La pesada carga
de angustias pasadas
invita
a no ponerle nombre.
Pero…
Las horas contigo
que se vuelven
segundos…
El corazón
en vilo
hasta volver a verte…
La paz
inconmensurable
de tu abrazo
apretado…
La dulzura
del beso
que interrumpe
la charla…
El regocijo
del alma
al escuchar
tu risa…
Y la certeza inmensa
de mirar adelante
y ya no ver
la noche,
sino un sol
de esperanza…
Esas cosas no tienen
nombre
todavía.

Pero…¿quién sabe…?

..............................

sábado, 17 de septiembre de 2016

Las horas




¿Qué sueños bebí
en tu boca?
Y ¿cuáles en la tibieza
de tu abrazo?
En vilo me tienen
los minutos
los segundos que faltan
para envolverme
de nuevo en tu aroma.
Para perderme en tus ojos
y descubrir allí
que renazco,
que soy el más fuerte
lidiando
con tus miedos,
y no serán estériles
mi ternura

y mis besos...

.........................

domingo, 7 de septiembre de 2014

Distancia


Que se hace
necesario
imperiosamente
necesario
arrancar
del mapa
ciudades
rutas
puentes
sierras
alambrados
puestos de peaje
y carteles indicadores
incluso
el viento
para juntar
tu vereda con la mía
estirar la mano
esconderla
en el hueco
de tu nuca
atrayéndote
para que sea
por fin

el beso.
......................................

lunes, 24 de febrero de 2014

Kiss


No existe en el mundo belleza
tan estremecedoramente
bella
como la de tus labios
húmedos
mordidos
apretados
en los diez segundos
que siguen
a mi beso...

.................................................


domingo, 19 de mayo de 2013

Clímax



El río se enciende
y brotan llamas
de las aguas
antes calmas.
Como si el sol
se disolviera en ellas,
con una efervescencia
de antiácido.
Un vaho caliente se derrama
en las orillas,
y las rocas se licúan,
en lava espesa
y ardiente.
La cálida brisa
no hace más
que avivar el fuego.
Los árboles tiemblan
sobre la tierra
quemante,
y sus vibraciones
estremecen
el aire.
Los pájaros
no huyen,
sino que aúnan sus trinos
en una sinfonía
impresionante,
en un intento
de conjurar
esa terrible ola
que amenaza
abrasarlos.
Las nubes danzan
y todo el paisaje
gira
y gira,
en un sicodélico
espiral
de sensaciones
que preludian
la explosión.
Y luego,
tu respiración
entrecortada,
la piel estremecida,
y el abrazo
húmedo
entre las sábanas
revueltas.
..................................




lunes, 4 de febrero de 2013

Un blog amigo (IV)



Quiero compartir con todos ustedes el excelente trabajo realizado por Javier Merchante y sus amigos de "La Taberna del Callao", grabando en audio uno de mis textos.
Aquí les dejo el enlace:


El texto del relato ya estaba publicado en este blog, pueden recordarlo en el siguiente enlace:


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lunes, 3 de diciembre de 2012

Lugar


Soy de aquí

y aquí estoy,

porque es donde quiero

estar y ser,

ir y venir,

llorar y reír,

amar y creer.

Porque aquí

estás,

vives,

sientes,

amas,

y dejas que

me asome

a tu amor.
....................................................

martes, 20 de noviembre de 2012

Franela




Exhausto,
he dormido,
tras dura jornada.
El sol, que camina
impertérrito,
lleva en sus entrañas
el frío cansancio
de la noche
pasada.

La fina silueta
inclinada,
de la varita
de incienso,
señala,
aún sin la brasa,
un punto
en la nada.

Mi mano busca,
en la cama,
otra silueta:
la tuya,
la amada.

Mis dedos encuentran,
siguiendo tu aroma,
la presencia
cálida,
tersa,
suave,
delicada,
de tu sexy
pijama
doblado
en la almohada.
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miércoles, 24 de octubre de 2012

La partida


            Los dos hombres habían sostenido la partida de ajedrez durante casi dos horas. La mesa que ocupaban estaba en un rincón apartado del café que frecuentaban desde hacía muchos años.

            De los pocillos, sólo habían bebido un sorbo. Después, habían quedado a un lado, casi llenos de café frío y olvidado, haciendo de mudos testigos de aquel desafío. Era la enésima edición de aquella eterna batalla.

            Cada día, a las dos de la tarde, los dos llegaban cansinamente a aquella esquina, en el centro del pueblo. El dueño del local, sin mediar palabra, dejaba sobre la mesa los platillos, con las tazas humeantes. Movía imperceptiblemente la cabeza, y se retiraba a su lugar, tras el mostrador.

            En aquella mesa, siempre estaba dispuesto el tablero para el juego, y en una caja de madera, las piezas, desordenadas.

            Los parroquianos habituales del lugar ya conocían aquella especie de ritual, que se repetía diariamente, desde hacía tanto tiempo, por lo tanto, no les prestaban mayor atención.

            Todo lo que había alrededor, personas y muebles, había ido envejeciendo junto con ambos contendientes.

            Un visitante, que hubiera llegado allí por primera vez, y observado con atención la escena, descubriría algunas peculiaridades. Desde el mismo comienzo, la situación era extraña porque, a ambos grupos de piezas, le faltaba una: un caballo, del lado de las negras, y nada menos que la Reina, del lado de las blancas.

            Pero los dos hombres parecían hacer caso omiso de esa situación, y disponían todo para el juego, turnándose cada día los colores, disputando la partida con aparente normalidad.

            Un jugador avezado repararía en la clara superioridad con que iniciaba el juego quien manejara las piezas negras, pero ellos no se inmutaban. Esto podría parecer lógico, dado que cada día intercambiaban las piezas, y por lo tanto, también la ventaja. Y en esto, se daba la lógica: cada día ganaba la partida el que jugaba con las piezas negras.

            Entonces, el vencedor se ponía de pie. Arreglaba un poco sus ropas, ajadas y desteñidas, y giraba su rostro, triste y avejentado, hacia la pared, tras el mostrador. Por entre las botellas, el espejo oxidado le devolvía una imagen joven y vigorosa, con una sonrisa alegre, llena de esperanza.

            Caminaba hacia la puerta, que se abría en la ochava de la esquina, frente a la plaza, y bajaba a la vereda. Se quedaba parado, con la vista fija en el fondo de la calle principal, hasta que las campanas de la iglesia anunciaban las cinco de la tarde. Dejaba pasar dos o tres minutos y luego, con la pesadez propia de la desilusión, volvía sus pasos hacia la mesa del rincón, donde su compañero lo esperaba, cabizbajo, mientras recogía las piezas, y las colocaba lentamente en la caja.

— Hoy tampoco ha venido. ¡Cantinero! ¡Dos ginebras!

            Y como había sucedido cada día, durante los últimos años, comenzaba el ir y venir de los vasos. Llenos... Vacíos... Llenos... Vacíos...

            Cuando llegaba la medianoche salían, abrazados, sosteniéndose uno al otro y se dirigían, tambaleantes, a sus casas.

            Nadie los esperaba. La soledad se había adueñado de sus vidas desde su juventud, desde que la fatalidad había entrecruzado sus historias, y los había unido para siempre.
                                                           * * *
           
            Ella tenía una belleza sin igual. Su frescura los había cautivado a ambos, y ambos habían dejado volar sus ilusiones tras el eco de su risa. Ella supo lo que pasaba en sus corazones, pero su propio corazón no supo decidirse por uno de ellos. El pequeño poblado no le daba muchas más posibilidades, por lo que tampoco pudo rechazarlos a los dos.

            Tal vez fueron su inocencia y su inmadurez que la llevaron, un día cualquiera, a proponer el desafío: ella saldría hacia las afueras del pueblo y cabalgaría hacia la zona escarpada de la montaña. Ellos saldrían una hora después. El que la encontrara, sería el dueño de su corazón. Tan sencillo y tan drástico como eso.
                                                          
                                                           * * *

            Sobre el mármol húmedo y frío del mostrador, un vaso de vino me separa del rostro taciturno del dueño del café. Tiene unos cuarenta años, y la historia, más de treinta. Los detalles los conoce por boca de su padre, que siempre vivió en el pueblo. Él los ha repetido miles de veces, a los curiosos. Ahora, los relata para mí.

            La aciaga jornada se inició con una mañana gris. El día se mantuvo oscuro, tal vez como presagio de lo que vendría. Las mesas del café se llenaron de un silencio pesado, expectante, que se extendió después por los árboles de la plaza, apagando los trinos, y apretujó los ojos y los labios que velaban, detrás de las persianas.

            A las cinco de la tarde, los dos jóvenes regresaron desorientados, con las manos vacías, sin comprender. Se apearon frente al café, y se quedaron parados allí, con los brazos caídos al costado del cuerpo y la mirada perdida hacia el fondo de la calle.

            Sólo les quedó, grabada indeleblemente en su vida y en sus ojos, la imagen de la mujer que amaban, con su blusa blanca, desafiando al viento, partiendo al galope en su caballo negro.
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miércoles, 3 de octubre de 2012

Luz


El agua se deslizó por las ventanas, dibujando tortuosos surcos en el polvo que cubría los cristales.

En la última hora de la tarde había comenzado a llover copiosamente, y ahora, ya entrada la noche, el suelo estaba anegado, y los relámpagos continuaban su intermitente irrupción en la oscuridad del cielo.

La violencia y el estruendo de un rayo se hicieron sentir por sobre el cercano bosque de pinos, y el eco de la descarga se fue apagando, lentamente, hasta perderse en los arbustos que rodeaban la ruinosa casa.

Adentro, el hombre permanecía ajeno a aquel despliegue de efectos visuales y sonoros que ofrecía la Naturaleza. La tormenta lo había sorprendido mientras caminaba hacia el pueblo, y se había guarecido en aquel lugar abandonado.

Su mirada se perdía tras la espesa cortina de agua, pero no veía la noche.

La carta que ella le enviara, cuidadosamente doblada junto a su pecho, había transformado su vida en un permanente día de sol.
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domingo, 16 de septiembre de 2012

La amiga


La desnutrición, la desidia, los malos tratos, afectan profundamente a las personas, y alteran los procesos naturales. Ana María nació prematura. No se habían cumplido siete meses de embarazo, cuando comenzaron las complicaciones, y su irrupción en el mundo se adelantó a lo previsto.
La madre sufrió. La niña sufrió. Los médicos se esforzaron al máximo. Finalmente, pudieron decir que llevaría una vida bastante normal.
Durante esos meses de cuidados e incertidumbre, el padre optó por desaparecer. La madre guardó una temerosa esperanza de que retornara, hasta que la niña cumplió tres años. Entonces, cerró la puerta del pasado. Ya bastante dolor tenía, en el día a día de su vida gris y accidentada.
Ana María crecía con dificultades, y su carácter se había tornado hosco y taciturno. Pasaba largas horas sentada en el patio, mirando hacia la nada. No tenía amigos, y sus juegos se limitaban a escribir con ramitas en el suelo, o conversar con los pájaros. El caso es que las aves elegidas eran los cuervos, los halcones, las lechuzas. Quienes la observaban en esos momentos se estremecían. La pobreza en que vivían impidió que tuviera juguetes, salvo los que, toscamente, elaboraba su madre.
Pero un día algo cambió. Llegó a la humilde casa un misterioso paquete, sin rastros del remitente, y con una sola inscripción: Ana María. Su madre, sobresaltada, dudó mucho antes de abrirlo. Finalmente, encontraron dentro una muñeca. Era muy hermosa, bastante grande, y con unos vestidos de colores que rápidamente cautivaron a la niña. Su mamá y algunos vecinos conjeturaron sobre el origen del regalo, pero viendo el entusiasmo de la pequeña, decidieron olvidarlo.
Los cambios fueron inmediatos y sorprendentes: la muñeca pasó a ocupar todo el tiempo en los juegos de Ana María. Comenzó a sonreír, y ya no hablaba con los lúgubres pajarracos, sino que lo hacía animadamente con su nuevo juguete. Se la veía activa, salía a caminar por los prados, e incluso la escucharon tarareando algunas canciones. Algunas tardes, su mamá la sacaba al frente de la casa, y allí compartía un rato de juegos con las otras niñas que vivían en la misma calle. La transformación había resultado tan satisfactoria, que las visitas al médico se espaciaron, y éste la encontraba cada vez mejor.
Uno de esos días, en que la niña jugaba con sus amiguitas, y las mamás formaban una rueda aparte, para contarse las novedades del barrio, una de las compañeritas comenzó a burlarse de la pequeña Ana. Muchas veces, los niños resultan crueles con sus bromas, al no ser conscientes del daño que pueden causar. Le recordó que no tenía padre, que tal vez hubiera sido un delincuente, que ella era muy pobre para jugar con una muñeca como esa… La niña rompió a llorar, y antes de que su madre se diera cuenta, salió corriendo hacia la casa, y se echó de bruces en su cama. Ahogando los sollozos, se incorporó y miró a su muñeca. Tal vez proyectó toda su rabia y su frustración en aquel juguete. El hecho es que la tomó de una de sus manos, y comenzó a sacudirla violentamente, golpeándola contra las paredes y contra el piso. En determinado momento, la muñeca salió disparada hacia el otro lado de la habitación, y quedó en un rincón como lo que era: un juguete roto.
La niña observó su propia mano, y descubrió con aprehensión que se había quedado agarrada a dos pequeños dedos de plástico, por eso el resto de la muñeca se había desprendido, dada la fuerza de los sacudones. Los arrojó hacia el rincón donde había quedado su juguete, y salió corriendo hacia el patio. Allí estuvo durante casi dos horas, sumida en la contemplación de la nada. Cuando las lágrimas dejaron de fluir, y su corazoncito aquietó los golpeteos, retornó, cabizbaja, a su habitación.
Grande fue su sorpresa, cuando descubrió que su muñeca ya no estaba. Buscó por todo el cuarto, pero no la encontró. Tal vez su mamá la había visto allí, desmembrada, y la había llevado para arreglarla. Pero la madre no sabía nada. Ni siquiera se había percatado de que su hija ya no jugaba en la calle con sus amiguitas.
Durante los siguientes días, las búsquedas infructuosas fueron debilitando las esperanzas de la niña que, finalmente, se rindió a los hechos. En su pequeña cabecita no había lugar para los misterios, así que asumió que la muñeca se había marchado, ofendida por el maltrato, a buscar otra niña que la quisiera de verdad.
La vida de Ana María volvió a encerrarse en el patio trasero. Otra vez las incontables horas de mirar en el vacío. Otra vez la ausencia de sonrisas. Y otra vez los pájaros agoreros, como únicos confidentes de aquella pequeña alma trastornada.
Así pasaron dos años, hasta que la tristeza se agudizó de tal manera, que la niña se alimentaba muy poco, y casi no se movía. Entonces, el médico tomó la decisión: la llevarían a la ciudad, a un centro especializado, donde la rodearían de cuidados y tratarían de recuperarla. Como el caso había llamado la atención de otros médicos, fue fácil obtener la aprobación para internarla, a pesar de la pobreza en que vivían.
A los pocos días, era ingresada en un moderno hospital, e instalada en una luminosa habitación, que habían adornado con flores y globos.
El médico vino a visitarla, acompañado de una enfermera joven y bonita. La presentó, diciéndole:
— Ella será tu enfermera particular. Te acompañará, vigilará tu tratamiento, y jugará contigo cuando lo desees. ¿Te parece bien? ¿Estás contenta?
La niña, débil y asustada por aquellos cambios, asintió con la cabeza.
El médico se retiró, y cuando ambas quedaron solas, la joven acarició la cabecita de la niña, tratando de tranquilizarla.
— Ya verás que seremos buenas amigas. Sé que has sufrido mucho, pero yo te comprendo. Mi vida tampoco ha sido fácil. Fíjate, incluso, lo que llegaron a hacerme…
Y diciendo esto, le mostraba su mano, blanca y delicada, a la cual le faltaban dos dedos.
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lunes, 20 de agosto de 2012

Lo que soy


El ayer, que por momentos
se ilumina de recuerdos,
y deja
prisioneros en las sombras,
aquellos tragos
de sabor amargo,
viene ahora a decirme
lo que soy.
Desde la otra orilla
de la vida, partí
con rumbo siempre incierto.
Bebí
de manantiales turbios,
y en los puros
acrisolé mi reflejo,
antes de dar de beber
a mi corcel de sueños.
Miro adelante,
y en la escarpada senda
que viborea
hacia el horizonte,
veo recortarse
la silueta
enigmática,
prometedora,
desafiante,
de tres puntos
suspensivos...

viernes, 22 de junio de 2012

La siesta


Don Pablo dormitaba en la mecedora, instalada bajo el amplio alero de la vieja casona. Por la galería corría un poco de aire fresco, que resultaba agradable, para contrarrestar los efectos de la tarde veraniega. La calma, obligada, por la intensidad del sol, se había adueñado del jardín, y sólo podía oírse un vago rumor de hojas y algún insecto, que trajinaba a la sombra de los arbustos.

De pronto, ante los ojos entrecerrados del anciano, aquel paisaje, que parecía estático, adquirió vida y movimiento, en la forma de dos alegres niños que corrían de un lado a otro.

El semblante de don Pablo se transformó: todo su orgullo de abuelo afloró en la mirada que dedicó a los pequeños, que jugaban y reían, indiferentes al calor agobiante.

El espacio verde, que separaba la casa de la calle, fue adquiriendo, en los momentos que siguieron, distintas características, según las dictaba la fecunda imaginación infantil: primero fue océano encrespado, donde se debatía el barco del pirata más legendario; luego se transformó en un callejón polvoriento, donde los dos pistoleros más rápidos del Far West se batieron a duelo.

Hubo unos instantes en que la acción se trasladó al frondoso tilo, devenido en inexpugnable castillo, donde dormía el ogro malvado. Tras un breve reposo, a la sombra del “castillo”, y el disfrute del sabroso botín de higos maduros, de nuevo los aventureros coparon el jardín. Porque las naves espaciales necesitan mucho espacio, para sus viajes interplanetarios...

Después, el partido de fútbol: ¡infaltable! Sólo que, a poco de comenzar, se detuvo abruptamente, y la pelota rodó, olvidada, hacia el alambrado que daba a la calle. Es que, en ese momento, Adelaida volvía de la escuela, con su túnica impecablemente blanca, su cabello al viento, su risa...

Se miraron, sonrojados, y se lanzaron furiosamente tras la pelota que, a los pocos minutos, volvió a ser el centro de su atención.

El sol había declinado un poco, y algunos pájaros llegaron, para colgar su música en las ramas frescas de los frutales. Los primeros trinos despertaron a don Pablo que, antes de abrir los ojos, notó que estaba sonriendo. Miró hacia el jardín, sereno, limpio, intocado...

¡Ah! ¡La vida, que no había querido darle nietos!

Y volvió a quedar dormido.

domingo, 20 de mayo de 2012

Vacaciones


           Parecen estrellas de mar. Giran... Giran... Sus brazos ondulan... Pero se ven enormes, y están suspendidas en el aire de mi dormitorio. Sí, reconozco mi habitación, aunque las paredes aparecen pintadas de colores fluorescentes, y los rincones han adquirido una oscuridad tan profunda, que me resulta imposible definirla.

            Desde allí, desde esos ignotos rincones,  me llegan voces, en animada conversación. Una de ellas es, claramente, la de mi abuela Orietta. Sí. Es inconfundible. La he extrañado mucho, ya hace dos años que murió. Entonces... ¡Claro! ¡Estoy soñando! Respiro, aliviado. Ya había empezado a preocuparme.

            Bebo un poco de agua, del vaso que está sobre la mesa de luz, y me dispongo a dormir nuevamente. Mañana es mi día libre, por lo que he apagado el reloj y el celular. Tal vez esa extraña danza de las estrellas de mar me sirva de arrullo, para conciliar el sueño.

            No sé cuánto tiempo he dormido. El estridente sonido de mi celular me saca, violentamente, del pozo profundo en que me veía, girando. Los párpados me pesan y, entre el embotamiento que me produce la somnolencia, alcanzo a distinguir que no es la alarma, sino una llamada. Atiendo, y de nuevo la sorpresa me invade

            — ¡Hola! ¡Mi nieto querido! ¿Cómo has estado? Soy tu abuela, Orietta.

            Mis labios se mueven, maquinalmente, y sé que he pronunciado algunas palabras, pero no escucho mi propia voz.

            — Claro que sí, cariño — su voz me suena como si la tuviera al lado— ¿Sabes?
Hace un momento estaba hablando de ti, con unas amigas. Les contaba de tu afición por el mar. Espero que mi accidente no te haya afectado, al punto de que reniegues de tus gustos.

            Mi abuela viajaba en un crucero, que se hundió cerca de las costas de Italia. Fue un accidente tonto, pero se cobró muchas vidas. Mientras las imágenes pasan por mi mente, le respondo algo, que tampoco puedo escuchar.

            — ¡Me alegro muchísimo! Eso me tranquiliza, y realmente hará más llevadera mi estancia aquí. ¡Te quiero mucho! ¡Un beso grande!

            Y cortó.

            Todavía aturdido, voy a dejar el celular sobre la mesa de luz, pero está llena de algas, que tengo que apartar. Entonces, recuerdo que había apagado el aparato, antes de acostarme. Comprendo que, nuevamente, estoy soñando. Esta vez el alivio es mayor. Por supuesto que mi abuela fue un ser muy especial para mi, y es lógico que la recuerde, aún en sueños. También es comprensible que aparezca el mar, dada la fascinación con que me atrae, desde niño. Pero la voz me ha sonado tan nítida, que todavía estoy estremecido por el horror.

            No se vislumbra, aún, la claridad del amanecer, pero decido que es mejor levantarme. Tal vez, más tarde, intente dormir otro poco. Me incorporo en la cama y, al bajar los pies, buscando mis pantuflas, éstos se hunden en el agua helada. El contraste entre el calor de mi piel, saliendo de entre las sábanas, y el frío inesperado del agua, termina de despertarme. ¿Qué está pasando? ¿Otra vez, la tubería del baño? Descalzo, camino hacia allí, notando que piso algo blando... ¡Arena! ¿Cómo es posible? ¡En el piso de mi dormitorio! ¡Ni siquiera en una inundación, estoy en un tercer piso!

            Me digo a mi mismo que debo tranquilizarme. Todo debe tener una explicación racional. Calma... Calma. ¡La ventana! ¡Eso es! Abrir, observar la noche, dejar que entre el aire fresco. Eso me ayudará a pensar. Camino hacia la pared, ya mis pies se han acostumbrado al frío del agua, dándome la sensación de que estoy totalmente sumergido. Intento abrir, pero... ¡Qué distraído! ¡Con mi experiencia, y no recordar que los ojos de buey no se abren! Me sonrío, agradeciendo que nadie me esté observando.

            Me dirijo al pasillo, viendo de reojo que ya el agua cubre la cama y la mesa de luz. ¡El celular! Pero ya es tarde. El agua, que se mece suavemente, ha deslizado el aparato, que se hunde rápidamente. ¡Qué contratiempo! ¿Cómo haré, ahora, para comunicarme con mi abuela, que viaja en un camarote al otro lado del barco?
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lunes, 14 de mayo de 2012

Martes y Sábados


             — No importa lo que haya hecho, ni lo que digan de él. Es mi nieto, y punto – dijo Etelvina, y salió de la pieza, apartando de un manotazo el raído trozo de tela que hacía las veces de puerta.


            Afuera, caía una fría y pertinaz llovizna. Todo se iba transformando, lentamente, en barro. Parecía que hasta los pensamientos se mezclaban, en una pasta pegajosa, con la tierra greda empapada.

            Pero a Etelvina nada de eso le importó. Con un pesado bolso en cada mano, se lanzó al camino que conducía al pueblo, si es que se podía llamar camino a aquel tortuoso sendero, donde competían las piedras, los yuyos, y las profundas huellas de los carros, que ahora aparecían llenas de un agua espesa y amarronada.

            El obeso cuerpo de la mujer se bamboleaba, equilibrando su andar con el peso de los bolsos. Aunque eran las dos de la tarde, la plomiza cortina de agua se había robado la luz. La silueta borrosa de Etelvina parecía un enorme pato, que avanzaba trabajosamente por el lodazal. No llevaba nada para protegerse de la lluvia, por lo que el agua se iba adueñando de sus cabellos y de su ropa, aunque no de los bolsos, que estaban bien envueltos en sendas bolsas de plástico.

            Llevaba unas viejas botas de cuero, agujereadas, que no hacían más que entorpecer su caminar, dado que, a cada paso, el barro se les adhería y se llenaban de agua, resultando cada vez más pesadas.

            Tras un rato, que pareció eterno, sus pasos comenzaron a sonar más firmes, en las primeras calles asfaltadas del pueblo. Se detuvo un momento, para alivianar sus botas del molesto barro, y quitarse los cabellos de la cara. Aterida, ya no sentía el frío. Sólo quería llegar a su destino.

            El badajo golpeó tres veces la campana de la iglesia. No se había extinguido aún el sonido del bronce cuando, entre el húmedo gris de la tormenta que arreciaba, apareció la mole, aún más oscura, del edificio de la cárcel.

sábado, 5 de mayo de 2012

El paseo


Ella lucía su pelo atado en dos coletas.
Él llevaba el traje con afectación.
Ella regalaba sonrisas por doquier.
Él caminaba erguido, ajustando su corbata.
Ella saltaba los charcos.
Él buscaba dónde pisar seguro.
Ella lo miraba con ternura.
Él la miraba lleno de orgullo.
            Caminaron de la mano hasta la plaza.
            Eligieron un banco, y se sentaron en silencio.
            El vaivén de los columpios fue la música de fondo.
Él se puso serio, y buscó las palabras adecuadas.
Ella lo miraba, expectante.
Él hizo todo lo posible por disimular.
Ella lo tomó de las manos, casi suplicante.
Él habló, finalmente:
— Tú ganas. Después que juegues con tus amiguitas, te llevaré a tomar un helado.
Ella se colgó, feliz, del cuello de su abuelo.


domingo, 8 de abril de 2012

Vienen


Vienen
y golpean, como golpean
las olas en la playa,
y se vuelven al mar
para volver, siempre.

Vienen
y se van, como se van
las golondrinas, emigrando,
buscando calidez
en otros prados,
para volver, siempre.

Vienen
y me inquietan, como inquietan
las presencias agoreras
de los cuervos,
que rondan su presa
para volver, siempre.

Vienen
y me dejan, si me dejan,
sabor amargo de pasado y de futuro
no resueltos,
que nunca se van,
y vuelven siempre.

sábado, 31 de marzo de 2012

Rumbo a la noche


Has subido al autobús, con el corazón palpitante y las palmas de tus manos húmedas, por los nervios. Tu bolso va liviano. Llevas poco, a más de la prisa y la decisión.

Los edificios de la gran ciudad, que tanto te asfixian, ahora pasan veloces, hacia atrás, y se van quedando allá, en el lugar donde juntaste coraje para iniciar el camino.

También se quedan allí, atrás, la sorpresa de tu novio mañana, cuando lea tu carta, escrita en el último minuto, y la melancolía de Marzio, tu gato fiel, que ha entibiado tus manos durante las eternas madrugadas insomnes.

Y quedan, también, tus pequeñas amadas posesiones: la colección de muñecas de tela, que te acompaña desde la adolescencia y la media docena de bonsái, que has tenido la paciencia de cultivar, en ese claustro de treinta metros cuadrados, que se asoma a un décimo piso, y desde el cual puedes contemplar la deprimente faz de otro edificio, más alto y más gris.

Ahora, miras hacia delante. Ves el paisaje, monótono e interminable, y las líneas, blancas y amarillas de la ruta, que se pierden abúlicamente bajo la marcha cansina del vehículo. Será un viaje largo, pero sabes que será un viaje de vuelta: el de ida, lo has hecho tú, viviendo, malviviendo, desde el día en que naciste.

Porque hacia allí te diriges: hacia ese día en que la luz te dolió en los ojos por primera vez. Ese día en que pudiste ver los rostros de quienes, después, serían la razón de tus tormentos.

Las sesiones de hipnosis, a las que concurriste con tanto miedo e ilusión, te permitieron sentir, claramente, el rechazo que generaste en aquellos que debían amarte. Las penurias que siguieron, día tras día, las recuerdas con sólo cerrar los ojos, aunque desearías no hacerlo. Cada imagen que viene de tu pasado, es un fino puñal que abre una nueva herida, destinada a no cerrarse.

No fuiste niña. Nunca te lo permitieron. Debías pagar la culpa de haber nacido y la pagaste con encierro, oscuridad y golpes. Nada de juegos, ni escuela, ni cariño. Sólo odio, sordo e intenso: irracional. Pero un odio que no se atrevió a matarte en el vientre, y que nunca dio el golpe definitivo contra las descascaradas paredes de la miserable casa.

Había, sembrada en ti, una luz inextinguible. Una extraña fortaleza te mantuvo aferrada a los atisbos de vida que te llegaban a través del ventanuco de la pieza. En las casuchas vecinas había niños, perros, risas... Historias que podían catalogarse como normales, aunque hundidas, también, en la miseria.

El autobús se detiene, en medio de la nada, para levantar un pasajero. Eso te distrae y te evades de la tristeza de los recuerdos. Buscas un pañuelo, y recoges con cuidado esas lágrimas, que sientes como perlas.

Observas el entorno. Todo lo que ves es desconocido para ti. Sólo pasaste una vez por ese camino, hace muchos años, y venís huyendo. No tienes imágenes de aquel trayecto, porque en tu mente sólo habían dos cosas: el dolor que dejabas atrás, y la pequeñísima luz de esperanza que adivinabas delante. Tenías diez años, pero habías vivido un siglo.

La familia que te encontró, desmayada a un costado del camino, te salvó la vida. Pero luego, tuvo que darte una vida nueva. Aterrada, desnutrida, analfabeta...tenías miedo hasta de las caricias, porque no las conocías.

Ellos fueron tus ángeles, y decidieron ser tus padres, aunque ya eran ancianos. Doce años junto a ellos redescubrieron en ti al ser humano, aunque las huellas del horror no se han borrado todas, prueba de ello es este viaje.

Los ancianos se amaban entrañablemente, así que cuando uno de ellos murió, el otro no tardó en seguirlo. Pero ya habían hecho su obra, y esas partidas no fueron traumáticas para ti.

Te has hecho más fuerte. Has recibido una excelente educación y has conocido muchas personas. Eres una mujer independiente, vives con austeridad y valoras cada logro, porque sabes lo que es ser nadie. Porque has sobrevivido a un infierno.

En el horizonte, algunos tonos violáceos anuncian el atardecer. Sabes que el autobús llegará a destino apenas entrada la noche. Te pones algo tensa, esto es el presente, y estás llegando al lugar del comienzo.

De nuevo surgen, desordenadas, las imágenes lacerantes. El útero que te trajo al mundo, tampoco sucumbió a los embates del odio. Por otras dos veces volcó su contenido en aquel ambiente de promiscuidad e ignorancia. Y dos pares de ojos brillantes iluminaron tus días, ayudándote a no desfallecer. Sabes que fuiste, para ellos, la única calidez en medio de aquel frío de muerte.

Hoy de madrugada, muy temprano, te han llamado. Ellos, que sobrevivieron dentro del infierno, te buscaron. Y ahora, cuando te bajas del autobús, intentas reconstruir sus rostros, pero sólo aparecen sombras.

Los que sí aparecen, nítidos, son los ojos furiosos de tu “padre”, antes de cada golpiza. Él, -te han dicho- murió hace siete años, en medio de una orgía de alcohol y de cuchillos. No te inmutaste al escucharlo. Sabías que así terminaría.

Caminas, ya por lugares conocidos. Quince años no han borrado la miseria de aquel barrio, tal vez la han agudizado. Aunque es de noche, y las luces son muy pocas, todavía puedes orientarte por aquellas callejuelas. Tus zapatos –ahora llevas zapatos- se hunden en el barro y te cuesta avanzar, como si una extraña fuerza tratara de impedir que, finalmente, llegues a tu destino.

Ahora sí. Es allí. Hay un poco más de luz. Un farol y algunas velas alumbran, fantasmagóricamente, las mismas paredes destartaladas donde sufriste tus encierros. La cortina que hace las veces de puerta está recogida sobre las chapas del techo y, nada más entrar, te das de lleno contra el fin de tus búsquedas.

Unas pocas siluetas, de pelo enmarañado, rodean una caja, hecha de tablas mal clavadas. Y tú quisieras echarte dentro, para volver a entrar en ese vientre inanimado, y perderte por ese útero que ya no palpita, hacia el oscuro mundo del que nunca debiste haber salido.