He descubierto que mi vecina tiene una aventura y que,
utilizando el felpudo de su casa, se comunica con el vecino del quinto, el
hombre casado que siempre acaba entrando en la casa cuando el marido se ha ido
y ella está sola. Confieso que me dan envidia, sobre todo si se tiene en cuenta
mi rotundo fracaso al intentar ponerme en contacto con ella utilizando las
pinzas con las que cuelgo la ropa.
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