Header

Mostrando entradas con la etiqueta Valencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Valencia. Mostrar todas las entradas

Yo voté a Rita Barberá

Yo voté a Rita Barberá.
La voté yo y la votó una mayoría absoluta durante varias legislaturas. Una mayoría absoluta que también era mayoría social, ahora que está tan de moda esa expresión. La voté cuando Valencia (y España) era bipartidismo, cuando la ciudad funcionaba bien (porque ni la oposición lograba argumentar una crítica razonada), cuando hasta la misma rival Carmen Alborch reconocía lo difícil que era disputarle la alcaldía porque era consciente de que no había mucho donde atacar. A Rita se la votaba se fuese de izquierdas o de derechas, porque vaya, las políticas municipales son tan básicas que no entienden de signos. Voté a Rita porque la ciudad iba bien, las calles estaban limpias (¡ganaba en todos los barrios, ricos y obreros!) y sentíamos (al menos una mayoría absoluta) que la alcaldesa tenía un proyecto más ambicioso del que se podía suponer para la tercera ciudad del país. Dejé de votarla cuando las arcas que rebosaban dinero se quedaron vacías; cuando descubrimos que todo había sido una ilusión; cuando, ¡vaya!, llegaron políticos con otras propuestas. Propuestas, lo que nunca habíamos tenido.
No sabíamos, porque no éramos adivinos, que la administración era la cueva de Alí Babá. No lo sabíamos ni nosotros, ni la oposición ni la Cheperudeta: entonces no había ningún proceso abierto, Rita no era «la alcaldesa de España» por casualidad ni apenas peros que hacerle. Si los hubo, que hubiesen denunciado entonces. Pero cuando Rita tenía mayoría absoluta, ni la prensa de izquierdas se atrevía a insinuar corrupción. La jefa estaba rodeada por un halo de honestidad que se le borró en los últimos años.
Me niego al revisionismo político por el cuál todos los que la votamos alguna vez somos imbéciles (aunque no fuese recientemente: pero es que estuvo 24 años, raro es el valenciano que no la votó alguna vez). No sé si éramos muy avispados, pero desde luego no menos que la prensa ni la oposición. Que tampoco carguen a los valencianos la capacidad de predecir el futuro, la capacidad para intuir quién es corrupto antes de demostrarse. Porque eso son poderes sobrenaturales, e incluso un don así atenta contra la presunción de inocencia. A mí me da miedo el Estado en el que desaparezca ese derecho constitucional.
Rita subió tan alto que tuvo que tener una caída acorde. Y para los que vimos la evolución, para los que sentimos que, aunque no haya "ilegalidad", hay inmoralidad por los cuatro costados (un político que encuentra normal que le regalen bolsos de marca, que incluso se regodea de que le han hecho regalos mucho más caros, ha perdido el norte y la decencia), para todos nosotros, fue una satisfacción ver el final de esta etapa, ver un nuevo aire en la ciudad. Yo sólo conocía un alcalde de la ciudad, cuando ya había visto tres papas. Hubiese celebrado la victoria de cualquier rival de Rita Barberá aunque fuese el mismo demonio. Hasta en el infierno tendrían que alternar.
Hoy estoy sorprendido por la muerte de la que fue mi alcaldesa desde que tengo uso de razón hasta que dejé la ciudad con veintidós años, la única, la dueña. No me podría alegrar por una pérdida que seguro están lamentando sus familiares y amigos. No entiendo, sin embargo, el minuto de silencio arbitrario en el Congreso de los Diputados (institución a la que no pertenecía, ni que tenga por norma hacer esto con todos los fallecidos), ni puedo culpar a Podemos por no sumarse. Dicen que un minuto de silencio no es un reconocimiento. Entonces que me digan qué es.Y felicito la altura del ayuntamiento de Valencia, poco amigo de Rita, por decretar luto oficial durante tres días. Es lo que corresponde con la alcaldesa de un cuarto de siglo, aunque ella no fuese capaz ni de pasarle la vara de mando a su sucesor. Cualquier alcalde democrático se merece ese reconocimiento al morir.

Esta entrada fue publicada primero en facebook el 23 de noviembre de 2016.

Alegato a la dignidad

No paro de escuchar que Madrid recupera la dignidad. Lo mismo con Barcelona, Valencia y un montón de ciudades que desde las últimas elecciones se han sumado al cambio.

En verdad, ni Madrid ni el resto de ciudades fueron nunca indignas. Indignos fueron sus dirigentes, una vergüenza (en muchos casos) para los lugares donde gobernaban. Pero nunca me he sentido avergonzado de ser de donde soy, aunque me hubiese gustado que las cosas fuesen de otro modo.

Tampoco siento que España haya perdido la dignidad, ni me avergüenzo de ser de aquí, por mucho que me aleje de quienes mandan. Los que han perdido la dignidad tienen nombre y apellidos, pero no conseguirán que me avergüence de una bandera, ya sea nacional, autonómica o municipal, solo porque son unos incompetentes. La vergüenza la deberían sentir ellos. Son ellos los que no merecen colocarse al lado de unas banderas tan dignas ni de un pueblo que está tan por encima de sus posibilidades.

Fin del alegato.

Todo cambia


Valenciano que vas a votar al PP

Palabras que no se dicen igual en Madrid y en Valencia (Diccionario para no perderse entre las dos ciudades)

Ningún artículo del blog ha necesitado una gestación tan larga como este: son más de tres años y medio de investigación, atento a cada palabra, a cada expresión, a cada distinción, en definitiva, entre valencianos y madrileños. Porque estos dos pueblos, creedme, son muy parecidos. Mucho más parecidos de lo que creemos. Aunque muchos valencianos tomemos a los madrileños por una panda de pijos que invaden las playas en verano, y los madrileños creamos que los valencianos no han superado la Ruta del Bacalao (metamorfoseada en un plató de Mujeres, hombres y viceversa), en realidad no hay tantas cosas que nos distingan. En el día a día, de hecho, parecemos completamente idénticos. En todo el tiempo desde que vivo en Madrid, sólo hay una cosa, una, en la que los madrileños me han sorprendido: respetan la cola de la parada de autobús. Es un caso de civismo que no he visto jamás en Valencia, donde entran a los autobuses con la ley de la selva. Por lo demás, unos y otros somos más de lo mismo.
Donde más se distinguen (o nos distinguimos) madrileños y valencianos es en el lenguaje. El laísmo madrileño es un caso obvio, pero ni lo cometen todos los gatos, ni es su único elemento diferenciador. Cuando eres un valenciano que lleva años en Madrid (al punto que te consideras madrileño), llegas a descubrir un montón de peculiaridades de un sitio y del otro. Aunque dos regiones compartan un idioma, es increíble lo que este se puede adaptar a cada sitio sin darte cuenta. Hay diferencias muy sutiles, como la palabra crep, que en Valencia es «el crep» y en Madrid «la crep». Este cambio de género también sucede en otras palabras como regaliz, que en Valencia es femenino y en Madrid masculino (aunque no siempre es así). A veces sucede también con los acentos: la RAE sólo acepta ruin, como se dice en Madrid, pero en Valencia siempre lo he dicho y escrito ruín.
El asunto trasciende al significado de las palabras. Cuando descubrí las primeras, empecé a apuntarlas en el bloc de notas del teléfono móvil. Después de tanto tiempo, he recopilado un buen puñado de palabras que no significan lo mismo en la ciudad del oso y en la del murciélago. Os presento el Diccionario de Palabras Distintas, por si alguna vez os mudáis y sentís que os perdéis en una conversación. No es un diccionario de valenciano-castellano, sino del castellano de dos regiones. Por favor, si conocéis más de Valencia-Madrid, u otras regiones, apuntadlas en los comentarios. (Curiosamente hay muchas palabras del castellano de Valencia que no se dicen en Madrid, pero no ocurre tanto a la inversa).

Diccionario de castellano Valencia-Madrid:
acudir: ir adonde ya hay alguien. No es que en Madrid no se entienda, pero en algunos círculos me han dicho que es casi un cultismo. En Valencia, sin embargo, es muy coloquial.
ahora luego: cuando un valenciano no lo va a hacer ahora, pero lo hará luego. Ahora luego ordeno la habitación, ahora luego hago eso que no me apetece nada pero te tengo que convencer de que lo voy a hacer.
almorzar: en Valencia se refiere estrictamente a la comida de la media mañana (la que hacíamos en el recreo del cole, por ejemplo). En Madrid, es la comida del mediodía.
alpiste: en Madrid no sólo es lo que se da de comer a los pájaros. También son los frutos secos de aperitivo (sinónimo del cacao de Valencia) o el dinero con el que cuenta uno.
apardalado: en Valencia, «atontado».vTambién se utiliza «pardal» (que es «pájaro» en valenciano, pero con el mismo significado de «atontado»).
barra de cuarto: en Valencia es la típica barra de pan. En Madrid es más típico decir «pistola».
búho: en Madrid, autobús nocturno. En Valencia es casi una leyenda urbana. No he subido a uno jamás.
cacao: fruto seco de aperitivo (Valencia). También crema de labios.
cachirulo: cometa, ese juguetito para hacer volar cuando pega el viento. En Valencia lo llamamos de las dos formas indistintamente. Es de las pocas palabras típicamente valencianas de esta lista que recoge el diccionario de la RAE.
café del tiempo: café con hielo (Valencia).
calarse: ver chopar.
camal: pernera del pantalón (Valencia). En este caso, la adopción de la palabra en valenciano es clarísima (cama es pierna).
carpesano: carpeta con anillas (Valencia). 
chaqueta: en Valencia se emplea con frecuencia como sinónimo de abrigo. En Madrid, cosas del frío, la diferencia está más clara.
charrar: hablar en confianza, normalmente de trivilidades (Valencia).
chispas: ver filipinas.
chopar: mojarse mucho con la lluvia (Valencia), calarse.
chungo: persona con mala pinta. En Valencia es una palabra a la orden del día, pero en Madrid se escucha menos. Espera... ¿no será porque Valencia está llena de gente con mala pinta...? Maldición.
corva: parte de la pierna por donde se dobla la rodilla. En Madrid no llama la atención, pero lo más seguro es que en Valencia no sepan de qué estás hablando. 
¿cuánto cuesta?: si un valenciano le pregunta a un madrileño cuánto cuesta ir de un sitio a otro, seguramente pensará que le pregunta por el dinero que cuesta. Sin embargo, también se utiliza para preguntar el tiempo que lleva el viaje.
cubalitro: copón con bebida de alcohol que en Madrid llaman mini (lo cuál nunca entenderé). En otros lugares de España es cachi.
dar de sí: ver desbocar.
desbocar: en Valencia, se dice así cuando se da de sí una prenda (como cuando se deforma una manga de tanto ensancharla).
descambiar: cambiar algo (un vulgarismo con mucha fuerza en Madrid).
deslunado: en Valencia, patio de luces.
embozar: atascar un desagüe (en Valencia).
empastrar: en Valencia, mezclar algo hasta estropearlo o hacerlo inteligible. El resultado es lo que conocemos como un «empastre».
encanar(se): llorar con mucha fuerza, sin poder parar (Valencia).
entaponar: taponar.
esclafarse: en Valencia, ponerse cómodo (excesivamente cómodo, más bien) en el sillón. 
espardeña: alpargata (en Valencia se utilizan las dos indistintamente, pero «espardeña» tiene una connotación más pija). Es curioso, porque cuando he llevado espardeñas/alpargatas en Madrid (lo cuál sucede con mucha frecuencia en verano), me dicen que parezco de pueblo. Supongo que no pasan el calor que en la capital del Turia. Otro artículo de la vestimenta donde Madrid y Valencia son antípodas son los gemelos de la camisa. Me los puse una vez en Madrid y todavía estoy escuchando las risas. Allí sólo los ven en bodas y juras de presidentes del gobierno (como mínimo). En Valencia no los llevamos todos los días, pero tampoco llaman la atención.
espenta: en Valencia, la espenta es el arrojo. Decimos que alguien tiene espenta cuando tiene iniciativa.
espolsar: sacudir un objeto para quitar la suciedad (en Valencia), como el mantel tras la comida o las sábanas para ventilarlas.
estrenas: otra forma de decir aguinaldo en Valencia (aunque esta también se utiliza).
filipinas: expresión que se grita cuando dos personas dicen la misma palabra a la vez (en Madrid es más típico chispas).
finca: en Valencia, finca también es sinónimo de un bloque de pisos (cada número de una calle). Si oyes a un valenciano hablar de su finca, no significa necesariamente que vive en un latifundio lleno de bueyes. También puede referirse al edificio donde está su piso en el barrio más humilde de la ciudad.
galería: en Valencia se llama así a la terraza cubierta donde se suele tender la ropa.
ganchitos: risketos (esas cosas que nos ponían los dedos naranjas en los cumpleaños).
guarrazo: en Madrid, caída con derrape.
hacer una película: en Valencia preguntas por las películas que hacen en el cine para referirte a las que ponen en el ABC Park o el Lys; las que puedes ir a ver en cartel, básicamente. En Madrid, el único que «hace una película» es el director y los actores. Las películas están en en el cine, no las hacen.
longaniza: en Valencia, la longaniza es el embutido más artesanal. Salchicha se emplea sólo para los envasados de fábrica (tipo Óscar Mayer). En Madrid, salchicha es genérico para los dos.
lumi: asidua de la calle Montera, es decir, PUTA (Madrid).
mini: ver cubalitro.
mocho: en Valencia, fregona.
mollete: en Madrid, pieza de pan plano y redondo.
mostoso: húmedo y mugriento. La bayeta de la cocina cuando no la limpias, por ejemplo (Valencia).
niqui: en Madrid es otra forma de referirse al polo, la prenda de vestir.
oliva: aceituna (Valencia). 
paella: además de la comida (como es obvio), en Valencia también se llama «paella» al recipiente. Fuera es más común llamarlo «paellero». Esta falta de variedad de vocabulario también afecta a «fallas», que se utiliza tanto para monumentos,  corporaciones y fiestas a la vez.
papas: los valencianos distinguen claramente las patatas fritas de McDonalds de las de bolsa (tipo Lay's), que los madrileños también llaman «patatas fritas de bolsa». A estas los valencianos las llaman simplemente papas. A las patatas en estado natural no las llaman papas (como hacen los canarios), sino patatas, igual que los madrileños.
paraeta: puesto de feria o de comida en Valencia.
Pascua: es el modo popular de referirse a la Semana Santa en Valencia. Prueba de ello son dos de los bocados típicos de estas fechas: la mona de Pascua (con su huevo) y la longaniza de Pascua. El asunto Semana Santa/Pascua tiene su miga porque teóricamente, la pascua empieza al terminar la Semana Santa. Al final no sé cómo los valencianos han acabado sustituyendo un término por otro: quizá influya el hecho de que las vacaciones se alargan un poco por la festividad de San Vicente, juntándose ya con la Pascua propiamente dicha, y de ahí la confusión. Si alguien puede arrojar luz en los comentarios, que no se corte.
pelarse clase: faltar a clase, hacer pellas (en Valencia).
picatostes: ver tostones.
poner a parir: me encanta la cantidad de acepciones que dan los valencianos a «poner a parir» o derivados. En Valencia, «poner a parir» significa criticar a alguien o poner a alguien al límite de sus nervios, también se dice que un sitio «está a parir» cuando no cabe ni un alfiler.
rajar: en Madrid es sinónimo de hablar mucho. En Valencia, sinónimo de criticar negativamente.
rampa: calambre en la pierna (en Valencia).
rentar: apetecer (en Madrid). 
repelar: rebañar un plato (en Valencia).
resopar: en Valencia, cenar por segunda vez (normalmente a primeras horas de la madrugada). He oído recenar alguna vez, pero las menos.
retortero, al: en Madrid, tienes alguien «al retortero» cuando está interesado en ti. Para algo más que venderte algo, claro. 
rosquilleta: producto de panadería (muy bueno con jamón serrano, por cierto).
salchicha: ver longaniza.
sucar: mojar en el plato (en Valencia). Aquí se nota otra vez la influencia del valenciano. Es curioso, porque la mayoría de peculiaridades del castellano de Valencia frente al de Madrid tienen que ver con comida.
suéter: en Valencia, es otro modo de llamar al jersey (lo más correcto sería decir que sudadera, porque suéter viene del inglés sweater, pero se utiliza indistintamente).
teléfono escacharrado: como se conoce en Madrid al juego infantil del teléfono loco.
tener angustia: sentirse mal (en Valencia). 
terrao: la azotea de un edificio (en Valencia). Al principio de vivir en Madrid vivía con dos personas del norte de España. Cuando les pregunté si la finca (el edificio) tenía terrao (azotea), casi me tomaron por loco. Después dijeron que no lo sabían, lo que a mí me sorprendió porque ya llevaban años viviendo en el edificio. No es raro: en el norte, es muy normal que los edificios tengan tejado por la lluvia. Los terraos o azoteas son más típicos de otras zonas como Valencia o Madrid, donde no llueve tanto.
torrá: en Valencia, barbacoa.
tostones: picatostes (en Valencia).
zapatillas: tengo comprobado que ninguna palabra en España cambia tanto de región a región como zapatillas/playeras/tenis/deportivas. Las que te pones para hacer deporte, vamos. ¿Cómo las llamas tú?

(Actualizado a 10 de enero de 2017)

Tengo la impresión

Los vascos son los bastos. Los gallegos, los indecisos. A los catalanes les toca tacaños, a los madrileños chulos y a los andaluces, vagos. Con semejante «prejuiciero» español, los valencianos podíamos sentirnos satisfechos por haber pasado prácticamente desapercibidos. Porque a pesar de chistes rápidos sobre bacalaos y pastilleros, nuestra fama era prácticamente nula. Ni buena ni mala. Ni fu ni fa. Una normalidad absoluta.
Hoy somos el ridículo de España, y la frontera de nuestras vergüenzas la ponen sólo los medios de comunicación. Si no, se hablaría de nosotros desde Valparaíso hasta Pekín, sin ser humano que comprendiese nada. ¿Por qué los valencianos votan a Camps? ¿Por qué revalidan la mayoría absoluta de un político imputado?
Ni el paisaje es como lo retrata la prensa, ni los valencianos hacen nada por su paisaje. Demasiados años vertiendo toneladas de hormigón, como para tumbar a golpe de titular lo que constituye el pensamiento (casi) único valenciano. En el juicio moral popular, los acusados no son culpables. O lo son, aceptamos regalo como hecho reprobable, pero entonces ocurre que no es para tanto. Podrían haber robado más, se dice. Qué pasaría si gobernasen los otros, repiten con miedo a países. Lo que diga un jurado de nueve personas importa poco cuando un millón doscientos once mil votos lo proclamaron inocente. Un inocente envenenado, de los de si lo ha hecho qué más da, pero absuelto como él quería. Las urnas no resuelven los pleitos de los tribunales, pero son capaces de socavar la moral y enaltecer el ánimo con más fuerza que cualquier fallo del tribunal internacional de justicia.
No se trata de si Camps salió inocente o culpable. Lo que duele es su aprobación popular, el aplauso a su mala praxis. La de la pompa y la tontería. La de los aeropuertos mausoleos y competiciones de la jet set. La de poco pan y mucho circo. Pero teníamos circo y pan, ahí lo extraordinario, pero el pan nos acabaría sentando mal y el circo nos hipotecó para que no pudiésemos comer ni curarnos. Lo último que perdimos fue el espectáculo. Hoy no tenemos ni eso.
Los valencianos son los nuevos andaluces de España. No sé cuántas veces he oído esa frase en el último año. Dicha con malicia hacia los valencianos, como si tuviésemos que avergonzarnos de ser como en el Sur, y más dañino hacia los andaluces, que se han cargado con nosequé fama injusta. Lo que sí nos hemos ganado nosotros, a fuerza de voto, es un gobierno de incompetentes que nos han llevado a la ruina mientras todavía sonaba la orquesta. No lo remediamos hace un año, en el momento de enviarlos al infierno. Ni seguro que los echaríamos hoy, si nos convocasen de nuevo a las urnas. Camps, o el que fuese, revalidaría su vergüenza. Ay qué malos son los otros. O serán, que no lo sabemos. Tonterías cuando lo único seguro es que los que están son malísimos y no hay manera de superarlos.
Pero algo está cambiando. Apenas se apreció en las últimas elecciones, pero la marea azul perdió un poco de fuego. Ya no era para tanto. Ganó, pero de menos. Como si ya no convenciese a tantos.
Tengo la impresión de que los valencianos despiertan del sueño. Ese que primero fue bueno y sin saber cuándo se transformó en pesadilla. Ya no les gusta (no nos gusta) lo que vemos y se empieza a levantar la voz. Basta ya. Chorizos, impresentables, malos gestores en definitiva, provocadores, seamos justos, de una Valencia que fue la envidia de España porque ni España ni Valencia supo hasta demasiado tarde el precio de su mentira. Quizá no los derroquemos en las elecciones de 2015. Ni tampoco salgan en 2019. Pero el descontento es cada vez mayor y la oposición -no la de los políticos: la del pueblo- crece a cada día que pasa. Silenciosa, discreta. Pero en alza. El pueblo valenciano es muy digno. Sólo es cuestión de tiempo que despierte de su letargo.

Defensa apasionada del regreso del presidente Camps

Lo habéis visto. A él, al expresidente Camps, guiñando el ojo al techo y dándole las gracias a Dios. No queda nadie por enterarse: un jurado popular lo ha declarado no culpable de todas las acusaciones que lo sentaron en el banquillo. El que fue Muy Honorable recupera, a ojos de la justicia, su honorabilidad. Claro que la justicia, qué cosas, presume de ceguedad.
Cuando la polémica de los trajes saltó a la prensa, y de la prensa a la opinión, no hubo españolito que no juzgase a Camps. El humilde señor de los valencianos, que hasta entonces había gozado de cierta tranquilidad en el cargo (gobierno en época de presunta bonanza y sin atisbo de oposición) se vio entonces con las consecuencias del poder. Acusado de recibir regalos de empresarios, cuando nuestra ley es muy laxa al respecto. Acusado de conceder beneficios en contratación pública a sus benefactores, lo cuál sí es punible. Todo por unos puñeteros trajes por valor de unos miles de euros. Poca cantidad para quien manejaba el timón de una de las regiones más ostentosas de Europa.
Pero él no se acobardó ante nada, y a la vez que afirmaba pagarse su ropa con una risa nerviosa en los labios, se declaró elegido por los valencianos (y a fuero interno, Elegido de Dios) e hizo de la resistencia a las presiones sociales, mediáticas y políticas un martirio del que pudiesen aprender los niños de primera comunión. Camps resistió en su puesto de presidente mientras los sumarios se filtraban a voluntad del cuarto poder. Camps no hizo caso a nadie, ni a su partido, cuando le desaconsejaron optar a la reelección. Y el mismo Camps de la pompa, de velas y ferraris, de aeropuertos fantasmas y otros proyectos de festín, ese mismo, fue reelegido el 22 de mayo por su pueblo con mayoría absoluta. Él lo llamó absolución en las urnas. Los valencianos que votan a Camps lo llamaron, ellos sabrán por qué, defensa propia.
No había pasado ni un mes desde toma de posesión cuando fue declarado imputado con todas las formalidades legales. Esto era lo último que Rajoy podía consentir (menos con las Generales tan cerca) y Camps, en su particular vía crucis, renunció voluntariamente a la presidencia para dedicarse al juicio. Un desconocido Fabra lo sustituyó en el sillón y el buen Camps se encomendó a la Virgen. El juicio (el verdadero, no el social) ya se ha celebrado. Con jurado popular. Y este jurado popular ha votado con cinco votos a cuatro que el acusado no es culpable. No culpable. Inocente, hablando en plata. Que se puede volver a casa, en resumen.
Hoy es 26 de enero y Camps no está pendiente de ningún proceso judicial. Salió indemne del que lo debía masacrar para que nadie lo vuelva a llamar «chorizo». Los valencianos respetamos su mayoría absoluta de mayo igual que el veredicto favorable de hace dos días, porque ¿qué se puede esperar de una votación de nueve valencianos, cuando cientos de miles conocían los mismos hechos y ya se habían expresado a gusto en las elecciones? No hay derecho a mantener el dedo acusador sobre un hombre contra el que no se ha probado suficiente. Aún más: no hay derecho a privar a este hombre inocente de recuperar el cargo de presidente de los valencianos para el que fue elegido hace tan poco.
No me malinterpretéis: no siento ningún tipo de cariño hacia Camps ni lo deseo de presidente. Pero a menos que me gusta, más reconozco que mis compatriotas lo eligieron con conocimiento de causa, y si no tuvieron inconveniente de elegir como representante a un hombre sobre el que pesaban acusaciones de corrupción, no creo que tengan ningún reparo en que ese mismo hombre vuelva a gobernar ahora que está libre de toda sospecha. Es lo propio. Si con un éxito electoral y la absolución judicial sigues condenado, entonces no existe el Estado de Derecho. Él ha demostrado su fuerza allá donde lo han retado. No me siento mejor representado por Fabra ni quiero que gobierne cuatro años cuando ni siquiera lo conocíamos en mayo.
Que vuelva Camps como presidente de todos los valencianos porque es lo que los valencianos se merecen. Se lo merecen y queremos ver cómo lo disfrutan hasta el final. ¿Un castigo o una bendición? Será cuestión de gustos. Hasta la oposición tiene derecho a ciertos placeres. Es lo único que queda cuando se pierde la fe en la voluntad popular.

No es un mes para presidir

Al final, se hizo la luz. Zapatero anuncia adelanto de las elecciones generalísimas para el 20 de noviembre, cuando por fin expresaremos quién queremos que nos saque (mejor que peor) de la crisis. Ha apurado hasta el final la decisión, perjudicando la estabilidad del país y su recuperación, pero nunca es tarde si la dicha es buena. Si alguien lo considera el peor presidente de la democracia moderna, es porque hemos tenido muy pocos presidentes. Por desgracia, se vendrán más y más nefastos.
Zapatero ha allanado el camino de la estupidez y ha partido un pastel para que cada uno coja su trozo. La presidencia le vino tan de sorpresa que ha sido capaz de todo por mantenerla. Primero fue regalando las competencias del Estado a las Comunidades Autónomas a cambio de apoyos presupuestarios y después, cuando revalidado el poder y con la lección aprendida decidió que gobernaría solo, volvió a aferrarse al poder negándonos la crisis. No ha habido legislatura buena porque Zapatero no sabría hacerlo, pero tampoco me gustaría que saliese por la puerta de atrás. Si acaso, por la de en medio.
El Zapatero más nocivo para nuestra economía y cohesión del país (aunque algún día presumirá que con él ganamos el Mundial. Tiempo al tiempo) también ha sido el de grandes avances sociales. Fue valiente y la memoria (la nuestra, no la que la ley nos imponga) lo recordará también por los progresos. Pasar de república bananera a referente internacional en derechos individuales no es moco de pavo. Que a Zapatero se lo juzgue por todo. Y que cuando vengan peores, veamos cómo de malo era este. Fue nefasto. Pero no tuvo maldad, sólo una ineptitud y una visión de la realidad, la de los buenos y malos de los cuentos, la del hombre iluminado, que no se puede consentir en un presidente.

Y aunque parezca imposible, no es el único presidente que pierdo abruptamente en una semana. Camps, de todo menos honorable presidente de la Comunidad Valenciana, se va cuando no ha pasado ni un mes de jurar el cargo, y nos deja un nuevo presidente para cuatro años al que no poníamos ni cara. Pues en este tiempo nos vamos a hartar de conocerlo, és clar. Digo mi presidente porque todavía voté en Valencia por las autonómicas, aunque será la última, y he tenido que soportar todo tipo de comentarios en Madrid. Comentarios que, por cierto, tenían mucha razón. Camps se llenaba la boca de glorias y salves al reino, pero ha sido la mayor vergüenza para los valencianos desde que Lucrecia Borgia hizo jornada de piernas abiertas en el Vaticano allá por el siglo XVII. Lo de su éxito no se entendía y no se puede comprender. ¿Que es inocente? Entonces se habrá ganado su cargo ministerial, no hay de qué preocuparse. Pero si no lo es, y eso no lo digo yo ni tú, sino un juez, espero no volver a verlo en los años venideros. Ni en Valencia ni en Madrid. Vamos: no me he mudado a la capital para cruzármelo ahora en Génova. Eso sería una broma del destino de pésimo humor.

Hobbits que votan a Sauron



El castellano de Madrid y el de Valencia tienen muchas peculiaridades que adviertes poco a poco. Hay infinidad de expresiones y palabras que se utilizan a diario en una ciudad y que en la otra suenan a chino, como «resopón», que es como los valencianos llamamos a la comida que se hace de madrugada, o «almuerzo», que para los madrileños es sinónimo de comida, pero para los valencianos es lo que se hace a media mañana. Da la sensación de que los valencianos comen mucho más que los madrileños. Normal que haya bajado peso desde que me empadroné en Madrid.

El Ministerio de la Cuarta Lengua

Cuando uno vive en Madrid, confía en que no tendrá que volver a oír hablar del eterno debate del valenciano-catalán. Pero no, la disputa me persigue a veces hasta la capital, y seguro que aunque me refugiase en Kuala Lumpur, todavía tendría que oír del asunto. Yo me harté hace tiempo de la cuestión y dije todo lo que tenía que decir. No voy a volver a eso.
Me resulta más interesante el extraño reconocimiento que hacen del valenciano las instituciones del Estado. Porque oír de ella en Valencia no tiene mérito, pero es más raro escuchar de la diferencia entre valenciano y catalán cuando uno viaja al centro de España. El valenciano ¿es o no es la cuarta lengua oficial? Ateniéndonos a lo práctico: si el valenciano se recoge en el estatuto de la comunidad, y el estatuto está aprobado en las cortes españolas, sí, se supone que tiene el mismo rango que el catalán, gallego y vascuence. Ninguna de las cuatro se ha "oficializado" con más solemnidad que las otras. Podemos hacer mil análisis del estatuto valenciano, pero el dato objetivo es que está aprobado, y nos guste o no, tiene tanto reconocimiento como los de las otras comunidades autónomas.
Sin embargo, con el valenciano se produce una dualidad, de hoy-te-reconozco-pero-mañana-no, que no ocurre con el resto. Se supone que las páginas de instituciones públicas del Estado tienen que estar traducidas a todas las lenguas co-oficiales, pero aquí no todas lo ven igual. ¿Por qué ministerios como el de Sanidad y Cultura sí admiten el valenciano como lengua en sus traducciones y otros como el de Economía (aunque qué cosas, la web de Hacienda lo hace), Interior o Defensa no? ¿No demuestra poca seriedad?
Quien recuerde la campaña electoral de Zapatero de 2008, sabrá que su eslogan en catalán tuvo una traducción distinta a la del valenciano. ¿Por qué, si son la misma lengua? Lo mismo podríamos preguntarle a empresas nacionales como el Grupo PRISA, que a pesar de su línea editorial catalanista en la edición valenciana de El País (muy respetable), por otro lado mantiene dos sellos editoriales distintos de Alfaguara Infantil en valenciano (Voramar) y catalán (Altea), con sus traducciones y sedes diferenciadas. ¿Cómo puede decir que son lo mismo y mientras tanto mantener una actividad editorial que contradice lo anterior?
Pese a lo anterior, no me preocupa el eterno debate. Ojalá todos puedan superarlo de una vez, y sea cual sea su conclusión, puedan mirarse a la cara para dar fin a rencillas centenarias. Pero más que cómo se comporta cada uno en casa, me intriga la doble vara de medir que hacen las instituciones, partidos y empresas del valenciano. Yo no entro a discutir si es una lengua, dialecto o la misma cosa. Lo que me sorprende es la capacidad que tienen algunos de creer todo y nada a la vez, según los intereses políticos y económicos.

Soy de Madrid

Ayer, a las doce del mediodía, en la oficina del padrón municipal, me convertí en madrileño oficial. Más de año y medio después de llegar a la ciudad con lo puesto, y mucho después de sentirme de aquí, firmé como conforme el documento que me inscribía como ciudadano de Madrid. Me faltó agregar "requeteconforme" al margen. Estoy orgulloso de mi ciudadanía.
Cuando compartí mis intenciones con los madrileños, su respuesta fue uniforme y global:
Ajá.
En Madrid están más que acostumbrados a que venga gente de fuera. Uno más o uno menos en el padrón no va a afectarlos, ni cambiará su impresión sobre mí. La capital de España, para hacer honor a la verdad, es hospitalaria desde el primer día de todos. Uno puede sentirse de aquí tras darse dos vueltas por la Gran Vía, después de un almuerzo en el Retiro o tras el primer plantón en Callao. La condición de empadronado no cambia para el resto, pero sí para mí. Me lo han preguntado una docena de veces en las últimas semanas: ¿Y para qué te empadronas? Mi respuesta es simple y rebosante de lógica: ¿Y por qué no? Vivo aquí y no tengo intención de moverme. La pregunta debería ser por qué sigo empadronado en Valencia después diecinueve meses fuera y cuando no pienso volver. Esto, que suena tan bien por escrito, no cayó tan bien cuando se lo conté a mis amigos valencianos este finde pasado. Su respuesta, igual que la de los madrileños, también fue uniforme y global:
Ejem.
Yo me quedaba esperando un nuevo comentario. Después de mucho insistir, todos decían algo parecido a esto:
Lo que pasa es que reniegas de tu sangre valenciana. Si te importase, seguirías empadronado aquí. Madrid por aquí, Madrid por allá, bla bla bla.
El valenciano no está acostumbrado a la emigración e inmigración nacional como ocurre en Madrid. En los veintidós años que viví en la capital del Túria, conocí muy pocos casos de gente que venía o se tenía que ir. Éramos los que éramos, como nuestros padres, abuelos, y ancestros hasta los años del Conquistador. Igual que cuesta imaginar que alguien que se instala en Valencia pueda llegar a ser valenciano de verdad, lo mismo sucede a la inversa. Pero yo no renuncio a mi identidad, ni a mi patria, que siempre será la ciudad en la que nací. Todas las personas que conozco en Madrid pueden confirmar que no tardo ni tres minutos en decir de dónde vengo, y con un orgullo que no cabe en mí. Que no se confunda patriotismo con fascismo, por favor. No me siento mejor que nadie por ser de donde soy. Y qué cosas, suma y sigue, hoy puedo decir alegremente que soy de Valencia y de Madrid. Quién sabe de dónde más seré.

La fama de los valencianos

Be dice que los valencianos tenemos fama de raros. También he oído que nos atribuyen tradición de juerguistas, supongo que por hitos como la ruta del bacalao. En el siglo XVIII, José Cadalso escribió que los valencianos son vistos como «hombres de sobrada ligereza, atribuyéndose este defecto al clima y suela; pretendiendo algunos, que hasta en los mismos alimentos falta aquel xugo que se halla en los de otros paises. Mi imparcialidad no me permite someterme a esta preocupación por general que sea; ántes debo observar, que los valencianos de este siglo son los españoles que mas progresos hacen en las ciencias positivas y lenguas ninerías».
Si me animo a escribir esto, es porque el otro día me encontré con un libro muy curioso buscando en una librería de viejo. Se titula Valencia siglo XIX vista por tres ilustres viajeros y contiene las crónicas del barón Davillier, Gustavo Doré y Edmundo de Amicis, los tres visitantes de la ciudad del Túria hace dos siglos. El libro me hizo reír a carcajadas por la calle, mientras leía algunos fragmentos. De entrada un refrán muy malintencionado de la época que me dejó patitieso«En Valencia la carne es yerba, la yerba es agua, el hombre mujer y la mujer nada». Suerte que Amicis sale en defensa de mi pueblo para decir que la valenciana es la mujer más hermosa del país, aunque «no es tan excitante como la andaluza». Pues vaya. También dice que los valencianos somos los más feroces y crueles de España, a juzgar por la fama que nos atribuyen en el resto de la península. Hablamos de dos siglos atrás, cuando la ausencia total de pastillas de éxtasis en los fines de semana nos obligaba a aficionarnos a luchas con cuchillos, según el cronista. Lo de ciudad peligrosa es algo que no ha cambiado.
En realidad, los valencianos no salimos tan mal parados en el reparto de estereotipos nacionales. A los catalanes siempre se les carga el sambenito de tacaños, a los vascos nos gusta imaginarlos poniendo bombas en eso que se salen a fumar el cigarrito del bar, y los andaluces serán, según el resto de españolitos, los eternos vagos. Si nos quieren llamar raros, pastilleros o crueles, lo mismo da. En Madrid he comprobado que algunos también tienen un lío tremendo entre valencianos y catalanes, como si CiU gobernase hasta en levante y el nacionalismo estuviese a la orden del día, cuando la realidad es que es sólo una anécdota en nuestro parlamento, a diferencia de como ocurre en el catalán. Da igual, con los prejuicios cada uno tiene lo suyo.
¿Qué impresión se tiene de los valencianos desde fuera? ¿De qué tienen fama? Y los españoles en general, ¿de qué tenemos fama entre los latinoamericanos? ¿Cómo crees que ven tu región desde otros puntos del país y del mundo? Participa en los comentarios para crear un mapa de estereotipos. No ayudaremos a combatirlos, pero por lo menos podemos reírnos un rato.

Este verano

Ha sido un verano un poco raro, porque lo he pasado todo en Madrid, y

  1. no he tomado el sol ni un minuto (lo cuál me llena de alegría y satisfacción, a lo rey en nochebuena),
  2. es el primer año de mi vida que no voy a la playa,
  3. es el primer año de mi vida ¡que ni siquiera voy a una piscina!,
  4. no he pasado excesivo calor. De hecho, en cuanto a la temperatura, nunca he estado mejor en mi vida y
  5. no me ha picado NI UN SOLO MOSQUITO. De hecho, ni los he visto. Y cucarachas las menos.
Como oiga a un madrileño quejarse del verano en la ciudad, lo voy a enviar derechito a Valencia. Ah, espera, que eso es lo que hacen los madrileños, y por gusto. Están locos estos de capi...

Valencianos que votan a Camps

Si Camps no ha cometido ningún delito, por lo menos no puede negar que aceptar regalos es inmoral.
--¡Pero si Zapatero también acepta...!
A ver, que quede claro: si Zapatero, Durán i Lleida, Rosa Díez o Cayo Lara reciben regalos, también me parece fatal. Es horrible que se beneficien de sus cargos, ya sea por un bolso de Louis Vuitton o un caramelo de regaliz. Camps no es menos culpable porque el resto también lo sea. Esto no es la república bananera del "tú más", es un país que pretende presumir de democracia.
Dicho esto, y viendo cómo vamos a tener que repetir con Camps en las próximas elecciones (a la espera de que surja otro candidato que nos devuelva la ilusión), por favor, no lo votéis. No se puede premiar la cutrez con una reelección. No se la merece. Bastante suerte ha tenido con que el PP nacional se haya decidido a su decapitación política, como le hubiese correspondido en un mundo con dos cojones.
Ya basta de ser valencianos que miramos a un lado cuando nuestros políticos cometen pecados menores. Basta ya de soportar sus comidas diarias en los restaurantes más lujosos a expensas de nuestros impuestos, basta ya de soportar su demagogia e hipocresía lingüística, basta ya de su victimismo a nivel nacional. Basta ya de estos nacionalistas que no saben muy bien si lo suyo es valenciano o español, pero van a pegar golpes a todos lados si con eso pueden alargar su tiempo en el sillón.
Camps no es la única alternativa, ni siquiera en su partido. No quiero vivir la vergüenza de ser valenciano y comprobar cómo vuelve a ganar. Es vuestra decisión. así que pensad antes de votar. Si os compensa su falta de ética, os ruego que os expliquéis para poderos comprender. Me cuesta imaginar a este tío cuatro años más como presidente de mi tierra, así que si no me queda más remedio, por lo menos quiero conocer la razón.

Un año en Madrid, primera parte: El fantasma de la vida pasada (en cómic)

Ando renostálgico porque el lunes cumplo un año de mi llegada a Madrid. Para el resto es nada, pero para mí significó un cambio crucial. Con estas tres entregas pretendo reflexionar sobre lo que podría haber pasado, lo que ha pasado en realidad y lo que pasará en un hipotético futuro. Cada día una parte, y empezamos con El fantasma de la vida pasada.

Photobucket
Photobucket

Sigue con la segunda parte, El fantasma de la vida presente.

Primarias en Madrid

Desde siempre, las noticias locales de Madrid son nacionales, así que si las comento ahora, no es porque viva aquí; es porque el resto de españoles estamos obligados a conocerlas.
Queda casi un año para las elecciones autonómicas y municipales y en el PSOE de la Comunidad de Madrid todavía no saben quién va a representarlos. Hasta hace dos días creíamos que iba a ser Gómez, presidente del partido a nivel regional, pero Zapatero y Blanco no han parado hasta que la ministra de sanidad se ha apuntado al juego. De modo que este es el panorama actual: Jímenez y Gómez se verán las caras en unas elecciones primarias, a lo Hillary y Obama, para gusto de la oposición.
Partiendo del hecho de que me parece que Zapatero no ha obrado bien (¿le pides a alguien que deje el municipio donde ha triunfado como alcalde por un cargo que luego no le vas a dejar explotar? ¿Le hiciste renunciar a Parla para luego ahogarlo en su aspiración a presidente autonómico?) lo cierto es que cualquier celebración democrática es pues eso, para celebrarla. Que los candidatos no vengan preestablecidos, sino elegidos, y con eso me refiero a que haya más de un postulante al puesto. Trinidad Jiménez hace uso de un derecho al presentarse como candidata, y Gómez también garantiza el suyo manteniéndose en la lucha. Si en la Moncloa preferían que no ocurriese este final y que Gómez se apartase antes, están equivocados. Cualquiera sale reforzado de unas primarias, y en la lucha contra Aguirre, el que gane de los dos ya habrá hecho campaña antes de que la popular diga esta boca es mía. Independientemente de que gane o no, el PSOE de Madrid va a coger oxígeno con las primarias.
Estaría bien que esta moda se extendiese al resto de España, pero no hay manera. Cuánto me gustaría que apartasen a Camps antes de llegar a las elecciones. No quiero pasar por la vergüenza de verlo ganador. Si lo suyo no es delito, por lo menos es inmoral, y eso es igual de grave para algunos. Ya veremos. Primero tengo que decidir dónde voy a votar, y después de todas estas noticias, en la capital del Túria y del Manzanares, todavía no me he decidido.

Empadronarme en Madrid (o cómo dejar de ser valenciano sin dejar de serlo)

Hoy lo he valorado en serio por primera vez: empadronarme en la ciudad de Madrid, donde vivo desde hace casi un año, y donde pretendo seguir durante un tiempo más. Hasta ahora me había horrorizado la idea -¿qué me iba a quedar de Valencia, si ya no iba ni a las elecciones?- y siempre decía que no modificaría mi residencia oficial ni harto de vino. Que no es que pretendiese volver -porque no pretendo a corto ni medio plazo, y me duele, porque la amo-, pero me resistía a perder ese último hilo que me conectaba con la ciudad de los murciélagos. La ciudad de las flores. La ciudad de la luz. La ciudad de la luna y de la pólvora, del fuego y de tantas otras cosas bonitas más.
Pero mi situación actual es un problema, sobre todo en este país de autonomías. Tengo un problema cuando necesito documentos de la seguridad social, porque mi domicilio sigue siendo el de Valencia. Casi me quedo sin hacer la declaración de hacienda, porque los papeles llegaron a la casa de mi infancia y no he podido ir en los últimos meses. Tengo problemas con el banco, que no tiene nada que ver con el empadronamiento, pero perdí mi tarjeta de crédito y como mi oficina está en Valencia, llego una semana en que se dignen a reenviarla a Madrid, lo que me demuestra una vez más que tengo que admitir que ya no vivo donde Rita la alcaldesa.
Cuesta tomar la decisión porque no puedes quitarte de la cabeza que estás traicionando un poco a los tuyos. Lo mismo da que las hagas de embajador de buena voluntad a todas horas, pregonando las maravillas de tu tierra allí en la capital, que cambiar tu domicilio de cara al Estado ya son palabras mayores. Estás diciendo de manera oficial que pasas a formar parte de ese enorme grosso de Madrid, o lo que es lo mismo, que ya no te puedes contar entre los valencianos de la tierra. Si hay algo que quiero ser por siempre, eso es valenciano (bueno, y algunas cosas más, pero esto es una entrada de blog y se trata de darle un poco de dramatismo).
No es algo que tenga que decidir ya, pero mientras más vueltas le doy al coco más retraso los inconvenientes. Las próximas elecciones autonómicas y municipales son en 2011. Ya veremos si voto por el ayuntamiento de Madrid o el de Valencia. Haga lo que haga, me quedaré con las ganas de haber votado en lo otro.

Las vecinas de Valencia, cuatro años y medio después

Mi video favorito de YouTube por fin tiene continuación. Pero qué bonito es vivir.

(Y si digo que he estado en la casa de las vecinas de Valencia, no me creeríais. Lo cuento entre los momentos más frikis de mi existencia).

El más madrileño

Aquí faltó el que decía "¿Qué demonios? Los más madrileños de todos somos los valencianos. ¿Quienes si no iban a hacer las paellas?".

Fuera coñas, adoro Madrid. Tanto como amo Valencia. Y me siento muy identificado con este anuncio.
Supongo que llegará el día que me vaya de aquí. Lo que me llevo es algo mucho más grande que una ciudad. Es un mundo hecho a mi medida, una vida impresa en sus calles.