La luz, blanca, de led, brillante, le enceguecía, le obligaba a bajar la vista hacia las fotografías que no quería volver a ver. Tampoco podía cerrar los ojos, porque no resistía las descargas eléctricas que recibía cada vez que parpadeaba, mucho menos resistiría la descarga que recibiría si los mantenía cerrados el tiempo necesario para olvidar lo que veía.
―Estamos esperando ―una voz desde el otro lado de la luz le recordó que no estaba sola.
―Es que no sé qué más quiere que diga.
―Bien ―dijo la voz―. Repasemos los hechos. Una mujer, de mediana edad, de reúne con usted semana a semana durante unos cuarenta o cuarenta y cinco minutos contándole sus problemas. ¿Estamos de acuerdo con esto?
―Sí. Se lo podía decir así.
―Usted interpreta esos problemas por ella y le dice lo que tiene que hacer.
―No ―interrumpió la mujer―. No es así como funciona.
―Entonces dígame como es. ¿Qué se supone que hacen durante esos encuentros? ¿Cómo lo explicaría usted?
―Buscamos la forma en que sea ella quien encuentre la forma de solucionar o enfrentar su problema o lo que sea que en ese momento le haga sentirse mal, incómoda o fuera de sí.
―Esa explicación no tiene ningún sentido.
―Para nada ―intervino una segunda voz del otro lado de la luz.
―Es lo que hacemos en la consulta. Todas las personas tienen sus problemas. Para algunas de ellas no siempre es fácil hablar. Yo les proveo de un espacio confortable y seguro donde, si es lo que quieren, pueden hacerlo.
―Y luego les dice lo que tienen que hacer. Muy conveniente.
―Eso es interpretación, injerencia, inmiscuirse en lo ajeno. Lo cual la vuelve responsable ―una mano que parecía responder a esa voz áspera y autoritaria golpeó con el dedo índice sobre las fotografías. Bajó la cabeza y volvió a ver los cuerpos mutilados de los tres chicos, casi niños.
―No es así como funciona ―repitió sintiendo la leve descarga en respuesta a su parpadeo involuntario.
―Es lo que se desprende de su explicación.
―No, no lo es. Se escucha a la persona, se le hacen sugerencias a partir de las cuales ellas mismas deben pensar en cuáles son las soluciones para sus problemas, sus dilemas. Pero no se les dice qué deben hacer, no es lo que se espera de nosotros.
―¿Es su forma de negar la acusación? ¿Usted “no le dijo lo que tenía que hacer”? Porque tenemos una declaración en su contra que dice exactamente lo contrario ―a medida que hablaba, esa voz áspera y autoritaria se volvía todavía más áspera, más autoritaria, como si quiera ponerle fin a todo el asunto
―¿Cuánto tiempo llevaba reuniéndose semanalmente con esta mujer? ―preguntó la otra voz, un tanto más calmada.
―Los últimos ocho años.
―De seguro ha de haber tenido mucho para hablar en todo ese tiempo.
―No es así como funciona ―repitió una vez más, frase que se volvía poco a poco una letanía―. Es un proceso lento, complejo, delicado.
―Por sus respuestas, usted tampoco parece estar segura de cómo funciona. ―Cuéntenos ―dijo la segunda voz―. ¿Qué recuerda de su último encuentro?
―Luego de varias sesiones, llegamos a uno de los núcleos centrales de los problemas de la paciente.
―¿Sesiones? ¿Núcleos centrales? ¿Paciente? Nada de jergas ni jerigonza sin sentido. Queremos una declaración limpia.
―No es una jerga, es una terminología específica.
―Pues ahórreselos, porque son palabras que no significan nada.
Rebuscando en su vocabulario intentó expresar lo que quería explicar sin todos los términos técnicos tras lo que habitualmente se escondía.
―Luego de varios encuentros, la mujer expresó una situación de su infancia que para ella representaba un conflicto. Algo que interfería con ella al momento de tomar decisiones.
―¿Cuál era ese conflicto?
―Durante su infancia ella tenía por costumbre darle besos en la frente a sus muñecas de juguetes antes de acostarse a dormir. Años después, al acceder a su unidad convivencional, recurría a algo similar con su descendencia menor y el individuo asignado para completar la unidad familiar.
―¿Qué significa esto?
―Que los besaba en la frente antes de dormir.
―¿Por qué sería un problema algo semejante?
― Lo era para la mujer. Tal vez para los demás no fuera nada, pero le generaba angustia ―se interrumpió al ver la mano de la voz áspera y autoritaria cerrarse en un puño―, esto le dificultaba la vida cotidiana ya que creía molestar a las personas con las que convivía.
―¿Llegaron a alguna solución?
―Como le dije antes, a eso tenía que llegar por sí sola. Yo no puedo darle una respuesta.
―¡Qué fue lo que le dijo que hiciera! ―la voz áspera y autoritaria golpeó con el puño sobre la mesa.
―No le dije que hiciera nada en particular, le sugerí que si esa situación le causaba algún problema lo mejor que podía hacer era hablarlo con su unidad convivencional. Pero esa fue sólo una de las opciones sobre la que se habló en nuestro último encuentro.
―¡Y así acabaron ellos!
Más fotografías aparecieron sobre la mesa. Cuerpos mutilados, manchas de sangre, huesos quebrados, un cráneo aplastado con algo que no podía reconocer y lo que parecían ser marcas de dientes, no todas ellas en las zonas genitales.
―No comprendo qué fue lo que pasó ―dijo sobreponiéndose a las imágenes.
―En la grabación de seguridad ―dijo la segunda voz―, se ve el momento en que la mujer llega a su unidad convivencional luego del encuentro mantenido con usted. Realiza aquello que usted le sugirió y, ante las risas recibidas, reacciona de forma tal que es prácticamente imposible saber a qué miembro de la unidad corresponde cada trozo encontrado. Usted es responsable de la desarticulación de la unidad convivencional y el posterior suicidio de la mujer.
―Pero si yo no he hecho nada.
―Usted le ha dicho a la mujer que lo hiciera, lo que es prácticamente lo mismo. Usted preveía que algo semejante podría suceder, lo que es el fundamento de su sugerencia.
―¿Qué es lo que quiere decir?
―Que usted sabía muy bien cómo reaccionaría esta mujer ―respondí la voz áspera y autoritaria.
―No, no lo sabía. Es imposible saber algo como esto.
―Al contrario, lo es. Y usted lo sabe. Por eso se dedica a uno de esos fiascos que prometen cosas que nunca cumplen, antes que algo de verdadero valor, una labor sin fundamentación científica, cargada de palabras vacías de sentido que utilizadas de la manera adecuada es sabido que pueden manipular a las personas un tanto débiles o fuera de su estado basal.
―La psicología es una ciencia.
―Sí, claro, al igual que la astrología, la alquimia, el couching ontológico, las neurociencias, la quiromancia, la patafísica, en nesialismo, el tarot, la sociología, la estadística.
―Y tantas otras pseudodisciplinas que pretendían resolver los problemas de la sociedad.
―Problemas que ellas mismas habían creado, para tener algo de lo que ocuparse, claro ―dijo la segunda voz.
―Claro ―concluyó la voz áspera y autoritaria.