La pantalla encendida, la página en blanco, el cursor titilando siempre en el mismo lugar, siempre en el inicio del primer renglón de la página en blanco señalando, acusador, que, otra vez no le quedaba nada por escribir. Vacío, se sentía vacío. Otra vez.
Miró el calendario. Era sábado. Siete días intentándolo y sabiendo que cuando buscaba forzar la escritura todo se arruinaba. Las palabras se arruinaban, y él con ellas. Lo sabía, pero lo buscaba. Las palabras estaban allí, necesitaba concentrarse y ordenarlas, escribirlas, darles forma, sin importar lo que quisieran contar, ya habría tiempo para eso. Lo primero era escribirla.
Domingo. Bajó el brillo de la pantalla para evitar el cansancio ocular. Era más fácil y rápido que levantarse a buscar los lentes que no recordaba cuándo había visto por última vez. Si su cabeza era un caos de palabras, la casa era un desorden de objetos acumuladas al azar. Solo había un espacio libre, la mesa de la computadora y la silla frente a ella, el resto eran formas indefinidas que lo rodeaban, que lo cercaban, que se volvían un laberinto tan complejo como vacía continuaba la página frente a sus ojos.
La peor parte era el maldito cursor que continuaba titilando desde el inicio del primer renglón de la primera página.
Lunes. Tocó la barra espaciadora. El cursor ya no estaba en el mismo lugar. Era un progreso.
Marmierjueves. Alguien tocó varias veces el timbre sin que se molestara en responder. El móvil vibró en algún momento indefinido de una de esas tardes. Tampoco le prestó atención.
Tantos han escrito sobre la falta de inspiración, las dificultades a la hora de enfrentar la página en blanco, la falta de ideas, de motivación, de interés, de sexo, de comida, de calor o de frío. Incluso algunos escritos por él mismo en los años anteriores (2010, 2015, 2018, 2021, con una frecuencia en evidente aumento a medida que pasaban los años). Hacerlo ahora se acerca peligrosamente al plagio, y antes muerto que caer otra vez en ese lugar.
Sábado. El documento llegó a las quince páginas de espacios en blanco antes de que la barra espaciadora se destrabara. Ojalá escribir fuera tan rápido, ojalá alguna idea tuviera semejante impulso en su cabeza, en sus manos.
Domingo. Volvieron a tocar el timbre. El domingo, nunca se atiende el timbre el domingo.
Lunes. Una plaga inunda la casa, una que huele a fracaso. Conoce muy bien ese olor, lo sabe propio.
Martes. Cerró el archivo en blanco, cerró el procesador de texto. Volvió a abrirlo y a buscar un documento nuevo, y ese también estaba en blanco.
Fin de mes. Debería darse por vencido. Las palabras no volverán. Es como si cada vez que las buscara se alejaran más y más, como ese juego de si tú te acerca, yo me alejo. Como en un baile. Al menos eso podría decir si supiera bailar, pero ni siquiera.
Dos (tal vez tres) meses después. Volvió a abrir el archivo. El cursor apareció en el mismo lugar. La pantalla encendida, la silla vacía, la página en blanco.
Alguna vez escribió. Alguna vez dejó de escribir. Alguna vez pensó en volver a escribir. No tenía razones para ninguna de las tres opciones. Nadie sabía cuándo escribía porque nadie esperaba que lo hiciera o que tuviera algo para decir. Nadie sabía cuándo dejaba de escribir porque nadie pensaba que pudiera decir algo.
Fin de año. Cuando deje de pensar en el tiempo que llevaba sin escribir tal vez pueda volver a hacerlo. Sería necesario saber cómo dejar de pensar. Claro que si fuera tan fácil no demoraría tanto en lograrlo. Si fuera tan rápido no requeriría tanto esfuerzo. Pero nunca lo es. Nunca resulta.
Aunque tal vez sí habría algo que resultaría muy fácil para quien se interesara en ello: Su biografía literaria.
1 de enero.
Con la pantalla apagada el cursor ya no titila en el inicio del primer renglón de la página en blanco. Tal vez porque esa página en blanco es un recuerdo de algo que alguna vez se intentó.
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el número 81 de la Revista Digital El Narratorio, se ha publicado el relato: Para cambiar a cualquier persona. Los
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