A morir, a dejar morir, a vivir, a dejar vivir,
a perder, a ganar, a dejarse ganar, a jugar, a intentarlo, a arrepentirse
después, o antes, o durante. A avanzar, a no retroceder, a no saber qué hacer,
o cuándo hacerlo, o qué tener que hacer en ese momento que nunca es el
indicado. A odiar con todas las fuerzas, a dejarse odiar. A darse cuenta que no
somos lo suficiente, que siempre fuimos menos que la reputación que
pretendíamos forjarnos. A amar, dejarse amar, ser amado para ser olvidado,
dejado de lado, en el camino; a saber que nunca tendremos lo que queremos, ni
dejaremos lo que no queremos. A lograr todo lo que queríamos, a nunca
intentarlo, a no hacer nada; a lograrlo sin siquiera esforzarnos, o sin saber
lo que hacíamos y luego no poder repetirlo. A no lograrlo, a quedarse en el
camino, a no llegar siquiera a comenzar y ya saberse fuera de cualquier
competencia, real o ficticia. A no saber qué hacer luego de un triunfo o, más
probablemente, de un fracaso; a carecer por completo de reacción cuando más se
lo necesita. A que nos falten las palabras cuando siempre creímos en ellas; a
que las lágrimas dejen de ser suficiente. A que cualquier acción, pensada,
efímera, improvisada o casual, tenga el mismo valor que la ausencia. A nunca
estar. A siempre estar y que carezca de sentido. A llegar cuando ya pasó todo;
a estar presente sin que nadie más lo note. A servir de acompañamiento sin
ganar nunca el protagonismo deseado; a ser el protagonista de un eterno monólogo
unipersonal. A encontrarnos siempre fuera de lugar, incluso en nuestro propio
lugar; a no saber cuál es nuestro lugar, si es que tal cosa existe. A saber
demasiado, a saber lo justo y necesario, a no saber nada en absoluto. A ver, a
no ser visto, a nunca poder ver. A escuchar lo que nunca habríamos querido
escuchar; a escuchar esas palabras ansiadas pero no por la persona esperada. A
las promesas, a romperlas, a cumplirlas; a que alguien más lo haga por nosotros
y nos demuestre que también éramos capaces de hacerlo pero no nos esforzamos lo
suficiente. A no recibir respuesta cuando llamamos, a que nos llamen cuando no
queremos responder, a que nadie nos responda cuando en verdad lo necesitamos. A
no estar allí cuando, por fin, tiene valor nuestra presencia. A que nunca lo
tenga. A quedarse sin sueños, a soñar eternamente; a alejarse tanto de la
realidad que luego ya no se sepa cómo regresar a ella. Al olvido y sus matices
previos y posteriores; a desaparecer y que nadie lo note, a no hacer y que
tampoco nadie lo haga. Al abandono, definitivo, temporal o accidental; a
abandonar a quien no merece la pena y mantener el contacto con quien
definitivamente deberíamos dejar de lado. Al ridículo. A no estar la altura de
ninguna situación, a ni siquiera proponérnoslo. A perderlo todo, incluso lo que no nos pertenece ni nos perteneció
nunca. A no entender que algunos quizá,
tal vez, posiblemente, acaso, probablemente, eventualmente, es factible, también
son formas de negación. A no hacer lo necesario, o hacerlo y que ya no importe.
A no hacer nada y que haga falta hacer algo pero no saber qué. A ignorar lo que
posee valor, siendo que el valor siempre es relativo. A relativizar lo
importante; a darle importancia a lo relativo. A sentirnos incapaces todo; a
sentirnos demasiado capaces para algo y fracasar en el intento. A la luz. A la
oscuridad. A la noche. Al día. A reír sin preocupación; a que se rían de
nosotros, o con nosotros. Al aburrimiento atroz de ser humano.
En
definitiva, miedo a ser.
Aclaración: "Esta foto es mía"