domingo, 5 de enero de 2025

Criterio de selección

Podés mirarme con esa expresión de desagrado todo el tiempo que quieras, no me importa. Estoy seguro de que a tu manera hiciste lo mismo o algo muy similar, y está bien, me parece perfecto. Este es el mío, es tan válido como el tuyo ―no quiero decir que más para que no te ofendas más de lo que ya estás. En serio, escúchame, siempre evaluamos a los demás, los gestos, si se maquilló o se afeitó antes de vernos, cómo gasta el dinero, si cambió de auto en el último año o si viaja en transporte público, si la ropa es de marca o no, si sus zapatos son nuevos. Los dientes son otro ejemplo, si los tiene todos o al menos se los limpia con cierta frecuencia, también su lenguaje y vocabulario, sus intereses más allá de lo inmediato. Evaluamos cada detalle, por minúsculo que sea, antes de tomar una decisión. Negalo todo lo que quieras, pero sé que lo hiciste antes, lo hiciste conmigo y lo seguirás haciendo con los que vengan después, y como te dije, está perfecto. Nadie le abre la puerta a cualquiera; el miedo a salir herido, a que vuelva a romperse eso que jamás sanará, a sentir que perdemos otra vez, es atroz.
    Por eso es que no tiene sentido que te enojes. El mío es un criterio tan válido como cualquier otro, como ya te dije. Claro que suelo ser un tanto flexible y hasta diría que permisivo en algunas oportunidades; cuando la sangre tira, como quien dice, cuando el premio bien puede ser mayor a la apuesta inicial, cuando la desesperación hace su entrada y bajo mis estándares lo suficiente como para obtener algún tipo de descargo momentáneo.
    Hay miles de cuestiones que me tienen sin cuidado, con las que no pierdo el tiempo; a pesar de esto, nunca renegaré de mi criterio. Acabás de enfrentarte a él y perder, como sucede en la mayoría de los casos. Yo estoy acostumbrado, noto que vos no, pero no es nada personal, al menos no directamente. Así son las cosas conmigo.
    Si no hubieras dicho nada, si hubieras mirado como quien mira sin ver, si hubieras tenido alguna expresión de sorpresa, alguna palabra perdida a media voz, que demostrara que lo que veías no resultaba extraño aunque quizá sin llamativo, hubiera sido diferente. Incluso hubiera tolerado la completa y total indiferencia. Estaba dispuesto a muchas cosas esta noche.
    Lo que me resulta inaudito, intolerable e inaceptable es que hayas pensado que aceptaría sin más que apenas entrar dijeras: “para qué querés todas esas cosas si no sirven para nada”.      ―Te pido un uber ―respondí descolocándote y ofuscándote al mismo tiempo porque yo no me reía. Para mí no tenía ni la menor gracia.
    Es verdad, ya lo pedí, está en camino. Esperalo afuera por favor. Quizá mientras tanto puedas darte cuenta que no es correcto, que no está bien, criticar sin más el esfuerzo de toda una vida que se expresa, como ves aquí, en esta casa, en mi biblioteca.

Esta foto es mía

Hoy (o ayer), 4 de enero, se cumplen 17 años del inicio de Proyecto Azúcar.
Gracias a todos por acompañarme en todos estos años y en los que vendrán.
Volvemos a leernos el primer fin de semana de marzo.

sábado, 28 de diciembre de 2024

Cine

Más tiempo pasaba, más difícil se le hacía ocultar el aburrimiento, casi cercano al fastidio, y los bostezos que llegaban en una rápida y certera sucesión. El que la sala de proyección estuviera a oscuras poco ayudaba. Sabía que así como él observaba la pantalla, alguien más estaría observándolo a él para conocer sus reacciones, las verdaderas, no las que ocultaría detrás de las palabras, por lo que intentar disimular era importante para crear falsas expectativas, aunque a medida que las escenas se sucedían eso se volvía más y más difícil.
    Había perdido la noción del tiempo, lo cual, algunas veces era indicativo de que lo que veía resultaba por demás interesante, mientras que en otras oportunidades era su desesperación por salir de allí lo que le hacía comprobar cómo los minutos se arrastraban uno detrás del otro con su infinita carga de sufrimiento. Este caso entraba dentro de la segunda opción, no había dudas, no quedaba más que resistir para que su parpadeo no resultara cada vez más lento, para que sus ojos no se mantuvieran cerrados más del tiempo necesario para lubricarse. Dormirse allí, en ese momento, en esa postura, no era una opción.
    Las luces se encendieron de pronto. Miró a los lados buscando alguna señal de alarma, no la había. Ese había sido el final de la proyección. Disimular, se dijo, es lo que importa ahora.
    Las otras personas en la sala, siete hombres, cuatro mujeres, se miraron entre sí igualmente intrigados. Creyó reconocer a todos, especialistas como él mismo en cine, en actuación, en fotografía, en dirección y en otros aspectos de la producción audiovisual. Sabía por qué estaban allí, sabía lo que se esperaba de ellos, para eso se les pagaba. Una vez afuera de la sala de proyección se saludaron con gestos, inclinaciones de cabezas, ademanes similares y muy pocas palabras. Los hombres se reunieron en grupo en un rincón, las mujeres hicieron lo propio, dos pequeños cónclaves que discutirían por separado antes de unirse en una gran puesta en común cuando hicieran aparición los aperitivos prometidos.
    Interesante; muy artística; casi una obra maestra; una joya del nuevo cine; arrasará en la temporada de premios.
    Expresiones que ocultaban el fastidio y el aburrimiento.
    Brillante por momentos; actuaciones icónicas; una dirección impecable; una fotografía que deja sin aliento.
    Frases que poco dicen, pensadas para agradar, para abolir la resistencia de los espectadores, para ser repetidas como dichas por verdaderos expertos.
    Maravillosa; exultante; exuberante.
    Calificaciones tan hiperbólicas como carentes de valor.
    Las críticas y los comentarios resultarán unánimes, como siempre. Para que no haya error, para que nadie se sienta menospreciado ni ofendido, porque nadie quiere eso, nadie quiere ofender ni menospreciar a nadie, por eso no se menciona la incapacidad del director, los problemas de guión, las malas actuaciones, el poco interés que despierta lo relatado. Nada de esto se dice por separado, mucho menos todo junto.
    ―¿No te pareció intrigante? ―dijo alguien junto a él.
    ―Sin dudas ―respondió sin pensar ni estar seguro si se dirigían a él.
    ―Una pieza fundamental para el nuevo cine.
    ―Claro ―dijo sin mencionar que casi todas las semanas escuchaba decir más o menos lo mismo y que ninguna de esas películas tenía lo necesario para ser fundamental para nada ni nadie, ni que si todas resultan ser fundamentales como se decía, al final ninguna lo era.
    ―El cine lento de resolución profunda no deja de avanzar.
    ―Sin dudas ―respondió aún somnoliento―, aunque un poco más de acción no le hubiera venido nada mal.
    Supo que habría sido mejor mantener esa idea para sí mismo, pero ya era tarde. Las miradas de los demás señalaron su equivocación.
    ―Lo que pasa es que algunas películas no son para cualquiera ―dijo otro de los hombres con un tono pretendidamente malicioso.
    ―Qué suerte que así sea ―respondió fingiendo una sonrisa.

domingo, 22 de diciembre de 2024

La tortuga

La vi masticar bajo el sol de la tarde con suma tranquilidad, casi que con parsimonia, algo que le diera su cuidador; un pepino tal vez, u otra cosa que no se distinguía a la distancia. La tortuga movía apenas el cuello hacia abajo y hacia arriba con cada mordisco, al masticar y al tragar. El vidrio tenía restos de tierra, salpicaduras de las últimas lluvias sin dudas, de ese lado, los cuidadores no atendían a esos detalles, solo el quelonio les importaba, por lo que el vidrio era algo más de lo que no hacer caso. Por eso, y por mi miopía, no estaba seguro de que era lo que masticaba la tortuga; no es que fuera algo relevante, incluso me daba igual, era apenas un detalle. Tampoco sabía si ella podía verme del otro lado de ese vidrio mirándola, masticar con toda la paz de su naturaleza, aquella cosa verde que alguien dejara junto a su cabeza junto a un cuenco que sin dudas contendría agua.
    Había otras personas de este lado del vidrio, pasaban, leían los carteles informativos, miraban un rato al animal, intentaban sacar una fotografía, desistían de pretender entender lo que veían y continuaban su recorrido. Solo yo permanecía mirando, analizando cada gesto, cada lento movimiento de la tortuga. No estaba seguro aún de si lo haría o si continuaría caminando hacia un costado siguiendo el recorrido, mi decisión flaqueaba y no podía demorar mucho más en llegar a una resolución. Tenía que ser en ese momento, con el pasillo despejado casi por completo, o ya no sería.
    Con rápidos y ensayados movimientos saqué de mi morral el martillo neumático a batería y rompí el vidrio templado que separaba a los visitantes de los animales. La alarma comenzó a sonar de inmediato, tenía solo unos segundos para llegar hasta la tortuga y romperle la cabeza, partir su caparazón, embadurnarme con su sangre, sus órganos, sus huesos y gritar de placer, luego llegarían los guardias.
    Corrí escuchando que el vidrio seguía rompiéndose y cayendo junto con los gritos de las pocas personas cercanas, sentí la sangre en mi mano, algunas astillas se habían clavado en mi palma. Corrí sin detenerme ni soltar el martillo neumático.
    Los pocos metros que me separaban de la tortuga se consumieron rápidamente, en mi urgencia no entendía cómo era posible que al acercarme no aumentara su tamaño ni diera muestra alguna de sorpresa cuando ya debía de haberme visto, o al menos oído.
    Mi cabeza sonó como un gong cuando chocó contra algo que no esperaba encontrar mientras corría inclinado hacia adelante para reducir la resistencia del viento y dejar menos de mi cuerpo expuesto a posibles disparos. Como lo único que veía era a la maldita tortuga, el golpe fue sorpresivo, inesperado y sumamente violento y repercutió en todo mi cuerpo.
    Caí hacia atrás y un poco de costado, solté el martillo y me llevé las manos a la cabeza, luego extendí una de ellas hacia adelante y toqué aquello contra lo que acababa de chocar: otro vidrio. Una nueva barrera, de la que nada sabía, se erigía separándome de mi víctima. Aunque bien mirado, ese vidrio era una gigantesca pantalla, por lo que la tortuga estaría en algún otro lugar, lejano o cercano, oculta y fuera de mi alcance.
    Cerré los puños y golpeé la pantalla sintiendo que la desolación me inundaba.
    Los pasos de los guardias se acercaron a mi espalda, las pesadas botas aplastaban la tierra acercándose. Puede verlos reflejados en la pantalla, traían sus armas desenfundadas, preparadas, como lo había previsto. No me resistí, no podía ni tenía nada con qué hacerlo. Sabía que el castigo por atacar a cualquiera de los animales del refugio era la ejecución sumaria, eso formaba parte de mis planes al igual que todo lo demás, bueno, casi todo, ya que no contaba con la existencia de esta pantalla.

¿Qué estás mirando?

sábado, 14 de diciembre de 2024

Gritar

Llevaba un largo rato ya, al menos varios minutos, escuchando esos gritos sin saber lo que podrían significar, si tenían algún sentido o si estaban dirigidos a alguien en particular. Tan abstraído en su interior, tan “disociado”, como está de moda decirlo en estos días, le era imposible asumir que podían estar dirigidos a él, además, no conocía a nadie que pudiera recurrir para llamar su atención a algo semejante, a gritos desaforados y por completo fuera de lugar. Él siempre tan circunspecto, tan cauto, receloso y silencioso, nunca se asociaría, ni siquiera momentáneamente con un alguien tan escandaloso.
    La insistencia, la continuidad de los gritos lo arrancaron de su ensimismamiento. Regresó de las oscuras cavernas de su pensamiento, donde parecía reflexionar y pensar en los problemas que lo aquejaban o en la búsqueda de soluciones para los defectos de la humanidad, pero que en realidad era un lugar vacío en el que podía “apagar” cualquier sonido proveniente de su interior. Regresó y miró sin reconocer el lugar, la imagen que lo recibió al abrir los ojos chocó contra la que guardaba en la memoria. La sorpresa sería mayor si fuera la primera vez que sucediera algo semejante. Aunque tampoco era algo de todos los días, o de día por medio, sino algo que le ocurría cada tanto, sin que hubiera un tiempo determinado a partir del cual saber que esto podría suceder; pero no había forma, no había motivos, pasaba y tenía que vivir con ello.
    Ya vuelto en sí miró a los lados buscando el origen de los gritos, que no se habían detenido, para asegurarse si se dirigían a él o no. Eran varias voces que llegaban desde múltiples direcciones; solo al asomarse por la ventana, que daba a un pequeño balcón, pudo ver las manos alzadas, los dedos que lo señalaban, las expresiones cercanas al terror, el miedo y la desesperación. Sintió la angustia y otras emociones que no sabría descifrar aunque las sentía en su propio cuerpo como un dolor sin un origen pero también si un final. Un dolor que se posa sobre nuestros cuerpos y late al ritmo del corazón, como un constante recordatorio de que allí está.
    Miró, los miró a todos, tampoco eran tantos, aunque los rostros deformados suelen ser más difíciles de reconocer. Los miró buscando algo que explicara porqué lo miraban a él de esa forma, qué gritaban, qué señalaban. Miró sin entender. Se sabía fuera de lugar, lo que no entendía era porqué lo estaba, cómo corregirlo, cómo volver a estar en su centro, cómo regresar al vacío, al silencio.
    Continuaban gritando y señalándolo, por lo que hizo lo único que se le ocurrió en ese momento. Inspiró llenándose de aire y también él comenzó a gritar antes de señalar a quien tenía más cerca. Lo vio caer, desmoronarse exánime. Siguió gritando, miró y señaló a otro de los que le señalaban, también se desmoronó. Sin dejar de gritar continuó señalando a quienes lo rodeaban, ahora con las dos manos, viendo caer al doble de ellos retorciéndose en el suelo hasta acabar secándose cual pasas de uva. Cada uno de los que caían era una voz menos que le gritaba, porque aunque no entendía cómo sucedía, continuaría haciéndolo hasta acallar todas y cada una de esas voces, hasta que solo quedara un único grito, el suyo y solamente el suyo, o moriría en el intento, pero sin dejar de gritar.

sábado, 7 de diciembre de 2024

Introspección musical

El disco de vinilo giraba en la bandeja y la música, como se dice en estos casos repitiendo una vieja metáfora, flotaba en el aire, aunque la música no flota y de hacerlo el aire no podría sostenerla. El ritmo, la melodía, penetraban en mi cabeza con cada nuevo y conocido acorde. Una música cíclica, repetitiva, pero cada vez diferente, como si algo se sumara, como si algo se recuperara o perdiera, un compás, un detalle, cuestiones mínimas que uno esperaría volver a escuchar luego de tal acorde, de tal golpe de las cuerdas, de tal nota, pero esa vez, eso no estaba allí, y quién sabe si lo estaría la próxima. Mientras el disco no dejaba de girar, la música atrapaba mis oídos y el movimiento del vinilo atrapaba mi mirada obligándome a permanecer de pie junto a la bandeja, hundiéndome en mis pensamientos tan o más oscuros que ese círculo de vinilo que no dejaba de girar cual un abismo invitándome a no dejar de mirarlo.
    Era incapaz de muchas cosas, esto ya lo sabía; deben de habérmelo dicho tantas veces que terminé aceptándolo como la verdad que sin dudas era y es. Incapaz de tanto y de tantas cosas que me es difícil reconocer si alguna vez fui capaz de algo, al menos lo suficientemente capaz como para sentir que lo que hacía lo hacía medianamente bien, solo eso, solo una vez, para variar. Pero la espera continúa y ahora mismo soy incapaz de dejar de mirar el disco.
    Espero sin saber qué, cuándo, o por qué espero eso que probablemente nunca llegará, estando tan atascado en el camino que avanzar es tan imposible como retroceder. Así que, para quien no me conozca, puede parecer que esté esperando, pero en realidad estoy atascado y bloqueando cualquier opción, cualquier posibilidad, cualquier lugar al que pretendía llegar.
    Todos los que saben adónde van, qué dirección seguir, qué acciones tomar para lograr lo que anhelan, todos ellos ¿cómo es que lo saben? ¿Cómo reconocen las direcciones, las acciones, las funciones necesarias? ¿Quién se lo enseñó o dónde lo aprendieron? Yo no tengo nada de eso, nunca lo tuve, o creo nunca haberlo tenido, aunque quizá sí lo tuve y lo perdí sin siquiera percatarme de eso, si es que había de lo que percatarme, que tampoco estoy seguro que lo hubiera. Solo sé que cuando hay que decidir no sé hacerlo; si estoy con alguien más, dejo que sea ese alguien más quien decida por ambos y yo solo acompaño lo que finalmente se hará; pero si estoy solo, no decido, nunca, nada. Abrumado frente a las opciones, frente a todas las posibilidades, frente a un muro tan amplio como alto, no me muevo.
    Si el mundo fuera más pequeño, más fácil de ordenar, de definir, de aceptar, como una única habitación, por ejemplo esta misma habitación, y con una única cosa por hacer, como escuchar esta música, mirar este disco girar, concentrarse en esa única cosa y luego pensar en lo que se hará al finalizar el disco, seguramente poner otro, la experiencia de vivir, la vida en su compleja totalidad, se volvería más aceptable, más tolerable, algo al alcance de mi propia capacidad. Podría entonces hacer más cosas que solo sentirme abrumado por todo. Podría, no sé, vivir y ya. Pero no, el mundo no es tan simple, nada nunca lo es. Cada cosa a la que me acerco se hace más grande, más compleja, más inabarcable, más difícil.
    ―¿Qué te pasa? ―Sentí su mano bajar por mi espalda―. Se te terminó la música.
    El disco continuaba girando sobre la bandeja, la púa ya no recorría sus surcos y yo no podía dejar de mirarlo girar, girar y girar.
    Sin decir nada más, cambió el disco. Un ritmo diferente comenzó a sonar, otra melodía que ignoraba por qué caminos me conduciría. Por el rabillo del ojo vi que empezaba a bailar, a ella le gustaba bailar.

Tiene toda la pinta de ser una imagen generada con "IA", 
ergo, no es mía.