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28 marzo 2025

Sesquidécada: marzo 2010

Hace quince años se pusieron de moda algunos pastiches literarios que mezclaban los clásicos con el género gore: Sentido y sensibilidad y monstruos marinos, Orgullo y prejuicio y zombis, etc. Al hilo de esa tendencia global, algunos literatos hispánicos se lanzaron con sus versiones mestizas, algunas de las cuales protagonizan esta sesquidécada.



Digna de ser recordada es La casa de Bernarda Alba zombi, una obra que incluye hasta un estudio crítico nada desdeñable. Os recomiendo que la leáis sin prejuicios y paséis un rato divertido, porque me parece un juego metaliterario bastante interesante. No creo que sea necesario explicar el argumento de la obra, salvo por ese pequeño añadido de los muertos vivientes.


En la misma línea está Lazarillo Z: matar zombies nunca fue pan comido. Quizá menos trabajado que el anterior, cuenta con la ventaja de ser una narración más popular, lo que engancha mejor al lector. Se llegó a editar en bolsillo y es fácil encontrarlo en librerías de saldo. También hay una versión ilustrada muy curiosa. Debo reconocer que estos experimentos me parecieron divertidos, incluso para trabajarlos en clase, aunque era consciente de que se trataba de una moda pasajera (o no tanto). Yo mismo perpetré una versión zombi del primer acto de Luces de bohemia que todavía se puede leer en la red.


Y como no todo es broma, también recupero en esta sesquidécada un libro no muy famoso de Ray Bradbury, El vino del estío, mezcla de memoria, fantasía y descubrimiento, en una narración sugerente y llena de nostalgia. Guardo buen recuerdo de su lectura, muy distinta de sus relatos más conocidos.

23 marzo 2010

La noche de los clásicos vivientes

Antes de entrar en materia, aviso a los puristas de la literatura, a quienes no toleran la profanación de los clásicos, para que no se molesten en leer lo que viene a continuación. Además, debo recordar una de las premisas que mantengo casi desde el inicio de este blog y de mi labor docente: Si tengo que elegir entre lectura y literatura, me decanto por la primera. Considero que, en los tiempos que corren, la tarea más urgente es formar lectores, es decir, conseguir que la lectura se convierta en un actividad atractiva (a través del humor, del sentimiento, de la aventura, del conocimiento, del lenguaje literario...). El desarrollo de la competencia literaria sólo tiene sentido cuando existe una competencia lectora apropiada, de lo contrario seguiremos encontrando alumnos que sólo han leído los libros obligados (y eso en el mejor de los casos).
Después de esta perorata, entro en materia carnal, y nunca mejor dicho, aunque lo hago en el sentido literal, pues hablaré de carne humana en movimiento: zombis. El detonante de esta nota fue un artículo que se publicó el sábado pasado en el suplemento 'Babelia' de El País: "Clásicos en la batidora" (Carmen Mañana). En este artículo se constataba el creciente éxito de las versiones de clásicos a los que se añaden zombis y otros monstruos. El ejemplo más sonado es la novela Orgullo y prejuicio y zombis (Umbriel), de Seth Grahame-Smith. Pero también se mencionaban dos ejemplos españoles: El Lazarillo Z, matar zombis nunca fue pan comido (Debolsillo), supuesta autobiografía de Lázaro González Pérez; y La casa de Bernarda Alba zombi, de Jorge de Barnola, Roberto Bartual y Miguel Carreira, disponible en internet desde el blog de sus autores.
Como podéis imaginar, este mismo fin de semana me descargué la versión del clásico lorquiano y me la bebí de una sentada, como si yo mismo fuese un zombi del PDF. Veamos, la obra no tiene pretensiones, ni creo que pase a las enciclopedias, pero posee algunos ingredientes más que atractivos. El más destacado es, sin duda, la introducción crítica, un ejercicio divertidísimo de parodia de la teoría literaria. Propone que el verdadero autor de La casa de Bernarda Alba fue Pepín Bello y que Lorca eliminó los zombis en una versión light. Os aseguro que después de leer la adaptación, es ésa la impresión que queda, pues en realidad los muertos vivientes apenas se insinúan en la obra como una amenaza latente, con lo que la tensión dramática se mantiene igual que en el ¿original? De hecho, lo más jugoso del experimento es esa introducción, pues la obra en sí es un parcheo bastante hábil del original.
En cuanto al Lazarillo zombi, tuve que esperar al lunes para comprarlo en la librería, y también lo devoré en un festín de sangre y cadáveres (literarios, claro). En este caso, la versión apuesta por introducir los elementos tópicos del género zombi dentro de las aventuras de Lázaro de Tormes. El supuesto autor desmiente el clásico original y desvela una trama política y vírica que enlazaría el siglo de oro con nuestros días. Aquí, los fragmentos del Lazarillo original aparecen en breves sumarios que funcionan como guiño al lector que conoce el clásico. Este Lazarillo, por otro lado, no se diferenciaría mucho de las segundas partes que se publicaron ya en aquel siglo de oro (una con Lázaro transformado en atún y la otra, de Juan de Luna, de marcado carácter satírico), lo que demuestra que la parodia es un arte bastante digno (que se lo digan, si no, a Cervantes o a Quevedo, por ejemplo).
En fin, que lejos de escandalizarme por estas versiones heterodoxas de nuestros clásicos, he podido disfrutar de la parodia como género. No creo que ninguna de ellas tenga aprovechamiento en la ESO; la primera exige conocer el original y las circunstancias de su creación (las referencias a los putrefactos, a Dalí, Buñuel, Lorca...) para entenderla; y la segunda, aunque puede leerse como mera novela de intriga, tiene más gracia si se conoce la fuente. Por ello, estas lecturas tendrían más sentido en el Bachillerato, coincidiendo (o no) con la revisión del clásico correspondiente y con el fin de suscitar algún sustancioso debate.
Espero que tanta carne os haya abierto el apetito...

Crédito de la imagen: El patizambo,, de José Ribera, y Cabeza de zombi, de Estibaliz Mintegi, del libro Lazarillo Z