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18 abril 2017

Sesquidécada: abril 2002

En la anterior sesquidécada apuntaba una vez más a la cuestión del fomento de la lectura y la literatura en el aula de Secundaria. Casi al final de mi nota mencionaba la polarización entre Jordi Sierra i Fabra y los clásicos de Cátedra, extremos de una escala graduada de competencia lectora. Creo que ese apunte hecho a la ligera merece un poco de reflexión, así que he aprovechado esta sesquidécada de abril para rescatar, curiosamente, las lecturas de El Buscón de Quevedo y una novela juvenil de Jordi Sierra i Fabra que siempre triunfa en la ESO: 97 formas de decir 'te quiero'.

Poca defensa necesita Francisco de Quevedo Villegas en un blog de profesores y trasfondo literario, en el que ya ha aparecido reseñado en otras ocasiones y donde ha protagonizado incluso relatos de terror. Si el ingenio verbal pudiese medirse objetivamente, Quevedo encabezaría todas las listas; eso sí, probablemente también encabezaría las que midiesen el sarcasmo. De todas sus obras en prosa, la más digerible hoy día es el Buscón, una novela corta al estilo picaresco, llena de humor inteligente y mucha mala uva. Quevedo, si fuese tuitero, estaría actualmente en la cárcel o en una tertulia televisiva, según quienes fuesen el objeto de sus dardos. Requiere el Buscón para su deleite lector una buena preparación filológica y un cierto dominio del contexto histórico, ya que, si no es así, el lector se arriesga a enfrentarse a un rimero de chistes sin gracia. Por contra, el lector avisado podrá leer una y otra vez ese relato encontrando nuevas agudezas e ingenios. En mi caso, aquella lectura de 2002 era ya la tercera; en bachiller lo había leído sin apenas captar su grandeza; en la carrera, con el fondo teórico del Barroco, pude sacarle buen jugo; y en esta tercera ocasión, para compararlo con El capitán Alatriste de Pérez-Reverte (con chanzas prácticamente calcadas del original), pude volver a disfrutarlo como corresponde.

En el otro extremo, tenemos a quien he llamado el rey Midas de la literatura juvenil, Jordi Sierra i Fabra, y su novela juvenil 97 formas de decir 'te quiero'. Toda la opacidad de Quevedo desaparece y deja lugar al estilo sencillo de una trama que busca enganchar a un lector joven, con un misterio salpicado de amor, con unos protagonistas que se perciben cercanos. Llegué a esta novela precisamente por la recomendación de mis alumnos de ESO, que me animaron a leerla y a mandarla "como obligatoria". Así lo hice, tanto leerla como mandarla como obligatoria, aunque siempre he procurado que sea a través de propuestas con guía de lectura y posterior debate, no con controles escritos. Debo decir que en 2º de ESO siempre gusta, y eso que ya tiene unos cuantos años.

He mencionado que Sierra i Fabra se encuentra al otro extremo de Quevedo y, cuando hablo del otro extremo, no hablo de calidades, sino de público. Mientras el primero trata de ganarse a ese público juvenil, esquivo ante la lectura, criado en la era multimedia, el autor barroco buscaba justamente lo contrario, asegurarse el favor del público minoritario, de aquellos que podían desentrañar las oscuras metáforas, los saltos al vacío de sus figuras retóricas. En esos extremos nos movemos los profes, confundidos a veces por la idea de que la literatura dirigida a un público amplio es mala literatura, lectura de baja calidad. He oído y leído defensas apasionadas de los clásicos en el aula a personas que no han vuelto a acercarse a ellos desde que abandonaron sus carreras, personas que leen sus best sellers y critican los de otros. También es cierto que muchos de los que defienden a ultranza los clásicos en la ESO parten de sus experiencias personales, olvidando que a ellos ya les gustaba la lectura cuando se encontraron con la literatura en mayúsculas. Imaginad que los profes de matemáticas, en lugar de comenzar por las operaciones sencillas, lanzasen a sus alumnos a disertar sobre la belleza del teorema de Fermat o sobre los conjuntos infinitos de Cantor. Todo requiere su preparación, su camino de aprendizaje, y los clásicos necesitan mucho acompañamiento y mucha pasión por defenderlos con tareas de acercamiento y recreación y no con censuras ni soflamas.
Por otro lado, la polarización entre clásicos o literatura juvenil no tendría sentido si la literatura (y el fomento de la lectura en general) tuviese el lugar que le corresponde en los currículos. Prácticamente extinguida en el Bachillerato y mal planteada en la ESO, resulta difícil establecer planes que promuevan la competencia lectora desde la literatura juvenil hasta los clásicos como un continuo, una escala graduada que permita ofrecer literatura de calidad para todos los públicos, para todos los intereses, desterrando de paso la idea de que todos los adultos ilustrados degustan los clásicos con el mismo fervor con que los defienden públicamente.

23 marzo 2016

Sesquidécada: marzo 2001


La sesquidécada de marzo va dedicada en exclusiva a uno de mis autores preferidos: Italo Calvino. Rebuscando en el blog, he visto que no le he rendido el homenaje que merece siendo casi un autor de cabecera para mí, así que aprovecharé este nota para saldar esta deuda inexcusable. Hace quince años descubrí Por qué leer los clásicos, uno de sus ensayos más conocidos. Por aquel entonces ya había leído su divertida trilogía Nuestros antepasados (El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente), el inclasificable relato de Las ciudades invisibles, uno de esos libros llenos de literatura en estado puro que releo de vez en cuando, y también Marcovaldo, ese personaje torpe que produce ternura, pena y risa a partes iguales. Más tarde vendrían otras obras suyas, tan intensas como diversas, desde Las cosmicómicas hasta las Seis propuestas para un nuevo milenio, algunas profundas y otras cómicas. Si no conocéis el humor de Calvino, os dejo un relato breve para abrir el apetito: Solidaridad.
Sin embargo, aquel hallazgo de Por qué leer los clásicos (Ed. Siruela) contribuyó a que replantease mi enfoque de la didáctica de la literatura. Recupero aquí los puntos que menciona Calvino en su ensayo:
1.- Los clásicos son esos libros de los cuales se suele oír decir: Estoy releyendo... y nunca Estoy leyendo...
2.- Se llama clásicos a los libros que constituyen una riqueza para quien los ha leído y amado, pero que constituyen una riqueza no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos.
3.- Los clásicos son libros que ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual.
4.- Toda relectura de un clásico es una lectura de descubrimiento como la primera.
5.- Toda lectura de un clásico es en realidad una relectura.
6.- Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
7.- Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres).
8.- Un clásico es una obra que suscita un incesante polvillo de discursos críticos, pero que la obra se sacude continuamente de encima.
9.- Los clásicos son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad.
10.- Llámase clásico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes.
11.- Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él.
12.- Un clásico es un libro que está antes que otros clásicos; pero quien haya leído primero los otros y después lee aquél reconoce enseguida su lugar en la genealogía.
13.- Es clásico lo que tiende a relegar la actualidad a la categoría de ruido de fondo, pero al mismo tiempo no puede prescindir de ese ruido de fondo.
14.- Es clásico lo que persiste como ruido de fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.
Bajo esas reflexiones, cualquiera puede entender que la lectura de los clásicos en el aula no se sostiene ni con la obligatoriedad ni con el desamparo de una lectura huérfana en todos los sentidos (sin motivación, sin acompañamiento, sin superación...). El planteamiento de Calvino exige que la lectura de los clásicos se convierta en la apertura a un nuevo mundo, en el descubrimiento de un goce al que se puede volver siempre con el placer de una primera vez. Si no somos capaces de conseguirlo, deberíamos renunciar a ello antes de estropear esa potencialidad, antes de provocar su rechazo a perpetuidad. Es más, siendo docentes de literatura, deberíamos ser capaces de establecer el canon de los nuevos clásicos, de lecturas que vayan configurando los referentes literarios de tiempos venideros. Para ello habría que despojarse de prejuicios y de ciertas poses elitistas. No creo que Calvino aceptase una visión conservadora al respecto, sobre todo conociendo obras suyas como Si una noche de invierno un viajero... o su pertenencia al Oulipo, junto a Raymond Queneau. 
Para acabar, en estos tiempos aciagos para el arte y la cultura, con gentes soberbias e ignorantes que desprecian las Humanidades olvidando que precisamente gracias a ellas somos humanos, es también una urgencia que la Escuela garantice un espacio para la lectura y para la configuración de esa genealogía de clásicos de nuestro tiempo. La Escuela debería ser por momentos ese lugar donde la actualidad queda como ruido de fondo ante un pensamiento crítico y autónomo. Si no lo conseguimos, estaremos abocados a una sociedad en la que impere la mediocridad y el sectarismo, una sociedad en la que curiosamente saldrán beneficiados esos pocos que tanto proclaman la inutilidad de las Artes y las Letras.

13 enero 2016

Hoy me he encontrado con la Celestina…


Estaba en un centro comercial y la he visto pasar. No me he asustado al verla y ni siquiera me he sorprendido demasiado; por el contrario, me ha alegrado encontrarla después de casi seis años. No, no me refiero a la verdadera alcahueta de Rojas, que lleva siglos muerta y enterrada, sino a una antigua alumna que hizo el papel de Celestina en un memorable proyecto de aula que dio como resultado una adaptación cinematográfica del clásico que se acerca a las 80.000 visitas. He contado en muchas jornadas y cursos que aquella Celestina de mis alumnos de bachiller en 2010 supuso mi epifanía audiovisual, una auténtica caída del caballo metodológico que me impulsó a virar hacia proyectos multimedia y a la progresiva introducción de la narrativa digital en el aula, antes incluso de que el storytelling educativo se convirtiera en trending topic. En aquella ocasión, los alumnos se organizaron y repartieron papeles según sus habilidades (desde el guionista o la operadora de cámara hasta el encargado de vestuario), se buscaron patrocinadores, resolvieron problemas complejos, movilizaron a familias e instituciones hasta difundir públicamente su trabajo. Dejar que los estudiantes experimenten y romper con las comodidades del rol docente de toda la vida nos lleva casi irremediablemente a esto, a hacer cosas que ni siquiera sabíamos que existían, como el ABP, el storytelling o tantas otras novedades que solo lo son en la medida en que se popularizan en las redes. 
Pero vuelvo a nuestra Celestina, una alumna que ya ha terminado su carrera, que incluso está empezando a trabajar y a cobrar por ello, cosa verdaderamente extraña hoy día entre los jóvenes. Creo que sigue teniendo contacto con Pármeno y Sempronio, con Calisto y Melibea, aunque sus respectivas trayectorias académicas y profesionales hayan ido separándolos con el tiempo. Por lo poco que hemos podido hablar, me parece que ninguno de ellos guarda mal recuerdo de aquella aventura y tampoco creo que les haya perjudicado mucho no haber dedicado más tiempo a la sintaxis o la historia de la literatura. A veces, nos preocupamos demasiado por lo que podemos transmitir a nuestros alumnos, por los saberes que perpetuamos en ellos o por las carencias que no sabemos suplir. Sin embargo, al despedirme de Celestina esta mañana, de lo que me he dado cuenta es de lo mucho que ellos me aportaron en aquel curso, del imborrable recuerdo que dejan y, sobre todo, de la trascendencia que supuso su empeño colectivo para mi manera de abordar las clases y para modificar la visión de lo que realmente importa en la educación: el esfuerzo por mejorar y la ilusión por aprender. Ellos lo consiguieron y yo también.



23 septiembre 2015

Sesquidécada: septiembre 2000

¿No tenéis la sensación a veces de que hechos del pasado se configuran con el tiempo, casi por azar, en presagios de lo que vivís en el presente? Esta sesquidécada, con protagonista único, es un ejemplo de esto que digo. En septiembre de 2000 entró en mi biblioteca Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de Miguel de Cervantes. Podría decir que ya entonces estaba envenenado por el virus cervantino, pero en realidad compré aquella edición de Alianza porque tenía un disquete (sí, de aquellos de 1,44 Mb) con una edición digital del texto. Para los más jóvenes, habría que decir que en aquella época estaban empezando a funcionar algunas bibliotecas virtuales, entre la que destacaba precisamente la Miguel de Cervantes, hoy referente inexcusable para los filólogos (y en la que podéis encontrar una versión digital del Persiles). Al margen de aquellas excepciones, conseguir ediciones digitales dependía del afán de alguna universidad norteamericana o del trabajo solitario de algún letraherido con página web personal, como Luis López Nieves, el artífice de Ciudad Seva, otro monumento literario. Ante aquella modernidad del disquete, adquirí muy ufano dicha edición, aunque debo confesar que el formato en que venía el texto era tan extraño que acabé por arrinconarlo y leerlo en papel, como toda la vida. Sin embargo, gracias a esta anécdota, ya veis que en aquel lejano septiembre de 2000 se conjuraron, sin que yo lo presintiese siquiera, Cervantes y las TIC, lo digital y lo clásico, este binomio que quince años después todavía no he logrado deshacer.

Más allá de esas circunstancias particulares, el Persiles es una novela solo recomendable a buenos lectores que, además, conocen la tradición literaria del momento y valoran una obra en su contexto. Lo digo porque a veces, los profes de literatura explicamos la novela bizantina, el género en el que se incluye esta obra, diciendo que eran relatos de aventuras, con personajes enamorados que luchaban contra su destino, que superaban mil pruebas y que siempre andaban saliendo de una para caer en otra. Tenemos nuestra parte de razón, pero deberíamos reconocer que la novela bizantina, como género, es aburrida para el lector actual. Aburrida por previsible, por artificiosa, por la desnudez psicológica de sus personajes, demasiado tópicos. Curiosamente, esa rigidez era la que animó a Cervantes a escribirla, como exigían los cánones literarios del momento, y a considerarla además su obra más perfecta, por encima del propio Quijote. Fue para Cervantes su testamento literario, un empeño en el que entregó casi su último aliento. Dice así en el Prólogo, escrito tres días antes de su muerte:

Puesto ya el pie en el estribo, 
con las ansias de la muerte, 
gran señor, ésta te escribo
Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir (...)
Leí aquella novela hace quince años y me dejó un poso agridulce: también yo pensé que los profes de literatura me habían engañado prometiendo enredos que no llegaron a emocionarme, y no hallé en el Persiles esas aventuras divertidas y trepidantes que esperaba; sin embargo, como buen filólogo, comprendí que la literatura es también un juego del escritor con los lectores de su época, que Cervantes entregó en ese viaje a la perfección del Persiles toda su técnica narrativa en el mayor grado, que debía agradecerle que, 400 años después, yo pudiese sentirme un "lector normal" de aquellos años convulsos. Y sentí en aquel momento también un poco de pena por él, que hubiera preferido pasar a la fama por este Persiles y no por aquel Quijote que lo ha hecho inmortal.

P.D: Os recuerdo que en las redes, hasta fin de año, seguimos con Cervantes y las TIC en la segunda fase del proyecto Quijote News. Animaos a participar.

P.D. bis: Mi amigo Gorka ha empezado sus emisiones del Recreo, el podcast educativo que recoge en una de sus secciones (a partir del minuto 31) estas sesquidécadas.


20 abril 2015

Muchos clásicos poco clásicos

Invitado por la Asociación de Amigos del Libro Infantil y Juvenil (ALIN) a través de Marisa Zapata y el CEP de Almería, pude participar el sábado pasado en las Jornadas "Es moderno ser clásico", que tuvieron lugar dentro de la semana del Teatro del Siglo de Oro. Allí fui a contar lo que hacemos en clase con los clásicos, que es básicamente leerlos para convertirlos en otros textos audiovisuales, algo que ya sabéis de sobra quienes pasáis por aquí.
Aunque pude mantener una charla informal sobre literatura juvenil con Fernando Lalana, apenas tuve tiempo para saludar a Rosa Navarro, a quien admiro y de quien hubiese podido aprender mucho. Por suerte, de quien sí aprendí fue de Pepe Cañas, que nos regaló una excelente apología del teatro escolar bien salpicada de anécdotas y consejos. Curiosamente, ambos coincidimos en que los proyectos, sean teatro, vídeo o cualquier otra manifestación artística, acaban sacando a la luz el potencial oculto de muchos alumnos.
Como suele ser habitual, al margen de la ponencia formal, lo mejor del viaje fue el contacto humano con profesionales magníficos y con buenas personas de verdad, como Carmen Cañabate, Adrián Zapata, Mª Jesús Escarabajal o Rubén Martínez, a quienes agradezco sus atenciones y paciencia. A modo de colofón, pudimos ver la representación de la comedia El rey Perico y la dama tuerta, una adaptación muy divertida de otro clásico. También mi amiga Carmen Cañabate ha reseñado la jornada en su blog.

Más información sobre las actividades de aula de las que hablé:
En este vídeo podéis hallar un resumen de algunos fragmentos de esos proyectos mencionados:

19 junio 2014

Sesquidécada: junio 1999

Esta sesquidécada viene con sabor clásico por partida doble. El protagonista inicial es Luciano de Samósata, pero para llegar hasta este poco conocido autor sirio en lengua griega, tuve que partir de nuestro célebre Lázaro de Tormes. Aquí va la historia.
La obra del Lazarillo de Tormes es una de las más leídas del panorama literario hispánico, incluso en las aulas. Sin embargo, pocos saben que tuvo al menos dos segundas partes, una también anónima y otra de Juan de Luna. En la versión anónima, Lázaro cae de un barco y se convierte en atún para vivir una serie de peripecias en el reino de los atunes. Como podéis imaginar, se trata de una transformación con carácter satírico-burlesco que tenía como finalidad poner en evidencia muchos de los males políticos y sociales de la época, y para ello había de servirse del anonimato y la alegoría como instrumento para salvar la censura inquisitorial. Ese género de las transformaciones ya estaba inventado y su referente más conocido era el Asno de oro, de Apuleyo, pero, rascando un poquito más en las fuentes, se podía llegar a los relatos de Luciano, concretamente a "El gallo" y a "Lucio o el asno", ambos muy relacionados con el estilo y la intención de aquel Lázaro atún.
Así fue como, saltando de uno a otro, llegué a los Relatos fantásticos de Luciano y, posteriormente, a sus hilarantes Diálogos, de los que quizá hable en otra ocasión. Aunque podéis encontrar algunas reseñas y fragmentos en la red, recomiendo la edición de los clásicos de Alianza en la que están recogidos los "relatos verídicos" (auténticas joyas del surrealismo), "Icaromenipo o Menipo en los cielos", "El descreído", "El gallo" y "Lucio o el asno". Los relatos de Luciano son ágiles y muy divertidos. Contienen numerosas referencias a la mitología, pero el autor se apoya en ellas utilizando a menudo a ironía y el humor como elementos de crítica hacia costumbres y normas de la época. En ocasiones recuerda a los sueños de Quevedo, otras a los bestiarios medievales, otras a la picaresca, otras a Bocaccio, otras al viaje a la Luna del Barón de Munchausen... La lectura de aquellos relatos fue en aquel junio de 1999 un gran hallazgo que me abrió camino hacia géneros que desconocía.
Esta es, pues, la historia de un paseo por los clásicos y sus fuentes. Para todo filólogo es un deleite revisar esas obras que están en los márgenes de la literatura, esos textos que ya solo tienen sentido para los pocos que se atreven a recomponer el género y la historia que les dio origen. Para el ávido lector también son fuente de disfrute por su originalidad y porque avivan el deseo de coleccionar una rareza lectora más.

07 febrero 2012

Celebrando Dickens


Me invitó Juan Ignacio de Castro desde su blog para conmemorar el bicentenario del nacimiento de Charles Dickens, que se celebra hoy 7 de febrero con amplia repercusión en redes sociales bajo la etiqueta #Dickens2012. Alguna vez he confesado que mis clásicos juveniles fueron las joyas literarias de Bruguera, con las que muy pronto disfruté de las aventuras de los grandes autores como Verne, Stevenson, Mark Twain, o el propio Dickens, así como otros menores como Karl May, Rider Haggard, etc. (a quienes interesen las adaptaciones literarias en cómic, recomiendo una entrada de Carlos Díez en Tres Tizas, donde también se habla de las joyas literarias de Bruguera). 
Dickens fue, junto con Julio Verne, el autor cuyas novelas ilustradas consumí sin descanso en mayor cantidad. Siento mucho que para gran parte de nuestros alumnos estos clásicos sean totalmente desconocidos, pese a que hay en el mercado algunas adaptaciones juveniles tanto en novela como en cómic. Es una pena que se pierdan la lectura de obras como Canción de Navidad, que fue una de mis novelas preferidas durante mucho tiempo, y que recomendaba también cuando empecé a dar clase. También he mencionado en el blog la adaptación de Historia de dos ciudades, en Vicens Vives, que puede servir de acercamiento a otra de sus mejores novelas. Los profes de lengua sabemos lo que cuesta enredar a los jóvenes en el hábito lector y muchas veces los clásicos universales son lo más alejado de su horizonte de expectativas lectoras. Una lástima, desde luego.
Por mi parte, he querido celebrar este año Dickens leyendo David Copperfield. Comparado con aquellas versiones juveniles, el clásico ha adquirido una grandeza inusitada. He disfrutado con la maestría de Dickens a la hora de crear personajes, con el manejo de la trama, con la evocación del paisaje británico... Como toda novela tiene su relectura según los ojos que la miran, he apuntado unas citas para este pequeño homenaje dickensiano.
La primera cita es una mirada al pasado de la condición de maestro quizá no tan alejada de la actual:
Si pudiera asociarse la imagen de un toro, de un oso o de algo semejante a la de míster Mell, yo la compararía con alguno de aquellos animales acosados por un millar de perros, aquella tarde, cuando el ruido era más fuerte. Lo recuerdo apoyando la cabeza en sus delgadas manos, sentado en su pupitre, inclinado sobre un libro y esforzándose en proseguir su cansada labor a través de aquel ruido que habría vuelto loco hasta al presidente de la Cámara de los Comunes. Había chicos que se habían levantado de sus sitios y jugaban a la gallina ciega en un rincón; los había que se reían, que cantaban, que hablaban, que bailaban, que rugían; los había que patinaban; otros saltaban formando corro alrededor del maestro y gesticulaban, le hacían burla por detrás y hasta delante de sus ojos, parodiando su pobreza, sus botas, su traje, hasta a su madre; se burlaban de todo, hasta de lo que más hubieran debido respetar.
La segunda cita debería ser leída y aprendida en clases de ciudadanía, educación cívica, o como quieran llamarlo:
Míster Micawber me estaba esperando cerca de la puerta, y una vez llegados a su habitación, que estaba situada en el penúltimo piso, se echó a llorar. Me conjuró solemnemente para que recordara su destino y para que no olvidara jamás que si un hombre con veinte libras esterlinas de renta gasta diecinueve libras, diecinueve chelines y seis peniques, podrá ser dichoso; pero que si gasta veintiuna libras, nunca se librará de la miseria. 
Y la tercera expresa la idea que tenemos muchos del mundo de la política:
He apresado el arte salvaje que llaman taquigrafía y saco de ello bastante dinero; hasta he adquirido una gran reputación en esa especialidad y pertenezco a los doce taquígrafos que recogen los debates del Parlamento para un periódico de la mañana. Todas las noches tomo nota de predicciones que no se cumplirán nunca; de profesiones de fe a las que nadie es fiel; de explicaciones que no tienen otro objeto que engañar al público.
Feliz año Dickens.



23 marzo 2010

La noche de los clásicos vivientes

Antes de entrar en materia, aviso a los puristas de la literatura, a quienes no toleran la profanación de los clásicos, para que no se molesten en leer lo que viene a continuación. Además, debo recordar una de las premisas que mantengo casi desde el inicio de este blog y de mi labor docente: Si tengo que elegir entre lectura y literatura, me decanto por la primera. Considero que, en los tiempos que corren, la tarea más urgente es formar lectores, es decir, conseguir que la lectura se convierta en un actividad atractiva (a través del humor, del sentimiento, de la aventura, del conocimiento, del lenguaje literario...). El desarrollo de la competencia literaria sólo tiene sentido cuando existe una competencia lectora apropiada, de lo contrario seguiremos encontrando alumnos que sólo han leído los libros obligados (y eso en el mejor de los casos).
Después de esta perorata, entro en materia carnal, y nunca mejor dicho, aunque lo hago en el sentido literal, pues hablaré de carne humana en movimiento: zombis. El detonante de esta nota fue un artículo que se publicó el sábado pasado en el suplemento 'Babelia' de El País: "Clásicos en la batidora" (Carmen Mañana). En este artículo se constataba el creciente éxito de las versiones de clásicos a los que se añaden zombis y otros monstruos. El ejemplo más sonado es la novela Orgullo y prejuicio y zombis (Umbriel), de Seth Grahame-Smith. Pero también se mencionaban dos ejemplos españoles: El Lazarillo Z, matar zombis nunca fue pan comido (Debolsillo), supuesta autobiografía de Lázaro González Pérez; y La casa de Bernarda Alba zombi, de Jorge de Barnola, Roberto Bartual y Miguel Carreira, disponible en internet desde el blog de sus autores.
Como podéis imaginar, este mismo fin de semana me descargué la versión del clásico lorquiano y me la bebí de una sentada, como si yo mismo fuese un zombi del PDF. Veamos, la obra no tiene pretensiones, ni creo que pase a las enciclopedias, pero posee algunos ingredientes más que atractivos. El más destacado es, sin duda, la introducción crítica, un ejercicio divertidísimo de parodia de la teoría literaria. Propone que el verdadero autor de La casa de Bernarda Alba fue Pepín Bello y que Lorca eliminó los zombis en una versión light. Os aseguro que después de leer la adaptación, es ésa la impresión que queda, pues en realidad los muertos vivientes apenas se insinúan en la obra como una amenaza latente, con lo que la tensión dramática se mantiene igual que en el ¿original? De hecho, lo más jugoso del experimento es esa introducción, pues la obra en sí es un parcheo bastante hábil del original.
En cuanto al Lazarillo zombi, tuve que esperar al lunes para comprarlo en la librería, y también lo devoré en un festín de sangre y cadáveres (literarios, claro). En este caso, la versión apuesta por introducir los elementos tópicos del género zombi dentro de las aventuras de Lázaro de Tormes. El supuesto autor desmiente el clásico original y desvela una trama política y vírica que enlazaría el siglo de oro con nuestros días. Aquí, los fragmentos del Lazarillo original aparecen en breves sumarios que funcionan como guiño al lector que conoce el clásico. Este Lazarillo, por otro lado, no se diferenciaría mucho de las segundas partes que se publicaron ya en aquel siglo de oro (una con Lázaro transformado en atún y la otra, de Juan de Luna, de marcado carácter satírico), lo que demuestra que la parodia es un arte bastante digno (que se lo digan, si no, a Cervantes o a Quevedo, por ejemplo).
En fin, que lejos de escandalizarme por estas versiones heterodoxas de nuestros clásicos, he podido disfrutar de la parodia como género. No creo que ninguna de ellas tenga aprovechamiento en la ESO; la primera exige conocer el original y las circunstancias de su creación (las referencias a los putrefactos, a Dalí, Buñuel, Lorca...) para entenderla; y la segunda, aunque puede leerse como mera novela de intriga, tiene más gracia si se conoce la fuente. Por ello, estas lecturas tendrían más sentido en el Bachillerato, coincidiendo (o no) con la revisión del clásico correspondiente y con el fin de suscitar algún sustancioso debate.
Espero que tanta carne os haya abierto el apetito...

Crédito de la imagen: El patizambo,, de José Ribera, y Cabeza de zombi, de Estibaliz Mintegi, del libro Lazarillo Z

25 mayo 2009

Sesquidécada: mayo 1994

Si entre el común de los mortales se lleva con discreción y disimulado silencio no haber leído El Quijote, entre los profesores de lengua poner en cuestión el dogma de su obligada lectura puede llevarnos a situaciones más que tensas. Todos asumimos la grandeza de la obra cervantina y casi nadie se atreve a manifestar abiertamente que, digan lo que digan, es una obra larga y difícil de leer para un lector medio.
El Quijote ha estado en mi biblioteca familiar desde que tenía ocho o nueve años. En muchas ocasiones me había acercado a sus páginas e incluso había buscado en el diccionario decenas de palabras que no entendía: adarga, rodela, vellorí, enjuto... Pero no pasé más allá de la aventura de los molinos, que constituía aquella secuencia "a la que había que llegar".
De modo que, cuando en la carrera de Filología llegó el turno de la literatura clásica, agradecí la obligación de leer El Quijote. Y eso ocurrió justo hace quince años.
Sé que algunos defienden que en la educación secundaria se obligue a los alumnos a leer El Quijote; no voy a discutir una vez más la idoneidad de ciertas lecturas a ciertas edades. Sólo diré que leer el Quijote a mis 26 años fue una delicia, como lector y como filólogo, y que todos los intentos anteriores lo único que habían forjado en mí era un miedo absurdo hacia los clásicos, en los que veía textos opacos, insulsos por culpa de mi ignorancia. Después de aquella lectura madura, ya puedo declarar con toda justicia que el Quijote es una lectura que nunca olvidaré y a la que regreso siempre que puedo. Y como resulta difícil decir sobre este clásico algo que no se haya dicho, recurriré a una propuesta marginal que quizá ya conocéis.
Hace unos años, Terry Gilliam (componente de los Monty Python y director, entre otras, de Brazil -imprescindible-, Doce monos -inquietante-, Las aventuras del Barón de Munchausen -divertida-) quiso llevar a cabo una adaptación del Quijote, para lo que se vino a España a rodar algunas escenas. Ese rodaje se convirtió en un cúmulo de desdichas (inundaciones en tierras de sequía perpetua, ciática en los actores, aviones a reacción sobre los exteriores...) que quedaron plasmadas en un documental magnífico llamado Lost in la Mancha. Pues bien, según las últimas informaciones, parece ser que Gilliam quiere retomar el proyecto y es posible que pronto tengamos una nueva adaptación de nuestro clásico, con Johnny Depp convertido de galeote en Sancho Panza. Si tenéis tiempo, echadle un vistazo a algunos detalles de la historia y seguro que os sorprende igual que a mí.

Más información:

Crédito de la imagen: www.flickr.com/photos/10997674@N07/3529598834

16 marzo 2009

Sesquidécada: marzo 1994


Se queja con razón el pobre Lope de que nadie lee sus poemas ni ve sus obras de teatro. No me culpéis esta vez de hacer chanzas de los clásicos: fue otro el autor y yo solo soy el mensajero.
No obstante, me viene de perilla el vídeo para mi recopilación mensual de lecturas sesquidecádicas. Hace quince años estaba sumergido en la lectura de comedias del Siglo de Oro. Me leí tantas que ya casi adivinaba con antelación lo que iba a ocurrir en ellas (algo similar a lo que ocurre con Agatha Christie). El teatro barroco es un fenómeno de dimensiones inimaginables, a las que no se alcanza siquiera con la lectura de todo el inmenso corpus teatral. Suelo decir en clase que, para hacerse una idea de la comedia del Siglo de Oro, piensen en el fútbol y el cine de Hollywood: del primero imaginen las aficiones, los hinchas, el estadio, la gente alborotando; del segundo, las historias, la intriga, la aventura, el miedo, el amor, el drama...
Con esta digresión de fondo, regreso a mi nómina de marzo de 1994, en la que se dan cita dos de los grandes: Lope de Vega y Calderón de la Barca. El primero con La dama boba, y el segundo con El gran teatro del mundo.
La dama boba es un ejemplo de comedia ligera, muy representativa del teatro de Lope, al estilo de El perro del hortelano, y de la que también existe versión cinematográfica:


No es desde luego la mejor comedia de Lope (en el aula de Bachiller creo que funcionan mejor Fuenteovejuna o El caballero de Olmedo), pero sería interesante probar a combinar la lectura de la obra con el pase de la película, y luego tratar la imagen de la mujer que ofrece Lope. Por si acaso, os dejo un fragmento del padre de las chicas, una lista y otra boba:
(...) Aquí el oficio
de padre y dueño alarga el pensamiento.
Caso a Finea; que es notable indicio
de las leyes del mundo, al oro atento.
Nise, tan sabia, docta y entendida,
apenas halla un hombre que la pida;
y por Finea, simple, por instantes
me solicitan tantos pretendientes,
del oro, más que del ingenio, amantes,
que me cansan amigos y parientes.
Ya veis que las mujeres listas no tenían buena prensa...

El gran teatro del mundo es quizá el mejor auto sacramental de Calderón. Puede que otro día me entretenga en salvar a Calderón de la mala fama que tiene. Creo que La vida es sueño es una de las mejores obras de la literatura española, con diferencia. Tampoco voy a proponer a Calderón como autor revolucionario, pero considero que, aun hoy, pesan sobre él lecturas muy rancias, debidas más a los críticos posteriores que a su propia obra.
En este auto, Calderón plantea que la vida es una función de teatro en la que cada uno representa un papel. El autor, Dios, los juzgará al acabar la función. Como es normal, pocos están conformes con el personaje que les toca representar; pero el autor tiene palabras de consuelo para todos, incluido el pobre:
En la representación
igualmente satisface
el que bien al pobre hace
con afecto, alma y acción
como el que hace al rey, y son
iguales este y aquel
en acabando el papel.
Haz tú bien el tuyo y piensa
que para la recompensa
yo te igualaré con él.
No porque pena te sobre,
siendo pobre, es en mi ley
mejor papel el del rey
si hace bien el suyo el pobre;
uno y otro de mí cobre
todo el salario después
que haya merecido, pues
con cualquier papel se gana,
que toda la vida humana
representaciones es.
Y la comedia acabada
ha de cenar a mi lado
el que haya representado,
sin haber errado en nada,
su parte más acertada;
allí igualaré a los dos.
Supongo que para el mísero espectador del siglo XVII, estas palabras servirían de consuelo; quien dude del poder balsámico de tales palabras, puede pararse a escuchar a los políticos de nuestros días en campaña electoral y encontrará ejemplos similares con una prosa más basta.

Pero, no quisiera terminar sin rendir un homenaje también a la Colección Letras Hispánicas de la Editorial Cátedra. La mayoría de amantes de la palabra, es decir, filólogos en sentido amplio, debemos tributo a esos clásicos a los que hemos llegado a través de cuidadas ediciones de bolsillo. En mi biblioteca tengo más de cincuenta libritos de los que nunca pienso deshacerme. Y una vez más, seguro que coincido en esto con alguno de los que pasáis por aquí.

Enlaces a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes:
Vídeos sobre el teatro Barroco:

03 mayo 2007

Canónicos


Empezó José Mª González-Serna en el Cuaderno de clase una reflexión que viene de largo acerca del canon de lecturas juveniles. Ahora el Tigre la ha convertido en meme y me siento obligado a dar la cara en estas afanosas lides.
Confesaré primero -pues por tratarse de asuntos canónicos, no vaya a dar en el infierno (que parece ser se trata de un topos virtual, o sea literario también) por mendaz impenitente- que mis clásicos juveniles fueron los de Bruguera, como el que aparece en la imagen, aunque con preferencia por los tomos de gran formato que recogían veinte clásicos en forma de cómic rupestre.
Así que muy pronto me supe casi toda la bibliografía de Verne, Karl May, Charles Dickens, Stevenson, Mark Twain, etc. Autores que tuve que revisitar ya de mayor porque me remordía la conciencia.
No es extraño, pues, que hoy defienda para mis alumnos el derecho de leer adaptaciones, si les apetece. Ya tendrán tiempo y ganas de saborear los originales.
De modo que, en este canon particular, señalaré los libros que me marcaron literariamente hasta los veinte años aproximadamente y que, sin duda, abrieron tanto mi apetito que me convirtieron en el lector compulsivo que soy hoy. Aunque van ordenados alfabéticamente por autor, lamento el desorden a la hora de citarlos, pero los problemas con el editor de texto han acabado por cansarme:

Cuentos: Aldecoa, Ignacio

La busca: Baroja, Pío *

El árbol de la ciencia: Baroja, Pío

Fahrenheit 451: Bradbury, Ray *

Rimas y leyendas: Bécquer, Gustavo Adolfo *

La araña negra: Blasco Ibáñez, Vicente

Opiniones de un payaso: Böll, Heinrich

El Aleph: Borges, Jorge Luis *

Narraciones: Borges, Jorge Luis

La vida es sueño: Calderón de la Barca, Pedro *

Las ciudades invisibles: Calvino, Italo

Nuestros antepasados: Calvino, Italo *

El extranjero: Camus, Albert

La colmena: Cela, Camilo José

Las nubes. Desolación de la Quimera: Cernuda, Luis *

Novelas ejemplares: Cervantes, Miguel de *

La Regenta: Clarín, Leopoldo Alas *

El perro de los Baskerville: Conan Doyle, Arthur *

Cinco horas con Mario: Delibes, Miguel *

El camino: Delibes, Miguel *

Las ratas: Delibes, Miguel

Canción de Navidad: Dickens, Charles *

Tormenta de verano: García Hortelano, Juan

Bodas de sangre: García Lorca, Federico *

El señor de las moscas: Golding, William *

El incongruente: Gómez de la Serna, Ramón

El factor humano: Greene, Graham

Don Camilo: Guareschi, Giovanni

El viejo y el mar: Hemingway, Ernest *

Fiesta: Hemingway, Ernest

Siddharta: Hesse, Hermann

La Odisea: Homero *

La Ilíada: Homero

Un mundo feliz: Huxley, Aldous *

Cuentos de la Alhambra: Irving, Washington

Eloísa está debajo de un almendro: Jardiel Poncela, Enrique

Tres hombres en una barca: Jerome K. Jerome

Platero y yo: Jiménez, Juan Ramón

Dublineses: Joyce, James

La metamorfosis: Kafka, Franz *

Nada: Laforet, Carmen *

Juegos de la edad tardía: Landero, Luis

Artículos: Larra, Mariano José de *

La lluvia amarilla: Llamazares, Julio *

El río del olvido: Llamazares, Julio

Los mitos de Cthulhu: Lovecraft, H. P. y otros *

En las montañas de la locura: Lovecraft, H. P.

Soledades. Galerías. Otros poemas: Machado, Antonio *

Corazón tan blanco: Marías, Javier *

Relatos: Maupassant, Guy de

La verdad sobre el caso Savolta: Mendoza, Eduardo

El laberinto de las aceitunas: Mendoza, Eduardo

Sin noticias de Gurb: Mendoza, Eduardo *

El misterio de la cripta embrujada: Mendoza, Eduardo

Carmen: Merimée, Prosper

El desorden de tu nombre: Millás, Juan José

Beatus ille: Muñoz Molina, Antonio

Veinte poemas de amor y una canción desesperada: Neruda, Pablo *

Rebelión en la granja: Orwell, George *

Ancia: Otero, Blas de

El diablo en las colinas: Pavese, Cesare

El gato negro y otros cuentos: Poe, Edgar Allan *

La narración de Arthur Gordon Pym: Poe, Edgar Allan

La plaça del Diamant: Rodoreda, Mercè

Pedro Páramo: Rulfo, Juan

El túnel: Sábato, Ernesto

El guardián entre el centeno: Salinger, J.D. *

Hamlet: Shakespeare , William

Wilt: Sharpe, Tom *

Frankenstein: Shelley, Mary W.

El perfume: Süskind, Patrick *

El Señor de los Anillos: Tolkien, J.R.R.

El hobbit: Tolkien, J.R.R.

La conjura de los necios: Toole, John Kennedy *

Niebla: Unamuno, Miguel de

San Manuel Bueno, mártir: Unamuno, Miguel de

Sonata de primavera: Valle-Inclán, Ramón del

Luces de bohemia: Valle-Inclán, Ramón del *

La máquina del tiempo: Wells, Herbert George

La guerra de los mundos: Wells, Herbert George *

El fantasma de Canterville: Wilde, Oscar *

Como digo, son lecturas de mi adolescencia y que estimo especialmente. He marcado con un asterisco aquellas que sigo recomendando a mis alumnos, sobre todo a partir de 4º de ESO o Bachiller, y sólo de manera selectiva, es decir, cuando creo que el alumno las disfrutará (algo verdaderamente difícil de acertar, claro). A los alumnos de cursos inferiores, suelo recomendarles lecturas juveniles de los catálogos recientes, como ya sabéis quienes seguís el blog y como podéis ampliar leyendo mis notas sobre lecturas.
Con el tiempo he ido sumando algunas obras más que he incorporado a mi bagaje más tarde. En aquellas en que aparece "etc." quiero decir que me vale cualquier obra de ese autor:

Crímenes ejemplares, etc: Max Aub

13,99 euros: Frédéric Beigbeder

Tened miedo.. mucho miedo: Brunvand, Jan H.

La concesión del teléfono, etc: Andrea Camilleri

Soldados de Salamina : Javier Cercas

La dama de blanco: Wilkie Collins

Cuentos: Julio Cortázar

El nombre de la rosa: Umberto Eco

Como agua para chocolate: Laura Esquivel

Tomates verdes fritos: Fannie Flagg

Cien años de soledad, etc: Gabriel García Márquez

El guitarrista, etc: Luis Landero

El embrujo de Shangai, etc: Juan Marsé

Caperucita en Manhattan, etc: Carmen Martín Gaite

Carreteras secundarias: Ignacio Martínez de Pisón

La fuente de la edad, etc: Luis Mateo Díez

La aventura del tocador de señoras, etc: Eduardo Mendoza

Cuentos del reino secreto: José Mª Merino

Tres sombreros de copa: Miguel Mihura

No mires debajo de la cama, etc: Juan José Millás

La loca de la casa: Rosa Montero

1984, etc: George Orwell

China para hipocondriacos: José Ovejero

La visita del inspector: J.B. Priestley

Zazie en el metro: Raymond Queneau

Últimas noticias del paraíso: Clara Sánchez

Réquiem por un campesino español: Ramón J. Sender

El lápiz del carpintero, etc: Manuel Rivas

La sombra del viento: Carlos Ruiz-Zafón

La sonrisa etrusca, etc: José Luis Sampedro

Ensayo sobre la ceguera, etc: José Saramago

Un viejo que leía novelas de amor: Luis Sepúlveda

Amor América: Maruja Torres

Los amigos del crimen perfecto: Andrés Trapiello

Lo mejor que le puede pasar a un cruasán: Pablo Tusset

Son de mar, etc: Manuel Vicent

Ya veis que el caos reina en mis meninges. En mi descargo sólo me queda declarar que uno de los elementos que más valoro en mi estilo docente es la insistencia en formar lectores, para lo que empleo quizá más tiempo y esfuerzo del recomendado, pero que constituye también una labor que me produce las mayores satisfacciones.