Miguel López, alias Hematocrítico, un experimentado tuitero de humor metido a columnista de crianza para GQ, creador de podcasts, maestro de educación primaria y escritor de cuentos para niños se sintió ofendido. Dijo que, si esa colección se llama "mi primer autor", está dando a entender que gente como Gloria Fuertes, Janosch, Arnold Lobel, Dr. Seuss o él mismo no son "autores". Los escritores infantiles son, según sus propias palabras, "invisibles en este país". Y tiene razón, en parte. Naturalmente.
Obras para la primera infancia como las de la colección "Mi Primer Autor" y las escritas por Hematocrítico están enfocadas a personas que aún no leen libros, por así decirlo, "con capítulos" y ostentan diferencias de bulto con la literatura de etapas posteriores. Para empezar, las ilustraciones y el formato (tamaño, resistencia del papel y las tapas, etc) son tan importantes o más que la trama en sí. Los creadores infantiles que han escrito e ilustrado sus propias obras como Eric Carle, Janosch, Dr Seuss, Sendalk o Lovel son universalmente admirados porque destacan en varias artes. Los escritores que entretienen durante cientos de páginas como Arturo Perez-Reverte, Juan Marsé o Rosa Montero han demostrado calidad en su oficio de juntaletras. El escritor de historias infantiles que desee el mismo reconocimiento tendrá que probar el mismo esfuerzo y talento de una forma o de la otra.
Otra diferencia destacada de los libros para primeros lectores es que no los escogen dichos lectores, sino los adultos que les rodean. Adultos persuadidos de su excelente juicio porque el niño que recibe sus cuentos es bueno, cariñoso, un premio Novel en potencia y lo adora. Esos adultos, además, tienen Twitter. Ya hay polémica, avivada magistralmente por Hematocrítico y Pérez-Reverte, a quienes se les regaló munición a raudales para sus columnas semanales.
Las fauna que pobló ambas facciones fue lo que me resultó más curioso, quizá porque cada uno encaja con visiones de lo que solemos desear o considerar como una vida de éxito para los niños. Por un lado, para ellos se desea que tengan una vida intensa, fascinante y que su irrepetible mezcla de talentos sea admirada por multitudes. Pero por otro, para nosotros, pedimos que tenga una pareja estable, un trabajito fijo y que nos traiga nietos a comer casa los domingos. La biografía de quienes compra los cuentos determina la afinidad con un autor u otro, con una forma de vida u otra. Como es natural, los números estarán del lado del más "normal", "corriente"o, usando el sinónimo escogido por Pérez-Reverte, "mediocre". Hordas de apabullante superioridad numérica defendieron al maestro de escuela coruñés del puñado de belicosos espartanos del corresponsal de guerra universal.
No sé qué es el éxito. Mi Jueves, que no es ajena a esta colección, ya elige sus lecturas, que suelen ser de escritores desconocidos por mi. Pero un bando de este rifirrafe me ha marcado. Tres tipos de tuitero que me sacan de la indiferencia. Un primer batallón, el de los que cuando citan grandes referentes de la literatura infantil sólo se acuerdan de los de lectura obligatoria en su infancia o los que se han hecho famosos por las adaptaciones cinematográficas, me dejó tocada. El siguiente, el de los que sueltan con desparpajo el acrónimo LIJ ("literatura infantil y juvenil") y se convierten en enterados de Schrödinger (porque muestran simultáneamente conocimiento, al citar lenguaje en boga, e ignorancia, al meter en el mismo saco la versión para bañeras de "La vaca hace mu" con "La isla del tesoro" de R.L. Stevenson) me hirió. Finalmente, el tercer batallón, el de quienes alaban a Hematocrítico al tuit de "mi niño no lee nada, pero tus libros los devora", como si el mayor mérito estuviese en atraer al lector menos cultivado, consiguió finalmente que yo, que durante años había seguido a ambos creadores con nula animosidad e interés variable, quedé tan saturada de postureo y vulgaridad que me daría vergüenza ser vista con un libro de Hematocrítico. Aunque sea "riquiño".
Un gusto leer sus escritos, como siempre.
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