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13 junio 2021

Vuelve el futbol

Mañana es el GRAN día. La selección escocesa vuelve a una competición internacional tras décadas de no atreverse ni a soñar con ello.

La excitación es enorme, colosal, omnipresente. El campo de fútbol de mi vecindario va a quedar yermo de tanto peloteo. Las escuelas de las Highlands tienen permiso para interrumpir las lecciones y retransmitir el evento. Se ha pedido hasta que el día sea festivo.

A todo esto, a pesar de que se habla del tema hasta en los canales de música de la radio, he tenido que bucear en Internet para enterarme de los detalles. Que son veintitrés años desde la última vez, que el partido es de la Eurocopa, pospuesto desde el 2020 y que el contrincante es la República Checa. Si hay algo enternecedor en todo esto es que, para la "Tartan Army", todo esto es completamente irrelevante. Actúan como si, en lugar de una competición en la que es casi seguro que no duren, les hubiera tocado un viaje gratis a Disneylandia. Mejor, porque a Disneylandia se puede volver, para otra Eurocopa se da por hecho que habrá que esperar otro par de décadas, año más, año menos. 

Inicialmente me sorprendió que se permitiese que los niños en las escuelas de primaria vean el partido. ¿Y si su querido equipo pierde? Parece que da igual. Nunca ha sido tan sentido aquel tópico de "lo importante es participar". 


Nadie se lo monta como Irn Bru.




11 mayo 2021

Estais todos locos y ya encontré el cable.

¿Cuanto tiempo ha pasado? Debió de ser una buena siesta. Lo último que recuerdo que se cayó el ordenador y no volvió a funcionar sin el cable. El cable iba justito y acababa en un enchufe escondido en una esquina polvorienta. Para escribir con el portátil tenía que moverme menos que la cadera de Echenique. Y así, de un porrazo, se me acabó la vocación bloguera. Bueno, también porque en las Highlands somos cuatro gatos y no me apetecía perder el anonimato.

Pero a veces, a minúsculos males, enormes remedios. Cambié de casa y ahora el enchufe está más cerca. La nueva peste hace que el motivo por el que empecé (no olvidar mi lengua) vuelve a existir. Para colmo de bienes, entre Netflix, Facebook, Twitter e Instagram, por aquí no queda nadie. Nunca me encontraréis. 

El caso es que me voy un rato y se va Trump, se va Pablo Iglesias, Bill Gates se divorcia y Miguel Bosé está muy ido. Solo queda la Reina de Inglaterra. Los talibanes ya no son los malos, ahora son los chinos, que es peor, porque son más. Debe de ser este mundo de liquidación por cierre que nos hemos hecho más conformistas. Antes la gente hacía maratones, ahora se bajan la aplicación para contar pasos. Gracias a la fulminante revolucion tecnosanitaria, cada vez más gente abandona la triste existencia de casa-coche-trabajo-coche-casa por la triste existencia de salón-cocina-retrete-salón-cama.

Me voy a dormir, a ver qué queda en pie cuando me despierte.

29 julio 2018

Cuando calienta el sol

He hablado varias veces (cuando hablaba) de la primera nevada del invierno en Escocia. Nunca hasta ahora de lo que pasa con una ola de calor, más que nada, porque no habíamos tenido una de verdad.

Llevamos un par de meses de sol y calor inauditos. Playas llenas (al menos veinte personas). Lugareños color salmón. Inflación de 20 peniques por bola de helado en la heladería local. Un olor a crema solar que debió llegar hasta los satélites Galileo. Después, un par de semanas de nubosa normalidad. Pero el Jueves, a traición, el norte británico volvió al calor. Sudan hasta las moscas y yo, absorta en la acaparación de latas para la apocalipsis post-Brexit, sobrevivo el trabajo sin reservas de café helado. En las esquinas, algunos colegas vuelven a cuchichear sueños de invasión del congelador de Quimioterapia.

Al fondo a la izquierda está la marabunta.
Llega la noche (bueno, la hora de la cena, que si espero a que el sol baje nos da la madrugada). Un ruido seco anuncia la muerte súbita por achicharramiento del transformador de electricidad local. Se fundieron los plomos, de verdad. Kitboy y yo salimos al jardín y lo que vemos es al contingente de vecinos mayores saliendo a sus jardines a ver que pasa. Uno de ellos nos cuenta la historia de los apagones en el barrio en los últimos treinta años. Es majo, pero en ese momento extraño mucho Internet. Después, una vez decidida la táctica de acoso a la compañía de la luz, nos dispersamos.

Kitboy había llamado al servicio técnico nada mas oír el ruido del transformador. Le dijeron que enviarían a alguien pronto y que, una vez llegado el electricista, la reparación tardaría unas dos horas. Me pareció mucho tiempo para darle a una palanca pero, una vez llegado el coche, entendí la razón. Antes de empezar a trabajar, el hombre tiene que dar y recibir parte a media docena de jubilados. El tiempo que duró el apagón salimos a la calle, paseamos, hablamos, cogimos libros de papel para leer... fue como la infancia que relatan los vídeos de pedagogos del BBVA, pero sin aprender nada. Una cosa que me resultó extraña es que fuimos los únicos vecinos no jubilados en salir a la calle andando. El resto de nuestra generación o más jóvenes lo hizo en coche, aún no entiendo por qué.

El viernes siguió la tónica climatológica. Encontré en el armario un vestido de algodón de los que me pongo en verano en España y me convertí en "influencer", aunque sin regalos. Después de más de un año, por fin se materializó el fulano que arregla aires acondicionados. Los gemidos de placer que generó su visita son demasiado explícitos para describir en un blog para todos los públicos. No soy capaz de salir del edificio para comer y en la cantina me encuentro el panfleto que me indica que, a lo mejor, se acerca el fin del mundo:


Hoy todo es recuerdo. Justo cuando llegaba la luna roja se apuntaron varios nubarrones a la fiesta y de ahí, todo cuesta abajo. Pero aún queda el recuerdo del día en que las Tierras Altas de Escocia llegaron a los 27℃.

12 enero 2018

Lo que importa es el sentimiento

Hace unos días vi una portada que me causó desazón. Las fotos de decenas de hombres con sus nombres, biografía profesional, denuncias y subsecuentes castigos.  Eran los acusados de la campaña #metoo, generada a partir del caso Weinstein, magnificada por Hollywood y elegida "Persona del año 2017" por la revista Time.

El lunes la campaña feminista alcanzó su climax con el discurso de Oprah Winfrey en los Globos de Oro. El relato de un sueño americano simple en lenguaje y contenidos y hecho para emocionar. Miles de americanos la aclaman como futura presidenta de su país.

San Jorge posando con el dragón, alias Oprah Winfrey con Harvey Weinstein.
Pero mi mente asocia estas portadas con la caza de brujas de McCarthy. Leyendo los perfiles se destapa que del amplio centenar de hombres acusados, apenas un manojo están siendo investigados por las autoridades. El resto han sido señalados, juzgados y condenados por la opinión pública por delitos inexistentes en el código penal. Porque hoy, si un desconocido, de repente, te regala flores, eso no es Impulso, es micromachismo y es un crimen, así en Instagram como en Twitter. 

Hemos llegado a un punto en que, si yo digo a un compañero de trabajo que le sienta muy bien una camisa, él sonríe y dice gracias pero, si es un hombre el que me lo dice a mi, tengo todo el derecho a sentirme intimidada y llamarle baboso patriarcal. Si una mujer se remanga la falda para conseguir favores de un hombre, es víctima de un abuso de poder. Si muestra una fortaleza excepcional plantando cara en público a la manada de hombres que han intentado humillarla, no puede ser una heroína admirable sino, de nuevo, víctima. El feminismo se está reduciendo al derecho (siempre) y obligación (a veces) de toda mujer a sentirse víctima de cualquier acción masculina.

Pero las mujeres que no se identifican con el papel de víctimas siguen existiendo. Un centenar de francesas de las artes y las letras, entre las que hay múltiples intelectuales feministas de renombre, han firmado un manifiesto que condena la violación sin que por ello menoscabe la defensa de "la libertad de importunar, indispensable para la libertad sexual." El texto es radical, incluso incendiario. Peor todavía, es inteligente. Reivindica la capacidad de la mujer de usar el propio criterio, de juzgar cada situación de forma individual y de comprender que una conducta inapropiada o molesta no siempre tiene que tener intenciones malévolas. Termina con una frase que se puede extender a casi todo lo que se ve en la portada de los periódicos últimamente: "No se nos puede reducir únicamente a nuestro cuerpo. Nuestra libertad interior es inviolable. Y esta libertad que valoramos no está exenta de riesgos y responsabilidades".

Feminismo contra heteropatriarcado, nacionalismo contra secesionismo, fachas contra progres, "Brexiteers" contra "Remoaners"... Posiciones cada vez más enconadas, defendidas todas desde un papel a la vez de víctima ultrajada y paladín de la justicia. Con la "#almohadilla como arma, el anonimato como escudo y el linchamiento como estrategia, el objetivo no es el progreso, sino la aniquilación de la diferencia. El agravio es el nuevo traje de la opresión y nos encanta cómo le sienta.

El cineasta Dalton Trumbo testificando ante el Tribunal de Actividades Antiamericanas. Exactamente 70 años antes del movimiento #metoo.
Pues ¿Saben qué? #ConmigoNoCuenten.

28 octubre 2016

Astillas que queman

Es de perogrullo, la vida marca. Forma, deforma, reforma. Ese cambio puede tener un efecto impredecible en quienes nos rodean. O puede que no sea un cambio en absoluto.

Cuando era pequeña, entre otras bromas, a mi padre le gustaba contar los dedos de mi mano. Nunca eran cinco. Me entretenía intentar averiguar en qué dedo me había colado el truco. Ahora, insisto a mi hija en que tengo seis dedos. Esta noche, al poner a Jueves en cama, hablábamos del tema. Según mi hija, no sé contar. Ahí me salió un ramalazo que justifiqué como la deformación profesional de quien quizá lleva demasiado tiempo entre calculadoras y experimentos.

- ¿Cómo sabes que soy yo la que cuenta mal y no tú? Es tu palabra contra la mía.
- Loz he contado, zon cinco. Ez que tu ziempre cuentaz uno doz vecez.
- ¿Me has visto hacerlo?
- No, pero yo zé contar muy bien.
- Yo también sé contar muy bien. Vas a tener que buscar una prueba por el método científico.
- ¿Cómo?
- Una forma es que encuentres a varias personas que cuenten mis dedos. De esa forma reduces la posibilidad de error en la cuenta.
- Ezo ez muy complicado, no zé a quién llamar.
- Hay otra forma. Es el motivo real por el que realmente crees que tengo cinco dedos.
- ¡Loz he contado!
- No. En el fondo, sabías la respuesta antes de saber contar. Piensa...

Apagué la luz y la dejé descansar.

Lo que hice no era un intento deliberado de educación, sino un acto reflejo. Dejé la habitación pensando en los científicos que conozco que, con ventoleras como esta, comprensiblemente empujaron a la descendencia por el camino de las letras.

Di por sentado que a la mañana siguiente todo estaría olvidado o, como mucho, que tendría que revelar la solución del acertijo. Pero, durante la conversación que nos despereza por la mañana, Jueves me espeta:
Parecidos razonables.

-He contado miz dedoz, yo creo que zon cinco. Tu creez que yo tengo cinco dedoz.¿Verdad?
-Si.
-Papi también cree que tengo cinco dedoz.¿Verdad?
-Si.
-Pon la mano en alto y no la muevas, mami.
-Vale.
-¡Pero no la muevaz!
-No, no...

Entonces, la comina, despacio, fue juntando su palma con la mía. Pulgar con pulgar, índice con índice, medio con medio...

-Tu mano ez igual que la mía. Todoz penzamoz que la mía tiene cinco dedoz. Azí que la tuya también tiene cinco dedoz.

La madre que la parió. Entonces ¿Mi ramalazo fue fruto de la deformación profesional, o fue mi genética lo que ha marcado mi destino? No importa, estoy lanzada. Mañana toca clase de óptica. A jueves le encanta mezclar pintura de varios colores, pero siempre me pregunta qué va a salir antes de mojar los pinceles, así que he encargado un juego de plásticos traslúcidos de colores, para que los junte y entienda por sí misma el mecanismo. Al menos parece que la ciencia le traumatiza menos que el día de colegio que jugó a peluqueras con tijeras de verdad.

05 julio 2016

Corín Tellado



Una vieja revista de fotonovela de Corín Tellado (1927 - 2009) estaba tirada al lado del contenedor de basura. Decolorada, sus arrugas marcaban el medio siglo de antigüedad. Se despertó mi curiosidad por el autor del depósito y la nostalgia de un tiempo ya tan lejano.

No leí ninguna novela de Tellado. El prejuicio de falta de calidad literaria y el calificativo de “rosa” eran motivos suficientes para que nunca un libro suyo estuviera entre mis manos. Sin embargo no puedo decir lo mismo de sus fotonovelas. A mis 14 y 15 años he leído unas cuantas, ignorando si alguna de ellas llevaba la firma de la escritora más leída en España después de Cervantes. En esa edad los prejuicios eran otros. Ver sobre el papel las fotografías de bellas mujeres cortejadas por apuestos varones con diálogos cortos adosados; con ingredientes tan sabrosos como los celos, el engaño de la arpía o la desinteresada entrega de la sincera enamorada, eran material inmejorable para el despertar hormonal del adolescente que entonces era. La concupiscencia implícita y el deseo carnal que aquellos relatos aportaban se diluía como perfume en mi alma inquieta de bachiller, un escape imaginativo en el desbarajuste de mi cabeza infantil, el remanso placentero en una encrucijada de corrientes.
Aquellas revistas (nunca compradas) distraían, estimulaban y transportaban a una vida compensatoria de la infancia pobretona y cuasi sórdida que tantos llevábamos, a una esperanza en el devenir que arrasaría los días de impotencia y sumisión.
Las escenas del chico pulcro y bien vestido  descendiendo del deportivo descapotable ansioso por manifestar su amor a la rica heredera, a la criada perfecta o a la despampanante cínica, me conmovían  y me hacían cautivo de sus páginas... Y con la última, tras un corto periodo de arrobamiento,la burbuja de la fantasía estallaba en el aire y yo volvía a ser el niño del cine de domingo y criatura insignificante y atribulada el lunes, de vida perfilada por sotanas negras y profesores de vara en ristre; el niño de estrecha espalda cargando axiomáticas mentiras que sentía como quincalla pesada...El niño que deseaba estar de nuevo ante otra historia donde las vicisitudes y pugnas de amantes puros, mujeres enamoradas y malévolos terceros a los que solo el egoísmo movía culminara con el triunfo  del amor.





28 diciembre 2015

Solsticio de tristeza

Menos mal que el solsticio de invierno ya paso, porque sigo en estado semicatatónico.

Hace unos días mi cabeza se planto en huelga de mínimos, así que me fui a los técnicos y les quite del escritorio el trabajo más monótono que tenían, pasar las imágenes de los pacientes del TAC donde fueron tomadas al ordenador donde se va a diseñar su tratamiento de radioterapia y, una vez en él, delinear los órganos más sensibles. Lo de delinear órganos de riesgo me recuerda mucho a esos libros de colorear para adultos que tan de moda están últimamente. Para mi, después de años de practica, es relajante y algo que se puede hacer sin pensar. Pero abro el TAC de uno de los pacientes de pinta y colorea y tiene un aspecto muy raro. Voy al cajón donde se guardan los historiales. Efectivamente, leyendo sus notas se ve como es posible que sobreviva, pero también que esta persona daría todo lo que tiene por que un tumor maligno fuese su único problema. El médico que documenta la historia ha sumado a la cascada de tecnicismos de siempre palabras de compasión y se ve que hace un gran esfuerzo por mejorar la vida del paciente con algo más que la eliminación de la enfermedad. Sentí un nudo en la garganta. Empezó a costarme respirar. Primero fue por lo que leía, después, por algo peor. Sorpresa. Sorpresa de darme cuenta que llevaba meses, quizá años, sin pensar en mi trabajo más que como una responsabilidad, papeles que cubrir o, en los mejores días, un puzzle a resolver. Después de un largo invierno denunciando que mis antiguos gestores habían matado su vocación a golpe de hojas de calculo y bases de datos, descubrí que la mía había estado en coma. El despertar dolió, como solo puede doler sentirse vivo.

Supongo que ahora toca comentar si encontronazos con la vida como este nos hacen mejores profesionales. El tópico es que sí, pero creo que depende de las circunstancias. Te hace más consciente, más preocupado y, por extensión, más lento. En tiempos de bonanza no es problema pero, si los pacientes se multiplican y los profesionales se restan, si la calidad se tiene que sacrificar en pro de la cantidad, el corazón puede ser un lastre.

En fin. Felices fiestas. O no. Hay cosas mucho peores que la tristeza.

02 diciembre 2015

Escribir, escribir, escribir

Los modernos occidentales nos creamos necesidades. O eso se dice ¿Será eso lo que me ha ocurrido?

Hace una década me di cuenta de que de que se me estaba oxidando el castellano. Empecé a bloguear. El estilo y los temas fueron cambiando. Hace unos meses cambiaron las circunstancias.

Mi situación en el trabajo era irracional y espectacular a partes iguales. Conforme los más espabilados ponían pies en polvorosa, yo seguía a pie de obra, esperando mi momento. Para sobrellevar el internamiento escribía una carta semanal a los exiliados donde freía a los responsables en salsa agridulce. Se llamaba "La gaceta del yu-yu". Tenía pocos lectores, pero muy devotos. Decía cosas como...


Hace dos meses que llegué a las Highlands. Ya no hay gaceta del yu-yu. Pensé que a estas alturas habría vuelto a mis viejos hábitos, pero nada. Ni una línea en un mes.

Ahora son mis libretas de trabajo las que se llenan de lo que raya la escritura automática. Páginas y páginas de ideas que mi maltrecho cerebro se niega a dejar escapar. Esta mañana abrí una y me encontré algo así:

Escribir, escribir, escribir. Parece que me he creado una necesidad.

15 noviembre 2015

Están tocando a muerto


 
Están tocando a muerto las campanas

allá donde duermen esperanzas.

Y tocan a muerto las campanas,

aquí donde ya no quedan ansias.

Cubre la noche las fosas con sus estrellas apagadas.

Caminan los hombres con la cabeza gacha

y la  congoja de quienes tienen negada el alba.

Llega volando una paloma portando en su pico

una rama que en páramo abierto, y con fe, clava.

Y allí la deja al albur del viento, el sol y el agua.

04 octubre 2015

Televisión y libros





Pasan semanas sin que encienda el televisor. Hoy, domingo día 4, ya estaba en el sofá delante del trasto cinco minutos antes de la una de la tarde para ver la primera entrega del programa Libros con uasabi, en La 2 de tve.

Hace años que televisión y libros no hacen buen maridaje…  casi parecen antagonistas: los que leen libros no ven la tele y los que la ven, no leen libros. Este programa puede acercar los unos a los otros: no tiene nada de sesudo y sí mucho de formativo, con un esqueleto sencillo y de grácil desarrollo. No sólo es de interés lo qué en él se dice, también –y para mí,  más importante- la capacidad de inducir a la persona curiosa a satisfacer interrogantes suscitados por lo que está viendo: autores, títulos, opiniones, etc. Llanamente: gusto por la lectura.

El jefe del cotarro es Fernando Sánchez Dragó, que se auxilia de Ayanta Barilli, Anna Grau y María Pedroviejo. La invitada de este primer programa es Mirena Busquet. A quien alguno de estos nombres le incomode le propongo que reparare en todo lo que nos privan los prejuicios;  a quien suene desconocido este pequeño elenco le exhorto a que pierda 57 minutos de su valioso tiempo, que puede resultarle una buena inversión.

La fortuna de lo dicho es que pude mostrarse, y  eso hago…

 http://www.rtve.es/alacarta/videos/libros-con-uasabi/

19 julio 2015

Las leyes del parque

Se acercan las vacaciones. Tiempo de que mi hija Jueves se mezcle con la fauna galaica.

En Escocia, como en todas partes, cada parque tiene sus normas no escritas. Normas que los niños acatan por instinto. Las colas son sagradas, independientemente de la edad del pequeño. Si saben andar, saben guardar cola. No hay gritos (salvo accidente o extirpación prematura del tobogán) y el compañero de juegos se elige más por consanguinidad que edad.

España, para un pequeño recién llegado, es la jungla. Para mí también. Hay una anécdota que ilustra mi preocupación. En las últimas vacaciones en España, Jueves se tropezó con un Gilipollas. Tendría unos seis años (el doble que Jueves) y no es que se saltase las colas, es que disfrutaba apartando a otros niños por la fuerza. Sus ojos destilaban insolencia. Jueves suele ser muy buena resolviendo conflictos, así que al principio le dejé hacer. Pero no encontró antídoto contra el listillo ibérico. Me dirigí al niño y le advertí que tendría que avisar a su madre. El contestó "¿Y si es padre qué?". Me quede sorprendida y le dije que no entendía por qué iba a ser diferente, pero un vistazo al tipo me aclaró la duda. Es de los que cargan contra cualquiera que ose darle trabajo. No me va a hacer caso. Cambié la táctica.

En lo alto del tobogán, el Gilipollas se regodea taponando la bajada. Mi hija me mira. El renacuajo disfruta de antemano nuestra cívica impotencia. Ignoro su mirada y, bien alto, digo a Jueves "No te preocupes, puedes hacerle daño, que este niño es malo". El se gira y se fija en mi pequeña. Espaldas anchas, aleonada melena rubia y mirada impasible. Quince quilos de sólida vikinga. El niño se deslizó por la pendiente y no volvimos a saber de él.

El farol salió bien (ella no le hubiese tocado). La anécdota puede tener su gracia. Pero quedé con mal cuerpo. Porque la malicia mancha, contamina, se pega. Ese día me di cuenta de que exponer a diferentes culturas es, también, exponer a diferentes tipos de suciedad.

14 mayo 2015

La píldora menos amarga

Hace unos días un conocido cayó en la dulce trampa de una harpía. Estaba avisado, todos los que les rodeamos le dimos la misma versión, la misma advertencia. Puede ver el daño que esta mujer ha hecho en las vidas que la rodean, incluidos alguno de sus amigos. Ante el asombro genera, hoy dice a quién quiera oírle (y a quien no) que lo que ocurre es que es una incomprendida. Un colega amante de la ciencia-ficción se preguntaba confuso cómo había sucedido, a lo que le contesté "¿Quieres la píldora roja o la azul?". Soltó una enorme carcajada ante la popular referencia. Pero así es muchas veces ¿Aceptas la evidencia y admites que tu vida es una mierda, o crees a quién te dice que eres su héroe de brillante armadura con una sensibilidad especial para apreciar lo que el vulgo no ha visto?


The Matrix, escena de las dos píldoras.

En la icónica película esperamos que Neo acepte la verdad. La verdad nos hará libres, dicen. La verdad te hace ser especial, más fuerte, un líder. Pero quizá este tópico no sea... verdad.

El experimento de Steve

Hace unos años me propuse demostrar a un colega (Steve) que la probabilidad de creernos una historia no depende de su verosimilitud, sino de lo que queramos creerla. Para ello inventamos un rumor. Por entonces teníamos un residente inglés, larguirucho, impertinente y posiblemente el único en Escocia que lloró la muerte de Margaret Thatcher, pero que en el fondo no era mal tipo. Que el recién llegado encontrase novia en tierras izquierdistas era muy improbable, que fuese una radiógrafa del hospital que encontró en un congreso del partido conservador y que ese romance fuese secreto para no confesar en público sus tendencias políticas era completamente absurdo. Steve estaba convencido de que no colaría, pero él mismo esparció la nueva de aquél amor contra corriente. La historia era demasiado bonita. Al final del día ya había varios nombres que se barajaban como posibles novias.

Este tipo de experimento es fácil de reproducir. Por ejemplo, encuentren un seguidor de Iker Jimenez y díganle que la provincia española con más avistamientos de OVNIS (Lugo) también es líder en consumo de alcohol per cápita. Deducirá que a los marcianos les gusta el orujo.

Conclusión: no elegimos la pastilla roja o la azul por un análisis racional, sino según el cuerpo pida fresa o menta.

16 noviembre 2014

El acebal



 
Es el final de la tarde. Pacen calmosos unos semovientes en el silencioso ocaso que se acerca. Las enrevesadas formas alargadas de las nubes dejan pequeños resquicios por los que se despide el sol. El leve movimiento del ramaje de los acebos es como un pestañeo de la naturaleza. Cruje la grava al son del  lento caminar del magnánimo maestro y del atento pupilo; haciendo  el primero de su verbo viva enseñanza para el segundo.

Sin alzar la voz, casi susurrando, los dos caminantes  gozan de la palabra como la más placentera fruta del atardecer; degustándola a cada paso en concordancia con la quietud y el amplio horizonte  que les acoge. Nada perturba su plática: un remanso en el fluir vital, otrora lleno de cataratas y rápidos.

No importa el tema (el último libro, el próximo viaje,  la paternidad, el soberbio  autor que pasa desapercibido y la mediocre obra de la que todo el mundo habla…). El maestro, con afabilidad y sapiencia, suelta al aire  pensamientos y  sentencias que el aprendiz recoge con gozo y gratitud, como obsequio  inesperado,  como  refrescante lluvia en  tarde bochornosa. Y como neófito percibe la complacencia del instante, el  latir del universo proyectado sobre el suelo que pisa  y el roce de lo inefable.

Se despide del maestro al final del camino, contempla  el paraje de ocre pálido moteado de lamparones verdes,  llena sus pulmones del tibio aire y el alma se regocija con la satisfacción  de la apetencia colmada. 

15 octubre 2014

La vida sale al encuentro




Es el reloj al tiempo lo que el cartero a la correspondencia: cuenta y reparte  los sobres, pero ignora su contenido.  Llenar ese contenido es labor de cada uno, y esa labor deja cada día su huella como el mar deja su marca con cada ola. Desgasta, forma, alegra o hiere…   
Con este párrafo iniciaba la carta que, hace unos días, enviaba a mis compañeros de promoción con motivo de la celebración de los 40 años de nuestra graduación.  Años cargados de vivencias y contingencias incontables; transcurridos con celeridad y absorbidos con débil consciencia  en su mayor parte, considerados en su conjunto.  Ahora nuestros cuerpos son otros, el corazón y la razón  se han vuelto de mejor sincronismo y los recuerdos pesan más que los proyectos.

El trotar diario fue hollando hojas de calendario que el viento esparcía a su capricho y que, caprichosamente también,  ahora reunidos, tratábamos de poner en orden y borrar de ellas los efectos de la intemperie. Décadas concentradas en horas, almanaques que tornaban los días en anécdotas… Una vida ya casi ida comprimida en un encuentro. Y un encuentro con la vida: una caída paulina del caballo existencial que tantas veces se desbocó.   Vida, encuentro… Asociación que trae a la memoria (¿quién mejor protagonista cuando ya peinamos canas?) el título de aquel libro tan vendido  en los años 60 y 70: “La vida sale al encuentro” del jesuita José Luis Martín Vigil.

Libro que por aquel tiempo pasaba de mano a mano de los adolescentes de entonces.  Lo leí con fruición, lo comenté y sus páginas fueron alimento de esperanza y carga de ilusión para un futuro que llegaba entre sombras. Era ver en papel  lo que por mi cabeza deambulaba impaciente y desordenado: la explosión destructora de una infancia que ya nada nuevo ofrecía y que con los cascotes creaba los cimientos de un tiempo nuevo.
Aquel tiempo nuevo llegó y se vivió, tomó consistencia y ocupó su espacio. Los cascotes se hicieron piedra y la piedra edificio; y el edificio tuvo ventanas claras y oscuras puertas, aguantó tormentas y tibias primaveras, se hizo ver y sus formas fueron modulándose con cada rotación planetaria hasta el día de hoy.   Algo maltrecha su estructura y mermado el brillo de sus paredes va aguantando… hasta que el reloj marque la hora de convertirse en una foto para el recuerdo.

19 agosto 2014

Mi gata (II)

Es domingo. Bajo a la cocina a tomar un zumo y abro la puerta del cuarto contiguo. Gris se acerca, roza mis piernas una y otra vez, en un sentido y en el contrario, maúlla y trata de adivinar mi itinerario para adelantarse. Nos vamos al piso superior, me siento a leer o tomar alguna nota, ella se sube al sofá que tengo enfrente, olfatea, gira sobre si misma y se deja caer en la mullida superficie; sabe que es pronto para salir de la casa. Me mira y se duerme. Yo sigo en mis cosas. La miro y me pregunto que habrá en el microcosmos de su cabecita. Pasado algún tiempo se despierta, se incorpora, se estira y con calmado paso se va al dormitorio, sube a la cama y se instala encima. Ahí permanecerá hasta que su ama se levante para darle el desayuno. Cuando termina con los últimos granos de pienso su calma se vuelve impaciencia, nos mira, se va corriendo hacia la puerta que da acceso al jardín, se alza sobre sus patas traseras y con una de las delanteras toca la llave, ¿ quién no entiende semejante actitud.?

Ya en el jardín sufre una metamorfosis: sus ojos se agrandan, sus orejas se ponen verticales, sus movimientos los dirige el instinto y su sagacidad en el punto álgido. En este estado de alerta, aunque tranquila, va oliendo cada esquina, cada árbol, para terminar afilándose las uñas en la drácena del fondo.
A partir de aquí, su recorrido nos es desconocido. Suponemos que parcelas vecinas serán el espacio visitado y, sabemos, que hay días que entra en liza con algún congénere. Es frecuente que, antes o después de su paseo, esté con nosotros en el jardín; entonces nos ofrece el espectáculo de su aseo parsimonioso, de sus acrobacias y sus juegos. Es placentero ver como se enreda con una cuerda, una hoja, un chorro de agua o una mosca. Y el deleite llega cuando aparece una mariposa o un pajarito. Entonces Gris se vuelve una cazadora astuta. Silente, se va acercando, se para, observa y, finalmente, pega un extraordinario brinco con las patas estiradas y las uñas en ristre. Cuando la presa se aleja, displicente retorna a nuestro lado.


Después de unas horas de ignorada ruta, aparece lentamente por el jardín; derrengada y transida enfila la puerta y se va a descansar. Llegó la hora del sosiego y la calma. Ya no hay pájaros ni mariposas que la distraigan, ladridos que la asusten o coches que la perturben. Ahora decidirá si dormir en un sofá o elevarse, bien al bafle pegado al ventanal del salón o al alfeizar de cualquiera de las ventanas. A lo largo de las horas, y en discrecional orden, pasará por cada uno de estos sitios.

Terminada la cena e instalados para ver alguna película, Gris no tardará en llegar y acomodarse entre nosotros o en el regazo que más atractivo le parezca esa noche. Pocas veces mira a la pantalla, el mayor tiempo, en las posturas más inverosímiles, se duerme; y yo me sosiego viendo el vaivén de su respiración.

Cuando el televisor se apaga, mi esposa la pone en el hombro, le da las últimas carantoñas del día y la deja en “su zona”: garaje y un cuarto anexo; no olvidando cerrar con llave, pues en caso de no hacerlo nos aparecería entre las sábanas. La experiencia ya fue vivida: con una pata se cuelga de la manija de la puerta y con la otra la hace bascular, el pasador cede y con su patita empuja. El camino está libre.

10 agosto 2014

Anécdotas de los juegos de la Commonwealth 2014.

Ya se acabaron los juegos de la Commonwealth. A decir verdad, terminaron hace casi dos semanas, pero Agosto me confunde. Además, como enlazamos juegos con Festival de Edimburgo (que durará todo este mes), la diferencia en cuanto a número de turistas en la calle es nula.

El evento deportivo ha dejado poca huella en mí, pero ha generado alguna que otra historia entretenida.

Durante la ceremonia de inauguración, Twitter y Facebook echaban humo. Sin duda la estrella fue John Barrowman. Este actor y cantante sólo conocido fuera del Reino Unido por series de ciencia ficción (Dr. Who, Torchwood, Arrow) interpretó una canción de espectacular coreografía y puesta en escena. Nacido en Glasgow, Barrowman emigró a los ocho años a Illinois. Mientras veían el espectáculo, las redes sociales en Escocia eran unánimes en los comentarios. Todas se quejaban de lo extraño y distorsionado que resultaba su acento escocés. Al día siguiente, la prensa internacional lo tenía en portada por algo bien distinto: parte de la rutina incluía un breve beso homosexual con uno de los bailarines mientras el resto de la compañía celebraba la aprobación del matrimonio de parejas del mismo sexo en Escocia. Algo llamativo si tenemos en cuenta que 42 de los 53 países que componen la Commonwealth consideran la homosexualidad delito. Pero no deja de ser curioso que aquí nadie se fijó en esa parte del vídeo.

Siguiendo con la ceremonia, un amigo indio la fue a ver en vivo. Me contó que al parecer había una pandilla de gente vestida de vivos colores a la entrada. Varios residentes locales se acercaron a hacerse fotos con ellos creyendo que eran un grupo de música folclórica. Alguno se fue convencido de haber visto a los Red Hot Chilli Pipers. Según mi amigo, las pancartas que acarreaban no llevaban el nombre de ningún grupo artístico. Era una delegación de los Tigres Tamiles, un grupo separatista de Sri Lanka que tras el esfuerzo de hacer todo el camino desde Asia no pensaron en traducir al inglés sus consignas independentistas.

Uno de los primeros eventos fue el partido de rugby entre Uganda y Australia. Los fanáticos de este deporte pueden perdonarse no haber oído hablar nunca del equipo africano. Tras la primera parte, los australianos les habían dado las del pulpo y más. Pero sus desesperados intentos se ganaron al público escocés que al rugido de ¡Uganda!¡Uganda! celebraron cada uno de sus aciertos (resultado final: 43-5 a favor de Australia pero ¿Y lo bien que lo pasaron?).

Siguiendo con el rugby, cabe destacar al valiente que decidió esperar al descanso para pedir matrimonio a su novia delante de 50.000 espectadores. Por suerte -o por desgracia- ella aceptó.

No tan feliz fue la relación de Usain Bolt con la prensa. Al parecer, el atleta esperaba bajo la lluvia por un taxi cuando un periodista de The Times le preguntó que qué le parecía el evento. El empapado corredor, quizá con la cabeza más en la meteorología que en la pregunta, contestó "a bit shit" ("algo mierdas"). Ni que decir tiene que el resto del día lo pasó en Twitter perfeccionando el arte de la disculpa en 140 caracteres.

Otro claro incomprendido -al menos por mi parte- fue la mascota Clyde. El cardo al que describí de forma poco amable en mi anterior artículo sobre los juegos es tan difícil de erradicar como la planta que lo inspiró. Y es que ya hay una recogida de firmas para que se convierta en mascota oficial y permanente de Glasgow. Además, una de las 25 estatuas plantadas por la ciudad está en paradero desconocido, sustraída por algún enajenado que se la ha querido llevar a casa sin siquiera pedir rescate por ella.

En fin, queda claro que de todo hay en la viña del Señor. Y en Glasgow.


Este vídeo tiene un resumen de la ceremonia de inauguración. John Barrowman es el de la americana morada.

28 julio 2014

Hazte protestante, tenemos galletitas.

Es extraño como hay cosas que se meten tanto en la cabeza que ni después de años las puedo sacar.

Últimamente mi hija Jueves tiene pasión por los castillos. Como hacía buen día, el fin de semana nos fuimos de paseo hasta el más cercano. Es un hotel pequeño, pero tiene tejados puntiagudos, muros de arcilla roja y su bandera en el torreón. Dentro, escalinata de madera maciza, un par de armaduras de pega y moqueta a cuadros escoceses. Hay muchos paradores que lo superan en encanto y autenticidad, pero para mi compañera de caminata fue más que suficiente. Para intentar sacarla antes de que se pasase de vueltas, no se me ocurrió otra cosa que decirle que al otro lado de la calle había otro "castillo".

El edificio en realidad es una iglesia de piedra con la entrada flanqueada por dos estatuas. Mi idea era ir, enseñarle las figuras y bancos e irnos. La puerta principal estaba cerrada, pero había otra lateral.

-¿Puedo ayudar?

-Solo quería enseñar la iglesia a la niña. Cree que es un castillo.

-Está cerrada. Estamos organizando la exposición sobre la Commonwealth. Pero si venís otro día, tenemos reuniones de madres con bebés, café, muestras de arte de vecinos y una pantalla gigante para ver los deportes durante los Juegos de la Commonwealth. La entrada es muy barata. Y organizamos un mercadillo solidario para niños de Malawi. O puedes venir a charlar siempre que te apetezca. También puedes...

Diez minutos que se me hicieron horas tardé en escapar de la verborrea de lo que más parecía un vendedor de coches usados que un siervo de Dios de tierras católicas.

Cuando era adolescente y se hablaba de estos temas en clase de Religión, todos queríamos ser protestantes. Ahora esta opción me chirría. La iglesia, a diferencia de la católica, no es la casa de Dios que nunca cierra las puertas, sino la de su pastor, que la atiende según sus necesidades. (Por eso las capillas católicas son más populares en las películas de acción americanas, a las otras no puedes acceder de noche).

Aunque estoy acostumbrada a ver las iglesias de aquí como centros vecinales tipo Casa del Pueblo, sigo sin acostumbrarme a no poder entrar fuera de horario sólo para disfrutar del silencio o descansar en paz un día de calor. Mucho menos a que me quieran meter por el gaznate la salvación de mi propia alma con dos de azúcar y un chorrito de leche.

17 julio 2014

El negocio del cancer ¿El desenlace?

Hace unos meses comentaba perpleja la fusión de dos pequeñas ONGs en una colosal máquina de hacer dinero, que en teoría debía ir destinado al hospital oncológico para el que trabajo.

Desde entonces, las paredes se han seguido llenando de carteles alabando a algunos miembros de la fundación. También han tenido baile de gala en Westminster y otro para plebeyos en el restaurante indio de la esquina. La última noticia fue el "escándalo del maratón": exigieron un mínimo de diez libras de entrada y un mecenazgo de al menos ochenta para correr por la calle. La exigencia duró semanas, hasta que llegó una carta a los participantes informando que ya no había recaudación mínima y que los niños iban gratis.


Pero la curiosidad a veces me mata y cuando la directora de la guardería de Jueves preguntó si sabíamos de ONGs para las que organizar un evento de recaudación, voy de Judas y le paso uno de los folletos que empapelan mi vida laboral. Eso sí, rogando que pidiesen un proyecto concreto -lo contrario de lo que la ONG recomienda-.

Después del evento fui a la oficina de donativos. La directora de la guardería me dijo que nadie había mostrado interés en donar para algo concreto, así que por mi cuenta pregunté si podía ir al equipo de Pediatría y si podíamos saber en qué se gastaba el dinero. Para mi sorpresa, la sonrisa fue enorme. La idea de niños ayudando a niños les pareció buenísima y me dijeron que si les daba dos días, me dirían exactamente qué proyectos tenían. Cumplieron su palabra: pedían juguetes y actividades para la sala de espera, regalos para los niños que terminan la radioterapia o que la tienen durante las Navidades y juegos específicos para ayudarles a pasar el trance. El jefe del departamento de Donaciones sugirió que la guardería contactase con la gerente de planta si quería saber más. Todo sin saber qué había en el cheque.

Al tener los detalles, la directora de la guardería se emocionó tanto que aumentó el donativo. Está recabando información sobre cáncer y radioterapia para que los niños entiendan mejor lo que su ayuda significa y ya planea otro evento para Navidad. La ONG le va a enviar parte de ese material, una carta de agradecimiento y globos y lápices para los niños.

Por mi parte, pocas veces me ha reportado tanto el donar unos minutos del descanso de la comida como con las visitas a la oficina de la ONG. Siguen siendo una gran corporación que quizá derroche en publicidad, pero al menos dan transparencia si la pides.

12 julio 2014

La decisión.

Se acercaba a los 81, era afable y generoso, tenía instalado un marcapasos y le faltaba el oxígeno. Atendía a familiares y amigos, charlaba y seguía las vicisitudes de la liga de fútbol. Pero su alegría e ímpetu, que siempre tuvo, le estaban abandonando. Su carácter tomaba en ocasiones tintes de acritud infrecuentes en él. Era consciente de que su vida tomaba un camino en el que no deseaba destrozar sus zapatos.

Una tarde de domingo sufre una pequeña crisis y el lunes es trasladado al hospital. Pasa dos días bajo exhaustivo control mas su estado no mejora. El miércoles el empeoramiento es manifiesto y sus hijos son llamados a “consulta”. La situación es irreversible, las esperanzas se han perdido todas y dos son las actuaciones posibles a tomar: bien tenerlo unos días conectado a las máquinas, bien dar por concluido su ciclo y, después de una pequeña sedación, romper su nexo con lo terrenal y con los tubos que artificialmente lo mantienen vivo. Es costoso tomar una determinación y hacer coincidentes razón y corazón, realidad y sentimiento...
Médicos y familia determinan obviar la prórroga de una inexistente vida y, con todo el dolor y cariño, los seres queridos despiden a un cuerpo que ya no siente. Es el fin, dramático y angustioso, la inevitable cita que siempre queremos posponer...



Sabemos que ha concluido una vida aunque unos órganos artificialmente sigan funcionando, que la percepción de ese funcionamiento ya no existe, y, sin embargo, unas horas más nos parecen cruciales. El estado emocional, la constatación de una pérdida y un sentido de responsabilidad nos embargan. El tiempo toma una importancia “vital” y la angustia de la decisión nos ahoga.

El árbol que en su día dio protección y sombra, que fue frondoso y presumido, hoy se ha quedado sin savia. El pasar del tiempo lo hizo incapaz de seguir erguido en un bosque de tormentas. De él ya no salen hojas aunque permanezca sujeto a tierra. Es el leñador, que tanto lo amaba y cuidaba, conocedor de su sequedad, el que tendrá que decidir cuando cortarlo.

Si yo fuese el leñador, con el mismo amor que lo había cuidado, lo cortaría y calentaría mis horas de pesar con su leña; que su recuerdo y amor fuesen la paz de ese fuego. Mi corazón se sentiría agradecido y reconfortado.

29 junio 2014

Los toros

Los toros. Tema sobre el que nunca existirá consenso. Defensores y detractores: dos orillas que se ven pero nunca llegarán a tocarse. Yo, nadando en el río sin saber con exactitud a que lado acercarme...

El mes de agosto de 2009 se celebraron tres corridas en La Coruña. Saqué el boleto para la primera - los hermanos Rivera y El Cordobés componían el cartel – y, puntualmente, allí estaba ante el círculo de arena. Nunca había asistido a una corrida y la curiosidad era grande, pero realmente lo que me llevó allí fue el deseo de “definirme”: toros sí o toros no.

De niño nunca había acudido a una plaza con mi padre o mi abuelo, como le pasó a tantos aficionados actuales. Como espectáculo no me atraía especialmente, y, que el final del rito fuese la muerte de un animal, y a veces de un hombre, me retraía. No obstante, que nombres como Goya, Hemingway, Picasso, Alberti, Sánchez Dragó, Boadella, Joaquín Sabina y muchos otros estuviesen en la orilla de los admiradores me condicionaba mucho. Son abundantes las páginas escritas, los cuadros, las esculturas y la música, dedicadas a los toros. Arte y cultura a espuertas. Arrojo, valentía y drama a chorros. Esto es lo que pesa en mí. En el otro extremo está la muerte recreada de un animal noble y bravo.

Volvamos a la plaza.
El paseillo, la música, el colorido de los trajes y la expectación absorbe a la plaza . Sale el toro: derroche de fuerza y belleza, el primer encuentro con la capa y los primeros pases: perfecta coordinación, equilibrio entre vigor e inteligencia, primeros aplausos. Aparece el picador: silbidos en las gradas que irán creciendo cuando la primera sangre impregna la arena; un desahogo general se siente cuando las pullas han terminado. Con vanidad, elegancia y destreza, le son clavadas seis banderillas. El animal ha perdido fuerza pero no su orgullo, el torero toma la muleta; es el último tercio: el binomio toro-torero se hace más íntimo, el acercamiento es mayor, el público no pierde ripio, la sangre tiñe de rojo el lomo del toro, los pases se suceden y el final se acerca. El matador coge el estoque, se acerca, da unos pases por lo bajo y cuadra al toro que aún intenta seguir con la cabeza en alto. Cuando el animal, abatido por el acero, se desploma surgen los aplausos y los pitos. El torero se retira y la presidencia da el veredicto a la faena.
En la corrida que presencié había algo más: concentrado, frío, como ausente, estudiando cada movimiento en el redondel, estaba José Tomás. Fue el destino de mi mirada en repetidos momentos.

Lo aquí escrito es para el aficionado la belleza en su grado más alto; para el defensor de los animales, la tortura de un animal para divertimento de unas gentes. Para mí, la duda sigue. La muerte del toro puede verse como un acto salvaje o como una lucha valiente por la vida. Echo en falta algo más de análisis por parte de los opositores al toreo; con muchos que hablé del tema jamás vieron una corrida, no habían leído nada sobre el tema y carecían del menor conocimiento sobre la lidia y sobre el toro. Anteponen la sensibilidad ante todo lo demás y ahí se paran. Ácratas de nuevo cuño tratan de imponer su criterio por ley. Sin embargo, los defensores ostentan conocimiento, argumentan belleza, lucha, y amor por el toro. Amén de otras razones como tradición y ser “la fiesta nacional”, razones por mí desechadas: hay tradiciones que deben de ser abolidas y fiestas que pueden ser cambiadas.

¿Tendríamos que prohibir las corridas de toros? En mí, la indecisión perdura. La rémora de ser un adolescente en mayo del 68 no me abandona: “Prohibido prohibir”. ¿Recordáis?