Hoy quiero compartir con vosotros la primera parte del artículo que he publicado en el último número de la revista EDUCADORES: "TIC-TAC sin miedo"; Se trata de la introducción en forma de cuento al que he titulado: El mundo de los caminos de siempre.
Andan las cosas revueltas en el mundo de la enseñanza… “Vivimos
tiempos de cambio”, dicen (¿y cuando no? Pensamos). Siempre hemos asumido con más o menos
resignación eso de los “cambios generacionales” y hemos crecido con frases como
¡las cosas ya no son como antes!
¿Cuántas veces hemos oído esto a nuestros padres o abuelos? ¿Cuántas se
lo hemos dicho a nuestros hijos, a nuestros nietos? ¿Qué tienen los cambios de
hoy que nos revuelven tanto? Intentaremos presentar la llegada de las TIC como
un proceso natural al que no deberíamos tener miedo.
Erase una vez el mundo “de los caminos
de siempre” que estaba lleno de “un poco de todo”: cosas buenas y
buenísimas, peligros malos y
malísimos, personas de todos los tipos,
muchas maravillas (algunas a la vista,
otras escondidas); Zonas llanas fáciles de recorrer y otras más abruptas,
escarpadas y difíciles. Los habitantes del mundo “de los caminos de siempre”
pasaban la vida recorriendo sus rincones, hablando con la gente, esquivando los
peligros y disfrutando de lo que tenían.
Sólo la muerte ponía fin a su caminar.
Los veteranos sabían por experiencia lo difícil que era recorrer el mundo (la vida)
solos. Por eso procuraban siempre ir de
la mano de alguien que les indicase el camino; algunos estaban especializados
en enseñarlos, otros recorrían tantas veces un lugar que terminaban conociendo
hasta el último recoveco y gustaban de mostrarlo a todo el que se acercase por
allí.
Tener un buen guía era muy importante:
te enseñaban a andar, a no tropezar, te descubrían las maravillas escondidas,
te enseñaban a mirar hacia lo bueno y te advertían de los peligros. Conseguían
que te sintieses seguro. Algunos, es verdad, crecían sin acompañantes, otros se
dejaban llevar por la suerte o por farsantes que les llevaban por caminos
equivocados y acababan perdiéndose quién sabe dónde, quién sabe cómo…
Había también personas con espíritu
explorador que siempre andaban buscando emociones nuevas y se pasaban el día
intentando abrir otros caminos que les llevasen a otros lugares; a veces lo
conseguían pero siempre, antes o después, se encontraban con grandes
precipicios que les impedían continuar. No podían saber cuán grande era el
mundo porque barreras infranqueables se lo impedían y les desesperaba pensar en
otros lugares y personas a los que nunca lograrían acceder.
Un día, un grupo de intrépidos ingenieros
se planteó buscar formas de traspasar
esas barreras e imaginaron un sistema para comunicar unas zonas con otras. Se
pusieron manos a la obra y consiguieron construir una rudimentaria pasarela que, aunque difícil de
recorrer, les permitió, con esfuerzo y mucho empeño, acceder al mundo “del más
acá”. ¡Qué alegría cuando los primeros exploradores llegaron al otro lado y
comprobaron todo lo que podían descubrir!
Tuvo tanto éxito la pasarela que
enseguida se empezó a hablar de ella, muchos se acercaban y la observaban
asombrados pero no todos se animaban a pasar porque tenían miedo a no saber
hacerlo: ¿cómo se camina por una pasarela? ¿Y si me pierdo al otro lado y no sé
volver?, ¿y si tropiezo?, ¿y si…? Algunos no entendían la necesidad de acceder
a esos lugares, ¡como si no tuviésemos suficiente con los caminos de siempre! ¡Si
no da tiempo a conocerlos bien! ¿Para qué correr riesgos? ¿Qué se les ha
perdido allí?
Otros pasaron al otro lado con diferente
suerte: a alguno le gustó tanto lo que encontró que se quedó allí y no regresó,
otros, al no tener a nadie que les acompañase, se metieron sin saberlo por
zonas peligrosas y volvieron lesionados. Los habitantes del mundo “de los
caminos de siempre” hablaban mucho del tema y de las cosas (nada buenas) que se
contaban, orgullosos de haberse librado de ellas. ¡Quién les mandaría!, pensaban,
¡con lo felices que eran aquí y lo seguros que estaban!...
Los intrépidos ingenieros no obstante
estaban encantados con el resultado de su gran obra así que siguieron
proyectando y trabajando para acercar espacios y personas. La primera pasarela
era muy tortuosa y había que prepararse a fondo para poder recorrerla, por eso
su objetivo ahora era construir algo más seguro, más fácil, más cómodo. Así llenaron el mundo de atajos, de conexiones,
puentes y ascensores muy rápidos que fueron haciendo mucho más grande y
atractivo el mundo conocido. Además empezaron a lloverles los encargos de gente
que quería instalarse al otro lado y necesitaban un acceso atrayente y cómodo
para poder recibir muchas visitas.
Así fue creciendo el mundo “del más acá”,
tan rápido que era muy fácil perderse. Creció mucho y muy deprisa integrando
espacios antes separados por abismos. La gente se movía de un sitio a otro sin
parar, cruzaba pasarelas, recorría los caminos de siempre (que cada vez
estaban más transitados) y, cuando estos se terminaban, se servía de los nuevos
accesos para cruzar lo infranqueable y llegar a otro lugar.
Los testarudos seguían sin salir de su
territorio observando cómo se llenaba de viajeros que se movían por doquier, a
veces congeniaban con ellos y se fraguaban amistades de las que tenían que
despedirse en el momento en que había que cruzar la pasarela. Se sentían tristes
porque poco a poco se iban quedando solos dando vueltas y vueltas en su amado
territorio.
Como los problemas no vienen solos los
niños, con curiosidad y sin conciencia del peligro, empezaron a pasar al mundo
“del más acá” sin pedir permiso comprobando lo divertido que era conocer
lugares nuevos, subían, bajaban, jugaban, encontraban atajos y conexiones
nuevas para volver a casa… cada vez pasaban más tiempo allí; algunos se
escaparon para no volver, otros se perdieron y hubo que organizar equipos de
rescate.
La vida crecía fuera del mundo de los
caminos de siempre; Los testarudos observaban como cada vez podían hacer menos
cosas sin cruzar la pasarela, se sentían impotentes e incomprendidos y
desconfiaban de los que les invitaban a pasar al otro lado, estaban seguros de
que sólo buscaban engatusarles para hacerles caer en la trampa. Su mundo era
perfecto y seguro y no querían salir de él. Confiaban en que antes o después la
moda pasaría, la gente se asentaría y todo volvería a ser como siempre.
Mientras tanto los intrépidos se dieron
cuenta de que todo crecía tan rápido que no daba tiempo a preparar guías
(acompañantes-maestros) conocedores del
terreno, ni mapas ni planos para ayudar a buscar aquello que no se
encuentra. Era muy importante solucionar este problema pues cada vez había más
gente perdida o dando vueltas y más vueltas sin saber cómo llegar a su destino.
Se pusieron a pensar y se dieron cuenta de que necesitaban que todo el mundo
colaborase. Organizaron así redes de
exploración con grupos por todas partes dando cuenta de lo que encontraban en
cada sitio y de las novedades que se producían. Se establecieron puntos de
información y guías para los viandantes y se enviaron emisarios para enseñar a
los testarudos las mejoras que se habían realizado y así convencerles de lo
fácil que era ahora recorrer la pasarela y moverse por el más acá.
Juntos, el mundo del más acá con el de los caminos de siempre ofrecían posibilidades antes impensables. Los
pocos testarudos que quedaron fueron aquellos que no consiguieron vencer el
miedo, cada vez más tristes viendo a los demás moverse, cada vez más
dependientes de que otros les acercasen aquello que ya no encontraban en su
mundo “de los caminos de siempre”.
“Uno de los medios más eficaces para que las cosas
no cambien nunca por dentro es renovarlas- o removerlas- constantemente por
fuera.
A los tradicionalistas habría que recordarles lo que
tantas veces se ha dicho contra ellos: Primero: que si la historia es, como el
tiempo, irreversible, no hay manera de restaurar lo pasado; segundo: que si hay
algo en la historia fuera del tiempo, valores eternos, eso, que no ha pasado,
tampoco puede restaurarse; tercero: que si aquellos polvos trajeron estos
lodos, no se puede condenar al presente y absolver el pasado; cuarto: que si
tornásemos a aquellos polvos volveríamos a estos lodos; quinto: que todo
reaccionarismo consecuente termina en la caverna o en una edad de oro, en la
cual sólo, y a medias, creía Juan Jacobo Rousseau.
A los “arbitristas y reformadores de oficio”
convendría advertirles:”Primero: que muchas cosas que están mal por fuera,
están bien por dentro; segundo: que lo contrario es también frecuente; tercero:
que no basta mover para renovar; cuarto: que no basta renovar para mejorar;
quinto: que no hay nada que sea absolutamente impeorable” (Juan de Mairena. Antonio Machado)
Próximamente la segunda parte del artículo: Cambio-Velocidad-Miedo