Cuentan las buenas lenguas que la belleza de nuestros parajes es infinita.
Ese pueblo que está en el regazo de su propia sierra, tiene un nombre que
es un bello sonido a los oídos de sus soñadores habitantes.
Hay un Jubrique en Málaga y un Ourique en Portugal...
pero Ubrique, solo hay uno.
Visto desde arriba parece...
Parece...
¡Parece que está abajo...! ¡Tan tranquilo...!
Pero para verlo desde arriba hay que repechar
y eso es lo que íbamos a hacer aquel día.
Subir hasta el infinito si hace falta... o más acá,
para recrearnos de su "infinita belleza".
Partimos nuestro ascenso puestos los pasos camino del aljibe de tío Paco
-la construcción humana en uso de cota más elevada en la sierra- desde el Caldereto.
Nos salió a recibir diligente, el lindo perrito amigo nuestro
que se confundía con las piedras calizas y que es protagonista
de uno de los meses del calendario solidario de
Ubrique en verde, "Los animales importan".
¡Y en un pis pas ya estábamos arriba...!
Pero no olvidemos que nuestra intención era el "infinito"
así que más arriba...
ya se ocultaba de nuestra vista la panorámica de nuestro querido pueblo.
Habíamos llegado a una zona donde la sierra estaba
"multifragmentada" longitudinalmente.
Longas fisuras que al irse expandiendo durante millones de años
le confieren ese aspecto de "derrame tectónico infinito".
Y entre diaclasa y diaclasa nos encontramos con infinitos...
valles agrestes...
y verdes valles,
estos usados antaño como alfanjes para la producción de carbón vegetal...
intercalados con pretéritas construcciones de cobijo para animales.
Profundas simas sucedidas...
con elevadas y sugerentes crestas...
entre las que caminar -no sin esfuerzo- se convertía en pura imaginación.
A estas alturas- nunca mejor dicho lo de alturas- nuestra intención seguía
siendo la pretensión de continuar ascendiendo en busca del infinito.
Andábamos detrás y por encima del Cancho Grande
-desde donde se puede ver la espalda de los pajarracos.
Un lugar apartado y que tuvo gran actividad humana en el pasado
-cuando criar ganado por lo visto era "necesario"...
¡La "majá" de las Tunas...!
Un lugar olvidado cerca del "infinito" donde todo se torna hiperbólico, enorme.
Sobre todo desde que está libre de la mano humana.
Incluso los lantiscos, esos arbustos que eran continuamente podados para la elaboración
de la energía vegetal, han "decidido" poseer troncos como árboles.
Nos podemos imaginar la vida rozando el ascetismo, de nuestros antepasados por estos lares.
Posiblemente ellos no buscaran ascender al infinito místico -les quedaría un poco lejos-
pero la sensación de distancia y austeridad estaría siempre presente.
No obstante, al seguir ascendiendo, dimos de bruces con el tajo alto de sierra Baja.
Puede sonar a incongruencia, pero la parte más alta de la sierra de Ubrique
se llama Sierra Baja.
Sin embatgo, la cota alcanzada en busca del infinito era bastante importante.
Tanto que desde ella también pudimos ver la espalda de los pajarracos.
-¿Estará el infinito por encima del peñón del Berrueco?
-¿Buscarán en sus interminables vuelos los buitres leonados, también el infinito?
-por preguntar algo más.
Y en esas cuitas andábamos cuando creímos que ya era hora
de ir regresando -y a la vez conveniente- a nuestro querido pueblo.
Y qué mejor que hacerlo por la entrañable puerta de Sierra Baja.
Esa singularidad calcárea que unía nuestra
zona de búsqueda del "infinito" con el Salto del Poyo
-la salida natural del laberinto.
Una vez atravesada...
y sólo en unos metros, nuestra querida sierra, cambiaba su fisonomía estética.
De continuo y no falto de asombro para nuestros acostumbrados ojos,
las caprichosas formaciones calizas, fruto de la fragmentación y la erosión...
aglutinaban el hermoso caos pétreo tan pegado a la Tierra y
que al contrario de lo etéreo y eterno que andábamos buscando,
estas piedras vienen... ¡Con fecha de caducidad...! ¡Sí...!
¡A millones de años vista...! Pero... ¡Son finitas!
Y la duda existencial nos abordó...
-¿Para qué pretender el infinito cuando más acá,
"a doscientos metros de nuestras casas", en nuestra querida sierra, se estaba genial?
¡Lástima que ya sí había que regresar a la comodidad del hogar, antes del crepúsculo!
(Dedicado con cariño al grupo de incursionistas -sin ir más lejos-
de "A 200 metros de nuestras casas".
Siempre en busca de la infinita belleza de nuestra querida sierra)
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