Mostrando entradas con la etiqueta tribu. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta tribu. Mostrar todas las entradas

lunes, 18 de agosto de 2014

MARCA, QUE ALGO QUEDA

Veo en la tele una escena significativa que me pone los pelos de punta: en una playa, un señor de avanzada edad marca "su" territorio con un palo, dibujando en la arena una frontera sólo imaginada por él, pero real sobre el terreno; el mencionado señor, con bermudas azules, gafas de sol de espejo y riñonera roja, sonríe estúpidamente a la cámara y afirma que ése es su territorio, que allí no se podrá acercar ni Dios, que para eso se ha levantado a las 5 de la mañana y ha corrido desde su apartamento en primera línea de playa jugándose el físico y el poco sueño que consigue conciliar, y que defenderá su integridad territorial con uñas y dientes, entre after sun, flotadores, hamacas de rayas horteras y neveras portátiles preñadas de calimocho. Porque sí, porque lo digo yo (lo dijo él); por mis cojones: porque aquí llegué, aquí planté mi sombrilla, aquí posé mis posaderas, aquí establecí mi chiringuito y por lo tanto esto es mío. 
No han cambiado tanto los tiempos desde los conquistadores. Lo primero, plantar la bandera; después dar gracias a Dios por la gracia concedida directamente por Él; luego marcar fronteras; más tarde (poco más tarde)  inventar leyes que justifiquen el latrocinio y la propiedad afanosamente conseguida, largamente deseada. Da igual que se llegue a terreno ignoto (a América, por ejemplo o a Groenlandia); da igual que se llegue a satélite cercano (la Luna por ejemplo); da igual que se pise una playa de Gandía o similar. Yo llegué primero (o eso creo) y aquí planto mis reales, planto mis fronteras y fabrico mi país, la república con mi misma mismidad y bandera del color de la sombrilla (rojiazul) a juego.
El ser humano es depredador por naturaleza, como lo es taimado, bellaco y abusón. Referentes no nos faltan y la Historia (lejana y cercana) avala nuestras acciones de cetrería. Aquí el que no corre, vuela; tonto el último; el que calla otorga; yo llegué primero y más eres tú... También se podría afirmar que yo no estaba allí, yo soy un mandao, yo no lo sabía y yo creí que aquello no era de nadie... etc. etc.
Marcar territorio: afán ancestral, tribal obsesión, quizá defensa inconsciente contra el enemigo que siempre acecha o contra la bestia presta y con mandíbula fácil. Marco el territorio dibujando con cartabones sobre paralelos y meridianos; marco reses a fuego; marco libros con exlibris... 
Mientras (¡pobrinos!), somos marcados por DNIs, por ADNs, por IRPFs, por IVAs, por IBIs... y, finalmente, por RIPs. 
¡DEP! (si puedes, claro).

lunes, 26 de mayo de 2014

NECESIDAD DE LA TRIBU O EL FÚTBOL ES EL FÚTBOL

Seguimos en la tribu, nunca salimos de ella por mucho internet que tengamos, por mucho móvil o por mucho coche híbrido. Seguimos en la tribu, en nuestra caverna, al acecho permanente de la bestia que pueda surgir de las tinieblas, guardando el fuego sagrado que nos libra del frío y de la oscuridad, con nuestros tótems tallados en piedra que nos defienden de un más allá que ignoramos y al que tememos. Seguimos con los brujos, con los abalorios de concha (o de cristales Swarovsky), con los mitos que nos protegen y nos acogen desde una irrealidad o desde una ficción pactada. 
Necesitamos a la tribu; ella nos acoge, nos da su bendición a cambio de que aceptemos su tiranía, sus reglas estrictas, sus banderas, sus estandartes, sus colores. Necesitamos a la tribu como a una familia no impuesta, sino escogida, como a una familia en la poner nuestras esperanzas, nuestras frustraciones, nuestros deseos frente/contra los demás, frente/contra el otro, contra el diferente que nos puede acosar, que nos puede atacar como atacaría el oso cavernario o el dorado tigre borgiano. Somos rupestres, atrabiliarios, profundamente gregarios, adoramos símbolos que creemos divinos o símbolos que creemos curativos. Tenemos, aún, el miedo metido en el cuerpo; un miedo atroz que vivía y vive latiendo por igual en las grutas oscuras, en los sofás de los salones o en entre las sábanas de los dormitorios. Por eso necesitamos identificarnos con el grupo, con la manada, con la tribu que nos ampare a cambio de portar raciones de odio contra los otros, contra los que nos amenazan, contra los que enarbolan estandartes llenos de símbolos extraños que nos son tan ajenos como nos es ajeno el miedo ajeno.
¿Cómo explicarme sino esta marea que parece no tener fin? ¿Qué cosa lleva a un obrero en paro a identificarse con un jugador millonario que vive en su mundo de color y contratos millonarios? Me refiero, claro, al fútbol. Me refiero a ciertos equipos. Me refiero a la sinrazón de los gritos, de los símbolos, de la alegría o de la tristeza que tantas personas han sentido por un hecho tan trivial como es meter un balón bajo unos palos. Se podrá embellecer lo que se quiera, se podrá hasta hacer poesía, pero, tras estas patadas sólo hay una cosa: la tribu, lo "nuestro". Enfrente (en contra) tendremos a los otros... pero para eso está la tribu: para protegernos de todo mal. Su alegría será la nuestra, como nuestra será su tristeza o su frustración. Lo demás, poco (o muy poco) importa...