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miércoles, 20 de enero de 2016

DE RASTAS, ÁCAROS Y DÍPTEROS O ¿POR QUÉ NOS EXTRAÑAMOS?

Imagen tópica del político español o prototipo políticamente correcto:  colectivo extraño al pueblo que viaja en primera, dispone de coches oficiales, gana una pasta, tiene pensiones doradas y (cuando tiene pelo) peina raya, luciendo cabellera impoluta e indeformable; viste, además, traje gris o azul marino con corbata a juego y porta cartera grande de cuero repleta de vaya usted a saber qué documentos.
Todo lo demás es sospechoso de pertenencia a perro-flautismo o de portar ácaros o dípteros saltarines. 
La imagen vale más que mil palabras y ésta (la imagen) se debe cuidar so pena de dar la impresión de estar demasiado cercano al pueblo o de provenir de él, estando allí (en el Congreso) de manera transversal, casi por azar y como diciendo "yo pasaba por aquí..." Pero claro, donde esté un señor de los de antes, con su traje y su corbata, que se quite lo demás, que no son más que espurios reflejos de una realidad que nunca puede llegar a los sacrosantos escaños.
No sé si el Congreso de los Diputados es un imagen fiel del pueblo; debería serlo ¿no?, pues allí están los que se suponen nuestros representantes. Es cierto que la imagen puede ser cosa superficial, mero espejismo vano que puede engañar y confundir. Pero también es cierto que nadie se debería extrañar por ver a un congresista con rastas o con piercings. Sí nos deberíamos extrañar cuando algún político sea acusado de corrupción, pues a este se le debe exigir una honradez a prueba de bomba y una ética que siempre dé ejemplo y sea faro y guía. Sin embargo, nos extrañamos cuando vemos a alguien sin corbata deambular por los pasillos del Congreso y no nos extrañamos para nada cuando sabemos de casos de corrupción. Es más: lo vemos ya como cosa lógica, inherente lacra adherida a la poltrona como lapa al casco viejo de un navío pirata.
Lo extraño, realmente, es que estemos acostumbrados a lo que debería ser excepción y nos extrañemos ante lo que debería ser normalidad. Pero es que este país, creo yo, no es normal. ¿Rediós!

lunes, 23 de julio de 2012

MONTESQUIEU, LAS BARRICADAS, EL PUEBLO Y OTRAS CUESTIONES (ESTUPEFACCIÓN Nº 18)

El Congreso de los Diputados está blindado, se ha convertido en un búnker rodeado de vallas metálicas y policías que impiden el acercamiento al edificio. Para temblar.
¿Qué pasa cuando el símbolo supremo de la Democracia y la representatividad de un país se cierra sobre sí mismo como una ostra para "defenderse" de los ciudadanos a los que dice representar?
¿Qué se ha roto cuando los diputados se "protegen" como simples mafiosos, de alguna hipotética agresión?
¿Qué temen?
¿Por qué, nuestros representantes, puestos ahí por nosotros, se escudan de nosotros?
La fractura social ya ha comenzado. Cuando Montesquieu teorizó sobre la separación de poderes, nunca pudo suponer que alguno de esos poderes (el ejecutivo y el legislativo, por ejemplo) tendría que atrincherarse para escapar de la posible ira de los ciudadanos.
¿Y por qué esa ira? ¿Y por qué esa separación de lo que debería ser una continuación lógica del sentir popular, de la ciudadanía que delegó en los próceres de la patria su propia voluntad democrática?
¿Qué temen, qué hacen para temer, qué decisiones se toman para tomar la calle (perdonen el juego de palabras), para convertir las puertas del Congreso en puertas que parecen carcelarias?
¿Pero quién está dentro de la cárcel? ¿Ellos o nosotros? ¿Quién perdió el sentido del latir popular? ¿Quién se oculta y legisla a golpe de Decreto Ley y luego pone barricadas... por si acaso?