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miércoles, 28 de marzo de 2012

DIDÍ


No caben dudas que la historia es selectiva. Ya sea por injusta, ya sea por exagerada, también puede ser inexacta, Tanta aura romántica que se ha vertido sobre la experiencia de Didí en River Plate puede (ahora que bastante tiempo ha pasado) confundir sobra la dimensión precisa que su aporte tuvo. Contra lo que puede suponerse, Didí no era un Rey mago. No andaba por los pasillos del Monumental encantando a empleados reos con lluvias de estrellas, ni le leía poemas light a los futbolistas rústicos, ni adoctrinaba con florida prosa de romance a las mentalidades pragmáticas. Fue –eso sí- un estricto gerente cumpliendo las precisas órdenes del capataz. Se doblegó por cumplir con la titánica doble labor que le encomendaron: Salir campeón, y de paso, retornar a River a las históricas fuentes que marcaron su camino. ¿Falló?. ¿Lo logró?. Todos tienen una respuesta distinta. Lo cierto es que le dieron licencia para hacer y deshacer en el afán de esta empresa ambiciosa. E hizo y deshizo. Aró y fertilizó un terreno que era un yuyal hasta plantar la semilla del cambio. El tiempo, las incapacidades, las urgencias no le dieron la chance de ver germinar ese retoño.
A grandes rasgos, Brasil le ha dado al juego del fútbol el toque artístico, desinhibido, misterioso, y festivo que lo ha hecho especial entre todos los deportes. El mundo lo conoce con su nombre comercial: Jogo Bonito. Del fondo de esa tradición ancestral vino Didi, nacido como Waldir Pereira, el 8 de octubre de 1928 (fallecido en 2001) en Campos do Goytacazes, ciudad del estado de Río de Janeiro. Se cargó de pergaminos jugando a lo grande con bestias como Garrincha, Vavá, Mario Zagallo o Pelé, y fogueo sus convicciones a fuerza de goles, gambetas, paredes y un respeto supremo por la idea de que la estética y la efectividad debían ir siempre de la mano. Llevó su marca a donde le toque, peleó por imponerla a como de lugar, privilegió el "cómo" al "qué". River Plate le ofreció un tiempo prudencial para hacer tronar su revolución. Sabemos que fracasó en la corta. Tal vez haya vencido en la larga.
La salida de Labruna a mediados de los 70 preanunciaba una anarquía. En ese tiempo el plantel millonario era una convención de caciques que cuidaban con celo su quintita. Tipos de palabra fuerte, muy a menudo propensa a la camarilla. Para reemplazar el carácter encantador de serpientes del feo, había dos opciones: Contratar a un Mariscal plenipotenciario con amianto en las manos para manipular el fierro caliente, o bien, arrimar a Núñez a un paracaidista descontaminado, con la suficiente “inconsciencia” para desinfectar un plantel pasado en su fecha de vencimiento.
Su Perú osado y lujoso del Mundial de México 70 le dio un soberbio cartel de presentación. Didí debutó en River en la provincia de Tucumán. Fue triunfo 2-0 sobre San Martín con goles de Morete y Daniel Onega. Hilvanó 4 victorias seguidas (una de ellas 2-1 ante Boca con 2 pepas de Pinino) y peleó por un pase a semifinales del Nacional, que se tronchó llamativamente con dos derrotas en las últimas jornadas ante Chacarita y Gimnasia de Mendoza. Gradualmente corrió a los capataces de las anteriores campañas (Zurdo López, Chamaco Rodríguez, Pipo Ferreiro, Laucha Recio) para darle paso y continuidad a chicos de la cantera (Alonso, JJ López, Osvaldo Pérez, Morete, Ghiso, Joaquín Martinez, Larraigneé, Pellerano, Marchetti) reseteados bajo el discurso del toque, el juego lindo y la libertad de acción. Su apuesta ganó en frescura y porvenir, pero también en irregularidad e inexperiencia.
Para 1971 la idea ya había perdido algo de consistencia, cosa que se evidenció con las compras de Chirola Pignani, Della Savia y Carlos Bulla. De todos modos, River arrancó el Metropolitano –nuevamente- para la ilusión. Su propuesta cristalina traccionó varias victorias y arrastró enormes multitudes. Un empate insólito ante Boca 3-3 en el arranque de la segunda rueda marcó un click mental que el plantel no pudo superar. Ya con el Nacional de cierre de temporada como objetivo palpable, una repentina huelga de profesionales cortó el mambo de un millonario que venía haciendo los deberes con prolijidad. De esas semanas jugando con la tercera se puede extraer una reliquia de nuestra historia como lo es el 3-1 a Boca en la cancha de Racing. Pero lo cierto es que una vez levantada la medida de los profesionales, el enojo dirigencial obligó a Didí a seguir manteniendo el piberío en Primera. Una serie de derrotas lógicas abortaron cualquier ilusión de título. Ya sin demasiado crédito, el brasileño arrancó 1972 sabiendo que no podía defeccionar. En las primeras 9 fechas recibió tres 0-4 lapidarios y chau. Un concierto de goles del Lobo Fisher y una estruendosa cortina de silbidos marcaron su salida ese 9 de abril de 1972.
Los sucesos posteriores a su salida mejoran notablemente la era de Didí en River. Un tiempo que carga consigo varias victorias morales, el gesto plausible de la buena intención pese a todo, y éxitos simbólicos que han cobrado sentido con el aplacar de las urgencias. Un legado palpable en los conceptos que pibes como Alonso, Juan José López y Mostaza Merlo llevaron durante todas sus carreras. Esas solas circunstancia eximen a Didí de integrar la larga lista de fracasos que colmaron esos años, y lo colocan para siempre dentro de los entrenadores del eje del bien riverplatense.

martes, 5 de abril de 2011

ALFREDO DI STÉFANO


Lo malo que tiene ser una superfigura de la historia del fútbol, es que en cualquier emprendimiento posterior la comparación con la estrella que se supo ser resulta inevitable y rara vez se logra salir bien parado. Salvo Beckenbauer que fue campeón del mundo, y Pelé que ni se metió en el tema, los grandes paladines de este juego tuvieron sus berretines de entrenador. Alfredo fue bueno en el tema, pero nunca como cuando llevaba puesto los pantalones cortos.
La decisión de cesantear a Ángel Labruna se sabía que iba a desatar una tempestad. Aragón Cabrera era consiente de eso y antes de jugar su carta frente a Ángel, quería tener plena certeza de encontrar un reemplazo que tenga el plafón suficiente como para bancarse lo que venga. Por eso levantó el teléfono, discó Madrid y luego de un par de charlas, selló el retorno a casa de un ídolo exiliado por mucho tiempo.
Para ese entonces, la carrera de Di Stéfano había evolucionado bastante desde aquella lejana experiencia de Boca en el 69. Europeizado en estilo, quiso imprimirle a su River esa característica por entonces tan extraña y las incorporaciones que pidió apuntaron en ese sentido. Julio Olarticoechea, Enzo Bulleri, Américo Gallego, Jorge García. “Quiero un equipo con pressing” dijo el primer día de entrenamiento en las proximidades del Nacional de 1981. Su apuesta pagó en el corto plazo, pero le pasaría factura poquito tiempo después.
El River de la saeta nunca convenció. Su llegada supuso el fin del encanto de la primavera labrunista, y las tormentas que la entrenada muñeca de Ángel ocultaba en la intimidad, estallaron al choque de fuertes personalidades. Di Stéfano movió sin miedo a varias vacas sagradas del 11 titular (Alonso, Merlo, Ortiz, JJ, Pédro González) con lo cual se ganó la antipatía de buena parte de la masa. Les dio pista a juveniles como Vieta, Tévez y Vega. Apostó a un mediocampo guerrillero con Bulleri, Gallego y Comisso como estandartes. River ganaba y no gustaba. Vestía oberol en lugar de ropa de gala, y usaba la contundencia de dos cracks como Kempes y Ramón Díaz para hacer una diferencia que nunca era holgada.
Debutó oficialmente en la ciudad de Posadas ante Guaraní Antonio Franco. Fue 2-2. Luego de un comienzo dubitativo, su idea cobró repentina fuerza tras el festejado éxito matutino ante Boca en La Bombonera. Logró el pase a las eliminatorias con sufrimiento, y a partir de allí, se hizo invencible sin sobrarle nada. Eliminó a Central ganando en Arroyito e igualando de local. Superó en semis a Independiente por un gol de visitante. Y en la final se impuso al cuco de la época, el Ferro de Timoteo, derrotándolo en forma inobjetable por 1-0 los dos chicos. Paradójico es saber que todo esto no hubiera ocurrido sin la mano vital que dio el Talleres de Labruna, sacándole un punto a Loma Negra, que permitió el pase a los cuartos de final.
Pero ni siquiera el campeonato logró apaciguar la creciente mala onda que despertaba en el público, profundizada ya en el arranque de la temporada de 1982, cuando la dirigencia decidió darle la libertad de acción al Negro López y Alonso que emigraron a Talleres y Vélez respectivamente. Todo en River comenzaba a desmoronarse. Ya Passarella y Ramón habían sido vendidos a Italia, Kempes devuelto a España por no haber modo de pagarlo y Fillol en una fase sin retorno de su pelea con Aragón. Como si esto fuera poco, el plantel decidió desertar de un partido amistoso en Mar del Plata ante Peñarol por falta de pago, quedando suspendido por 45 días. Di Stéfano tuvo que afrontar el Nacional de 1982 con lo que había en la cantera. Hubo derrotas feas (1-5 ante Boca, 2-4 y 1-2 ante Independiente Rivadavia, 0-3 ante Instituto), la situación se tornó insostenible y Don Alfredo comprendió rápido que ese era el momento del adiós.
Se volvió a su lugar en el mundo. A Madrid, donde lo veneran como lo que es, una gloria viviente, y donde nadie se le anima siquiera a tutearlo. La experiencia del Gran Alfredo en el banco de River se saldará bajo el signo del festejo y la turbulencia. Un tiempo de decisiones difíciles y climas enrarecidos que pudieron haberse manejado un poquito mejor.

martes, 26 de octubre de 2010

CARLOS PEUCELLE

Carlos Peucelle no tenía pelos en la lengua y le esquivaba a la diplomacia a la hora de la declaración. Siendo aún jugador alguna vez le había dicho a un periodista que la de entrenador, era una profesión de mentirosos. Don Barullo siempre supo que cuando lo fuera debía tener una respuesta a la altura del retruque. Eran tiempos aquellos en que cada asistente del equipo saltaba a la cancha con una letra que lo identificaba del resto. Así el entrenador llevaba a E (todavía no existía el término director técnico), el masajista la M, el kinesiologo la K, y así. Sorpresa causó en todos cuando Peucelle entró al Monumental en su rol de técnico millonario con una M cocida en el pecho. Le preguntaron: "Señor Peucelle ¿Porqué la M?". La respuesta estuvo a la altura de su coherencia: "Amigo, yo no se masajear. Es la M de mentiroso".
Hoy en día, encontrar tipos como Peucelle tiene la categoría de hallazgo arqueológico. Su docencia, su mensaje llano, su actitud altruista, su simpleza son patrimonio de otros tiempos menos egoístas y caretas. Perteneció al fútbol romántico de albores de siglo. En potreros interminables cultivó ese don de filósofo barrial con el cual sembró su leyenda. Sabio del juego, visionario lúcido. Su chispa iluminó el nacimiento de La Máquina al poner a Pedernera en la función de armador, y solo por eso, River le debe la vida. Armaba jugadas, diagramaba estrategias, ayudaba con táctica al talento, pero nunca perdió de vista que lo fundamental del juego y del espectaculo era la capacidad del futbolista. En realidad Peucelle siempre pensó con la lógica de los entrenadores, incluso cuando era jugador y los tildaba de mentirosos.
Don Barullo fue técnico de River en la temporada de 1946. Ese año dejó su cargo de orientador de las inferiores para ocupar la bacante dejada por Renato Cesarini, emigrado a Europa para dirigir a Juventus. Tuvo la responsabilidad de reparar los desperfectos de "su" máquina, averiada un poco por la partida de Moreno a México (retornado a mitad de ese año) y por el desgaste en su relación con la dirigencia. Terminó tercero en la temporada, pero lejos de un gran San Lorenzo de Almagro comandado por Rinaldo Martino y René Pontini. Peucelle no estaba muy a gusto con esa responsabilidad, quería volver a formar al jugador desde abajo. Lo hizo saber y a principios de 1947 fue reemplazado por José María Minella.
River pagó 10.000 pesos por su pase en 1931 y en ese momento fue una locura. Con el tiempo fue esa una de las locuras mas sensatas de la historia del Club. Peucelle tenía su casita en Adrogué. Todos los días se tomaba el tren hasta Constitución. Luego bajaba al subte linea C hasta Retiro. De allí nuevamente tren hasta Estación Belgrano y finalmente el 42 hasta el Monumental. Pulía como si fuera un padre las imperfecciones técnicas de los juveniles y hasta prestaba su sabiduría de vida, si alguno de ellos rompía la barrera de la vergüenza al pedirle un consejo sobre guita, minas o lo que fuera. Al caer la noche, desandaba el mismo camino, mezclado con la turba laburante en el retorno a casa. De tanto en tanto, algún vejete lo reconocía detrás de un diario, y el saludo era como si fueran dos amigos luego de un tiempo sin verse.
A veces pienso que esta bueno que tipos como Peucelle no hayan tenido que soportar esta época de grises charlatanes y falsos predicadores. Jamás Barullo hubiera tolerado someter su laburo a la picadora de carne de un resultado que asegure continuidad en el banquillo. Salvaguardado está en un rincón al que pocos acceden. Docente no es el que explica. Docente es el que enseña. Tal vez él no lo sabía, pero su M no era de mentiroso. Era M de maestro.

miércoles, 11 de agosto de 2010

ÁNGEL LABRUNA


- Anécdota 1:
Rosario, Santa Fe / 5 de marzo de 1972 / Gigante de Arroyito.
A los 40 minutos del complemento el Central de Labruna vapuleaba a River por 4-0. El pesado sol veraniego caía detrás de la platea oficial proyectando su tentadora sombra sobre el césped. Desde allí, un joven Norberto Alonso, agotado y apesadumbrado por la goleada, mira impotente el juego con los brazos en jarra. De pronto, Labruna se acerca a la linea de cal, pone las manos al costado de su boca y sin disimulo le grita “Dale, nene!!. Corré, que yo transpiré 20 años esa camiseta!!”.
- Anécdota 2:
Avellaneda, Buenos Aires / mañana x de 1973 / Cilindro de Avellaneda.
Ángel Labruna está por dar comienzo a una nueva práctica de Racing Club. Está avisado de la ausencia de Fillol por una reunión con dirigentes de River. Minutos después, sorprendido, observa como el arquero ingresa al predio vestido para la práctica. Lo llama y se produce este dialogo.
- “Fillol, ¿Usted no tenía esa reunión con la gente de River?”.
- “Eh… si, pero no, Don Ángel, mire, yo me quiero quedar acá, estoy cómodo, me…”.
- “Pere, pere, pere, pere… mire Fillol, usted haga lo que quiera, pero yo le voy a decir una cosa. Si usted no se cambia, no va a esa reunión y no arregla con River, yo mañana vengo y lo recontracago a trompadas”.
- Anécdota 3:
Córdoba / 9 de mayo de 1982 / Estadio Chateau Carreras.
Arenga previa de Angel Labruna en el vestuario Talleres de Córdoba antes del partido ante Boca Juniors por el Nacional de 1982. “Vamos muchachos, eh!. Tranquilos, hagamos lo que sabemos, pero no nos volvamos locos, este es un partido más, eh”.
Cuando los jugadores marchan para el campo, Labruna llama aparte a Carlos Morete, JJ López, Pedro González, Héctor Artico, José Omar Reinaldi y Jorge Coudannes, (todos ex River) y les dice mirándolos a los ojos: “Muchachos, partido más una mierda, eh!. Para nosotros, ante estos, los partidos son a muerte, vamos eh!”.

Las historias que se transcriben arriba pertenecen a la figura mas emblemática que River Plate tuvo y tendrá. Seguramente ustedes, amigos del blog, habrán notado el detalle de que en estos dos años y pico de experiencia on line no se ha hecho referencia directa a la figura de Ángel Amadeo Labruna. Sinceramente no he podido. La omisión autoimpuesta es hija del respeto y también de la incapacidad. Hay que ser medio caradura para sentirse facultado para resumir en una carilla la grandeza del prócer de Núñez, por eso la elección al azar de algunas de las tantas historias que de su identificación con River se desprenden. El resto es palabrería gastada. Diremos entonces lo que todos sabemos. Su carisma ganador, su ojo clínico, su mensaje llano, su humor chinchudo, su manía cabulera, su pasión por la timba baraja y burrera. Su amor por la banda ante todo y contra todos.
Y sin embargo todo elogio sigue sonando –como siempre- injusto y poco meritorio. Al fin y al cabo la historia de Labruna tiene vida perpetua en el alma millonaria. Allí descansa en el mejor de los comforts, y ahí permanecerá, tan grande, como la gloria de River misma.

viernes, 25 de junio de 2010

JOSE VARACKA


El mundillo del fútbol, ese tumulto que mezcla códigos y chusmerios en partes iguales, nunca desmintió la fama de mufa que acompañó a José Varacka durante toda su carrera. Todavía existe mucha gente que cree en esas cosas y, a juzgar por su corto paso en River Plate, Puchero no podrá hacer mucho para refutarla.
Así como los futbolistas tienen momentos de esplendor y recaída a lo largo su carrera, con los entrenadores pasa lo mismo. Con 51 años de edad, el José Varacka que llegó a River a principios de 1983, no era el mismo Director Técnico promisorio que había debutado más de una década atrás en Gimnasia de La Plata. Aragón Cabrera lo había llamado para ocupar una silla que ardía tras las frustradas experiencias de Di Stéfano, Cap, Pistola Vázquez y Ramos Delgado, y tenía una misión difícil de cumplir: Levantar a River de la mediocridad que lo había embargado durante toda la temporada de 1982. A los pocos meses se dio cuenta que el tiro le había salido por la culata.
Varacka debutó en River la tarde del 13 de Marzo de 1983 ante Loma Negra de Olavaria. Fue triunfo 1-0 con gol de Jorge García de penal. Ese Nacional mostraría lo poco de interesante que tuvo su gestión en Núñez. Trató de conformar un cuadro sólido, basándose en la experiencia de Fillol, Tarantini, Saporiti, Gallego, Comisso y Merlo, para sumarle la cuota de desequilibrio que prometían las llegadas de Francescoli, Bica y Trossero. Mas allá de una bochornosa caída 1-2 ante Andino en el Estadio de Vargas de La Rioja, el equipo pasó de ronda, alcanzó un poco de vuelo con la promocionada llegada de Enzo y fue eliminado sin pena ni gloria en la cancha de Vélez en los cuartos de final por el Argentinos Juniors de Ángel Labruna, con un tanto del Panza Videla.
Desde la segunda mitad del 83 el hierro caliente se volvió insostenible. A poco de comenzado el Metro, el plantel entero se le reveló a la dirigencia y montó una huelga para cobrar sus sueldos. En el ojo de la tormenta, Varacka acató la decisión de Aragón Cabrera de incluir juveniles. Cuando los profesionales volvieron, tras 7 partidos jugados con la cuarta, ellos y el cuerpo técnico tenían toda la gente en contra. River jugaba horrible, no le ganaba a nadie, peleaba los últimos puestos, estaba lleno de deudas. Si el panorama les parece familiar, descarten de plano la coincidencia. Dos caídas en 15 días ante Boca (1-2 en Núñez, 0-1 en Vélez) terminaron de decidir una suerte que de antemano parecía ya echada. Luego de 8 meses de turbulencia, Varacka era eyectado de Núñez con el edificio en llamas.
Luego de una espléndida y prolongada carrera como futbolista en Independiente, River y la Selección, Varacka debutó como entrenador en GELP en el 68. Su perfil de líder serio y con personalidad lo llevó a Boca en 1972. Sin embargo, sus mejores años como técnico los vivió en tierras colombianas, donde dejó un gran recuerdo en Junior de Barranquilla, ganando dos títulos de liga. Junto a su compadre Vladislao Cap, entrenó el equipo Argentino que jugó el Mundial de Alemania 1974. Se liberó de supuestas auras mufosas en 1981 cuando su Argentinos Juniors mandó a la B a San Lorenzo en Caballito. River trató de encontrar en él un guía, un baqueano de mil batallas para escapar de la tempestad. Hizo lo que pudo. Y lo que pudo, fue realmente muy poco.

miércoles, 26 de mayo de 2010

HECTOR RODOLFO VEIRA


Mucho antes de que su alter ego se lo fagocite como leños de una hoguera. Antes de preferir acomodarse en el confort de la carcajada cómplice y la simpatía popular. Antes de volverse un exagerado relator de anécdotas y de dejarse llevar por las luces de la caja mágica y la gran ciudad. Antes de todo eso, el Bambino Veira alguna vez fue Director Técnico de fútbol. Y uno de los muy buenos.
Cuando llegó a River a mediados de 1984, Veira tenía un objetivo muy diferente al que finalmente consiguió. Sumar lo mas posible porque el descenso era un problema no muy lejano. Había debutado en Banfield en el año 1982, y había explotado formando un gran San Lorenzo en el año 1983, equipo que empujado por el fervor de su gente en el retorno a primera, le peleó palmo a palmo el título a Independiente.
Enseguida Veira mostró que tenía apta la muñeca para dar un golpe de timón. Le quitó a Roque Alfaro el peso de la conducción del equipo y lo envió a la izquierda del mediocampo donde encontró espacio para correr y tiempo para pensar. Bajó al Negro Enrique de wing a volante derecho y descubrió un jugador colosal, virtuoso y arrojado. Desató las alas de Francescoli colocándolo en la delantera con el simple mandato de hacer lo que quisiera. “Si Francescoli no triunfa en River, yo no dirijo nunca más”, dijo. Sus cambios fueron tan evidentes como beneficiosos.
Debutó con una derrota ante Vélez, la bestia negra de esos años, pero el equipo enseguida mostró síntomas de recuperación y encaró el 85 con intensiones serias de ganar algo. No se pudo en el Nacional, batido en semifinales otra vez por El Fortín. Pero ya para el flamante torneo Temporada 85/86 la verdad era evidente. River era el mejor equipo de todos por lejos. Liderado por el talento supremo de Enzo, otros hombres alcanzaron por esos días el rendimiento mas alto de sus carreras. Claudio Morresi, Héctor Enrique, Luis Amuchástegui, Roque Alfaro. River era un cuadro suntuoso. Te mataba en defensa, tenía piña de nocaut y con espacios era letal.
La partida de Enzo obligó a Veira a conformar un River mas cauto, contragolpeador y –tal vez- mas apto para jugar la Libertadores, en cuyos partidos a veces conviene tener una armadura de hierro debajo de la camiseta. Con los goles de Alzamendi y el resurgir de Alonso, mas la personalidad de un equipo de hombres con hambre de gloria, River levantó esa Copa tan esquiva y se dio el lujo de adueñarse del mundo, aquella madrugada gloriosa ante el Steaua de Bucarest.
Cuando Funes clavó el 1-0 en aquella final ante los colombianos, el Bambino terminó el festejo arrodillado en el círculo central del Monumental. Así era Veira, locuaz, extrovertido, de una avasallante personalidad, un playboy de pelo rubio y facha cuarentona. Era un motivador formidable y un entrenador de ideas sencillas y claras. Se fue de Núñez a mediados del 87 y no volvió más. Siempre su nombre sonó para un retorno pero nunca se dio, y está bien que eso haya pasado. El Bambino nunca hubiera podido igualar lo que realizó en aquella formidable campaña. Hoy el hincha lo guarda en el corazón como un grande de nuestra historia. Y ante eso no se compite. La vida le regaló nuevas alegrías (campeón con su San Lorenzo en 1995) y horribles sinsabores (Affaire Candelmo y prisión en Devoto). Hoy a los 60 y pico, es un señor entrañable, distendido en su función de periodista y personaje. Pese a una dilatada campaña, el Bambino es uno de los pocos hombres de nuestro fútbol que se puede dar el lujo de ser bien recibido en todos los estadio del país. Algo habrá hecho para lograrlo.

jueves, 1 de abril de 2010

JIM LOPES

Si alguna vez una productora cinematográfica, apareciera con la idea de filmar la historia de un entrenador de River Plate, el candidato número uno para ser el protagonista –sin dudas- es Alejandro Galán. Un porteño regordete y esquemático, al que un buen día se le antojó hacerse llamar Jim Lópes.
Nacido el 6 de julio de 1912 en Parque Patricios, Alejandro Galán apostó todo para desempeñarse en el deporte que lo había apasionado desde niño. El boxeo. Su producción pugilística se ha esfumado tras el velo de los años y la austeridad de la estadística amateur. Algo es seguro: Galán era bastante mediocre con los puños. Tal vez esa fue la recriminación de su padre que originó un distanciamiento entre ambos. Tal fue el encono que Alejandro Galán tomo dos decisiones trascendentes en su vida. Viajar a Brasil para seguir allí siendo boxeador; Y cambiar su nombre, rebautizándose como Jim Lópes. Corría el año 1928
Pero a finales de los años 30, la política del Estado Novo implantada por Getulio Vargas decidió suspender los espectáculos de box en todo su territorio brasileño, dejando al bueno de Jim en Pampa y la vía otra vez. Tomó una nueva decisión fundamental. Se metió en la Educación Física y encontró trabajo como preparador en varios cuadros de la periferia paulista.
Jim López era un personaje algo parco y apático. Le decían el brujo. Su estilo era resultadista y conservador. Jugaba un 4-4-2 amarrete y no le importaba mucho el espectáculo del que era parte y la historia del club que orientaba. También era muy observador y detallista, características que le fueron fundamentales para tomar otra decisión crucial. Aceptar el cargo de DT cuando un entrenador renunció. “No entendía nada de fútbol, aprendió mirando” dijeron algunos dirigidos suyos. Teniendo en cuenta eso, la carrera que edificó fue sorprendente.
Llegó a River en 1960, tras un periplo extenso en cuadros brasileños de poca monta y su estreno argentino en Independiente. Vino para hacerse cargo del lugar que José María Minella había ocupado por 13 años. Encabezó un proceso con el recambio generacional como estandarte. Ya no estaban mas Labruna, Vernazza, Prado, Alfredo Pérez, Vairo. En cambio, le trajeron figuras importantes como José Varacka, el peruano Juan Joya, y otros nombres nuevos como Pederzoli, Schneider, Paulinho, Etchegaray y Doval. Su estilo rígido y disciplinado contrastaba notablemente con el “laizzes faire” promulgado por Pepe, y eso se notó claramente. Levantó muchas expectativas pero terminó fracasando estrepitosamente. En su corto tiempo en Núñez, Jim Lópes no pegó onda con nadie. Ni con los dirigentes que lo miraban con desconfianza, ni con el plantel que no concordaba con los planteos y con ciertos métodos de entrenamiento, ni con la gente, que a la tercer derrota le cortó todo tipo de apoyo.
Los números de Jim Lópes son muy pobres. Luego de una aceptable gira previa por Perú, oficialmente condujo a River en 12 partidos del torneo local. Ganó 3 (Gimnasia, Atlanta y San Lorenzo), empató 4 (Boca, Central, Vélez y Lanús) y perdió 5 (Chacarita, Estudiantes, Independiente, Newells y Racing). Convirtió 13 goles y le hicieron 16. En medio de un clima de tensión y desencanto, renunció a su cargo el 31 de julio del 60, cuando Racing derrotó a River en el Monumental 2-1. Lo reemplazó José Ramos, con quién el equipo remontaría hasta llegar al subcampeonato.
La campaña de Lópes es prolífica. Oriento a equipos como São Paulo, Palmeiras, Portuguesa, Corinthians, e Independiente. Tras River, Jim López llegó a dirigir la Selección Argentina en dos oportunidades y a varios equipos más de la Primera del Fútbol Argentino. Quienes hace no mucho tiempo se mataban de risa con Orestes Katoroz, pueden encontrar en Alejandro Galán un lejano antepasado menos dicharachero y –a la luz de los antecedentes- mucho mas existoso. Murió el 20 de enero de 1979.

viernes, 12 de febrero de 2010

CARLOS BABINGTON


La historia de Carlos Babington y River nació mal parida, y como toda historia surgida de un aprieto inesperado, caminó -mas rápido que lento- a un irremediable y rotundo chasco. River realizó una apuesta fuerte con su figura, discontinuando una tradición altamente efectiva: La de entrenadores surgidos del riñón de la institución. Podrá decirse que la experiencia del ingles en el banquillo millonario fue un paso en falso, pero tal vez lo mas acertado para clasificar su ciclo al frente de la banda sea la palabra fracaso.
Por aquellos días de finales del 94, nadie en el Mundo River se animaba a sospechar que Américo Gallego le diría no al ofrecimiento de continuidad, tras el brillante campeonato invicto logrado en el Apertura de ese año. River le ofreció el oro y el moro para prolongar el ciclo, pero el Tolo privilegió la lealtad al dinero, y marchó –fiel a su palabra- a acompañar a Passarella en su experiencia en la Selección Argentina.
La dirigencia movió rápido las fichas y arrimó a Núñez a un entrenador alejado del palo, pero que se encontraba en un inmejorable momento, tal vez el mas alto de su carrera. Babington había sido campeón con Huracán y con Banfield en el ascenso, y el fabricante de un Racing Club protagonista en el Apertura 1993.
Tuvo un buen comienzo. Su River le ganó a Boca un Superclásico de verano en Mendoza 2-0 con goles de Amato y Berti. Pero algo en él no convencía. Muchos recuerdan la parada de carro que Davicce le dio luego de una de sus habituales trasnoches en La Raya con Basile, Merlo, Chiche Sosa y otros amigos del faso, el whisky y la bohemia. “Tené cuidado. Esto es River” le dijeron. No se sabe si tuvo tiempo para comprenderlo del todo.
En 1995, River era como una joyería de la 5ª Avenida. Enzo, Berti, Ratón Ayala, Ortega, Gallardo, Almeyda, Hernán Díaz, etc. En los 6 meses que estuvo a cargo, Babington afrontó la doble competencia de Libertadores y Clausura. En ambas defeccionó. En el Torneo doméstico conquistó un par de victorias resonantes (3-2 a San Lorenzo, 4-1 a Independiente), pero fueron mas las caídas estrepitosas (0-1 con Jujuy, 0-2 con Español, 2-4 con Boca). Su caballito de batalla era la Libertadores, pero aquí, al inglés, el destino no lo ayudó. Había arribado a cuartos de final donde tenía que vérsela con Vélez, pero la Copa América a jugarse en Uruguay obligó un paréntesis en el calendario. En ese mes y medio de receso la mala onda se acentuó, tanto que Davicce decidió poner a Babington de patitas en la calle. Todos creen que cuando tomó esa decisión, estaba seguro de que su reemplazante iba a ser Gallego. Finalmente quien ocupó el banquillo de suplentes fue Ramón Díaz. Una movida arriesgada y –con el tiempo- absolutamente exitosa para la gloria millonaria.
Babington agachó la cabeza y realizó el duelo en silencio Recién cerró el circulo de su bronca, explotando 6 años mas tarde a puteada limpia, cuando una victoria de su Huracán ante el River de Gallego, le quitó al millonario la chance de una vuelta olímpica.
Nada mejor que los recuerdos instalados en la gente para resumir la magnitud una historia o para evaluar el talante de una gestión. La gran parte de la masa riverplatense se acuerda de Babington no por su estilo de juego o por sus grandes victorias, sino por el curioso jugueteo que hacía en su boca con la colilla del pucho recién terminado.

martes, 22 de diciembre de 2009

VLADISLAO CAP

Fue en horas de la tarde del martes 11 de mayo de 1982 en alguna de las oficinas céntricas que poseía el presidente Rafael Aragón Cabrera. Luego de varios minutos de negociaciones se dieron la mano y se desearon suerte. Vladislao Wenceslao Cap quedaba de esta manera oficializado como nuevo entrenador de River Plate. Pocos se percataron de una particularidad demasiado desprolija. En ese momento, Cap todavía era formalmente entrenador de Boca Juniors. Tal es así, que en la noche de ese martes, Cap se reunió en La Bombonera con los directivos xeneizes Martín Benito Noel y Pablo Abbatángelo para finiquitar su desvinculación. Se convertía así, en el primer –y hasta ahora único- Director Técnico que pasó directamente de una vereda a otra. La particularidad de Cap, es que por unas pocas horas, estuvo en las dos.
El Polaco había renunciado a Boca luego de perder ante Talleres 0-4 por la anteúltima fecha del Nacional del 82. Tanto River como Boca no pasaron a la fase definitoria, por lo que el debut de Cap en River se produjo recién en 18 de junio, tras la disputa del Mundial de España. Llegó para reemplazar a Alfredo Di Stéfano, una figura de una enorme personalidad que, a pesar de ganar el Nacional del 81, no pudo soportar el peso de una situación institucional delicada –por ejemplo huelga de jugadores-, y de sus propias decisiones –la borrada de Norberto Alonso-.
Era un DT capaz, y tenia un estilo ofensivo que se contrastaba con las características rústicas que marcaron su carrera como jugador. Estaba ilusionado con su llegada a River porque veía material para lograr algo importante. En el plantel estaban entre otros Fillol, Gallego, Merlo y Tarantini, mas los rumores que hablaban de la “inminente” llegada de un supergoleador que no saldría de Carlos Bianchi, el uruguayo Fernando Morena o el brasileño Roberto Dinamita. Como se sabe, ninguno de los tres arribó a Núñez, y si lo hicieron Antonio Alzamendi y Raúl de la Cruz Chaparro.
Pero Cap no tuvo mucho tiempo para demostrar su capacidad en River. La vida no lo dejó. Había ganado mucho respeto como futbolista, vistiendo los colores de Quilmes, Racing, Huracán, River Plate, Vélez Sarsfield y la Selección Nacional, donde llegó a jugar el Mundial de 1962. Sus principales logros como entrenador fueron el de llevar a Independiente a ganar el Metro de 1971, y de ser el orientador táctico (junto a Varacka y Rodríguez) del equipo Argentino en el Mundial de 1974.
Apenas dirigió a River en 11 partidos. Había arrancado correctamente con 3 victorias al hilo en el Metropolitano y con un buen paso en la Libertadores, también con 3 éxitos y 1 empate. Pero a partir de la caída en el Monumental ante Vélez 3-2 (el día del gol de Alonso a Fillol) el sistema de Cap comenzó a sufrir fisuras y a perder rendimiento. Se sentó por última vez en el banco millonario en una nueva caída en Núñez, en este caso frente a Racing de Córdoba.
Tiempito después sufrió un severo agravamiento de su afección pulmonar de la que ya no se recuperaría. A la fecha siguiente –juego ante Huracán en el Ducó- su lugar fue ocupado por su ayudante José Manuel “Pistola” Vázquez. Falleció el viernes 10 de septiembre de 1982, luego de diez días de internación en el Hospital Italiano. Tenía 48 años. Al miércoles siguiente, y por Copa Libertadores, River le ganaba a Jorge Wilstermann 3-0. Un pequeño y merecido homenaje para el técnico que no fue.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

DELEM


Hacer un ranking de entrenadores de todos los tiempos y no caer en subjetividades es una tarea sumamente complicada. De todas formas, puede llegar a consensuarse que en la historia de River, Ángel Labruna, Ramón Díaz, Héctor Veira, José María Minella, Carlos Peucelle y Renato Cesarini están en un sitio preferencial. Humildemente, quién esto subscribe se anima a proponer la moción para integrar a ese cielo de técnicos a alguien que no ejerció demasiado tiempo ese cargo, y que ni siquiera llegó a encarnar un período exitoso. Se trata de Vladem Lázaro Ruíz Quevedo, aquel brasileño de Porto Alegre conocido como Delém.
Su vida profesional quedó marcada por un acontecimiento que no viene al caso, y que será objeto de post algún día, pero Delém superó ampliamente cualquier accidente deportivo con una obra docente que tuvo –y tiene aún- una influencia notable en la vida institucional millonaria.
Oficialmente fue entrenador Millonario desde Abril a Diciembre de 1973. Dejó su cargo en las inferiores al que había sido asignado por Didí, para reemplazar a Juan Eulogio Urriolabeitia, luego de que River fuera eliminado duramente de la Copa Libertadores de ese año por San Lorenzo de Almagro. Heredó un equipo desmoralizado por esa caída, y diezmado con la partida a Real Madrid de su goleador y figura, Oscar Mas. El River de Delém fue sumamente irregular, capaz de derrotar dos veces al Huracán de Menotti, campeón del Metropolitano, como de caer goleado sin atenuantes ante Boca 5-2 en un superclásico. Mas tarde, en el Torneo Nacional jugado en la segunda parte del año, el equipo encauzó su rumbo, pero sucumbió en conflictos internos entre los jugadores y la dirigencia del Escribano Kent, que dinamitaron las chances de campeonar en el cuadrangular final. También dirigió interinamente al equipo en la primera fecha del Clausura 2000, en un triunfo ante Instituto en Córdoba por 2-1.
Entrenó a varios clubes de primera y pegó la vuelta a Núñez en la década del 90 para convertirse en maestro. Su ojo clínico, su aura pedagógica y paternal, y su inalterable amor por el fútbol bien jugado lo convirtieron en una pieza invisible y clave de los éxitos del Club en ese período. Observo la germinación desde la semilla de todos los cracks que llegaron a primera. De Gallardo a Ortega. De Crespo a D’alessandro. De Almeyda a Cavenaghi. De Saviola a Aimar. Nunca River lució tanto su cantera como en los tiempos de Delém. Era la gallina de los huevos de oro, hasta que una dirigencia la mató para hacer un puchero.
Este blog no habla por nadie mas que por si mismo. Pero todo el mundo River sabe que uno de los gruesos horrores de la administración Aguilar fue el incomprensible despido de Delém. Tiempo después dijo: “Hacer bien mi trabajo fue el crimen que cometí. Me dejó muy triste irme así. No me dieron nunca a una explicación, pero si uno entra en un Club o en una empresa y ese sector trabaja bien, ¿para que lo van a tocar?”.
Delém murió el 28 de marzo de 2007 a los 71 años. No importa cual fue la causa, en realidad, todos sabemos que se murió de tristeza.
Descanse tranquilo, querido Maestro. Nuestra historia ya lo guarda en una de sus páginas preferenciales.

miércoles, 14 de octubre de 2009

JOSÉ MARÍA MINELLA

José María Minella es para River Plate, lo que Alex Ferguson es para Manchester United, o Arsene Wegner para Arsenal. Distancias temporales al margen, con más romanticismo y menos histeria, con más docencia y menos verso, con más potrero que pantalla, Minella edificó en River una campaña irrepetible, tanto por el valor de su legado, como porque en estos tiempos exitistas, pensar que un entrenador permanezca 13 años ininterrumpidos en su cargo es algo que se parece mucho a un chiste.
Podría decirse que Minella fue el continuador del legado impuesto por esa especie de logia futbolística nacida e inspirada en el pensamiento de Renato Cesarini y Carlos Peucelle. Heredó una relación con el mundo River que había comenzado a echar fuertes raíces en su época de señorial centrojás de aquel cuadro pre-máquina, que había obtenido en forma brillante los torneos de 1936 y 1937. Poco importó que en el 42 se fuera a Peñarol de Montevideo. La identificación ya estaba sellada.
Asumió el cargo en 1947 y se iría en 1959. Atravesó épocas de bonanza, y supo también, capear los esporádicos temporales que se presentaron en el cielo millonario. 14 años como DT. 6 vueltas olímpicas. La primera de ellas en su debut en el 47 con la inercia de la recién desarticulada Máquina por la partida de Pedernera a Atlanta, y con la luminosa aparición de Alfredo Di Stéfano y la perpetua categoría de Moreno, Labruna y Loustau. Las otras cinco, fueron en el período 52-53-55-56-57, como corolario de una época dorada, repleta de fútbol exquisito, grandes victorias, y jugadores de enorme jerarquía.
Minella era un caballero, y un hombre de pocas palabras. Quienes hoy chocamos día a día en la pantalla de TV con esa troupe de entrenadores dicharacheros, perturbados, fumadores, histéricos, charlatanes, arrogantes, verseros, vende humo, no podemos hacer otra cosa que resistirnos a catalogar en la misma profesión a este tipo, que apenas hablaba en las charlas técnicas, que vagamente realizaba trabajos tácticos, y que nunca analizaba las virtudes del rival.
Cuentan que Minella vestido de jogging y remera se sentaba sobre una pelota cerca de la raya de cal y desde allí miraba los partidos, hablando solamente para dar una pequeña arenga al jugador que pasaba cerca. Su virtud era otra: Otorgar libertad, crear armonía, fomentar convivencia. Su tarea, para nada minúscula, consistía en alinear los planetas para que rutilantes figuras como Walter Gómez, Vernazza, Sívori, Ángel Labruna, Eliseo Prado, Loustau, Norberto Menéndez, Carrizo, Federico Vairo, Néstor Rossi, etc, entraran contentos a la cancha a hacer lo que mejor sabían. Mal no le fue.
Dejó su cargo en el 1959 para dirigir en Colombia y luego en Uruguay. Volvió a River en 1963 contratado para cortar la sequía de campeonatos (5 años en ese momento) que ya empezaba a molestar. No se le dio por poco, ya que ese cuadro comandado en la cancha por Ermindo, Artime y Delém terminó segundo de Independiente tras puntear todo el año. Se fue al término del campeonato, y no volvió más. Entre sus éxitos mas resonantes, además de los de River, se cuenta la Copa de las Naciones del año 64 en Brasil, dirigiendo la Selección Argentina. Al año siguiente lograría el pasaporte para el Mundial de Inglaterra, pero la AFA lo sacaría del cargo. Disgustado y cansado, se retiró definitivamente del ámbito del fútbol. Falleció a los 72 años el 13 de agosto de 1981. El mundo River lo recuerda como uno de sus mayores próceres.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

AMÉRICO RUBÉN GALLEGO


Asumió su cargo con aires de interinato. Pero le fue tan bien que inscribió su nombre en la historia y hoy, en cada compulsa por un nuevo DT, Américo Gallego siempre encabeza las preferencias de una destacada porción del mundo River. Por algo será.
En una cultura deportiva como la nuestra, una figura con su currículum es intocable. Gallego es un entrenador exitoso. Seguramente no hubiera imaginado semejante reconocimiento, allá a mediados del 94, cuando Alfredo Davicce, a sugerencia de Passarella, le ofreció ser el reemplazante del Kaiser en el banquillo de River, justo cuando este era convocado para afrontar el desafio de la Selección Argentina, pos USA 94. “Bueno, pero solo por seis meses” dijo, haciendo prevalecer la palabra y el compromiso empeñado con su amigo.
Debutó una noche en Mendoza ante Argentinos Juniors por el Clausura 94, en medio del desinterés y la desconfianza. 20 fechas mas tarde, se metía en el túnel del Monumental luego de un 1-1 ante Vélez, bañado por una enorme ovación, y con la distinción -inédita en la historia- de ser el técnico del primer campeón invicto del Club. El River del Apertura 1994 fue un equipo casi perfecto. Impulsado por el genio recuperado de Enzo y por el desparpajo juvenil de Ortega y Gallardo. Y sustentado además, en el despliegue de Berti, la bravura de Astrada y Hernán Díaz, y la solvencia del ascendente Roberto Ayala. Fue campeón invicto. El 3-0 con baile al Boca de Menotti en la Bombonera, es un recuerdo que todavía emociona.
Se fue de ayudante de campo a la Selección pese a que River le ofreció hasta lo que no tenía para que se quede. Todos (el Tolo mas que nadie) sabían que su retorno era cuestión de tiempo. Y el tiempo marcó la hora del regreso en Febrero de 2000. Volvió a ser campeón con otro equipo first class –Aimar, Saviola, Ángel- aunque su segunda etapa quedará marcada mas por el tremendo mazazo que significó la eliminación a manos de Boca en la Copa Libertadores de ese año. Peleó hasta el final los dos torneos que siguieron, padeciendo en este caso el fantasma de Derlis Soto, ese paraguayo ignoto que con sus conquistas, arruinó sendas posibilidades de vuelta olímpica.
Se fue y lo mataron. Pero al tiempo armó un gran Independiente y fue campeón. Emigró a México para orientar a Toluca y al tiempito volvió a festejar. De nuevo en Argentina tomó a Newells Old Boys con Ortega como líder y varios pibes en su formación y volvió a salir campeón.
Bonachón, entrador, políticamente incorrecto, indiscutiblemente capaz. Cada vez que habla lo hace sin el cassette, y sus frases sin pelos en la lengua son un deleite para aquellos que creemos el fútbol se debe gestar con actores auténticos y no con héroes prefabricados. La carrera de Gallego es un boomerang. Salió de River en 1994 y tardó 6 años en retornar. Volvió a despedirse en 2001. Sabemos que algún día volverá. Lo que no sabemos es cuando.

viernes, 31 de julio de 2009

EMÉRICO HIRSCHL

Cuando Emérico Hirschl llegó a River a principios de 1935, no era un desconocido para nuestro fútbol, pero de todas formas, fue de extrañarse la contratación de un extranjero, para un cargo, que no tenía ni por asomo el status ministerial que hoy posee.
Nacido en Budapest, Hungría, el 11 de junio de 1900, Hirschl conoció Argentina a finales de la década del 20, participando de una gira de su equipo, el Ferencvaros, por tierras Sudamericanas. Dicen que se enamoró de Buenos Aires y que al primer llamado de estas tierras, no dudo un segundo en largarse a la aventura. Recaló en las diagonales platenses, donde le dio vida a uno de los cuadros mas vistosos de aquellos años. El expreso de Gimnasia y Esgrima de 1933.
Con 35 años, era estricto, resabio de su ocupación de Profesor de Educación Física, pero también conocía los beneficios que reportaba otorgarle libertad a los talentosos. Y en ese River de mitad del 30, talento era lo que sobraba. No podía esperarse otra cosa de alguien formado en el corazón de una de las canteras mas fecundas de la primera época del fútbol.
Le decían el Mago. Todas sus campañas con la banda roja dejaron algo para contar. Hizo debutar en primera a Moreno y Pedernera, cosa que de por si, ya le asegura un lugar preferencial en la historia. Pero no contento con eso, armó un equipo de gran bagaje individual, que arrasó con los campeonatos del 36 y 37. Fue el primer entrenador extranjero en dar una vuelta olímpica con el Millonario. El otro es Manuel Pellegrini.
En 1938 fue reemplazado por Renato Cesarini y retornó a La Plata. Posteriormente pasó por Rosario Central, San Lorenzo y Banfield. Fue allí cuando se lo involucró en un confuso incidente de soborno a un jugador de Ferro y por ello la AFA lo suspendió para desarrollar su actividad.
La sanción –al tiempo levantada- obligó al Magyar a partir al extranjero y dirigir a Cruzeiro de Belo Horizonte y Peñarol de Montevideo, donde obtuvo 3 títulos uruguayos, reafirmando lo que sería la marca distintiva de sus equipos: La simpleza y el espíritu ganador.
24 años después lo repatrió Antonio Liberti, lanzado a la travesía del fútbol espectáculo, donde todo lo que venía de afuera parecía ser mejor que lo local. El entrenador de ese equipo no podía ser otro que Hirschl, conocedor del paño, y extranjero al fin de cuentas. Pero la cruzada naufragó a mitad de camino y el fútbol espectáculo de Delém, Roberto Frojuelo, Salvador, Pepillo, Moacir y Domingo Pérez se transformó en un rotundo fracaso. A fines de 1961 no le quedó otra que partir para nunca mas volver.
Se dedicó a la actividad comercial y falleció en Septiembre de 1973. Murió en Buenos Aires, la ciudad que lo encandiló de joven y la que le dio los mejores años de su vida.

miércoles, 24 de junio de 2009

LEONARDO ASTRADA


No había que ser muy visionario para comprender que Leonardo Astrada estaba destinado a ser Director Técnico de River Plate. Lo tenía todo. Personalidad, voz de mando, conocimiento de las entrañas del Club, experiencia en la alta competición, paladar entrenado y aceptación de toda la masa millonaria.
Llegó a principios de 2004 para ponerle paños fríos al caliente final de la temporada anterior que incluyó la derrota en la final de la Copa Sudamericana ante Cienciano de Cuzco, la despedida de Manuel Pellegrini como entrenador y sobre todo, el peso de saber que Boca había ganado la Intercontinental en Japón.
Astrada conocía el paño y sabía donde se metía. Por eso, lo mas saludable de su paso por el Club fue la confianza que desde el primer momento demostró por los elementos de las divisiones inferiores. Marcó un rotundo quiebre con lo sucedido apenas unos meses antes con las pomposas –y caras- incorporaciones de Salas, Gallardo, Vivas, Crosa, Virviescas entre otros.
Confió en jugadores como Garcé, Costanzo, Lux, Cavenaghi, Maxi López, Gata Fernández, Nelson Cuevas. Se apoyó en el talento de figuras consagradas como Lucho Gonzalez, Rolfi Montenegro, Gallardo, Horacio Ameli y Salas. Y le dio pista a chicos como Mascherano, Nasuti, Gandolfi, Miranda, Jesús Méndez, Barrado, Sambueza, Toranzo, o Ahumada, mas allá de “redescubrir” para el fútbol Argentino a José Sand y Gabriel Pereyra.
El River de Astrada iba al frente siempre, a veces temerariamente. Exhibía un compromiso por la camiseta que se había perdido en el último tramo del Ingeniero Pellegrini. El Jefe los fogoneaba desde la línea, siempre custodiado por su fiel Hernán Díaz, como un Sancho Panza camorrero. Le ganó el Clausura 2004 al Boca de Bianchi, venciéndolo en La Bombonera con gol de Cavenaghi. Le falló por poco a la gran ilusión de la Copa Libertadores, eliminado en semis en 2004 y 2005 por Boca (fucking penales) y San Pablo (fucking affaire Tuzzio- Ameli) respectivamente.
Tal vez el de la era Astrada fue el último gran River. Tras la caída ante los Paulistas en la Copa sobrevino un éxodo del que River todavía no se ha recompuesto. El último partido del Negro fue un doloroso 1-4 ante Banfield por el Apertura 05. Renunció en el mismo vestuario del Florencio Sola. Lo hizo pensando en que su salida podía descomprimir el mal clima ya reinante.
No deja de ser este un acto mas de amor hacia River de alguien que no debe hacer nada mas para demostrarlo. Astrada es una bandera, y como tal, se lo respetará eternamente y será bienvenido cuando alguna vez decida el retorno.

miércoles, 27 de mayo de 2009

ENRIQUE OMAR SÍVORI


La historia como entrenador de Enrique Omar Sívori es la clara demostración de que se puede ser un fuera de serie dentro de la cancha y no necesariamente tener que serlo fuera de ella. El mismo cabezón se lo dijo a la prensa cuando su actividad como entrenador era ya un recuerdo lejano. “Y, la dirección técnica no era lo mío”.
Retornó al país en el año 1969, pocos meses después de haberse retirado en Italia como futbolista del Nápoli, y cuando aún estaba fresca su enorme figura de genio mundial. Empujado por la necesidad de no alejarse del todo del fútbol, tomó la dirección técnica de Rosario Central sin ningún tipo de experiencia. Le fue mal, tal vez porque era muy grande la expectativa que generó en su arribo, y en un cargo para el que todavía no se había preparado
Cuando llegó a River, a mediados de 1974 ya estaba más taimado en el arte de la conducción de grupo, aunque su genio -medio parco y rebelde- no lo ayudaba mucho. Además, traía consigo la buena experiencia de haber llevado a la Selección Nacional al Mundial de Alemania. Se hizo cargo del equipo para jugar el Nacional, reemplazando a Pipo Rossi, quién no había logrado clasificar al equipo a la fase definitoria del Metropolitano, jugado en la primera parte del año.
Sívori tuvo que pelear con la decadencia de un equipo sin muchos jugadores de cartel y con el enorme peso de 17 años sin campeonatos. Debutó en el Cementerio de los Elefantes de Colón con un triunfo por 1-0 con gol de Morete y generó algo de ilusión con un arranque de 3 victorias en 4 partidos, incluida una formidable goleada ante Huracán de San Rafael por 10-1, hasta la fecha la mayor goleada en la historia del Club.
Pero una caída en la cancha de Boca y una insólita derrota ante Jorge Newbery de Junín por 1-0 fueron obstruyendo los caminos hacia la clasificación a las semifinales del Nacional. Tras 18 partidos jugados, River ganó 7, empató 5 y perdió 6. Terminó quinto en un grupo de nueve, incluso debajo de un equipo semi amateur como Altos Hornos Zapla de Jujuy.
Su último partido fue el 22 de noviembre ante Talleres de Córdoba en la Boutique. River cayó 2-1. Fillol; Zuccarini, Pena, Passarella y Héctor López; JJ. López, Merlo y Alonso; Mastrángelo, Morete y Marchetti, fue su última formación. Para ese entonces, en los pasillos del Monumental ya se hablaba de un cambio radical. Ese cambio tenía nombre: Ángel Labruna. Hasta la ropa cambiaría. En esa noche cordobesa, River jugó por última vez con las legendarias medias grises.
Sívori siguió su carrera en Vélez Sarsfield y Racing Club de Avellaneda. Pero aquello de que “esto no es lo mío” ya calaba hondo en su cabeza. No tardó mucho en dar las hurras y dedicarse a vivir de su enorme prestigio de futbolista y de la recomendación de jugadores para su amada “Vecchia Signora”. Lo hizo hasta el día de su muerte, el 17 de febrero de 2005. Tenía 69 años y toda la gloria encima.

viernes, 17 de abril de 2009

LUIS CUBILLA


Ganó 2 Libertadores, 1 Intercontinental, 1 Recopa, 1 Interamericana, Ligas Paraguayas, Ligas Uruguayas, jugó en River Plate, en Peñarol y Nacional de Montevideo, en Barcelona de España. Los datos son contundentes. Luis Cubilla fue un exitoso en el mundo del fútbol. Casi en todos lados, menos en River Plate.
Jugó con la banda roja 4 años en la década del 60. Con el recuerdo de sus grandes actuaciones y por su prestigio de técnico ganador, no sorprendió demasiado cuando a principios de 1984, Hugo Santilli anunció su contratación. Venía de varios años de triunfos con Olimpia de Paraguay, y su llegada a Buenos Aires, significaba un desafío importante en su carrera.
Era un River raro el de esos años. Tanto que la palabra descenso sonaba fuerte entre los hinchas, y las charlas entre los dirigentes y el cuerpo técnico tenían como tema fundamental la sumatoria de puntos para engrosar el flamante promedio.
Cubilla estuvo solo 7 meses en River, y su gestión no será recordada como de las mejores, aunque tampoco fue un rotundo fracaso. Para ese año el equipo se reforzó bastante. Nery Pumpido, Cacho Borelli, Teglia, Craiyacich, el paraguayo Villalba, Roque Alfaro, el retorno de Beto Alonso. Debutó ganándole a Huracán 2-0 un lunes a la noche. Llegó a la final del Nacional luego de derrotar en semifinales al San Lorenzo de Veira que venía reventado canchas y dando espectáculo. Pero en la definición fue superado en forma aplastante por el Ferro de Griguol, que abrochó la serie en el primer tiempo del partido de ida, cuando se fue al entretiempo ganando 3-0 con baile.
En su pelea por el Nacional, River descuidó el Metropolitano que se jugaban casi simultáneamente. Al terminar la primera rueda, una caída como local ante Newells y una catastrófica derrota ante Unión de Santa Fe 1-5 lo obligaron a renunciar. Era el 5 de Agosto de 1984.
Tenía personalidad y convicciones. Era testarudo y de mano firme. Se peleó con Francescoli (enfrentamiento que se mantiene hasta hoy) y lo quiso mandar al América de Cali a cambio del pase de Alfaro. Tenía sus jugadores de confianza y en esa estructura, Enzo solo cuadraba como volante por la derecha. Igual la rompió.
A pesar de tener un plantel de cierta riqueza, River nunca logró brillar con Cubilla como DT. El estilo de juego batallador que pregonaba, no se adaptó nunca al paladar millonario ni a las características de sus jugadores. Igual, su impronta ganadora sirvió mucho para sacar a River de la patética imagen que había mostrado en año anterior, cuando había finalizado anteúltimo en el Torneo Metropolitano orillando la pérdida de la categoría.
Su salida propició la llegada de Héctor Veira, quién escribiría páginas gloriosas en la historia del Club. Pero ese es otro capítulo. El de Cubilla solamente dirá que dirigió River en 32 partidos. Ganó 15, empató 10 y perdió 7, y que se fue sin pena ni gloria.

miércoles, 18 de febrero de 2009

CARLOS TIMOTEO GRIGUOL


Ya han pasado mas de 20 años de la llegada de Griguol a River Plate y todavía sigo preguntándome como un entrenador como Timoteo pudo alguna vez ser entrenador del Millonarios.
Ojo, no piensen mal. Griguol representa una idea de conducción fantástica, una forma docente y paternal de imponer sus ideas. Una persona íntegra, chapada a la antigua, con códigos, con valores humanos, algo así como el Alex Ferguson de estas tierras. Pero el mundo River siempre fue una carnicería exitista, atestada de espesas nubes de tormenta triunfalista que debe ser satisfecha urgentemente. Desde siempre el trabajo de Griguol necesitó tiempo para imponerse por la natural “bondad” de su propuesta. Y en River, si hay algo que no existe, es paciencia.
Secundado por sus fieles escuderos Carlos Aimar y Luis Bonini, Griguol llegó a River a mitad del año 1987. Era una época complicada, no por la malaria sino por la abundancia. Heredó un plantel ganador de todo y con sus respectivos egos por las nubes. Pumpido, Nelson Gutiérrez, Ruggeri, Alzamendi, Negro Enrique, Funes, Da Silva. Manejar ese vestuario requería del tacto de un domador de leones, no de un maestro de escuelas. Tal vez por esto, su River nunca jugó bien, a pesar que arrancó con una vuelta olímpica por la obtención de la Copa Interamericana, a expensas del ignoto Liga Deportiva Alajuelense de Costa Rica.
Retener la Libertadores era el objetivo y este se truncó de inmediato en la segunda fase a manos de Peñarol de Montevideo. En realidad la Copa se va en Avellaneda ante Independiente. Esa noche, ganando 1-0, Funes erró un gol con el arco libre. La flamante Supercopa pasó a ser la prioridad, pero Racing aguó la fiesta en semifinales con un gol agónico de Néstor Fabbri en el Monumental. Para cuando esto ocurrió, Newell’s Old Boys de Rosario ya se había escapado lo suficiente en el torneo Local, como para ilusionarse con un título. Jaqueado y ya sin puertas por golpear. Timoteo comprendió que su ciclo se había terminado. Tal vez, haya pensado que nunca debió comenzar.
Igual, su año en Núñez no fue todo lo oscuro que este post puede suponer. La Copa Interamericana, el afianzamiento de Claudio Caniggia y Pedro Troglio como jugadores titulares, y sobre todo, el inolvidable 3-2 a Boca, luego de estar 2-0 abajo en el segundo tiempo.
Construyó gloriosos equipos como el Ferro de los 80 y Gimnasia de los 90. Es una lástima que su nombre esté en la hilera de los entrenadores que no dejaron mucho en la historia riverplatense. Sus pergaminos no lo merecían.

lunes, 12 de enero de 2009

JUAN CARLOS LORENZO

El Toto Lorenzo es una figura emblemática de la contra, con sobrados méritos, por supuesto. Sin embargo, esto ocurrió mucho tiempo después de su experiencia como técnico de River. No obstante, que en aquellos días el Millonario lo haya contratado para ser su entrenador, igual fue una sorpresa muy grande.
Arribó a Núñez en el mes de Enero de 1967. Reemplazó a Renato Cesarini. Venía con el espaldarazo que había significado la buena participación de Argentina en el Mundial de Inglaterra el año anterior, y con el supuesto avance táctico y estratégico que le reportaban sus muchos años de experiencia en el fútbol europeo.
En River, Lorenzo fue como siempre. Táctico, pragmático, obsesivo, robótico, resultadista. Todas esas características se cumplieron, menos una: El resultado. En sus seis meses a cargo, el Toto se llevó de los pelos con la gente que no le tenía paciencia y con el equipo que nunca le respondió de acuerdo a sus peticiones. Y figuras no faltaban: Cubilla, los Onega, Mas, Lallana, Carrizo, Matosas, Gatti, Solari.
Su debut fue en la cancha de Tigre, ante Deportivo Español. Fue goleada 6-1. Y fue esa una de sus cuatro victorias en 16 partidos en el torneo Metropolitano, que tuvo además, caídas humillantes ante el mismo Español, Unión de Santa Fe y Platense. Estuvo 7 partidos sin ganar y dejó al equipo al borde de la eliminación del Nacional que se jugaba en la segunda parte del año.
Llegó con el objetivo claro de la Libertadores, pero en ese campeonato jugó un equipo invencible como el Racing de Pizutti. Sin embargo, algunas goleadas despachadas sobre débiles conjuntos Bolivianos en la primera fase le dieron chances de pelear. Luego, en la fase siguiente, el equipo jugó decididamente mal y fue eliminado sin atenuantes.
Se fue luego de una caída ante San Lorenzo por el Metro, aunque su sentencia había sido firmada unos días antes con una caída ante Universitario de Lima en el Monumental por la Copa.
A la distancia en el tiempo, pareciera que luego de ese estruendoso fracaso con la banda roja, el Toto juntó bronca contra River, ya que años después, a cargo de San Lorenzo y Boca, le propinaría a nuestra camiseta dolorosas derrotas, como las finales de los Nacionales de 1972 y 1976.
Bicho, malicioso, sagaz, pillo. Juntó tanta gloria a lo largo de su carrera, como para erigirse en un referente de entrenadores. Fue un técnico exitoso.
Pero jamás hubiera podido serlo en River Plate. El agua y el aceite nunca se juntan.

martes, 9 de diciembre de 2008

FRANZ PLATKO

No son muchos los entrenadores extranjeros que condujeron River Plate: Manuel Pellegrini hace poco, Didí y Delém en los setenta, Enrique Fernández Viola en los 60, Emérico Hirchl por los 30. Pero sin dudas, el mas exótico de los entrenadores millonarios nacidos en el extranjero fue el húngaro Franz Platko.
Había nacido el 2 de diciembre de 1898 en la ciudad de Budapest, Capital de Hungría. Era arquero y tuvo una campaña prolongada que abarcó equipos como Vasas de Budapest (donde debutó), Austria Viena, Barcelona FC (8 temporadas) y Recreativo de Huelva. En Barcelona, su fama como portero fue tan grande, que hasta el poeta Rafael Alberti le dedicó una oda, inspirado en su actuación en la final de la Copa del Rey de 1928 ante Real Sociedad.
Como técnico su campaña fue aún mas prolífica. Dirigió a Basel de Suiza, Porto de Portugal, Wisla Cracovia de Polonia, Arsenal de Inglaterra, a Barcelona FC, entre otros. En 1939 recaló en Colo Colo de Chile, donde en su primer temporada logró el campeonato. Esa fama de ganador y maestro de la táctica lo trajo a River para ser el entrenador del equipo en la temporada de 1940.
Platko y River nunca congeniaron. El entrenador no tenía muy en claro el estilo de juego rioplatense y la ideología que ya River promulgaba en aquellos años, donde el espectáculo era tan importante como el resultado mismo. En ese marco, la relación entre expectativa y logros arrojó un saldo muy negativo y eso fue una carga imposible de llevar. Platko era esquemático, táctico, rígido, defensivo. Y en ese ámbito, jugadores talentosos y de libre albedrío como Moreno, Pedernera, Peucelle, Deambrossi o Gallo, no funcionaban para nada.
En la primera rueda del torneo de 1940, River perdió 7 de los 17 partidos, y solo ganó en 6. De los partidos que perdió, varios fueron por goleada. 2-5 ante Vélez, 2-5 ante Newell’s, 3-6 ante Racing, 0-4 ante Huracán. Encima perdió también el superclásico. Obvio, los jugadores, la gente y los dirigentes no lo apoyaban y se tuvo que ir.
Y parece le que la cuestión era Platko, nomas. En la segunda rueda, River ganó 11 partidos y terminó tercero. En los últimos 4 partidos del año convirtió 24 goles. 7-1 a Lanús, 7-0 a Chacarita, 7-1 a Atlanta, 3-1 a Platense. El DT era Renato Cesarini. El húngaro volvió a Argentina en 1949 a dirigir a Boca Juniors donde casi se va al descenso. Lo mas importante de su carrera lo hizo en Chile donde con Colo Colo ganó 3 títulos.
Su paso por River Plate fue uno de los mas negativos en la historia del club. Sobre todo por equivocar la manera de interpretar el fútbol, desde una mentalidad completamente distinta. Dicen las malas lenguas que parte del plantel le hizo una cama así de grande, pero eso se perderá en la historia como un acontecimiento incomprobable. Lo que si se comprueban son los números, y los números al pobre Franz Platko no lo favorecen.
Murió en Santiago de Chile el 2 de septiembre de 1982. Tenia 83

miércoles, 29 de octubre de 2008

CESAR LUIS MENOTTI


El paladar futbolero, y la prédica -casi religiosa- de sus convicciones, que Menotti diseminó por el mundo, siempre tuvieron un parentesco muy cercano con lo que puede entenderse como el estilo futbolístico de River Plate. A mediados de 1988, ambas partes se juntaron y prometieron armar el fútbol espectáculo. Como sabemos, las promesas solamente quedaron en eso.
Cesar Luis Menotti llegó a River en Julio de 1988. Lo trajo Hugo Santilli para reemplazar a Griguol, en un cambio radical de personalidad conductiva. También significó el último golpe de timón del ex presidente para mantenerse en su cargo, cuando ya las voces críticas abundaban. Menotti no iba a llegar a River para poner pibes de las inferiores. Exigió figuras, y así fue que llegaron Passarella, Batista, Borghi, Rinaldi, Balbo, Reynoso, Comizzo, Zamora, Basualdo, Carlos Enrique, Bevilacqua, Melgar, Serrizuela, Higuaín. Casi una Selección Nacional.
El superplantel fue presentado en una serie de amistosos ante Verona de Italia en Buenos Aires, que además formaban parte de la clausula de los contratos de Claudio Caniggia y Pedro Troglio, transferidos a ese equipo.
La supremacía de caciques sobre indios hizo que el River de Menotti nunca pueda conformarse como equipo. Todo arrancó mal barajado con dos derrotas en las primera fechas ante Platense y Boca. La primera rueda fue sumamente irregular. Una noche ante Mandiyú, perdía 1-4 al término del primer tiempo y se avecinada su renuncia. River lo empató 4-4 y salvó su cabeza.
Ese fue el torneo de las definiciones por penales en los partidos empatados. Mejoró el perfil en la segunda rueda pero ya estaba muy lejos de pelear algo serio. La estadía del flaco en Núñez dejó un enorme sabor a poco, sobre todo por no poder plasmar en el juego, aquel respeto inalterable hacia el espectáculo que siempre ha manifestado.
River Plate quedó cuarto en la temporada 1988/89, lejos del campeón Independiente. Enseguida fue eliminado por Argentinos Juniors en la Liguilla Pre Libertadores. Y Menotti ya no tenía mas nada que hacer. Su último partido fue en Chaco, ante Chaco For Ever por la rueda de perdedores.
Vaya paradoja, Menotti renunció a River, luego de un partido que el millonario ganó 5-1.