El clausura: A los ponchazos en la neblina, River sumó correctamente en la primera parte del Torneo con la formula del aguante y la efectividad. Pero todo estaba atado con alambre. Bastó una injusta derrota ante All Boys para trazar un quiebre mental del que fue imposible salir. Desde allí todo fue como una muerte lenta, que solo fue comprendida por la gran mayoría, cuando ya era demasiado tarde.
La promoción: El clima de velorio en Núñez contrastaba con el ánimo triunfal de los cordobeses. Así y todo, hubo de hacer las cosas muy mal River Plate para perder el duelo. La insólita mano de Román, el miedo paralizante y la formación inexplicable del primer partido casi sentenciaron todo. Igual, hubo oportunidades en la revancha para un milagro que no hubiese sido justo. El penal de Pezzotta, el gol de Farré y el penal de Pavone le pusieron los clavos finales al ataúd.
El 26-J: Una cicatriz en el alma, una rotura irreparable, una promesa de amor eterno para mitigar un dolor desconocido, buscando redención en los recuerdos de la niñez, los amigos, el viejo, el tablón, donde uno siempre será feliz. Algo dentro de cada riverplatense pereció en ese triste atardecer invernal. Llevaré para siempre grabada la conmovedora congoja de medio país, contemplando en silencio, la masoquista repetición de la noticia más impactante de la historia del Fútbol Argentino.
El mejor: Matías Almeyda, reserva moral de un equipo quebrado en todo aspecto. El desenlace macabro jamás empañará su entrega hasta la última gota, diera o no diera el físico. Juan Pablo Carrizo. Sostuvo resultados a pura atajada (Newell’s, Quilmes, Banfield, Racing). Fue figura excluyente hasta que dos macanas garrafales ante Boca y San Lorenzo destruyeron lo que había construido. Se fue por la puerta de atrás, seguro sin merecerlo.
El peor: La tribuna siempre tiene chivos expiatorios y ese fue el caso de Rogelio Funes Mori, ese buen “crack en potencia” (?), empantanado en su manía que errar goles imposibles y de quedar 18 veces por partido en off side. Lo de Diego Buonanotte es distinto. Su cabeza cambió hace tiempo por cosas mucho más importantes. Vendido a Málaga a principios de año se preparó para tener una despedida acorde, pero no pudo. Jugó poco, renegó bastante y terminó peleado con el cuerpo técnico. Una oscura plaqueta en la previa del choque ante Lanús fue su tibia (e injusta) despedida.
La revelación: A Leandro Chichizola le tiraron el arco tal vez cuando todavía no estaba preparado, y sin embargo respondió bien durante los cinco partidos que duró la lesión de JP. Un garrafal yerro en el partido ante Vélez nubló apenas una auspiciosa presentación en sociedad, marcada por su estilo elástico, sobrio y de alta personalidad.
Los pibes: Ojala otro River les de revancha a los Lamela, Pereyra, Funes Mori y demás, para que nos regalen en condiciones óptimas todo lo bueno que apenas insinuaron. Sobrepasados por una circunstancia para la cual no fueron formados, pusieron la cara por la casaca cuando varios de los “consagrados” se borraban a la hora de pagar los platos rotos.
El refuerzo: Cuesta llamar refuerzo a Fabián Bordagaray… Aportó lo que sabíamos podía aportar. Solo un nombre más en la galería de los jugadores falopa.
El técnico: La receta sacapuntista que tantos resultados iniciales había dado acabó siendo contraproducente cuando el esquema requirió cambios que nunca llegaron. Con la mala racha carcomiendo, JJ demostró ser el más confundido de todos, atrapado en una bola de nervios que no podía disimular, tanto que su cara demacrada e impotente contagiaba derrota. Su decisión valiente de tomar el fierro hirviendo terminó por quemarlo para toda la historia.
El mejor partido: En términos generales el 1-0 a Independiente en Avellaneda. Luego, solo ráfagas muy esporádicas en los partidos ante Huracán, Banfield, e incluso en las derrotas ante All Boys y Boca.
El peor partido: Uffff… Gimnasia, San Lorenzo, Colón, Estudiantes, Lanús, la ida ante Belgrano… Pero hay uno que sobresale del resto por su mensaje simbólico. River fue a empatar en Bahía Blanca ante Olimpo, cuando ganar le quitaba virtualmente el fantasma de encima. Cumplió su tarea. Fue un 0-0 en el que River (posta, eh) no pateó nunca al arco.
El mejor gol: La inspiración “barceloneana” ante Quilmes. 8 toques de primera entre Acevedo, Lamela y Ferrari que culminaron con el Loncho empujando al gol sobre la línea de meta. Mención especial para el tacazo de Caruso ante San Lorenzo.
La imagen: Solo una foto es mas fuerte que la de los pibes del club llorando el descenso rodeados de Policías, mientras el Monumental se desangraba en violencia. La de Matías Almeyda pechando milicos para besarse la camiseta de cara a la 12. Uno de los pocos gestos de rebeldía y desahogo en el océano de impotencia.
Los arbitrajes: Achacarles la absoluta responsabilidad es un error, aunque no consignarlo no dimensiona por completo el fracaso. Fallas cometemos todos pero la calaña de algunas decisiones perjudiciales levantarán la eterna sospecha. Los bochornosos arbitrajes de Patricio Loustau ante Boca y Sergio Pezzotta ante Belgrano marchan a la cabeza entre las varias zancadillas que terminaron con el millonario por el suelo.
La dirigencia: Los 31 puntos del Apertura hicieron que Passarella sobreestime la valía del plantel. En vez de agregarle calidad, solo arrimó a un descarte como Bordagaray. Pagó el precio de la impericia y, tal vez, de la soberbia. Sus irrupciones aportaron nada más que dudas como cuando, desbordado, inoportuno y sin consultar, fue a la AFA a carajear a Grondona tras la caída ante Boca. No ha sido hasta aquí el Gran Capitán en la tormenta que prometió ser.
La hinchada: Respuestas populares a la altura de la historia. Una fidelidad innegociable pese a los sopapos de la realidad. Hincha es el que aguanta, hincha es el que se enoja pero vuelve. Hincha es el que no exige mas que respeto. Hincha es el que llora su pena con hidalguía. El resto –los que invadieron en Córdoba, los que destrozaron el Monumental- son la pesada herencia de un sistema preparado para que la corrupción, la violencia, y la impunidad, marchen aceitadamente. Ellos también nos mandaron a la B.
La promoción: El clima de velorio en Núñez contrastaba con el ánimo triunfal de los cordobeses. Así y todo, hubo de hacer las cosas muy mal River Plate para perder el duelo. La insólita mano de Román, el miedo paralizante y la formación inexplicable del primer partido casi sentenciaron todo. Igual, hubo oportunidades en la revancha para un milagro que no hubiese sido justo. El penal de Pezzotta, el gol de Farré y el penal de Pavone le pusieron los clavos finales al ataúd.
El 26-J: Una cicatriz en el alma, una rotura irreparable, una promesa de amor eterno para mitigar un dolor desconocido, buscando redención en los recuerdos de la niñez, los amigos, el viejo, el tablón, donde uno siempre será feliz. Algo dentro de cada riverplatense pereció en ese triste atardecer invernal. Llevaré para siempre grabada la conmovedora congoja de medio país, contemplando en silencio, la masoquista repetición de la noticia más impactante de la historia del Fútbol Argentino.
El mejor: Matías Almeyda, reserva moral de un equipo quebrado en todo aspecto. El desenlace macabro jamás empañará su entrega hasta la última gota, diera o no diera el físico. Juan Pablo Carrizo. Sostuvo resultados a pura atajada (Newell’s, Quilmes, Banfield, Racing). Fue figura excluyente hasta que dos macanas garrafales ante Boca y San Lorenzo destruyeron lo que había construido. Se fue por la puerta de atrás, seguro sin merecerlo.
El peor: La tribuna siempre tiene chivos expiatorios y ese fue el caso de Rogelio Funes Mori, ese buen “crack en potencia” (?), empantanado en su manía que errar goles imposibles y de quedar 18 veces por partido en off side. Lo de Diego Buonanotte es distinto. Su cabeza cambió hace tiempo por cosas mucho más importantes. Vendido a Málaga a principios de año se preparó para tener una despedida acorde, pero no pudo. Jugó poco, renegó bastante y terminó peleado con el cuerpo técnico. Una oscura plaqueta en la previa del choque ante Lanús fue su tibia (e injusta) despedida.
La revelación: A Leandro Chichizola le tiraron el arco tal vez cuando todavía no estaba preparado, y sin embargo respondió bien durante los cinco partidos que duró la lesión de JP. Un garrafal yerro en el partido ante Vélez nubló apenas una auspiciosa presentación en sociedad, marcada por su estilo elástico, sobrio y de alta personalidad.
Los pibes: Ojala otro River les de revancha a los Lamela, Pereyra, Funes Mori y demás, para que nos regalen en condiciones óptimas todo lo bueno que apenas insinuaron. Sobrepasados por una circunstancia para la cual no fueron formados, pusieron la cara por la casaca cuando varios de los “consagrados” se borraban a la hora de pagar los platos rotos.
El refuerzo: Cuesta llamar refuerzo a Fabián Bordagaray… Aportó lo que sabíamos podía aportar. Solo un nombre más en la galería de los jugadores falopa.
El técnico: La receta sacapuntista que tantos resultados iniciales había dado acabó siendo contraproducente cuando el esquema requirió cambios que nunca llegaron. Con la mala racha carcomiendo, JJ demostró ser el más confundido de todos, atrapado en una bola de nervios que no podía disimular, tanto que su cara demacrada e impotente contagiaba derrota. Su decisión valiente de tomar el fierro hirviendo terminó por quemarlo para toda la historia.
El mejor partido: En términos generales el 1-0 a Independiente en Avellaneda. Luego, solo ráfagas muy esporádicas en los partidos ante Huracán, Banfield, e incluso en las derrotas ante All Boys y Boca.
El peor partido: Uffff… Gimnasia, San Lorenzo, Colón, Estudiantes, Lanús, la ida ante Belgrano… Pero hay uno que sobresale del resto por su mensaje simbólico. River fue a empatar en Bahía Blanca ante Olimpo, cuando ganar le quitaba virtualmente el fantasma de encima. Cumplió su tarea. Fue un 0-0 en el que River (posta, eh) no pateó nunca al arco.
El mejor gol: La inspiración “barceloneana” ante Quilmes. 8 toques de primera entre Acevedo, Lamela y Ferrari que culminaron con el Loncho empujando al gol sobre la línea de meta. Mención especial para el tacazo de Caruso ante San Lorenzo.
La imagen: Solo una foto es mas fuerte que la de los pibes del club llorando el descenso rodeados de Policías, mientras el Monumental se desangraba en violencia. La de Matías Almeyda pechando milicos para besarse la camiseta de cara a la 12. Uno de los pocos gestos de rebeldía y desahogo en el océano de impotencia.
Los arbitrajes: Achacarles la absoluta responsabilidad es un error, aunque no consignarlo no dimensiona por completo el fracaso. Fallas cometemos todos pero la calaña de algunas decisiones perjudiciales levantarán la eterna sospecha. Los bochornosos arbitrajes de Patricio Loustau ante Boca y Sergio Pezzotta ante Belgrano marchan a la cabeza entre las varias zancadillas que terminaron con el millonario por el suelo.
La dirigencia: Los 31 puntos del Apertura hicieron que Passarella sobreestime la valía del plantel. En vez de agregarle calidad, solo arrimó a un descarte como Bordagaray. Pagó el precio de la impericia y, tal vez, de la soberbia. Sus irrupciones aportaron nada más que dudas como cuando, desbordado, inoportuno y sin consultar, fue a la AFA a carajear a Grondona tras la caída ante Boca. No ha sido hasta aquí el Gran Capitán en la tormenta que prometió ser.
La hinchada: Respuestas populares a la altura de la historia. Una fidelidad innegociable pese a los sopapos de la realidad. Hincha es el que aguanta, hincha es el que se enoja pero vuelve. Hincha es el que no exige mas que respeto. Hincha es el que llora su pena con hidalguía. El resto –los que invadieron en Córdoba, los que destrozaron el Monumental- son la pesada herencia de un sistema preparado para que la corrupción, la violencia, y la impunidad, marchen aceitadamente. Ellos también nos mandaron a la B.