Amistoso internacional - 24/01/57.
Pocas cosas más satisfactorias para un maestro, que ver al alumno agarrar viaje solo, guiado por las enseñanzas inculcadas por su predica docente. Cuando se habla de la famosa “Escuela riverplatense” no se está haciendo mención a algo etéreo o simbólico. Es un hecho rotundo y real, comprobable tan solo con un repaso veloz de la historia o con la visión atemporal de la herencia que esos sucesos han dejado. El fútbol –hoy en día ya un señor añoso y mañoso- tuvo su tiempo de inocencia y descubrimiento. Ese fútbol ya fue, muerto a expensas del negocio. Con la copa de su árbol alcanzando alturas demenciales, quedan bajo tierra los recuerdos de sus raíces. Años virginales y asombrosos al fuego del placer y la admiración por los grandes maestros que compartían el juego por el mundo. Muchos de esos grandes maestros, eran Argentinos.
Las famosas giras de River Plate dejaron una onda huella en buena parte del planeta. En el afán de cosechar divisas y prestigio, subyacía un espíritu docente que prendió velozmente en masas que habían soñado las hazañas de equipos como La Maquina como algo inalcanzable. Fueron tours agotadores, montados en aviones y barcos precarios, descubriendo en cada puerto un público nuevo al cual inculcarles el arte del fútbol mejor jugado.
Una de las tantas giras históricas de la banda roja, se realizó por Perú y Colombia entre los meses de diciembre de 1956 y Enero de 1957. Fue en las tierras del café, (Luego tan caras al sentimiento riverplatense por jugadores históricos como Ángel, Yepes o el mismo Radamel, o por el recuerdo de las finales de Copa ante América), donde el furor millonario se desató en toda magnitud. Habitaba aún por esos lados el duende encantador de “El Dorado colombiano” y las magnificas exhibiciones de Pedernera, Di Stéfano o Pipo Rossi, hombres que elevaron el sello River a escala global.
El partido ante la Selección del Valle del Cauca era el punto final de un periplo que entre viajes, hoteles, partidos y anécdotas habían consumido las energías de un plantel, deseoso no obstante, de mantener el invicto de hasta allí 11 partidos, producto de 7 triunfos y 4 empates. La empresa no parecía demasiado dificultosa. Los vallecaucanos eran un semiprofesional y entusiasta rejunte mas o menos formal de los mejores exponentes de la región, pero a años luz del renombre y la capacidad del elenco riverplatense.
Las 20.600 personas que completaron el Pascual Guerrero de Cali (aún no con la fisonomía que hoy se le conoce) asistieron a una fiesta. Ni bien apareció River una cortina de aplausos cayó de las tribunas y los jugadores locales se fueron al humo a cambiar banderines y a sacarse fotos con Ángel Labruna, Amadeo Carrizo y Pipo Rossi, lo cual demoró unos 10 minutos el comienzo del partido. El árbitro inglés Sir Charles Mc Kenna tuvo que despejar a silbatazo limpio a las varias decenas de curiosos para poder dar el kick off. Pero los Vallecaucanos no eran ningunos improvisados. Eso, más la fatiga millonaria y el sofocante calor de la tarde caleña, hicieron del partido un evento trepidante e incierto. Al bagaje de talento y capacidad técnica de River se anteponía un equipo batallador y respetuoso del balón. A los 21 del primer tiempo, Labruna metió un pase entre líneas para el pique de Sívori que controló con izquierda y definió cruzado de derecha. Lo empató Marino Klinger con un taponazo a los 14 del complemento. Otro pase magistral de Labruna, en este caso a Héctor De Bourgoing posibilitó la nueva ventaja de la banda. Pero a 8 del final una explosión sacudió el estadio, cuando Delio Gamboa sometió a Amadeo decretando el 2-2 final.
Carrizo; Pérez y Vairo; Mantegari, Rossi y Sola; De Bourgoing, Sívori, Menéndez, Labruna y Zárate jugaron por River. Benítez; Abadía y Mina; Sinisterra, Escobar y Sánchez; Valencia, Gamboa, Klinger, Cabezas y Mosquera actuaron por los locales. El cierre del partido encontró a todos contentos. River por cerrar su gira en forma invicta, y los locales con el orgullo de no haber sido menos que la admirada potencia argentina. Los mismos aplausos del inicio despidieron a ambas escuadras ya con el sol agazapándose en el horizonte.
Muchos años después, un 5 de septiembre de 1993, un seleccionado Colombiano humilló a Argentina con un 5-0 en el mismísimo Monumental de Núñez por un juego de eliminatorias. La prensa nacional no encontró un mejor elogio para los cafeteros que decir: “Colombia juega la nuestra”. Todos sabíamos que la semilla de “la nuestra” la habían inoculado hacía mucho tiempo fabulosos equipos y jugadores como aquellos de River Plate.
Pocas cosas más satisfactorias para un maestro, que ver al alumno agarrar viaje solo, guiado por las enseñanzas inculcadas por su predica docente. Cuando se habla de la famosa “Escuela riverplatense” no se está haciendo mención a algo etéreo o simbólico. Es un hecho rotundo y real, comprobable tan solo con un repaso veloz de la historia o con la visión atemporal de la herencia que esos sucesos han dejado. El fútbol –hoy en día ya un señor añoso y mañoso- tuvo su tiempo de inocencia y descubrimiento. Ese fútbol ya fue, muerto a expensas del negocio. Con la copa de su árbol alcanzando alturas demenciales, quedan bajo tierra los recuerdos de sus raíces. Años virginales y asombrosos al fuego del placer y la admiración por los grandes maestros que compartían el juego por el mundo. Muchos de esos grandes maestros, eran Argentinos.
Las famosas giras de River Plate dejaron una onda huella en buena parte del planeta. En el afán de cosechar divisas y prestigio, subyacía un espíritu docente que prendió velozmente en masas que habían soñado las hazañas de equipos como La Maquina como algo inalcanzable. Fueron tours agotadores, montados en aviones y barcos precarios, descubriendo en cada puerto un público nuevo al cual inculcarles el arte del fútbol mejor jugado.
Una de las tantas giras históricas de la banda roja, se realizó por Perú y Colombia entre los meses de diciembre de 1956 y Enero de 1957. Fue en las tierras del café, (Luego tan caras al sentimiento riverplatense por jugadores históricos como Ángel, Yepes o el mismo Radamel, o por el recuerdo de las finales de Copa ante América), donde el furor millonario se desató en toda magnitud. Habitaba aún por esos lados el duende encantador de “El Dorado colombiano” y las magnificas exhibiciones de Pedernera, Di Stéfano o Pipo Rossi, hombres que elevaron el sello River a escala global.
El partido ante la Selección del Valle del Cauca era el punto final de un periplo que entre viajes, hoteles, partidos y anécdotas habían consumido las energías de un plantel, deseoso no obstante, de mantener el invicto de hasta allí 11 partidos, producto de 7 triunfos y 4 empates. La empresa no parecía demasiado dificultosa. Los vallecaucanos eran un semiprofesional y entusiasta rejunte mas o menos formal de los mejores exponentes de la región, pero a años luz del renombre y la capacidad del elenco riverplatense.
Las 20.600 personas que completaron el Pascual Guerrero de Cali (aún no con la fisonomía que hoy se le conoce) asistieron a una fiesta. Ni bien apareció River una cortina de aplausos cayó de las tribunas y los jugadores locales se fueron al humo a cambiar banderines y a sacarse fotos con Ángel Labruna, Amadeo Carrizo y Pipo Rossi, lo cual demoró unos 10 minutos el comienzo del partido. El árbitro inglés Sir Charles Mc Kenna tuvo que despejar a silbatazo limpio a las varias decenas de curiosos para poder dar el kick off. Pero los Vallecaucanos no eran ningunos improvisados. Eso, más la fatiga millonaria y el sofocante calor de la tarde caleña, hicieron del partido un evento trepidante e incierto. Al bagaje de talento y capacidad técnica de River se anteponía un equipo batallador y respetuoso del balón. A los 21 del primer tiempo, Labruna metió un pase entre líneas para el pique de Sívori que controló con izquierda y definió cruzado de derecha. Lo empató Marino Klinger con un taponazo a los 14 del complemento. Otro pase magistral de Labruna, en este caso a Héctor De Bourgoing posibilitó la nueva ventaja de la banda. Pero a 8 del final una explosión sacudió el estadio, cuando Delio Gamboa sometió a Amadeo decretando el 2-2 final.
Carrizo; Pérez y Vairo; Mantegari, Rossi y Sola; De Bourgoing, Sívori, Menéndez, Labruna y Zárate jugaron por River. Benítez; Abadía y Mina; Sinisterra, Escobar y Sánchez; Valencia, Gamboa, Klinger, Cabezas y Mosquera actuaron por los locales. El cierre del partido encontró a todos contentos. River por cerrar su gira en forma invicta, y los locales con el orgullo de no haber sido menos que la admirada potencia argentina. Los mismos aplausos del inicio despidieron a ambas escuadras ya con el sol agazapándose en el horizonte.
Muchos años después, un 5 de septiembre de 1993, un seleccionado Colombiano humilló a Argentina con un 5-0 en el mismísimo Monumental de Núñez por un juego de eliminatorias. La prensa nacional no encontró un mejor elogio para los cafeteros que decir: “Colombia juega la nuestra”. Todos sabíamos que la semilla de “la nuestra” la habían inoculado hacía mucho tiempo fabulosos equipos y jugadores como aquellos de River Plate.