Un pequeño corrientazo debió subir por la espalda del pequeño Lev. Es lo que tiene sentir curiosidad por la electricidad, es ese pequeño peaje que hay que pagar, debió decirle su madre. Y como si aquel corrientazo se hubiese quedado dentro de su médula ósea el pequeño Lev siguió y siguió investigando, probando y, suponemos, electrocutandosé. Su madre lo dejaba, siempre y cuando no dejara de lado sus clases de Chelo. No nos cuesta imaginarlo buscando la forma de estar más tiempo con la electricidad y menos con la música. Un día, un buen día, la suerte se alío con el pequeño y noto como la señal de la radio causaba interferencia a medida que se acercaba. ¿Y si tal vez? pensó antes de ponerse manos a la obra.
Años después su instrumento, llamado Theremin en su honor, lleno de sentido todos los viajes espaciales catódicos, ese ululante aullido era perfecto para simular lo desconocido del vuelo irregular de los selenitas. Hizo las delicias de los amantes del Cine y la Televisión en los cuarenta y cincuenta. Millones de niños americanos quedaban hipnotizados ante esos uuuuuuuuu larguisimos y llenos de variaciones que sonorizaban la llegada de los extraterrestres, actuando como banda sonora de sábados por la mañana sin colegio, de puro disfrute. Uno de esos niños, el regordete Wilson, no dudo en utilizarlo. Y eso que le dijeron que eso sería propio de un lunático.