MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

¿Novela erótica? ¿Aún?

2.18.2010
Carátula de la novela. Fuente: miaumiau

Hubo una época en la que se publicaban novelas eróticas por doquier. Qué sensación de libertad daba ir a una biblioteca y comprar un librito rosado de La Sonrisa Vertical. Las tres hijas de su madre, por ejemplo, un librazo. O hablar con soltura de Las once mil vergas como si no fuera lo peor de Apollinaire. O encontrar, sin sonrojarse, un libro de colecciones Popof en las librerías de viejo. Incluso un escritor peruano apellidado Tola escribió un libro erótico llamado Lulú, la meona, o algo así, y a uno no le parecía extraño; como no fue extraño leer a Vargas Llosa en La Sonrisa Vertical. En fin, otros años, años sin pornhub, redtube y el fabuloso xvideos.com digamos. Además, ahora cualquier novela, incluso la más ingenua, es más erótica o pornográfica que un sueño húmedo de Henry Miller; la literatura erótica ha desaparecido como género, como sello y como un estante escondido en los anaqueles de las librerías. Pero no por eso ha dejado de existir, de conmover y de ser leída, como quería Cabrera Infante, de una sola mano. Por ejemplo, Linaje, de Gabriela Bejerman (editada por Mansalva) que una amiga bellísima mandó de regalo, a través mío, a su amiga peruana. Y no sé si fue la carátula, la belleza de la amiga que me hizo el encargo o la sensación de abrir a escondidas el paquete primorosamente envuelto y leer este librito que no era para mí, lo que hizo que este libro me conmoviera hasta la excitación. O quizá simplemente fue la calidad del libro, resaltada por Mariano Dorr en Radar Libros. Dice la reseña:

La nueva novela breve de Gabriela Bejerman se lee con la voraz intensidad de la mejor literatura erótica. En el Prólogo se cuenta cómo Irene –adoración de su hermano, Pier Rubinov– abandona un enigmático paquete en las aguas del Puma. Antes de hundirse, la narradora rescata ese “atado de papeles” sin ser vista: “Certeros fueron los métodos que probé para leer lo que se había empapado, y ahora, antes de arrepentirme, traiciono para ustedes un naufragio familiar”. Treinta y cuatro capítulos, de entre una y seis páginas cada uno, se hilvanan atravesados por una idea dominante: tal vez la historia de una familia sea el secreto de sus adicciones. Abel y Beatriz, los padres de Irene y Pier, son tan hermosos y egoístas como los hermanos, pero en lugar de entregarse a las caricias se entrenan en las virtudes del banquete. Los asados interminables seguidos de frutas multicolores no son únicamente una escena de verano sino también una excusa para los ataques histéricos de Irene, que llora y patalea enfurecida por la muerte del animal (un ciervo cazado por Abel y Pier, con arco y flecha) que más tarde deglute “como si nunca hubiera estado vivo”. Los episodios siguen el curso de una prosa poética que brilla con la voz de Bejerman: “La espuma acicateaba burbujas histéricas de felicidad, las piernas vibraban con átomos de luz que se dilataban en la arena virgen”. La unión entre hermanos –que se miran, se presienten, se desean, se acarician...– se interrumpe sólo con la aparición de un intruso (Víctor) y una intrusa (Púrpura), amantes que llegan para diseminar la pasión entre Irene y Pier. Púrpura es una mujer insaciable; Víctor un hombre que sabe ausentarse para remarcar su presencia, desgarrando el corazón de Irene, que igualmente se desangra cuando su amante se lo pide: “Los primeros días de la menstruación, Irene se quedaba en su cuarto. A veces tenía ganas de salir pero Víctor la convencía de estarse ahí, chorreando sola, no la dejaba ponerse nada que absorbiera. La ansiaba, tenía una adoración aguda por su sangre. Al fin y al cabo era incluso mejor tener la menstruación, así no había necesidad de inventar formas de hacerla manar”. Con la idea de dejar unos días la cocaína, aparece entre ellos otra droga con toda su potencia destructiva y liberadora: la Paxia, capaz de introducir una paz desenfrenada en Irene, un cerco de orgasmo y muerte que se traduce en la expresión del desmayo. Víctor la conduce como un chamán: “A ver, abrí las piernas, a ver si cae una gota de sangre. ¿Sí? Hacé fuerza, un poquito, Irene. Ahí va. Mirá qué lindo, así te unto las piernas, ¿te gusta? Tomá, chupame la mano que está toda roja, tomala que te va a hacer bien. No cierres la boca, tomá más, a ver, abrila, qué buena sos”. El furor de Víctor es al mismo tiempo un enamorado satanismo. Pier (siempre fastidiado) y Púrpura (siempre insatisfecha) también se encierran en sus propias prácticas sexuales infernales: “Su concha se transformaba en un cerebro de sentimientos disconformes, que fácilmente la convencían de que Pier era el hombre más estúpido de la Tierra, el más incompetente”. Los personajes se desafían, se vigilan como animales y se obsesionan con el deseo sin objeto. Con una escritura cuidada hasta el detalle, Linaje de Gabriela Bejerman quema las manos del lector... fuego de palabras.

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La zona literaria de Mathias Énard

3.12.2009
Carátula del libro. Fuente: deslivres

Mathias Énard no es un desconocido para los lectores del castellano. Este narrador francés, radicado en Barcelona desde el 2000 y especialista en Medio Oriente, estuvo en boca de todos hace unos años al publicar con Belaqua el Manual del perfecto terrorista (aquí hay un fragmento de la obra). El año pasado publicó en Francia un libro de memorias bajo el título Zone (el libro se publicó la semana pasada en castellano en La Otra Orilla, en la editorial Norma, según me datea un comentarista). En la revista The Quartely Conversation hacen una reseña del libro y en ella me ha llamado la atención, sobre todo, el amplio -y atractivo- círculo de referencias al que se alude para hablar de este libro. El absoluto eclecticismo. Gracias a Dios:

In 1913 Apollinaire published Alcools, his famous poetry collection, which is entirely devoid of punctuation and includes a text entitled “Zone.” And indeed, Apollinaire is one of many writers quoted in this book and probably one of its most important references: as Énard himself commented, his poem and the novel share many thematic aspects. Apollinaire is hardly alone among literary referents, as there is not only a lot of violence in Zone; there is also a lot of literature. The two things held in common by most of the writers Énard mentions in Zone are their personal ties with the Mediterranean and their own history with its ills and its violence. Burroughs, an adept of the concept of a “Zone,” is also another Zone wanderer. Although he does not grace the book’s pages, it is difficult not to think of Claudio Magris, not only because some pivotal scenes take place in his beloved Trieste but also because Énard uses ideas of frontiers and mixed identities. Another such writer that might come to mind while reading Zone is Thomas Pynchon, another artist of the Zone who, geographically speaking, never quite haunted Énard’s chosen stomping ground (notwithstanding the disturbing scenes at Casino Göring or the Maltese escapades). A Pynchonian pessimism seems to fill Zone’s pages, as Francis’ worries spiral around the Italian countryside he fails to see in his night train, even as he sees places like Tangiers, Barcelona, and Beirut all too clearly in his head. Furthermore, readers of Against the Day will find familiar Énard’s use of train transports as a metaphor of the century’s woes, as this mirrors Pynchon’s own assessment of them in Against the Day, where he noted that the train was primarily developed to dispatch troops faster and farther. The two writers other than Apollinaire that Énard comes back to most often in Zone are Ezra Pound and Maurice Bardéche. The latter was the brother-in-law of Robert Brasillach, the infamous collaborationist writer who was executed after WWII. Bardéche was the intellectual face of French fascism, a leading Holocaust denier and a strong critic of the Nuremberg trials. He died peacefully at the age of 91 in 1998. In Zone, Bardéche gives Francis Servain, then a neofascist youth, his 1939 book on the Spanish civil war, which he boasts gestated under Franco. In a way, Bardéche is the man who first puts Francis on the trail of the evils of his chosen zone of action. Pound’s presence, obviously very political, is even more literary: one feels that, as much as Francis, Énard loves the Mussolinian poet. His work is quoted, his life in Italy told. His presence is one of madness and of genius: he is probably the writer who most intimately fits, in equal measure, the form and content of Zone’s literary project. There are other writers or literary works that do not appear on the pages but do appear in one’s mind while reading this book. In some ways, this seemingly never-ending list of slaughters, wars, political games, terrorist acts, and historical wrongs of the Mediterranean area, told on many occasions with a very matter-of-fact tone, is reminiscent of Roberto Bolaño’s take on Ciudad Juarez’s mass murders of women in the fourth part of 2666. And, like 2666, Zone doesn’t tell us about the banality of evil, it tells us about a civilization numbing its senses, about hopelessness, about disillusion. Finally, there is also more than a hint of Sebald at play here. The comparison doesn’t work on a stylistic level, although, much like Sebald’s books, while Zone appears to be infinitely digressive it is really centered on strong themes that lurk behind everything that happens: there is always something else the narrator thinks about, there is always something to distract him from the very event he—and the reader—was reliving. This only serves to emphasize the feeling put forward by both authors: Sebald would load every object with a history and make it a significant piece of his narration; Énard does the same with the political events Francis walks through. Both The Rings of Saturn and Zone tell the tale of an internal voyage of sorts.

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Las cartas de la amante de Apollinaire

12.28.2008
un caligrama de Apollinaire. Fuente: elpaís

Se van a publicar en España por primera vez las cartas a la amante de Apollinaire, enviadas durante la I Guerra Mundial. La verdad es que no me llaman tanto la atención: dudo que sean tan inteligentes y lúcidas como las de Gustave Flaubert a Lousie Collet; tan arrebatadas e hipocondriacas como las de Kafka a Milena; o tan pornográficas como las de Joyce a Nora. Después de eso, solo queda escribir mensajitos en facebook. Eso sí, en algunas de ellas pueden encontrar algunos caligramas. No podría con su genio. Dice la nota:

En Cartas a Lou, Apollinaire "explora y experimenta nuevas vías literarias". Son textos puramente vanguardistas, que escribió mientras estaba en el frente, al que acudió voluntariamente. Apollinaire conoció a Lou en septiembre de 1914, poco antes de incorporarse al 38 Regimiento de Artillería de Campaña y de ese encuentro nació una apasionada y encendida relación amorosa. Los poemas y las cartas en que se arroparon muestran la evolución de su relación y su exploración literaria: están sus primeros caligramas, textos ideogramáticos que luego se convertirían en su gran aportación a la poesía de las vanguardias de principios de siglo XX.
En ellas, dice Pino, se puede observar su experimentación poética, "desde unos poemas más clásicos, que siguen los esquemas tradicionales métricos, hasta unos poemas más libres, sin rima ni esquemas rígidos, todos integrados en las cartas". Los textos son esencialmente amorosos, con una fuerte carga erótica, que permiten observar también la relación entre el escritor y su amante. Las primeras muestran una relación de amor cortés, mientras que en las últimas, "Lou acaba siendo su esclava", dice Pino. En ellas, además, hay una marcada influencia del Marqués de Sade, según su traductora, aunue también se incluyen muchas referencias a muchos personajes del mundo de la vanguardia, en constante contacto con el poeta.

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