massobreloslunes: A. y la felicidad

miércoles, 24 de enero de 2007

A. y la felicidad

Hoy quería hablaros de mi amiga A. A. es eslovaca y va a mi clase, y nos conocemos desde hace apenas un año. Al principio pensaba que era una empollona; después, que era una histérica. Finalmente, me he enterado de lo que realmente es: una personita estupenda, admirable, con un corazón enorme y tierno.
A. tiene una hija de dos años y medio, L. A. tiene veintidos años, es decir, que tuvo a la nena con diecinueve. Está casada con el que fue su profesor de español en Eslovaquia, que ahora tiene treinta y cinco años.
A partir de esta breve descripción, la mayoría de la gente suele hacerse una composición de lugar un tanto típica. Pobrecita A., se está perdiendo lo mejor de su vida, mira que tener una niña ahora, vive como si tuviera diez años más. Pobrecita, pobrecita.
Sí que es cierto que A. está siempre bastante agobiada. En el tiempo que yo ocupo en dormir la siesta, ella estudia y hace trabajos para estar libre a las cuatro y media y recoger a L. a su guardería bilingüe. A veces falta a clase porque su niña está mala, o no se puede venir de fiesta porque no tiene con quién dejarla. No sé de dónde saca ella el tiempo que yo digo que me falta, pero siempre está ahí, siempre hace las cosas a tiempo. Es fuerte y tenaz, es muy valiente y, más que responsable o que empollona, sabe lo que tiene que hacer, y lo hace.
Pero es que, además, A. es feliz. Tendríais que verla cuando habla de su niña. Se le ilumina la cara. Con veintidos años, le sobran energías para jugar con ella; las energías que a muchas de las madres de treinta y muchos que hay hoy les faltan, después de haber aprovechado su juventud, o llamadlo como quieras. Tuvo un parto fácil y una recuperación rápida. La cuestión es que, más allá de consideraciones fisiológicas (porque es cierto que su edad es la óptima para ser madre, hablando solamente desde el punto de vista biológico), creo que ella es un ejemplo de sabiduría vital. No buscaban a la niña, no le haría mucha gracia cuando se enteró, pero no la cambiaría por nada. Reivindica su derecho a no ser compadecida, porque tiene una hija preciosa y listísima, un marido que la adora y al que adora, una carrera que le gusta, buenas amigas.
La vida no tiene por qué seguir los patrones que nadie fije, ni aunque esos patrones estén pensados, en teoría, para nuestro bien. Me alegro por A. y por su felicidad arduamente conquistada. La envidio, a veces; no por la vida que tiene, sino por la forma en que la vive.
Más allá de todo eso, escribo este post para prohibiros, total y absolutamente, que sintáis pena por ella. Ni un poquito. Si acaso, como yo, algo de envidia y toneladas de admiración.

3 comentarios:

  1. A mi no me da nada de pena, el tiempo se multiplica cuando lo necesitas y tener un niño es maravilloso (claro que el mío es el mejor)
    Yo no creo que no tengamos bebés antes por disfrutar de la vida, no lo hacemos porque normalmente a los dieciocho no has encontrado todavía a LA persona con quién tenerlo, vamos, no te has encontrado ni a tí misma.
    Pero si la vida te pone a un Compañero por delante, lo normal es aprovecharlo.
    El único problema es que con esa diferencia de edad probablemente en seis o siete años estén cada uno por su lado, aunque de eso no se libra nadie no?

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  2. Yo no siento nada de pena por ella tampoco. Date cuenta de una cosa: Cuando la criatura crezca, va a tener a su madre joven, podrá incluso salir por ahí. No habrá ese salto generacional tan grande que en ocasiones provoca incomunicación, falta de entendimiento y desconfianza.
    Me parece genial. Y te lo dice un treintañero que también quiere traer a un cachorro al mundo... a pesar de como está este!!
    Salud/OS!

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  3. Lo cierto es que lejos de darme pena, yo admiro mucho a la gente que es capaz de desplegar toda esa actividad y disfruta de ella, sea lo que sea lo que haga.
    Eso sí, yo jamás tendré hijos, estoy seguro de que hay una delegación de los tribunales de la Haya vigilándome constantemente para que no pueda engendrar con nadie. Imagínate, ¡¡¡un hijo mío y de la persona que acepte compartir su vida conmigo!!!! No puede salir nada bueno de ahí, les entiendo.

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