massobreloslunes: 07/16/08

miércoles, 16 de julio de 2008

Marco

Intento escribir sobre Marco y no me sale. Tal vez porque lo mejor ya se lo escribí a él en su casa, mientras tocaba la guitarra con Shiva tumbado a sus pies y me miraba por el rabillo del ojo. Habíamos pasado ya una noche juntos en la playa: una de esas noches perfectas, de novela, con sus ojos brillando en la oscuridad enmarcados por las copas de los árboles. Nos abrazamos, nos besamos, hicimos el amor dos veces, nos reímos con juegos de palabras mitad en español, mitad en italiano, aprendimos cómo se decía en la lengua del otro cada una de las partes del cuerpo.

La noche que pasamos en su casa, sin embargo, es extraña, turbulenta. Los dos estamos cansados y yo me marcho mañana. Marco se acerca y se aleja alternativamente, como un animal desconfiado, y cada uno de sus gestos me dice que me mantenga a una distancia prudente para no asustarle. Por la mañana da vueltas a mi alrededor como un satélite, como la luna, y yo, sentada a medio vestir en la cama, le miro y pienso en lo mucho que me gusta este chico, en cómo tiemblo sólo teniendo cerca su presencia eléctrica. Está tan lejos y, sin embargo, puedo sentirle muy cerca, rodeada de sus libros, sus objetos, sus pañuelos colgados en un somier en vertical, la mezcla seca de pinturas acrílicas sobre su paleta de madera.

Marco toca la guitarra de esa forma en que tocan los músicos y que a mí me pone a veces un poco nerviosa: como si no le importara mucho si le escuchas o no. Al final de cada canción, sin embargo, me mira y me pregunta “Ti piace?”, y yo contesto, sonriendo, que me gusta mucho, que es bellísima. Todo lo que podríamos decirnos si compartiéramos una de nuestras lenguas nos mira, agazapado, desde las esquinas de su casa enorme. No sé cómo contarle que puedo sentir su fuerza vibrando desde cada uno de sus gestos, que me llegan al mismo tiempo su luz y una oscuridad profunda e insondable, su gran ternura y su dolor. No sé cómo decírselo, así que le pido un papel y un boli (ya le he dicho que escribo), y me hago un hueco en su mesa atestada mientras él me mira de reojo con un punto de desconfianza. Me pongo el bolígrafo entre los dientes, tamborileo con los dedos, intento encontrar una primera frase que funcione. Escribo en la parte superior “Marco”, y después empiezo: Marco tiene los pies anchos y morenos, y una mirada larga, de pestañas negras y mentirosas, que te dice “derrítete”; y la primera vez que me mira, yo obedezco y me derrito”. Escribo sin parar varias páginas y, por primera vez en toda la mañana, noto que Marco está desorientado, porque ahora es él quien me siente lejos, quien nota cómo mi burbuja me envuelve y le mantiene a una distancia de seguridad, y no sabe qué hacer entretanto. Barre el suelo, le pone la comida a Shiva, alisa la almohada sobre la cama, se sienta a ver un vídeo de Pink Floyd. Cuando termino, cierro la libreta y la dejo sobre la mesa, porque no quiero imponerle mis palabras. Sin embargo, él me pide que se lo lea, así que me siento al otro lado de la cama y leo en castellano, despacio, confiando en que pueda entender lo suficiente pero no todo. Le cuento algo de lo que he visto en él y de lo que he sentido; lo bueno de no volver a verle nunca es que en estos momentos no tengo miedo de nada. Él me mira fijamente, y cuando termino me sonríe, gatea hasta donde yo estoy y se me tumba encima, abrazándome. Yo le abrazo también y me parece oírle sollozar un poco mientras le acaricio la cabeza, despacio.

Después de eso ya no hay nada. Ni direcciones, ni más fotos que las que ya tengo en la cámara digital, ni números de teléfono. Me dice que me buscará cuando vaya a España, pero se trata de una mentira tan lejana y tan bonita que tampoco le hago mucho caso. Me despido de él con la sensación de haber vislumbrado por unas horas una tierra desconocida y hermosa, y con el alivio de saber que me alejo de un hombre que podría volverme loca si quisiera. Le miro mientras recoge sus cosas, se pone su sombrero de camorrista y se cuelga la guitarra a la espalda, y disfruto del deseo y la avidez de tenerle cerca. La verdad es que no sé qué ha pasado por su cabeza en estos dos días; es difícil distinguir sus emociones de sus maneras de seductor impenitente. Sí sé, sin embargo, lo que ha pasado por la mía, y ha sido bonito, y extraño, e intenso, y fugaz, y se lo agradezco de verdad.

Aunque, por qué no confesarlo, el corazón me duele un poco.

Ya estoy aquí

Buenas a todos.
Ya he vuelto de Italia y estoy un poco de bajón. Ha sido un viaje maravilloso, con romance italiano incluido del que os hablaré en breve (nota: no a los tópicos antes de tiempo sobre los italianos, por favor).
Ahora estoy triste. Aquí no están mis amigas, nadie habla italiano, no hay bicis de paseo ni te despierta el frutero cantando "I pomodori per la salsa". Me siento como cuando era pequeña y volvía de los campamentos y, de repente, la soledad que había echado a ratos de menos se me hacía enorme.
En fin, que estoy un poco alucinada por la falta de sueño (apenas he dormido en tres días, entre el mencionado romance y el tren nocturno), pero quería dar señales de vida y agradecer los comentarios que me habéis dejado. Es tierno lo mucho que habéis tardado algunos (no miro a nadie) en enteraros de cómo iba lo de los posts programados.
Mañana sigo, entonces. Buenas noches y un beso grande.