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domingo, 1 de junio de 2014

LA ÚLTIMA VEZ



Los alumnos de bachillerato se dispersan por los pasillos después de que  suene el timbre. Nadie diría que hay algo diferente en sus pasos, en sus conversaciones o en el modo de derrumbarse sobre el césped del patio. Sin embargo, es la última vez que lo harán. Los observo desde la ventana y casi podría decir que espero una pequeña hecatombe de miradas, un gesto de complicidad, algo que los haga conscientes de esta última vez, pero nada sucede.

El aire de la primavera caprichosa sigue siendo frío y una bandada de nubes cubre las expectativas de una tarde de molicie en el espigón del muelle. Se dispersan en grupos, algunos bromean, otros se afanan con el móvil, la mayoría sale ordenadamente hacia la calle. La última vez se diluye en el aire sin que nadie quiera retenerla. 
Quizás es mejor así, querida Lula, soy ya lo bastante viejo como para haber aprendido a dejarlos ir. A lo largo de los últimos años he visto cómo se modelaban sus cuerpos excesivos o insuficientes, cómo se fueron cubriendo de una costra de rutina que poco a poco silenció la inevitable arrogancia adolescente. He asistido a la historia de esa mochila agujereada y esa carpeta carcomida por los bordes, llena de fotos felices y de versos. He ido puliendo, como un artesano, sus letras desmañadas, sus cuadernos sin tapas, sus bolígrafos mordisqueados, sus gruñidos de lunes insomne… He navegado en su euforia o su tristeza y hasta es posible que ellos lo hayan hecho también en las mías sin yo saberlo.

Dentro de unos días, la directiva del centro celebrará un acto oficial de despedida. Habrá discursos, camisas planchadas, ojos pintados, tacones y vestidos de fiesta. Habrá fotos, muchas fotos y es posible que lágrimas en una ceremonia autocomplaciente y catártica. Pero nada quedará de este instante en que los observo alejarse de las aulas para siempre.

No espero su agradecimiento, ni una palabra de despedida, ni siquiera aspiro a su recuerdo. Creo que han pagado con creces todo aquello que pudieran deberme porque en algún momento de estos años pasados he visto el destello de la curiosisdad en su miradas. En algún momento del invierno he vivido ese efímero instante en el que mis palabras fueron las suyas, tal vez para siempre. 

Querida Lula, recibe un abrazo de tu -cada vez más- viejo y cansado profesor.
Lucas Tanner.

viernes, 7 de junio de 2013

MI VOZ BUSCABA EL VIENTO PARA TOCAR SU OÍDO

Siempre me arrepiento nada más empezar. Explicar poesía a unos adolescentes derrumbados sobre el pupitre es, a estas alturas del curso y de la vida, derrumbarse también sobre la mañana lluviosa de mayo. Reparto las fotocopias mientras ellos las recogen con gesto mecánico hablando de cualquier cosa. Espero su silencio, que tarda en llegar, que nunca es del todo silencioso ni inmóvil, pero acaba por  dejar que mi voz encuentre poco a poco su hueco en el aula.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
JH. se sienta al final de la clase con su visera echada hacia delante. No tiene libro ni libreta desde ya no sé cuándo. En realidad lo único que tiene en la vida es esa pequeña rebeldía en la que se atrinchera y que cada vez le salva de menos cosas. 
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
T. y A. están hechos de ese material inconsistente de la ignorancia aplaudida por sus mayores, de la trapacería mezquina, de la tabla rasa del desprecio hacia todo lo desconocido. Con los ojos fijos en la pared, bostezan ostensiblemente y sonríen con una malicia diminuta.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
M. abre sus ojos redondos como esferas, llevado por una música de sílabas que no acierta a comprender aunque le hable en su propio idioma. Arruga el ceño y copia... quién sabe qué copia en su libreta florecida de faltas de ortografía.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
L. y M. siguen los versos con arrobo de muchacha mal enseñada. Se miran de vez en cuando, partícipes de una complicidad de callejón oscuro, pequeña sordidez de barrio en la que van escribiendo sus conquistas como escriben versos infames en sus carpetas.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
C. me escucha sumido en un silencio doloroso. Serio y frágil, como un pájaro herido, aletea por los pasillos sin atreverse a reconocer el secreto a voces de su deseo. Es el más educado, el más callado, el que menos sabe del mundo y de las cosas.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
S. mira por la ventana. S. mira siempre por la ventana, como un convicto sin esperanza, como un naúfrago en una isla, como un vigía a la espera de las tropas liberadoras.
Y así van pasando mis ojos por los pupitres mientras el sonido de mi lectura parece llenar el aire de un recogimiento cada vez más espeso, más anárquico e inconsistente, más evocador o tedioso. Pero flota, por un instante sobre sus cabezas, el poder efímero y prodigioso de las palabras.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Mi querida Lula, ahora sé por qué a pesar de arrepentirme siempre, reincido año tras año en el delito de la poesía.
Recibe un fuerte abrazo de tu viejo profesor
Lucas Tanner

lunes, 4 de febrero de 2013

JAVIER


Javier es muy pequeño, demasiado pequeño para su edad. Aunque acaba de cumplir los quince, su tamaño no supera al de un niño de nueve o diez años. Toda su ropa, en cambio, es enorme y desproporcionada: los pantalones que arrastra a duras penas por los pasillos, las sudaderas que se le descuelgan de los hombros y le tapan las rodillas... parece que todo él estuviese menguando en lugar de crecer.
Su mesa es la más desordenada de la clase. Libretas, libros y hojas sueltas mantienen un difícil equilibrio en el pupitre hasta que inevitablemente se precipitan hacia el suelo una y otra vez. Entonces Javier pide perdón, te mira con sus ojos pequeños y negros -siempre muy abiertos- y recoge con torpeza todas sus cosas... una y otra vez.
Nunca sé bien dónde está, aunque su cuerpecillo diminuto ocupe una silla con la misma forma de sentarse, en el borde, de cualquier manera, con la precariedad de quien está de prestado en todas partes y no es capaz de tomar posesión ni del aire que respira. No consigue mantener la atención más de un minuto seguido y cuando se lo haces notar, regresa de no sé qué mundos invisibles musitando un "perdón profe" compungido. Un minuto de pequeña y mísera realidad flota en el aire hasta que Javier, una y otra vez, regresa a algún refugio donde nadie puede alcanzarlo.
Pasa las tardes en la calle, con su skate, rodeado de chicos mayores que han abandonado sus estudios y sobreviven ocupando el barrio, hablando de la última pirueta de un héroe desconocido, sentados en los bancos del parque sobre montañas de tedio y pipas.
Los padres de Javier iban a separarse poco después de que él naciese.  Una tarde en la que, como de costumbre, el rencor y el desprecio iban llenando los rincones de la casa, su padre sufrió un desmayo del que no parecía recuperarse. Un derrame cerebral lo mantiene en estado coma desde entonces. La madre trabaja como limpiadora en un almacén de plásticos y se ocupa del padre de Javier. Un cuerpo inerte por el que imagino no puede albergar ya ningún sentimiento posible. 
Algunos compañeros me dicen que tengo demasiada paciencia con Javier, que es insoportable su actitud ausente, su desorden, que necesita un severo castigo. No sé por qué yo lo imagino siempre  caminando hacia casa al anochecer, naufragando en su ropa, con el skate bajo el brazo, perdiéndose en los callejones del barrio, perdiéndose en esos otros mundos recónditos que le aplazan el momento de entrar en la sordidez de la vida. Incluso pienso si no habrá algo de pequeña rebeldía en el hecho de no crecer, si no será todo parte de un plan premeditado en el que se hará cada vez más y más pequeño hasta desaparecer.
Así que supongo que no importa demasiado si lo dejo vagar un poco por ese mundo paralelo donde estoy convencido de que es un muchacho alto y fuerte, su madre tiene el corazón intacto y su padre lo espera respirando, acodado en la ventana.
Gracias por escuchar una vez más, querida Lula, a tu viejo y cansado profesor.
Lucas Tanner

jueves, 1 de noviembre de 2012

MAURO

Mauro es una de esas personas que parece transitar por la tierra como una pluma: de forma ligera, imperceptible. Nada llama la atención en sus ademanes, en su físico, en su forma de vestir y de comportarse. Tiene 17 años y llegó hace un mes de Cuba. Cuando me mira desde sus ojos negros, negrísimos y enormes es como si se abriera un mar oscuro y doloroso que no alcanzo a descifrar del todo. En realidad, Mauro sólo abre esos agujeros negros que lo comunican con el mundo y aprieta los labios impotente. No he logrado arrancarle una palabra. Le pregunto por los deberes, le pregunto si sabe en qué aula tenemos clase, le pregunto por qué no tiene libro, le pregunto qué le sucede, si está bien, si necesita algo y él me responde siempre con su mirada acuosa y nocturna. He intentado averiguar algo entre sus compañeros, pero todos se encogen de hombros con desgana. Nadie le conoce, acaba de llegar y es tímido.
Hace poco supe, por una compatriota suya, que Mauro no quería venir a España. Una reagrupación familiar lo trajo a él, a su hermana y a su madre con apenas lo puesto. En la Habana quedaron todos sus amigos, su novia, los atardeceres del Malecón y algo cálido y dulce que no sabe expresar. Su padre ahora está en el paro. De los cuatrocientos euros que recibe de ayuda, doscientos cincuenta van a parar al alquiler de la casa. Una casa linda, con habitaciones, con puertas, acogedora.
Ayer lo encontré, perdido, como siempre, en la oscuridad de su silencio. Lo llevé a la biblioteca y se dejó arrastrar, manso y triste. Le enseñé los libros, las películas, los ordenadores, las revistas, los cómics... Creí que no había entendido nada, que los sonidos resonaban en su cabeza como una música incomprensible. Pero me equivocaba. Mauro abrió su ojos excesivos y musitó a duras penas: Gracias.
Nadie, nadie se merece que la miseria le arranque el don de la palabra.
Un abrazo, mi querida Lula, de tu viejo profesor
Lucas Tanner

martes, 22 de mayo de 2012

ENSEÑANZA PÚBLICA



Querida Lula, te mando fragmentos de una carta que apareció esta mañana en mi mesa. La escribió un alumno del último curso, un chaval por el que nadie apostaba hace unos años. Quisiera dejarla  aquí como testimonio de esas cosas que van más allá de cualquier cifra. Como testimonio de algo irrenunciable que nunca debemos olvidar: el derecho de todas las personas a una educación libre.

Llegando al final de mi viaje, veo claro todo lo que ha significado este año estudiar la asignatura de Literatura Universal. Además de ayudarme a conocer a los grandes genios de las letras, ha hecho que me sintiera interesado en sus libros y lo más importante, me ha aportado muchos momentos de diversión que permanecerán para siempre en la memoria de mi último año en el instituto.
He leído buenos libros, he visto buen cine, he aprendido a valorar la muerte accidental de un chico por culpa de un bache, he entonado la dama de Shalott, he hecho exposiciones sobre genios como Faulkner, he conocido a Pessoa (aunque algo me dice que nunca lo llegas a conocer del todo), me he quedado hasta las tantas haciendo comentarios de texto... pero sobre todo, he disfrutado muchisimo viniendo a clase. 
Ahora me doy cuenta de que la verdadera victoria íntima, esa de la que nos habla usted siempre, señor Tanner, es que un alumno como yo pueda decir al final de curso que ha aprendido y disfrutado. Y ésta es una victoria que no se podría haber dado fuera de un instituto público.
Mientras escribo esta carta, sentado en el último pupitre (escuchando una de las versiones más preciosas de Knocking in heaven's door) viendo la misma clase llena de fotos de Kerouac, Virginia Woolf, Oscar Wilde, Whitman, viendo a todos mis compañeros, tan diferentes, me doy cuenta de todo lo que estos años han significado para mí. Me invade una sensación de plenitud que se convierte en nostalgia. Sé que mi viaje a otras Ítacas proseguirá fuera de estas aulas, sentiré muchas veces esta nostalgia, pero estos años formarán siempre parte de mí. 
Nos vemos en Yoknapatwpha. Gracias por todo señor Tanner.

Un beso, querida Lula, de tu viejo profesor.

viernes, 3 de febrero de 2012

WILL

A. dice palabras como "piélago" "infortunio" "ultrajes" y no estoy muy seguro de que las comprenda, pero pone énfasis, gesticula, arruga su joven ceño, se muerde el labio, se mesa los cabellos y mide las pausas como ha visto hacer a los grandes actores de cine.
J. quiere ser Julieta. No encuentra un Romeo que dé la talla a su envergadura corpulenta, pero eso no parece detenerla. Ha convencido a su mejor amiga, le ha recogido el pelo y le ha pintado una barba. Poco importa la réplica: ella quiere ser Julieta.
B. lleva el pelo rapado por los lados y un pendiente. Llegó hace dos años de Suiza y se arma un lío tremendo con las palabras. Recita envarado, titubeando, pero subido a la tarima parece que todo se le perdonara.
R. dice 'Chespir' y los demás sonríen con la benevolencia de los iniciados. Es mexicano y de piel muy oscura. El verso en sus labios fluye suavecito y extraño, ligero, con una seriedad legendaria. Alguien habla de Otelo y todos lo señalan sin discusión.
Empezó como un juego y ahora me suplican que sigamos, con ese entusiasmo chispeante y efímero que los caracteriza. No tienen una dialéctica muy esmerada y tal vez no aciertan a encontrar el porqué de todo esto, pero lo cierto es que para ellos "Will es el puto amo" y el teatro "mola".

Suena el timbre del final de la clase y salen en tromba con sus mochilas, empujándose y pensando ya en el fin de semana. Lejos, muy lejos suenan tambores apocalípticos, reformas educativas que no cambiarán nada para ellos. Nuevas palabras maquillarán los viejos problemas, pero aquí en el aula, ahora, reina el silencio. Mejor aún, queda flotando el eco de sus voces adolescentes preguntándose por los eternos enigmas de la vida. Qué importa que no tengan muchas palabras para expresarlo, Will se las presta. Ojalá no lleguen nunca las reformas a mi pequeña aula.

Un abrazo, querida Lula, de tu viejo profesor
Lucas Tanner

lunes, 10 de octubre de 2011

AULAS

Blanca es ciega. Se sienta en la primera fila con un ordenador portátil que lleva a todas partes. En el silencio de la clase, se oye su tecleo frenético pendiente de una voz mecánica que sale de los auriculares. Antes llevaba gafas, ahora ya no. Sus globos oculares son una masa gris, redonda e inútil. Cuando escucha o pasa sus dedos por los enormes libros de hojas blancas y punteadas de braille, busca con la cara la tibieza del sol en la ventana. Tal vez imagina qué podría ser la luz.
Penda está sentada a su lado. Ha mejorado mucho con el idioma y se aplica con una seriedad infantil que casi conmueve. Pero le cuesta entender muchas cosas, el mundo se amplía para ella a una velocidad vertiginosa, cruel. Las dos se ayudan mucho, aunque hablan constantemente, se ríen y se pelean con algarabía. Tengo que ponerme serio, tratarlas como al resto de sus compañeros y amenazarlas incluso con que voy a separarlas. Pero nunca lo haré. Son dos conchas defectuosas que el mar arroja a la orilla. Penda le enchufa el portátil, la lleva de aula en aula, le da conversación en el recreo y Blanca le pasa los trabajos al ordenador, incluso olvidándose de hacer sus propios deberes.
A su lado están los dos gemelos. Con el tiempo han ido diferenciándose un poco: uno lleva el pelo muy corto y otro muy largo y rizado; uno lleva camisetas con calaveras y otro de baloncesto; uno es desordenado y otro muy ordenado... pero nunca se separan. A pesar de sus diferencias, parece que no encontrasen mejor cobijo en la vida que su proximidad genética. Siempre tienen la mano levantada, siempre quitándote la palabra de la boca. Sus cerebros son como esos mercadillos de anticuarios donde se amontonan baratijas y tesoros que nadie se molesta en ordenar.
Detrás, tumbado en la silla, con la riñonera atravesada en el pecho, un pendiente brillante en la oreja, un piercing en el labio y la gorrilla echada hacia atrás, está David.
Dora se sienta un puesto más atrás. Parece mirar hacia delante con atención pero en realidad aguza el oído hasta que oye el run run de la moto de su novio que viene a verla todos los recreos. Se besan a través de la verja durante treinta ininterrumpidos minutos.
Nico sigue con su mirada huidiza e insondable. Con ese apartamiento extraño de la vida y de las personas que lo hacen candidato a cualquier reacción inexplicable. En la mesa, su colección intocable de insectos disecados. A su lado, Miguel llena el cuaderno de dibujos manga, todos iguales, con obsesiva perfección de orfebre. Delante, los hermanos colombianos flotan en un mundo que no comprenden. Llevan ya varios años en el país, pero siempre parecen recién llegados, como si su nave espacial acabara de aterrizar en el planeta.
Los miro uno a uno, con atención, con cierto desánimo y bajo la mirada al libro. Hoy debería elegir entre Morfemas flexivos o las desventuras del joven Werther, sin embargo, comienzo a hablar del otoño y de la melancolía.

A veces creo que son como esas camadas de gatos que pueblan los solares abandonados. Y yo, el viejo loco que les coloca cada día un plato de leche sobre los escombros.
Recibe un fuerte abrazo, mi querida Lula.
Lucas Tanner

lunes, 16 de mayo de 2011

EVALUACIÓN DIAGNÓSTICA, COMPETENCIAS...

Camina como un diosa, con ese bamboleo de hembra poderosa ligeramente desganada. La primera vez que la vi llevaba una túnica amarilla brillante; el pelo, tejido en dimutas trenzas, pintaba en su cabeza un paisaje de surcos perfectos; su piel negra, lisa, suave y amplia como un desierto de azúcar te dejaba sin aliento.
Penda tiene doce años, sólo habla francés, es educada y respetuosa y abre unos ojos enormes y solitarios ante cualquier palabra nueva. Necesita unas clases de apoyo con el idioma y por eso, durante algunas horas a la semana, acude puntual a la biblioteca a encontrarse conmigo. Trae siempre una libreta primorosa, con una caligrafía elegante ante la que no oculto mi admiración. Me gusta verla sonreír.
En los meses que lleva aquí ha cambiado su forma de vestir, ahora lleva pantalones vaqueros y sudaderas, se ha alisado el cabello y camina con ese aire perdido de cualquier adolescente. La diosa ha descendido a la tierra.
Hablamos de cualquier cosa y ella apunta las palabras extrañas como si fueran tesoros que no quiere perder. Es lista y aprende rápido. Ayer me pidió que le pusiese una película de la que le habían hablado sus compañeros: Charlie y la fábrica de chocolate.
Durante hora y media Penda dejó de existir. Inmóvil ante la pantalla, apenas respiraba y sentí como si la despertase de un sueño cuando le toqué en el hombro para decirle que ya había terminado. "¿Te ha gustado?" le pregunté. Ella se levantó con lentitud, recogió su cuaderno de los tesoros y mientras salía de la bibloteca me respondió muy bajito: "¡Qué cosas tan bonitas hacen los blancos!"
Creo que no tengo que decirte nada más mi querida Lula...
Un abrazo
Lucas Tanner

miércoles, 9 de febrero de 2011

JOSHUA


Estaba allí sentado, con la mirada perdida en la pared, delante de una montaña de hojas arrugadas. El Aula de Atención Educativa estaba siendo habitual para él en los últimos tiempos. Ese nombre siempre me ha parecido una redundancia o un eufemismo. Una redundancia porque se supone que en todas las aulas de un centro de enseñanza se atiende educativamente a los alumnos. Y un eufemismo porque para abreviar, todos la conocen como aula de castigados.
"¿Qué has hecho, Joshua?, le pregunté y él me respondió encogiéndose de hombros sin levantar la vista: "Nada". Y lo más triste de todo esto es que no mentía, Lula, decía la verdad de una forma descarnada y dolorosa.

Sabes que me enfado mucho cuando veo esas películas cuyo argumento es la heroica vida de un profesor en medio de un aula de matones descerebrados, aspirantes a asesinos en serie, que se salvan milagrosamente en el último minuto con un soneto de Shakespeare. Pero a pesar de mi enfado y a pesar de la zafia superficialidad con que se trata ese tema, siempre descubro en algún resquicio la rebeldía adolescente de quien se siente fuera del mundo y no se conforma.

Dirás que algo le ha pasado a tu viejo profesor, que debo estar perdiendo el juicio si te digo que me sentiría mucho mejor si Joshua se rebelase. Si algo de ese tópico del adolescente conflictivo y rebelde brillase en su mirada, incluso el odio me serviría como prueba de vida. Pero no encuentro nada de eso en el gesto ausente de tantos joshuas con los que me cruzo a diario.

No puedo imaginar qué vida se esconde detrás del chándal desgastado y raquítico que trae todos los días, ni de qué carencias es testimonio su libreta de anillas carcomida. No quiero saberlo. Pero qué puede llevar a un adolescente inteligente, que no puede callar la respuesta correcta la mayoría de las veces, a ocultarse del mundo en una apatía dócil y triste.
Cuándo yo le preguntaba sobre todas estas cosas, mientras intentábamos ordenar su libreta, de sus ojos pequeños y redondos, brotaron dos lágrimas gordas que no se molestó en apartar de la mejilla: "¿Para qué, profe?" fue su única respuesta.
Para qué luchar, para qué creer que hay alguna esperanza, algún lugar en el mundo para él. ¿Qué puede hacer Shakespeare con el témpano de su existencia? ¿Qué extraña sabiduría le lleva a no soñar para no sufrir día tras día la misma decepción de la vida? ¿En qué mundo estamos viviendo, Lula, cuando algunos adolescentes crecen con alma de viejos desahuciados para la esperanza?

Y al verlo alejarse por el pasillo con su destartalada libreta debajo del brazo, se me vino una imagen que leí - en algún libro de Durrell, ya no recuerdo- en la que se decía que no había nada más triste y desolado que la belleza de una flor abandonada en la ventana de una fábrica.
Un abrazo.
Lucas Tanner


lunes, 29 de noviembre de 2010

CUBILETES

He recibido carta de mi querido profesor Tanner y en ella me da cuenta, con su habitual melancolía, de un hecho ocurrido a un colega suyo. Sé que tras la narración de esta experiencia ajena subyace como siempre el profundo desencanto y la tristeza de un hombre que se sabe perdedor en todas las batallas. Sin embargo, esta vez creo adivinar en la rúbrica retorcida de sus letras una pequeña y circunstancial sonrisa.
El amigo del señor Tanner que vive en un lugar del sur de cuyo nombre no quiere acordarse, recibió de las autoridades educativas la siguiente sugerencia metodológica:

El alumnado debe contar entre su material con tres pequeños cubiletes de plástico: uno rojo, otro amarillo y el otro verde. Durante la clase, cada alumno atenderá a las explicaciones del profesorado y situará en su pupitre el cubilete que indique su comprensión de lo explicado. Rojo: "No entiendo nada". Amarillo: "No lo entiendo todo". Verde: "Lo entiendo". De esta manera, el docente, de un solo vistazo, captará si su explicación está llegando a la clase o, por el contrario, debe esforzarse por hacerse comprender y/o por bajar el nivel de complejidad de lo explicado.

Aplicada la experiencia con puntualidad obediente, estos fueron los resultados que el amigo del señor Tanner obtuvo de su aula:

-¿Maehtro, er cubilete amarillo pa qué eh?

-Maehtro, la Yeni eh una empollona, que ciempre tiene er cubilete verde.

-Maehtro, me zan perdío loh cubileteh, ¿puedo i ar cervicio?

-Maehtro, ¿ci zaco er cubilete verde maprueba?

-Maehtro, mira cómo toco la batería con loh cubileteh.

-Maehtro, er Crihtian ma ehcupío en er cubilete.

-Maehtro, yo lo primero lo he entendío pero aluego no, ¿qué cubilete pongo?

-Maehtro, ¿si traemoh loh cubileteh hay que traé tamién er libro?

-Maehtro, yo er cubilete roho no lo pongo, que me llaman zurnormá.

Sé que mi querido profesor, con su habitual mesura de hombre razonable, no aprobaría el comentario inconveniente que voy a hacer, pero después de leer esto, lo que dan ganas es de transmutarse en un Terminator y ponerse delante del cuerpo de inspectores y pedagogos con un bazooka de largo alcance lleno de cubiletes y disparar con una liberadora sonrisa: Sayonara baby.

lunes, 20 de septiembre de 2010

JESSI


Me cuesta mirarla sin pensar lo mucho que el destino se cebó con ella. Parece no darse cuenta, en su simpleza, de todo lo que significa cada uno de los ángulos que la definen. Quizás algún dios de esos en los que ella cree, en el último instante, le dejó el entendimiento a medio hacer, porque de otra manera no hubiera soportado todo lo que se le venía encima.
Es de esa gordura fofa y bamboleante que se arrastra con fatiga. Siempre lleva chándal, estirado, roto, con infinitos lamparones de antigüedad y procedencia diversa. Tiene media cara y parte del cuello quemado y un bigote largo y negro. En el labio superior lleva un piercing rodeado de mocos secos.
Un día en el curso pasado, salí pronto y me la encontré en el autobús. Había pedido permiso para irse; siempre le dolía la barriga cuando le mandaban escribir algo. Tenía que ir al Centro de Acogida donde le daban la comida y le controlaban que hiciera los deberes. Es un decir, porque jamás llevababa nada en las manos, ni mochila, ni carpetas. En clase, cuando no tenía más remedio y lo de la barriga no le funcionaba, miraba los cuadernos con el ceño fruncido, con desconfianza; ni siquiera pasaba las hojas.
Aquel día, en el autobús, se sentó a mi lado y me contó que tenía un prometido de 22 años y que se iba a casar en cuanto lo soltaran. Yo le dije que era muy joven, que con 14 años eso era una barbaridad. Ella me sonrió.
-Mira, señor Tanner -dijo enseñándome un medallón de plata con su foto dentro.
Allí estaba el mismísimo Camborio, desposeído de toda su aura mítica, por supuesto, o por lo menos todo lo que tres años de cárcel pueden desmitificar.
-Se me rompió la cadena. Es mala. Tengo que comprar otra. Vivo con mi abuelo. Tengo una hermana pequeña. Se llama Shakira. Es muy guapa. Dicen que se parece a mí. Te voy a traer una foto, señor Tanner.
Tuve que avisarla de su parada y se bajó sin despedirse siquiera, bufando como un horrible hipopótamo. Y yo me quedé allí, sin apartar la vista de su imagen, sin poder hacer nada, como siempre.
Me preguntas, querida Lula, cómo me enfrento al próximo curso... supongo que con la jodida y maltrecha esperanza de siempre.
Un abrazo.
Lucas Tanner

miércoles, 26 de mayo de 2010

MONÓLOGO


El fragmento que sigue es el extracto de una carta de Lucas Tanner, un viejo profesor con el que mantengo correspondencia desde los años del instituto. Cuando la realidad se abalanza sobre las personas de una forma tan contundente, queda poco espacio para la pedagogía:

Marta es una alumna de tercer curso, lleva las cejas finas finas como hilos y apenas puede mantenerlas en su pulcritud porque es muy morena y los pelillos se le rebelan constantemente. Tiene una gran sonrisa y unos ojos negros muy grandes. Se distingue de sus compañeros porque siempre lleva bolso y tacones, como si estuviese en un centro comercial en lugar de en un instituto, siempre dispuesta a salir pitando. Jamás le vi un libro en la mano o una carpeta. En clase hay un armario que no se cierra nunca, allí se amontonan en caos perfecto, libros, apuntes, carpetas, fotocopias y demás enseres que nunca hacen el viaje a casa. Ese es el reino de Marta, por el que transita fingiendo que busca lo que nunca encuentra.
Siempre faltó mucho a clase. Al principio aducía visitas al médico e incluso hospitalizaciones pero jamás vi un justificante o un certificado médico. Cuando pasó el tiempo dejó de fingir enfermedades para agachar la cabeza y sonreír con tristeza. Pasa muchas horas en el lavabo fumando o en un banco que hay enfrente del instituto, comiendo pipas.
El otro día, me acerqué a ella para preguntarle qué pensaba hacer el curso próximo:
-Estética, señor Tanner. Mi madre era peluquera y a mí me gusta mucho. Ya estuve trabajando en verano. Estaba ocho horas en una peluquería y me daban 20 euros al mes. Por eso quiero estudiar, para tener el título y cobrar más. Son dos años, podré hacerlo en otro instituto que está al lado de donde vivo. Así estaré más tiempo en casa. Tengo un hermano mayor, pero no vive con nosotros, el que vive con nosotros es su hijo. ¡Es más rico! Tiene parálisis cerebral, pero cuando yo le hablo, me sonríe. El otro día le compré una pelota en un chino, porque mi madre no le compra juguetes, pero yo creo que sí se entera. Iba más contento el chaval...
Mi hermano ahora vive con otra novia y su primera novia, la madre de mi sobrino, trabaja mucho y no puede atenderlo. Nosotros lo llevamos a un Centro de Día, los otros abuelos lo van a buscar por la tarde y nos lo traen por la noche para cenar, bañarlo y acostarlo. Nos turnamos así.
Por eso no salgo de noche, sólo por la tarde, por la noche mi madre no me deja. Vivimos al lado de la vía del tren y allí van muchos yonkis. El otro día que llegaba un poco tarde me di un susto de muerte, vi aparecer a uno con un chaleco reflectante, se los ponen para que los vea el tren porque van allí a picarse. Por eso mi madre quiere que venga pronto...

Marta siguió hablando y hablando, pero yo hacía mucho rato que estaba completa, desoladamente perdido.
Un abrazo, Lula
Lucas Tanner

lunes, 30 de noviembre de 2009

PADRES


¿La relación con mi padre? pues no tengo ninguna aunque él viva sobre el mismo techo. La mayoría del tiempo se pasa encerrado en su cuarto viendo la televisión y comiendo, cuando viene de trabajar de Argentina.
Yo no sé de su vida ni él de la mía puesto que le tengo un rencor absoluto. Para mí, ni me va ni me viene. Él lo único que hace cuando está aquí es meterse en cosas que no le incumben.
Resumiendo, la relación con mi padre es pésima, es como un desconocido que vive con mi madre."
N. 14 años.

Yo hablo con mi padre sólo de cosas del colegio o el instituto, cosas de casa, pero otras cosas, no. Por ejemplo, no le cuento de mis amigos o de mis "amigas" ni de los deberes ni de las notas de los exámenes. Cuando me pregunta le digo que todo va bien, pero nada va bien, casi todo va mal. Yo a mi padre no le puedo contar mucho de mis amigos o de mí porque después no me deja andar con ellos o me castiga.
M.13 años

Bueno, desde pequeñita la relación ha sido buena. Es alto, moreno y my simpático. Con el paso del tiempo él se hacía mayor y yo ya no era una niña pequeña y nos fuimos distanciando cada vez más y más. Luego ya no nos veíamos nunca, comíamos de vez en cuando, pero nunca...
Para mí siempre ha sido el mejor y lo quiero.
C. 16 años

Nuestra relación es cero, no tenemos relación, mejor os cuento desde el principio. Mis padres se separaron cuando yo tenía 10 años. Lo pasé fatal, pero era por el bien de todos, él bebía, por eso se divorciaron.
Fui con él un fin de semana, pero nunca más quise volver, estaba hecho un asco. Mi madre dice que desde que se separaron mi hermana y yo hemos cambiado, y como yo le digo: la gente cambia. Yo no lo quiero y me da igual todo lo que le pase.
N. 14 años


Hace años la relación con mi padre era escasa, muy pocas veces lo veía por su trabajo, hasta que a los nueve años mis padres se separaron. Yo me fui a vivir con mi madre y sólo pasaba algún que otro fin de semana con él.  A día de hoy la relación ha mejorado, lo veo de vez en cuando, comemos juntos. Le tengo un gran cariño y si no voy más a visitarlo es por su actual pareja. Aún así lo quiero y mataría por él.
N. 16 años

Mi padre se llama Alfredo, es carpintero y también instala cocinas. Yo y mi hermana lo vemos de viernes a lunes, el fin de semana. Él es bastante bueno, me deja salir a donde quiera, me compra todo lo que le pido o incluso deja que mis amigos estén en casa o se queden a dormir.
Mis padres se separaron cuando yo tenía cinco años, se juntaron y se volvieron a separar. Pero eso es una cosa que no me afecta demasiado.
C. 13 años

La relación con mi padre es buena, aunque mis padres estén separados. Cada fin de semana voy a su casa y charlo con él, me ayuda a hacer los deberes. Los veranos y las Navidades loa paso con él y es genial. Lo único que no me gusta es que a veces por su trabajo, paso mucho tiempo sin verlo y me pongo triste.
C. 13 años.


Fragmentos de trabajos escolares recopilados por mi querido señor Tanner.


lunes, 23 de marzo de 2009

CEGUERA


Durante todo este tiempo he seguido recibiendo cartas del viejo profesor Tanner.
En ellas ha seguido hablándome de su trabajo, con la melancolía y el cansancio que viene siendo habitual en él. Dice sentirse sin ganas y sin esperanza, pero estoy segura de que se esfuerza por llegar a todos esos chicos de los que me habla.
Sin embargo, en su última carta, he notado una angustia nueva que paso a compartir:

De todos mis alumnos, podría decir sin dudarlo que Gabino es el mejor. Lo conozco desde hace tres años, cuando llegó al instituto con sus gafitas y su pelo enmarañado. Era despistado, desordenado, tenía mala letra y una mochila rota y recosida. Pero Gabino hablaba con corrección, era educado y escribía con una madurez extraña para su edad. Tenía la cara salpicada de pecas, unos ojos verdes que se abrían desmesurados cuando hablabas con él y una sonrisa pícara que lo hacía irresistible. Gabino fue pasando cursos sin problemas y confieso que alguna vez hasta lo traté con dureza por su desaliño y su despiste, pero mi atención se centraba en aquellos pobres desheredados de sus compañeros.
Este año vuelve a estar en mi curso. Ha crecido, su cuerpo se está modelando hacia una complexión fuerte y atlética, pero su mirada ha cambiado. Ya no sonrie y apenas puedo sacarle una palabra. Sigue siendo un estudiante brillante y escucha las explicaciones con desusado interés, pero ya no es el mismo. Hace una semana apareció en clase con el pelo rapado. Su cara, de pronto, adquirió una dureza extraña, inquietante.

Ayer se peleó a la entrada del instituto y me lo encontré en el despacho del director, con el gesto todavía iracundo, pero aparentamente tranquilo. Al principio apenas contestaba a mis preguntas con movimientos de cabeza, pero ante mi insistencia, fueron los ojos de aquel niño al que yo conocía los que me miraron por un instante. Y como una cascada, brotaron las palabras haciéndome callar.
Fue desgranando, una a una, todas las humillaciones a las que lo sometieron sus compañeros por ser diferente. Primero bromas inofensivas, motes desafortunados, insultos, que llegaron a convertirse en golpes. Las cosas en casa tampoco le habían ido muy bien. Sus padres se separaron convirtiéndolo en el blanco de las disputas. Y así fue trufando su relato de palabras como "banda" "venganza" "respeto"...
Cuando acabó tenía los ojos enchidos de lágrimas y ahora que te escribo, apenas puedo contener las mías, querida Lula. ¿Cómo pudo suceder? ¿Cómo pude no darme cuenta?
Me aferré como un náufrago a aquella mirada recuperada y hablé y hablé durante casi una hora.
Le hablé de sí mismo, de todo lo que significaba para mí, de su inteligencia, de su fuerza interior, de su pelo enmarañado, de su sonrisa, de sus libros favoritos, de la injusticia, de la vida, del paso del tiempo, de venganzas inútiles, de caminos equivocados...
Hubiera querido que mis palabras fueran contundentes como los golpes con los que se está fraguando su madurez, pero no fue así, eran sólo palabras.
Lo dejé ir sin arrancarle una promesa, sin imponerle un castigo.

Lo dejé ir, solo, una vez más.

domingo, 27 de enero de 2008

CANTOS DE SIRENAS



Querida Lula:

Hace unos días comencé, obligado por el caos y el exceso acumulativo, a ordenar todos los papelotes del departamento. Allí, junto a viejos libros de texto, miles de ejercicios amarillentos y antologías de poemas algo caducas, recuperé una película sobre la Odisea que tenía totalmente olvidada. Y ya que había comenzado hacía poco tiempo a hablarles a mis alumnos de la importancia de esta obra, decidí que sería un buen momento para ponérsela.

Cuando apareció el título -La Odisea- no dijeron nada. Cuando apareció el "guionista" -Homero- se escucharon las primeras palabras que demostraban cierta actividad cerebral: "Como Homer Simpson".

Pronto se dejaron llevar, quizás por la modorra de la mañana, quizás por la oscuridad de la sala, de la mano de Ulises y su esforzado periplo. Respiraban al unísono y apenas se oía el cric-cric de los chasquis. En eso soy inflexible.

Aunque se elevó alguna protesta de Sheila-Ruth y Jessica : "Vaya nombres más raros, profe, Telémaco, Tiresias...no hay quién se acuerde"; en general asistieron en silencio y bastante concentrados. Ni siquiera consultaron el móvil para ver los mensajes o saber la hora. Incluso en algún momento álgido de la historia (cuando Ulises regresa a Ítaca y se encuentra al pastor al que sujeta la cara entre sus manos, emocionado de verse al fin en su patria) alguno emitió un apasionado comentario: "Dále un pico!"

Hubo, después, alguna interesante actualización del mito: "Boah! pues yo no me iba de junto la Calipso esa. Descarao! Le mandaba un sms a Penélope y agüíta"

Alguna chica, con voz displicente y arrinconando el chicle, se adentró en la vertiente más crítica: "Vaya morro el Ulises, le pide fidelidad a la chorba pero él bien que se acuesta con todas. Todos los tíos son iguales"

"Lo hizo para salvar a los coleguitas" dijo una voz masculina sin mucha convicción y secundado por carcajadas y manotazos.

Cuando sonó el timbre, me quedé recogiendo mis papeles de la mesa. Una vez más, me había quedado sin leerles unos fragmentos.

Entonces, el más espabilado, debió notar el abatimiento en mis gestos porque se acercó a la mesa y con una sonrisa de tímida complicidad dijo: "Aún echamos unas risas eh, profe?"

Lo vi alejarse por el pasillo con sus pantalones caídos y el casco de la moto, porque había decidido no hacer caso a las sirenas e ir a ver a su novia que trabaja en un bar cerca del instituto.

Recibe, Lula, un cariñoso saludo.

Lucas Tanner


domingo, 11 de noviembre de 2007

TANNER 3








Querida Lula:





Hoxe vaguei pola casa con milleiros de cousas na cabeza e sen a determinación de facer algo. Agardei o anoitecer a caron da ventá e, a medida que escurecía, invadiume esa melanconía imprecisa, esa sensación de fracaso da que non poido fuxir. Vinme, un día máis, diante deses rapaces, proxectos inconclusos de seres humans, e xa non sinto nada. Están tan lonxe do que eu poda ensinarlles, do que eu poda decirlles .... nun mundo irreconciliable e remoto onde non hai marcha atrás.





Tania chegou da man da orientadora cando o curso xa comenzara. Non sabía en qué asignaturas se matriculara, nin se tiña materias pendentes. Sempre estaba triste; nunca lle vin un sorriso nos beizos. Miraba dende a beira das súas olleiras cando lle explicaba algo, pero toda ela dirixíase máis alá de min, a uns confíns inimaxinables de miseria e abandono.





Tiña o cabelo tinxido de loiro, cunha enorme raiz negra que non consegueu agochar en todo o ano cos tintes baratos que compraba no chinés. Levaba os pantalons moi apretados e un forro polar vermello que foi a única prenda de abrigo que trouxo todo o inverno.





Un día atopeina pola noite no outro lado da cidade. Estaba sola e creo que se alegrou de verme. Dixo que era o seu antigo barrio e viñera ver aos seus amigos. Despois souben que o concello realoxara á súa familia perto do meu Instituto diante do perigo de derrube da casiña onde vivían.



Tania levaba varios anos sen escolarizar e a meirande parte das veces que lles deixaba tempo para facer os exercicios, ela debuxaba abstraída nas marxes do libro sen tapas que alguén lle prestara. Outras veces, miraba para min dende o pozo dos seus ollos escuros deixándose abanear por verbas que non entendía.




A súa figura sixilosa perdeuse para sempre un 23 de xuño.

Quizáis nunca estivera entre nós.

martes, 23 de octubre de 2007

TANNER 2



Querida Lula:

Ás veces penso que se fose profesor doutra cousa que non fora literatura, a miña vida sería máis levadeira. Educación Física, Tecnoloxía, Informática... calqueira cousa tanxible, que se poida tocar, martelar, que nos leve dos estreitos límites da aula para deixarnos sen folgos. E ti pensarás na literatura como unha fábrica de soños, un escape desta crúa realidade, unha forma de elevar o espíritu. Sí, cando ti me conociches eu tamén pensaba eso.



Hoxe, unha rapaza contestoume: " ¿Lo qué?". Sentaba de medio lado e mascaba chicle. Eu lles explicara o día anterior o que era un "aljibe", mecendo as miñas verbas con entusiasmo, para acompañar a traxedia da xitana morta no poema de Lorca. Só quería comprobar que recordaban.



Por un intre non dixen nada e nesas décimas de segundo comprendín todo o que a resposta da rapaza significaba: Non teño nin idea do que me preguntas, pero tampouco me importa nada e ademáis nin sequera son consciente do mal que falo, así que non me molestes.



Mirei as súas caras de adolescentes desmañados, os libros e mochilas polo chan -quizáis un esvaído refrexo dos seus cuartos- e tentei de facer fronte á tan onerosa pregunta. Unha man levantouse tímida no fondo da clase e con certa esperanza, arrepentinme de xulgar tan á lixeira. Ao mellor, Oscar, a pesares de todo, entendera o romance:



-¿ Eso non era a movida chunga que ten verdello onde se afoga a pava?

-Pois sí, Oscar. Eso exactamente.

Collín o martelo e seguín dando a clase do máis reconfortado.

miércoles, 3 de octubre de 2007

TANNER 1



Querida Lula:
Estes días de inicio de curso, recibín a visita dun xoven colega que xa non está no meu instituto. É un xoven desperto e animoso, que debeu de atoparme un pouco tristón cando lle pintei o panorama de desinterés, desleixo e ignorancia co que pelexo cada día. Recomendoume vivamente un libro de Steiner: Elogio de la transmisión, e alí fun eu mercalo coma un xoven cabaleiro na procura do grial.
Comecei a lectura con devoción, pero ás poucas páxinas, xúroche Lula, caeu das miñas mans. Alí había nomes clásicos e a voz dun profesor de Harvard e verbas e máis verbas que se ergueron diante de min coma un bosque maligno que remata por escurecelo todo. Nese libro falan de alumnos que se enchoupan nos clásicos gregos, que entenden o concepto de traxedia, que escriben sonetos e obras dramáticas... ao mellor agardaba verme recoñecido nas súas páxinas e sentir o lambetazo da compaixón nas mesmas feridas.
¿Por qué buraco da vida dos meus alumnos pode penetrar a poesía? ¿En qué parte da súa desmadexada anatomía hai un lugar para a estética? Vouche falar dalgún dos meus alumnos, fillos dun barrio periférico dunha gran cidade, como en calquera outra parte do mundo.
Héctor é pequeno e delgadiño. Sempre está espeluxado, fala entre dentes e leva o mesmo chándal dende o primeiro día. Non se sabe nada do seu pai, pero a súa nai botou un noivo que non quere saber nada del . Durante varios meses, non o deixaba entrar na casa ata as doce da noite, porque pretendía que, en todo ese tempo, cometese algún delito para encerralo nun reformatorio e esquecerse del definitivamente.
Na clase, senta con Amanda que é grande e forte como unha matrona. Ela saca boas calificacións e sópralle as respostas, ás veces mesmo lle explica os exercicios.
Héctor recibe clases de reforzo porque lle custa moito seguir o ritmo da clase e nalgunha ocasión trae os deberes feitos, ainda que el non o sabe ata que abre a libreta. Enton, sorprendido, levanta a man para respostar como os demáis.
De cando en vez, póñolle a man no ombreiro para lle dicir que o fixo ben e por un instante desaparece o yonki marxinal que xermina nel e aparece un neno de trece anos que sorrí agradecido.
¿É iso poesía, Lula? Unha aperta.
Lucas Tanner
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